· Antropología

Recorriendo las distintas épocas en la historia del montañismo

En este artículo conocerás las diferentes perspectivas para establecer etapas en la historia del montañismo, a partir de las causas que posibilitaron los cambios en esta actividad tan particular

Lucas Roberto López

Edición: CCAM



"Toda clasificación o división de la historia es en cierto sentido arbitraria”

George Sonnier, La montaña y el hombre (1970)

                                                                                                         

Nos preguntamos: ¿podemos identificar alguna era, época o etapa nueva dentro del último decalustro en el montañismo? Pero  ¿de qué hablamos cuando hacemos referencia a eras, etapas o épocas? ¿Qué criterios utilizamos para clasificar una de otra? 

Quien nos motiva a hacernos estas preguntas es George Sonnier. En su obra La montaña y el hombre (1970) establece una disquisición sobre la relación entre el humano y la montaña y, junto a ello, una historia del montañismo hasta pasada la segunda mitad del siglo XX. 

 

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Tapa de Libro de Georges Sonniers  La Montaña y el Hombre

En tal recorrido, establece distintos tipos de criterios a partir de diferentes modos de alpinismos clasificables a lo largo de dos siglos de actividad propiamente dicha.

Georges Sonniers referencia a la filosofía desde el plano montañista

Ya han pasado cinco décadas; por lo tanto, es interesante preguntarnos qué herencia arrastra hoy el montañismo con relación a su historia pasada. 

Pareciera que una era es un período histórico demasiado extenso, a partir de algún hecho destacado, que marcaría un modo cultural y de vida determinado en relación a otro. En tanto, una época refleja un período de tiempo entre acontecimientos históricos definidos. Finalmente, una etapa sólo permite referenciar una fase de una acción u obra que se estaría desenvolviendo. Por ello, podríamos considerar que una época remite a un segmento histórico más reducido que el que puede connotar una era y, por lo tanto, una época puede particiar dentro de la extensión histórica a la cual hace referencia una era. Por último, una etapa puede ser identificada dentro de una época, en tanto y cuanto haga referencia a un proceso que consideramos importante disgregar en diferentes partes o fases. 

Por su parte, Sonnier no precisó esta terminología (no estaba obligado a ello) y nos brindó una gran información de sucesiones de hechos y conceptos a partir de los cuales trazar fechas y espacios históricos dentro de la práctica montañista. Acontecimientos diversos -por sus fisonomías e importancia- que se pueden diferenciar, como bien dijimos, en eras (de implicación general), en épocas (de implicación parcial) y en etapas (de implicación sub parcial). Asimismo, Sonnier entiende que la historia del montañismo que plantea es una historia occidental y europea, es decir, originada en el teatro de operaciones de los Alpes, a partir de los ascensos a las cumbres más destacada de este macizo para luego exportar esta actividad a lo largo y ancho del globo.

Arne Naess (1912-2009) filósofo y montañista noruego.

Por ejemplo, quizá se podría hablar de la era Alpina, y de sus épocas (heroica -de oro- y deportiva), como así también de distintas etapas (de descubrimiento, de conquista, desde tipos de alpinismo pasibles de ser clasificados por diversos hechos (técnica, temporada, espiritualidad, etc.), de modalidades (escalada en roca, por ejemplo). Incluso se podría hablar de una era a partir de la práctica del montañismo en diversos macizos (el cual daría lugar a acuñar un nuevo término o concepto en la práctica: el de Andinismo), y de épocas o etapas (Cáucaso, África, Andes). Y hasta incluso considerar a la práctica en el macizo asiático por excelencia como iniciador de una nueva era: la ochomilista (que también abonaría nueva terminología: Himalayismo), con sus primeras épocas correspondientes (nacionalista, deportiva, etc.), y sus diversas etapas (reconocimiento, cumbres, sin oxígeno suplementario). Por último, para no seguir trazando ejemplos infinitos, también es posible hablar de era prehistórica y era histórica -propiamente dicha- del montañismo, haciendo alusión a épocas y etapas como antes indicamos: heroica, deportiva, descubrimiento y conquista, etc. En fin, lo arbitrario y opinable adquiere status predominante y general a partir del reconocimiento, de la aceptación y del consenso por parte de los otros. Cada cual considerará de qué manera colocar estas fichas-u otras posibles- en el mapa histórico que desee abordar.

Sin embargo, aún bajo esta concepción profusa y de límites más bien evanescentes, podemos sostener que el montañismo tiene su historia, o sea, su narración de hechos y cierta identificación de diferentes épocas a lo largo del transcurso de sus acontecimientos. Existe una aceptación en la cultura montañista sobre diversos fenómenos a lo largo de la historia que permitieron dar cuenta de giros, de nuevas atmósferas, que posibilitaron evidenciar surgimientos de estadíos históricos definidos. Repetición y diferencia. Diferencia y repetición. Un hecho puede provocar un indicio, mientras que una tendencia solidifica una época. 

Durante los siglos XIX y XX se ha intentado dar cuenta de cierta historia del montañismo: ¿cuándo surgió la actividad? ¿Qué vínculo entre el humano y la montaña existía previamente al inicio de esta práctica? ¿Qué diferentes épocas se pueden considerar sucediéndose a lo largo del tiempo? ¿Cuál es el motor de esa historia? ¿Cuál sería el fundamento de cada segmento histórico?  Esta es la tarea que se propuso Sonnier en su obra: la de responder a algunas de estas preguntas.

Ramón Portilla

Ahora bien, dentro de este espectro histórico del montañismo, podemos dar cuenta de cierta tipología sobre épocas definidas. Incluso, esa digresión permite comprender diferentes caracteres en torno al movimiento histórico propio de la actividad, dando cuenta de eventos biológicos, religiosos, políticos, espirituales artísticos-filosóficos, y propiamente éticos/estéticos que promueven estadíos diversos. Pero fundamentalmente los hechos éticos y estéticos ganaron protagonismo en la historia montañista (quizá los biológicos, religiosos y políticos refieran más a la prehistoria del montañismo, como veremos) como fundamento de cambios de era y/o de épocas. Ello lo podemos ver reflejado desde diferentes tendencias y objetivos que en el montañismo dieron nacimiento a nuevas prácticas y que hoy en día se consideran como criterios para valorar actividades (montañismo: invernal, sin guía, solitario; priorizar la dificultad frente a multitud de conquistas de cumbres, o priorizar el récord en laderas altamente frecuentadas desplazando a la novedad, etc.). ¿Cuántas veces se ha escuchado sobre cierto estilo purista de ascenso? En donde se consideraba que los deportistas se colocan a la altura de la montaña y no intentan poner la montaña a la altura del deportista. En fin... 

Como sostuvimos al principio de este artículo, una de las tipologías más destacadas -que permite escenificar históricamente la vida de la actividad montañista- es la propuesta por George Sonnier en su obra La montaña y el hombre, de 1970. Hoy en día, en el 2022, podemos adjudicar algunas épocas o etapas más -o no- (esto es discutible; en caso de adjudicar nuevas épocas y etapas: ¿cuáles serían éstas?). Dentro  de los últimos cincuenta años de actividad, se podrían advertir diversas maneras de practicar la actividad y abordar ascensos, en macizos determinados, pero aún así podemos sostener que el patrón que sostiene la variación de época en la historia del montañismo es la ética y la estética: ambas como creadoras de nuevas épocas y etapas históricas, independientemente de cuestiones adicionales referidas a condicionamientos alimenticios, físicos, de equipo, etc. Identificar la sustancia y el accidente es una tarea noble. 

Por otro lado, se podría sostener que lo biológico, político y religioso fueron motores aceleradores de cierta época prehistórica del montañismo, fundamentalmente en la mera relación entre el humano y la montaña. De esta forma, podemos identificar distintas categorías que permiten establecer criterios para diseñar distintas etapas o épocas en cierta historia del montañismo. En cada cambio de época podemos vislumbrar un fundamento, una fuerza que opera como impulso rupturista y de cambio. De esta manera, señalaremos una serie de sucesos que nos permitirán ilustrar cierto sentido histórico a lo largo de los siglos de práctica montañista. Emplear una filosofía de la historia del montañismo permite problematizar la sucesión de eventos reconocidos durante estos cambios de períodos. Y, con ello, ampliar nuestra mirada sobre la práctica que desenvolvemos: ubicarnos en una historia que desarrolla un espíritu que nos arroba y del que podemos dar cuenta y representarlo, a su vez, en cada acción realizada. De esa forma, podemos identificar cierta legislación y promover su adherencia o revocación, según el caso.

El alpinista Lionel Terray en 1965

Prehistoria montañista

Podríamos considerar como Era Prehistórica a todo lo acontecido anteriormente al primer ascenso al Mont Blanc (1786). Tanto Sonnier, como muchos otros, ubican al primer ascenso de este monte como el hito destacado para dar cuenta del nacimiento de la práctica montañista (el alpinismo propiamente dicho). Por lo tanto, todo lo previo sería abordado como lo prehistórico del montañismo. 

Según el prisma de Sonnier, vemos nacer a la montaña en la Biblia, en varios relatos sagrados de diversas religiones, en la referencia al mismo Ser, hacia el origen del Todo. Asimismo, lo geológico es abordado como trágico en su relación con lo humano -he aquí el comienzo de la historia de la montaña con el individuo homínido. Aparecen los primeros habitantes de la montaña retirados en busca de seguridad y libertad: una cuestión más de necesidad que de vocación. El aspecto biológico (necesidad de supervivencia) motiva al humano a trasladarse al monte: el cariz político del desplazamiento de un grupo por otro en la lucha del territorio más nutriente para la prosperidad de la comunidad. No sólo la evaluación del individuo en sí mismo sino también en tanto ser gregario y competidor por el territorio dentro de un campo de poder y batalla por el espacio y la montaña siendo parte de ese escenario de confrontación y de reducto. 

Por otro lado, durante el mismo proceso, la montaña se avizora como refugio de los dioses: lo religioso opera como emisor de sentido. Por ello, la montaña se vuelve mitológica y sagrada. ¿Cuántas mitologías de distintas culturas convergen en la montaña como casa de los dioses? La unión del cielo y la tierra bajo la figura piramidal de la montaña aparece como signo divino: lo religioso y lo poético abigarrando el vínculo del humano con el monte. Por ello, ya desde esta prehistoria del montañismo, la montaña adquiere una significación simbólica particular, promoviendo un interaccionismo que propone distancias y acercamientos, conductas y percepciones. Estos son condicionantes en el trato que el humano comienza a establecer en su tránsito por el ambiente de montaña. 

En un sentido diferente, también cabe considerar que el símbolo vertical de la montaña que hoy en día consideramos, como así también cierta metafísica de la altitud -hermoso sintagma de George Sonnier- no es más que una figuración que originariamente surge desde la emoción y desde la mirada del individuo de las llanuras. El humano que por supervivencia tuvo que trasladarse a los alrededores de los macizos montañosos, expuesto a los elementos que allí se desenvuelven con mayor amplitud e intensidad, concebía la orografía como materia para su vida doméstica (con sus pro y contras), y no como elementos de consideración estética y ética, aunque, a lo sumo, religiosa (pero posteriormente). Es así que en esta primera etapa de la prehistoria de la montaña, nos encontramos rodeados también de imaginación humana bajo la urdimbre poética y mitológica: la leyenda de montaña, bajo el manto religioso, adquiere vida. Es por estos períodos cuando la montaña es considerada como perteneciente a un espacio opuesto a la civilización. Incluso, en torno al ordenamiento político, la montaña es terreno de acracia (sin gobierno). 

Reinhold Messner

El aspecto político-militar de la prehistoria montañista

La prehistoria del montañismo continuó su expresión en una nueva época o etapa que podría relacionarse con la actividad militar. Si bien este estadio podría ser paralelo al anterior, los acontecimientos cronológicos registrados permiten colocarlo -hasta incluso en forma pedagógica- posteriormente. Campañas militares que incursionan en diferentes macizos montañosos, como así también ascensos particulares -y excepcionales- a cimas producto de cierta espiritualidad religiosa (distante del montañismo moderno), conforman motivos para dar cuenta de este segmento prehistórico montañista.

Divisiones militares de montaña

Las campañas de Alejandro Magno al Hindu Kush, o de Aníbal Barca en los Pirineos y Alpes, son claros ejemplos de ello. 

Posteriormente, la vida monástica en la Edad Media, propagada en la instalación de monasterios en zonas de montaña -aduciendo al espacio una atmósfera de meditación y divinidad- permitieron ir desenvolviendo cierta espiritualidad y metafísica de la altitud en torno a la orografía presente en cada territorio. Esto último fue modificando la vida humana en la montaña, comenzando a desarrollar cierta vocación espiritual del medio montañés desde el hospicio, la oración y el estudio de la vida monástica. Hasta incluso una mirada religiosa nueva en torno a la etapa prehistórica pasada: contraposición a la superstición de las cumbres como morada de demonios. Se da lugar aquí a cierta etapa de la “colonización religiosa”, donde comienza la “conquista de la montaña” por el espíritu. Es decir, donde el conocimiento precede a la acción. El conocimiento determina y guía la acción. El saber inclina el tipo de movimiento, su orientación. El conocimiento delinea a cada paso. Asimismo, esta espiritualidad también no sólo se inmiscuye en fenómenos religiosos sino que se percibe desde cierta estructuración política, como bien antes mencionamos: la montaña empieza a ser considerada como origen de las libertades, como espacio para la libertad de conciencia y la libertad política. Esta metafísica del espacio -o filosofía geográfica- anima, incluso, a la manifestación poética, no ya en términos mitológicos ni religiosos sino en expresiones relativas a sensaciones y sentimientos, a goces y miedos: la flecha estética de la montaña comienza a tensar el arco. 

 

Primeras ascensiones prehistóricas

Siguiendo por esta sucesión de épocas y etapas, donde emergió la sacralización de -y la peregrinación hacia- las cumbres, se fecha como un cambio de época el hecho de la primera ascensión histórica registrada (26/04/1336) realizada por Petrarca al Ventoux (1910 mts),, como camino espiritual y poético.

El 26 de Abril de 1336 comienza el montañismo en Europa con la subida al monte Ventoso de 1909 msnm en Provenza Francia del gran poeta Francesco Petrarca

 Luego continúan ascensos al Aiguille (podría considerarse como primera manifestación del alpinismo deportivo, posterior a Petrarca) para, inmediatamente, caer en cierta época -o incluso era- de la indiferencia en torno a la internación en el macizo alpino durante el medioevo. 

Alpinismo femenino

Finalmente, a comienzos del siglo XVIII, se empieza a dar cuenta nuevamente de la orografía a partir de iniciativas que permiten interiorizarse en conocimientos geográficos, topografía y cosmografía. Se presenta la montaña de los valles y collados, pero no de cumbres, recorrida por médicos y botánicos, entre otros. La idea de los montes “feos”, propia de la época de la indiferencia y de la horizontalidad, que incluso llegó a manifestarse hasta el siglo XVII (generando un repliegue de interiorización y profundización frente a lo ampuloso de la montaña) se modifica en el siglo siguiente: de la fobia montañesa -considerando al montañés como humano prehistórico incivilizado- al encuentro con la naturaleza montesa;  de los montes cuando se considera el fin de la prehistoria de la montaña para dar lugar a una nueva era en desarrollo y opuesta a la precedente. 

Alpes Orientales. Donde comenzó la escalada en roca

Historia del montañismo propiamente dicha: inicio del alpinismo

Así hemos llegado a la invención de la montaña en el siglo XVIII cuando se pasa de la montaña como objeto y medio a la montaña como sujeto, dando origen a cierto alpinismo doble (con bases en la curiosidad y el sentimiento: ciencia y poesía en particular, y cultura en general). Dentro de este espectro, se comienza a desenvolver un incipiente turismo montañés que permite sentar las bases del nacimiento del alpinismo. También se da el pasaje del espíritu poético a la acción, con la consecuente aparición de los primeros guías en esos terrenos escabrosos. 

El abordaje de la montaña ya deja de ser una mirada desde lo urbano -imaginario y necesariamente distanciado- sino que la visita a ella y la realización de primeras ascensiones comienzan a transformar la montaña. La aparición de Saussure y su historia en torno al Mont Blanc, como iniciador del alpinismo, dará origen a la época de descubrimiento. Whymper, posteriormente,  permitirá desarrollar una época de conquista. Esta primera época de descubrimiento invita a evaluar lo desconocido, la experiencia de la altitud y la percepción distante del valle. Incluso se advierten sucesos novedosos como el de un Saussure encordado (algo inusual en la época), en una de sus actividades en el Mont Blanc. Del logro del ascenso a este monte se considera que hubo tres vencedores: Saussure (en tanto inspirador), Paccar (por su concepción y efecto) y Balmat (en tanto acompañante). En paralelo a ello, las publicaciones de Saussure sobre las actividades desarrolladas en función del abordaje al Mont Blanc son consideradas como fundacionales del alpinismo y de su literatura. De esta forma, se sostiene a Saussure como iniciador del alpinismo. 

Ascensiones en siglo XVIII

Sucesión de épocas, etapas y criterios múltiples

Existen distintos acontecimientos capitales de la historia del montañismo por su significación y resonancia que, en estas primeras etapas estaban referenciadas a las conquistas del Mont Blanc  (08/08/1786) y del Cervino (14/07/1865). Por otro lado, las repeticiones al Mont Blanc, antes que el intento a otras cumbres, ocurría más por falta de imaginación que por falta de osadía, aunque uno podría cuestionar hasta qué punto la osadía no alimenta la imaginación. La tentativa solitaria en 1799 al Mont Blanc daría invención al alpinismo en solitario, acrecentando en esta época una extensión progresiva en torno a los primeros guías: desarrollándose cierta profesionalización del guía, como así también la creación de “compañias” de guías.

Por otro lado, y junto a ello, se comienza a promocionar centros de actividades de montaña, como el caso de Chamonix. De esta forma, se genera una evolución del oficio del guía -el alpinismo creó a los guías, no a la inversa, diría Sonnier- dando lugar al establecimiento de diferentes Centros Alpinos dentro del marco del desarrollo de un movimiento colectivo.

Asimismo, durante el siglo XIX, también se desarrollan distintos tipos de alpinismo fundados en diferentes esferas: alpinismo geográfico (basado en observaciones científicas), alpinismo político (en 1856, por ejemplo, para colocar banderas nacionales en las cumbres)

Por otro lado, algunos dicen también que se inicia una Nueva Era (¿o nueva época?) a partir de la primera ascensión del Wetterhorn por A. Wills en 1855. De esta forma, el alpinismo se va separando de la ciencia para pasar exclusivamente al plano deportivo en una nueva era/época - el romanticismo queda desplazado a un elogio a la montaña media desde los valles alpinos. Sin embargo, todo ello no impide un desarrollo literario en torno a la montaña, donde la belleza y lo sagrado se aúnan con lo ético y estético. Se delimitan los campos de la poesía mística de montaña frente al carácter meramente deportivo de la práctica alpina. La literatura de montaña es un producto de escritores, que luego dará lugar a la literatura propiamente alpina, donde son los alpinistas los que comienzan a escribir en necesidad de relatar sus ascensiones y, con ello,  actúan como escritores. De esta manera, se van desarrollando fuerzas competitivas, no sólo en la montaña sino también en la literatura y una irá sustituyendo a la otra según las variaciones de actividades que se vayan sucediendo. 

Lo que quedaría definido, según Sonnier, sería una época heroica, que oscilaría entre 1850/55 hasta el fin del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, la cual podría considerarse como la edad de oro del alpinismo: la de la delimitadora del terreno de juego, en donde la literatura de montaña se encuentra basada en el relato de marcha, y la novedad en lo que se relata es lo considerado como atractivo. La repetición de narraciones que consideraban aspectos repetitivos llevaría a la literatura de montaña a chocar con sus propios límites y a un agotamiento inexorable. 

De 1855 a 1865 fueron vencidas todas las cumbres vírgenes de los Alpes, desenvolviéndose un equipo entre el alpinista y el guía, mientras que la separación posterior entre guía y alpinista modificará todo de manera radical. Se desenvuelve la acción y la reflexión en la búsqueda del equilibrio entre lo material y la toma de conciencia de la actividad, durante la edad heroica primaba lo azaroso, el material escaso y la audacia.

El ascenso del Cervino generó un cambio de época en la historia del montañismo, cuando la noción de dificultad reemplaza a la noción de altitud. El Cervino era considerado como una montaña ejemplar por el tipo de roca, por su aislamiento y por su estética estructura pirámidal. Esto último también condicionó la emoción dirigida a la montaña en sí: un paso del sentimiento clásico (Saussure al Mont Blanc) a la exaltación romántica (Ruskin al Cervino). De esta manera, se considera a Whymper como el primer alpinista moderno,  incluso Whymper llegó a hacer uso de una escalera ligera cuando ello no era una práctica común durante esa época. 

De esta manera, se sostuvo que las primeras ascensiones a las cumbres del Mont Blanc y del Cervino constituyeron los cambios iniciales de estadíos de la historia del montañismo, expresando cierta evolución y revolución en la práctica de esta actividad. El inicio del alpinismo  a partir de Saussure y la fecha del primer ascenso al Mont Blanc podría considerarse como un cambio de era, inclusive. La aparición de Whymper y su ascenso al Cervino constituyen inexorablemente un cambio de época en la historia alpina. Sin embargo, debemos tener presente los prejuicios de la historia, como indicaba Sonnier: “es preciso reconocer que la historia tiene su óptica particular, sus prejuicios e incluso sus anteojeras. Su escala de valores es casi siempre injusta, nacida de simplificaciones sumarias. La primera,  la de Brenva fue ardua, pero sin tragedia, y finalizó feliz y triunfalmente en la misma hora en que la del Cervino terminaba con un desastre. Cualquiera que sea el prestigio de la desgracia, una hazaña no debiera hacer olvidar la otra. El 14 de julio de 1865 es la fecha, no de una sola, sino de dos valiosísimas victorias alpinas.

“Seven Summits”  es la conquista, en el montañismo de nuestros tiempos, de las cumbres más altas de cada continente. 

La escalada en roca como criterio de apertura de una nueva etapa y la aparición del alpinismo acrobático

La escalada en roca anexa una dificultad, provocando un giro en el alpinismo. Mummery y el alpinismo acrobático harán lo suyo también dando fin de una etapa y comienzo de otra: conquista de paredes y aristas por todas las vías imaginables. Nuevamente, aparecen opuestos a medida que se continúa el desarrollo del montañismo: el goce de la práctica alpina versus la conquista obstinada de cumbres. Y este goce será mayor si es alimentado por la novedad y el descubrimiento. Sin embargo, se instalan los criterios en donde la cantidad de conquistas suple el prestigio de la cumbre o de la altitud. También, se caracterizan tendencias en torno a estas nuevas apariciones: la corriente seguidora de Mummery (desenvolviendo un alpinismo acrobático) y la corriente anti-Mummery (desarrollando un alpinismo de recorrido clásico por terreno nevado o mixto). 

Por otro lado, el explorador Coolidge fue un gran precursor, considerado un auténtico montañero, que también introduce un nuevo criterio para determinar un cambio posible de época o etapa: la práctica de la montaña y el conocimiento de los Alpes, en todas las estaciones, viviendo en la misma montaña. La realización de estancias prolongadas en el macizo montañista y los ascensos invernales convirtieron a Coolidge en un precursor del alpinismo invernal y en la práctica frecuente de vivac en alta montaña. Incluso, realizando ascenso con su perra “Tschingel”. Se puede decir que Coolidge incursiona en cierto “canimontañismo”. Su espíritu sistemático sobre la necesidad de ascender cumbres en forma intensiva lo llevó a escribir cierta historia de los Alpes en términos alpinísticos. Así y todo, Mummery es considerado uno de los padres del alpinismo moderno mediante su concepción nueva de ascensos por distintas vías, tomando como elemento valorativo la dificultad. 

Esto mismo generó complicación para alcanzar cierta perfección alpinista en términos integrales: la de ser un perfecto gimnasta y poeta/filósofo, combinando acción con reflexión o meditación. La concepción esencialmente deportiva se asienta en la psicología del nuevo alpinista y se desarrolla una evolución en referencia al criterio a optar al momento de ascender una cumbre: antes se buscaba llegar a la cumbre evitando dificultades y ganando altitud, mientras que ahora se buscará lo dificultoso como atracción en sí misma. 

La concepción del alpinismo acrobático del “fair means” (medios justos) también emerge con el inicio de la era técnica -la cual aspira a optimizar equipos y herramientas para superar cualquier escollo posible en la montaña. Por otro lado, el alpinismo sin guía adquiere mayor preponderancia y, en términos técnicos, también aparece el invento del rapel de cuerda en 1879, modificando la práctica misma ante la resolución de problemas en la montaña.

Nueva disciplina en montaña. Trail Running

Otros macizos, ¿otra Era?

La importancia de Mummery  fue por ser pionero en aventurarse en macizos lejanos (Cáucaso), como así también en el Himalaya, visitando al Nanga Parbat. Coolidge habría seguido la misma línea de Whymper pero con conquistas metódicas y sistemáticas. Mummery habría revolucionando los métodos en relación a los aspectos y objetivos de las ascensiones: dificultad y vía versus cumbre. La ascensión se convierte en el propio fin y no en un medio para hacer cumbre. Para algunos, esta concepción deportiva se divorcia de la conquista y el conocimiento de la montaña. Incluso hoy existiría cierta mirada deportiva de conquista obstinada de cumbre, diferente del espíritu escalador de tomar un ascenso desde el goce de la dificultad como ocurría en los orígenes de la escalada en el oriente alpino al elegir paredes dificultosas sin priorizar la altura o la conquista de cumbres. 

Por otro lado: ¿hasta qué punto no puede unirse esta estética en Mummery como algo propio del conocimiento efectivo de la montaña y no sólo como un acto deportivo? ¿Cómo se vincula y entrelazan -o se separa y repelan- lo deportivo con lo estético? Evidentemente, esto sólo se puede dilucidar al momento de cómo cada agente experimenta y comunica su abordaje de la actividad misma. 

Por todo ello, se considera que el alpinismo comienza a desarrollar sus propias leyes, su propio campo de estudio, desplazando la prioridad de la ciencia. Incluso, desenvolviendo sus propias preocupaciones estéticas, como por ejemplo, a partir de ciertas expresiones de Mummery: “el auténtico montañero capaz de sentir belleza”, “camino difícil es el más bello”. La osadía y esplendidez de los primeros planos y su poder dramático: “el valor estético de una ascensión varía en razón directa de su dificultad”. Sin embargo, muchos distinguían a un Mummery, quien consideraría a la montaña como medio y objeto de conquista, de un Saussure quien aborda a la montaña como gran ser. Esta discriminación en torno a lo meramente deportivo y meramente espiritual-científico es parte del análisis de criterios en referencia a la práctica misma del montañismo y a la clasificación de segmentos históricos en su historia. Esta tendencia considera que las consecuencias producto de la aparición de Mummery fueron: el inicio del progreso técnico y la relativa decadencia de los valores espirituales, ambas ideas pasibles  de ser cuestionadas. 

Post Mummery, se solía analizar el siglo XIX en tres períodos objetivos para hacer referencia a cierta evolución psicológica del alpinista hacia un alpinismo adulto: el objetivo de la práctica no como un medio para alcanzar la cumbre. La evolución psicológica se desenvuelve en términos de cuestionarse hasta dónde puede llegar el humano en sobrepasar límites. Se sostenía que la edad de oro transcurrió entre el desconocimiento y el conocimiento descubierto, y el conocimiento y la conquista: espiritual-material, humanista y poco técnica, dando lugar a un naciente alpinismo. Luego, el gusto por la acción pura fue menoscabando el desconocimiento: valores deportivos y materiales en detrimento de los valores espirituales, promoviendo cierta vulgarización de la práctica.

En los años posteriores, el crecimiento de practicantes también se acomodó a un progreso lento de material y técnica. Paulatinamente, se fue implementando un lento uso de la cuerda, mientras que el rapel se generalizó, junto a un piolet y grampón perfeccionado. Aquí nos encontramos en una época de transición: en el establecimiento y extensión del alpinismo. 

Por otro lado, como bien se comentó, la práctica del montañismo en los Alpes orientales permitió el abordaje de otro tipo de roca y otra meteorología. La técnica en roca pura junto a una reducida aproximación (del paseo a la escalada) se practicaba antes de la Primera Guerra Mundial, a diferencia de la posterior escalada artificial, cuando la escalada se adapta a las condiciones severas de los grandes Alpes a mediados del siglo XX. Este paso de la escalada libre a la escalada artificial también implica un cambio de etapa histórica. 

Escalada en roca

También se podría tomar un criterio etapista en torno a las nacionalidades. El final del siglo XIX marcaría el cierre de la supremacía del alpinismo anglosajón (explorador más que alpinista), aunque su primacía continuaba siendo indiscutible al hacer descubrir los Alpes a otros pueblos: alemanes, austríacos, suizos e italianos. Ahora bien, agotada la novedad y puesta en marcha la vulgarización en los Alpes, los anglosajones mostraron una tendencia a marginarse para ir a abrir (siempre aventureros) las grandes cadenas extraeuropeas (Cáucaso, Himalaya, Andes, Montañas Rocosas).

Frente a esta nueva aventura montañista: ¿constituye una nueva Era el alpinismo fuera de los Alpes? Indudablemente que este estadío introdujo incluso una nueva terminología: entre otras, la de “andinismo” e “himalayismo”, con todas sus derivaciones, como en las primeras líneas anticipamos.

 

Fuera de los Alpes

La sed de montaña se traslada hacia África y América por lo que se logran las primeras conquistas a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial se efectúa una paralización y un nuevo trampolín: la montaña en el campo de batalla. 

Luego, impulsó el alpinismo por diferentes motivos. Con ello, se considera a la guerra igual a la montaña por diferentes motivos: juego apasionante y peligroso: peligro mortal. La aparición de la Generación de Zénith: alpinismo de la década del ´20 (diferente a lo romántico, pero lleno de heroísmo), da espacio a aquellos en busca de riesgo y dramatismo cuando fueron jóvenes en los años del conflicto bélico mundial  Surge la filiación guerrera y exaltación del peligro, tomando una actitud diferente a lo romántico. Asimismo, aparece cierto alpinismo chauvinista mezclando nacionalismo y romanticismo filosófico que genera la proliferación de una concepción de alpinismos nacionales contra aquel alpinismo más universalista de Saussure. Este contemplaba un deporte más aristocrático que preservaba cierto cosmopolitismo, pero la democratización a partir de 1918 acentuó el particularismo nacional. 

Al mismo tiempo, se propaga un auge del alpinismo sin guía y la proliferación de clubes alpinos académicos, agrupando a las élites bajo un criterio deportivo a diferencia de la fundación del Alpine Club en el siglo XIX el que tuvo un origen con un criterio más humanístico. En esta instancia, se podría dar lugar a cierto debate sobre la ética institucional.

Estas décadas se pueden considerar como la última edad heroica. En este caso, una segunda si la diferenciamos de la romántica del siglo XIX en torno al descubrimiento y a la conquista o tercera si la distinguimos de la del descubrimiento, por un lado, y de la de la conquista, por el otro. Por otro lado, aparece el alpinismo horizontal: con el recorrido en regiones árticas y antárticas. Evidentemente se continúa buscando la dificultad, agotado el “terreno de juego” en los Alpes, incluso en otros macizos. 

De la misma manera, al incursionar en el Himalaya, se consolida cierto fetichismo de la altitud: en el siglo XVIII, la cima más alta; en el siglo XX, la cadena más alta. Con el Himalaya fue el  prestigio de la altitud frente a la dificultad, aunque la permanencia a 7 mil y 8 mil metros ya de por sí es una dificultad en sí misma. En este período, se da comienzo al Himalaya y se pone fin a los Alpes. 

Reinhold Messner: ”Dejar de lado la cuerda, a un compañero y las botellas de oxígeno. Sólo así era válido un alpinismo para mí. Esa es mi filosofía.”

Por otro lado, en los Alpes orientales, se generan las primeras puramente en roca, como anticipamos: gran dificultad, corto desnivel -no en tiempo-, desarrollando la técnica de pitonaje. En este sentido, el límite entre la escalada libre y artificial (alpinismo clásico y artificial), dentro de la evolución de la técnica, generaba reservas y resistencias. Al mismo tiempo, en los Alpes occidentales, se continúa sin artificio pero buscando dificultad: agotar las paredes vírgenes. Para algunos se identificaba un divorcio lento entre el alpinismo deportivo (con el empleo de cierta técnica y la dependencia de ésta) y la pasión montañera (la cual daría lugar a cierta disciplina completa del espíritu y cuerpo basada en el sentimiento y el conocimiento). Nuevamente, hoy en día:  ¿hasta qué punto estas dos categorías son disociables?

A lo largo de esta primera mitad del siglo XX se desenvuelven las tendencias del alpinismo sin guía, del alpinismo invernal y del alpinismo solitario, en mayor y menor medida según los casos. Como así también se podría mencionar la categoría de cierto alpinismo femenino, a partir de algunos ascensos en donde las mujeres toman mayor protagonismo en esta práctica. Por otro lado, la aparición del esquí como instrumento utilitario marca una nueva etapa en la práctica montañista. 

A mediados de siglo, la guerra convierte a la montaña en teatro de operaciones: aunque se desenvolvieron breves hostilidades. Este espacio sirvió de refugio para guerrilleros (partisanos). Algunos jóvenes se veían retirados a la montaña para evadir el servicio militar.  En la postguerra se generan progresos materiales de escalada, los vivacs y refugios de montaña son más números y cómodos, y la alimentación más efectiva y completa. Se producen ascensiones maratonianas de más de una semana de duración y un campeonato permanente mundial en torno a ascensiones diversas. Esto permitió considerar que cada generación dura diez años aproximadamente, y los concursantes de estos períodos se agotaban fácilmente. Ser el primero, y no el más fuerte, era la condición que se privilegiaba. Pero no siempre se puede ser el primero y hay que aceptar la época en la cual uno actúa, con las sujeciones del caso. Por lo tanto, se explotó la búsqueda de récords, ascensiones invernales, etc. Las grandes invernales de Bonatti, por ejemplo, dieron lugar a estas tendencias, generando una modificación del terreno de juego.

El montañista argentino Alfredo Magnani

Finalmente, el alpinismo se volvió más social y colectivo, incluso pasando de cierto amateurismo al profesionalismo, con guías originados ya no de cepa -por herencia- sino de vocación. Por otro lado, las conquistas ochomilistas ya habían llegado a la altura de ocho mil metros pero no se habían conquistado cumbres. Ocurrirá a partir de la década de 1950, marcando un nuevo hito en la historia, un cambio de época o etapa. Por último, según Sonnier, la literatura de montaña se vulgariza al relatar meramente hechos sin aportes sustanciosos: la discusión estética en la literatura de montaña se podría plantear con relación a hasta qué punto se podría debatir la forma de tal arte y qué esperamos por un novedoso contenido. 

 

Nuestros tiempos

Quizá necesitamos algunas décadas más para analizar nuestros tiempos. Las últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del XXI. Pero sí podemos insinuar que el cambio del terreno de juego que el himalayismo logró permitió considerar nuevas épocas y etapas de la mano de Messner, por ejemplo.

Messner

Ascensos sin oxígeno suplementario, solitarios, travesías, lograr los catorce ochomiles. Otro criterio, luego, fue el de los ascensos invernales en este macizo. Como así también plantearse objetivos numéricos o simbólicos en relación a regiones o continentes, bajo criterios cuantitativos. Los cerros más altos de tal o cual continente, como en el caso de América que contiene cumbres por encima de los 6500 msnm, o como la conquista de las cumbres más altas de cada continente: como hoy se conoce con el título de “Seven Summits”. Por otro lado, la búsqueda de récords continúan estableciendo criterios de práctica en diferentes macizos: por cumbres ascendidas, por travesía, por velocidad. De la misma manera, la velocidad en áreas de montañas se presenta como elemento distintivo en la práctica: con los Non Stop y las carreras de Trail Running, en tanto nuevas modalidades que pueden abrir nuevas etapas. 

Sin embargo, tampoco cabe olvidar el interés de continuar colocando la dificultad junto a la novedad por encima de la mera cumbre o del récord. Y aquí quizá la novedad sería la del terreno generando cierto aura de descubrimiento, de nuevo relato sobre espacios poco transitados. Criterio estimado y practicado por nuestro caso más cercano en términos de tiempo y latitudes: Mariano Galván, por ejemplo, quien en su himalayismo optaba por aperturas de nuevas vías de ascenso o por repeticiones de rutas alternativas a las normales y no repetidas -o escasamente repetidas- desde sus primeras realizaciones. 

Mariano Galván

Una manera de ampliar el terreno de juego y experimentar mínimamente en distancia temporal, sensitiva, cualitativa el descubrimiento de nuevas montañas. Porque, como decía Sonnier, cada vía, aunque se refieran a una misma montaña, habla de una única y diferenciada montaña; es decir, una montaña es diferente según la vía por la cual se la recorra. Es la diferenciación de la montaña en sí misma, el para sí de la montaña: la montaña descubriéndose a sí misma a partir de su recorrido múltiple por sus distintas laderas. Las vías diferentes de ascenso a un cerro hacen de éste una multiplicidad de cerros: cada ruta tiene su propio recorrido, permitiendo brindar diversos aspectos de la identidad del cerro y, con ello, multiplicar el parque de actividad montañista. Pero este criterio tiene una base estética en la actitud de quien  lo elige y aplica. Por eso hay frases que se acoplan desde espíritus que comparten ideas similares aún cuando los tiempos los separen. Sonnier replica en su obra una frase de Dalmau de su obra El Monte Análogo, sobre que “el primer paso depende del último”, en relación al abordaje previo que uno haya realizado del monte. El primer paso es la base del último que darás al recorrer una ladera y posiblemente al llegar a una cumbre o campamento base en el descenso. El conocimiento como fundante de la acción misma permite emerger en estos espacios cierto alpinismo metafísico. Un alpinismo metafísico que también se puede advertir en forma similar en las palabras que el mismo Mariano Galván nos compartía en su hermosa frase: “más importante que la cima es el camino, y más importante que el camino son los principios que mueven tus pies”

 

Palabras finales

La literatura alpina de la época heroica o de oro se nutría a partir de la novedad. Esa quizá puede ser una de las bases para pensar nuestra literatura de montaña y nuestra práctica: salvar la estética en el montañismo es presentar escenarios novedosos, sean cerros o rutas ¿Acaso los cambios de era o época no están vinculados a cierta sustancia estética sino también ética? Incluso los fundamentos políticos y religiosos de la prehistoria tienen inoculados rasgos éticos y estéticos. Más claro ocurre con los fundamentos en la historia misma cuando el descubrimiento y la conquista constituyen una concepción general hacia la montaña promulgando simbologías valorativas y sensaciones diversas. Hasta lo cuantitativo y luego lo dificultoso tienen raíces éticas y estéticas en torno a un estilo, un modo, un modelo de cómo abordar la práctica montañista. Las distintas etapas que se sucedieron en esta historia tienen una motivación de aparición desde necesidades estéticas y éticas: ¿la velocidad de nuestros tiempos no radica en introducir estilos nuevos bajo el ornato del récord y lo cuantitativo? ¿No ocurrió lo mismo con lo acrobático y las actividades invernales y en solitario? ¿El montañismo nacionalista no se inspiraba en la inscripción de valores identificadas con la nación? ¿El andinismo e himalayismo no surgen del repetitivo hastío alpino, motivado por la búsqueda aventurera de nuevos macizos? ¿Lo novedoso no se vincula necesariamente con lo bello (estética) y lo bueno (ética)? Luego cada individuo considerará qué estilo y valores lo representan y, con ello, dará sus pasos en el monte.

Quizá hoy lo novedoso sería el abordaje de las cumbres o aristas aún sin ascender o con pocos ascensos, sean cuatromiles, cincimiles, seismiles, sietemiles u ochomiles. O travesías, no ya de cumbres -incluso, midiendo kms en altitud- sino en extensión horizontal: experimentar el área de montaña desde travesías kilométricas y mensuales, considerando autoabastecimiento, meteorología, y dificultad técnica. La búsqueda en la experimentación de collados o pasos de montaña no transitados comúnmente. 

Picos más altos de cada país de Sudamérica

En fin, lo deseable es que la novedad rescate los elementos estéticos y éticos que más pueda, promoviendo con dificultad deportiva y con espíritu contemplativo cada vez más mejores escenarios para la práctica de la montaña. Que las nuevas épocas no se olviden de la atención a la acústica de montaña, la óptica de montaña, los olores de montaña, el tacto de montaña, etc. Qué un alpinismo metafísico, (vinculado más a la ética/estética de la montaña -no “en” la montaña, profese conocimientos integrales de la experiencia montañista: montañismo filosófico, montañismo terapéutico, montañismo reflexivo, montañismo meditativo, etc.. Que lo deportivo permita gozar de lo dificultoso mostrando novedades complejas y espiritualmente integradas. Que lo técnico condicione la actividad para que la aventura no se evapore.

Así como Platón tuvo su Academia, Aristóteles su Liceo y Epicuro su Jardín, el Montañista tiene su Montaña. Sin hacer ninguna metafísica del espacio de la práctica filosófica aún cuando he visto a individuos caminar en los 3500 msnm, en diferentes quebradas andinas, mientras leían a filósofos románticos, al costado de arroyos y rodeados de cerros: pudiendo dar cuenta de cierto montañismo filosófico, la montaña, con sus diversas manifestaciones, nos permite pensarnos y sentirnos en “modo divino”: confluyendo las contradicciones en un “modo daímon”. ¿Una vuelta a los fundamentos religiosos para dar con lo novedoso?

Finalmente, si todo es cuantificable y si la inteligencia se identifica con el “1”, entonces denme el “2”, pues estoy atrapado en opiniones mudables. Lo importante es que ningún alvéolo te produzca abulia. Pensemos con qué esencias queremos alimentar nuestra práctica y desde allí, continuar elaborando la historia. Pensarlo, ya es un paso decisivo consciente, el primero de todos los pasos sobre el pétreo terreno.


 


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