Te invitamos a conocer a este montañista mendocino a través de sus propios relatos y de los históricos ascensos realizados al Volcán Tupungato en 1948 y al Aconcagua en 1949
Nació en Mendoza, Argentina, el 28 de noviembre de 1928. Sus padres fueron Antonio Almécija y Sofía Butcovich, ninguno de los dos influyó en los deportes de montaña para nada, aunque lo alentaron para que lo realizara.
Se casó con Olga Ibáñez, quien trató siempre de acompañarlo, pero nunca hizo montaña, ni escalaba. De este matrimonio llegaron dos hijos, Liliana y Jorge Rubén.
Sus primeros pasos los dio en la precordillera mendocina, y luego, cuando fue haciendo experiencia, se introdujo en la cordillera, ascendiendo los siguientes cerros: Potrerillos, el 18 de febrero de 1945; el Chimenea, el 30 de marzo de 1945; el cerro Pelado, el 31 de marzo de 1945 (y en dos oportunidades más); el Guamparito, el 8 de julio de 1945; el Mesilla, el 8 de julio de 1945 ( y en otra oportunidad); el Rincón, el 10 de octubre de 1945; el Áspero, el 22 de enero de 1946; el Plata, el 22 de enero 1946 (y en una oportunidad más); el Vallecitos, el 23 de enero de 1946; el Lomas Amarillas, el 24 de enero de 1946 (en una ascensión más, en otra oportunidad) el Banderita Norte, el 4 de junio de 1946; el San Bernardo en cuatro oportunidades; el Ponderado, el 9 de noviembre de 1947; el Santa Teresa, el 17 de diciembre de 1947; el Santa Rosa, el 17 de diciembre de 1947; el 27 de enero de 1948, coronó con otros integrantes, el volcán Tupungato, actividad esta que esta descripta más adelante; el 27 de marzo de 1948, realizó el Santa Elena y en este mes realizó el cerro Agustín Álvarez; el cerro de la Cruz, el 25 de mayo de 1948; el 24 de febrero de 1949, realizó el cerro Aconcagua; el Arenales, el 17 de diciembre de 1949; el Lomas Blancas, el 17 de diciembre de 1949; el San Antonio, el 8 de enero de 1950; el Arenales, el 8 de abril de 1950; el 18 de enero de 1950, realizó la primera ascensión al cerro Caballo, en el cordón del Espinacito; el cerro Lagunas Blancas, el 15 de febrero de 1951, en la cordillera Sanjuanina.
Todas estas ascensiones lo fueron llevando a tomar experiencia para subir de categoría en la clasificación que el Andes Talleres Sport Club daba a sus integrantes. Así fue pasando de la tercera categoría a la primera, tras las conquistas de los más importantes cerros que logró coronar.
Realizó el primer ascenso al cerro Pabellón Negro.Integrando la cordada del Andes Talleres Sport Club, conformando la misma junto a Andrés García, Dante Maniero, José Antonio y Dante Bañón, el 3 de abril de 1953, por la arista Sureste.
Fue durante varios años presidente de la Federación Argentina de Ski y Andinismo (F.A.S.A. ).
Falleció en la ciudad de Buenos Aires, el 20 de julio de 1993. Sus restos, a pedido de él, fueron traslados y sepultados en el cementerio de Los Andinistas, en Puente del Inca, Mendoza.
Nos relataba su hija, Liliana Almecija: Para mí fue un ídolo del deporte y si bien de chica no lo seguía en esta actividad, de grande se me despertó “el indio”. Hasta los 10 años viví en Mendoza y todos los fines de semana, íbamos a Vallecitos, al refugio del Club Andes Talleres Sport Club; tengo recuerdos de haber subido el cerro Andresito, de las fogatas a la noche en el refugio y la gente contando historias, el sonido del agua que corría y las cuchetas donde dormíamos. Nosotros usábamos la habitación principal porque mi papá fue presidente del club durante varios años.
Mi hermano recuerda, que salíamos de caminata con mi papá, y que tenía cierta preocupación por mí, porque mi calzado era de suela liza y yo me resbalaba a cada rato. No teníamos la indumentaria adecuada, ya que el poder adquisitivo solo era lo suficiente para comer. Recuerdo que ayudó a tres jóvenes a ir a Suecia o Francia, para probar suerte siendo instructores de esquí. Uno de ellos, se radicó en Suecia. Mingo Sánchez estudió allá y formó su familia. Hace poco lo vimos en Buenos Aires y tiene muy buenos recuerdos de mi padre.
Cuando íbamos a la montaña, mi padre solía decir que quería que lo enterremos en Puente del Inca. Con siete años, yo no entendía mucho, pero así lo hicimos cuando él falleció.
Mi padre intentó tres veces subir el Aconcagua. En en uno de los cuales coronó la cima y en otro intento estuvo enterrado por una avalancha. En ese momento, mi mamá estaba embarazada de mi hermano y no se lo querían decir.
Nos mudamos a Buenos Aires en el año 1969 y él trató de reemplazar la montaña por otros deportes como el tenis.
Era un apasionado de la montaña y una persona exigente. Siempre siguió ligado al deporte y fue presidente durante muchos años de la FASA. Conoció Europa gracias al deporte, porque fue como tesorero de la FASA y de las delegaciones a varios juegos olímpicos.
En lo personal, hago deporte: corro desde el año 1985. Hace un tiempo que hago la carrera de 21 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires (entreno para eso).
Y hace un tiempo que hago buceo deportivo. Cada vez que puedo, voy de vacaciones y hago trekking en Bariloche, el Chaltén y en Mendoza. En fin, creo que mi viejo me pasó sus genes y yo, a mi hijo.
En cuanto a su ascensión al volcán Tupungato, el propio José Antonio, nos relataba: Tiempo atrás, había madurado la idea de ascender al Tupungato, pero se obraba serenamente, sin apuros y cuidando hasta el más mínimo detalle. En diciembre de 1947, se dieron los primeros pasos: el Sargento Ayudante Miguel Caffaro, conocedor de la zona, Alberto Abrahán y José Antonio Almecija, por primera vez llegaron hasta el Santa Clara, estableciendo contacto necesario, quizás imprescindible con los empleados de YPF. En esta oportunidad se conversó sobre datos de la zona y posibles apoyos, con los arrieros Gómez y Román.
Este reconocimiento y este contacto fueron necesarios para que en el atardecer del 23 de enero de 1948, ya todo estuviera dispuesto. Al amanecer del 24 de enero, la expedición integrada ahora por Alberto Abrahán y José Antonio Almecija, Francisco Gerónimo Ibáñez, Francisco Mayer y Edmundo Pérez Crivelli partió hacia su objetivo: ascender el volcán Tupungato.
Instalaron el primer campamento a 500 msnm de la unión de los ríos Santa Clara y de Las Tunas; la senda que sigue la quebrada de Las Tunas y remonta hasta la Real Casa del Cura, a 17 kilómetros.
Este paraje se denominó así porque, según cuenta la leyenda, un sacerdote chileno pernoctaba en ese lugar cuando realizaba su acostumbrado viaje allende de Los Andes camino a la Estancia Las Carreras. Allí arribó con toda la comisión a las 13 horas. Desde el punto inicial, Campamento de YPF, a los 2.310 msnm, se arribó a la Casa del Cura, ubicado a los 3.200 msnm aproximadamente, esto lo podemos deducir teniendo en cuenta la distancia y el poco desnivel del trayecto.
Es un terreno sumamente vegetado. El vacuno encuentra especial atracción para su estómago, mientras que el viajero se deleita contemplando la variedad de flores silvestres y la gran cantidad de yerbas medicinales, que aportan aromas en gran parte del trayecto.
El río principal recibe numerosos aportes de cauces menores. Entre los principales tributarios está el arroyo de Las Yeseras y el de Los Metales, que descienden por sus respectivos cañadones desde el noroeste.
En la Casa del Cura, la quebrada se bifurca. Una se dirige hacia el Suroeste, río de Las Tunas y conduce al importante cerro Negro, que todavía permanece incólume, al deseo del montañés. La otra se desprende en línea recta hacia el Oeste, durante unos 3 kilómetros. Luego, en la Ciénaga Grande, se vuelve a dividir. Una, la del arroyo Pabellón, continúa hacia el Oeste, mientras que la otra, denominada Quebrada Grande o Ancha, se dirige hacia el Norte, describiendo un semicírculo hacia el Oeste.
Por allí penetró la expedición al tranquilo paso de los mulares. En las primeras horas de la tarde, arribamos al Real del Forraje, donde se dispuso pasar la noche. Habíamos acordado que trataremos de fijar y anotar todos los datos técnicos de la ascensión relacionados con la altura, tiempo, temperatura, presión, etc.
Algunos datos anotados fueron: Real del Forraje, altura 3.920 msnm. aproximadamente, presión atmosférica 488 mm., temperatura máxima 10° C, temperatura mínima 2° C bajo cero. El tiempo se presenta con neblinas con oleadas de viento frío.
El 25 de enero, fue la segunda jornada que se inició a las 09,00 horas. El tiempo se presentó con similares características respecto del día anterior. A las 12,00 horas, arribamos a los 4.900 msnm, al erróneamente llamado Portezuelo del Fraile por los arrieros, pues éste se encuentra al final de la quebrada en dirección noroeste.
El espectáculo que se contemplaba era majestuoso e imponente. Al frente mismo se levantaba su cerviz orgullosa de 6.560 msnm., el volcán Tupungato, objetivo de los expedicionarios. Los siete hombres se empequeñecen hasta parecer ínfimos granos de arena ante aquel despliegue de grandeza y esplendor de la naturaleza. De la pared Este del gigante pendían enormes glaciares que parecían indicar la impracticabilidad de la mole. Los andinistas en silencio no hacían comentarios, en cada espíritu se albergaba la duda…
Hacia el Sur teníamos los cerros Tupungatito o Bravard y el San Juan. Hacia el Noroeste, el Polleras con su delicado perfil de pirámide egipcia, además, del nevado del Juncal.
Al Norte en línea recta y al fondo de la quebrada que conduce a Punta de Vacas, estaban el Aconcagua, el Florentino Ameghino y muchos otros, que sería imposible enumerar. De aquel inmenso y casi infinito número de gigantes resaltan claramente dos: el del Norte y el que se encontraba allí a un solo paso del grupo, los demás parecían satélites de dos poderosos planetas.
Pero la hora nos llamaba a la realidad y nos arrancó de la absorta contemplación de los hombres. Se inició el descenso que ofrecía bastantes dificultades por su sinuosidad. Gracias a la pericia de los arrieros, no se tropezó con ningún inconveniente grave. A los 4.100 msnm., aproximadamente, se encontraba una enorme laguna rodeada por otras menores, y al practicar el cruce por la orilla Norte, algunos animales se negaron a pasar, porque debían hacerlo por arriba del hielo, con el peligro propio de alguna rodada.
Luego se continuó la marcha arribando al valle del Tupungato superior, llamado de las 60 Lagunas, denominado muy acertadamente, por cierto, pues allí se abren numerosos cráteres que contienen en su mayor parte aguas de color grisáceo.
La zona es completamente glaciar. A las 15,00 horas arribamos al campamento San Francisco, donde existen lugares de pastoreo para el ganado. La temperatura era sumamente agradable, el tiempo estaba despejado y con halagüeñas perspectivas para los días subsiguientes. La altura nos indicaba 3.950 msnm.
El 26 de enero, se debió realizar una larga jornada. A las 08,00 horas iniciamos la marcha siguiendo el curso del agua, en dirección Norte. A 5 kilómetros del campamento nos introdujimos en la quebrada Colorada, que se dirige hacia el Oeste, y que nos llevó directamente al pie del cerro. Tiene unos 5 kilómetros de largo, al final se tuerce a la derecha. Desde ese lugar se inició la ascensión propiamente dicha del cerro, por un fácil acarreo.
Al llegar a los 5.000 msnm., nos encontramos con una placa, dejada por la expedición de Alfredo Magnani en honor a Pablo Franke. La expedición del Andes Talleres Sport Club hizo en el lugar un minuto de silencio recordando al desaparecido deportista, al que en su honor se le dio el nombre de portezuelo.
Descendimos unos 100 msnm hasta pasar por la izquierda de un enorme anfiteatro de hielo, para luego continuar ascendiendo hasta alcanzar el filo de la cuchilla que nos conducía al pie de la canaleta.
El altímetro nos marcaba 5.400 msnm, y fue en este lugar donde, a pesar de que se podía continuar con los animales hasta los 5.900 msnm, se decidió que los arrieros regresaran y nosotros continuáramos a pie.
El filo que está orientado desde el Norte ascendiendo hacia el Sur es el límite de la República de Chile y nuestra Patria.
A las 14,00 horas, ya con las mochilas al hombro, reiniciamos la marcha. El grupo avanzaba lentamente y se había dispuesto que Francisco Paco Ibáñez iría a la cabeza y luego, Edmundo Pérez Crivelli, F. Mayer, A. Abrahán y el suscripto. A las 16,30 horas, pasamos por el campamento instalado hacía 20 días por Magnani y Perone, a los 5.800 msnm.
A las 18,00 horas, se decidió instalar el campamento de altura a 6.000 msnm. El grupo se fue distanciando paulatinamente y una hora más tarde, arribaron F. Mayer y A. Abrahán, que venían algo cansados.
La jornada duró 10 horas consecutivas. El camino recorrido no presentaba ninguna dificultad, a no ser la altura. En el camino, cuando habíamos alcanzado los 5.850 msnm, se ensanchaba hacia el Sur en forma pronunciada.
El suelo era firme, aunque a veces se encontraba algo de acarreo de piedras sueltas. Armar las carpas nos produjo un fuerte agotamiento, pues a esa altura se debió trasladar rocas de peso excesivo.
Al oscurecer, el cielo que había permanecido seminublado, se limpió completamente, lo que estimuló a los esforzados andinistas.
El 27 de enero, se fijó la hora de partida entre las 04,00 y las 05,00 horas. Nadie pudo dormir en el vivac, solo pudimos reposar, esperando la hora con inmensa ansiedad.
Era noche de plenilunio. La temperatura alcanzó los 12° C bajo cero. A las 04,30 horas, con el cielo completamente despejado, se inició la marcha. La luz radiante de la luna daba origen a espectros fantasmales que se reflejaban en el hielo y en las rocas. Se caminaba siguiendo un ritmo moderado, rumbo a la Canaleta que se encuentra a 400 metros más arriba.
Hay que recordar que existen tres canaletas de acceso a la cuchilla que conduce a la cumbre, siendo la más indicada y practicable la del centro. A 6.100 msnm, el andinista Alberto Abrahán se sentía mal, indispuesto y no pudo continuar la marcha. Se decidió de común acuerdo que Pérez e Ibáñez lo acompañarán hasta el campamento de altura. Así se cumplió, mientras que Almecija y Mayer continuaron con el ascenso.
A los 6.200 msnm comenzaron a presentarse las dificultades y la parte árida del terreno, tuvimos que esquivar algo de hielo, porque era sumamente cristalino; la parte del acarreo que era empinada se presentaba demasiado floja, lo que hacía lenta la marcha. Sin embargo, encontramos la parte más accesible en las rocas e inmediatamente nos dirigimos a ellas, aunque a veces se debió trepar, pero se avanzaba más rápido por este lugar. A las 08,00 horas, arribamos a la parte final de la canaleta.
Unos gritos provenientes del abismo nos llamaron la atención Eran Pérez e Ibáñez que pedían indicaciones sobre la ruta. Los gritos para explicarle por dónde ir,, nos agotó. Ellos estaban a 300 metros.
Esperamos un largo momento para ser alcanzados por la segunda cordada, pero la impaciencia nos venció y seguimos caminando, ora trepando por los afilados riscos, ora introduciéndonos en el glaciar milenario, ora esquivando los abismos… y así, lentamente íbamos ganando altura. Cuando el corazón parecía saltar del pecho se realizaba un alto de la marcha y cuando el pulso volvía más o menos a la normalidad, proseguimos.
A las 10,00 horas, comenzó a soplar un viento no muy fuerte, pero que fue acumulando densos nubarrones que las corrientes iban sacando de los fondos de los valles. Nos encontrábamos en los últimos 200 metros finales para arribar a la cima.
A las 11,15 horas, observábamos un peñón rocoso presumiendo que era la cumbre, pero al llegar a él, nos produjo una gran desazón, porque 200 metros más allá se levantaban de Norte a Sur, tres morros de forma redondeada, el del medio parecía ser el más alto y para allí nos dirigimos.
A 10 metros ya no nos cabían dudas: era la cumbre. Hacia ella nos dirigimos y nos confundimos en un fraternal abrazo, habíamos coronado el volcán.
En nuestra garganta se nos produjo un nudo de emoción y las lágrimas corrían por nuestras mejillas.
En el primer momento, agradecimos a la Divina Providencia, por permitirnos arribar a la tan esperada cumbre. Luego, destapamos la pirca. Esta contenía una hermosa bandera argentina, dos banderines, uno del Club Andinista Mendoza y el otro del Club Regatas de Mendoza. Además, había una bandera pequeña del C. E. D. E. y otra italiana y numerosos comprobantes personales, entre ellos, una fotografía de la malograda andinista María Canals Frau, que perdiera la vida el 12 de febrero de 1947, en las faldas del Aconcagua.
Por último, había una plaqueta que decía: “Cerro Tupungato, 6.800 msnm, Alfredo Magnani – Héctor Perone – Vicente Cichitti – enero 1948”.
Se dejaron en el lugar de estos comprobantes: cinco escudos del Andes Talleres Sport Club, un banderín del Club Universitario, un banderín del General San Martín, comprobantes de cumbre, un pergamino con las firmas de todos los que colaboraron en el éxito de la expedición y numerosos comprobantes personales.
Los minutos pasaron volando y comenzó a escarchilar. Densos nubarrones acumulados por la acción del viento se arremolinaban por la acción del viento, lo cual, nos daban una idea de la furia con que se iba a desatar las fuerzas de la naturaleza.
A las 12,20 horas, iniciamos el descenso. Luego de la intensa alegría pasada, comenzaron a preocuparnos las condiciones climáticas reinantes.
A las 13,00 horas, nos encontramos con Ibáñez y Pérez Crivelli, en la parte final del filo o cuchilla. Luego de transmitirles el éxito obtenido y darles algunas recomendaciones, nos separamos. Unos en busca del campamento de altura y el otro grupo enfrentando el temporal e intentando la cumbre.
La segunda cordada arribó a la cima a las 14,40 horas. La cordada nuestra debió buscar algún reparo para pasar el mal momento, a casi 300 metros de la cima. La tormenta en todo su apogeo parecía estremecer la cúpula del cerro. Nevaba copiosamente y el viento aullaba despedazando los ventisqueros.
Transcurrieron dos horas y a causa de la densa niebla no hallábamos la canaleta de descenso. La columna mercurial marcaba 20° C bajo cero.
A las 18,00 horas, entre densos nubarrones y como a 500 metros de distancia se veían aparecer y desaparecer a Pérez Crivelli y a Paco Ibáñez.
Aquello asemejaba a un mar misterioso y mitológico, ya que las nubes en su desatinado andar, subían y bajaban, se atropellaban arremolinándose alrededor de los hombres. Ambos se desviaron hacia el Noreste. Los gritos emitidos por los cuatro no fueron suficientes para orientar el encuentro.
Mientras que en el campamento de altura, Alberto Abrahán se encontraba inquieto por las condiciones climáticas y por pensar en lo peor para sus compañeros, quienes se encontraban intentando la cumbre en un día que las condiciones no eran las mejores. Este tipo de clima muchas veces termina en lo peor para los que transitan la montaña.
Fue por ello que bajé hacia el campamento San Francisco para solicitarle a los arrieros su apoyo para intentar buscar a los compañeros.
El camino fue penoso y agotador por la distancia y la urgencia, pero lo que se buscaba era un auxilio oportuno y rápido.
Mientras tanto las dos cordadas a distintos niveles buscaban un reparo entre las rocas. Sacándose los zapatos de montañas, buscaban hacer circular la sangre friccionando los pies para evitar el enfriamiento y/o congelamiento.
A las 20,00 horas, el temporal comenzó a amainar. El silbido del viento se tornó menos amenazador. El horizonte se fue ampliando lentamente. Hacia el Este, se empezó a divisar el resplandor del sol que se ponía en el horizonte.
Media hora más tarde, se disipó la niebla, bajando y quedando encajonada en las quebradas de los valles, las que poco a poco se fueron despedazando con las oleadas del viento.
Treinta minutos después y teniendo como guía el resplandor de la luz lunar,, trataron de localizar la canaleta de bajada y creyendo estar en el verdadero camino, iniciaron el descenso por un peligroso filo de hielo.
En la misma ruta se encontraron los dos grupos para inmensa alegría de los cuatro. No fue producto de la casualidad sino que ambas cordadas obraron con el mismo instinto y criterio para realizar el descenso.
Este fue bastante peligroso, metros más abajo, Pérez Crivelli tuvo una rodada, la que, gracias a Dios, no tuvo mayores consecuencias. Pero debido a esto, debimos encordarse para mayor seguridad de todos los integrantes.
Una hora demoramos en la parte peligrosa. Tuvimos que proceder con mayor cuidado empleando las manos y la piqueta para darnos mayor seguridad y confianza. Luego, se bajó por un acarreo fino, que a pesar de ser bastante inclinado, no presentó mayores dificultades para el descenso.
A las 24,00 horas, luego de 20 horas de marcha arribaron al campamento de altura, la bajada fue demorada en casi 8 horas a causa del temporal.
Sin embargo, en el campamento tuvieron otra gran sorpresa. Alberto Abrahán no se encontraba en el mismo. Esto produjo que hiciéramos miles de conjeturas que pasaron por nuestras mentes. Al final y ante nuestra situación de cansancio, decidimos esperar hasta el día siguiente para adoptar las medidas que se consideren oportunas.
¡El sueño nos hizo olvidar la empresa realizada y la aventura vivida!
El 28 de enero de 1948, a las 10,00 horas, se inició el descenso, pues con buen tino pensamos que Abrahán había bajado a buscar apoyo en los arrieros. El descenso fue rápido y pronto fue quedando atrás el volcán.
A las 17,00 horas, avistamos desde los 4.500 msnm a Román y Gómez, que nos estaban esperando. Pero Abrahán no los acompañaba y eso nos inquietó los ánimos.
Apenas nos encontramos con los arrieros, les preguntamos por el compañero desaparecido. Ellos nada sabían al respecto.Pensamos que se había equivocado en la bajada y que se encontraba en San Francisco. Con esta esperanza nos dirigimos a todo el grupo a ese lugar. En caso de que no lo encontrase, íbamos a subir al día siguiente.
A las 20,00 horas, se avistó el campamento y pronto nos llevamos la sorpresa y la alegría al ver a nuestro compañero sentado. Su rostro denotaba cansancio. Sus botas estaban destrozadas y su ropa, mojada. Esto dio la pauta de todo lo caminado, buscando la posible ayuda para salvar a sus compañeros.
Las preguntas huelgan en este caso y pronto se olvidaron las penurias pasadas. Con la idea del regreso, nos fuimos a las carpas a pasar la noche, con la idea que al otro día regresamos.
El 29 de enero de 1948, desandamos el trayecto recorrido, la partida se produjo a las 08,00 horas. A las 12,00 horas se pasó por el Portezuelo del Fraile, entrando por la quebrada Ancha. La marcha se hizo rápido con el deseo de llegar lo más pronto posible. En las primeras horas de la noche, se pasó por la Casa del Cura y a las 17,00 horas, arribamos a Santa Clara. Así quedó finalizada otra expedición organizada por los miembros del Andes Talleres Sport Club.
Además, de los agradecimientos hacia las personas que de una u otra forma se interesaron en el éxito de la expedición, entre las cuales cabe destacar la figura de Egidio Prado, debemos destacar algunos errores de la misma, para que la experiencia recogida se subsane en otra oportunidad. Ellas fueron:
En febrero de 1949, organizó junto a otros andinistas pertenecientes al Andes Talleres Sport Club, la expedición al cerro Aconcagua. La conformaban: José Antonio Almecija, como jefe de expedición y los demás integrantes fueron, Miguel Cafaro, Francisco Mayer, Palmiero Santilli y David Costa. Nos comentaba el propio José Antonio en su informe: El cerro Aconcagua, a pesar de no ofrecer ninguna dificultad técnica por la ruta normal al andinista, le exige muchas precauciones, por sobretodo, hay que prestar preferente atención a las condiciones físicas y espirituales del expedicionario.
Con un mes de anticipación a la fecha de partida, fue suficiente como para ultimar los más mínimos detalles.
El personal debe encontrarse en perfecto estado físico, con entrenamientos adecuados y contar con equipo de óptima calidad. Asimismo hay que tener mucha experiencia en la montaña, pues los accidentes en su mayoría se deben a la falta de precauciones o a la excesiva confianza que toma el andinista veterano. En ningún momento el hombre debe dejarse sorprender por la naturaleza y, es más, debe ofrecer su defensa antes de que los rigores propios de la montaña minen su organismo.
El andinista debe ser por sobretodo previsor y anticiparse a los acontecimientos, calcular hasta la más pequeña contrariedad a fin de que, llegado el momento, pueda esgrimir sus recursos con seguridad para su persona, tratando de ser útil para el resto de sus acompañantes y no ser motivo de preocupación para los mismos.
Quien no posea estas dotes no es un verdadero montañés. En cuanto al equipo, no es necesario enumerar, dado que quien intente esta empresa a mi criterio, debe ser ya un experto en la materia.
Hay que tratar que el equipo sea liviano, ya que facilita la marcha. Especialmente es aconsejable el uso de la seda o en su defecto, tela de avión. He notado que la parte del cuerpo que ofrece mayor blanco al congelamiento son los pies. Por este motivo, debe extremarse el cuidado de estos miembros. Creo que la mejor manera de protegerlos es usando un buen calzado (las botas del Ejército Argentino, dan buen resultado, lo único que se puede objetar es su poca duración), engrasando al máximo para que la nieve no tenga adherencia. Se debe forrar por dentro con papel de diario común, luego se usará un par de medias finas de seda y tres pares de medias de lana de muy buena calidad, teniendo en cuenta que el tejido sea vertical para facilitar el paso de la sangre. No deben abrocharse los zapatos en la subida, ya que esto aprieta el pie dificultando la circulación y no permite darse cuenta el momento preciso en el cual comienza el congelamiento, pues al tener sin movimiento los dedos no se puede apreciar, por esta causa, la insensibilidad de los mismos. En todos los casos debe llevarse dos mudas completas de medias y cambiarlas al volver de la cumbre.
Las manos son los otros miembros del cuerpo que requieren mucha protección. Esto se obtiene usando de 2 a 3 pares de mitones de lana y un par de cubreguantes impermeables.
En cuanto a la época de realización de la ascensión, la misma ha sido realizada a fines de diciembre y hasta mediados de marzo. El mes más apropiado es sin lugar a duda enero, ya que los temporales, salvo raras excepciones, no duran más de 24 horas, los días son más largos, la temperatura menos rigurosa y ha habido casos en que los andinistas extraviados pasaron la noche, cubiertos únicamente con el paño de carpa, a más de 6.500 msnm de altura, sin sufrir congelamientos.
En cuanto a los alimentos a llevar al campamento base, deben ser lo más variado posible, sobre todo se deben tener en cuanto a las verduras con las cuales se podrán preparar sopas suculentas y alimenticias. En lo posible, debe evitarse el uso de los alimentos envasados. La comida no debe ser distinta a la llanura.
Hago notar que no todas las personas podrán permitirse los mismos alimentos, por motivos de aclimatación. Esto se puede evitar con la variedad.
En el campamento de altura, en este caso en el Refugio Plantamura, la alimentación debe ser liviana y puede ser para reponer energías, hidratos de carbono, leche condensada, frutas al natural, chocolate, frutas secas, té y café, etc.
Raramente se sentirá apetito a estas alturas y, comer sin que el organismo lo pida, producirá serios trastornos, generalmente es apetecible lo líquido.
Las bebidas alcohólicas inmediatamente de ingeridas, si bien es cierto que producen calorías, relajan los músculos del cuerpo, especialmente los de las piernas, motivo por el cual no se deben tomar. En su reemplazo se usará café o té caliente que reaniman, estimulando el organismo. Tienen la propiedad de quitar el sueño, pueden transportarse hasta la cumbre.
Las bebidas alcohólicas son vasodilatadoras, es decir, que dan un calor superficial y abren los poros, produciéndose un calor momentáneo, pero al abrirse los poros, se pierde rápidamente el calor y te producen un enfriamiento rápido que puede producirte una falta de calor en todo el organismo. Es por eso que no se usa su consumo en la montaña.
En cuanto al botiquín, se le debe prestar mucha atención a la preparación del mismo y nunca debe faltar en una expedición organizada. En él tiene que encontrarse los siguientes elementos: pomada anticongelante, aceite verde, gasas, algodón, gárgaras, líquido para la limpieza de los ojos, pomadas contra las quemaduras, vaselina mentolada, trabas, etc. Antes de partir hacia la cumbre, se debe tomar la molestia de friccionar los pies, ya sea con anticongelantes o aceite verde. Esta operación da muy buenos resultados. No se deben tomar pastillas contra el sueño por ser contraproducente, pues en las alturas afectan el corazón y el cerebro.
En cuanto al historial del Aconcagua, realizó la larga lista de todas las ascensiones incluyendo la treinta y cinco ascensión realizada por su cordada. Fue realizada el 24 de febrero de 1949 y se puede conocer a continuación, relatada por el propio José Antonio, nos decía:
El 18 de febrero de 1949, partimos de la ciudad de Mendoza. Los socios del Andes Talleres Sport Club, Miguel Cafaro, en calidad de guía: Francisco Mayer, David Costa, Palmiero Santilli y José Antonio Almecija, como jefe de expedición. El viaje hasta Puente del Inca fue realizado en tren.
Por gestiones realizadas anteriormente, se había conseguido del señor ministro de Guerra, la autorización para utilizar el ganado necesario para el logro de nuestros fines. Al llegar a Puente del Inca, fuimos directamente al Refugio Militar, donde nos atendió el encargado Subteniente Porto, quien prestó toda su buena voluntad para favorecernos.
Nos informó que debido a la expedición que se encontraba en Plaza de Mulas, integrada por el teniente primero Julio C. Mottet C. y un oficial norteamericano, no poseía por el momento las monturas necesarias para que pudiéramos partir de inmediato, aconsejandonos que esperábamos el regreso de los mismos, lo que debía acontecer dentro de los dos días siguientes.
Como el tiempo se mantenía excelente, luego de quince días de inestabilidad, decidimos apelar a todos los recursos con el objeto de que nuestra partida se produjera lo antes posible. Por este motivo, enviamos un telegrama al Comando del Primer Destacamento de Montaña escuela, a fin de que nos remitieron desde Uspallata las monturas.
El 19 de febrero de 1949, fue destinado a la preparación del equipo, distribuyéndolo en bultos en sus respectivas albardas.Se dispuso llevar 6 silleras y 7 cargueras, acompañándonos el cabo primero Portillo y tres soldados, para atender el ganado, quienes llegaron hasta Plaza de Mulas. Siendo las 15,00 horas, llegó un camión procedente de Uspallata que traía las esperadas monturas. Al oscurecer todo estaba dispuesto para partir al día siguiente.
El 20 de febrero de 1949, a las 06,30 horas, partieron a pie Miguel Cafaro, F. Mayer y P. Santilli, saliendo a las 07,00 horas el resto del personal Montado. La columna siguió el camino carretero que conduce a Las Cuevas, entrando en el valle de Horcones, el cual sigue la dirección Noroeste. El valle de Horcones está limitado al Oeste por una estribación del cerro Tolosa, llamada Agua Salada y al Este, un cerro de unos 4.000 metros que es parte del Banderita Norte. A 10 minutos de la entrada del valle se llega a la Laguna de Horcones. Debo mencionar que, debido a un inconveniente producido en una mula carguera, perdimos aproximadamente 1,30 horas del tiempo. Fue necesario asegurar lo mejor posible la carga antes de partir, pues esto evitaría de seguro serios trastornos. El saber embastar es de suma importancia en una expedición de esta naturaleza.
Sin demoras hasta la Laguna de Horcones se tardó montado entre 30 y 40 minutos y a pie entre 50 y 60 minutos.
Desde la Laguna de Horcones a la Laguna de los Espejos se siguió la huella hacia el Noroeste por la orilla oeste del río Horcones, el cual se cruza a los 20 minutos de marcha de la desembocadura de la quebrada del Durazno. Este cruce no ofrece ninguna dificultad, además, la senda está muy marcada lo que facilita el tránsito rápido y seguro. A la hora y treinta de tiempo transcurrido, se llegó al pie de una loma morenítica, la cual se trepa por el Este, siguiendo siempre hacia el Norte. En la parte superior se encuentra La Laguna de los Espejos, lugar apropiado para instalar campamento. Desde este lugar, se divide el casco nevado del Aconcagua: al Oeste-Noroeste, el cerro de los Dedos, al Oeste-Suroeste, el Tolosa, al Sur-Sureste, el cerro Quebrada Blanca, al Sureste, el Penitentes, al Norte-Noreste, asoman ya los estratos de variados colores del cerro Almacenes. El tiempo recorrido se puede apreciar de 2 a 2,30 horas y a pie, entre 3 y 3,30 horas.
Desde la Laguna de los Espejos a la Piedra Grande, a los 15 minutos se llega a la confluencia de los ríos Horcones Superior e Inferior. Se cruza el río Horcones Inferior, lo que no ofrece dificultad y se prosigue la marcha por el costado Oeste del Horcones Superior.
Luego de pasar varias lomas moreníticas, llegamos al pie de la ladera Suroeste del Aconcagua, donde se debe cruzar nuevamente el río. Este paso puede presentar algún inconveniente en el mes de enero, en un día caluroso y en horas de la tarde. En esta margen del río, encontramos una piedra enorme, que puede confundirse con la Piedra Grande donde puede instalarse el campamento. A los 20 minutos más,se llega frente a la quebrada del Tolosa, que conduce al cerro del mismo nombre de 5.432 msnm. Se sigue por el costado Este del Valle hasta llegar a una estrechura del mismo frente al cerro Dedos y al Oeste del río se encuentra la Piedra Grande, donde puede instalarse el campamento. En este sitio, nos enfrentamos con el grupo del teniente primero Mottet, quienes volvían victoriosos, pues el mismo Mottet, con el oficial norteamericano habían vencido al coloso, pese al intenso frío reinante. El tiempo empleado hasta Piedra Grande, fue de 2,30 a 3 horas, montado y a pie de 3 a 3,30 horas.
Desde Piedra Grande a Plaza de Mulas, habíamos andado 10 minutos cuando dimos alcance a los compañeros que marchaban a pie, haciendo de inmediato cambió con los que venían montado desde Inca.
El valle se estrecha en forma pronunciada al poco de pasar el cerro de Los Dedos, ensanchandose al pasar el mismo. Desde este lugar, se divisa el esbelto y tentador cerro Cuerno, de 5.462 msnm y la lengua terminal del glaciar Horcones superior. Al llegar a este punto, se tuerce hacia el este, trepando una alta loma. En este lugar, las mulas avanzan con más lentitud, posiblemente por los efectos de la puna. Arriba se encuentra el portezuelo que conduce a Plaza de Mulas. Cruzándose, a los pocos minutos, se arriba, cuando ya el ánimo está desecho al punto final de la marcha en ese día.
La Plaza de Mulas es un lugar ideal para el campamento principal, ya que en él ha acampado la mayoría de las expediciones dotando al de mayores comodidades. Se ha empleado en este trayecto de 2 a 3 horas montado y a pie de 4 a 5 horas.
En el recorrido de Puente del Inca a Plaza de Mulas si no se tiene inconvenientes en la marcha, se puede demorar de 7 a 9 horas montados y a pie, de 11 a 14 horas, sin mochila. Debo hacer notar que nuestro grupo llegó a Plaza de Mulas a las 17,10 horas, habiendo demorado en total 10 horas. Este mayor tiempo se debió al inconveniente que ya he explicado.
Relatada someramente la ruta, debo agregar que en ningún momento ésta ofrece dificultad, pues la senda está perfectamente marcada.
Instalados en el que sería nuestro campamento principal, observé que Santilli se encontraba indispuesto y todos sentíamos los efectos de la puna sobre nuestro organismo. Es de hacer notar que esta zona es particularmente enrarecida en su atmósfera. Cafaro, que había realizado todo el trayecto a pie, trabajaba con mucho entusiasmo en la preparación de lo que sería la comida del día.
La Plaza de Mula, está resguardada del viento y no ofrece blanco a los rodados, pero presenta dos dificultades: una, el agua que se encuentra lejos del lugar, a unos 150 metros aproximadamente. Ir a buscarla produce un cansancio agotador, además, hay que juntarla al anochecer, después de las 22,00 horas o a la mañana temprano, pues en horas del día, cuando se produce el deshielo, baja completamente turbia.
La otra dificultad enunciada es el sol. Los primeros rayos del astro rey alumbran o pegan en el lugar, alrededor de las 10,30 horas y se oculta por detrás del Catedral antes de las 18,00 horas.
No sucede lo mismo por la tan poco conocida ruta del valle de Los Relinchos, seguida por los polacos en el año 1934 y otros aventureros como Juan Semper y el mismo Cafaro, quienes no tuvieron éxito.
El panorama que se contempla del lugar compensa los malos ratos pasados durante el trayecto recorrido. 200 metros al Este o Izquierda se encuentra el imponente glaciar Horcones Superior con sus enigmáticas torres de hielo, que apuntan hacia el espacio desafiando al que lo mira. Más atrás se divisa el cerro Catedral, de 5.400 msnm. Al frente a unos 1.000 metros nacen los glaciares del cerro Cuerno, rematados en el filo de su cumbre, semejando a una pirámide egipcia. Sus laderas cubiertas de hielo provocan una invitación tentadora para el andinista y han dejado en varias oportunidades la ilusión trunca de los que pensaban pisar su cima.
Hubiese sido muy apropiado haber realizado la aproximación a pie, en dos jornadas de marcha para hacer una buena adaptación o en un día de marcha. Luego, realizar unas jornadas de descanso para recuperarse en Plaza de Mulas, especialmente para aquellos con menos experiencia. Fueron los animales los que se adaptaron mientras que ellos no lo hicieron apropiadamente por lo que fueron más lento.
El 21 de febrero de 1949 fue día de descanso y aclimatación El tiempo se mantiene muy bueno, recién a las 13,00 horas se vieron aparecer por el Norte algunas nubes que se fueron acumulando lentamente en dirección de la Canaleta del Coloso, tapándola hacia las 19,00 horas. Era preciso que se observaran estas características, pues luego, en base a ellas, se fijaron las horas a tener en cuenta para el asalto final a la cumbre.
En horas de la tarde, mientras Cafaro preparaba los elementos que íbamos a transportar al campamento de altura, realizamos una visita al glaciar de Horcones Superior. Puedo asegurar con certeza que todo aquel que lo visita por primera vez queda maravillado. Es aquel paraíso de hielo un inmenso despliegue de poderío de la naturaleza. Grutas azuladas que no permiten ver su fondo, murmullos extraños y aguas subterráneas que animan de vida al hielo sempiterno, despiertan en el visitante un inquieto deseo de curiosear y verlo todo.
Las paredes de hielo sobrepasan en algunos casos los 30 metros de altura. Ya anochecía, el crepúsculo iba ganándole al día, la noche tendía su velo que impregna de misterios el lugar, mientras las nubes en el etéreo espacio se desdibujan formando raras y caprichosas figuras que realizaban el cuadro del Supremo Hacedor.
El 22 de febrero de 1949 fuimos de Plaza de Mulas al Refugio Plantamura. Como he dicho anteriormente, el sol alumbra tarde en Plaza de Mulas. Fue por ese motivo que la salida se fijó para las 10,30 horas, partiendo Cafaro y Costa a pie. El resto iniciamos la marcha a las 11,00 horas.
La senda avanza hacia el norte por la derecha y es inconfundible, a no ser que se encuentre cubierta de nieve, pero esto ocurrirá en raras ocasiones. A las 12,30 horas, cruzamos el portezuelo del cerro Manso, a los 5.800 msnm. El viento soplaba con gran intensidad y la nieve caída una semana atrás nos producía bastantes molestias. Sin embargo, gracias a la expedición que se nos ha adelantado en unos días, la huella no se pierde.
A los 6.000 msnm, dimos alcance a Costa y Cafaro, continuando al lento paso de las mulas en la ascensión. Llegamos al Refugio Plantamura, el más alto de América, siendo a las 15,30 horas. En total, habíamos demorado 4,30 horas montados.
La huella desde el portezuelo del Manso tuerce a la izquierda, tomando altura en dirección Norte del cerro. Se atraviesa de esta manera todo el gran acarreo hasta llegar a unas rocas enormes rojizas que presentaban manchas amarillas y grisáceas. Arriba de las mismas se encuentra el Refugio Plantamura.
A las 16,30 horas, llegaron los compañeros faltantes, habiendo demorado a pie, en este tramo sin carga, 6 horas.
A las 17,00 horas, la temperatura había bajado considerablemente. La línea del termómetro marcaba alrededor de los 12° bajo cero y el viento seguía soplando, aunque con menor intensidad.
Noté a Cafaro agotado, consecuencias lógicas de su ascenso o marcha a pie desde Puente del Inca. El resto de mis compañeros se encontraban bien, con las molestias producidas por la altura.
El refugio es una obra digna de montañeses, por el sacrificio que costó a quienes lo instalaron (Expedición militar del teniente primero Valentín J. Ugarte – 11 de febrero de 1946). Las características de este son las siguientes: largo 2,70, ancho 2,30 y alto en la parte del medio 1,50 metros; para tres personas es perfectamente adecuado y cómodo, sin embargo, el espacio resultó muy escaso por nuestra carga y resultaba engorroso y molesto el tener que ubicarnos, debiendo dejar parte de nuestro equipaje afuera para dar la capacidad necesaria.
Al llegar a 6.400 msnm, me encontraba en perfecto estado y con muchas esperanzas de vencer la cumbre. Sin embargo, el trabajar en el arreglo del mismo me produjo un fuerte dolor de cabeza y cometí la imprudencia de tomar un calmante. En lugar de mejorarme, me hizo efecto contrario, agravando mi dolencia.
Puedo asegurar que todos habíamos sentido el efecto de la altura y si bien era cierto que Costa se encontraba algo mejor físicamente, no podría asegurar lo mismo respecto de su moral, pues advertí que se mostraba excitado y nervioso. A excepción de Costa y Cafaro, los demás no probamos un bocado sólido.
La partida se fijó para el amanecer del día siguiente, ya veremos que inconvenientes posteriores nos obligaron a variar fundamentalmente nuestros planes.
Conversamos poco entre nosotros, así que en realidad no conocía a fondo el estado de ánimo del resto de mis compañeros.
Me entretuve en lo que quedaba del día, leyendo el libro de visitas y comprobación que existe en el Refugio, perteneciente a la A.M.A.E.. En él pude apreciarlos diferentes estados psicológicos de las personas que dejaron sus impresiones.
Sobre todo, me interesó el relato del alemán Lothar Herold, vencedor de las dos cumbres del Aconcagua y que perdiera los dedos de sus pies, en la última ascensión. En él, refería los momentos angustiosos que había vivido a los 6.400 msnm, esperando la salvación de su vida. Reflejaba los diferentes estados psíquicos por el que había atravesado un hombre completamente solo a la altura referida. Afortunadamente, para Herold, dos días después, subía la expedición militar del capitán Gustavo Eppens, quien lo rescató de tan difícil situación.
En las hojas borrosas de aquel libro, sencillo en su forma pero importantísimo en su contenido, estaba impresa la historia del coloso, con sus diversos protagonistas. Los triunfos, las derrotas y las tragedias se sumaban por igual y quedaban indeleble a través de los años en el silencio hosco de la montaña.
El 23 de febrero de 1949 ascendimos al refugio Plantamura. A las 03,00 horas, advertí que era casi imposible la partida. El viento con fuerza destructora hacía estremecer nuestro albergue, asimismo no existía en nuestro ánimo la firme decisión de intentar la cumbre. Por mi parte, puedo decir que me dolía fuertemente la cabeza por primera vez en mi carrera de montaña.
No pude conciliar el sueño durante toda la noche. A las 10,00 horas, me levanté. Salí al exterior lo que me produjo un efecto bienhechor, ya que me despejó por completo.
Al entrar de nuevo al Refugio, advertí conjuntamente con mis compañeros que Cafaro se hallaba inconsciente. Ese estado se había producido por el frío. Tratamos por todos los medios de mejorarlo, sin embargo, daba la impresión de que estaba a un paso de la muerte. Sus únicas palabras fueron de despido, sin llegar a reconocernos. Procedimos de inmediato a friccionar con aceite verde, pomadas anticongelantes, le cambiamos las medias que las tenía mojadas, lo vestimos completamente, ya que pese a su veteranía en la montaña había cometido la imprudencia de acostarse en paños menores, lo que lógicamente, sumado al gran esfuerzo realizado en las jornadas anteriores, le había minado el organismo.
A las 14,00 horas, reposaba más tranquilo,sin embargo, todavía no nos reconocía.
Luego de reflexionar los pasos que a continuación íbamos a dar, quedé de acuerdo con el resto de mis compañeros en lo siguiente:
El primer punto de nuestro plan se cumplió a la perfección por medio del aparato telefónico, colocado días antes por la expedición militar del Sargento Primero Baqueano Bringas, como guía, cuyo jefe de expedición fue el Sargento Ayudante Svars. Esta línea une los 6.400 metros con Plaza de Mulas. El lector se imagina que no era fácil tomar contacto con Portillo, sin embargo, gracias a esta genial idea, pudimos comunicar la novedad al mismo.
Debo mencionar que entre los que colocaron el teléfono que posiblemente se halla a más altitud en el mundo y que tanto beneficio nos reportará, se encontraban los suboficiales de aeronáutica Manuel Svars y Luque.
Respecto del segundo punto, hubo que vencer cierta resistencia por parte de Costa. Sin embargo, gracias a su gran espíritu deportivo se resignó a quedarse, renunciando a ir a la cumbre. Considero que sin ninguna dificultad la hubiese vencido en esta oportunidad. Debo aclarar que a pesar de que no tenía mayores antecedentes en la montaña, Costa era un excelente andinista y posiblemente cometimos un error al elegir los componentes del asalto final entre los que tenían derecho para hacerlo por antigüedad y méritos dentro del club.
El día discurrió lentamente, ya el viento se había apaciguado prometiendo bonanza. Desde la puerta pequeña del Plantamura se divisaba un mar de satélites del Aconcagua, postrados a los pies del señor de las alturas, rindiéndole homenaje. Sobre todos ellos, se destacaba el Cuerno y a su derecha, la impresionante quebrada del río Volcán.
A las 20,00 horas, decidimos reposar. Nuestro ánimo nervioso esperaba con ansiedad el momento de la partida. Hablamos poco, pero teníamos fe. Cafaro no se había recuperado pese a los cuidados dispensados. Dios nos guía mañana…
El 24 de febrero de 1949 era día de cumbre. A las 01,30 horas, nos despertó Costa, preparándonos té caliente, lo que nos reconfortó admirablemente. El estado de Cafaro era el mismo. En nuestra pequeña mochila, llevamos una cantidad de frutas secas, una caramañola con grapa y un termo de té.
Santilli nos hizo demorar en la partida, lo que nos inquietó nuestro ánimo. A las 02,30 horas, iniciamos la marcha. Costa quedó al cuidado del enfermo. La temperatura debía oscilar entre los 25 a 28° bajo cero. A los 30 minutos de marcha, Mayer desiste de la empresa. Sentía, según manifestó, gran frío en las manos, lo que le hizo presumir que estaba ante un principio de congelamiento. Santilli continuó marchando a mi lado lentamente.
Tomamos por la izquierda, siguiendo las rocas. Era fácil el andar. Tomamos rápidamente altura, sin embargo, tuvimos que vencer dos dificultades: no conocíamos la ruta y era de noche de luna nueva, pero la oscuridad no era absoluta debido al resplandor de las estrellas en los glaciares. En varias oportunidades, le pregunté a mi compañero el estado de sus pies, a lo que respondió que se sentía perfectamente. Yo tenía mucho frío pero experimentaba más dificultad al avanzar que en otras oportunidades.
A los 6.600 msnm, el avistar la cumbre, nos hizo presumir que estábamos errados en nuestra ruta. Fue por este motivo que decidimos cruzar en dirección al Gran Acarreo. Las brumas de la noche se fueron disipando lentamente.
Debimos pasar por un lugar que ofrecía bastante dificultad, descendiendo a la vez unos 50 msnm. Iniciamos este descenso tomándonos de las rocas, atravesando una pequeña cornisa con sumo cuidado. Hasta el momento, todo marchaba bien, noté que para pasar desde dicha cornisa a una plataforma de roca, desde la cual desciende una pared vertical de unos 5 metros, hay que agacharse y quitarse la mochila, operación que realicé con todas las precauciones del caso. Recomendé a Santilli que me alcanzara su mochila. Afirmó que podía cruzar sin necesidad de quitársela, avanzando perdió el pie y en un segundo se encontraba tendido en la nieve del fondo.
Inmediatamente, angustiado le pregunté por su estado. Con una voz débil, me respondió que se encontraba bien con las lógicas consecuencias del golpe.
Dios había intervenido en favor de mi compañero, pues la caída pudo tener fatales consecuencias, Sólo nos había producido un buen susto.
Es interesante mencionar lo ocurrido en esta oportunidad: al efectuar el paso de mi mochila se desprendió un paquete conteniendo pasas. Éste al golpear en el suelo hizo espantar en todas las direcciones unos animalitos del aspecto de las chinchillas. Sin embargo, no puedo precisar con certeza que se trataban de éstas debido a la oscuridad reinante. Al comentar este hecho con el veterano andinista Páez, me afirmó que debido a la altura en que nos encontrábamos, nuestra visión fue producto de la imaginación. Sin embargo, en contra de este argumento debo mencionar que luego en toda nuestra ascensión no tuvimos otra aparición que pudiera confirmar sus palabras respecto de nuestro estado mental, además, en ninguna otra oportunidad he sido víctima de alucinaciones y mi estado físico como el de mi compañero eran perfectos.
Santilli me manifestó más tarde que había sentido deseos de abandonar la empresa en esta oportunidad.
Este desvío nos demoró alrededor de dos horas en nuestra marcha. Ya en el Gran Acarreo, seguimos avanzando de la misma forma, dirigiéndonos hacia la Canaleta, paso obligado a la cumbre.
A las 10,00 horas, habíamos alcanzado los 6.800 msnm y nuestro estado era muy bueno. Santilli había perdido su piqueta por lo que debió prescindir de la misma en el resto de la ascensión. A los 6.850 msnm, hallamos una caramañola que no llevamos con nosotros por parecernos incómodo y molesto su transporte.
Minutos más tarde, alcanzamos la línea del sol. Reposamos largamente, reanimado nuestro espíritu y seguimos lentamente internándose en la famosa Canaleta, donde quedaron tantas vidas dedicadas por entero a la montaña. Esta Canaleta es continuación del Gran Acarreo y hablando con propiedad, el nacimiento del mismo.
Eran las 11,00 horas. No cambiamos palabras. El paso lo marcaba a mi gusto, Santilli, en esta oportunidad, se mostraba un gran compañero siguiendo mi ritmo sin ninguna dificultad, lo que hacía olvidar al amigo Mayer. Asimismo, no discutió mis decisiones. Nos aproximamos lentamente a la cumbre, ya no parecía tan lejana y tan inalcanzable como desde los 6.400 msnm
Eran las 14,00 horas, cuando al doblar un recodo, avistamos el final de la Canaleta. La cima se percibía con toda nitidez, el corazón palpitaba violentamente, el latido se percibía con toda nitidez, la sangre quería reventar sus vasos por la poca presión exterior que soportaba, sin embargo, estábamos seguros y serenos, confiamos en Dios y en nuestras fuerzas.
Eran las 14,30 horas, cuando al levantarme sobre un parapeto sentí sobre mi rostro la violencia incontenida del viento, ¡el triunfo era ya realidad! Nos abrazamos emocionados. Un nudo en la garganta no me impedía hablar. Dí gracias a Dios que nos había favorecido en la empresa. No podía menos que recordar a todos los seres queridos que posiblemente en ese preciso instante pensaban en mí.
Estábamos en la cima, habíamos vencido al coloso de América, Nuestro sacrificio, si así se lo puede llamar en esta aventura, era ampliamente recompensado. No todos los seres podían contemplar el espectáculo maravilloso que la naturaleza nos brindaba en toda su benévola expresión.
A nuestros pies, perdidos en un extraño e insondable abismo, se alzaban los satélites del gigante. Entre blancos vellones dispersos y de formas caprichosas, emergían numerosas cúspides, imposibles de contar, con su blanca cabellera, testigos mudos de las peripecias de numerosos deportistas en el espacio y en el tiempo.
El sol brillaba en todo su esplendor sin mezquindades, allí donde el cóndor no alcanza a sentar sus garras por las inclemencias de la altura, allí donde rugen los temporales y la nieve rueda provocando aludes destructores, allí en la soledad imponente y enigmática de la montaña, de rodilla ante el altar de la naturaleza, dos hombres divagaban mientras el tiempo inexorable discurría lentamente y por las mejillas rodaban lágrimas de orgullo y emoción…
Abajo, los glaciares del Cuerno y la quebrada de hielo del valle del río Volcán parecían regiones de misterios profundos e ilusiones no alcanzadas. Todo aquello quizás era espejismo o el producto de los desvelos de dos montañeses enamorados de sus sueños.
Deseo que los que lean este relato, traten de comprender por qué el andinista busca con afán las cumbres en la montaña. No los guía solamente aquella vanidad deportiva de manifestar con orgullo propio del hombre que tal o cual cumbre fue vencida por él, sino que hay algo especial dentro de su espíritu que lo eleva tratando de perfeccionarse, buscando las proximidades con el espacio etéreo, donde el pensamiento se purifica al contacto real y verídico con la madre naturaleza. Allí es dueño y señor de su voluntad, piensa a su modo y acciona de acuerdo a su propia convicción. No es ya el ser pasado que se arrastra por el fango de sus defectos humanos, ha levantado su vista hacia el Creador y es más noble…
Hemos quedado en éxtasis durante varios minutos, pero la razón nos llama a la realidad, el peligro está latente y el descenso puede ser peligroso. Cambiamos de la pirca rutinaria una bandera norteamericana por la nuestra. Noté con extrañeza que no había ninguna bandera argentina, era cierto que estaba presente en el cielo, formada por el azul transparente combinado con los girones de las blancas y viajeras nubes, infaltables en esta zona.
El símbolo patrio, gracias a su sencillez pura, lo encontramos en lo más sublime de la naturaleza y no habrá argentino que diga que no pudo rendir honores a su bandera, así se encuentre en el lugar más remoto del universo.
La cumbre Sur se divisaba elegante y tentadora antes de ser vencida por Lothar Herold y Tomas Kopp. Se tenía la impresión de que era imposible su escalamiento ya que andinistas de la talla de Link habían opinado, en este sentido. A mi criterio en la montaña, el hombre puede dominar todos los obstáculos merced a su constancia y voluntad.
Luego de dejar los banderines de Andes Talleres Sport Club, sacamos varias vistas del paisaje, posando luego respectivamente con los comprobantes rescatados y la Virgen de Luján dejada días antes por la expedición militar del Sargento Bringas. Firmamos el libro de cumbre e inmediatamente iniciamos el descenso.
Debo hacer notar que posteriormente advertí que por olvido mío había quedado la máquina fotográfica en la cumbre.
Hasta acá
Volvíamos a empequeñecerse lentamente, mientras la mole por esta vez se mostraba impasible por nuestra osadía, pero más adelante nos aguardaba una dolorosa sorpresa.
La Canaleta presenta dificultad para bajar por el cansancio asimilado por el cuerpo durante la ascensión. Hay que tener sumo cuidado en esta parte pues está formada por grandes piedras movibles que ruedan apenas se les toca. Esto puede provocar una caída al menor descuido, por este motivo debe evitarse.
La marcha al principio fue pareja. Al dejar la Canaleta, Santilli comenzó a retrasarse. Eran las 16,00 horas cuando divisamos, en dirección al portezuelo del cerro Manso, una caravana de mulares. Después nos enteramos que eran los compañeros que llevaban a Cafaro a Plaza de Mulas.
Seguimos el descenso, Santilli se retrasaba más y más. Decía estar cansado, no presentía ni remotamente que su dificultad en el caminar era producto de la venganza silenciosa pero cruel de la montaña. Decidimos de común acuerdo que yo me adelantara para tratar de localizar el Refugio Plantamura. No existía peligro en esta momentánea separación, pues desde cualquier lugar del Gran Acarreo, podía fácilmente distinguir a mi compañero.
Soy contrario a que se tomen estas medidas pero las circunstancias así lo exigían y no corríamos mayor riesgo.
Hasta acás A las 17,30 horas, estábamos a la altura del Refugio, mientras esperaba a Santilli, traté por todos los medios de localizarlo, al llegar mi compañero cambiamos opiniones al respecto, decidiendo buscar durante una hora lo que había sido el albergue del día anterior, en caso de que este tiempo no diéramos con él, trataríamos de alcanzar Plaza de Mulas.
Cuando había pasado el tiempo prudencial e iniciamos el descenso, notamos en la nieve unas huellas de botas claveteadas, lo podíamos seguir fácilmente, estábamos en la certeza de que conducían al Refugio, desafortunadamente las perdimos en un acarreo de piedras finas.
Costa, que permanecía en el Plantamura, calculaba el regreso mucho más tarde, motivo por el cual no nos esperaba para hacer las señales acordadas.
A las 18,00 horas, cuando ya los músculos accionaban por fuerza de voluntad, emprendimos sin más pérdida de tiempo el descenso.
Señalo que cometimos el error de no bajar directamente por las rocas o sea por la derecha del Gran Acarreo, pues seguramente habríamos caído directamente a nuestro objetivo, desde el lugar donde nos hallábamos era sumamente difícil precisar donde éste se encontraba.
A las 22,00 horas, alcanzamos el Portezuelo del Manso, caminábamos lentamente a causa de mi compañero que presentaba mucha dificultad al avanzar, le requerí por el estado de los pies, manifestándome que lo único que sentía era cansancio, lo que en cierta parte me tranquilizó.
El tiempo se mostraba excelente, no sentíamos frío, posiblemente hacía unos 10° bajo cero, el cielo estaba completamente despejado observando las características de los días anteriores.
Más adelante, Santilli, me detuvo para interrogarme hacia qué lugar nos dirigíamos, lo que me dejó perplejo, sin embargo, le contesté que tratábamos de arribar a Plaza de Mulas.
En 5.400 msnm, me insinuó que en vez bajar, estábamos subiendo, traté de hacerlo comprender su error lo que afortunadamente resultó fácil, notando que no había perdido el raciocinio, sino que estas preguntas eran producto de un razonar confuso e incoherente, sin lugar a duda un gran cansancio lo embargaba el cuerpo y el espíritu, más adelante permaneció callado no notando nada raro en este sentido.
Cada paso, resultaba difícil que Santilli, caminara, deseaba que yo llegara solo a Plaza de Mulas y volviera a buscarle con los animales o en su defecto que durmiéramos en 5.300 msnm, esperando el amanecer, gracias a la Providencia, a pesar de que tuve deseos de seguir el último temperamento, pude vencerme y continuar, lo que nos salvó de terribles consecuencias y quizás hasta podríamos peligrar nuestras vidas.
Tenía otro motivo que me impulsaba a tratar de alcanzar el Campamento, deseaba tranquilizar a los compañeros que en él se encontraban y avisar por medio del teléfono al que estuviera en 6.400 msnm (esta medida de la ubicación del Refugio Plantamura, durante muchos años se dio como altura, aunque se sabe que no alcanza a los 6.000 msnm su ubicación real). Venciendo el sueño letal de la montaña proseguimos, más a fuerza de voluntad que a fuerza de músculo.
Habíamos pasado tres días arriba de los 6.000 msnm sin dormir y casi sin probar bocado y eso debía influir perniciosamente sobre nuestros organismos. Sin embargo, la pesadilla debía tener su fin para alegría de todos los componentes de la expedición.
A las 02,30 horas del día 25 de febrero, luego de 24 horas de lucha con la naturaleza, arribamos a Plaza de Mulas, inmediatamente relatamos lo ocurrido al Cabo Primero Portillo y a Mayer, que se levantaron, enterándonos a la vez que Cafaro, seguía en el mismo estado, habiendo experimentado una leve mejoría.
En el Refugio, se encontraba Costa, quien esperaba nuestro regreso de acuerdo a lo especificado en la resolución tomada en la noche del 23. De inmediato para evitar cualquier ulterioridad le comunicamos el arribo feliz a Plaza de Mulas, con todas las peripecias pasadas.
Serían aproximadamente las 04,00 horas, cuando nos acostamos, dichosos de haber enfrentado a la montaña en todo su poderío, habiendo gustado de los deleites indescriptibles que ofrecía la aventura y el peligro.
El 25 de febrero de 1949. Desperté a las 09,30 horas, al igual que Santilli. Este no se había quitado las medias al acostarse ni había tomado ninguna precaución para verificar el estado de sus pies, experimentaba un gran malestar en los mismos acompañado de dolor. Con cuidado se quitó las medias y advertimos con sumo pesar que presentaba congelamiento en sus dedos del pie izquierdo y principio en el derecho. La sospecha de la víspera se había transformado en dolorosa realidad.
Inmediatamente, le frotamos los pies con pomada anticongelante, pero ésta poco resultado podía dar debido a lo avanzado del mal. En virtud a este acontecimiento decidimos de común acuerdo con Mayer, lo siguiente:
El estado de Cafaro, estaba mejor, ya nos reconocía sin recordar nada de lo acontecido. A las 11,00 horas, partimos hacia Puente del Inca, mientras Mayer, tomaba la senda hacia el Refugio Plantamura.
El día se presentaba seminublado y hacia el portezuelo del Manso, corría con bastante intensidad el viento blanco, tan peligroso en algunas oportunidades, anunciando mal tiempo para los días venideros.
Lentamente, dejábamos atrás el escenario de nuestras peripecias, Plaza de Mulas, Horcones Superior, quedaba allí, la mole agigantada en la lejanía nos saludaba con desdeño.
Era cierto que le habíamos vencido, pero el Aconcagua, dejaba por su parte huellas indelebles en el transcurrir de los años. Al volver la cabeza, divisé la cumbre, entre las nubes perdidas. Todos nos hacemos al alejarnos de un lugar que nos atrae la misma pregunta, ¿volveré?, ¿volveríamos?, la repuesta se encargará de darla el tiempo.
A la altura de Plaza de Mulas Vieja, soplaba el viento con regular intensidad. Santilli, no había podido calzarse, llevando puesto unos mitones, lo que le producía incomodidad, ya que no podía introducir el pie dentro del estribo.
Sin embargo, con buena voluntad arribamos a Puente del Inca, sin inconvenientes a las 17,00 horas. Santilli, fue inmediatamente atendido por el doctor Antinucci, que se encontraba en el hotel, quien le aplicó las primeras curaciones diagnosticando que no era de gravedad, de la que podía haber resultado. El subteniente Ramazi, encargado accidental del refugio nos allanó todas las dificultades. El andinista militar R. Páez, juntamente con el doctor Coussion, que estaban de paso en el refugio, se ofrecieron para transportarnos al día siguiente a Mendoza.
Mientras tanto, el resto de los compañeros se hallaban en la siguiente situación: Mayer y Costa, juntamente con Portillo, arribaron a Plaza de Mulas, con todos los elementos, salvo los alimentos y medicamentos que dejaron en el Refugio, para ser utilizados en caso de necesidad por expediciones venideras.
En el descenso, tuvieron la dificultad creada por el viento blanco, escapándosele la mula a Costa, por lo que tuvo que llegar a pie al campamento.
El 26 de febrero de 1949. Puente del Inca – Mendoza: A las 11,00 horas, partimos hacia Mendoza, conducido por el doctor Coussion y Páez. El viaje no presentó ninguna alternativa y en horas de la tarde llegamos a la capital mendocina.
De inmediato internamos a Santilli, en el Hospital Central. Ese mismo día los restantes miembros de la expedición bajaban a Puente del inca, para emprender a la mañana siguiente, el 27 de febrero, el regreso a Mendoza.
De esta forma finalizaba otra expedición al coloso de América, organizada y dirigida por socios del Andes Talleres Sport Club. A continuación, en el informe están los agradecimientos. Y lo manifestaba así: Quiero dejar sentado nuestro agradecimiento para con las personas que de una y otra forma colaboraron con el éxito de la empresa, especialmente el excelentísimo señor ministro de Defensa, general Sosa Molina, el teniente coronel Blas Brisoli, el jefe del estado Mayor del Comando de la Agrupación de Montaña Cuyo, coronel Héctor A. Raviolo Audisio, autoridades militares de Inca y en especial el Cabo Primero Portillo, con sus tres soldados que nos acompañaron.
No podemos dejar en el olvido el entusiasmo y apoyo moral demostrado por el Mayor don Cecilio L. Labayru, asimismo, a los que nos facilitaron elementos para mayor comodidad de nuestra empresa entre ellos el señor Cur Lhord, los andinistas Héctor Ridois y Vicente Cicchitti y la casa comercial Gath & Chaves.
En cuanto a las conclusiones y experiencias recogidas, en base a las dificultades que se nos presentaron, podemos mencionar:
Respecto a las dificultades que tuvo que sortear la expedición, voy a explicarlas desde mi punto de vista y del mejor modo de vencerla en caso similares:
Centro cultural Argentino de Montaña 2023