Este importante escalador polaco fue médico, esquiador, periodista y escritor de montaña, autor de muchas nuevas rutas de escalada en los Tatras e integrante de la histórica expedición polaca de 1934 a la Argentina
Nació el 8 de febrero de 1899, en Cracovia, Polonia. Quien describía con afilado detalle, sobre su persona fue su compañero de cordada Víctor Ostrowski, como parte de la Primera Expedición Polaca a los Andes, en el año 1934, decía: “A pesar de su pequeña estatura y aspecto delicado, era uno de nuestros mejores alpinistas. Gozaba de merecida fama por su extraordinaria agilidad en los más difíciles escalamientos. Numerosas expediciones alpinas lo habían familiarizado con la técnica del hielo y de la nieve.
Además, era un excelente médico y un perseverante científico. Un día fuimos a ver su laboratorio, antes de que lo embalasen. Manómetros para tomar la presión de la sangre, microscopios, extraños vidrios, frascos, ampollas, tubos, jeringas, agujas… Estábamos contemplando, con cierta perplejidad, todos esos instrumentos de tortura, cuando el doctor se acercó y nos miró de arriba abajo, con marcada superioridad, y nos exigió un incondicional respecto hacia el científico almacén y nos recordó: “No se olviden, para mí Uds. son, ante todo, simples conejitos experimentales. Su sangre… Puso unos ojos tan terribles que nos dispersamos horrorizados y desde ese día, quedó bautizado como El Vampiro.”
A partir de 1906, conoció las montañas de Tatra de manera turística durante los viajes de vacaciones.
En los años 1918-1920 sirvió en el ejército polaco. Después de graduarse de estudios médicos, se asoció profesionalmente en Cracovia, trabajando como médico de rayos X.
A mediados de la década de 1920, junto con algunos miembros de la Sección Taternicka del Cracovia AZS, creó un grupo informal de montañeros con una actitud decididamente deportiva llamado Grupą Syfonów, que en 1926-1930 marcó las pautas para el montañismo polaco.
Fue montañista desde 1922, hasta alrededor de 1935, siendo uno de los principales escaladores polacos.
Dorawski, hizo varias rutas nuevas en los Tatras: Rumanowy Szczyt con la pared Nororiental, en el año 1928; Ice Peak del valle de Śnieżna, en el año 1929; el Little Kieżmarski Szczyt, por las pared baja de la vertiente Norte, en el año 1929; Diablovo sedlo Este, en el año 1930; Gerlach por la pared Oriental, en el año 1930; Kieżmarski Szczyt por la pared Sur, en el año 1930; Arm of Hiding, por el medio de la pared Norte, en el año 1930 e Ice Peak por el muro Noroeste, en el año 1931.
Sus compañeros de escaladas fueron otros montañistas prominentes de la época, fueron Wincenty Birkenmajer, Kazimierz Kupczyk, Adam y Marian Sokołowscy, Alfred y Jan Alfred Szczepański, Mieczysław Szczuka y Karol Wallisch.
En el año 1931, participó en una expedición de escalada a los Alpes Dolphin, donde participó, en el tercer pasaje de la pared Sur de La Meije, en el grupo montañoso Écrins. En el año 1934, participó en la Primera Expedición Polaca a los Andes, donde participó en las primeras ascensiones de Alma Negra, de 6.120 metros y La Mesa, de 6.200 metros. En el año 1934, dirigió la expedición polaca al Alto Atlas, durante la cual, participó activamente en la escalada.
En el periodo estival de 1933–1934, Konstanty Narkiewicz-Jodko; dirigió una expedición polaca organizada por la Sociedad Tatra a los Andes, comenzando con la Cordillera de los Andes Centrales de Argentina, en la provincia de San Juan, y posteriormente en el Aconcagua, en la provincia de Mendoza.
La expedición estuvo conformada por Konstanty Narkiewicz-Jodko, como jefe de expedición, Stefan W. Daszynski, como geólogo, Jan K. Dorawski, como médico, a pesar de su pequeña estatura y aspecto delicado, era uno de nuestros mejores alpinistas; Víctor Ostrowski, como fotógrafo y topógrafo, Adam Karpiński, meteorólogo y diseñador de equipos, y Stefan Osiecki, camarógrafo, la misma realizó los primeros ascensos de Mercedario, Alma Negra, intento al Pico N (luego bautizado como Polaco), La Mesa y Cerro Ramada.
En cuanto a la especifica participación de Jan Kazimierz Dorawski, como médico y como andinista, podemos decir que, previo a iniciado el viaje, Jan, quiso sugerir y convencer a los participantes casi todos empedernidos fumadores,de dejar el pernicioso vicio, proponiendo demostrar el temple y voluntad de los integrantes abandonándolo, sin lograr resultados positivos; iniciada la expedición ya en las estribaciones del cerro Mercedario, e instalados en el campamento base, Jan, desplegó su laboratorio y en los primeros días y comenzó sus experimento, sacando las primeras muestras de sangre. Nos decía Víctor Ostrowski,” todas las mañanas, anunciaba con voz de dictador, que debíamos permanecer en ayunas hasta después de que sus conejitos de la India hubiesen sido pinchados y que hubiese podido beber unas gotas de nuestra sangre. En efecto, esta debía ser sacada en ayunas para no falsear los resultados. Durante las primeras noches pasadas en el Valle de acceso, todos sufrimos de insomnio, síntoma normal y común, provocado por la insuficiencia de oxígeno.
Días después, nuestro organismo se había adaptado a las nuevas condiciones de vida. Cesó el insomnio y fue reemplazado por un apetito de lobo… El proceso de aclimatación se efectuaba rápidamente, pero, en los primeros tiempos, observamos un interesante síntoma de cual los investigadores de las altas regiones hablan poco y como a desgano: la excitación nerviosa.
La propuesta de jugar una partida era entonces recibida con entusiasmo, pero me veo obligado a confesar con tristeza que jamás pudimos terminar siquiera una vuelta… El inocente entretenimiento provocaba tal excitación, cualquier salida poco afortunada del compañero era reprendida con tanto enojo y reproche que, al final abandonábamos el juego y los entrompados jugadores, con aires ofendidos, se metían en sus bolsas de dormir. Dorawski, tomó nota del raro fenómeno y según él, cabía atribuirlo a la baja presión. También, permanentemente, inclinado sobre su microscopio, nos martirizaba con todas las torturas médicas conocidas o inventadas.”
Luego de varios días de permanencia en el lugar, indudablemente, realizando tareas de reconocimientos y exploración para ver por donde se realizaría los ascensos y de acuerdo al estudio que hacía de cada uno el Vampiro, dio luz verde a las primeras actividades de ascensos.
Continua, Víctor Ostrowski, con sus escritos:” El Vampiro, sobre la base de sus investigaciones y análisis, anunció que,nuestros organismos estaban perfectamente adaptados a la vida en las alturas y que esa adaptación debía surtir efectos hasta cinco mil quinientos metros aproximadamente. Más arriba, ello ya será difícil, pero los últimos mil metros los venceremos en alguna forma. De todos modos, no creo que valga la pena perder tiempo y proseguir aclimatándonos a esta altura.”
Era verdad, ya no sufríamos los inconvenientes que había señalado anteriormente de nuestra llegada al campamento: insomnio y rápido cansancio al realizar cualquier esfuerzo. Dormíamos como lirones, teníamos un apetito fantástico, podíamos realizar una esforzada gimnasia e, incluso, levantar pesas considerables sin cansarnos.
El plan de ataque al coloso sanjuanino fue conformar tres cordadas, la primera formada por Koko y el Vampiro, la segunda con los dos Stefan y la tercera, Víctor y Adam. Tenían independencia para llevar su ritmo de ascenso, escalonar los campamentos de altura, sin desintegrar la mínima unidad que era de a dos. También, se dispuso que no interesaba quien llegara a la cima, lo fundamental que se asegurara la cumbre por cualquiera de las tres cordadas, no siendo el triunfo de la misma sino de la expedición.
El día 15 de enero, se partió hacia el primer campamento de altura, donde se llevó material para instalar y dejar, principalmente el más pesado y luego se regresó al campamento base, donde se durmió.
El 16 de enero, volvieron a salir ya con vistas a una continua marcha escalonada con campamentos de altura hasta la coronación de la cima, instalándose el primer campamento a más de cinco mil metros.
El día 17 de enero, en la delantera nuevamente salieron Víctor y Adam, lo seguían los Stefan y en el tercer lugar retrasados, Koko y el Vampiro, arribando en ese orden al pie del glaciar, aproximadamente, a los seis mil doscientos metros; los primeros, vivaquearon con una bolsa de dormir doble, y las otras dos cordadas se instalaron en sus respectivas carpas de altura.
Al otro día, 18 de enero, los primeros en levantarse algo entumecidos por el frío, dado que la larga y fría noche los había tratado algo mal, fueron Adam y Víctor, que observaron hacia abajo, uno metros menos que ellos, que, en la carpa de los Stefan, había algo de movimientos, mientras que en la de Koko y el Vampiro, continuaban aparentemente durmiendo.
El día era bastante agradable a pesar del frio, teniendo en cuenta que estaban a más de seis mil metros, pero también notaron que las nubes en el valle, hacia el Este, podrían escalar durante el día y obstaculizar la cumbre, esto hizo que se apresuraran a salir y dejar todo bien aparcado cerca de unas piedras, dentro de una mochila roja que les permitiera localizarla al regreso.
Ya en el camino, y a varios metros del lugar donde habían pasado la noche, vieron que se empezaban a mover los Stefan, no así la carpa de la otra cordada que seguía sin moverse.
Los descansos eran intercalados en la marcha al comienzo, medidos por el tiempo, lo que luego fue cambiando más por la recuperación que por el tiempo que permitía normalizar la respiración y el ritmo cardiaco.
Luego de cinco horas de marcha, superando los más de setecientos metros de desnivel, pudieron acariciar la cumbre, acompañados por momentos con un viento blanco, que solo les permitió observar los alrededores cercanos y en un momento de pausa del viento blanco, observar a los Stefan que seguían trepando sostenidamente hacia ellos, hacia la cumbre.
Hicieron mediciones rápidas, sacaron algunas fotos y como manifestación de su arribo hicieron un mojón de piedras, el cual fue aumentado su tamaño, con el arribo de los Stefan, con quienes se cruzaron en el camino.
Siguieron unos hacia el vivac y otros para coronar la cima. Cuando arribaron al vivac, lograron ubicar la mochila roja y luego de tomar todos sus equipos dejados en el lugar, siguieron hacia la carpa de la primera cordada, es decir, de Koko y el Vampiro, quienes comentaron que no se habían sentido muy bien y por ese motivo, no habían salido hacia la cumbre; posteriormente, siguieron hacia el campamento base, donde arribaron a la noche.
Los Stefan, luego de hacer cumbre y hacer varias tomas fílmicas, regresaron con la alegría de haber coronado la cumbre; esa noche, junto a la carpa de Koko y el Vampiro, hicieron noche hasta el día siguiente en que regresaron ambas cordadas.
Jan Kazimierz Dorawski, una vez regresados todas las cordadas continuó con sus prácticas vampirescas y en la carpa del campamento base se transformó en un laboratorio clínico.
Por turnos les tomaba la presión, los auscultaba, les sacaba sangre,que extendía sobre unos misteriosos vidriecitos y se quedaba horas enteras con el ojo pegado al microscopio.
Regresaron también, los baqueanos que estaban con las mulas en el valle, y cuando se enteraron del triunfo, se alegraron mucho.
Se adelantaron tres integrantes, Adam, el Vampiro y Víctor, hacia la laguna Blanca, cuando arribaron a proximidades de la misma, se desperdigaron para reconocer un lugar apto para instalar el campamento base, que debían trasladar en ese nuevo lugar; al detener Víctor su mula, vio un brillo fuera de lo común de una piedra dorada, desmontó y cuando la tomó, se le iluminaron los ojos y la mente, y gritó, ¡Oro! Las pepitas brillaban en los trozos de cuarzo, eran trozos de tamaño grande como del puño, la verdad su imaginación voló y les comunicó a los compañeros el hallazgo, que por el alboroto que produjo, arribaron presto al lugar.
Las manos y hasta los bolsillos de Víctor, ya rebosaban de estas piedras, las que se las mostró al Vampiro y a Adam, quien luego de observarlas, le dio la mala noticia de que era pirita.
Concluido el cuento de hadas y finalizado el corto sueño de futuras experiencias y tareas elucubradas en instantes, los millonarios volvieron a ser simples personas.
Esto trajo aparejado que, con buen tino, se sentaron a reírse de sus propios pensamientos y fantasías, especialmente de Víctor, que ya soñaba con varias expediciones más por el mundo.
Ya en el valle Colorado, se siguieron con el relevamiento topográfico, recolección de material que le sirvió al geólogo de la expedición, y la expedición aprovecho para ascender un cerro virgen, que lo bautizaron con el nombre de Wanda, en honor de la esposa de Adam, regresando de la ascensión todos muy entusiasmado ya que desde la cumbre de este cerro habían podido observar en su plenitud, el cerro Ramada, objetivo que estaba en la agenda.
Ese traslado hacia el valle del Colorado significaba el traslado de todo el material y lograr el pasaje difícil sobre una morena, la cual, superarla exigía un gran esfuerzo especialmente para el ganado, el cual en su momento se realizó con cuidado, pero con el descubrimiento de la rudeza y resistencia con que se movían las mulas, mientras que los caballos, les resultó difícil y a duras penas y sin cargas pudieron llegar.
Una vez instalados, se resolvió que una cordada integrada por Víctor, Adam y el Vampiro, serían los que ascenderían el cerro Negro. Cerro que realizaron sin novedad y del cual no hubo ninguna descripción sobre el ascenso por cuanto el escalamiento, no tuvo mayores dificultades, fue el 25 de enero de 1934.
Casi hasta el atardecer trabajaron en la cima sin descanso, realizando fotografías, croquis, medidas de ángulos y realizando un cálculo de la altura, la que dio como resultado de 5.550 metros de altitud.
El regreso se produjo por la ladera del glaciar orientada al Sureste, tratando de ganarle el tiempo a la oscuridad que los corría, y cuidando de no caer en alguna grieta del glaciar, cosa que sortearon sin inconvenientes, no así algunos porrazos que se produjeron, pero frenados con las rápidas reacciones que le dieron las piquetas clavadas en el duro hielo.
Ya cerrada la tarde, se sentaron en una zona a esperar la señal que les darían desde el Campamento Base, unas luces de bengala para orientar el desplazamiento hacia la misma durante el regreso nocturno.
A las 22,00 horas como estaba previsto se hizo notar la señal, aunque era débil por la distancia, fue percibida por la cordada y hacia allá rumbearon, no sin dejar de quejarse por la débil luz que producía la señal, expresando: ¡Prometieron lanzar una bengala y ahora alumbran con un fosforo!
El descenso acompañado por la luz que les brindaba la luna, fue bastante penoso. A las dos de la mañana, se encontraban en el fondo del valle, a lo lejos los guiaba las blancas carpas que con el reflejo de la luna se distinguían.
Los cruces de los arroyos que con sus frías aguas debían cruzar, y que fueron varios, los hizo que para preservar sus vestimentas se despojaran de todo lo que llevaban desde la cintura para abajo, hasta los calzados, grosso error, dado que las afiladas piedras en el lecho de los arroyos les cobró su peaje, les lastimo las plantas de los pies.
Las heladas aguas ya no les producían temblores, al final del recorrido, les producían sacudones y para poder sobrellevar estos momentos, coordinaron que sería bueno acompañarse con cánticos recordando una antigua canción eslovena, lo hacían tan fuerte que lograron despertar el campamento, y no solo eso, los hizo preocupar por los alaridos, más que por el canto que producían.
Cuando estaban cerca del campamento y desconcertados por lo que escuchaban sus compañeros le gritaban ¿Qué les pasó? ¿Qué están haciendo? ¡Ellos les contestaron, Nos estamooooos lavaaaaando los piieees! Preparen téééé… Bebieron un mar de té caliente y cosa notable, ninguno de ellos estornudó.
El valle Colorado, nos los describía Víctor Ostrowski, tiene bien merecido su nombre. Está lleno de color en todo el sentido de la palabra. Jamás hemos hallado tanta riqueza de tonalidades y tan fantásticos cuadros como en el fondo y en las laderas de ese valle.
Todos, los colores, rojo vivo, negro de hollín, amarillo ocre, celeste del cielo, verde primaveral, estaban dispuestos en pintorescas manchas. Pese a mi explicada antipatía para los arroyos, tenía que reconocer que ellos también eran hermosos. Sus aguas se coloreaban al correr sobre las laderas y parecían fluir de la paleta de un pintor. Era solo al unir todas sus aguas que los arroyos formaban el turbio y cubierto de espuma Río Colorado.
La base principal, una vez instalados en el Valle del Colorado, estaba a una altitud de 3.670 metros. El objetivo era permanecer por un periodo en ese lugar siguiendo con el proyecto de conquistar otras cumbres más de la zona, lamentablemente, el tiempo los mantuvo inactivos por unos cuantos días en sus carpas, pero aprovecharon para ponerse al día con las tareas pendientes de transcribir todo lo que hasta ese momento habían realizado.
Cuando se produjo la calma del mal tiempo, y vislumbrando que el cerro La Ramada, se veía en todo su recorrido hasta la cima del trayecto hacia la cumbre, Koko, partió en solitario, para intentar coronar su cima; hasta una buena altura fue trasladado él y su mochila por uno de los baqueanos, el cual, al cabo de tres días regresó a buscarlo al mismo lugar; y la logró coronar el día 2 de febrero de 1934.
Mientras tanto, Jan Kazimierz Dorawski, Adam y Víctor, pesadamente cargados, se desplazaron hacia el cerro Alma Negra, trasladados también por el resto de los baqueanos; ellos y sus pesadas mochilas.
El primer día, bloqueados el paso por un glaciar debieron de dejar las mulas y portar las pesadas mochilas; superado el glaciar con sus altos penitentes, lograron instalarse al anochecer, en un pequeño llano que les permitió instalar la carpa, pero sobre ese lugar y visualmente amenazante se encontraba una enorme piedra que había rodado de las alturas y se había detenido en ese lugar. Las dudas de la peligrosidad en un primer momento le hicieron estar intranquilos, pero con el correr del tiempo, no les quedo otra posibilidad para pasar la noche y colocaron la carpa debajo de ese alero amenazante.
Nos contaba Víctor Ostrowski, “El médico propuso que los dos técnicos, Adam y yo, investigásemos el asunto y diéramos una opinión fundada. Observamos la gigantesca piedra con ojos malévolos, dimos unos golpecitos con las piquetas y, finalmente, la comisión técnica declaró: se puede acampar. La piedra estaba segura, no se moverá.” Ese dictamen fue realizado, principalmente por el hecho de que fuera de allí, no había otro sitio apropiado.
No obstante, durmieron sobresaltados, inquietos, pensando que la enorme roca los podría aplastar, esta pesadilla les duró hasta el alba, también, esta preocupación, puede haber sido aumentada por el efecto de la altura, dado que estaban a 4.900 metros.
Desde allí se atacó la cima, dejando en el lugar las carpas; el terreno no difícil, aunque las piedras sueltas, eran molestas; el paisaje era muy atractivo por las figuras que parecían representar las grandes rocas; una de ellas se asemejaba a una gran esfinge y más allá un gigantesco búho.
Iniciada la marcha y una vez que salieron del laberinto y estuvieron sobre otro glaciar bastante descubierto, luego, comenzó a cubrirlos y lo que parecía algunas nubecitas livianas, se convirtió en una espesa neblina, lo que no permitía visualizar a un metro de distancia. También inició una nevada lenta y copiosa, que provocó que se dudara que se pudiera alcanzar la cumbre.
Se pusieron a esperar a que amainara el temporal, pero siguió nevando sostenidamente, esto hizo que lo más apropiado fuera regresar y así lo hicieron, identificando por un momento, cuando algo se despejo, el lugar donde estaban las carpas y para allá se condujeron.
Por la noche, continuó nevando, tan grande era el cansancio, que se olvidaron de la piedra grande que estaba por encima de donde habían instalado las carpas. Durante la noche, nevó copiosamente; al día siguiente, dispusieron bajar y dejar las carpas en el lugar para intentar luego, nuevamente el cerro La Meza.
Cuando regresábamos los sorprendió el arribo de un baqueano, que llego al lugar en donde los habían dejado el día previo al ascenso, manifestando que no había habido noticias de Koko, aunque luego de observar hacia el cerro donde supuestamente estaba Koko, vieron contando los integrantes y mulares que regresaban, que la cantidad de integrantes que regresaban incluían en número a Koko, lo cual los tranquilizó y regresaron al Campamento Base.
Luego de pasar la tormenta de nieve, se dispuso, que una cordada integrada por Adam, Koko y los Stefan, irían al Pico N y la otra cordada integrada por Víctor y el Vampiro volverían a intentar el cerro Alma Negra y harían una tentativa al cerro La Meza.
Víctor y el Vampiro, recorrieron nuevamente el camino hacia la piedra colgante donde estaban instaladas las carpas, había soportado estoicamente el temporal, pero estaba cubierta la carpa todavía con nieve y hielo; duro trabajo fue despegar el hielo que, en el piso de la carpa, lo tuvieron que hacer con un cuchillo.
En la noche se olvidaron del peligro que podía tener la inmensa roca que estaba encima de ellos, pero sufrieron la falta de apetito.
La mañana siguiente fue muy templada, con ocho grados bajo cero. Nos decía Víctor en su libro Más alto que los cóndores: Hoy es una mañana excepcionalmente templada, le decía al compañero luego de mirar el termómetro, únicamente ocho grados bajo cero. Los Andes están en decadencia… Los tramos se fueron sucediendo por lugares ya conocidos, pero sondeando por donde pisaban con sus respectivas piquetas, dado que el terreno estaba cubierto de una capa de nieve; avanzaron hasta salir del peligro de las grietas ocultas. Avanzaban con mortal lentitud, llegando al mediodía superar salir del laberinto del glaciar y de sus penitentes, aliviados y llegando a los 5.500 metros, a solo 600 metros de la ansiada cumbre. A los pies de una torre, depositaron la carpa Zdarsky, la bolsa cama, la cuerda, el calentador y parte de los víveres, teniendo en cuenta que era un lugar cómodo para vivaquear a la vuelta, por otro lado, el camino hacia la cumbre se veía bien despejado de obstáculos y sin inconvenientes.
Pero hubo otro obstáculo que no bien intentaban salir se dieron cuenta que podría ser un problema mayor, el resplandor sobre el terreno nevado y sobre el glaciar que cegaba la vista; por tal motivo, el doctor sacó de su mochila el otro par de anteojos y se los colocó, mientras que Víctor, lamentaba, que se había olvidado en el Campamento Base, el otro par de anteojos; pero como dice el proverbio, la necesidad agudiza el ingenio, sacó una hoja de papel que disponía para anotar, mojó con saliva el mismo y le hizo una cruz, ello formó un pequeño diafragma, que podía parar en parte el resplandor solar, más un pañuelo que colocó sobre la cabeza que cubría la parte lateral para evitar el resplandor del glaciar, un buen remedio casero que pudo aliviar este problema para evitar una ceguera posterior por el reflejo intenso que producía el sol sobre todo el terreno blanco de nieve y glaciar.
Muy entrada la tarde, en ese sinuoso camino de subida mezcla de resplandor y de esquivas rocas que se interponía en el camino, lograron conquistar la cumbre, fue el día 9 de febrero de 1934.
Nos relataba Víctor: “Nuestro montoncito de piedras, nuestro “hito del vencedor”, tuvo que ser erigido en una pequeña plataforma, metros más abajo del traicionero balcón de la cumbre. Las medidas efectuadas indicaban 6.120 metros sobre el nivel del mar. Hubo una visibilidad excelente y ella nos permitió tomar ángulos hacia las cimas que nos rodeaban en todas las direcciones.”
Regresaron al lugar en donde habían dejado los equipos e instalaron el vivac, la noche fue tranquila y no hizo mucho frío.
Respecto al descanso, nos decía, Víctor: “Pasamos una noche excelente y descansamos perfectamente. Confieso que ello se debió, en gran parte, al Vampiro; pese a su amenazador apodo, éste era un excelente camarada para compartir una bolsa biplaza, dado que era menudo de cuerpo y dormía con un sueño muy tranquilo. Al amanecer nos encontró levantados, teníamos un largo trayecto ante nosotros y, como no conocíamos las dificultades que podrían presentarse, debíamos contar con suficiente tiempo por delante para lograr la cumbre y regresar.”
Al poco tiempo de iniciar la marcha de ascenso hacia la cumbre, el tiempo fue cambiando el viento blanco los acompañó hasta la misma cumbre, y cuando asomaron en el filo cumbrero, el viento era fuerte y la poca visibilidad hizo que tomaran la decisión de esperar un tiempo, con la idea que podría parar el viento blanco y calmarse; un poco más abajo en la protección de unas grandes rocas se refugiaron por una hora, luego de la cual, calmaron las ráfagas y pudieron seguir y coronar la cima.
Pero le damos paso al propio Víctor que nos relataba:” Llegamos casi sorpresivamente al filo de La Mesa. La pendiente blanca que se elevaba frente a nosotros se acabó en forma un poco extraña. Bruscamente no hizo falta levantar más los pies pesados como plomo. El casco de hielo se fugaba hacia abajo, en dirección opuesta. Parecía escurrirse a nuestros pies. Pero entonces nos saludó el viento del Oeste; hasta aquel momento habíamos estado como en la sombra de la ladera que nos amparaba y protegía. En la arista, el vendaval nos abatió con un saludo de bienvenida.
El poderoso soplo dificultaba la respiración, nos metía el nevado granizo dentro de la boca, cegaba los vidrios de los anteojos y, con sus aguijones, traspasaba todas las capas superpuestas de los abrigos.
Viento blanco, como siempre, aparece al mediodía, expresó con dificultad el Vampiro. Pero ayer tuvimos un tiempo hermoso.
Poco consuelo proporcionaba el filosófico axioma y la constatación de que “ayer tuviésemos un tiempo hermoso”. Hoy, La Meza nos recibía con un huracán. Ni que hablar de proseguir a lo largo de la arista. Únicamente ello hubiera podido hacerse arrastrándonos.
Con toda la rapidez posible descendimos por la ladera y bajo el amparo de una roca sobresaliente, decidimos descansar y esperar que amainase el temporal.
No perdíamos la esperanza de que el viento cesara o disminuyera y que sus locas ráfagas se debilitaran. Ello debía ser únicamente un “jugar del gato con el ratón”, una bravuconada para asustarnos y hacernos cejar en nuestro propósito.
Protegidos por una roca, nos sentamos. El viento no llegaba hasta allí. El frío, de pocos grados, tampoco molestaba, podíamos esperar, mientras que a unos cuantos metros encima de nuestras cabezas, en la arista cumbrera, se revolcaba una verdadera furia, silbando ululando y rugiendo.
Tuvimos razón en nuestras suposiciones, una hora después comenzó a decaer el viento, convirtiéndose en un viento común. Avanzamos entonces hacia el filo rocoso, siempre al reparo del viento y llegamos a una especie de pequeño collado. Cabía la duda de si la verdadera cumbre se encontraba a la derecha o a la izquierda.
Decidimos que debía ser la de la derecha y rápidamente trepamos hacia ella. Cual fue nuestra sorpresa cuando, al aclarar un poco, constatamos que en La Meza había no una, sino varias cumbres. Las contamos, eran más de cinco. Todas eran casi de la misma altura, pero la más elevada estaba ubicada al otro extremo del filo, a un kilómetro y medio aproximadamente del lugar, donde nos encontrábamos en aquel momento. Tomamos en cuenta la hora avanzada y el mal tiempo, decidimos no ascenderla y conformarnos con el ascenso del pináculo Sudeste en que nos hallamos. En cuanto a la confección del hito tradicional, esto presentó dificultades, los pedazos de roca tenían que ser arrastrados cuesta arriba, desde regular distancia y, en aquellas alturas, la tarea no resultaba fácil ni agradable.”
Como el mal tiempo había cesado y la visibilidad era buena decidieron volver por un camino más corto y rápido, trasladaron todo desde el vivac y fueron a descansar en donde estaba la piedra colgada. Al otro día regresaron al Campamento base. Mientras que la otra cordada había tenido algunos percances, dificultad para encontrar una vía hacia su cumbre y un accidente por el desprendimiento de una roca que le alcanzó el pie a Stefan Osiecki, al cual lo trasladó Adam, al campamento y este accidente lo dejó inactivo por unos cuantos días. Luego de esto la cordada integrada por Koko y Daszynski, volvieron con el trago amargo de no poder coronar el cerro.
Por fin llegó el día de partida, se levantó el campamento y se despidieron del Valle Colorado, se llevaron con ellos grandes experiencias y bastos recuerdos.
En el camino de regreso surgió un accidente con una mula carguera, que se despeñó hacia el río, justo la que llevaba todos los atuendos del médico, éste se agarraba la cabeza y con un grito desesperado acompañaba al pobre animal.
Era la que llevaba las instalaciones del laboratorio y las muestras de sangre preparadas para ulteriores estudios…
El pequeño Vampiro parecía enloquecido, saltaba alrededor del asustado animal, gritándole o hablándole con cariño al oído, tiraba de las riendas, quería aflojarle las cinchas mientras que el agua helada se arremolinaba en torno de los dos.
Se logró sacar al animal y todo su atalaje y extender sobre el costado del río, todo el material. El medico daba lastima al mirar su cara, pero nunca perdió su responsabilidad profesional, y ordenó: “Ni un paso adelante. Ni un solo paso hasta que les saque nuevas muestras de sangre.”
Lamentablemente todos habían comido por tal motivo no iba ser efectivo los análisis. Y expresó:” Tragones asquerosos. Os habéis hartados con un opíparo desayuno. ¡Hasta cuando viajan comen!” Y agregó: “Hasta que Uds. digieran lo que han comido, ayuno completo, estrictísimo ni siquiera una gota de agua”.
Todo el mundo se compadeció, viendo que hasta él ayunaba a la par de todos los integrantes de la expedición.
Luego de dos días de viaje, vieron los primeros árboles de la civilización.
En Tamberías, llegaron y buscaron en el correo la correspondencia abundante que les habían enviado, no había horario de correo, pero sí una gran cordialidad por atender a los extranjeros, que en todo el pequeño poblado sabían que estaban en zona.
En Calingasta, consiguieron un viejo camión algo destartalado para el traslado hacia Uspallata, Mendoza, para organizar la nueva tropa de mulas y adquirir comestibles para continuar hacia el Aconcagua.
Nos despedimos de nuestros amigos baqueanos; mucho era lo que hubiésemos querido decirles. Queríamos en cálidas palabras, expresarles que constituyeron para nosotros una inapreciable ayuda y que nos resultaron excelentes amigos. Que recordaríamos siempre sus varoniles rostros bronceados y sus agradables sonrisas de hombres sanos y fuertes. Por desgracia, eran frases demasiado complicadas para nuestras escasas nociones de castellano.
Apretamos fuertemente sus amplias manos de hombre de trabajo y, como buenos criollos, nos palmeamos cordialmente los hombros, mirándonos a fondo en los ojos… Adiós, buenos y fieles amigos. Ustedes condujeron hacia la montaña a forasteros de un país lejano y desconocido. A pesar de que, tal vez, no comprendían bien la razón de nuestro empeño en llegar a esos altos y salvajes picos nevados, siempre se mostraron excelentes compañeros y colaboradores insustituibles.
Donosamente montaron sus cabalgaduras, con hidalguía indescriptible alzaron sus sombreros: “Hasta luego, señores”, “hasta luego, amigos.” Quizás nuestros caminos volverán a cruzarse. Quizás nos encontraremos nuevamente, así lo deseo y espero.”
Un solo cerro resistió el asalto del afortunado grupo polaco: el Pico N, de 5.935 metros, que así había bautizado ellos, pero posteriormente fue rebautizado como Pico Polaco, su primera ascensión fue realizada el 19 de enero de 1958, por la cordada del ítalo-argentino Antonio Beorcchia Nigris y Edgardo Yacante, ambos sanjuaninos.
El 17 de febrero se dio por finalizada la campaña en el Cordón de La Ramada y el exitoso equipo se dirigió a Uspallata, en la provincia de Mendoza; su nuevo objetivo era el Aconcagua.
Llegaron a Uspallata luego de dos días de sacudirse en el viejo camión el conductor los dejó, muy apresurado, frente al único hotelito que en ese momento existía, cobró, tocó bocina y desapareció aceleradamente. Al contrario de este personaje lleno de apuro fue el dueño del hotel, quien con calma los atendió y les dio la opción de acomodarse en las habitaciones o, si deseaban, comer algo.
Ellos estaban con la premura de volver a la acción, salir a comprar víveres en Uspallata y marchar hacia Puente del Inca, donde alquilarían las mulas, así que eligieron ocupar las habitaciones y salir, y se lo comentaron al dueño del hotel.
Allí se enteraron, por parte del dueño del hotel, que comprar víveres en Uspallata era imposible, por cuanto no había ningún comercio que pudiera satisfacer el pedido, debían hacerlo en Mendoza, respecto a las mulas en Puente del Inca, tampoco podrían, por cuanto hacia unos días que una expedición italiana que había llegado antes, las había ocupado para hacer su intento al Aconcagua.
Además, les dijo que el tren había dejado de circular, por cuanto el aluvión producido por el glaciar del cerro Plomo, había llevado parte de las vías férreas y esa comunicación se había interrumpido tanto para Puente del Inca como para la ciudad de Mendoza. No había ningún medio de locomoción en el pueblo, para que los llevara tanto a Mendoza como para Puente del Inca.
Escucharon sorprendidos esta explicación y el propio Víctor Ostrowski, nos relataba:” Si del cielo límpido puede caer un rayo, ello parecía habernos sucedido. Pero, penosamente nos arrastramos hacia una mesa y nos sentamos alrededor. ¡Qué casualidad! ¡Que maldita Casualidad!”
…En el mejor de los casos le pisaríamos los talones. Refiriéndose a los italianos. Sigue Víctor: “A fin de ayudar a precisar nuestro desaliento, para no emplear una palabra más trágica, recordaré el lugar que el Aconcagua ocupaba en nuestros proyectos.
Una cumbre ya seis veces conquistada, no presentaba para nosotros, especial interés. Además, de los informes recogidos, sabíamos que sus dificultades técnicas, desde el punto de vista alpinístico, eran mínimas, por no decir inexistentes. La ascensión carecía de interés deportivo.
Pero claro, era el cerro más alto de América, permitía seguir con los experimentos por parte de Dorawski, para completar investigaciones médicas en una altura mayor que el Mercedario.
Se reunieron todos los integrantes para poner sobre la mesa los pros y los contras, de cómo se iba encarar esta nueva etapa.
Adam, reclamaba su anterior propuesta de haberle dado más tiempo a la zona de los Andes sanjuaninos, mientras que el Vampiro, se le iluminaba los ojos, porque sus experimentos podrían tener la oportunidad de hacerlos en una mayor altura, mientras que el resto con sus murmullos ahogaron las palabras del médico. De todas formas, no había buena acogida la visita al Aconcagua.
Para colmo, los datos que tenían del cerro, eran no muy gratos por cuanto no tenía ninguna dificultad, es más, se podía adelantar hasta la parte final del mismo en las propias mulas, siendo el camino de aproximación hasta el campamento base, muy aburrido y largo. Adam, aporto, que era un magnifico paseo para jinetes, no un trabajo para alpinistas.
Y salió otro, preguntando porque debían ir por esa monótona ruta, y esto produjo una chispa que encendió el entusiasmo y eso despertó el interés de todos…
Y aportó Koko: Pensad un poco. Imaginad el caso de que consiguiéramos conquistar el Aconcagua por el lado Oriental. Ello sería no solo un éxito, sino una verdadera página nueva en la historia del alpinismo mundial. El primer pico superior a 7.000 metros conquistado por dos rutas. ¡Pensadlo bien!
Sigue con el relato Víctor: “El pequeño Vampiro no cabía en sí de contento y se refregaba las manos. Sabía que la crisis había pasado y en que nuestras inflamadas cabezas habían nacido una idea que le proporcionaría posibilidades de seguir explotando a sus pobres conejillos.
Un repentino ataque de energía nos invadió a todos. Sin saber claramente porque, comenzamos de pronto a movernos apresuradamente. Como si el suelo nos quemase los pies.
Los Stefan, asaltaron un auto que pasaba desprevenido para Mendoza y convencieron a sus ocupantes para que los llevasen hasta la ciudad. Allí comprarían los víveres y además reunirían más datos referentes a la zona que nos interesaba.
El resto nos dedicamos febrilmente a preparar el equipo eligiendo sólo las cosas más indispensables. El ataque al Aconcagua debía ser, en el verdadero sentido de la palabra, un ataque. Cortó y decisivo. Vencer o perder.
Solicitamos la ayuda del administrador de la estancia, Sr. Beckmann, a fin de alquilar las necesarias mulas. Le explicamos en la forma más conveniente posible, que dichas mulas nos eran imprescindibles, agregando que él, precisamente, constituía nuestra única tabla de salvación.”
Le dijeron que no iban a estar más de dos semanas, que sería un paseo cercano a Punta de Vacas, y que dado que se aproximaba el inverno no podían estar mucho tiempo en el lugar y que querían atacar el Aconcagua por el lado argentino, como si el mismo estuviera en la frontera; con todos estos argumentos lograron convencer al Señor Beckmann, alquilándoles a un precio moderado las quince mulas, acompañadas por dos arrieros de la estancia.
Los Stefan regresaron de Mendoza, trayendo los víveres y muchos datos; habían visitado al jefe del Regimiento de Montaña 16, Cazadores de los Andes, coronal Edelmiro J. Farrell, quien les había mostrados algunas fotos y reseñas de un reconocimiento que él había realizado incluso en su entrada en el Valle de Los Relinchos, pero con la duda de que pudieran tener éxito por cuanto él había visto desde abajo las dificultades que tenía el cerro.
Dos días después, estaban ingresando en la quebrada de Punta de Vacas con animales, es decir, con las mulas, que eran totalmente distintas a las usadas en la zona de la cordillera sanjuanina, este era un ganado muy mañoso y por momentos ariscos.
Dos días y ya estaban en la entrada de la quebrada que ingresa a lo que actualmente se llama Plaza Argentina. Allí, se instalaron a los 3.980 metros, conformando el Campamento Base, los baqueanos llevaron de vuelta los animales, hasta la quebrada de los Relinchos, dado que en el lugar donde estaban no había pasto para el ganado.
El plan de ataque fue trazado de la siguiente forma: buscar la ruta entre el Ameghino y el Aconcagua, hasta llegar al pie del glaciar, con tres campamentos y desde allí hacer el ascenso a la cima.
Como había sido en el Mercedario, conformaron tres cordadas, Adam y el Vampiro, la primera, los dos Stefan, la segunda y Víctor y Koko, la tercera. El primer campamento se instaló a los 5.500 metros, primer campamento de altura, solo para una noche, fue el 5 de marzo de 1934.
El segundo campamento fue instalado a los 5.900 metros al pie del glaciar, ese día se gano muy poca altura, claro que las mochilas iban muy pesadas.
El día 7 de marzo, partieron al alba, Adam y el Vampiro, pensando que podían desde ahí, tirar hasta la cumbre, mientras que las otras dos cordadas preveían hacer un campamento más de altura, para evitar un gran esfuerzo en el ataque.
En su libro Más alto que los cóndores, nos relataba Víctor Ostrowski:” La cordada de Adam y Dorawski, partieron al alba. Cuando nosotros, ya calentados un poco por los rayos del sol naciente emergíamos de la canaleta, vimos a los colegas lejos delante de nosotros. Habían cruzado la parte relativamente plana del glaciar y avanzaban unidos por la cuerda. Eso quería decir que el camino era no solamente difícil, sino también peligroso.
El tiempo se mantenía esplendido. Ni una nubecilla en el cielo. La transparencia del aire era realmente extraordinaria, pero, pese a que el sol brillaba con toda la fuerza y no corría ni un soplo de aire, no hacía calor. La temperatura no sobrepasaba cero grados y la falta de oxígeno hacía sentir más el frío. Desde luego, ello afectaba aún más a quienes no tenían ni la menor grasita en el cuerpo.
Nuestros pies, armados con las púas de acero atornilladas a las botas, pisaban firmemente la capa de nieve dura que cubría el glaciar. Todo hubiera sido perfecto sino fuere el paso tortuga con que avanzábamos y la falta de aliento que producía un enloquecido latir de los corazones al realizar el movimiento.
Los cortos descansos eran aprovechados para sacar fotografías. El esfuerzo de desabrochar el rompevientos y sacar los aparatos que, por medio del frío llevábamos entre las ropas, se pagaba con creces. Los paisajes eran hermosos… La pendiente de nuestro glaciar, hasta ahora bastante suave, comenzaba a crecer. En algunos lugares la sola adherencia de las púas no bastaba. Era menester cavar algunos escalones con las púas de las botas. Avanzábamos en fila india, aprovechando las pisadas del que nos precedía…
En un momento dado divisamos dos puntitos oscuros. Era la pareja de Adam-Vampiro. Descendían. Descendían despacio, asegurándose mutuamente con la cuerda.
Descendían. Ello significaba claramente que se habían resignado a no alcanzar la cumbre. El intento del ataque relámpago desde el segundo campamento había fracasado. Suponíamos cuánto habría tenido que costarle el renunciar. Sabíamos cuán difícil era aceptar la idea del fracaso estando tan cerca de la meta…
Al cruzarnos conversamos un instante. Un corto descanso y un breve informe de Adam: “Tuvieron razón. Es imposible vencer, de un solo golpe mil metros de altura a través de este glaciar. Dudo que encuentren un lugar más arriba para desplegar las carpas. La pendiente es uniforme. El declive aumenta a medida que se asciende. Les aconsejo atravesar el glaciar en diagonal hacia la izquierda, en dirección a la barranca de Los Relinchos. Allí el glaciar se quiebra en ángulo y está agrietado. Quizás encuentren una pequeña plataforma. Los observamos desde la base principal. Rómpanse los pies muchachos y …no vuelvan sin conquistar la cumbre”.
Siguieron el consejo de Adam, en dirección de lo que actualmente se conoce con el nombre de Piedra Bandera, luego de pasar algunas grietas pequeñas, lograron llegar al lugar mencionado.
Ese lugar permitía ubicar las dos pequeñas carpas para instalar el campamento de altura, estaban a 6.350 metros sobre el nivel del mar.
El espectáculo para todos lados era impresionante. Alisaron el suelo congelado con sus respectivas piquetas e instalaron las carpas.
Durante la noche, el sueño era esquivo a los andinistas y la sensación de ahogo, hacía que solo pudieran dormitar durante la corta y fría noche, previo a esto el rugido de los primus, les habían permitido nutrir su sed y dejar liquido preparado para siguiente día, al mismo le habían agregado algunos terrones azúcar y limón, para apagar la sed de la marcha.
El día 8 de marzo de 1934, muy temprano empezaron a prepararse para iniciar la marcha; decía Víctor:” El ataque al Aconcagua por la faz Oriental tiene una gran ventaja, se reciben los primeros rayos del sol. Ya antes del amanecer adivinamos su llegada por el resplandor que penetraba poco a poco en las carpas. Se tornaban cada vez más claras y, finalmente, se tiñeron de rosa dorado. Amanecía. Era hora de partir. Este cuarto día de nuestra lucha sería decisivo. O podríamos cruzar el laberinto de grietas y laderas heladas o bien… No. Ni siquiera cabía pensar en un eventual fracaso. Ese día había que llegar a la cumbre y volver. Era el momento. Casi todo nuestro equipo quedaba en el campamento. No desarmamos las carpas. No llevamos las bolsas de dormir, ni los primus, todo quedaba como estaba. En las mochilas iban únicamente los aparatos y los víveres. Nos pusimos toda la ropa que teníamos, pero, debo decirlo, los dos Stefan, ofrecieron un sweater de lana cada uno… para envolver el aparato de filmación. Temían que, en el intento, el frío congelase el aceite del mecanismo.
Antes de salir nos untamos caras y manos con pomada especial anticongelante, cosa que ya habíamos hecho con nuestros pies antes de dejar el campamento base. Nos colocamos los anteojos negros, y nos atamos con las cuerdas. ¡Listos!”
Cuando ya salían, Koko, empieza ver hacia abajo y observa unos cóndores, que en círculos volaban abajo, en la quebrada y les tramite a los demás y los ubica donde los estaba observando; ellos estaban más alto que los cóndores, quizás, de allí, salió el título del libro que posteriormente Víctor, editó: Más alto que los cóndores.
Los cuatro iban alternando la cabeza para ir buscando el mejor camino y haciendo escalones donde se ponía más difícil la pendiente, es decir, se alternaba el primero de cordada.
Una vez alcanzado el filo, la subida fue más accesible, aunque por la altura fue agotador, el ritmo era lento, pero cercano a las 18,00 horas estaban saboreando y pisando la cima. ¡Todo alrededor bajo sus pies, ya no tenían que subir más!
Víctor, rememoraba:” A la cumbre, llegamos casi sorpresivamente. Más bien adivinamos que era la cumbre porque, destacándose sobre el fondo del cielo, vimos perfilarse una piqueta clavada entre las rocas.
Eran las 18,00 horas. Los cuatro a la vez hollamos la cumbre. Las cuerdas estaban cómicamente embrolladas y se arrastraban detrás de nosotros. Pese que llegado al filo su uso no fue necesario, nos habíamos olvidado de sacarlas…
En la piqueta colgaba un banderín con los colores nacionales italianos. En una cajita de metal escondida entre las piedras, hallamos una nota y una tarjeta. Leímos los apellidos: P. Chabod, S. Ceresa, P. Ghiglione, Nicolás Plantamura, M. Pastén.
Los tres primeros integrantes eran de la expedición italiana, ¿N. Plantamura? Era el teniente Nicolás Plantamura. El primer argentino que escaló el Aconcagua, el más alto pico de los Andes y la máxima cumbre de su patria. En cuanto a Pastén, ya sabíamos que era el famoso baqueano de Puente del Inca.
¿Cuándo llegaron? El 8 de marzo de 1934, a las 12,00 horas. Pero hombre de Dios. Si es hoy. Justamente hoy.
¡Extraña casualidad! Durante años la cumbre sólo había sido visitada seis veces por el hombre. Ahora se daba el caso de que dos grupos de alpinistas, abandonaron Europa, llegaron a la Argentina, hicieron un trayecto de 12 mil kilómetros y escalaron la cumbre en el mismo día. Si la expedición italiana se hubiese demorado mayor tiempo o si las dificultades de nuestro camino nos hubieran permitido avanzar más rápidamente, se hubiese producido el extraño encuentro de los dos grupos en la cima de siete mil metros.
Lo que es raro, es que los italianos cuando arribaron a la cumbre, se nota, que no observaron hacia el Este, hacia la bajada del glaciar por donde subían los polacos, porque seguro que hubiesen podido visualizar a los cuatro hombres que se desplazaban hacia la cumbre del cerro. De acuerdo a la ley alpina no escrita de aquella época, se dejaba un testimonio de cumbre importante, como era la piqueta. Así lo hizo el jefe de expedición, tomando la piqueta que había dejado Renato Chabod, dejó la suya en su reemplazo en el mismo hito.
Dado que se iba apagando las luces del día, se apresuraron para abandonar la cima, aunque el desgaste hizo que el regreso especialmente para Koko, fuera bastante lento y por cierto para el resto de los integrantes.
misma, se había despojado de sus anteojos y ya iniciada la marcha de regreso y después de realizar varios metros hacia abajo se dio cuenta de la falta de este medio tan importante para todo andinista, más para poder cruzar el escenario blanco del glaciar; de todas formas, buen previsor sacó de su mochila los anteojos de repuesto y siguieron la marcha, sus iniciales estaban registradas en los anteojos, esto hizo que años después, cuando coronara la cumbre Juan Jorge Link, los encontrara y fuera quien se los devolviera en un viaje a Varsovia, para sorpresa de Víctor.
Las energías habían sido gastadas en el esfuerzo de la subida y el regreso se hacía muy lento y casi agotador.
Los movimientos de Koko, se fueron haciendo cada vez más torpe y manifestando que se encontraba muy cansado, los altos de marcha se hacían cada vez seguidos y más largos, y los tropezones eran peligrosos, no solo para él, sino para el propio Víctor, que le daba seguridad con la cuerda.
Llegó un momento que además del cansancio, sintió un dolor fuerte en el pecho, extrañamente se sentó y encogido, manifestó su dolor, su respiración dificultosa era jadeante y violenta, se aproximaron la cordada de los Stefan, que venía detrás de la Víctor y Koko. Transcribimos el dialogo, entre Víctor y Koko:
¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?
“No sé… Estoy terriblemente cansado… Siento un dolor en el corazón. Tengo, a la fuerza que descansar un buen rato”.
¡Descansar un buen rato! Ello parecía muy sencillo, pero no en estas condiciones. La penumbra no me permitía ver la expresión reflejada en los rostros de los otros dos compañeros. Seguro que pensaban lo mismo que yo.
Y esto que transcribo a continuación, es espacialmente, por algo que sucedió, parecido a ese momento, hace algunos años en el Aconcagua, donde la masa de la gente criticaba el accionar de la patrulla de rescate, claro lo hacía con un vaso de whisky, en la comodidad de un living, sin conocer las reacciones de los andinistas en aquella altura, y sin saber el proceder que se daba realizar ante el agotamiento de un integrante.
Nos transcribía Víctor, en su libro:” Existen muchas maneras de reanimar un hombre cuando desfallecen sus fuerzas físicas y morales. En situaciones difíciles, pueden bastar unas palabras persuasivas, un ademán cálido y paternal o también un llamado a su amor propio. Incluso un mal chiste es capaz de producir el milagro, tal como si se inyectasen nuevos bríos. Lo levantan y le obligan a reanudar el esfuerzo. En algunos casos, se necesita provocar la ira, con una “ofensa hiriente”. Rabioso, se pondrá de pie y marchará.”
Pero en este caso no solo era agotamiento sino un ataque cardiaco. Por tal motivo era necesario el auxilio del médico, que se encontraba en el campamento base.
Entonces dispusieron que los dos Stefan, debería bajar a pedir auxilio luego de descansar en el campamento de altura de Piedra Bandera. Y esa noche, la pasaron Víctor y Koko, en un alto vivac improvisado, sentados en el glaciar, aislados por sus propias mochilas y la cuerda que hacían de aislante, esperando un milagro de pasar la dura noche a 6.800 metros, junto el uno del otro, para darse calor o protegerse algo del frio.
La larga noche, se fue consumiendo recordando anécdotas y cuentos por parte de Víctor para evitar que Koko, se durmiera. Algunos terrones de azúcar y alguna barra de chocolate, les dieron algo de energía para hacer más pasadera la noche.
Los Stefan, antes de despedirse, le colocaron una bufanda en la cabeza a Koko, y les dejaron algunos otros terrones de azúcar y algunas frutas secas; y marcharon.
Víctor, ató en una de las piquetas que la había enterrado bien profundo a Koko, y lo mismo hizo con él, era una precaución importante por si en algún momento podrían llegar a dormitarse, luego se apretaron uno con el otro, e iniciaron la noche más alta que habían realizado los integrantes de esta expedición.
Para colmo, Víctor, hacia dos días que venía aguantando un proceso quizás viral en su garganta, lo cual, hasta tuvo fiebre durante la noche y casi no podía tragar la saliva. Negligencia de su parte, dado que en ese estado no debía haber salido hacia la cumbre.
Fue una larga noche, donde Víctor, no solo debía pelear para no dormirse, sino que velar que tampoco, lo hiciera Koko.
Permanentemente, le daba órdenes para despertarlo y para que moviera las extremidades de los pies y manos, y eso hiciera circular la sangre y evitar un congelamiento.
Buscaba temas que sabía que podían gustarle e interesarlo a Koko, para obligarlo a hablar de algo y mantenerlo activo.
Todo era motivo para hablar de algo, la noche estrellada, la tormenta que se descargaba con espectaculares relámpagos, a lo lejos, hacia el Este, así fue pasando la larga noche y comenzó a despuntar el nuevo día, trayendo nuevas posibilidades de salvarse y salvar a Koko.
Mientras tanto desde el campamento base ya entrada la mañana, los habían observado e inteligentemente suponían que algo malo pasaba.
Se comenzaron a alistar para el descenso, pero antes debo expresar las conclusiones de porque fue exitoso este vivac a 6.800 metros, contado por el propio Víctor: “ Primero, la completa ausencia de viento; segundo, el esfuerzo de la voluntad que, ni por un momento, aflojó su tensión concentrada en el deseo de perdurar, de no permitir ni el más débil decaimiento psíquico, cosa que al lector le resulte difícil de entender; y tercero, el equipo personal de que disponíamos, seleccionado con toda atención y minuciosamente preparado antes de iniciar la expedición, resultó excelente. Bajábamos muy despacio, el descanso de la noche no había logrado surtir mayores resultados, mi compañero lo hacía muy lentamente, literalmente con sus últimas fuerzas. Por mi parte sufría cada vez de mi garganta… Desde el campamento base, nos observaban con los poderosos largavista. Adam, nos buscó en la helada ladera y pudo divisar dos puntitos, dos muñequitos vestidos con rompevientos blancos y azules. ¿Por qué bajaban solamente dos? ¿Dónde estaban los otros dos? Una terrible idea cruzó en su mente. Había acaecido una desgracia, una catástrofe. Sin perder un instante, comenzaron junto con el médico, a preparar las mochilas con equipo y víveres de auxilio.
Mientras que los Stefan, habían llegado al campamento de 6.350 metros, sin inconvenientes, al otro día siguieron bajando, con vista a pedir el auxilio del médico, pero en un momento perdieron la huella y se equivocaron de camino y se cruzaron sin verse con la cordada de auxilio de Adam y el Vampiro y un baqueano, que subían para auxiliar al grupo, sin saber que había pasado.
Menos mal que el tiempo seguía bueno, pero muy frío. En unos de los altos Koko, intentó arreglarse sus botas, se sacó los guantes diez o quince minutos y eso bastó, para sus manos se congelarán.
Días después, tuvieron suerte en eso, dado que, a pesar del congelamiento, el Vampiro debió hacerle una pequeña operación seccionándole solo un dedo de la mano izquierda.
Al llegar a la carpa del campamento de Piedra Bandera, se instaron en la misma, Víctor le dio de beber abundante líquido, y luego de alimentarse algo, siguieron en la carpa y pasaron la noche.
Koko, se quejaba de sus manos, se alimentaron con unas frutas secas, algo de chocolate, terrenos de azúcar, más una abundante cantidad agua que el primus les permitió hacer.
Por su parte, Víctor seguía con el acceso en su garganta, luego, le ayudó a Koko fregándole los pies para hacerle circular la sangre y evitar que se le congelen.
Al otro día, continuo el buen tiempo, replegaron todo, Víctor, algo más recuperado, llevaba la masa del equipo de los dos, bajaron encordados el primer tramo hasta casi dejar el glaciar, en una pequeña quebrada o canaleta, se instalaron para beber agua, luego, nuevamente Koko, continuo nuevamente con los dolores en el pecho, no podía seguir bajando, necesitaba la ayuda del médico, dado que las exhortaciones no surtían efecto. Le rogó que le enviase al médico, con algún medicamente para el corazón.
Era su única posibilidad de salvarse. En la mejor forma posible, lo acomodó en el lugar, le dejó la carpa, dentro la bolsa cama, el calentador y algunos víveres y comenzó a bajar a toda velocidad, pese a los frecuentes tropezones que iba teniendo, siguió bajando.
En una de las caídas, en la que voló sobre un manchón de nieve, se produjo el milagro que no esperaba, el sacudón que tuvo al caer, hizo que el mismo golpe le reventara el acceso y expulsó el acceso que tenía en la garganta, le alivió el dolor y a partir de ese momento le volvieron las fuerzas.
A la hora, luego del tropiezo, vio abajo tres siluetas que iban subiendo y hacía ellos se dirigió.
Se encontró con ellos, eran, Adam, el Vampiro y el baqueano Juan, les explicó lo que había pasado con Koko y donde y como se encontraba.
Les explicó que los Stefan habían bajado para pedir auxilio, aparentemente se habían cruzado, que posiblemente, estos se habían equivocado de sendero y que posiblemente, se encontraban en el Campamento Base. Les explicó el lugar donde se encontraba Koko, mientras que el médico había sido previsor y portaba los medicamentos que necesitaba para él enfermo.
Luego de esto Víctor siguió bajando, junto al baqueano Juan, mientras Adam y el Vampiro, siguieron hacia arriba, para atender a Koko.
Cuando bajaban, Juan le contó que había una recua de mulas más abajo, y justo cuando estaban contándole, el baqueano que estaba con el ganado, se empezaba a replegar, entonces Juan, con gritos y alaridos logró frenarlo y pronto estuvieron montados y siguieron bajando.
Cuando arribaron al campamento base, los recibieron los Stefan, con unos jarros de sopa caliente. Ese gesto fue tan importante para Víctor, que lo describió en su libro.
Mientras tanto, Adam y el Vampiro llegaban al lugar donde se encontraba Koko, el médico, le aplicó una inyección y le prodigó solícitos cuidados.
Esa noche se quedaron a dormir Adam y el Vampiro, en el lugar donde se había quedado Koko.
Al día siguiente, lo bajaron hasta la morena de abajo, donde los esperaba unas mulas; las manos de Koko, se veían en muy mal estado, sus ampollas llenas de pus, tenían un aspecto muy malo.
En el regreso, y ya en el campamento base, Koko, expreso que, su estado emotivo producto de sus caídas, con el temor de seguir hacia abajo quizás, le había llevado a sufrir ese dolor en el corazón. Quedó con esta repuesta ante los interrogantes de Adam, que tomaba nota e interrogaba a Koko; pero pronto se concluyó, el interrogatorio ante la intervención del Vampiro, que dio por terminado este tema. Se lo introdujo en una carpa para tratar de que se recuperara del agotamiento y seguir con el cuidado de sus heridas en sus manos.
En dos días se llegó a Punta de Vacas, donde los Stefan, esperaban con un auto para evacuarlo a Uspallata.
En el hotelito de Uspallata, pudieron recuperarse de las agotadoras jornadas que les había propiciado el ascenso. Además, la gente del lugar, empezando por el dueño de las mulas, los había recibido con un suculento asado, incluso al arribo el portón de la estancia, había sido adornado con arcos hechos de ramas verdes, un verdadero arco triunfal.
Dos días después del arribo, se produjo un hecho curioso, arribaron en varios autos, un grupo de personas, cuyos bocinazos no pasaron desapercibidos, era la expedición de los italianos que regresaba de Puente del Inca, e iban con la curiosidad de saber de primera mano, lo que les habían comentado en Puente del Inca, donde no podían creer sobre las noticias recibidas dado que en ningún momento se habían cruzado con los polacos en el ascenso.
De entrada, los sorprendió, el aspecto de los seis integrantes, con sus barbas aun, sin cortar, con sus atuendos de montañeses y comenzó la tertulia. Explicándoles los polacos, que habían estado en la zona del Mercedario y Ramada, lugares en donde habían ascendido varios cerros vírgenes. A continuación, los italianos, le dijeron si tenía deseos de escalar el Aconcagua. A lo que respondieron que no tenían deseos porque ya lo habían hecho.
Por un momento se produjo un silencio sepulcral, los italianos intercambiaron miradas, mostrando dudas de lo que estaban escuchando, diciendo que hacían dos días que habían vuelta de la cumbre, después de dos intentos fallidos, pero ustedes no dejaron ninguna notita, pensando que lo habían realizado ante de su llegada.
A continuación expresaron los polacos, que sí, que no solo dejaron una nota, sino también una piqueta y respetamos la bandera argentina que había ahí, dejándola en el lugar.
Los andinistas italianos desorientados cada vez entendían menos. Y a continuación le dijeron: Ustedes estuvieron allá, el 8 de marzo a las 12,00 horas, a la cumbre llegó, Ceresa, Chabod, Ghiglione y junto con Uds., el teniente Plantamura y Pastén. A continuación, trajeron la piqueta que había dejado Chabod y una bandera italiana.
Los andinistas italianos no podían creer lo que estaban viendo y escuchando y a continuación entre risas y entusiasmo, comenzaron a desfilar las botellas de vino acompañado de una picada como se dice en la jerga criolla, fue una larga tertulia, que duró varias horas de festejo y alegría, para ambas expediciones.
En el regreso a Mendoza, visitaron al coronel Farrell, para poderlo en conocimiento de sus actividades y también, estuvieron con los integrantes del Club Andinista Mendoza; luego de estas presentaciones fueron por la noche agasajados por los integrantes del club, donde, además, se les entregó algunos recordatorios.
El propio Víctor, recuerda de esos momentos, algo muy importante que sería muy bueno, como ejemplo para las jóvenes generaciones de andinistas leerlo, para tomar como ejemplo, ese momento, nos decía: “Nosotros, los polacos, nos sentimos orgullosos de la tradicional hospitalidad de nuestro país, pero la hospitalidad y la cordialidad de los argentinos sobrepasó todo cuanto podía esperarse. Éramos literalmente paseados de mano en mano y las invitaciones se sucedían las unas a las otras. Todas dificultades del idioma quedaban zanjadas gracias a la amplia cordialidad y la general buena voluntad.”
No menos importante fueron los agasajos en la ciudad de Buenos Aires; y un tiempo después, Adam, regreso antes que el grupo, mientras el resto lo hizo todo junto, a su patria.
En la rama fisiológica, el doctor Dorawski, profundizo el estudio de la adaptación del organismo humano a la baja presión atmosférica y a la falta de oxígeno propios de las grandes alturas. Obtuvo la comprobación de que la aclimatación gradual es factible.
Siendo uno de los resultados más notables, observado por el médico de la expedición, asi como que la cantidad de glóbulos rojos, después de un periodo de adaptación, aumenta en cada uno de los integrantes siendo por encima de un 40% el aumento de los mismos..
En el año 1947, fue uno de los iniciadores de la reactivación del Círculo de Cracovia de la Sociedad Médica Polaca de Radiología.
Dorawski, en el año 1934, dirigió la expedición polaca al Alto Atlas, durante la cual también participó en el ascenso realizando nuevas rutas de escalada
Dorawski, cumplió además, varias funciones en organizaciones deportivas: Desde el momento de su fundación en 1923, perteneció a la Sección Taternicka de la Asociación de Deportes Académicos en Cracovia entre los años 1925 y 1929, fue miembro del Comité de Deportes de la Asociación Polaca de Esquí; entre los años 1925 y 1948, se desempeñó como secretario y vicepresidente de la Junta Principal de la Sociedad Tatra Polaca; entre los años 1928 y 1932, se desempeñó como presidente de la Sección Taternicka de la Asociación de Deportes Académicos en Cracovia y entre los años 1946–1950, se desempeñó como presidente del PTT High Mountain Club.
En el año 1950, Dorawski, fue nombrado miembro honorario del PTT High Mountain Club, y en 1974 miembro honorario de la Asociación Polaca de Montañismo.
Dorawski, publicó mucho sobre temas relacionados con el alpinismo y la escalada. Publicó muchos artículos, notas, informes, reseñas, etc., tanto en revistas especializadas, tales como Taternik y Wierchy, como en la prensa del país. Fue uno de los mejores expertos en su historia de conquistar el Himalaya. Autor de tres libros y numerosos artículos en revistas Taternicki; estos libros fueron: Lucha por la cima del mundo, publicado en Varsovia, en el año 1955; El hombre conquista el Himalaya, publicado en Cracovia, en el año 1957 y Wysoko w Andes, publicado en Varsovia, en el año 1961.
Este multifacético médico y montañista falleció el 16 de enero de 1975, en Cracovia, Polonia.
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