El autor nos comparte conmovedoras vivencias del desafío que significara ascender, en forma autosuficiente, al Zucho de 5050 msnm, poniendo a prueba el temple y la decisión
Luego de varios meses de preparación, cumplía un objetivo largamente esperado: ascender en solitario el cerro Zucho en la Puna jujeña. Iba a desarrollar una de las variables dentro de las actividades deportivas en la naturaleza: la “autosuficiencia” que consiste en ingresar y pernoctar en parajes lejanos y desconocidos, sin ningún apoyo externo, llevando uno mismo, todo lo necesario para subsistir. En este caso, luego de cruzar por años Abra Larga, Campo Laguna, Ventura, uniendo Yungas y Tilcara, siempre había deseado ingresar al Abra por detrás de la cruz que marca los 4.160 msnm. y ascender a ese coloso llamado Zucho de 5.015 msnm. Los habitantes de la zona lo llaman “el naranjo” debido a que en días soleados, su redondeada cima muestra ese color.
La meta no era solo ascender en un día tan sensible para nuestra historia, el 25 de mayo, par izar nuestra bandera nacional. También significaba cumplir la promesa hecha al veterano de guerra de Malvinas, José Santos Chachagua: dejar en la cima la insignia que identifica a quienes pelearon en las islas. Con todo esto en la conciencia y muy cargado de equipo, me dispuse a subir al punto geográfico más alto entre Yungas y Quebrada de Humahuaca.
Esta aventura comienza en la ciudad de Libertador General San Martín, en la provincia de Jujuy, donde resido, en cuyas cercanías está el Parque Nacional Calilegua y el corredor turístico RP83, que lo cruza y lleva a atractivos turísticos de renombre nacional e internacional, como las Termas del Jordán en San Francisco y el QHAPAQÑAN entre Valle Colorado y Santa Ana.
La zona y más precisamente Peña Alta en cercanías de San Francisco, es meta o punto de inicio de la travesía más dura del norte argentino, la que une Yungas y Tilcara, y que en su trayecto cruza el cerro Zucho por su extremo norte. Pocos saben que desde Libertador puede verse hacia el oeste, en días muy claros y a veces nevado, un cordón montañoso de dirección N–S. Es el cerro Zucho en su falda oriental, el cual bordea la vega de Campo Laguna, y el abra que une los valles orientales con la Quebrada de Humahuaca. El cerro Zucho también puede verse desde el puente sobre el río San Lorenzo que bordea la ciudad de Libertador por el norte, y es paso obligado al Parque Nacional Calilegua sobre la RN34.
Con ese objetivo, partí el 24 de mayo desde Libertador a San Salvador y de allí a Tilcara. Esa mañana, la mítica ciudad despertaba en un día claro, plena de turistas que ya recorrían sus calles. Los tiempos y la distancia a la meta obligaban a dejarla, saliendo rápidamente hacia la Garganta del Diablo, para luego cruzar Alfarcito y Casa Colorada, llegando a Quebrada Seca, desde donde se trepa por el polvoriento sendero del cerro Amarillo hasta el ya famoso Puente de las Gárgolas sobre el arroyo La Aguadita con sus aguas congeladas.
Parece fácil, aunque luego de todo un día de marcha, llegué a Campo Laguna a más de 4.000 msnm con sus cerros romos que parecen un paisaje lunar. Armé campamento en el refugio de piedra y repuse fuerzas para el ascenso final al día siguiente. Esa noche bajó la temperatura y el agua y la comida se congelaron. Aun así, salí de la carpa y la Puna me regaló una imagen conmovedora: millones de estrellas sobre un cielo azul oscuro que parecía latir en cada una de ellas.
El 25 de mayo, desde muy temprano, comencé a avanzar por detrás de la cruz, buscando el lugar de ascenso, mientras el sol, que asomaba por Abra larga, entibiaba Yuto Pampa, Ventura y las piedras cubiertas de hielo. Todo alrededor tenía un color dorado. De esta manera, dejaba el campamento en la vega de Campo Laguna, punto de unión entre paisajes tan distintos como son los valles orientales, Puna y Quebrada de Humahuaca. Y mientras la cercanía e inmensidad de las primeras estribaciones del Zucho parecían llevarme a otro mundo, recordaba la importancia de este cordón montañoso: es la mayor elevación en la zona meridional de la Puna entre Yungas y Quebrada de Humahuaca, en su posición y orientación como la línea divisoria de aguas (N-S), alimenta los arroyos de las zonas bajas, como los que drenan en la subcuenca del río San Lorenzo en el Valle de San Francisco, y define los grandes biomas de selva y bosque al sudeste, Puna por arriba de los 4.000 msnm y Quebrada de Humahuaca al oeste.
Las diferencias de clima, flora y fauna dadas por el gradiente altitudinal, no son tan marcadas en los aspectos culturales, sociales y económicos de las poblaciones del lugar. La antropología nos enseña que la cultura no sabe de límites geográficos, y en este caso, los vínculos establecidos entre los pobladores se remontan a tiempos prehispánicos. Las creencias, las costumbres y hasta el sincretismo religioso son parte de la herencia y cotidianidad de las poblaciones que rodean al Zucho, como El Durazno, ubicada en su falda este, muy cercano a comunidades de selva como San Lucas y Santa Bárbara en el Departamento Valle Grande y los puestos y corrales de los toldos, Alizarcito y San Borja, todos unidos por senderos de herradura, muchos de ellos prehispánicos por donde hoy circulan caravanas de mulas o burros, sea trasladando mercadería o apoyando a los grupos de aventureros que cruzan en una u otra dirección. Cabe destacar que estas rutas transversales, de sentido O-E, se desprenden del camino principal, el QHAPAQÑAN, que de norte a sur, marcó el ritmo de la presencia inca y el desarrollo de las economías regionales durante la anexión de la región al Tawantinsuyo.
Al mediodía alcancé la falda este, desde donde el Zucho mira imponente hacia los valles orientales, presentando un terreno fragmentado de piedras casi blancas, que azotadas por el viento parecen impedir la llegada a su cima. Ante esto, decidí avanzar haciendo pequeñas postas entre las rocas más grandes. Media hora después, aparecía una de las apachetas de la cima. Eso me indicaba que había alcanzado la altura máxima de aquel gran coloso. Corrí los últimos metros y me abracé a ese mojón de piedras que sólo quienes aman la montaña, entienden su significado, y con orgullo, mientras el viento azotaba con fuerza, desplegué nuestra bandera. Había cumplido la promesa hecha al VGM Chachagua, dejando por siempre su recuerdo y homenaje en la solitaria cima del Zucho.
El descenso, también tuvo su ración de adrenalina. Bajé por un arroyo de montaña (el Cortaderal) cuyo cauce estrecho y congelado forma profundos cañadones, y desde cuyas faldas las manadas de guanacos (Lama guanicoe) vieron mi paso sin preocupación junto a los chinchillones, posiblemente Logidium viscacia, que parecían copos de lana corriendo entre las piedras. En el avance, me plegué al curso del arroyo, evitando bordes y alturas, y alguna caída que por la distancia y el clima habría sido muy grave. Pero el arroyo estaba congelado, y no faltaron los resbalones sobre el hielo. Sin embargo, la mayor preocupación era salir de él antes de la puesta del sol. Tras cinco horas de marcha, saltando entre afloramientos y bloques de roca fragmentada y grandes extensiones de hielo, alcancé un sendero y me encontré de pronto en un blanco mar de ovejas y chivos. Había llegado a una vivienda. Esa noche dormí sobre jergones de ovejas, tomé café con pan amasado por un pastor que hacía un año no bajaba a Tilcara. Afuera, el viento castigaba y de vez en cuando los perros pastores ladraban quién sabe a qué. Al otro día, retomé la huella que apenas marcada transitaba en ascenso por un paisaje de tierra amarilla y roca erosionada. En cuatro horas, bajé por “ánimas”, siguiendo un largo y angosto sendero bajo un sol implacable, pero pudiendo ver hacia el este la Serranía de Calilegua y, hacia abajo, en dirección norte, la casa de piedra y el corral de Ventura, punto de descanso para las travesías que unen Tilcara con Yungas, también el sendero que por Yuto pampa lleva a Molulo. Volví a desplegar la bandera que flameó sobre el fondo del cerro Hermoso en el Alto Calilegua, y las nubes que cubrían San Lucas.
Al ver y estar en aquellos lugares solitarios pero conmovedores, imaginé a los pobladores prehispánicos acechando las manadas de guanacos puesto que abundan en la zona los proyectiles de obsidiana, el vidrio volcánico con el que fabricaban las puntas de flechas. También los imaginé cruzando desde Quebrada a los bosques y selvas orientales para proveerse de pieles, carne, maderas duras, plantas medicinales y tintóreas, huevos, plumas vistosas de aves, miel, nueces, frutas y el cebil alucinógeno (Anadenanthera macrocarpa). No resulta ilógico pensar esto, viendo desde la cima del Zucho, la cercanía de estos recursos y la evidencia arqueológica de la existencia de una guarnición inca en El Durazno. Durante su presencia en la zona, el incario resguardaba las vías de aprovisionamiento consideradas vitales para el sostenimiento de su imperio. Si a las investigaciones de arqueólogos históricos y contemporáneos sumamos el relato etnográfico presente en las comunidades locales, es indudable que esta zona de bosque y selva donde en San Borja, Departamento Valle Grande, se encuentra la única laguna del bosque montano de la región, no fue ajena a los antiguos habitantes, como zona de aprovisionamiento para la zona meridional de Quebrada de Humahuaca, siendo tan importante como las vías de paso por Santa Ana a Humahuaca y la del Cucho de Ocloyas a Volcán, también con una guarnición inca.
En horas de la tarde llegué a Campo Laguna, el campamento seguía intacto y la comida todavía congelada estaba en buen estado a pesar del sol. Miré hacia arriba, pude ver por sobre el techo, la cima del Zucho asomando sobre Campo Laguna. Pensé en aquel recorrido, en todo lo visto, mientras el sol se perdía y la Puna se cubría de niebla y oscuridad.
El 26 de mayo, dejé aquellos parajes y regresé a Tilcara. El cansancio comenzaba a sentirse, sobre todo en bajada, el peso caía sobre las rodillas y los dedos de los pies. Pero la satisfacción de lo alcanzado no puede explicarse. Atrás quedaban tres días intensos y un sinfín de preguntas, sobre el sentido y el valor que muchos le damos a la montaña, sobre los riesgos, muchas veces no medidos, y en esa modalidad llamada “autosuficiencia” donde todo depende de uno. Más allá de eso, las experiencias vividas quedan para siempre en la retina y en el alma.
Mientras dejaba Campo Laguna, un guanaco vigilaba mi paso, firme como un cardón. Al mirarlo, recordé que mientras caminaba rumbo al Zucho, las chinchillas y guanacos se abrían a mi paso, pensé: “quizás alguien o algo les dijo: déjenlo pasar”. Y mientras bajaba por el Amarillo, la Serranía de Tilcara me regalaba todo su esplendor, Casa Colorada, Alfarcito, la Garganta del diablo y hasta la Quebrada de Huichaira a lo lejos. Por eso pensé: “hay que volver”.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023