· Arte · Literatura

Te invitamos a leer un capítulo del libro "Antes que los lleve el viento " de Jorge González

En el capítulo que se reproduce, el autor montañista, escritor y guía de montaña, relata el primer ascenso por la pared Sur de la Torre del Campanario, en el cordón del Portillo de Mendoza en 1978

Jorge González

Edición: CCAM



Volviendo de Los Gigantes, surgió la idea de “Peta” Fiedrich de intentar la Sur del Torre del Campanario, en el cordón del Portillo, en Mendoza. La normal, de unos 300 m de desnivel tenía muy pocas ascensiones y con un buen granito pero la Sur todavía estaba virgen. Del Campanario me había hablado Edgardo Porcellana que me había dicho que era un objetivo muy interesante en roca y en altura. El recordaba que cuando con Eduardo Armengol estaban en el acercamiento para intentar la ascensión se les había anticipado Jorge Tarditti. Con el grupo que completan Marcelo Aguilar, Werner Lyon y Diego Rueda, decidimos hacer una práctica en Los Gigantes y evaluar cómo estábamos para el intento a la Sur del Campanario. Así lo hicimos durante más de 6 meses  entrenando juntos y me puse al nivel de ellos para integrar la expedición en la que yo iba a vivir mi primera experiencia en una pared “grande” En Buenos Aires, teníamos un viejo boletín del C.A.B.A. en el que se veía una foto de la cara Sur del Campanario. Diego Rueda le sacó una diapositiva y la proyectaba en la pared para “trazar” la ruta. El apelativo de “Fitz Roy mendocino” que le habían dado los franceses en el ‘52 nos alentaba, pero recién en el terreno íbamos a poder evaluar exactamente su dimensión y las técnicas y el esfuerzo que iba a requerir  esa escalada. Pedro Fiedrich no se pudo integrar ya que tuvo que incorporarse al servicio militar y nos despedimos de él en el refugio Portinari.

Foto portada Tapa Libro "Antes que lo lleve el viento "de Jorge González

El Cordón del Portillo se extiende unos 60 kilómetros de Norte a Sur y unos 20 de Este a Oeste. Limita, al Oeste y al Sur, con el río Tunuyán, mientras que hacia el Este, domina la llanura mendocina. Para llegar a sus inmediaciones hay que viajar desde la ciudad de Mendoza hasta la localidad de Vista Flores, que dista de aquella unos 80 kilómetros. Desde allí sale un transporte una vez al día hacia el Manzano Histórico, que se encuentra 30 kilómetros más al Oeste, en la precordillera. Desde este punto se comienza a transitar por un camino de ripio y tierra y, a los 8 kilómetros, se llega al deshabitado refugio del Ejército Capitán Lemos. Seis kilómetros más arriba, a 2300 metros, se encuentra el refugio de Gendarmería Nacional Alférez Portinari, habitado en la temporada estival. Este refugio constituye el campamento base apropiado para internarse en el Cajón de los Arenales, la Quebrada del Portillo o todas las otras quebradas laterales. Se puede gestionar apoyo en el Escuadrón 28 de Gendarmería Nacional, con asiento en Campo de los Andes o contar con el auxilio de los arrieros Guiñazú y Silva, de la zona del Manzano, para el transporte de las cargas. 

A una altura aproximada de 4000 msnm puede hacerse una división marcada entre dos tipos de roca. Por debajo, las paredes lisas y verticales dan un falso aspecto de solidez por cuanto, de las cumbres, se desprenden grandes acarreos de roca disgregada. Por encima de los 4000 metros, la roca es compacta, sólida, con abundancia de tomas y buena adherencia.

Ubicación de la Torre del Campanario, Mendoza

Cerro Campanario. Boletín CABA

Vista del flanco Sur del Cerro Campanario

Indudablemente, la principal atracción del cordón la constituye el Cerro Torre del Campanario (5200 metros). Su roca granítica de color gris es de excelente consistencia y, tanto por la ruta normal o Norte como por la vertiente Sur, propone una escalada exigente. El lado Norte tiene unos 300 metros de desnivel y obliga a superar un extenso nevé que nace al mismo pie de la torre. La pared Sur, que puede promediarse como una ascensión de IVº con algunos pasos de Vº y tramos de artificial en sus primeros 800 msnm, ya es una escalada de más largo aliento por sus 1000 metros de desnivel. El acercamiento se hace por el Cajón de los Arenales. Se supera el paso de 4500 metros que da entrada al Gran Glaciar y luego se sigue en dirección Norte-Sur pasando al Este del Cerro Krakus. Los términos "cajón" o "tapón" se usan indistintamente y designan las partes en que el río corre por debajo del material de derrumbe. Finalmente, lo que creo interesante remarcar es la extraordinaria posibilidad de realizar escaladas de altura en buena roca, cosa no común en la alta cordillera central. El atractivo adicional es que el cerro Torre del Campanario (decía yo entonces) tiene rutas como el frente Este o el espolón Noreste que aún no han sido escalados y parecen desafiar con grandes dificultades.

 

Entrando a los Arenales 

El grupo se hacía sólido a cada paso. Yo tenía experiencia en altura pero ninguna ascensión de mérito, Diego traía un intento al Glaciar de los Polacos en Aconcagua y Marcelo y Werner venían de su ascensión a la torre Norte del Paine y eso los mostraba más seguros de sí mismos. Había convicción y deseos de ser los primeros en lograr esa pared. 

Viajé con Diego hasta Mendoza un viernes 6 de enero a media tarde. Eso para mí significa el momento en el que pasa distraídamente el paisaje por una ventanilla cuadrada y la distancia va devorando charlas de montaña y amistad. En la ciudad de las plazas y calles anchas recibimos la hospitalidad de la familia Encrenás que nos instaló en un gran galpón de San José en la localidad de Guaymallén. 

Aguardamos dos días la llegada de Marcelo y Werner que venían de intentar la normal del Aconcagua, pero habían desistido de la cumbre por socorrer a un integrante de una expedición alemana que, en reconocimiento, les obsequiaron un par de walkie-talkie que llevamos al Campanario. Yo escribí que el calor hacía más larga la espera. Recién al atardecer cuando el cielo se  pintaba de tonos rojizos, la brisa refrescaba el aire al tiempo que se oían las campanadas de la iglesia de la plaza. Nos pusimos a redistribuir los víveres para disminuir el peso de las cargas. Trabajamos hasta bastante tarde para ultimar detalles. 

El martes 10 de enero íbamos camino a Tunuyán en la camioneta de Francis para solicitar en el Escuadrón 28 de Gendarmería Nacional-Campo de los Andes-tres albardas completas que permitirían cargar los mulares. Nos recibió el Comandante de la unidad y se nos entregaron las albardas y la autorización para hospedarnos en el refugio Portinari, al que llegamos esa misma tarde. 

Nos rodean las montañas y el aire está endulzado por el aroma de las flores silvestres. En el refugio nos dan un espacio amplio para las cargas. Por la tarde en forma discontinua llovizna un poco. Atraído por unas placas rojas de granito voy a estirar las piernas. Después de un diedro, unas rocas tibias me dan lugar para admirar el paisaje. Me dormito hasta que llega el frío. Diego, Marcelo y Werner han preferido el calor de las bolsas. 

A eso de las 11 de la mañana del miércoles partíamos con dos arrieros de la zona del Manzano, Don Silva y Félix Gualberto Guiñazú hacia el Cajón de los Arenales, movilizando en 4 mulas cargueras, 2 latas y 7 bolsas marineras. 

Allí viaja el Río Arenales correntoso y rugiente.  Una hierba que conocen con el nombre de “la yegua”  desprende un aroma fragante y dulzón de sus pequeñas flores lilas apiñadas en racimos. 

Diego Rueda

Jorge González en el Cerro Campanario

Marcelo Aguilar

Werner Lion

A las 6 de la tarde, al pie del primer “tapón” muy cerca de la hermosa laguna y con pastura para los animales, hicimos el primer vivac. El río cercano y el viento ya traen el frío. Estamos a 3050 metros de altura. El cielo muy azul comienza a cargarse de estrellas. El café caliente nos amodorra y yo escucho la armónica de Werner cada vez más suave hasta quedarme dormido. 

Cuando nos ponemos en marcha nuevamente a la mañana siguiente el tiempo está inestable.

Don Guiñazú

Don Silva

Los animales no pueden avanzar más allá del pie de los acarreos en el segundo “tapón” y es necesario descargar. El trabajo de los arrieros es delicado a esta altura en la que se ven tantas piedras grandes que dificultan el paso. Con los arrieros acordamos estar el 3 de febrero a las 11 a nuestro regreso y comenzamos a armar los cargueros para instalar nuestro Campamento, acarreos arriba y al lado del río. Hacemos un primer transporte hasta un terreno llano donde instalamos el Campamento Base.  Latas oxidadas testimonian el paso de Edgardo Porcellana. Werner se queda para montar la carpa y recuperarse de unas ampollas mientras nosotros hacemos un segundo transporte bajo un temporal de nieve y viento y al regreso Werner nos recibe con té caliente para recuperarnos del frío. Alcanzó la carpa con mi anorak blanqueado por la nieve. Son las 4 de la tarde. Continúa nevando y el río baja con más fuerza. El calentador a bencina entibia la carpa y nos acompaña con un bufido constante. Estamos a 3700 m de altura y no sentimos ningún malestar a pesar del rápido acceso a ella. En el exterior el termómetro marca 2º bajo cero y corren ráfagas de viento frío.  

Es viernes 13 de enero. A las 8 y 30 de la mañana aparece el sol y los cerros nevados del Cordón del Portillo. Terminamos con los transportes a mediodía bajo la amenazante presencia  de negras nubes del Sur. Sin embargo decidimos dejar un depósito más elevado para ganar altura y tiempo. Llevamos carga a 4000 msnm y volvemos bajo tenues copos de nieve que parecen flotar en el aire. Encontramos con Werner un momento para resguardarnos bajo unas rocas y observar en silencio el hermoso paisaje pleno de quietud. Recién a las 8 de la noche terminamos un día agotador. Ha nevado desde las 3 de la tarde y los cargueros, las piquetas y la lona que cubre las cargas, han quedado tapados por la nieve caída.  En la carpa se desparraman antiparras, zapatos, bolsas  y sacos de duvet. El desnivel que superamos con cargas pesadas hoy me ha dejado un punzante dolor en la nuca. Finalmente me quedo dormido hasta que me despierta la débil claridad del día y el sol enrojeciendo las montañas.

Marcelo Aguilar descansando

Werner Lion

Jorge González 

Diego Rueda

Antiparras

Por el nylon azul de la carpa adivino los tonos de un cielo limpio. Al despertarme observo los labios resecos e hinchados de Werner, la bolsa humedecida de Marcelo, el descanso de Diego. Cero grado en el interior de la carpa y ha cesado de nevar. El cielo sin nubes anuncia un día magnífico. 


Al pie de la cara Sur

Desayunamos e iniciamos el trabajo de transportar la carga al depósito de 4000 m y alcanzamos por un cansador nevé de 300 metros, llegar hasta el col de 4500, paso que utilizaremos para entrar al gran glaciar que nos conducirá a la pared Sur. Transportamos toda la carga a la base del nevé e instalamos el que llamamos Campamento Uno.  Bastante extenuados llegamos al Campamento Uno y reponemos fuerzas. Entra a la carpa el reflejo de la luna. 

Es domingo 15 y toda nuestra carga está cerca del pie del nevé, lugar en el que instalamos el Campamento 1 y comenzamos a programar las tareas de transportes por el gran glaciar. Se decide que Marcelo y yo abramos una huella hasta el fondo de la morrena e instalamos el Campamento 2 avanzado mientras Diego y Werner llevarían carga hasta el col de 4500. Mantendríamos comunicaciones mediante los “walkie-talkie” cada cuatro horas. El cruce del glaciar es muy cansador por los penitentes. Sentimos la falta de líquido por las casi cuatro horas de permanencia bajo el fuerte sol en medio de esa especie de mar blanco. Llegamos con Marcelo bastante agotados a unas morrenas laterales y decidimos ubicar allí la carpa después de alisar el terreno. Cometo la imprudencia de tomar agua muy fría de deshielo y eso me provocaría después una inflamación en la garganta durante un par de días. Hablamos con nuestros compañeros a las 20 horas y damos nuestra posición: estamos frente al filo Sudeste del Campanario que se destaca nítidamente del resto. Contamos con agua. Volveríamos mañana al col en busca de más carga y dejaríamos material hasta tanto podamos ver de cerca la pared Sur y tener una idea concreta de las necesidades de sogas fijas y equipo técnico.

El 18 volvemos al col y ahora los cuatro estamos con toda la carga en el Campamento 2 completamente instalado. Sentimos sólo el lógico desgaste físico pero no la influencia de la altura y crece la expectativa al acercarnos a la pared Sur y observar de cerca la roca. Con gárgaras de  agua y sal intento detener el dolor de garganta pero siento un debilitamiento general en todo el cuerpo. 

El jueves 19 finalmente Diego y Marcelo cruzan el glaciar para hacer un reconocimiento de la pared y abrir una huella por el glaciar con cargas livianas en la espalda. Me quedo descansando con Werner y eso acentúa mi mejoría.

Al día siguiente los cuatro nos dirigimos al pie de la pared para llevar material y elegir el lugar en el que dejaríamos armada la carpa “Jerry” como tienda de asalto. 

Aproximación al Campanario

Penitentes del Cerra Campanario. Foto de Marcelo Aguilar

Vista del Cerro Campanario. Foto de Marcelo Aguilar.

Escalando el Cerro Campanario 

Cerro Campanario (1978)

El pie de la pared del Cerro Campanario

Observamos las enormes lajas de granito rojo del filo Sudeste y las impresionantes fisuras en partes extra plomadas. Pasamos por debajo de enormes cascadas de hielo milenario y esquivando rimayas que se forman en el glaciar que apoya sobre la pared. Con Werner tallamos  una plataforma en el hielo con nuestras piquetas observando que un desprendimiento de lo alto quedaba parcialmente cubierto por un escalón rocoso. Allí instalamos la “Jerry”. La cordada debía estar a primera hora en la pared y ante el forzoso caso de mal tiempo en esa carpa Jerry encontrarían lo indispensable para refugiarse sin tener que cruzar el glaciar. Werner y yo regresamos mientras Marcelo y Diego incursionan en dos largos de soga sobre la pared para palpar de cerca la calidad de la roca. En aproximadamente una hora cruzan el glaciar y están en el Campamento 2 a las 21.30. Nos dicen que hay roca suelta y se debe andar con cuidado. Sólo una cordada por vez en la pared. Las primeras conclusiones eran alentadoras. El cruce del glaciar no presentaba mayores problemas a no ser por lo agotador de caminar en un campo de penitentes. Eran necesarios los crampones al pie de la pared por la presencia de placas de hielo duro con algo de pendiente. La roca tenía una tonalidad gris uniforme  y parecía un granito bien sólido. La presión había bajado, El tiempo estaba bueno pero desde el día anterior aparecían nubes  desde el Oeste a las 7 de la tarde. Nos apretamos los cuatro en la carpa muy cansados y ansiosos por la llegada del nuevo día. Comenzarían Werner y Marcelo Llevarían uno de los walkie-talkie, nueces, mantecol, chocolates, sopas, el calentador a bencina, un zdarsky y la mochila de arrastre con la soga para instalar. 

Es 22 de enero. Me despierto y veo que las nubes cubren la cumbre del Campanario. Hace frío. Marcelo y Werner se dirigen a la “Jerry” instalada al pie de la pared para iniciar a la mañana siguiente el ascenso. 

Es 23 de enero. Hace 12 días que estamos en el Cordón del Portillo. A las 8 de la mañana el termómetro marca 8º bajo cero en el interior de la carpa. Diego y yo estamos en el Campamento 2 separados por el glaciar de nuestros compañeros que hoy comenzarán a escalar. 

 

Tocando la roca

A las 11 de la mañana vivo una experiencia inolvidable. Recorrí la pared con los vidrios redondos del largavista. Pasaban por delante de mis ojos en forma vertiginosa los impresionantes frentes grises a veces interrumpidos por manchones de nieve. Mi cabeza se esforzaba por traducir las formas reales y las perspectivas de esos bloques. Los buscaba en cada roca y en cada sombra. De pronto diviso dos minúsculos puntos rojos que parecían moverse con pasmosa lentitud. Era realmente una extraordinaria sensación de pequeñez y emoción ver a nuestros compañeros ganando altura. Gritarles a modo de saludo era imposible, solo quedaba imaginarlos tal cual los sabía. Volverlos a su dimensión real me permitía imaginar una contienda más pareja con la montaña. Cuando a pesar de algunas interferencias los oímos hablar por los intercomunicadores, nos tranquilizamos. 

Equipan aproximadamente 250 m instalando una soga fija de 60 m en el tramo más delicado que incluso exige superar en artificial algunos  pasos expuestos en un diedro difícil. A la tarde se ven avanzar del Sur gruesas nubes que tapan la cumbre del cerro. Comienzan a caer lentamente copos de nieve y baja la temperatura. Marcelo y Werner deciden descender al campamento dejando en el punto alcanzado los víveres llevados para el vivac, al igual que el calentador y el sdarski. 

Es martes 24 de enero. Debemos continuar nosotros. El sol da en la pared aproximadamente a las 8 y media así que después de un desayuno liviano comenzamos el primer largo hasta alcanzar el pie de la soja fija. Subimos con jumars. La soga tiene 60 metros y el último tercio cuelga al vacío. Me abrazo a la delgada cuerda buscando recuperarme. Superado esos metros me siento   flotar y trato de no pensar que la cuerda podría romperse. La respiración agitada por la altura me devuelve a la realidad. Consigo concentrarme en los movimientos buscando un ritmo regular y confiando en los clavos que aseguran  la soga.   Luego izamos la mochila. Las maniobras se demoran bastante y sólo podemos alcanzar el punto del primer vivac que preparamos aprovechando las últimas luces del día. Realmente fue incómodo por la posición. Sentados dentro del sdarski y asegurados a la pared, derretimos nieve y podemos tomar algo caliente. Diego toma unas pastillas y se duerme profundamente. Sin embargo lo hace recostado en mi espalda lo que me obliga a una posición muy incómoda toda la noche. Me siento físicamente bien pero tengo un malestar punzante en los pies como consecuencia del frío. La temperatura llegó a 11 grados bajo cero y así esperamos que llegara el nuevo día. Cuando el valle ya está iluminado nosotros aún permanecemos en sombra. Esperamos pacientemente el milagro de los tibios rayos del sol. Diego canta una canción de Serrat “...Y bueno, pues, un día más que se va colando de contrabando. Y bueno, pues, adiós a ayer y cada uno a lo que hay que hacer. Tú, enciende el sol. Tú, tiñe el mar, y tú, descorre el velo que oscurece el cielo, y tú, ve a blanquear la espuma y la nube, la nieve y la lana, y tú, conmigo a cantar la mañana. …”. 

A nuestros pies se extiende el glaciar y no alcanzamos a divisar la “Jerry” porque la pared es vertical. Debemos continuar escalando. A la salida del vivac debemos superar un corto diedro. Oímos silbar las piedras y nos apretamos contra la roca. Pasan a nuestras espaldas a toda velocidad. Debemos andar con sumo cuidado ya que la misma soga puede desprender pequeñas piedras sueltas. Escalo de primero y me duelen las manos del frío. Diego se impacienta y me irrita.

Pared Sur del Cerro Campanario. Segundo vivac.

Me reemplaza.  Al ir a su encuentro reviso instintivamente el arnés con una mirada. Se ha desatado el nudo de mi cinta de seguro. Retrocedo lentamente y vuelvo a una pequeña plataforma. Rehago el nudo de cinta y no salgo de mi asombro: solamente los movimientos lo habían aflojado hasta desatarlo. Hago un buen trabajo de segundo tratando de no demorar, sin embargo se me cae un clavo que tintineando se pierde en el vacío. Diego me reprocha esto y tenemos un duro intercambio de palabras. Diego hace un trabajo excelente de primero en un largo que equipa totalmente en artificial con una salida difícil a una plataforma inclinada y de piedras sueltas. A unos 20 metros de ella, encontramos un lugar bastante amplio para nuestro segundo vivac y ya notamos con preocupación que la existencia de bencina es ínfima para nuestro calentador.

 

A propósito  dejo observaciones que volqué en el diario de entonces, por entender que pueden dar alguna experiencia. De orden técnico o de convivencia como  puede ocurrir en estas situaciones. O quizá simplemente queden en lo anecdótico. 

Equipamos dos largos con sogas de 50 mts. en una escalada bastante limpia a pesar del cuidado que exige la caída de piedras que a veces provoca el roce de la misma cuerda de seguro. El segundo sube con jumar y mochila por la soga fija y lentamente vamos ganando metros. El tiempo es óptimo y eso permite muchas horas netas de escalada, un promedio de siete u ocho. Este segundo vivac nos permite descansar un poco mejor, registramos la misma temperatura, pero el frío es soportable. 

Diego Rueda en la Pared Sur del  Cerro Campanario

Diego Rueda haciendo rapel

Jorge González en el  Cerro ampanario

Cerro Campanario (1978)

A pesar de eso, yo siento molestias en uno de mis pies de modo que hago todo lo posible por masajearlo. Guardo mis botas en la bolsa de dormir. 

Estamos a 4900 msnm. Eso se hace evidente al mirar hacia abajo y notar que abarcamos más visual de glaciar al mismo tiempo que se reduce su tamaño. Creemos ver el color amarillo del nylon de la carpa de asalto. 

En este segundo vivac el sol no llega hasta las 2 de la tarde así que con bastante frío recién a esa hora continuamos la escalada en la que estimamos es la parte final que permite salir al filo. Me cuesta recuperar una nuez y entonces inutilizo torpemente la cinta. Me recrimino estas cosas.  Restan aún, 300 metros de desnivel vertical a la cumbre. Ya no tenemos bencina ni soga para instalar. Diego desea continuar. No parece quedar mucho hasta el filo cumbrero. El sol ilumina por encima de nuestras cabezas un cielo limpio que parece muy cercano. Diego intenta adivinar la ruta. Después de dos largos observa una difícil chimenea con verglas en las paredes y estima que resuelta esa dificultad saldríamos al filo. Hemos superado 700 metros de pared instalando dos cuerdas fijas más,  eso permitirá superar en horas ese desnivel rápidamente con los jumars. 

Espero en el relevo y siento frío. Quisiera bajar enseguida. No tengo claro si me falta decisión o si realmente me preocupa un tercer vivac en malas condiciones. Pienso que solo lograríamos deteriorarnos y aumentar los peligros. No estoy convencido de si lograríamos la cumbre en esta arremetida. Diego demora demasiado, ve difícil el tramo que sigue. Quizá él tenga más convencimiento por la cumbre que yo. Para nuestra condición de entonces hoy me parece que la mejor decisión fue bajar. Descendemos con cuidado. 

Pero de pronto una experiencia me queda grabada para siempre. En un rappel por la cuerda fija, la mano de control recibe decenas de agujas que lastiman. Instintivamente suelto la soga. El prusik pega el golpe seco y me detiene. Me lleva unos minutos reaccionar y recuperarme. El nudo autobloqueante me salvó. La soga estaba llena de cristalitos de hielo que cortan la piel. 

Tras una serie de vertiginosos rappels y un gran esfuerzo, llegamos a la “Jerry” bastante tarde. Cruzamos el glaciar y a las 3 de la madrugada alcanzamos el Campamento 2 en donde nos esperaba una olla de mate caliente que nos prepararon Marcelo y Werner. La deshidratación que se sufre y el agotamiento son notables. 

 

Un abrazo feliz

El 28 de enero, Werner y Marcelo van al depósito dejado en el col de 4500 metros a buscar más soga y clavos “ángulo”. Ese mismo día regresaron y duermen en la carpa instalada al pie de la pared para un intento decisivo a la cumbre. Tengo doloridas las manos y también la nariz. Los labios están agrietados por el frío seco. Nos ponemos crema Hipoglós y tratamos de mejorar algunos cortes en los nudillos con baños de agua caliente y sal. Bebemos permanentemente. Cuando parten Marcelo y Werner el 29 de enero hacia el punto alcanzado por nosotros, estamos convencidos que lograrán llegar a la cumbre. La comida comienza a escasear y yo no tengo  cigarrillos. Pienso en una cabaña de madera con potes cargados de especias. Cuando cae el sol el frío es intenso. El glaciar se ha derretido bastante y  con eso los penitentes han crecido hasta casi taparnos. El mismo glaciar de hielo viejo que se apoya en la pared Este se quiebra con ruidos secos que parecen arrancar del mismo seno de la montaña. Hasta tememos que nuestra carpa de asalto sea arrancada. Cuesta no llevar los ojos a la pared.  Estamos impacientes y nerviosos. Diego trata de curarse las manos lastimadas con agua y sal y yo busco, lavando unas ollas, entretenerme un poco para no pensar demasiado en nuestros compañeros. Intentamos hablar con los aparatos transmisores pero no lo logramos. Desde el mediodía corren ráfagas de viento frío. Nos damos cuenta que somos vulnerables y pequeños. Diego me recuerda que la “Jerry” ha sido literalmente perforada por un bloque de hielo. Rompió el nailon y la tela isotérmica. Fue una suerte que ninguno de nosotros estuviera en ese momento dentro de la carpa. Por fin a las 8 de la noche escuchamos las voces de Marcelo y Werner. Llegaron al segundo vivac (4900 m) aprovechando las sogas instaladas, están preparando té y se encuentran bien. 

Es lunes 30 de enero. Tenemos poca comida y es el primer día que apenas pasadas las 11 de la mañana hace tanto  frío en el Campamento 2. Parece que el tiempo se apresta a nevar. No podemos ver a Werner y Marcelo en la pared y  tampoco logramos comunicación. El cielo se carga de nubes y el glaciar se sigue derritiendo y ensanchando el cauce del río. A las 4 de la tarde pudimos hablar con ellos y habían salido al pie del gran nevé. A las 8 comienza a nevar con fuerza sobre el glaciar y nuestra carpa. La temperatura desciende en forma vertiginosa. A las 6 y cuarto en la carpa registro 7°C y dos horas después hay 0°. Cada uno parece hundido en sus pensamientos. 

A la hora 20 Werner logra hablarnos. La principal dificultad de la pared está resuelta. Queda el largo tramo final escarpado con un nevé y roca suelta, pero relativamente fácil. Están cerca de la cumbre y han decidido hacer un nuevo vivac. Ya es tarde para el descenso pero a pesar del frío y la fuerte nevada, se encuentran en excelentes condiciones. El cielo está uniformemente gris. La nieve blanquea rápidamente todo. Werner ha hecho un gran trabajo superando en libre la chimenea que daba la salida al filo. Allí han equipado con una soga fija la chimenea cubierta de verglas. Después se acaban las dificultades. No logro dormir. Siento que mañana puede ser el gran día en donde se cristaliza todo el esfuerzo. Es como si yo mismo estuviera camino a la cumbre. A las 7 de la mañana dentro de la carpa hay 7°C bajo cero. Me despierto cada hora. Por fin las voces se convierten en canto de ánimo para el empuje final. Sienten una gran deshidratación, se frotan los pies para entrar en calor, esperan los primeros rayos del sol. Ha dejado de nevar. Marcelo logra recuperarse de una baja de presión. Avanzan despacio. Son las 12.20 horas. Arriba se encuentran penitentes de un metro y medio de altura. El tramo final del filo cumbrero es largo y extenuante.Los seguimos con los prismáticos. Sabemos que lo van  a lograr. Levantan los brazos. A las 14 horas del martes 31 de enero de 1978 llegan a la cumbre. Encuentran una cinta de crampón, el libro de cumbre y un banderín del C.A.B.A.

Parece plasmarse el trabajo de todo el año, los planes, las expectativas, el entrenamiento de los domingos a la mañana en la Gral. Paz, los kilómetros corridos en el velódromo. Realmente estamos muy felices por el éxito alcanzado.

Nos hablamos, ellos en la cumbre, nosotros en el Campamento 2, la alegría es inmensa. Estamos con el tiempo justo por cuanto el día 3 de febrero, los arrieros vienen a buscarnos al segundo tapón del Cajón de los Arenales según lo convenido. Sin embargo las cuerdas fijas nos permitirían alcanzar la cumbre prácticamente en el día a Diego y  a mí. Sin perder  tiempo nos vamos con Diego a la carpa de asalto. La encontramos prácticamente suspendida de una endeble plataforma. El resto del hielo ha desaparecido.  Werner y Marcelo han comenzado el descenso de modo que vamos a encontrarnos los cuatro en la “Jerry” y al día siguiente, Diego y yo iremos a la cumbre. Sin embargo los planes deben cambiar. Una piedra lastima seriamente la soga Edelrid bicolora que une a Marcelo y Werner y se ven obligados a cortarla. Eso los atrasa, los rappels se hacen más cortos, no alcanzan las cuerdas fijas y tienen que vivaquear a la altura de los 4500 metros. Ya muy tarde y con el cansancio que quita reflejos, hicieron lo correcto. 

Con Diego decidimos esperar. A las 11 de la mañana Werner llega con el último rappel hasta la carpa, tambaleante y feliz. Con la fatiga marcada en el rostro. Enseguida Marcelo también está con nosotros. Les hemos preparado una olla de chocolate caliente que beben a grandes sorbos. 

 

El regreso a Portinari

Es 1° de febrero. Debemos desmontar el campamento y descender mañana. Ya no queda tiempo para la cumbre. Diego no se resigna a aceptarlo. Yo estoy satisfecho. Siento que el esfuerzo común ha tenido un premio igual para todos. Me convenzo de que aporté para la cumbre. Quizá haya aflojado mis tensiones. Nos toca todavía un trabajo duro: desequipar todo lo que podamos, regresar a la “Jerry”, cruzar el glaciar y alcanzar el Campamento 2. A las 13 horas empezamos a subir con los jumars. Rápidamente alcanzamos el punto de nuestro original segundo vivac. Sacrificamos la cuerda que está instalada encima nuestro en la chimenea. Nos movemos con rapidez y seguridad, ya conocemos la ruta y no tenemos demasiado tiempo. Casi no hay palabras. Creo que no son necesarias. Las cuerdas fijas bailotean en el vacío. Los movimientos son mecánicos. Los rappels se suceden uno tras otro. La montaña se nos está escapando de los ojos al mismo tiempo que dos cuerdas nos llevan hacia abajo.

Se apaga el sol poco a poco. Estamos cansados. Debemos cruzar el glaciar y traemos las cuerdas con nosotros. Solo el aliciente de alcanzar el Campamento nos permite seguir. Abro la huella pero reiteradamente la soga se engancha en los penitentes y sufro caídas cuando estos se rompen.  Esto produce tirones a Diego. En un momento me pega un sacudón a la cuerda y caigo para atrás. La acción de Diego me enfurece y desato la soga que nos une. Una maniobra descabellada producto del enojo. Cuánto hay que aprender!  

Marcelo ayuda a Diego que dice haberse torcido un tobillo. Alcanzo la parte final del glaciar  y el Campamento 2 que ya estaba desmantelado por Werner y Marcelo. Son las 6 de la tarde. Habíamos empleado cinco horas en desequipar y volver.  Sin perder tiempo nos preparamos para salir del glaciar. La carga es muy pesada pero sabemos que será el último esfuerzo. Avanzamos por el campo de penitentes solo llevados por la voluntad de llegar. Estoy sintiendo frío en los pies y los tengo totalmente húmedos. Diego tira las estacas de la carpa para aliviar el peso de su mochila. En una isla de rocas, bastante extenuados, decidimos hacer un vivac. Esa noche en la morrena no fue nada cómoda y tampoco logramos el descanso que necesitábamos. 

A las 7 de la mañana estábamos nuevamente en marcha. Werner se adelanta para dar aviso a los arrieros que esperan nuestra llegada. Con Marcelo hacemos grandes esfuerzos para llevar una pesada bolsa de carga. A las 8 de la noche alcanzamos el Campamento 1. El día 4 de febrero estamos en el Campamento Base a la una de la tarde. Diego no puede cargar y se queja de su tobillo. Marcelo debe regresar al Campamento 1 para bajar lo que falta y a mí me toca volver al Base desde el pie de los acarreos donde esperan los animales para traer la mochila de Marcelo. Allí están las mulas y los arrieros esperando. Cuando todo está sobre las mulas son las 4 de la tarde. Diego baja montado y Marcelo y yo comenzamos el descenso sin tomarnos un descanso. Nos asombramos de que las piernas respondan. A las 9 de la noche llegamos al Refugio Portinari. Werner nos recibe y entonces sentimos que la alegría le gana a la fatiga. Llegué tambaleante y con las manos lastimadas. Armaron  un cigarrillo para mí y me lo pusieron en la boca. Sentí náuseas. Yo recuerdo los trozos de grueso pan casero y las voces que había a mi alrededor. Poco a poco tendría que darme cuenta que ya no tenía que caminar, que ya no debía llevar carga de un campamento a otro o soportar el frío de un nuevo vivac. Habíamos logrado la pared Sur y estábamos al reparo del refugio. Estábamos de nuevo con la gente que cambió cierta frialdad del principio por un cálido recibimiento. Dieron por radio un parte a Tunuyán y Mendoza llevando tranquilidad. En Campo de Los Andes, en el Escuadrón 28, ya había cierta preocupación por nosotros. Fue el reencuentro también con Francis y Cado. El frío nos era familiar, nuestros espíritus parecían mansos. Una íntima paz nos convertía. 

El domingo 5 de febrero ocupé las primeras horas de la mañana en afeitarme. Mi cara estaba más flaca que de costumbre. La piel endurecida cobraba vida ante la fresca sensación de estar limpio. Todas las imágenes venían a mí como una proyección de diapositivas. El día era gris y frío. Los gendarmes preparaban pan para nosotros y también empanadas que sacaban del horno con una larga pala de madera. Después de un almuerzo muy apetitoso con asado y empanadas caseras vivimos un emocionante momento de despedida. Les entregamos todo nuestro botiquín de auxilio y un mosquetón con un trozo de cuerda a modo de símbolo y recuerdo. En los ojos lastimados por el viento sentí que me costaba irme. Pero el refugio Portinari quedó a nuestras espaldas. En la camioneta de Francis Encrenaz bajo una fría llovizna, partimos a Tunuyán. 

Al bajar de la cumbre, Marcelo Aguilar. 

Werner Lion después de la cumbre

Marcelo y la olla

Croquis de la marcha de aproximación

Croquis de la nueva ruta en la Pared Sur del Campanario

Florcitas en el sendero

En el Escuadrón 28 nos recibió el jefe Cte. Bernabé Benicio González. Devolvimos las albardas, llamó al fotógrafo del escuadrón para que tomara unas fotos y nos dirigimos a la radio de Tunuyán, Radio Manantiales, para hacer una nota en un programa. Apenas pudimos bosquejar rápidamente los pormenores de la ascensión. Interesaba más el Aconcagua.  

Habíamos estado 20 días en la altura. Por el simple hecho del contraste cada manifestación de vida nos llegaba profundamente. Sentados con Marcelo al lado de un arroyo de agua clara tuve conciencia del esfuerzo que nos había costado el objetivo. Y sentí húmedos los ojos al ver las florcitas rojas que se abrían al sol. Marcelo fue entrevistado en Mendoza por el diario Los Andes, en Buenos Aires Diego preparó una conferencia a tres proyectores y publicó una nota de la expedición. Ese verano Edgardo Porcellana con Guillermo Vieiro y Jorge Jasson lograba la primera ascensión del Aconcagua por el llamado “glaciar de los ingleses” del flanco Este que pasó a nombrarse como Ruta Argentina. Con Edgardo la alegría era doble. Todo eso ya no importaba. Las vivencias más profundas estaban en un cofre guardadas. Sí Campanario me enseñó muchas cosas una de ellas fue que en el camino está lo más importante, lo que perdura y lo que le da sentido a un desafío. 

Muy contentos, muy felices por la experiencia, por lo aprendido, porque entendimos de la importancia de un buen funcionamiento humano en una expedición dura, porque sentimos la ausencia de egoísmos en función de nuestro objetivo, regresamos a Buenos Aires llenos de confianza y una difícil palabra: paz interior.

 

No comparo objetivos ni dificultades técnicas. Tengo la sensación -hermosa en un sentido- de que lo vivido en esa expedición fue una enorme experiencia humana. Y eso me basta para pensar que fui un afortunado. 

 

Biografía de Jorge González

Jorge González nació en Villa María, Córdoba, el 10 de junio de 1948. A partir de las primeras caminatas en Bariloche en 1972 se acercó al Centro Andino Buenos Aires para formarse en las técnicas de escalada. Integró expediciones que incluyen el Torrecillas en Chubut, el Nevado de Chañi en Jujuy, el Illimani en Bolivia, el Alpamayo en Perú, el Acay, el Cachi y el Tuzgle en Salta, el Tolosa, el Cúpula de Güsfeldt, el Reichert, el Aconcagua y el Torre del Campanario en Mendoza, el Negro en San Juan, el Paine y el Sarmiento en Chile, la Guillaumet, el Pier Giorgio y el San Lorenzo en la Patagonia, el Lanín en Neuquén, el Tronador en Río Negro y el San Francisco en Catamarca.

En 1982, participó del primer curso nacional para instructores de escalada organizado por la F.A.S.A. y la Federación Española de Montaña. Por ello, recibió ese título. Desde 1986, es guía de Alta Montaña de la Asociación Argentina de Guías de Montaña. 

Fue premiado por la Administración de Parques Nacionales en 1982 por su labor periodística a favor de la preservación del medio ambiente. 

Tuvo una larga trayectoria periodística especializada en montañismo y turismo aventura en medios como Al Borde, Aire y Sol, Weekend y Tiempo de Aventura y muchos otros específicos del tema.

Sus notas de viajes han aportado a la difusión y  a la documentación de expediciones a zonas aisladas o poco conocidas.

Es autor de varias guías turísticas de la región de Punilla y del Manual para el Guía de Turismo Aventura de la Secretaría de Turismo de la Nación. 

Desde 1998, conduce el programa “El Mundo de las Montañas” en el Canal 11 de La Cumbre, Córdoba.

En 1992, creó su  Escuela de Montaña y Escalada “G. Mallory” y se radicó en las Sierras de Córdoba, donde vive actualmente.

Sus otras publicaciones son: Aventureros (2008), Uritorco (2009), Historia del Montañismo Argentino (2010), Alfredo Magnani (2013), Antonio Beorchia (2017), Ulises Vitale (2017), Museo de Montaña Los Seismiles (2017), Ecos de la Montaña (2019) y Antes que los lleve el viento (2021).


 


ARTÍCULOS RELACIONADOS



ARTÍCULOS RELACIONADOS



ARTÍCULOS RELACIONADOS



ARTÍCULOS RELACIONADOS


| COMENTARIOS(0)


No hay comentarios aún, sé el primero!


Comentar

Revista Noticias de Montaña


| ULTIMAS NOVEDADES







www.facebook.com/ccamontania
info@culturademontania.org.ar
+54 11 3060-2226
@ccam_arg

Centro cultural Argentino de Montaña 2023