Juan Domingo Perón en sus primeras presidencias, fue un gran promotor de las actividades del montañismo de montaña en Argentina
Carta de Perón luego de volver de un curso de alpinismo en Italia
“Apenas he tenido tiempo de arreglar mis valijas en Buenos Aires para trasladarme a ésta (Mendoza), donde me esperaba la Dirección de Instrucción de Montaña por largo tiempo acéfala. Ahora soy montañés, actividad por la que siempre he sentido una natural inclinación. Nacido en la montaña y pasados en ella mis años juveniles, vuelvo, casi viejo, a darle lo mejor de mis energías y de mi corta experiencia militar. Por eso estoy contento aquí y gano horas a los días para mi trabajo.”
Que Perón fue una persona con múltiples actividades es bien conocido. Su carácter y fortaleza lo llevó a distintos emprendimientos en los cuales siempre se destacó. Sin embargo, es poco conocida su afición por el montañismo, la cual moldeó su espíritu y carácter.
De pequeño, en la Patagonia, vivió una infancia feliz en contacto con el aire libre, aún cuando debió soportar crudos inviernos con temperaturas de 20 grados bajo cero.
Muchos años después, siendo ya un brillante oficial, es designado como veedor militar en Italia. El Ministro de Guerra le encomienda la delicada tarea. Corría el año 1939 y los actos desencadenantes de la Segunda Guerra Mundial se aproximaban al clímax. El conflicto era inminente e irreversible.
La estadía se prolongó desde Febrero de 1939 hasta fines de 1940. Perón integra un regimiento de alta montaña con asiento en Chieti (Abruzos), al Comando de la División Alpina Trentina y también a la División de Infantería de Montaña asentada en Pinerolo (Piamonte).
Siguió con el adiestramiento en la Escuela de Alpinismo y Esquí de Aosta (Piamonte), de gran renombre. Aquí aprende la técnica de los deportes de montaña en un ambiente de cordialidad con los oficiales italianos y en una zona montañosa de belleza singular con desafíos deportivos admirables. Recorrió Courmayeur y Sestrieri. Participó en las maniobras militares en Bolzano (Alto Adigio).
Aún con una agenda tan ocupada se hizo el tiempo para intercalar la montaña con estudios y observaciones en Italia, Francia, España y Alemania e incluso en la URSS.
A la par de su actividad militar y de montaña, con sus compañeros argentinos destacados en Italia comenzó su labor política, trasmitiendo a ellos su pensamiento sobre la Argentina y el Mundo. Vuelve a la Argentina con experiencia y técnica deportiva, con un carácter templado por la montaña y una ubicación del mundo contemporáneo. Sin embargo no fue comprendido por muchos generales. Perón refirió de aquellos momentos: “A mi regreso, en una reunión secreta, informé lo que había visto. El Ministro me encontró razón, pero los otros generales cavernícolas, que pretendían convertir al ejército en una guardia pretoriana, me acusaron de comunista. Se resolvió sacarme de circulación: fui a parar a Mendoza como Director del Centro de Instrucción de Montaña”.
Quizás este hecho fuera providencial, dado que en el Centro de Instrucción de Montaña, no sólo enseñaba cursos de esquí y montañismo (mediados de 1941 a marzo de 1942) sino además adoctrinó y formó a jóvenes oficiales en la hermandad habitual del montañés, quien incluso confía su vida al compañero de cordada. En enero de 1942, Perón tuvo a su cargo el destacamento de montaña y en febrero dirigió como jefe de Estado Mayor en la dirección de los ejercicios militares en Laguna del Diamante, área cordillerana mendocina limítrofe con Chile.
Perón es promovido a Coronel (fines de 1941) y trasladado a Buenos Aires (marzo de 1942) desempeñándose en el Estado Mayor de Inspección de Tropas de Montaña. Ya en Buenos Aires vivió los acontecimientos políticos y militares y la efervescencia nacionalista.
También se hizo tiempo para escribir un artículo sobre comandos de montaña en la Revista Militar. En invierno de 1942 vuelve a Mendoza para dirigir los cursos de Alta Montaña e Invierno en Puente del Inca. Su estadía finalizó a fines de ese año alternando nuevamente clases de andinismo y esquí y de adoctrinamiento a la joven oficialidad. Desde ese momento su ascenso prosiguió hasta elevarse tan alto como los cóndores que observó en sus queridas montañas andinas.
Aunque retirado de la actividad de montaña, nunca dejó de lado lo aprendido en ella. Apoyó numerosas expediciones como la francesa victoriosa en el patagónico Fitz Roy o la primera expedición argentina al Himalaya, donde por poco se vence por primera vez la cumbre del Dhaulagiri, una de las montañas más altas del mundo. Lamentablemente muere aquí el Teniente Primero Ibáñez, célebre montañista apadrinado por Perón desde sus inicios.
En su gobierno se construyeron los refugios en el Aconcagua, los cuales tuvieron por nombres “Juan Perón” y “Eva Perón”. Estas denominaciones fueron cambiadas por la Revolución Libertadora y nunca más fueron vueltos a usar. Estos refugios han albergado a centenares de montañistas argentinos y extranjeros y muchos salvaron sus vidas gracias a ellos.
Alfredo Magnani, uno de los expedicionarios de la célebre Primera Expedición Argentina al Himalaya, describe de manera excepcional al andinismo y se puede llegar a una conclusión de porque el General Perón se apasionó con tan noble deporte.
Dice Magnani: “El andinismo es un deporte que en su esencia no reconoce rivalidades. Practicándolo, el hombre que se encuentra frente a la montaña debe desplegar todos sus recursos para domeñarla con nobleza y no son admisibles en esta actividad el récord, la competición o la lucha entre los hombres que la practican. Por el contrario, los individuos deben aunarse en un esfuerzo común, porque la montaña suele ser un enemigo demasiado formidable para derrochar las fuerzas en luchas intrascendentes”. (Dr. Alfredo Magnani. Argentinos al Himalaya. Ed. Fluixa. Buenos Aires, 1955. Página 42).
En este aspecto -y para rescatar la esencia del amor de Perón hacia la montaña y a los montañistas- extracto a continuación varios párrafos del libro de Louis Despase donde se narra el encuentro de Perón con la expedición francesa autora del primer ascenso al Fitz Roy (Chaltén), aquel fabuloso obelisco granítico cuya esfinge adorna el escudo de la Provincia de Santa Cruz.
Dice Despasse: “El 20 de Diciembre, a las 10:30 de la mañana, la expedición íntegra se dirige a la Casa Rosada. Estamos un poco emocionados porque, dentro de breves instantes, seremos presentados al jefe de Estado, general del ejército Juan Perón.
Nos reunimos con el Ing. Hauthal, el Dr. Medina Olaechea y los Sres. Finó y Sadoun, encaminándonos entonces, al despacho presidencial.
Recibidos primeramente por el presidente de la Confederación Argentina de Deportes, Dr. Valenzuela, pasamos a las 11 de la mañana —hora fijada para la entrevista— a un amplio salón escritorio donde la luz del día entra a raudales por amplias ventanas.
Una persona en quien, inmediatamente reconocemos al general Perón, nos recibe con una cordialidad que, en verdad, nos desconcierta. Pero, luego de habernos hecho sentar alrededor de una gran mesa, él mismo nos explica: “Los recibo, no como jefe de Estado, sino como un montañés que desea charlar con otros montañeses, sin protocolo ni cortapisas.”
En efecto, el Gral. Perón es andinista: como oficial de las tropas de montaña ha recorrido la cordillera de los Andes y asimismo conoce los Alpes, en particular las Dolomitas italianas, donde estuvo destacado en misión de estudios.
La fraternidad montañesa es realmente admirable y quizás única. Ella se extiende por encima de todas las fronteras y de todos los convencionalismos. El Gral. Perón nos presenta esta mañana un ejemplo vívido y nos da una lección admirable.
El hielo del protocolo queda roto enseguida. Le hacemos partícipe de nuestros proyectos, de nuestras esperanzas y también de nuestras preocupaciones y dificultades, sin reserva y con total franqueza.
Él, por su parte, nos habla de los Andes que tanto conoce, de aventuras y correrías en esas grandes montañas que estamos impacientes por ver. Nos muestra una piedra que, artísticamente montada como pisapapeles, decora su escritorio. “Es una piedra recogida en la cumbre del Aconcagua”, nos dice y dirigiéndose al Subteniente Ibáñez, pregunta:
—Subteniente Ibáñez, ¿cómo es eso de que usted, que ha subido tres veces el Aconcagua, no tiene el Cóndor de Oro? (Nota: Es un distintivo.)
—Mi general, yo estaba todavía en el Colegio Militar hace 4 años. No tengo aún los años de servicios indispensables.
—Es exacto —observa riendo el general.
Nos habla luego de los Alpes, que tantos recuerdos evocan en nosotros y que él conoce bien. Ante tanta gentileza y ante el calor comunicativo de sus palabras, nos sentimos totalmente déjeles (deshelados). El Presidente comprende perfectamente el francés y la conversación no languidece.
—Sin duda ustedes se extrañarán de ver a un jefe de Estado hablarles así —dice, riendo siempre—. En realidad, lo que pasa es que los presidentes no suelen ser montañeses ni los montañeses presidentes. Yo reúno ambas condiciones y una explica la otra.
Nos habla de la visita de nuestros compañeros Herzog y Oudot realizada meses antes y del interés con que escuchara el relato de sus proezas en el Himalaya.
—Quizás Argentina pueda pronto mandar también algunos trepadores para intentar esas cumbres.
Mientras conversábamos, el general Perón ha hecho concurrir a su despacho al subsecretario de Ejército, así como al Ministro de Transportes y les pide que, por vía de sus respectivos departamentos de Estado, tomen todas las medidas necesarias para proporcionarnos plena y eficaz ayuda.
—Conozco las dificultades contra las cuales van a luchar. Deseo que tengan nuestra máxima ayuda para alcanzar la meta. Nosotros asumimos la responsabilidad de su viaje horizontal, hasta llegar al pié del Fitz Roy. A ustedes les toca la del viaje vertical... Es la más pesada —agrega tornándose súbitamente grave.
Fraternalmente nos prodiga entonces sus consejos y nos alienta:
—El Fitz Roy únicamente podrá ser vencido por medio de la cabeza. Si ustedes retornan victoriosos y se los deseo de todo corazón, daremos una gran fiesta... Si regresan vencidos, la haremos también —corrige inmediatamente, sonriéndose.
La entrevista toca a su fin. Más de una hora ha transcurrido sin que nos diéramos cuenta y entonces, uno tras otro, con verdadero pesar, nos despedimos del General, admirando, al pasar, un hermoso cóndor embalsamado que decora su despacho y que le fuera regalado por sus compañeros de las tropas de montaña al asumir la presidencia de la República.
Estamos más confiados y más decididos que nunca. Frente a la amplia confianza que se nos ha dispensado y ante la valiosa ayuda concedida, sólo nos queda responder con una victoria.
En verdad, todos los medios han sido puestos a nuestra disposición y, en los momentos más críticos, esta poderosa ayuda, esos estímulos tan cordiales, nos darán nuevos bríos. (Louis Despasse. Al Asalto del Fitz Roy. Editorial Peuser. Buenos Aires, 1953. Páginas 44-47).
Perón apoyó dos expediciones al Volcán Llullaillaco (6,739 metros) en Salta, límite con Chile. En los años 50 este volcán, uno de los más altos del Planeta, era prácticamente desconocido. Con la ayuda del ejército argentino, un notable personaje, el as de la aviación alemana Hans Ulrich Rudel, ascendió dos veces a la cumbre donde se ubican las ruinas más altas del Planeta (Record Guiness).
Lo llamativo es que, durante la Segunda Guerra Mundial (donde obtuvo la máxima condecoración alemana por destruir más de 500 tanques, un crucero, un acorazado y 70 lanchas de desembarco), Rudel perdió una pierna y con una prótesis llegó a tan alta y difícil cumbre. El aviador, quien fuera prisionero de los aliados pero prontamente liberado por ser solo un combatiente, entregó a Perón una carpeta ilustrada con fotos de la expedición y de las ruinas incaicas de la ladera y de la cima. Recientemente, en el templo de la cumbre, se descubrieron tres momias de niños sacrificados por los incas, los cuales reposan actualmente en un museo salteño.
Existe una anécdota donde Perón es ejemplo de fraternidad andina. Corría el año 1942 y como Inspector de Tropas de Montaña estaba en su despacho de la Avenida Santa Fe, frente al Jardín Botánico. Se apersonaron allí los capitanes Serrano y Salinas quienes buscaban información sobre un trabajo relacionado a la montaña. Lo debían presentar en la Escuela Superior de Guerra donde eran alumnos. Perón los atendió muy cortésmente y con su vasta experiencia prácticamente les hizo el trabajo entero, quedando los capitanes muy agradecidos por tanta deferencia.
Prosiguiendo con las notas sobre Perón y sus actividades en montaña, recalcamos la impronta que ésta dejó en su vida pública y privada. Años después de dejar Mendoza, donde se desempeñó en la cordillera con las tropas de montaña, le escribe al Mayor Bríscoli con estos términos: “Ya hace cuatro años que abandoné Mendoza. Lo hice llevando por todo bagaje mi fe y mi patriotismo para luchar por el bien de todos los argentinos. A veces considero que allí, en mi Mendoza, dejé la mitad de mi corazón...”.
El mismo Perón, luego de su curso en Italia, consideraba a las tropas de montaña como especiales o de selección debido a que : “...deben combatir simultáneamente con tres enemigos: el terreno, el clima y el adversario; sus misiones son siempre las más difíciles, sus problemas tácticos los más complicados, sus medios materiales los menos potentes y su acción está librada más a la iniciativa y al genio de los comandos de todo orden que al cumplimiento de órdenes o normas de la conducción…”.
R. Burzaco, quien escribió un excelente artículo sobre el tema y de donde extracté las citas de Perón, escribe al final del mismo:
"Dos elementos de significación muestran la impronta que la montaña dejó en el Gral. Perón. A pesar de las múltiples distinciones y condecoraciones recibidas a lo largo de su carrera militar y política, sólo el Cóndor de los Andes estuvo permanentemente prendido en su chaqueta militar. Asimismo, conservó la piqueta con la que escaló el Monte Blanco y la utilizó durante su permanencia en Mendoza".
Yo agregaría que el montañismo, el cual también practico, templa el espíritu con las privaciones y el esfuerzo propio de la actividad. Muestra al hombre, muchas veces de manera brutal, lo pequeño y dependiente que es ante la naturaleza. Estos factores crean un fuerte vínculo de compañerismo, el cual dura muchas veces toda la vida. Perón lleva estas virtudes al máximo grado, destacándose especialmente en la conducción. Sus compañeros y subalternos hacen notar estas dotes: lo ven levantarse primero y acostarse último, dar una clase de táctica o calentar la cena. Incluso siendo Coronel, lidera una marcha de 30 kilómetros entre Punta de Vacas y Polvaredas (Mendoza), por supuesto lleva su pesada mochila en condiciones adversas. Así era nuestro Conductor.
Por su parte, Enrique Oliva nació en Mendoza donde conoció a Perón y fue presidente del Club Andinista Mendoza. Estudioso del peronismo, su adhesión a las ideas del tres veces presidente argentino le costó persecución y encierro.
"Lo conocí por Edelmiro J. Farrell (general y presidente de la Nación en 1944), quien nos mandó a mi y a su hijo Jorge (muerto en los ´40 en un accidente de moto) a aprender a esquiar en Puente del Inca, con un experto en la materia, nada menos que Juan Domingo Perón. Enseguida simpaticé con él. Era un hombre servicial, que hasta nos enseñó a ponernos y cuidar los borceguíes para esquiar; inclusive se arrodilló para mostrarme cómo se ataban, es decir que lo tuve a mis pies", dice riéndose de su propia broma. "Él nos recomendó que leyéramos Vidas paralelas de Plutarco".
"A Farell (dueño de una propiedad rural sobre calle Darragueira, en Chacras) le hicieron fama de bruto, pero era culto, hablaba cuatro idiomas.
Claro, era campechano, directo y le gustaba divertirse, especialmente bailar folklore y hasta hacía poesías.
Fue un gran entusiasta de los deportes de montaña; le diría que fue el inventor de la palabra andinismo, ya que por entonces todos hablábamos de alpinismo".
Citando al pionero antártico Gral. Leal, en una entrevista publicada en el Diario Página 12, éste demuestra la importancia dada por Perón a la ocupación de la Antártida y para ello convoca a otro montañés, el cual había sido compañero en Mendoza. Con la autodenominada Revolución Libertador fue pasado a retiro. Fallecido a los 99 años, en el año 2003, sus restos descansan en la Antártida. Un cerro del continente blanco lleva su nombre.
"–¿Qué recuerdo tiene del general, Pujato?
– Por mi general yo tengo una especie de devoción. Yo era capitán cuando me seleccionó para ir a la Antártida. Fue un hombre extraordinario. Primero exigente consigo mismo y luego con los demás. También le decían el loco Pujato. Interesó a Perón para que el Ejército estuviera en la Antártida. Hasta 1950, en que funda la base San Martín, la presencia la tenía la Marina. El Ejército se hizo presente en la Antártida, porque había un militar Pujato, montañés de toda la vida, que era agregado militar en Bolivia en el ’47. Ese año Perón visitó Bolivia. Como se conocían ya que habían estado juntos en la montaña en más de una ocasión, el coronel Pujato le dijo a Perón: “Si nosotros decimos que aquello es nuestro, tenemos que estar allí”.
Perón le dijo: “Cuando termine su misión en Bolivia venga a verme. Pero tráigame por escrito una propuesta”. Cuando Pujato terminó su misión en Bolivia volvió a ver a Perón. El plan tenía cinco puntos. Primero tener bases en la Antártida, segundo, el país debía contar con un rompehielos. No dijo el Ejército sino el país. Pensaba que de esta manera se podría llegar a las más altas latitudes. Tercero, había que hacer un caserío. Tenían que ir familias a la Antártida. Cuarto, debería contarse con un instituto, un organismo científico que tuviera relación directa con los estudios a realizarse en la Antártida.
El quinto punto no lo escribió, pero nosotros lo conocíamos. El Ejército tenía que llegar por tierra al Polo Sur. El general decía: “Si yo tengo una casa con un fondo largo y nunca llegué hasta esa tapia, el día de mañana entrará cualquiera y me negará que sea mía”. No tuvo ningún ideario político y, sin embargo, le cargaron el tilde de peronista, porque le propuso a Perón la presencia del Ejército en la Antártida."
Centro cultural Argentino de Montaña 2023