Es una de las montañas menos conocida del Parque Provincial Cordón del Plata, en la provincia de Mendoza, por su ubicación y acceso alejado de los clásicos cerros que se ascienden
Integrantes: Emiliano Gabriel Vidal (32) y Lautaro Rodríguez (39).
Contacto: evidal6@hotmail.com; Instagram: emiliano_vidalmza
El cerro Pircayanas es una montaña que se eleva hasta los 4686 msnm. Se encuentra en el sector central del Cordón del Plata, ubicado en la cordillera Frontal de la Provincia de Mendoza. Pertenece al distrito Potrerillos, dentro de la jurisdicción del departamento Luján de Cuyo. Sus coordenadas son 32°50'30.51"S 69°26'12.11"O.
Se desconoce quién le asignó tal denominación. Como nota de color, quienes pisaron por primera vez este cerro, lo dejaron sin bautizar.
Tuvo lugar en el año 1984. Gabriel Cabrera, Danielón Rodríguez y Eduardo Raggio lo ascendieron por primera vez en el contexto de una expedición de seis jornadas que incluyó además los picos Salto, Portezuelo del Blanco, el cerro Blanco y todas las cumbres subsiguientes al norte, como los cerros Azulgrana, Ángeles, Bella Vista, Uspallata y Minero, entre otros.
Fue realizada por Pablo Cardozo y Yami Zammia Milani durante una expedición que incluyó varias cumbres del sector y tuvo lugar entre finales del mes de octubre y principios de noviembre del año 2020.
Primer día (08/10/22)
Comenzamos a caminar a las 12:18 hs., minutos después de haber descendido del colectivo que nos dejó en la desembocadura de la quebrada del Alumbre en la RN7 (32°49'1.64"S 69°17'55.03"O – 1600 m.), metros antes del túnel del cerro Negro.
Nos adentramos 9 km. en la mencionada quebrada hasta llegar a la altura de las plateas, donde llegamos alrededor de las 17:15. Sobre la margen norte del arroyo, nos instalamos (32°49'28.56"S 69°22'43.42"O, 2280 m.)
Al anochecer, luego de armar la carpa, cenamos un espectacular asado preparado por Lautaro.
Segundo día (09/10/22)
No muy temprano nos despertamos, desayunamos y levantamos campamento. Esta habría de ser una jornada corta en cuanto a distancia recorrida, pero sin dudas, una de las más agotadoras, puesto que teníamos que cargar agua y equipo para los días subsiguientes.
El plan era llegar por lo menos a los 3500 m. De esta manera, la jornada de cumbre se vería reducida a “sólo” 1200 metros de desnivel.
En vez de remontar la quebrada del Pircayanas (opción que parecería ser la más lógica), al analizarla con detenimiento, consideramos que subir por ella habría de ser una tarea tortuosa, puesto que presentaba un incómodo acarreo de piedras de mediano tamaño. Así que optamos por seguir la ladera del cerro.
El terreno se presentaba incómodo y hasta peligroso de a ratos, con no más huellas que la de algún intrépido guanaco. El peso de nuestras mochilas (sobre todo la mía) no ayudaba. Como al momento de abandonar la quebrada del Alumbre no teníamos más fuentes de agua, había cargado unos siete litros. El excesivo peso hizo que mi paso se volviese torpe y lento, por lo que Lautaro me sugirió que descartara unos cuatro litros. “¿De dónde vamos a sacar agua?”, fue mi pregunta, a lo que él me respondió: “quedate tranquilo, ya vamos a ver”.
Con semejante alivio en la espalda, pude continuar sin mayores inconvenientes. No obstante, luego de varias horas de agobiante subida, y con la desventaja de que se nos estaba yendo la luz del sol sin haber encontrado lugar para armar la carpa, Lautaro se ofreció a llevar mi mochila unos cien metros más arriba, hasta un punto que visualizó como un posible lugar para acampar, circundado por grandes rocas. Contra mi orgullo, puesto que soy de la idea de que uno mismo debe llevarse su propio peso, le cedí mi mochila, y alivianado subí hasta el punto que él había visualizado. Al rato, llegó con mi mochila y descendió a buscar la suya.
Nos encontramos con un sitio potencialmente apto para armar la carpa, a pesar de no existir prácticamente un metro cuadrado de terreno plano. Luego de un largo rato preparando el suelo, instalamos nuestro refugio.
Al anochecer, Lautaro volvió a sorprendernos cocinando una carne a la olla. Nos fuimos a dormir con las últimas luces, ansiosos por el día de cumbre.
En total, recorrimos 3,36 km y subimos 1230 msnm para llegar a este punto (32°50'4.63"S 69°24'33.91"O), situado aproximadamente unos 300 metros por debajo de la arista.
Tercer día (10/10/22)
Nos despertamos con las primeras luces y, sin apuros, desayunamos y preparamos el equipo necesario para el ataque a la cumbre. Una vez finalizado ello, empezamos a caminar a las 08:30 hs. Desde la carpa era visible el camino a seguir hasta la arista, y lo más esperanzador, unos manchones de nieve para derretir agua, ya que se nos estaba acabando.
Como suele suceder, al comenzar a caminar, nos sentíamos algo pesados y erráticos. No obstante, esto es normal hasta lograr el cambio de aire.
Una vez alcanzada la arista, el camino a seguir se mostraba más evidente. Siendo las 10:34 hs., y habiendo alcanzado una altitud de alrededor de 3900 msnm, nos detuvimos a descansar un rato.
Desde ese punto, ya era visible el embalse Potrerillos, así que intuí que podríamos tener señal de celular. Y así fue: luego de dos días incomunicados, pudimos avisar a nuestras familias que nos encontrábamos en buenas condiciones. Si bien llevábamos radio, tampoco habíamos tenido salida.
Desde ese punto, era notable un morro y una quebrada nevada inmediatamente al sur del mismo. Decidimos que seguiríamos hasta el morro, puesto que el paso habría de ser más fácil.
Aquí mi ritmo empezó a mermar y mis pasos eran cada vez más lentos y sin rumbo. Me costaba avanzar: le tenía que “pedir permiso a un pie para mover el otro”. Lautaro a cada rato me preguntaba “¿estás bien?”, y manifestaba que no me veía en condiciones de seguir. La ansiedad se estaba apoderando de mí. Sin embargo, estaba decidido a seguir. Le había encomendado que no prendiese el GPS para medir la altura. Sin embargo, a poco de superar el morro, “faltan cuatrocientos metros (verticales)”, exclamó… “Bueno –me dije– Es algo menos que subir un cerro Arco”.
Mis agotadas piernas me estaban jugando una mala pasada. En determinado momento, pensé “hasta acá llego”. Pero una fuerza inexplicable hizo que retomara la marcha.
Desde ese punto, comenzamos a visualizar unos torreones rocosos, que intuíamos marcaban la cumbre. Esto fue un gran aliciente.
Por encima de los 4400 msnm, el terreno exigía que subiéramos en un monótono zigzag. Habiendo pasado el tiempo y alcanzado cierto desnivel, poco antes de llegar a la arista cimera, “¡faltan 200 metros!”, expresó Lautaro. “Bien… falta poco”, pensé.
Ya en la arista, sus palabras fueron: “¡faltan 120 metros!”. Estábamos por lograr nuestro objetivo. Con lo que pensé que era la cumbre entre mis ojos, enfilé motivadísimo, y una nueva energía emergió desde mi interior. Así, a grandes pasos fuimos ganando rápidamente altura. No obstante, la cumbre estaba un tanto más atrás. Ni torpes ni perezosos, velozmente completamos los últimos metros con gran rapidez. Inmediatamente al norte, divisamos los torreones rocosos que pensábamos que marcaban la cumbre. Afortunadamente, no tuvimos que subirlos, puesto que ya nos encontrábamos en el punto culminante del cerro: una bolsa negra aplastada por una pequeña pirca marcaba la cima. Nos invadió una gran felicidad. Eran las 15:10 hs., y habíamos superado casi 1200 metros verticales en 3,2 km. andados.
El interior de la bolsa se encontraba mojado. Contenía un desecho testimonio, el cual abrimos con mucho cuidado. Nuestros antecesores habían sido Pablo Cardozo y Yami Zammia Milani, y databa de dos años atrás.
Dejamos nuestro comprobante, tomé las fotos de rigor y capturé un video del panorama.
(VIDEO)
La vista era espléndida: se podía apreciar el cerro Plata al sur, el macizo de La Jaula al oeste, el siempre majestuoso Aconcagua, el extremo norte del Cordón del Plata, el Cordón del Tigre, el embalse Potrerillos y la precordillera al este.
Para nuestra fortuna, los días que nos habían tocado eran espléndidos: únicamente sopló viento en la cima.
Al cabo de unos minutos, emprendimos el descenso. Nos detuvimos en uno de los manchones para juntar nieve para derretir. En ese momento, nos sentimos aliviados, puesto que no nos faltaría el agua. Tratamos de fundir la nieve en el lugar, pero el calentador falló, por lo que acopiamos en unas botellas que teníamos en nuestras mochilas.
Luego de algunas horas, ya nos encontrábamos de vuelta en la carpa. Nos sentíamos cansados pero muy satisfechos por el logro. Esa última noche, cenamos lo que quedó de la carne a la olla con unos fideos y fue sencillamente espectacular.
Cuarto día (11/10/22)
Esa noche me costó mucho dormir. Estimo haber conciliado el sueño tan sólo unas cuatro horas. Lautaro pudo descansar mejor. En medio del insomnio, trataba de entretenerme escuchando música con el celular, y ansiosamente esperaba el amanecer, lo que finalmente ocurrió alrededor de las 07:00 hs. “Lautaro –le dije– ya está por salir el sol. No tengo muchas más ganas de estar acá”.
Desarmamos la carpa y emprendimos el regreso. No tenía la más mínima idea de lo tortuoso que iba a ser.
Desde el campamento, faldeamos la ladera del cerro unos metros hacia el oeste, y luego encaramos rumbo a la quebrada Pircayanas, hacia el noreste. Arribamos a la misma luego de descender unos 340 metros.
La fatiga estaba haciendo mella en mí. Tropecé estrepitosamente mil y una veces. Mientras tanto Lautaro llevaba la delantera, a su ritmo, buscando la mejor huella. Los cerros Alumbres se iban haciendo cada vez más altos, lo que me entusiasmaba, puesto que íbamos perdiendo altura paulatinamente.
Al cabo de 1700 metros complicados, llegamos a un arroyo, donde hicimos una pausa para hidratarnos, refrescarnos y elongar. Estábamos a tan sólo un kilómetro del empalme con la quebrada del Alumbre. No obstante, este tramo no fue la excepción: tuvimos que hacernos camino entre las cortaderas, que nos cerraban el camino. El agua pasaba por debajo de nuestros pies. Al concluir este tramo, divisé un árbol que me pareció conocido: estábamos llegando a las plateas.
Al llegar allí, el alivio fue inmenso: lo difícil había quedado atrás. “Sólo” restaban 9 km hasta la ruta. Estimamos que nos iría a insumir unas 2 horas y media para llegar hasta allá.
En las plateas, descansamos para almorzar. El menú lo conformaban unos maltrechos sándwiches de miga que llevaba en mi mochila. Lautaro se cansó de burlarse por el estado de los mismos: como no había encontrado ningún tupper con tapa en casa, los dispuse en una bandeja plástica dentro de una bolsa. La presión de la mochila los deshizo. Pero al menos tenían buen sabor.
Ya con la panza llena, emprendimos los últimos kilómetros. Lautaro seguía llevando la delantera. Para evitar quedarme demasiado lejos, le sacaba temas de conversación. De ese modo, pretendía que fuésemos a la par.
Faltando unos 6 km para llegar a la ruta, decidió hacer una pausa para refrescarse en el arroyo. Mientras tanto, yo aproveché para recostarme sobre las piedritas y recargar energías. El sol me daba directo en la cara. Experimenté una sensación de paz y tranquilidad inigualables.
Al regreso de Lautaro, reanudamos la marcha. Al cabo de un tiempo, arribamos al empalme con la quebrada Cajón Escondido. No parábamos de deleitarnos con la belleza del cerro Rojo (también llamado “Colorado”). Al dejar a éste atrás, ya divisábamos unos kilómetros más adelante al cerro Negro, por donde pasa el primer túnel rumbo a Uspallata.
Entre anécdota y anécdota de parte de Lautaro, el tiempo fue pasando amenamente. Mirábamos hacia los gigantes que teníamos a nuestras espaldas y no podíamos creer que tan sólo un día atrás habíamos estado en la cima de uno de ellos.
A medida que nos acercábamos a la ruta, soplaba el viento con mayor intensidad, lo que interrumpía nuestras conversaciones. El cerro Negro se hacía cada vez más cercano y el deseo por terminar la expedición se hacía carne en nosotros.
Finalmente, siendo las 16:14 hs., pisamos la ruta. Una sensación de júbilo me invadió. ¡Lo habíamos logrado! Ahora, a esperar el colectivo para regresar a casa.
Preparamos nuestro equipaje para subir al ómnibus. Lautaro se puso a cepillarse los dientes, y de repente gritó: “¡Andesmar!”. Inmediatamente me puse a hacer señas, y el colectivo se detuvo a escasos metros de nosotros. Ni habían pasado cinco minutos desde que habíamos pisado la ruta. Dejamos las mochilas en la bodega y nos subimos. Al cabo de algo más de dos horas, ya estábamos disfrutando de una merecida media tarde en la terminal de Mendoza, poniendo fin a esta gran aventura.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023