Esta es la historia de la histórica y larga expedición francesa al mando de Maurice Herzog la cual el día 3 de junio de 1950, en una cordada de Herzog y Lachenal, alcanzaron la cumbre
Entre el principio de la historia deportiva del Himalaya y el final en 1939 de lo que podríamos llamarla “segunda época himalayana”, cinco de las catorce cumbres de más de ochomil habían sido atacadas ya: el Everest, lo había sido siete veces, sin éxito; seis veces el Nanga Parbat; cuatro, el K2 y el Kangchenjunga y dos, el Gasherbrum I.
El hombre había fracasado en todas partes, pero al menos esas expediciones sucesivas le habían servido para conocer mejor la montaña, determinar las vías de acceso y descubrir los itinerarios más susceptibles de conducirlos algún día a las cumbres. La primera cumbre de más de ochomil metros fue alcanzada en 1950.
La expedición francesa de 1950 no se dirigió hacia montañas ya conocidas cuya inaccesibilidad estaba casi demostrada, sino que se aproximó hacia una montaña nueva, en una región donde la topografía era poco conocida. Atravesando el valle del Krishna Gandaki, se encaminó primero hacia el Dhaulagiri, que se eleva al oeste de este valle a 8.167 msnm, y luego hacia el Annapurna de 8.091 metros de altitud, al este.
Al proponerse atacar una cumbre de más de ochomil metros en 1950, los franceses se apartaron, en general, de lo que se había hecho hasta entonces. Resulta particularmente interesante el artículo de Licien Devies, presidente de la Federación Francesa de la Montaña y del Club Alpin Franḉais, quien publicó sobre esta cuestión en el Figaro del 24 de abril de 1950, poco después de salir la expedición: “Una fórmula expresa es lo que se debería lograr: hacer de una ascensión himalayana una ascensión alpina. O sea que para crear posibilidades de éxito hay que intentar escalar la montaña no desde el valle, sino desde su verdadera base, en algunos días y no en algunas semanas, aprovechando un período de tiempo favorable”.
Lo que se necesita entonces no es una larga aclimatación, sino una adaptación casi inmediata de todos los escaladores, o al menos algunos de ellos, a las condiciones de altura. Esta dificultad no le pasaba inadvertida a Lucien Devies. Era preciso hacer que la ascensión himalayana se asemejara a una ascensión alpina, pero los Alpes no son el Himalaya. Lucien Devies escribió también: “Es imposible saber por anticipado si unos alpinistas que no experimentan el menor malestar en las mayores alturas alpinas, se adaptarán o no a las dificultades himalayanas”.
Sin embargo, la expedición francesa confió en esa inmediata “adaptación” eventual y no en la “aclimatación”. Muchos escaladores habían insistido sobre la necesidad de la aclimatación, pero los franceses fueron de distinta opinión: “Para que los escaladores den mejor rendimiento, la experiencia parece demostrar que es mejor bajar y subir, como en los Alpes, que pasar una temporada a grandes alturas; la adaptación resulta mejor de este modo”.
No obstante, la mayor parte de las cumbres de ochomil metros habían exigido que los escaladores hicieran una larga estancia a gran altura, pero esos escaladores fracasaron siempre. La experiencia en la que se basaban los franceses era la que había obtenido éxitos en alturas algo inferiores. Lucien Devies se refería de forma explícita a la victoria de Odell y Tilman en la Nanda Devi, victoria bastante rápidamente obtenida por escaladores que se adaptaron bien a la altitud.
Aunque no habían sobrepasado una altura de unos siete mil ochocientos metros y los franceses estaban decididos a subir trescientos metros más, la lección les parecía provechosa y tenían intención de utilizar porteadores en alta montaña si las dificultades que encontraran tuvieran que obligarlos a equipar la vía para ellos, pues semejante trabajo no puede conciliarse con la rapidez.
Este cambio radical de método no se justificaba solamente por el estudio de algunas experiencias anteriores, que se habían desarrollado del mismo modo, sino también, en parte, por los perfeccionamientos realizados con el material de alpinismo. En efecto, la nueva táctica de los franceses exigía un material ligero, y como los miembros de la expedición sabían que este equipo sería puesto a su disposición, pudieron estudiar su táctica contando con ello. Se ha llamado a la expedición francesa “la expedición Nylon”, y, efectivamente, una gran parte del material era de nylon: cuerdas, tiendas y sacos de dormir. Otra parte era de duraluminio, pero lo mejor es dar aquí una cifra global: en 1936 la expedición al Hidden Peak había llevado trece toneladas de material; la de 1950 no llevó más que tres. Esto demuestra las diferentes concepciones entre 1936 y 1950.
El 30 de marzo de 1950, ocho hombres salían de Le Bourget hacia Nueva Delhi en eu DC4 de Air France: Maurice Herzog, Jean Couzy, Marcel Schatz, Louis Lachenal, Lionel Terray, Gaston Rebuffat, Jacques Oudot y Marcel Ichac.
Aparte de Marcel Ichac, que había sido cineasta de la expedición francesa al Gasherbrum I de 1936, ninguno de estos hombres se había acercado todavía al Himalaya.
Las tentativas francesas son demasiado escasas (ésta era la segunda) para poder disponer fácilmente de “veteranos”, cuya experiencia pueda ser provechosa a las nuevas expediciones. Marcel Ichac, a pesar de ser un alpinista de categoría, no debía formar parte de las cordadas de asalto. Lo mismo puede decirse de Jacques Oudot, el médico de la expedición. El grupo de escaladores carecía, pues, de pasado himalayano, pero eran hombres bien escogidos entre los más grandes alpinistas franceses.
El mando del equipo se confió a Maurice Herzog. Jean Couzy y Marcel Schatz solían hacer ascensiones juntos. En 1949 habían realizado en las Dolomitas la tercera ascensión a la cara Oeste de la Marmolada. Los nombres de Lachenal y Terray eran ya conocidos por el gran público Estos dos guías de Chamonix constituían, en efecto, una de las más prestigiosas cordadas francesas. Lachenal y Terray eran especialistas de las más temibles empresas alpinas, y ya que la expedición francesa había decidido proceder a una ascensión rápida, no podía dejar de contar con estos dos hombres que habían sorprendido a los especialistas por su rapidez en realizar la segunda ascensión a la pared Norte del Eiger con un solo vivac, o la ascensión en un solo día del más difícil itinerario del Piz Badile, en la Engadina. Guía como ellos dos, era Rebuffat quien había realizado sensacionales hazañas en los Alpes.
Los franceses pensaron, en primer lugar, en el Kangchenjunga, montaña tradicionalmente intentada por alpinistas alemanes, que se hubiera podido considerar, en cierto modo, como un botín de guerra, pero les estaba vedada por motivos religiosos. El Maharajá de Nepal, Mohun Shamser Jung Bahadur Rana, les dió autorización para alcanzar el valle en el que se elevan el Dhaulagiri y el Annapurna, de más de ochomil metros de altura. Desde el principio, la prensa insistió particularmente en el Dhaulagiri, que tiene un centenar de metros más que su vecino.
Pero al salir la expedición, no se había fijado el objetivo de un modo preciso, ya que la primera misión del equipo consistía en estudiar las dos cumbres para elegir después la que les pareciera más fácil de alcanzar. Si las probabilidades eran iguales, debían escoger la montaña más alta.
El 25 de mayo de 1950, el Figaro, que se había reservado en exclusiva las noticias de la expedición, publicaba una carta de Maurice Herzog a Lucien Devies. Esta carta estaba fechada el 16 de abril de 1950 y decía: “los hombres se hallaban entonces en Baglung, a unos cincuenta kilómetros del Dhaulagiri, del que podían contemplar ya una cara parecida a la cara Norte del Eiger, pero naturalmente mucho más vasta”.
Como la cara Norte del Eiger es una de las más temibles paredes de los Alpes, era imposible pensar en atacar en el Himalaya una cara de parecidas características en un nivel mucho más considerable.
En su carta del 16 de abril, Maurice Herzog precisaba que no podía pensarse en descubrir una vía en esta cara ni sobre la cara Oeste, a la que veían de perfil pero no era menos impresionante.
Muchos franceses, sin duda, intentaban seguir la marcha de la expedición y leían los telegramas que Herzog dirigía al Figaro. Muchas veces eran concisos como comunicados militares, pero a pesar de ello, dejaban traslucir la fatiga de los hombres, sus esfuerzos, su paciente y tenaz avance.
Una vez escogida la montaña que debían atacar y habiendo montado el campamento base, los franceses contaban con realizar una ascensión muy rápida, pero avanzaban por una región por completo desconocida. Por ello es que en primer lugar tuvieron que efectuar un verdadero trabajo de exploración y luego reconocer las vías que podían permitir eventualmente el acceso al Dhaulagiri o al Annapurna. Después de las exploraciones, se decidió renunciar al Dhaulagiri, que parecía una montaña extremadamente difícil, y dirigir el asalto contra los 8091 metros del Annapurna.
Los hombres gozaban de buena salud y el tiempo parecía, al menos al principio, bastante clemente.
El 18 de mayo, Herzog y sus compañeros se hallaban al pie de una cara norte de una montaña glaciar y la ascensión propiamente dicha comenzaba.
Los telegramas acusaban que la marcha era regular, pero uno de ellos era bastante inquietante: la exploración de una región desconocida había exigido mucho tiempo y el Monzón se acercaba ¿Tendrían tiempo los expedicionarios de realizar con éxito la ascensión antes de que la tempestad llegara a la montaña?
Hubo un largo silencio, y el 26 de junio se supo que el día 3 de junio de 1950, una cordada formada por Herzog y Lachenal había alcanzado la cumbre. Saliendo del campamento V, situado a 7500 msnm, había franqueado en ocho horas seiscientos metros de desnivel.
Se supo también que el descenso había sido muy penoso a causa del mal tiempo y que los alpinistas se habían visto obligados a vivaquear entre los campamentos V y IV. Herzog y Lachenal sufrieron severas congelaciones en pies y manos; también fueron arrastrados por aludes.
Su milagrosa salvación se debía en primera instancia a sus compañeros Terray y Rebuffat, que los auxiliaron a su regreso de la cumbre, a los cuidados médicos del doctor Oudot, a la colaboración del resto de los miembros de la expedición y de los sherpas que los transportaron en penosísimas condiciones, bajo las lluvias torrenciales del Monzón.
Herzog y Lachenal pagaron un altísimo precio por la cumbre alcanzada: Herzog perdió los dedos de manos y pies, mientras Lachenal tuvo que ser amputado de los dedos de los pies por las congelaciones sufridas.
El récord de la más alta cumbre alcanzada había sido batido, pero entre la Nanda Devi de Odell y Tilman y el Annapurna de Herzog y Lachenal, no había solamente una sencilla “diferencia de cantidad”, sino que entre ellas existía también una diferencia de calidad, ya que la altura de la primera es inferior a ocho mil metros y la segunda es superior.
Al escalar por primera vez una cumbre de ocho mil metros, los franceses daban un nuevo sentido a la competición himalayana: ya no podía haber una lucha para los “8000 metros”, considerados como el límite que se deseaba alcanzar o superar en cualquiera de los ochomiles del Himalaya.
El 3 de junio de 1950 es una de las fechas mas importantes de la historia himalayana y de todo el alpinismo
Annapurna, primer 8.000, de Maurice Herzog.
Annapurna. 50 años de expediciones a la zona de la muerte.
Los Techos del Mundo, de Richard Sale y John Cleare.
Cuadernos del vértigo, de Louis Lachenal y Gérard Herzog.
Expediciones al Himalaya de Guy Marester.
Los Conquistadores de lo inútil, de Lionel Terray.
Montañas de Nuestra Tierra, de Toni Hiebeler.
Enciclopedia de la Montaña, de Juan José Zorrilla.
Les Grands Alpinistes, de Paolo Lazzarin y Roberto Mantovani.
Montagne. Les grandes premières, de Sylvain Jouty.
Revista Desnivel Nº 133: “Entrevista a Maurice Herzog”
Revista Desnivel Nº 168: “Annapurna, 50 aniversario”
Revista Desnivel Nº 203: “Biografía de Lionel Terray
Centro cultural Argentino de Montaña 2023