El Nevado Acay con sus 5750 metros ubicado en la provincia de Salta y el Tuzgle con sus 5530 metros en Jujuy, están unidos al pasado precolombino, encontrándose en sus faldeos y cumbres gran cantidad de vestigios que revelan su carácter sagrado
Una escapada a los 5000 del norte
Integrantes: Diego Maidana, Hugo Mora, Diego Novaira, Guillermo Maritano, Raúl Aguirre
Desde nuestra última salida juntos, en enero al Volcán Antofalla, rondaba la idea de una “rejuntada” para hacer algo en otoño. Sin embargo, que estos cinco amigos pudieran coincidir era una tarea titánica. Luego de ajustes y desajustes, fijamos fecha: el último fin de semana de mayo era factible ya que el feriado del 25 de mayo achicaba la semana. Eso nos daba la brecha que necesitábamos. La parte difícil del problema estaba resuelta. Ahora teníamos que encontrar un lugar que, siendo atractivos para todos, nos diera la posibilidad de plantear un objetivo que engranara en nuestro “presupuesto de tiempo”. Además debía tener una cota superior a los 5000 msnm, ya que queríamos probarnos a esa altura para quizá en junio armar algo similar.
Luego de algunas deliberaciones en las que consideramos varios destinos como Aconquija o algunos volcanes de la puna catamarqueña, el segundo “problema” también estaba resuelto: intentaríamos el volcán Tuzgle (5500 msnm) y el Nevado de Acay (5750 msnm) en Salta y Jujuy, respectivamente.
El lugar que oficiaría de base sería San Antonio de los Cobres. El plan entonces incluía un par de noches en alojamientos y otras dos, en la montaña. Quedaba comprar bombonas, las comidas y avisar en casa que estaríamos afuera los cinco últimos días de mayo. Durante la semana previa, se hicieron los últimos arreglos y casi sin darnos cuenta todo estuvo listo.
El miércoles 25 de mayo, cuando recién amanecía, este grupo de socios de la Agrupación de Montaña Calchaquí se puso rumbo a su objetivo, cubriendo los 700 km de distancia que nos separaban de nuestro destino. Lo hicimos en nueve horas exactas. Integramos el grupo: Guillermo Maritano quien llegó un día antes desde Marcos Juárez y desde Catamarca fueron Hugo Mora, Raúl Aguirre, Diego Maidana y Diego Novaira, quien relata.
San Antonio de los Cobres es un pequeño pueblo salteño enclavado a casi 4000 msnm, fácil de reconocer pues es la última parada del mítico tren de las nubes antes de llegar al viaducto La Polvorilla.
Además, la ciudad es la puerta de entrada a la Puna de Salta. En los últimos años se ha convertido en un pujante centro administrativo y comercial de la mano del turismo. Allí la minería y el reciente desarrollo de proyectos fotovoltaicos en la región le han dado dinamismo.
Desde aquí es posible entrar en contacto con la cultura, la historia y la exquisita gastronomía andina. Es un lugar con magia, donde ya hemos cosechado amigos y recuerdos que siempre nos convidan regresar.
Desde los ojos de un montañero, San Antonio de los Cobres es de esos pocos lugares que parecieran estar tocados por la varita de un mago ya que sus condiciones atmosféricas parecen óptimas para aclimatar. Como dicen los salteños “es bien punoso”.
Sumado a esto, partiendo desde el pueblo, en pocos kilómetros se puede alcanzar la base de cerros emblemáticos de la región: el Acay, el San Jerónimo, el Tuzgle y otros tantos cerros que tienen sus campos base a poco tiempo del recorrido. Con lo cual es muy común encontrar con frecuencia grupos de montañistas que llegan a la localidad como parada obligada antes de sus excursiones y expediciones.
Tal es la importancia que el montañismo tienen en la ciudad de San Antonio de los Cobres, que cuenta con una escuela de montaña: la Escuela Gato Andino, que desde hace ya muchos años viene poniendo su estandarte en cumbres de toda la Argentina, de la mano de los jóvenes montañeros que surgen de sus filas. Con toda seguridad, al momento de publicar esta nota el mismo estandarte esté ondeando en las alturas del Himalaya, ya que Jaime Soriano, pilar de la escuelita Gato Andino, se prepara para esta gran proeza.
Nuestro plan era sencillo, intentar el Tuzgle (Jujuy) el jueves 26 de mayo y el Acay, el sábado 28 de mayo, partiendo desde la camioneta en el primero y acampando lo más alto posible en el segundo. Así dispuesto, el jueves temprano nos acercamos en camioneta hasta el campo base del Tuzgle.
Nos habían indicado que era posible que la comunidad de Puesto Sey tuviera cerrada la tranquera metálica, por lo que pasamos por el Puesto de Doña Margarita Martínez a fin de procurarnos la llave. No fue necesario ya que nos comentó que habían roto el candado y desde hacía tiempo no colocaban uno nuevo. A título informativo, en caso de estar la tranquera cerrada es posible conseguir la llave en las flamantes instalaciones del complejo termas de Tuzgle.
Luego de despedirnos de Doña Margarita, abandonamos la Ruta Nacional 40 y tomamos la huella minera que facilita el acceso a la montaña. En doble tracción y con paciencia, Hugo, nuestro compañero y conductor, puso la camioneta sobre la cota de 5000 msnm, en poco más de cuarenta minutos. Allí abandonamos el vehículo y, ya de a pie y con rumbo este, nos montamos al escorial para alcanzar el hombro que conduce a la cima.
La travesía no es difícil y requiere de toda la atención, ya que las piedras sueltas y algunos pasos imbricados entre grandes bloques así lo exigen. Una vez que se superan los primeros doscientos cincuenta metros de máxima inclinación, la travesía discurre por terreno de mucho menor pendiente y de muy sencillo tránsito hasta la cumbre. Sin mayores contratiempos alcanzamos la cumbre alrededor de las 12 hs. Allí se yergue la enorme apacheta donde, esta vez, no lucía la vieja cruz de madera con el tallado del nombre y altura de la montaña en su cúspide. La alegría fue grande, dos de nuestros compañeros alcanzaban esta cumbre por primera vez. En un día increíble, de sol pleno y con poco viento, el frío no se hizo sentir más que en las primeras horas.
Para retornar, elegimos salir al noroeste. Bajamos el sendero sobre el acarreo y atravesamos las ruinas de la instalación minera para retornar a la camionera. Este recorrido no lo habíamos hecho nunca y realmente es interesante. Se ven viejas vagonetas, maderas de apuntalamientos y restos de diferentes elementos de la antigua actividad extractiva. Si bien es más largo, vale la pena desandar el trayecto para conocer el lugar.
Cuando no eran más de las 16 hs., ya estábamos rumbo a San Antonio de los Cobres, donde merendar, cenar y descansar era lo único que había pendiente.
Las primeras horas del viernes transcurrieron preparando detalles a fin de salir al segundo objetivo: el Nevado de Acay. Chequeamos el pronóstico de clima, anunciaba que a partir de la tarde del sábado 28 las temperaturas bajarían notoriamente y el frente frío e inestable, permanecería al menos diez días.
Luego del almuerzo, tomamos rumbo a su campo base. Dejamos el asfalto en Estación Muñano y sobre la huella minera con dirección al sur, comenzamos a desandar el polvoriento camino, a fin de alcanzar la cota de los 5000 msnm. Debimos superar el ya clásico “contratiempo de las vegas congeladas”. Con piquetas y palas en mano, despojamos la cubierta de hielo de la huella. Solo después de un rato, nos permitió el paso de la camioneta. Rodeamos el Acay por el oeste y entramos a la quebrada de la mina. Logramos alcanzar la punta de camino y montamos el campamento a casi 5000 msnm. junto al antiguo jagüel de acopio y bajada de minerales. La tarde se veía y sentía maravillosa. Miles de ocres y naranjas únicos de la Puna fueron tiñendo de a poco la inmensidad de los paisajes. Sin darnos cuenta, la noche le ganó a la inmensidad. Alguna difusa señal de radio AM chilena y algunas brisas un poquito exageradas fueron los sonidos que nos despidieron esa noche.
Cuando los primeros rayos del sol sabatino asomaban, ya habíamos desayunado y acondicionado las dos carpas de nuestro campamento. La idea era volver a él en la tarde de ese mismo día. Empaquetamos los elementos sueltos dentro de la carpa y reforzamos vientos y anclajes a la vez que abrigamos el motor y batería de la camioneta. Pasadas las 07 a.m., ya empezábamos a caminar. La intención era ir desde la punta del camino minero por la casi invisible senda que recorre la quebrada con dirección sur-este, hasta el fondo de la misma. Desde allí, nos montaríamos al portezuelo que se abre hacia el valle Calchaquí y por el filo, buscaríamos alcanzar la cumbre del Acay. Una ruta quizá un poquito menos recorrida que la clásica noroeste, que alcanza la cumbre por la conocida montura. La senda si bien está poco marcada, se puede seguir a partir de mojones que se yerguen en casi todo el recorrido con bastante facilidad.
Cerca de las 10 de la mañana nuestro pronóstico se comenzó a materializar. La brisa fresca decididamente se convirtió en viento. Para las 11 a.m., las ventoleras que llegaban desde el sur eran impetuosas y la temperatura que registrábamos no superaba los 0 grados centígrados. Seguimos nuestro lento ascenso, parando un poco más seguido para corregir el abrigo, acercarnos y tomar algo caliente, mientras tanto cada ráfaga que recibíamos hacía mella en el ánimo.
Con mucha dificultad, habíamos superado el abra. La vista hacia los fértiles valles calchaquíes era increíble desde allí. Luego, tomando rumbo norte, comenzamos la última etapa del trayecto, procurándonos la cumbre.
Pese al esfuerzo denodado, soportando los embates de ráfagas cada vez más violentas y el frío que calaba la piel, caminamos un buen rato hasta que definitivamente no nos fue posible continuar. A los 5600 msnm, las miradas no dieron lugar a muchas discusiones. El viento nos maltrataba y el frío no daba tregua. Comenzábamos a considerar un potencial temor: nos retrasaríamos al punto de poner en riesgo el retorno a San Antonio. Atentos a que había que encender el motor de la camioneta y superar las vegas, que podían estar congeladas nuevamente, nos obligarían a trabajar un buen rato. Los pronósticos se cumplían estrictamente, y empezaba un periodo de no menos de diez días de vientos y bajas temperaturas. La decisión unánime fue regresar. El Acay tiene fama de ventoso, y relucía en toda su gloria y esplendor el mote.
Lejos de ser una bajada rápida y sencilla, el viento helado lo complicó bastante. Recién pasadas las 16 hs., llegamos al campamento. Desarmamos atentos a no dejarnos sorprender por las ráfagas. Acondicionamos la camioneta para emprender el regreso. Pese a no poder concretar el objetivo, el ánimo estaba otra vez alto. A las 17 hs., iniciamos el regreso a San Antonio de los Cobres una vez más.
Dicen los viejos montañeros que el único horario válido en el cerro es “temprano. Hay que salir temprano, alcanzar la cumbre temprano, regresar temprano y dormir temprano. En fin, hacerlo todo temprano y con tiempo”. Menos mal que seguimos la vieja tradición. Pues al llegar a la vega, no dábamos crédito del estado de la misma. Estaba lejos del estado del día anterior: el hielo cubría aún más superficie, era más grueso y estaba aún más duro. Sin vacilar, una vez más, acudimos a las palas y a las piquetas. Luego de un buen rato de trabajo arduo, cruzamos la camioneta sobre este accidentado tramo para poner rumbo definitivo a San Antonio.
Cuando faltaban minutos para alcanzar la traza asfaltada de la Ruta Nacional 51, el cerro jugó una carta que aún guardaba: una piedra rasgó un neumático, que en segundos pidió reemplazo. Otra vez el viento, otra vez el frío y otra vez allí afuera a trabajar, con la tierra en los ojos y una tuerca que había que ajustar. En ese momento, dijo presente el cansancio.
Finalmente, y cerca de las 19 hs., arribamos a San Antonio. Unas gaseosas y una picadita, unas duchas y una cena espectacular fueron el corolario de una jornada que ahora solo recordaba buenos momentos pese a los contratiempos. Quedaba pendiente descansar bajo el peso cálido de puyos y frazadas. El domingo después del desayuno solo quedaría desandar kilómetros y llegar a casa, donde cada expedición culmina.
Tanto el Nevado Acay con sus más de 5700 msnm y el Tuzgle con sus 5500 msnm son montañas regadas de vestigios del pasado. En tiempos precolombinos, los habitantes de la región rendían tributos a estos Apus y existen en sus cumbres y faldeos cientos de vestigios de cuán sagrada eran estas montañas. Por ello, en cada uno se destacan estructuras arqueológicas en sus cimas. Iniciada la conquista, sobre sus laderas, los europeos descubrieron vetas de minerales que fueron explotados hasta casi nuestros días. Es posible revisar en la bibliografía decenas de páginas que describen la increíble historia de la minería que tienen estos dos cerros. De hecho, la enorme infraestructura minera que dejaron las explotaciones facilita ciertamente la travesía de alcanzar sus cimas.
Además, recorrer sus laderas permite tomar contacto con la naturaleza de la puna en su máxima expresión: chinchillas, zorros, y aves pueden apreciarse con facilidad. La vegetación, en extremo adaptada, también muestra sus mejores exponentes, en un lugar donde nada es sencillo, dando al concepto de “supervivencia” una dimensión mayúscula.
Ambas montañas, pese a la altura que ostentan, son técnicamente sencillas de desandar. Ello las convierte en desafíos super interesantes para montañeros que con frecuencia arriban a sus faldeos para intentar alcanzar sus cimas. Pese a todo, sorprende escuchar que con frecuencia los aventureros se deben dar la vuelta ante lo impío de la climatología que proponen estos dos colosos. Específicamente el Acay ostenta esta fama de inclemente. Es compromiso de todos velar para que este fino equilibrio que tiene escenario la montaña continúe fluyendo, para que las generaciones que lleguen puedan disfrutarlo igual que nosotros.
Me queda agradecer a José Espíndola y a su familia del hostal Amanecer Andino, por su siempre inmoderada hospitalidad. A Jaime Soriano y Nicolas Pantaleón, siempre atentos y serviciales. Y a nuestras familias por alentar nuestros sueños.
Diego Novaira
Guía AAGM N° 612
Socio Agrupación de Montaña Calchaquí. Catamarca.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023