También conocido como Denali es la montaña más alta de América del Norte en la cordillera de Alaska, es muy difícil su ascenso dada su cercanía al círculo polar ártico, en 1913 por primera vez se ascendió, aunque hubo muchos exploradores que se aventuraron antes en las heladas tierras del norte
En el remoto y helado corazón de Alaska se alza la montaña más alta de América del Norte, a la que conocemos con el nombre de monte McKinley. Muchas tribus de indios aborígenes lo llamaban “Denal”. Otros lo llamaban Tralaika o Doleika, y cuando llegaron los rusos, le dieron el nombre de “Bulshaia Gora”.
De modo significativo, esos tres nombres en tres idiomas diferentes quieren decir lo mismo:
La Gran montaña
El primer hombre blanco que vio el monte McKinley fue el navegante inglés George Vancouver. En 1794, en el curso de sus exploraciones por la costa sur de Alaska, divisó hacia el norte “unas lejanas y colosales montañas nevadas”. Pero no hizo nada para aproximarse a ellas ni tampoco lo hizo ningún otro hombre blanco hasta pasados casi 100 años. Los rusos, que fueron los dueños y ocupantes del territorio durante los dos primeros tercios del siglo XIX, no la exploraron tampoco.
En 1867, los Estados Unidos compraron Alaska por lo que entonces pareció una enorme suma de dinero: 7.200.000 dólares.
Durante los veinte años siguientes fueron llegando traficantes y prospectores de minas, fundándose algunos pueblos y centros comerciales; pero siempre con un pie en la costa. Hasta 1890 no empezó a conocerse el interior de aquel páramo y entonces los norteamericanos descubrieron que no sólo habían adquirido un vasto almacén de oro, pescado y pieles, sino también la montaña más grande de Norteamérica.
La mayor parte de los pioneros de Alaska central eran buscadores de oro. Uno de ellos, Frank Densmore, penetró en 1889 en la región del McKinley, y a su regreso hizo tan entusiastas descripciones de la montaña, que por largos años los buscadores de oro del Yukón la conocieron con el nombre de “Monte Densmore”. Otro buscador, W. A. Dickey, llegó en 1896 hasta el borde exterior de los inmensos glaciares que la circundan. Dickey ignoraba los nombres que ya tenía la montaña y la bautizó con el nombre de William McKinley, que entonces era candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Y aquel nombre le quedó.
En los diez años siguientes, varios hombres solos o en grupo se aproximaron a la montaña, entre ellos George Eldridge y Robert Muldrow, del Servicio Geológico de los Estados Unidos, los cuales midieron la montaña por triangulación, fijando su altura en 6.191 metros.
El primer intento de ascensión tuvo lugar en 1903. Capitaneado por el juez Wickersham, un grupo de cuatro hombres se dirigió a la montaña y comenzó la ascensión. Pero no tuvieron suerte en la elección de la ruta, pues casi enseguida quedaron detenidos por inaccesibles paredes de hielo, viéndose obligados a regresar.
El personaje que a continuación entró en escena en la curiosa aventura del McKinley fue una de las más extrañas figuras del montañismo y la exploración.
Se trataba del Dr. Frederick Cook, que más adelante había de hacerse mundialmente famoso como falso “descubridor del Polo Norte”. Por entonces el Dr. Cook se disponía a convertirse en el igualmente falso “conquistador del monte Mckinley”. Realizó dos intentos a la montaña, en 1903 y en 1906.
De este último volvió declarando que había llegado a la cumbre. Escribió un libro titulado ”Hacia la cúspide del Continente”, presentó fotografías que dijo haber obtenido en la cima y dio conferencias ante públicos numerosísimos y en círculos de eruditos. Años más tarde, su compañero firmó una declaración reconociendo que eran falsas las afirmaciones de Cook. Y pocos años después llegó la sensacional demostración de la falsedad de su descubrimiento del Polo Norte, que puso fin a la fantástica carrera de Cook, el cual cayó en el olvido y la obscuridad, fracasado y deshonrado.
Los siguientes candidatos al McKinley, estuvieron a punto de lograr la cumbre.
En la primavera de 1910, un grupo de mineros y buscadores de minas se dirigieron a la montaña por el glaciar Muldrow.
El 10 de abril de 1910, se lanzaron al asalto siguiendo la helada espina dorsal que más tarde se llamaría arista Karstens, llegaron a la ancha cuenca de hielo (glaciar Harper) entre las dos cimas del McKinley; y finalmente se encaminaron a la cima Norte (5.934 metros). Dos de los montañistas, Anderson y Taylor, clavaron allí la bandera estrellada en un mástil de catorce pies de altura, que de modo inverosímil llevaron hasta allí. Pero la cumbre Sur, la más alta, aún seguía sin hollar.
Ese mismo año de 1910, vio un nuevo intento de Herschel Parker y Belmore Browne, partiendo de la Bahía Cook. El itinerario los condujo a la pared Sur, vertical y amenazada de aludes, por lo que volvieron sobre sus pasos.
En 1912, vuelven al ataque Parker y Browne, esta vez desde el Norte, por la ruta del glaciar Muldrow. Habiendo llegado muy cerca de la cumbre, una feroz tormenta se desató sobre la montaña y debieron retroceder para salvar sus vidas.
En la primavera de 1913, el arcediano “Hudson Stuck” consiguió permiso para vacar en sus deberes eclesiásticos, abandonando su pequeña misión de Nenana para llevar a cabo la gran ambición de su vida: la ascensión al monte McKinley.
Llevaba por compañeros a “Harry Karstens”, un vigoroso aventurero que había venido a Alaska cuando la fiebre del oro del Klondike; “Walter Harper”, un joven mestizo fuerte y jovial que desde hacía varios años iba con Stuck en calidad de intérprete y conductor de perros; otro integrante del grupo fue “Robert Tatum”; y finalmente, dos mozalbetes indios de la escuela de la misión de Nenana, llamados Johny e Isaías.
Con perros y trineos atravesaron las grandes llanuras nevadas de Alaska Central y salvaron los primeros contrafuertes que defienden el McKinley, desembocando finalmente en el glaciar Muldrow, tal como habían hecho las anteriores expediciones.
Lentamente y con grandes precauciones, la pequeña expedición fue avanzando por el empinado laberinto que resultaba el glaciar, con infinitos tanteos y zigzags a fin de evitar las enormes grietas, padeciendo mucho a causa del frío y del viento que descendía impetuoso de las heladas cumbres barriéndolo todo.
Al fin llegaron a la cabecera del glaciar y se pusieron a observar la parte superior de aquel impresionante páramo cubierto de blancura.
Pero mientras lo observaban se dieron cuenta de algo muy extraño: la gran arista que había de ser su vía de escalada no aparecía tal como la describieron las anteriores expediciones, o sea como la hoja acerada de una navaja ascendiendo hacia lo alto. En vez de esto, lo que se ofrecía a sus ojos hasta allí donde la vista alcanzaba era un caos indescriptible de pináculos, hendiduras y grandes moles de hielo derrumbadas y amontonadas unas sobre otras en imponente amasijo. Y de pronto comprendieron lo sucedido: los grandes temblores de tierra del año anterior, habían hecho saltar en pedazos lo que antes formaba la muralla nordeste de la montaña. La arista por donde subieron las anteriores expediciones había dejado de existir, de modo que en vez de seguir una vía que otros descubrieron antes que ellos, se veían obligados a convertirse a su vez en descubridores.
Lo que hicieron Stuck y sus compañeros puede resumirse en estas sencillas palabras: tallaron en el hielo una escalera de mil quinientos metros. Con paciencia y constancia maravillosas tallaron peldaños y más peldaños desde los 3.400 metros de altitud de la cabecera del glaciar Muldrow hasta los 4.800 metros de la cuenca superior. Salvaron bloques de hielo, grandes como casas de tres pisos, superaron cornisas colgadas en el vacío a kilómetro y medio de altura sobre los glaciares; avanzaron hacia lo alto cargados con los pertrechos a la espalda, volvieron a descender y de nuevo hacia arriba con más carga.
Tras varios días de incesantes esfuerzos, la bravía arista destrozada por el terremoto quedó por fin a sus espaldas. El 3 de junio de 1913 acamparon a 5.000 metros, en el centro de la cuenca superior, entre las dos cimas gemelas, y tres días a 5.500 metros, en las laderas que quedan inmediatamente debajo de la cumbre.
El 7 de junio de 1913, partieron a las tres de la mañana, y hora tras hora se afanaron hacia lo alto en el silencio gris y helado de las alturas árticas.
Amaneció un día claro y hermoso. A las once rebasaron el punto en que Parker y Browne fueron definitivamente rechazados por la ventisca. A la una pisaban la loma en forma de herradura que constituye la cima de aquel pico. Y pocos instantes después, según nos lo describe Stuck...
“…Aún se extendía frente a nosotros, y a unos 30 o 40 metros más arriba, otra breve loma con otras dos pequeñas cimas situadas al Norte y Sur respectivamente. Aquella es la verdadera cumbre. Con tremenda emoción seguimos ascendiendo, y Walter Harper, que durante toda la jornada había ido en cabeza, fue el primero en llegar. Así, pues, un nativo de Alaska fue el primer ser humano que pisó la cumbre más alta de su tierra, y bien merecido se tenía, por su esfuerzo, tan ansiado honor. Karstens y Tatum llegaron pisándole los talones, pero el último hombre de la cordada hubo de ser llevado casi a rastras durante unos cuantos pasos, los últimos que faltaban, y luego cayó desmayado sobre el suelo del pequeño espacio nevado que ocupa la cima de la montaña.”
Lo primero que hicieron fue dar gracias a Dios por haberles otorgado el llegar a la meta. Una vez cumplido el primer deber, sacaron los instrumentos que llevaban consigo y tomaron los datos meteorológicos. Y entonces, pero solo entonces, dejaron que sus ojos captaran ávidamente el estupendo panorama que nadie antes había contemplado antes que ellos: toda Alaska, con sus cumbres y cordilleras, valles y glaciares, ríos y llanuras, desde el interior del Ártico encerrado entre hielos hasta el lejano mar.
Con dos ramas de abedul que habían llevado consigo formaron una cruz que plantaron en la nieve, y agrupándose en torno de ella, recitaron las solemnes y jubilosas estrofas del Te Deum.
Después, iniciaron el descenso, rendidos de cansancio, pero a la vez sintiéndose los hombres más felices del mundo.
- Grandes Conquistas, de James Ramsey Ullman.
- Montañas de Nuestra Tierra, de Toni Hiebeler.
- La Montañas, de Margery y Lorus Milne.
- Enciclopedia de la Montaña, de Juan José Zorrilla.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023