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Expedición al cerro Acotango y al volcán Guallatiri en la frontera entre Chile y Bolivia

Esta es la aventura de la expedición a dos seismiles desconocidos de la cordillera de Arica, el cerro Acotango de 6.052 metros y el volcán Guallatiri de 6.063 metros de altura y uno de los más activos del norte de Chile

Hernán Núñez Cristi

Hernán Núñez Cristi

Edición: Francisca Ramírez Ibarra y CCAM



Expedicionarios: Hernán Núñez Cristi, Germán Hitschfeld Malebrán, Juan Carlos Véliz.

 

Los seismiles olvidados de la región de Arica y Parinacota son una aventura a la que es imposible negarse. El cerro Acotango (6.052 msnm) es el macizo más alto del Nevado Quimsa, “tres montañas” en aymara; un cordón montañoso que se encuentra en los límites del Parque Nacional Lauca y es compartido con Bolivia. En las cercanías y con una altura similar, el volcán Guallatiri (6.063 msnm), es uno de los volcanes más activos del norte de Chile. 

 

Ubicación Cerro Acotango y Volcán Guallatiri en la Cordillera de Arica Chile

 

Ante la invitación de mi amigo Juan Carlos Véliz para visitar esta zona, intentar el ascenso de ambas cumbres y apreciar la inmensidad del altiplano desde las alturas, no pude más que aceptar. Al llamado de Juan Carlos también respondió nuestro amigo Germán Hitschfeld y emprendimos los tres la ruta. Decidimos utilizar la semana de Fiestas Patrias en Chile, a mediados de septiembre, para nuestra expedición.

Juan Carlos se encargó de la logística. El plan era volar hasta Arica para luego movernos a Putre donde pasamos un día y luego, don Aparicio Quispe, un experto en los caminos de la zona,  nos llevaría al punto que utilizaríamos como campamento base de ambas montañas y tres días después iría por nosotros para llevarnos de regreso a Putre.

Llegamos a mitad de mañana a Arica, donde nos recibió un clima templado y agradable, haciendo honor de ser conocida como la ciudad de “la eterna primavera”. Luego de descansar un poco, emprendimos rumbo a realizar las compras para la expedición, que incluían comida y combustible, pues el agua y los últimos elementos de consumo inmediato, los compraríamos en Putre. 

 

Camino a la cumbre del cerro Acotango. Germán Hitschfeld.


Al día siguiente, un taxi nos esperaba afuera de nuestro alojamiento a primera hora de la mañana para llevarnos al terminal de buses. Salimos a las 7:00 am desde el terminal de Arica en dirección a Putre. Por mi parte dormí gran parte de la ruta, solo despertando en algunos puntos donde el pequeño mini bus fue deteniéndose o cuando el estado del camino hacía que el movimiento fuese más de lo normal. 

Llegamos a la plaza de Putre, nueva para nosotros, silenciosa y bella. Fuimos al alojamiento reservado. Luego de descansar unos momentos, decidimos ir a comer algo y realizar las compras finales para el otro día. El menú incluyó carne de alpaca, papas, quínoa y cerveza para hidratar. Compramos agua, queso y algunas verduras para los primeros días que siempre hacen más amable la estadía en la montaña y nos fuimos nuevamente a descansar.

Al otro día don Aparicio llegó en su camioneta a la hora pactada y con un ánimo desbordante por emprender la aventura. Cargamos todo y el dueño del hostal, ante la incredulidad de escuchar nuestros planes, nos prometió que si lográbamos alcanzar las cumbres, nos invitaría el desayuno y una ducha antes de irnos a Arica. Aceptamos la generosa oferta e incluso recibimos gorros y chaquetas del hostal para promocionarlo en las cumbres. Quedamos pensando qué fue lo que produjo su incredulidad, ¿nuestro equipo de montaña? ¿Nuestro físico? En fin, el trato estaba hecho. 

Partimos en dirección al Este. Saliendo de Putre empezamos a apreciar el hermoso paisaje del altiplano. Nos sorprendió la belleza del lago Chungará, que rodea a los gigantes Parinacota y Pomerape, los que pronto intentaríamos subir. Nos detuvimos en sus miradores para apreciarlos mejor y tomar algunas fotografías antes de continuar el viaje.

 

La inmensidad del volcán Parinacota (6.342 msnm). Hernán Núñez.

 

Tras 20 kilómetros llegamos al empalme con la ruta A-211 que nos dirigió a Guallatire y hacia el salar de Surire. Luego de casi 60 km, nos detuvimos en el retén de Carabineros de Guallatire para avisar de nuestra expedición y luego retomamos el desvío de Chiriguaya, que nos llevaba por la ladera del volcán.

 

El paisaje altiplánico. Hernán Núñez.

 

Los últimos kilómetros requirieron de toda la experiencia de don Aparicio, quién pareció estar acostumbrado a estas dificultades y se mostró tan cómodo que incluso amenizó el viaje contándonos entretenidas historias de la zona y la gente que la habita.  Luego de unos 40 minutos bordeando la vertiente norte del volcán Guallatiri, llegamos al portezuelo que forma con su vecino, el volcán Acotango. Allí, a los 5.200 msnm establecimos un único campamento base.

 

Juan Carlos reconociendo el campamento base y sus alrededores, con una vista privilegiada a los Payachatas (volcanes Parinacota y Pomerape). Hernán Núñez

 

Luego de bajar nuestras cosas, Aparicio, nos comentó que en caso de algún imprevisto, como una gran nevada, vendría por nosotros hasta donde el camino lo permitiera. Nos despedimos agradecidos y quedamos en la soledad de la montaña. Mientras comenzamos a armar nuestras carpas en los pocos lugares posibles, comenzó a granizar, lo que nos obligó a apurarnos para protegernos. 

 

Primeros preparativos mientras la montaña nos recibe con indicios de tormenta. Hernán Núñez.

 

Afortunadamente la tormenta fue corta y pudimos salir a compartir la comida y una amena conversación. Definimos la hora de salida del siguiente día para el intento de ascender el volcán Acotango y nos fuimos cada uno a su carpa.

 

Viendo el amanecer en el comienzo de nuestro camino al volcán Acotango. Hernán Núñez.

 

Nos despertamos a las 5:30 am y emprendimos la salida cerca de las 7:00 am. El primer tramo fue prácticamente plano y sin mayores complejidades que el ir entrando en calor y encontrar el ritmo óptimo del grupo. El clima era bueno, no siendo necesario el uso de la chaqueta de pluma por mi parte.

Si bien nuestro objetivo era ascender por la clásica ruta de la cara sur, al comenzar a caminar nos abrimos hacia la dirección noreste alejándonos de nuestro plan original. No teníamos mayor información sobre esta vía, pero desde nuestra perspectiva no existiría mayor riesgo y luego de analizar la conveniencia de volver o avanzar, preferimos utilizar las energías en el ascenso y continuamos. 

 

Primera parada y definición de ruta a seguir mientras se disfruta un té. Germán Hitschfeld.

 

Con los primeros rayos de luz hicimos una primera parada para tomar un poco de té. El GPS marcaba 5.400 msnm, y habíamos avanzado varios kilómetros pero pocos metros de desnivel. Decidimos subir por un tramo que evitaba nieve y hielo, correspondiente a una arista pedregosa que no presentaba mayores complejidades técnicas. Saliendo de esa zona se nos apareció un desnivel considerable y constante, de entre 45° a 60° que no nos daría tregua durante las horas venideras. Comenzamos todos juntos, pero ya avanzado un tramo, Germán siguió la ruta más al Noreste y con Juan Carlos seguimos en dirección Noroeste.  La ruta elegida por Germán era un poco más directa hacia el filo que llevaba a la cumbre y la nuestra era un largo traverse que obligaba a cramponear con fuerza y firme sobre la nieve dura, acción cuyo efecto comencé a sentir en los bordes de los pies, como una tortura constante. Para aliviar esto hicimos algunos zigzags y siempre apuntando a lo que nuestro GPS nos indicaba sería la cumbre.

 

Germán ascendiendo directo y sin escalas. Hernán Núñez.

 

En algunos descansos para recuperar el aliento, tomé fotografías de mis compañeros, quienes pese al cansancio respondieron con saludos a la cámara cuando se dieron cuenta. No podía dejar la opción de retratar a mis amigos en un entorno tan sobrecogedor y ellos hicieron también intentos por capturar esos momentos. 

Seguimos caminando con paso constante por algunas horas, el día estaba agradable, tanto que fue necesario sacarme la tercera capa y abrirme la segunda para no sudar producto del esfuerzo. Seguimos avanzando y con Juan Carlos tomando cierta distancia en algunos momentos. Germán, al escoger la ruta un poco más directa, logró remontar primero en el filo que llevaba hacia la cumbre, pero sorteando un mayor desnivel.

 
Hernán llegando al punto de encuentro en el filo hacia la cumbre. De fondo, se observa la fumarola del volcán Guallatiri. Germán Hitschfeld.

 

Llegué al lugar donde Germán nos estaba esperando y juntos comimos y tomamos algo mientras esperamos a Juan Carlos que con su chaqueta amarilla era fácil de identificar a la distancia.

 

Juan Carlos acercándose al punto de encuentro sobre el filo.  De fondo entre un cielo que comienza a nublarse, se observa el lago Chungará a los pies del volcán Parinacota y el volcán Pomerape que se asoma a sus espaldas. Hernán Núñez.

 

Cuando nos reunimos finalmente los tres, recuperamos el aliento con un breve descanso y emprendimos rumbo al último tramo de la montaña: un filo con bastante nieve, en algunos puntos considerablemente blanda producto de las recientes nevadas, pero con unas maravillosas vistas. Al mirar hacia el norte, era fácil identificar la ruta que accedía al cerro desde Bolivia, la que nos pareció más accesible y marcada, hacia nuestras espaldas observamos los Nevados de Payachatas (Volcán Parinacota y volcán Pomerape) y hacia el sur, miraba de reojo nuestro próximo objetivo, el Guallatiri, que con su imponente fumarola nos extendía una seductora invitación a conocerlo de cerca.

Germán tomó un poco de ventaja y llegó a la cumbre unos minutos antes. Me hizo un gesto para que saludara a la cámara y me retrató en algunas fotografías mientras el cielo comenzaba a tornarse gris y la nieve caía incipientemente, lo que sin duda alguna nos preocupó un poco. 

 

Retrato a pocos metros de la cumbre. Germán Hitschfeld.

 

Nos reunimos en la cumbre en torno a un té caliente y algo de comer y esperamos a Juan Carlos que llegó a los pocos minutos. La felicidad fue plena al alcanzar los tres la cima, pero algo de preocupación nos invadió cuando miramos alrededor: se avecinaba una tormenta. 

 

Germán usando la chaqueta de la hostal en la cumbre que permitiría canjear nuestra ducha y Juan Carlos comiendo en un minuto de relajo. Hernán Núñez

 

Descansamos, conversamos y fotografiamos el lugar durante unos 40 minutos. Cuando perdimos la visibilidad de nuestro entorno y sentimos en nuestro equipo metálico los efectos de la proximidad de la tormenta, decidimos bajar.

 

La cumbre. Hernán Núñez.

 

La preocupación aumentó cuando comenzamos a sentir la estática sobre nuestro equipo, en mi caso sentía un cosquilleo en mi cabeza cubierta por el casco, e incluso pensamos en dejarlo a un costado para esperar que este efecto pasara, pero existía la opción de que esto no ocurriese y esperando no ser el punto de recepción de algún rayo emprendimos la vuelta. 

Bajamos por una vía directa, empalmando con la ruta tradicional, que era considerablemente más corta que la que seguimos durante el ascenso. Una hora después la tormenta había tomado otro rumbo, moviéndose hacia el lado boliviano y permitiéndonos recuperar las vistas del lugar y sentirnos más tranquilos. 

Sin perder de vista a Juan Carlos, nos adelantamos algunos metros con Germán. El día había sido más largo de lo presupuestado y el agua que habíamos llevado no había sido suficiente, o nuestro consumo había sido mayor de lo habitual. Germán tenía algunas reservas y decidimos mezclar toda el agua que teníamos y adicionar un poco de nieve blanda, resultando un té de sabor y color dudosos, pero que en ese momento se sintió como un fino cóctel. Luego de algunas paradas obligadas por el cansancio, logramos llegar a la planicie que nos llevaría directo al campamento. El último tramo fue distendido, tratando de guardar energías y evaluando nuestro itinerario para los días siguientes. Llegamos directo a cambiarnos los zapatos y la ropa húmeda y, por supuesto, a cocinar.

 

De regreso al campamento, con la tormenta finalizada. Hernán Núñez.

 

 Juan Carlos prefirió reposar un momento antes de comer, lo que se hizo notar por los ronquidos que emergieron rápidamente desde su carpa. Luego de almorzar y disfrutar de té y mate, pasamos el resto de la tarde descansando. En la carpa probé mi celular y, si extendía mis brazos cerca del techo de la misma, tenía señal de internet. Aproveché de compartir las fotos de la cumbre con algunos amigos y revisé las condiciones climáticas para los días venideros. Luego de ese pequeño contacto con la realidad, me pasé la tarde durmiendo y tratando de leer un libro sobre la vida de Edmund Hilary y su ascenso al Everest. Comencé a sentir hambre y se lo comuniqué a Germán mediante un grito controlado, por lo que nos dispusimos a salir de nuestras carpas, algo más abrigados a cocinar la cena. Juan Carlos había revivido de su siesta y en conjunto disfrutamos de la comida y la conversación. Mientras llenábamos nuestros termos con agua hervida, decidimos que el día siguiente sería de descanso. Disfrutamos del atardecer y observamos los volcanes Parinacota y Pomerape desde una meseta cercana. Cuando el frío se empezó a sentir en nuestros pies, nos retiramos a nuestras carpas.

Desperté a las 7:00 AM no por el sonido de la alarma, sino por los problemas estomacales de uno de mis compañeros. Luego de unos momentos, me quedé dormido nuevamente hasta que los efectos del sol elevaron la temperatura dentro de la carpa. Me quedé unos minutos más sobre el saco con la puerta semi abierta, hasta que el hambre me hizo salir. Lo mismo había provocado en Germán, que ya se encontraba preparando todo para el desayuno.

 

Día de descanso y abundancia. Hernán Núñez 

 

El día era perfecto, soleado y sin viento. Preparamos unos sándwiches de queso, tomate y cebolla, sazonados con algo de ajo y orégano que nos obligó a repetir dosis. La única preocupación era hidratarnos bien y conversar distendidamente. Nos preguntamos cómo estarían las celebraciones de Fiestas Patrias y fue inevitable pensar en un asado o empanadas. El día se nos fue entre dormir, leer y comer. Decidimos que la jornada siguiente partiría a las 6:30 AM con un objetivo claro: intentar ascender el volcán Guallatiri. 

Sentí primero la alarma de Germán, pero me quedé enredado en mi saco hasta que la mía se activó. Tomamos desayuno cada uno en su carpa y nos reunimos afuera casi cerca de las 8:00 am. No había viento, así que no fue necesaria la chaqueta de plumas al iniciar la marcha. Hicimos un rápido chequeo de todo lo que llevábamos y comenzamos a ascender en dirección surponiente por una zona bastante arenosa y de terreno blando, lo que dificultó el avance, pero mantuvimos un ritmo constante.

 

Los primeros rayos de sol sobre los Payachatas nos obligan a constantemente voltear a ver esta impresionante postal. Hernán Núñez.

 

Transcurrida casi una hora, llegamos a una zona de grandes piedras que desembocaban en un canalón con agua congelada en algunos tramos, lo que nos hizo avanzar con extremo cuidado sobre todo en las primeras horas de la mañana. Caminamos en zigzag hasta que el sol comenzó a salir y sentimos una leve alza en la temperatura, por lo que en la siguiente parada nos desabrigamos un poco, además de hidratarnos. 

 

La ruta del penitente. Fuimos azotados por fuertes ráfagas de viento, además de luchar contra penitentes en distintos estados. Hernán Núñez

 

La ruta nos dirigió hacia el suroriente, un área de penitentes con pendientes entre 30° y 40° que nos quitó varios minutos. Salimos de este tramo, para introducirnos en una zona de nieve más estable y creíamos que ya pronto nos encontraríamos con la cumbre, ya que comenzábamos a divisar la fumarola del volcán y el olor a azufre cubría el ambiente. Para nuestra decepción, llegamos a una antecumbre. Descansamos un poco ahí lamentándonos de que aún faltaba un largo tramo mientras tomábamos agua. Finalmente nos pusimos en marcha hacia el poniente, directamente hacia la fumarola.

 

La cumbre cubierta por los gases expulsados de la fumarola. Hernán Núñez.

 

El camino hacia la cumbre estaba definido por una cornisa con nieve profunda y bastante blanda que nos hizo caminar con cuidado. Sin embargo, la mayor dificultad fue el viento que por momentos dirigía la fumarola directo hacia nosotros, haciendo complejo el respirar. Mojé un poco el buff que llevaba en el cuello y lo puse sobre mi nariz y boca a modo de filtro. Luego de casi media hora logramos llegar a la cumbre, enfrentando un simple gateo entre rocas en el último tramo.

 

Último tramo previo al poco complejo paso de rocas. Hernán Núñez

 

 Las vistas eran maravillosas, aunque el humo siempre presente hizo difícil disfrutar del momento. Decidimos no comer ni tomar nada ahí para no estar más tiempo del necesario expuestos al azufre que expele la fumarola y reservamos eso para la zona de la antecumbre.

 

Germán con el gorro que sería nuestro boleto de canje por una ducha en Putre y la caja de cumbre a su espalda. Hernán Núñez.

 

Luego de 40 minutos y las fotos correspondientes en la cumbre, comenzamos el descenso por el mismo camino ya recorrido.

En la antecumbre, nos volvimos a reunir para comer algo e hidratarnos antes de continuar la caminata. Eran ya casi las 4 de la tarde, bastante tarde considerando el trecho que nos faltaba aún que recorrer, por lo que temíamos que nos alcanzara la noche en nuestra vuelta.

 

Reagrupados en la antecumbre para emprender el regreso. De fondo a la izquierda los Payachatas, a la derecha el recién ascendido Acotango y de fondo, con su puntiaguda cumbre el Nevado de Sajama, altura máxima de Bolivia. Germán Hitschfeld.

 

Comenzamos el descenso intentando seguir el mismo sendero conocido. Llegamos nuevamente al sector de penitentes, que a esta hora se encontraban en malas condiciones, blandos y con agua corriendo entre ellos. Aproveché para rellenar mi botella y complementé oportunamente con un jugo en polvo como reserva.

En la parte de piedras, con Germán nos sentamos a comer mientras esperábamos a Juan Carlos que se veía ya cerca. Nos permitimos ahí disfrutar de las vistas que el entorno nos ofrecía, miramos hacia el recién ascendido Acotango y a los Payachatas que esperábamos visitar pronto, sintiendo que nos extendían una cordial invitación. Al menos de eso nos quisimos convencer. Al juntarnos los tres seguimos bajando por las piedras grandes y sueltas, lo que nos llevó a avanzar con cuidado mientras comenzaba a esconderse el sol y fuimos quedando en las sombras. 

Nos detuvimos una última vez a sacar las linternas frontales y a consumir un bocadillo. Continuamos bajando en medio de la oscuridad y comenzamos ya a sentir los estragos del cansancio, por lo que nuestro ritmo disminuyó. Después de un rato, miramos el GPS y nos dimos cuenta que habíamos dado un par de vueltas en círculo; decidimos entonces tomar caminos levemente distintos y contactarnos por radio al encontrar las carpas. Seguí por la ruta más cercana al Oriente y, sobre las rocas, vi dos puntos luminosos que primero asocié a un camión, pero eran demasiado grandes considerando la distancia con el camino que iba hacia Bolivia. La siguiente opción era que se tratara de un animal. Comencé a gritar a Germán y a Juan Carlos sin tener respuesta, mientras sacaba el piolet de mi mochila para estar preparado en caso de tener que defenderme. Con algo de temor avancé hacia donde el instinto me indicó. Luego de unos minutos observé una luz y era Germán, caminamos con GPS en mano hasta el punto donde debía estar nuestro campamento. Llegamos al lugar y vimos dos carpas.

 -¡Hay alguien más acá!- me dijo Germán. 

Entre la oscuridad y el polvo en el ambiente, se nos hizo difícil reconocer nuestras propias carpas, pero faltaba una. Un poco desconcertados, tratamos de entender qué había pasado. No parecía haber explicación para la carpa desaparecida, hasta que a una corta distancia la vimos atrapada y agitándose entre unas rocas.La revisamos y salvo algunos agujeros, la carpa se encontraba bien y con todo en su interior, al parecer solo había sido víctima de un fuerte viento y las estacas mal puestas, las responsables. Juan Carlos llegó mientras nosotros tratábamos de reponer su carpa en el lugar original, pero no se hizo mucho problema; solo despejó el centro de la carpa, tendió su colchoneta y se dispuso a dormir.  Nosotros volvimos a nuestras carpas y cada uno preparó su cena.  Para recuperar las sales, cociné una sopa con trozos de carne seca acompañada de pan y bastante té. Luego, comí algunas galletas mientras revisaba algunas fotos en mi cámara para enviarlas a los amigos que estaban atentos a nuestra expedición. Nuevamente nos fuimos a dormir sin alarma, solo pensando en despertar cuando el sol o el hambre nos avisara.

Al otro día reaccioné cuando el calor se hizo sentir dentro de la carpa. Escuché a Germán que estaba comenzando a preparar el desayuno y salí para hacer lo mismo. Luego apareció Juan Carlos. Disfrutamos comiendo todo lo que quisimos y mirando los paisajes y a las vicuñas que veíamos a lo lejos cruzar el valle. Así se nos fue la tarde, entre siestas al aire libre y plácidas comidas. 

 

Último día de campamento. Hernán Núñez.

 

Recorrimos las zonas cercanas para tomar algunas fotos y no perdernos detalles del lugar.  Nos fuimos a las carpas con el objetivo de estar temprano despiertos para preparar todo, pues don Aparicio llegaría a las 9:00 am por nosotros. 

 

Despedida desde el campamento base. Hernán, Germán, don Aparicio y Juan Carlos. Hernán Núñez.

 

Nos levantamos este último día en el campamento base a las 7:00 am para desarmar nuestras carpas y preparar todo para el retorno. El día sería largo: regresaríamos en la misma jornada a Arica y luego a Santiago. Don Aparicio llegó a la hora comprometida y cargamos rápidamente el equipo en su camioneta. Nos preguntó si habíamos visto un puma, porque en el camino encontró animales malogrados y posiblemente atacados por él. En ese momento me hizo sentido lo que sucedido la noche anterior. Vimos los animales que él mencionó y nos aliviamos de no ser nosotros. El camino de vuelta fue rápido y lleno de anécdotas e historias narradas por don Aparicio, quien incluyó relatos de abducciones y avistamientos de objetos no identificados ocurridos en la zona. 

 

Despedida del paisaje altiplánico. Esperamos se mantenga inmaculado y sea perpetuo. Hernán Núñez.

 

Llegamos a Putre y luego de despedirnos de don Aparicio y luego de prometer que volveríamos para intentar ascender el Parinacota y el Pomerape, nos fuimos directo a cobrar la promesa del dueño de la hostal donde nos quedamos días atrás. Solo pensábamos en la posibilidad de una ducha antes de irnos a Arica.

 

Atrás quedaba Putre, hora de regresar a la ciudad. Hernán Núñez.

 

El bus salía a las 14:30 pm, por lo que teníamos tiempo. La ducha y la ropa limpia nos dejaron listos para el viaje. Compramos unas botellas de agua y algo para comer en el camino, un par de recuerdos de la zona y nos fuimos al bus. Esta vez disfruté más del entorno. Llegamos al terminal de buses de Arica y, previo a irnos al aeropuerto, tuvimos tiempo para comer algo. Fuimos caminando hasta un lugar que habíamos visto unos días atrás y cuyo nombre - El Pollón- nos dio bastante risa. Pedimos pollos, papas y empanadas fritas y bebestibles hasta no poder más.  Luego de un reposo, tomamos un taxi hasta el aeropuerto a la espera del vuelo.

Hicimos la fila todos en conjunto y ya se sentía el cansancio. Pasamos a la sala de embarque y escuchamos que por los parlantes llamaban a Germán. A su regreso nos contó que querían que dejase la botella de combustible de su cocina a bencina, pues al abrirla expelió un olor a combustible, pero los persuadió para lavarla y ponerla nuevamente en su equipaje. Yo pasé directamente y Juan Carlos debió pasar con sus botas de montaña puestas para no pagar sobrepeso.

El viaje de vuelta no lo sentí, sólo desperté cuando ya estábamos en tierra en Santiago. Llegamos de noche, algo cansados, pero felices de haber logrado nuestro cometido y haber regresado para contarlo. Pensamos en volver pronto a intentar subir los otros seismiles de la Región de Arica, para lo que nos prometemos intentaremos encontrar los tiempos escasos dentro de nuestras vidas laborales. Nos despedimos cariñosamente y con un fuerte abrazo; sin duda las amistades que se forjan en la montaña tienen un carácter especial, no a cualquier le confías tu vida y no cualquiera te confía la suya. Será hasta una nueva aventura que nos libere del estrés de la ciudad y nos lleve hasta donde nuestras mentes lo imaginen.

Las Rutas

Para aquel lector que quiera conocer las rutas seguidas, creemos útil la siguiente información. 

En la Foto se pueden ver las rutas escogidas. Si bien existen otras de distinta dificultad técnica y longitud, las realizadas fueron: Cerro Acotango (Ruta Arista Noreste) – Volcán Guallatiri (Ruta Cara Noreste).

 

Ruta desde Putre hacia el campamento base y las dos rutas seguidas para cada montaña.

 

MontañaAltitud (msnm)Campamento Base ComúnCumbre
Cerro Acotango6.052

Lat: 18°23'38.66"S

Lon:  69° 5'1.12"O

Lat: -18° 22' 57.9" 

Lon: -69° 2' 54.3"

Volcán Guallatiri6.063

Lat: -18° 25' 27.2"

Lon: -69° 5' 25.7"

 

 

  • El campamento común, evitar moverse y armar otro campamento. 
  • Es necesario llevar agua potable al punto del campamento. Existen cursos pequeños de agua, pero tienen harta carga de minerales.
  • La mejor época para el ascenso de ambas montañas es entre abril y diciembre, en verano la zona se ve afectada por el invierno altiplánico que trae consigo mal clima.
  • Es necesario utilizar vehículos 4x4 y seguir las huellas existentes para evitar dañar el ecosistema.

 

 


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