El Glaciar Los Polacos esconde en sus grietas heladas la verdad sobre la tragedia de los escaladores norteamericanos sucedida en 1973 en la Provincia de Mendoza
La misteriosa muerte de Jeanette Johnson y John Cooper en el Aconcagua
- 12/01/2016 -
Ha quedado en el misterio cual fue la verdadera causa de la muerte del Ingeniero de la NASA John Cooper y de la maestra Jeanette Johnson, ambos estadounidenses y cuyos decesos se produjeron en un intento de ascensión del Aconcagua. Sus cadáveres fueron encontrados a 6200 metros de altura con un intervalo de tiempo de 2 años ya que mientras que el cadáver de Cooper fue rescatado en el mes de noviembre de 1973, el de Jeanette Johnson recién fue encontrado el 9 de febrero de 1975.
La incógnita persiste: accidente o asesinato? Todos los indicios llevan a la conclusión de que las muertes no fueron accidentales pero el secreto de lo ocurrido ha quedado guardado para siempre en las laderas del Aconcagua.
El primero de los cadáveres en rescatarse fue el del Ingeniero Cooper ya que su muerte fue informada de inmediato por los miembros de la expedición que lograran sobrevivir.
En un primer momento las causas del deceso de Cooper fueron atribuidas a una caída, durante la cual se habría incrustado su piqueta en el abdomen, pero ello no logro confirmarse ya que la piqueta con la que presuntamente se habría matado nunca fue encontrada y, como dato que agudiza las sospechas, los dólares que llevaba consigo nunca aparecieron.
Es más, el posterior hallazgo del cadáver de Jeanette Johnson permitió observar una serie de irregularidades, el cuerpo de ella evidenciaba inconfundibles signos de haber sido golpeado, y no precisamente por haberse herido con elementos de la naturaleza, lo que hizo sospechar de un hecho de violencia ocurrido a metros de la cumbre del Aconcagua y del que podría haber sido víctimas ambos andinistas muertos.
En la edición del día 21 de diciembre de 1973 el Diario Noticias Argentinas publicó una noticia sobre el hecho y el recate del cuerpo de Cooper en donde ya se consigna que sobre las hipótesis eran varias y contradictorias. Se describe allí que luego del peligroso rescate efectuado por andinistas mendocinos y por la Patrulla de Rescate de la Policía de Mendoza se realizó en el Hospital Emilio Civit de la ciudad de Mendoza, la autopsia del cadáver determinándose que la muerte por congelamiento que había descripto el policía William Bill Zeller, testigo del episodio, integrante de la expedición y la última persona que vio con vida a la Johnson, no era exacta ya que el cadáver tenía una profunda herida en el abdomen. Sin embargo esa crónica periodística disculpaba el error de Zeller por el estado de confusión en que descendieron los dos sobrevivientes la altura, se dice, había alterado sus facultades mentales.
Por otra parte quienes tuvieron oportunidad de ver el cadáver de Cooper se asombraron de que el andinista hubiera muerto con los ojos abiertos y con una expresión de horror en su boca, circunstancias que descartarían la muerte por congelamiento posterior al accidente con la piqueta ya que este tipo de muerte es anticipada por la aparición de una modorra, de una sensación de sueño y en tal caso, se dijo, Cooper habría cerrado sus ojos. La mirada de asombro de sus ojos abiertos es más asimilable con la sorpresa de estar siendo atacado.
Dos años después de haberse rescatado el cadáver de Cooper se encuentra el de la maestra estadounidense que lo acompañaba en la expedición. El andinista Guillermo Vieiro relata su experiencia de haber encontrado junto a Ernesto y Alberto Colombero en forma casual los restos de Jeannette Johnson.
Vierio además de contar lo ocurrido desarrolla su propia teoría sobre los posibles hechos que habrían llevado a la muerte a los expedicionarios extranjeros y lo hizo en una nota publicada en la Revista Siete Días Ilustrados del 27.02.1975:“Mi primer contacto con Jeanette Johnson y John Cooper se produjo en Puente del Inca, Mendoza, en 1973. Ellos iban en una expedición compuesta por siete norteamericanos, incluidos ellos dos, que intentaba ascender el Aconcagua por el denominado Glaciar Polaco. Una ruta bastante difícil pero no tan riesgosa como la Pared Sur, por donde ascenderíamos nosotros. Durante dos jornadas estuvimos en contacto indirecto con ellos. Sin embargo, a pesar del poco tiempo que permanecimos cerca del grupo me di cuenta de que algo raro sucedía entre sus componentes. Me pareció que no se llevaban bien entre sí, que no existía espíritu de colaboración. Por eso, la noticia de la muerte de Cooper y la desaparición de Johnson no me tomó de sorpresa.
A pesar de que ya transcurrieron dos años desde la última vez que estuve con Jeanette Johnson, aún la recuerdo como si la estuviese viendo. Inmensamente alta, robusta, con un peso superior a los 100 kilogramos, su voluminosa humanidad fue la primera imagen que vino a mi mente cuando en enero de este año junto con los Colombero llegamos a Puente del Inca. Quizá era una premonición de lo que luego iba a suceder. Pero en ese momento ni me imaginé que en nuestro periplo hasta la cima del Aconcagua nos íbamos a encontrar con sus restos.
El 29 de enero iniciamos el ascenso. Junto conmigo, además de los Colombero, iban Carlos Sachetto y Giulio Varoli; estos últimos integraron la expedición hasta el campo base en la quebrada de Los Relinchos y después tuvieron que regresar por falta de tiempo. Así, seguimos con Ernesto y Alberto Colombero hasta que el día 9 de febrero, encontrándonos a una altura de 6.200 metros, decidimos regresar a consecuencia de que ellos no se sentían del todo bien. El viento soplaba con fuerza y el clima era tormentoso. Por eso, dada mi experiencia (tres veces había ascendido a la cumbre del Aconcagua), decidí regresar por una zona menos peligrosa para el descenso. Para entretenernos, conversábamos sobre mi anterior experiencia, hace cuatro años, en el Everest, y sobre el proyecto, preparado por el mayor Cativa, que unas semanas atrás habíamos presentado en la Secretaría de Deportes y Turismo, con el propósito de que el Gobierno nos auspicie un nuevo intento para escalar la montaña nepalí. Pero de pronto nuestra charla se interrumpió: a unos doscientos metros de distancia divisamos un bulto rojo. Enseguida presumí que era el cuerpo de la Johnson. Es que el año pasado, cuando ascendíamos la Pared Sur, encontré sobre el filo del glaciar una piqueta que dada la información con que contaba, podría ser la de Cooper, y mi teoría era que la mujer debería encontrarse cerca. En realidad, no estaba equivocado.
Poco a poco fuimos divisando su voluminoso cuerpo. Estaba colocado en posición decúbito dorsal, acostado sobre el hielo y con los pies más bajos, situado en una pequeña pendiente. Llevaba dos anoraks, uno rojo y otro color naranja. Su ropa no era la adecuada para este tipo de expedición. Una de sus botas exhibía un solo grampón (especie de pinche que va adherido a las suelas de los zapatos) mal colocado sobre el talón. En su rostro, sobre el parietal derecho, una profunda herida y diversas manchas de sangre indicaban que un golpe con algo muy aguzado había sido la causa de su deceso. El hueso estaba a la vista, al igual que otras dos lesiones en la barbilla y en la nariz. Pero lo que más me llamó la atención fue la expresión de su rostro. Generalmente, cuando una persona muere congelada, su cara evidencia una pasividad somnolienta. En cambio, en el caso de Jeanette, su rostro denotaba una mueca de terror. Tampoco sus manos presentaban la rigidez característica de los congelados: estaban crispadas al costado del cuerpo, como si antes de fallecer hubiese intentado defenderse de algo o de alguien.
Pero esos no fueron los únicos detalles curiosos que pudimos observar. La soga, por ejemplo, estaba enredada entre sus piernas; una de las slingas (cordones de seguridad a los cuales se prenden los mosquetones por donde se ata la soga) estaba extremadamente ajustada, mientras la otra, totalmente floja, no se hallaba en su lugar. El nudo de ajuste de la soga no estaba hecho en el mosquetón, como corresponde, sino en una de las slingas. En verdad, no entendíamos nada. Con Ernesto Colombero, que también tiene experiencia en estas lides, no lográbamos explicarnos semejante descalabro. ¿Cómo un montañista podía haber salido en una expedición en estas condiciones? ¿Por qué nadie le había indicado cómo tenía que colocarse sus implementos? Y esa expresión de su rostro realmente nos desconcertaba. Además, ¿cómo había hecho para darse semejante golpeen la cabeza si el lugar es semiplano? No obtuvimos respuesta. Tampoco pudieron comprender lo que había sucedido los integrantes de una expedición de norteamericanos que se acercaron al lugar para ayudarnos a desenterrar el cadáver.
Durante los dos días que nos demoramos en el lugar, prácticamente no hicimos otra cosa que charlar del tema. No sé si por la confusión de ideas que tenía o por las distintas teorías que cada uno de nosotros expuso, en un primer momento no pude conformar un panorama claro del asunto. El lunes 11, cuando las condiciones climáticas fueron favorables, emprendimos el retorno a la ciudad de Mendoza. Antes de partir, le entregué al jefe de la expedición americana un anillo de oro con una piedra semipreciosa de un color marrón claro que le había sacado a la Johnson de uno de sus dedos. Le dije que si podía ubicar a uno de sus familiares en Estados Unidos se lo entregara.
Apenas llegamos a la ciudad hicimos la correspondiente denuncia. Recién entonces, algo más tranquilo, pude hacer un frío análisis del asunto.
Pero por más vueltas que le daba siempre llegaba a la misma conclusión: la muerte por accidente en esas latitudes era realmente improbable.
Mi hipótesis se basa, fundamentalmente, en que la topografía del lugar en que hallamos el cadáver es de las más seguras, donde los accidentes son prácticamente imposibles: en las partes más sinuosas, la zona tiene apenas diez grados de pendiente; por lo tanto, el piso es casi plano. Por eso considero más que improbable que una caída haya provocado la muerte de Jeanette y muchos menos después de observar el tremendo golpe que tiene en la frente. Otro elemento sospechoso es que la cuerda estaba atada al cuerpo con nudos aparentemente hechos por inexpertos. Y cualquier andinista sabe que en el momento de ascender una montaña, más del cincuenta por ciento de probabilidades de salir con vida de la aventura depende de la seguridad con la que está ligado a sus demás compañeros. También las slingas presentan irregularidades: una de ellas está muy ligada al cuerpo, la otra demasiado suelta, como si alguien hubiese estado tironeado. Además, supongo que cuando la abandonaron sus compañeros ella seguramente estaba muy mal herida o muerta y por lo tanto nunca pudo haber dicho: "Estoy bien, sólo cansada; descansaré un rato y luego los sigo", como refirió Zeller en 1973. Otro detalle significativo es el de las cuerdas, pues difícilmente en su caída, si es que la hubo, pueden enredarse entre las piernas.
En síntesis, yo pienso que pudo haber ocurrido algo así: Cooper fue muerto, ya sea para robarle o por alguna cuestión personal. Jeanette pudo haber sido testigo de ese episodio, no quedándole al homicida más remedio que deshacerse de ella más tarde. Pero mi imaginación no va más allá: soy andinista y no detective. Como ve, las sospechas no son caprichosas, las evidencias existen. Ahora sólo falta que se expida la Justicia.”
Varios diarios de ese país se ocuparon de informar sobre la tragedia de los ciudadanos muertos en Argentina. Entre otros el Spokane Daily Chronicle, periódico de la ciudad de Salem, de la que era oriundo el Policía sobreviviente William Bill Zeller, luego de entrevistarlo en su edición del 13 de febrero de 1973, hace una crónica del hecho.
Zeller narró en esa oportunidad que estando el grupo cerca de lograr la cumbre, Cooper decidió abandonar y bajar solo, los tres restantes, Zeller, McMillan Y Jeannette aceptaron su decisión ya que no vieron riesgos, el clima era muy frio pero benévolo y Cooper no mostraba signos de cansancio ni de tener problemas de salud que afectaran su capacidad de movimiento. De manera que, continúa relatando, luego de la separación de Cooper siguieron solo tres, la maestra, McMillan y él, en un ascenso que aparecía con pocas dificultad. A las 9.30 pm del que habían estimado sería el último día para alcanzar la cumbre, muy cansados y por efectos de la altura comienzan a tener alucinaciones y en ese estado se dan cuenta que Jeanette Johnson, que venía detrás de ellos ya no estaba, la buscaron y la vieron caída unos metros más abajo, la asistieron, afirma Zeller, la pudieron poner de pie y los tres se ubicaron en una cresta y cayeron dormidos, en el hielo, hasta el amanecer.
Con los primeros rayos deciden que Zeller y ella bajarían encordados y que McMillan volvería al campamento superior que estaba cerca para ver si había aun alguien allí y tomar una decisión. Ella parecía estar fuerte y lucida, pero en el descenso ambos caen y la cuerda se rompe y quedan separados. Cuando estaba buscándola Zeller relata haber tropezado con el cuerpo Cooper y que luego de comprobar que estaba muerto se dirige a Jeanette quien se encontraba físicamente bien, según sus dichos por lo que, ambos, agrega, decidieron bajar al campamento que estaba solo a 10 minutos de andar y fijar las carpas que desde donde estaban veían desarmadas por el viento. Ella descendería unos pasos atrás; Zeller llega primero, rearma la carpa pero al terminar, exhausto, cae dormido. Al amanecer se despierta y Johnson no estaba allí, sale de la carpa y con su visión borrosa alcanza a verla, muerta, unos metros más arriba del campamento. Posteriormente McMillan y Zeller logran bajar al campamento base en donde descansaron dos días y fueron asistidos medicamente. En sus dichos lo ocurrido en ambos casos fue accidental, sin sospecha alguna de otro motivo posible.
Otra versión, otra hipótesis y un misterio que ya no será develado.
Fuente: - www.magicasruinas.com.ar
- www.ruinasdigitales.com
- www.spokesman.com
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