Profesor universitario de historia del arte, alpinista, político, cartógrafo, crítico de arte, autor de obras de literatura, historia, geografía y también de filosofía realizó un famoso intento de ascender el Aconcagua en 1898
Fue un alpinista inglés, que nació en Rochester, Kent, Gran Bretaña, el 12 de abril de 1856.
Fue hijo del reverendo William Conway, entonces canónigo de la catedral de Rochester, y de Elizabeth Martin. Su padre, más tarde, se convirtió en rector de St. Margaret's, Westminster.
Fue el menor de tres hijos con dos hermanas mayores, Elizabeth Ann (1852-1916) y Martha (1854-1938). Fue el primer hijo, después de que un hermano muriera poco después de su nacimiento.
En 1864, la familia se mudó a Westminster, donde su padre se convirtió en rector de la iglesia de St Margaret, lo que le permitió a William crecer en el fascinante mundo de la historia medieval. Incluso, ayudó en las excavaciones y se le permitió tocar los restos del rey Ricardo II.
Fue educado en Repton y Trinity College, Cambridge, donde estudió matemática y se convirtió en amigo cercano de Karl Pearson.
La muerte de de su padre, en el año 1876, le dio al joven de 20 años una libertad que nunca antes había experimentado. Inmediatamente, abandonó la idea de convertirse en sacerdote y renunció a estudiar matemática.
William se dedicó luego de la muerte de su padre, a pasear y holgazanear durante algunos semestres, haciendo viajes en barco y asistiendo a cenas y fiestas, que lo alejaron de sus compromisos de estudio. Eventualmente y por obra del destino, su camino lo llevó a una conferencia de Sidney Colvin, quien entonces, para el año 1873, se había convertido en profesor del Slade de Bellas Artes en Cambridge y al año siguiente, fue nombrado director del Museo Fitzwilliam. A William, el encuentro con el arte le abrió posibilidades inesperadas.
Visitó el Museo Fitzwilliam y descubrió una colección de grabados, también descubrió las xilografías en la biblioteca de la universidad, luego viajó a París para ver las colecciones del Louvre.
Mientras tanto, eligió un Tripos, por lo que tuvo que sacar los temas de un sombrero o galera como se dice en la jerga común, para dar respuesta a su diplomatura.
En la Universidad de Cambridge, un Tripos era un tema elegido para uno de los exámenes que califican a un estudiante para una licenciatura o los cursos tomados por un estudiante para prepararse para estos.
Obtuvo temas de historia del arte, teniendo en cuenta que hasta ese momento, la historia del arte aún no se reconocía como una especialización.
Sin embargo, esto no importó, ya que William Conway comenzó a catalogar los incunables holandeses en la biblioteca de la universidad, bajo la dirección del bibliotecario Henry Bradshaw. Bradshaw, también hizo posible que pasara un año de investigación. Por Europa, parecía que todo se le iba dando a pedido de él. Finalmente, en el año 1884, publicó Los leñadores de los Países Bajos.
Recibió su licenciatura en el año 1879, y su maestría, en el año 1882. Durante el receso semestral de 1874, escaló por primera vez en los Alpes. En el año 1881, publicó su primer libro sobre Montañismo en los Alpes berneses, en inglés, idioma en el que se publicó, y que tenía como título, Climbing the Zermatt y lo hizo junto con el alpinista norteamericano W. A. B. Coolidge (1850-1926), del que surgió posteriormente, la serie de guías de montaña cuyos autores fueron ambos, Conway y Coolidge.
En 1885, a la edad de 28 años, la Universidad de Liverpool le ofreció el puesto de profesor de arte en Roscoe. Este no era un puesto docente, sino representativo. Conway con Philip Henry Rathbone (1828–1895), quien había desempeñado un papel clave en el establecimiento de una cátedra de artes en la Universidad de Liverpool, organizó la formación de la Asociación Nacional para el Avance del Arte y su Aplicación a la Industria (NAAAI).
William Conway se desempeñó como secretario del Primer Congreso y su posición como profesor de Roscoe, le resultó muy útil para obtener el apoyo de muchos artistas importantes. Lord Frederick Leighton había asumido la presidencia. Walter Crane fue uno de los vicepresidente.
El objetivo del congreso era combinar la ideología del diseño del movimiento Arts and Crafts, con un nuevo estilo en la arquitectura. Para ello, se formaron nueve grupos de trabajo, principalmente en pintura, escultura, arquitectura, artes decorativas y aplicadas, etc. Siguieron otros congresos en Edimburgo y Birmingham.
Se interesó por las xilografías, el grabado y los primeros libros impresos. Su Historia de los Cortadores de Madera de los Países Bajos en el siglo XV fue publicada en 1884.
Entre los años 1884 y 1887, William Conway fue profesor de arte en el University College de Liverpool.
En el año 1889, emprendió un viaje por Egipto, Siria, Asia Menor y Grecia y ese mismo año, publicó un libro sobre su investigación en Albrecht Dürer. Siendo asistido en esto por la abogada Lina Eckenstein, que era la hermana de su compañero de montaña, el famoso alpinista Oscar Eckenstein, montañero y escalador anglo-alemán.
En el año 1872, comenzó a escalar montañas y realizó expediciones a Spitsbergen, en los años 1896 y 1897 y posteriormente lo hizo a Los Andes, en el año 1898.
William Martin se consolidó como un alpinista de clase con la primera ascensión de Rothorn di Zinal, de 4.221 metros, por la Cara Oeste y con la primera de la Cresta Sur al Dom, de 4.545 metros, siempre con el gran guía suizo Ferdinand Imseng.
Con el patrocinio de varias entidades, incluida la Royal Geographical Society, organizó una exploración amplia a las montañas del Karakorum, visitada con anterioridad solo al fondo de los valles principales por un puñado de europeos, comenzando por el misionero y viajero jesuita Ippolito Desideri da Pistoia.
A William Martin Conway lo acompañaron los alpinistas Oscar Eckenstein y J. H. Roudebush y el pintor A. D. McCormick, el cual, cubría con su arte la documentación retratada a pedido del líder o jefe de la expedición. Como único guía de montaña contrató por un año completo al suizo-italiano Matthias Zürbriggen.
Partieron de Londres, el 5 de febrero de 1892, realizando treinta dos días de navegación para alcanzar Karachi. Tuvieron que soportar un calor insoportable e inesperado, el cual fue algo calmado cuando arribaron en una fresca tarde a Srinagar, la capital montañosa del entonces reino de Cachemira. El guía Zürbriggen observaba y anotaba todo en su mente, los hábitos y costumbres de las poblaciones, sistemas de transporte, riego y cultivo, animales, árboles y flores, etc.
Zürbriggen, expresaba: ¡Qué emoción cuando vi el primer edelweiss encontrado entre las rocas! Se preocupaba por mejorar su rudimentario inglés y pronto, no solo incorporó muchos vocablos en ese idioma, sino que también comenzó a dominar algunas expresiones elementales del indostaní.
El teniente coronel Lloyd Dickin, ornitólogo apasionado, y Charles Granville Bruce, teniente del Regimiento Gurkha, acompañados por tres fusileros seleccionados, se unieron a la expedición, conducida por William Conway.
Un cuarto gurkha, Pharbir Thepa, que se había embarcado en Londres con William Conway, había pasado el invierno en Suiza a expensas de Bruce y había aprendido los rudimentos de la técnica de escalada sobre hielo y roca, con la instrucción dada por el propio Zürbriggen.
La figura de Charles Granville Bruce (1866-1939), integrante de esta expedición, fue una figura que se destacó entre los primeros que se han dedicado a la exploración de estas regiones del Himalaya.
Durante su carrera militar cubierta casi en su totalidad en la India, adquirió un conocimiento inigualable de esa cadena montañosa y de su gente. Fue muy popular entre los gurkhas y los baltís. Así, descubrió las virtudes de los sherpas, en los valles nepalíes de origen tibetano, hoy considerados los porteadores más valiosos para cualquier empresa en grandes altitudes. Estuvo entre los primeros integrantes de un asalto inglés al Everest y participó en un puesto destacado en las dos expediciones de 1921 y 1924, a pesar de las consecuencias de una herida sufrida en la batalla de Gallipoli.
Bruce era de un carácter jovial y paterno con sus dependientes, de un físico taurino, de excepcional resistencia al frío como a la fatiga. Fue el que introdujo el pantalón corto en el ejército inglés. Incluso se decía que, con fines de entrenamiento, a veces llevaba a su asistente sobre sus hombros. ¡Y cuesta arriba!
Realmente tenía las habilidades del conductor, tanto que Conway lo llamó: “A steam engine plus a goods train”, Una locomotora a vapor más un tren de mercancías.
Srinagar, en esa época, era la capital de verano del estado de Jammu y Cachemira, de la India, donde el lago le recordaba a William Conway, la visión del promontorio de Bellagio desde Cadenabbia.
Remontaron valles desolados y en medio de violentas nevadas llegaron al paso de Burzil, un antiguo paso de montaña en el Norte de Pakistán, parte de la histórica ruta de caravanas entre las ciudades de Srinagar y Gilgit, donde surgen las primeras dificultades con los porteadores locales.
Sin embargo, Zürbriggen encontró tiempo para embarcarse en una cacería de osos con Bruce, que no se vio coronada por el éxito. Un pico cerca de la ciudad de Astor le recordaba a Conway, el monte Emilius, que domina Aosta.
El 5 de mayo, la caravana llegó a Gilgit, la capital de Gilgit-Baltistán y uno de los principales puntos de partida de la región para las expediciones de montañismo, una entidad política bajo control de Pakistán, un oasis en un desierto de piedras, luego, un pueblo con algunas casas alrededor del fuerte, donde la guarnición inglesa estaba atrincherada.
El primer objetivo de William Conway era la búsqueda de una ruta directa al valle del Glaciar Hispar, para evitar el amplio recorrido por el valle principal. La caravana ascendió por el valle de Bagrot, entre los grupos Rakaposhi, de 7.790 msnm y el Dobani, de 6.143 msnm.
El entorno era extremadamente salvaje: durante una mañana de reconocimiento en la cresta de una morrena, Zürbriggen se encontró cara a cara con un oso. Lanzó gritos y buscó rápidamente su fiel rifle en la tienda, mientras el animal huyó del lugar.
Zürbriggen, junto a Bruce, conquistaron un pico de 4.878 msnm, que consideraron Más duro que los picos de Zermatt y al que llamaron Ibex Peak, Picco degli Stambecchi, es decir, Pico de las Cabras Montés.
Luego, William Conway junto a Zürbriggen, ascendieron un pico de 4.960 msnm, al que llamaron Serpent’s Tooth, es decir, Diente de Serpiente. Luego de estas primeras incursiones, pronto se dieron cuenta de que esa travesía proyectada era imposible hacerla. La estación aún no estaba lo suficientemente avanzada y las paredes enteras de la montaña parecían estar en constante movimiento debido a la caída de las avalanchas. Muestra de esto y desde tan solo diez metros, vieron cómo un grupo de cabras montesas fueron sorprendidas, arrolladas y sepultadas irremediablemente por una avalancha de nieve recién caída.
Regresaron a Gilgit, donde el teniente coronel ornitólogo tuvo que abandonar la expedición porque se enfermó. William, prosiguió con el resto por aquel valle principal que deseaba evitar y fue tocando interesantes villas como Chalti, Baltit y Naghir, donde el raja local, para sorpresa de William, decía ser descendiente de Alejandro Magno.
Penetró finalmente en el valle del Glaciar Hispar, ignorando las recomendaciones del raja de Naghir, quien con repetidos correos le imploró que no continuara en medio de los terribles peligros.
La expedición ascendió el glaciar a lo largo de sus sesenta kilómetros, alcanzando el 18 de julio, el Paso Hispar a 5.300 msnm, “grande, solemne, indeciblemente solitario,” según expresa, el propio Conway.
Ahora que la caravana estaba dividida, Bruce, Roudebush y Eckenstein, con algunos gurkhas y porteadores, acompañados por Zürbriggen, subieron al paso de Nushik, a 5.100 msnm, desde donde todos, excepto este último, descendieron hacia el Sur haciendo la primera travesía. Zürbriggen, una vez que había visto a salvo la caravana que se le había confiado, regresó lentamente cuesta abajo hacia el glaciar Biafo.
Entregó cartas de Bruce y Roudebush de Conway, con las cuales se enteró que el acceso al Paso Nushik fue mucho más complejo de lo esperado ya que, con cargas pesadas, la caravana tuvo que sortear la amenaza de inseguros séracs en medio de una profunda nieve.
William Conway dice que no podría haber nunca creído posible que un hombre pudiera cumplir o hacer tal trabajo. Más de una vez, Zürbriggen había superado de un salto una larga grieta, aferrándose al otro lado de una pared de hielo cubierta por una fina capa de nieve.
Los dos grupos de la expedición se volvieron a unir en la villa de Askole, reclutando nuevos porteadores y fueron los que llevaron los abastecimientos para poder vivir y continuar con la marcha.
Zürbriggen empaquetó los bultos y separó los materiales, también realizó la colocación de los pequeños clavos fijos en el calzado, es decir, unas piezas metálicas que se sujetaban mediante pequeños clavos y tornillos a lo largo de todo el borde de la suela para mejorar el agarre en una superficie congelada, también, seleccionando y separando diecisiete pares de zapatos y seis pares de sandalias, para los porteadores.
Finalmente, la expedición fue en camino a su destino: el Glaciar Baltoro. Eckenstein cae enfermo y se ve obligado a regresar a Inglaterra. Regresó posteriormente al Karakorum, en el año 1902, para dirigir una expedición anglo-suiza-austríaca al K2, que se detuvo a los 6.700 msnm.
Midieron y cartografíaron, admirando profundamente los picos vistos por sólo cuatro o cinco europeos. Eran las aterradoras aplicaciones del monte Paiju, el prodigioso pico del Masherbrum de 7.821 msnm, la improbable Torre Mustagh, sin duda, la montaña rocosa más hermosa de la región, de 7.273 msnm, el soberano K2 de 8.611 msnm, el poderoso Broad Peak de 8.047 msnms, el orgulloso Gasherbrum III y IV de 7.952 msnm y 7.925 msnm, respectivamente.
Zürbriggen, exclamó: “¡Qué montañas! ¡Nadie podrá jamás pisar esos picos!” Pero Conway, montañero, respondió: “¡No! No somos más que pioneros. ¡Un buen día estas montañas estarán todas escaladas!”
El 10 de agosto, alcanzaron un pico de dificultad no excepcional en la ladera Norte del Baltoro, de unos 5.800 msnm, al que llamaron Crystal Peak, por los cristales de cuarzo descubiertos en la cumbre. Había un panorama inolvidable de todos los ocho mil, picos que dominan la cuenca del Baltoro, y en particular los que coronan la gran meseta glaciar, a la que William Conway dio el nombre de Circo Concordia, porque a Conway el lugar le recordaba a la Plaza de la Concordia de París.
“El paisaje superó todo lo que habíamos visto en grandeza”, expresó William Conway. Pero ninguna de esas enormes montañas parecía ofrecerles la más mínima cabeza de valle que Conway recordaba del Monte Rosa, visto desde el Gornergrat, “pero más hermoso”. Lo llamaron Golden Throne (Trono de oro - hoy Baltoro Kangri), y midieron su altura con el teodolito, obteniendo los 7.260 msnm, hoy oficialmente es de 7.312 msnm.
Lo atacaron Zürbriggen y Bruce, adelantándose, durante dos días. La nieve fresca hacía que se hundieran hasta la cintura. El hielo era sumamente traicionero y la respiración se volvía cada vez más fatigosa y dificultosa.
Al tercer día, a pesar de todos los esfuerzos de Zürbriggen para encontrar un camino a través de los séracs, en cada intento quedaba permanentemente atascado y fue una fortuna salir del lugar, porque comenzaron a caer avalanchas desde las laderas no lejanas de las montañas donde ellos estaban. Contaban hasta diez y ocho una tras otra, en los momentos en que estaban cerca del lugar desde donde se desprendían.
Sobre los contrafuertes Occidentales del Trono Dorado, con la visión dominante del Pico Novia, es decir, Chogolisa, lograron conquistar un pico menor, el 25 de agosto, al que dieron el nombre de Pico Pionero. Una vez en la cima, todos se derrumbaron en el suelo, europeos y gurkhas, con la única excepción de Matthias Zürbriggen, que encendió un cigarrillo en silencio. Apenas William Conway se repuso, se dedicó a medir las alturas y comprobó que la misma alcanzada a 6.970 msnm.
Cuando declaró con alegría que habían superado la altura del Chimborazo de 6.310 msnm, que ostentaba el pico más alto, entonces conquistado por el hombre, Zürbriggen, rompió a llorar de alegría “como un niño”. “¡Y fue él quien había adelantado su “deseo muy natural”, de escalar un gran pico mientras que Conway, en la parte inferior. hubiera preferido explorar el Paso Kondus al Sur del Pico Pionner!
La caravana recorrió todo el Glaciar de Baltoro y luego se enfrentó al paso de Skoro, a 5.070 msnm.
La subida fue dura y Zürbriggen sentenció en alemán: “Todos los santos te ayudan cuesta abajo, pero solo uno cuesta arriba y se llama San Fatigoso.”
Finalmente, bajaron a Shigar Village. Los álamos, los albaricoques, la hierba, los arroyos, la sombra, las mujeres con flores en el pelo daban una sensación de vida insólita y Zürbriggen le dijo a Conway: “Puede haber alguien que esté tan bien como nosotros, pero no creo que haya nadie que esté mejor que nosotros.”
Pasando por la ciudad de Skardu y habiendo realizado un largo viaje en Ladak hasta Leh, regresaron a Srinagar el 11 de octubre. El itinerario había terminado.
El geógrafo y explorador Giotto Danielli, especialista del Karakorum, resumió así la importancia de la expedición de Conway: “Caracteriza el período renovado y también el nuevo método de actividad exploratoria en ese grandioso territorio, pero no debemos olvidar ese modesto pero fiel colaborador muy útil, para Conway, como fue el guía Matthias Zürbriggen”.
De hecho, la expedición pasó ochenta y cuatro días sobre hielo y nieve y recorrió los glaciares más largos del mundo conocidos fuera de los casquetes polares, realizando un levantamiento topográfico preciso de un extremo al otro. Todo esto estuvo lejos de verse favorecido por el buen tiempo. Escalaron dieciséis cumbres por encima de la altura del Monte Blanco, contribuyendo también de forma válida, a los estudios de los efectos de la altura sobre el organismo humano, hasta el punto de demostrar que, según palabras del propio William Conway: “Incluso cumbres de 25.000 o 26.000 pies, es decir, de 8.200 o 8.500 metros, pueden ser escalados por escaladores bien entrenados.”
Esta observación no debe sorprendernos: la opinión del entonces mayor del ejército inglés, Godwin Austen, el descubridor del Glaciar Baltoro y del K2, conquistado por la expedición Ardito Desio, en el año 1954, que estaba hasta entonces muy extendida, decía que: “Hasta los 21.000 pies, es decir, 7.055 metros, era casi el límite de la altura a la que el hombre podía ejercitar su esfuerzo”.
Bruce, refiriéndose a esta expedición, en la cual participaba, mencionó en el Alpine Journal, órgano de difusión del Alpine Club, que Zürbriggen era un “excelente guía, factótum (hecho) y compañero”. Respecto del factótum (hecho), el mismo Zürbriggen en sus memorias cuenta que en la expedición había hecho todos los oficios y hasta barbero, además de guía y zapatero.
Bruce desde el prefacio de su libro Climbing and Exploration in the Karakorum Himalayas, es decir, Escalada y exploración en el Karakorum, Himalayas, afirmaba que "nunca se ha encontrado con un mejor guía que Matthias Zürbriggen de Macugnaga, a cuya energía debemos tanto nuestro éxito".
Matthias, se enfermó por una insolación en Bombay y luego, se embarcó el 1 de diciembre para Italia y Conway, para Inglaterra. William Martin arribó a tiempo para llegar y participar en el solemne almuerzo anual del Alpine Club.
William Martin Conway adquirió aún mayor popularidad con el volumen The Alps from End to End, en el que describió una travesía a pie desde el Col di Tenda hasta el Ankogel en el Tauri Oriental, mil millas recorridas en ochenta y seis días con el ascenso de veintiún picos y treinta nueve pasos.
Durante diecisiete días, en los Alpes Marítimos y Cozie, Matthias Zürbriggen, lo acompañó “atravesando algunos pasos en condiciones prácticamente invernales” y alcanzando la cumbre del Monviso, “durante una terrible tempestad con la montaña toda cubierta de hielo”, escribiendo en la libreta de su guía Zürbriggen, elocuentes conceptos sobre sus cualidades y persona.
Pero además de esta larga marcha a, donde describió en sus escritos conceptos elogiosos de los deportistas ingleses, expresó las otras actividades insólitas que realizaron los mismos. Conway fue nombrado Caballero en el año 1895, por sus esfuerzos en el mapeo de 5.180 kilómetros cuadrados de la cordillera Karakoram en el Himalaya.
En los años 1896 y 1897, exploró el Spitsbergen y, al año siguiente, exploró y estudió los Andes bolivianos, subiendo el Sorata, más conocido hoy como Nevado Illampu, 21.086 pies, es decir, 6.427 msnm, e Illimani, de 21.122 pies, es decir, 6.438 msnm.
También intentó el Aconcagua, de 22.831 pies, es decir, 6.962 msnm, llegando a aproximadamente a cincuenta metros de la cima, no pudiendo coronar la cima.
Respecto a este intento, nos relataban los tres autores (Punzi, Ugarte y De Biasey) de Historia del Aconcagua: en el año 1898, el Aconcagua, se prestigio con la presencia de Guillermo Martín Conway, hombre de ciencia, profesor de Bellas Artes, gran alpinista, e insigne explorador.
En tanto que Conway, avanzaba el alba del 3 de diciembre de 1898, descolora paulatinamente el cielo, donde se recorta como un dibujo negro, la mole estratificada del cerro Almacenes.
…El día 4 de diciembre, se traslada el campamento de Plaza de Mulas inferior al superior; mientras que el 5 de diciembre, se inició el ascenso hasta el campamento número dos, aproximadamente los 5.000 metros.
El 6 de diciembre, se traslada el campamento más arriba. Y el día 7 de diciembre, se ataca la cumbre, llegando hasta la unión del filo que une las dos cumbres, actualmente conocido como Filo del Guanaco, regresando ante la imposibilidad de llegar a la cima. Al día siguiente se regresó a Puente del Inca, dando por concluida la expedición.
Como sucedió, Pellissier, debe su vida a que comenzamos la hazaña muy temprano al otro día, 7 de diciembre. En realidad, no partimos a las 02,00 horas, que era innecesariamente muy temprano, sino, que salimos a las 03,30 horas. La temperatura era de 5° F, y decaía lentamente, a medida que ascendíamos. La noche estaba brillantemente iluminada por la luz estelar. Las constelaciones que me eran más familiares estaban invertidas en el Norte. La luna en su último cuarto, no había salido y no lo hizo hasta que la luz gris del amanecer inundó el espacio. La luna salió sobre las crestas de la montaña. Con una linterna para encontrar el camino, caminamos a través de una zona de nieve casi nivelada, y llegamos a una pendiente ligera de piedras grandes y más arriba otra con grandes escombros. Nos mantuvimos lo más cerca posible de la margen derecha de la senda que íbamos realizando, donde las piedras eran más grandes y firmes, que el centro de la cuesta. No necesitamos la linterna por más de una hora. Inmediatamente después que la apagamos y en los riscos siguientes, pudimos ver nuestro campamento de abajo, aparentemente muy cerca y los extremos finales de las hondonadas finales, arriba también, bastante cerca.
En realidad deberían estar a más de media milla de distancia, hice un cálculo optimista al decir que llegaríamos a ellas en tres horas, pero en mi propio corazón pensé que lo haríamos en una hora. Pero al pasar las tres horas, no aparecieron más cerca.
Es imposible exagerar las penurias que pasamos sobre esta cuesta, solamente de vez en cuando, un área nevada daba alivio momentáneo. Noté que el ejercicio se volvía muy fuerte para Pellissier. El se quedaba rezagado más y más atrás e hicimos varios altos para que nos alcanzara.
El se quejaba de dolores internos, de indigestión y otros desarreglos que había estado sufriendo desde hacía tres días. Sus fuerzas por consecuencia disminuían, pero nadie podría convencer de que volviera.
Mientras más íbamos ascendiendo más nos tirábamos hacia la izquierda y más flojas se volvían las piedras. Cuando cedían a nuestros pies generalmente caíamos violentamente al suelo y teníamos que descansar jadeantes como hombres heridos incapaces de levantarnos.
Nuestra respiración sonaba cada vez más fuerte. Era una satisfacción de vez en cuando, vaciar los pulmones con unos quejidos y llenarlos con un volumen mayor de lo ordinario, de aire enrarecido.
Los brazos debían mantenerse bien alejados de los costados para permitir que los pulmones se expandieran completo y libremente. Generalmente metíamos la mano izquierda dentro del cinturón, mientras que la derecha sostenía la cabeza del hacha de alpinista, usada como bastón. Frecuentemente el deseo de detenernos se volvía intenso, pero el frío imperante nos mandaba a proseguir hacia adelante. Mi cuerpo no sufría severamente de frío, debido al sacón abrigado con un forro de piel, pero mis manos estaban en agonía constante, cada dedo sufriendo la tortura aguda del dolor, como un dolor de muelas.
Empero yo estaba usando un par de guantes muy gruesos; un par hecho de lana y forrados en su interior con lana de cordero. También, tenía largas prolongaciones dobles de piel de lobo que llegaban hasta el codo.
Dichos guantes fueron muy calientes en el frío de las largas noches del Ártico. Arriba de los 21.000 pies, con una temperatura próxima al cero grado Fahrenheit, parecían incapaces de proteger las manos de la fría escarcha. Posiblemente el defecto residía en la circulación ineficaz de la sangre y no en los guantes. El amanecer no pudo ser visto por nosotros debido a las montañas interpuestas por lo que perdimos el espectáculo de este escenario al Este. Pero fuimos recompensados desde el momento en que el sol apareció sobre el horizonte invisible, pues derramó sobre el mundo a nuestros pies una cascada de radiaciones llameantes salvo donde las montañas interpuestas lanzaban grandes sombras.
Su fulgor penetró visiblemente el aire sobre el Pacífico. Parados como estábamos sobre la parte sombreada del Aconcagua y a corta distancia de la cumbre, vimos como su gran cono de sombra púrpura se extendía hasta el horizonte remoto en el momento del amanecer a más de doscientas millas de distancia.
La sombra no se extendía como una alfombra sobre el suelo, sino como un prisma solido de purpura, sumergido en la masa fulguriente del cielo cristalino, y sus superficies exteriores enriquecidas con capas de colores erizados. Podíamos ver las sombras de otras montañas sobre el suelo, pero la del Aconcagua se presentaba como algo tridimensional. A medida que el sol ascendía, la sombra se hacía menor y su punta corría hacía nosotros por el Océano, por la costa chilena, rápidamente sobre las colinas bajas hundiéndose en el valle de los Horcones, subiendo por la cuesta y llegando a nuestros pies. Cuando levantamos la mirada hasta los riscos superiores vemos al dios sol mismo alzándose sobre la cresta y trayéndonos un nuevo día.
Pellissier, había empeorado y nos sentamos para esperarlo. Al llegar a nosotros nos informó tristemente, que no podría continuar más. Transferimos su carga sobre los hombros de Maquignaz y Pellissier, volvió a descender. Eran las 07,00 horas. Me pareció verlo enfermo, pero como él, comprendí que el verdadero peligro, residía en la posible pérdida de sus pies. El estaba seguro que podría descender solo, sin dificultades.
La montaña no ofrecía en si ningún peligro y en realidad desde su pie hasta su cumbre no presenta dificultades de ninguna especie. No hay necesidad de usar la soga. La ascensión en sí, es una cuestión de fuerza y resistencia física, muy diferente a los picos Pioneers, que escalé en el Karakorum, en el año 1892.
Maquignaz y yo, seguimos adelante solos, cada uno eligiendo el camino que creía más conveniente, pero sin apartarnos mucho uno del otro.
Hablamos poco solamente de vez en cuando solo para intercambiar alguna palabra simpática o para preguntar cuánto tiempo pensaba cada uno que tomaría llegar al pie de las rocas cumbreras.
“¡Nunca llegaremos, nunca, nunca!” gritó Maquignaz, a lo que repliqué, Oh! Si llegaremos aunque tengamos que quedarnos a vivir en la cumbre de la montaña. A las 08,00 horas o más tarde, nos encontrábamos en el borde de los escombros, asegurándonos en el borde de los escombros, en las rocas que veíamos que eran más firmes.
Esto en realidad era poca ayuda pues cuanto más arriba se ascendía más flojas eran las piedras, que cedían a nuestro paso.
Paso una hora de nuestro lento ascenso, dejamos la primera hondonada y nos dirigimos a la otra, donde las piedras flojas cedían aún más. Las piedras eran más pequeñas y más cedían, nos hundíamos en ellas como si estuviésemos en un arenal; nuestra intención era cruzarla diagonalmente, para seguir por las piedras más firmes por donde habían circulado Vines y Zürbriggen, llegando hasta el piso más elevado; pero el esfuerzo nos venció y nos volvimos a pegar hacia la derecha.
Al final, llegamos a unas piedras más grandes y firmes y nos libramos de las patinadas, nos encontramos en la entrada de la hondonada final y nos detuvimos un momento para comer.
La vista desde este punto, aunque restringida era maravillosa. Las paredes de rocas nos rodeaban desde dos costados. La cuesta final se levantaba empinadamente por otro costado y lo único del mundo que se podía ver parecía por la entrada angosta de la hondonada en la que nos encontrábamos.
Aún esta ultima vista estaba tapada por un puntón tipo obelisco natural, muy delgado. Yo lo fotografíe pero luego arruiné el negativo, sacando otra fotografía sobre la anterior, un signo evidente de la estupidez que produce este efecto de la altura.
El frío o nuestro sentido del frío se volvían más intensos aunque había disminuido el trabajo de la ascensión, sufrimos dolores y sofocación en nuestra respiración y cada pulgada de altura que se conseguía, era tras grandes esfuerzos.
Pero la cresta culminante de la montaña, estaba ahora cerca y el deseo de vernos sobre ella nos llenó de coraje. Dejamos en la cueva de la entrada de la hondonada, todas las provisiones y toda la carga, a excepción de la máquina de fotografía y seguimos adelante.
Al fin, oí un grito, miré hacia arriba y vi a Maquignaz a una o dos yardas sobre mi cabeza, parado en la cresta del manto de nieve que se prolongaba hacia la cumbre, me acerqué a él, y tenía todo sobre mis pies.
La cara Sur del cerro totalmente nevada, era un precipicio, aunque teniendo la inclinación sin que resbale la nieve, cayendo hasta el glaciar dos millas más abajo. No era una caída muy profunda y precipitosa como la que habíamos visto en el Illimani, unos meses antes, pero allí la luna solamente mandaba su iluminación vaga al profundo valle, pero acá la luz provenía del sol que iluminaba las hondonadas y valle acrecentando su profundidad natural.
A la derecha e izquierda y por más allá de una milla se extendía como el fino filo de una hoja curva, la cresta filosa de nieve que llega de la cumbre Sur de menor altura hasta la Norte. Esta cresta forma el borde superior de la gran cuesta nevada por la que mirábamos y es solamente visible desde el valle de los Horcones, como una cresta delicada de plata bordeando las rocas. En muchos lugares sobresalía con enormes cornisas, parecidas a olas en el momento de romperse.
El día hasta ese momento había sido bueno, pero se empezaba a juntar nubes en el Este. Temiendo en que se nos fuera a disminuir la visión del panorama tomé unas cuantas fotografías antes de seguir adelante, no nos encontrábamos en el punto más bajo entre las dos cumbres. Una hilera de rocas que descendía a nuestras espaldas hacia el Este, visible desde el camino del Inca, identificaba nuestra posición más o menos a la mitad entre la concavidad de las cumbres.
La vista desde este punto, difería muy poco de la obtenida desde la cumbre. Al Sur estaba el Tupungato, una pila majestuosa de nieve sobre él y numerosas nubes enormes montaban guardia. Al Norte el gran Mercedario, que se observaba entre los flancos de las rocas finales. Al Oeste se encontraban las colinas que caían cada vez más bajo hasta la costa chilena y el Océano purpura. Al Noreste como otro océano se extendían las superficies planas de las Pampas argentinas. (Creo que acá, esta observación, me da la pauta o que estaba apunado o veía visiones, porque desde ese lugar jamás he visto las Pampas Argentinas, solo montañas más bajas).
Por los lados restantes se encontraba la Cordillera corriendo de Sur al Norte, en hileras paralelas y largas, y agrupándose todas juntas en una masa compacta en lugares, escondidas por dos cumbres cercanas.
Nos colocamos la soga de alpinista, volvimos a la izquierda y procedimos a cortar escalones a los largo de la cresta. Yo había dejado mi piqueta en la hondonada y lamentaba su ausencia, pues hacer equilibrio en el borde filoso angosto, con una caída de dos millas a un lado y trescientos pies por el otro, no era fácil sin la ayuda de un bastón.
También el viento estaba soplando fuertemente. La cresta no era muy inclinada, ni difícil y la nieve cedía fácilmente a los golpes de la piqueta; si podemos decir que era fácil cortar escalones en el hielo a 23.000 pies de altura.
Avanzamos pasando por una o dos ondulaciones suaves y finalmente, llegamos a un pequeño promontorio más estable de unos 50 o 60 pies más alto. Desde el lugar que nos encontrábamos hasta el próximo, era un sector más plano y sin dificultad. Nuevamente me detuve a tomar algunas fotografías, pero el panorama se fue oscureciendo por la llegada de nubes que desaparecieron una vez que hice mi trabajo.
Mientras que el frío intenso no le permitía a mis dedos realizarlo en forma adecuada, seguro que me encontraba bajo los efectos de la altura, pues constantemente me olvidaba si había corrido o no la película en la maquina. El resultado de esto fue que cuando me revelaron los negativos tres de ellos no habían sido usados y dos fotos habían salido superpuestas y arruinadas.
El panorama desde este punto era completo a excepción de un ángulo pequeño en el Noreste ahora nublado.
Cuando me preparaba para adelantarme un poco más antes de descender, Maquignaz, me dijo: “Si este viento se hace más fuerte, no podremos volver a lo largo de esta cresta y perderé la piqueta de alpinista.” Podemos ver que no habían alcanzado la cima cuando empezaron a bajar sin coronarla, aunque por momentos pareciera que hace referencia de haber logrado la cumbre; una cumbre no se considera hasta que no se pisa la parte más elevada de la misma.
Hasta ese entonces no sabía que Vines, cuando efectuó la segunda ascensión del Aconcagua, había dejado en un montículo sobre la cumbre, su piqueta, y un termómetro de máxima y mínima, que registraba las temperaturas.
Si hubiese sabido de esto, hubiese llevado mi piqueta para dejarla en la cima a pesar que me había acompañado tanto tiempo, desde el año 1876, por los Alpes, Himalayas, Spitsbergen y los Andes bolivianos, y solo por conocer las temperaturas mínimas que se habían registrado en la cumbre del Aconcagua, en los dos últimos años.
El lugar estaba a 23.100 pies de altura sobre el Pacífico y esta curiosidad bien valía la pena hacerlo.
Otras consideraciones me estaban moviendo, pero luego de una mirada por el vasto panorama me di vuelta y comenzamos a bajar sobre nuestros pasos. Llegando a la salida superior de la hondonada sin dificultades, descendimos hasta donde habíamos dejado la comida y mi piqueta, comimos algo y comenzamos a bajar. El descenso no era nada comparado con la ascensión, no quiero decir que no hubo esfuerzos, ni sufrimientos, pero la diferencia residía, en que cada paso nos llevaba cada vez más abajo, siendo nuestras patinadas mucho más favorables que en la subida.
Si las piedras nos había parecidos flojas en la subida, ahora parecían mucho más. No solamente rodaban bajo nuestros pies sino que en un área de varias yardas cuadradas y aparentemente de gran espesor se movían o mejor dicho fluían a nuestro alrededor, todo el tiempo.
Nunca había visto escombros poseídos de un equilibrio tan inestable. Temíamos provocar una avalancha de piedras que podrían arrástranos y enterrarnos. Para disminuir el peligro nos separamos unas cien yardas y seguimos rutas independientes de descenso.
No hay nada que relatar acerca de esta parte de la expedición. Cada momento era igual que el otro. Caíamos frecuentemente y a veces quedábamos detenidos y aferrados por las piedras que fluían de nuestras piernas, casi hasta las rodillas.
Las carpas al principio visibles con los prismáticos como puntitos verdes presentemente se hicieron visibles a los ojos.
Sentí un gran alivio al ver a Pellissier, caminando entre ellas. Como lo ví andar hasta un manchón de nieve y volver, pensé que nos había visto y que estaba en condiciones excelentes como para cocinarnos una sopa.
A las dos horas y cuarenta minutos desde el lugar que habíamos dejado, cercano a la cumbre, nos reunimos una vez más en el campamento. “Estoy contento que llegaron nos dijo. Hubiese querido estar con ustedes, pues es una amarga experiencia llegar tan lejos y verme obligado a dar la vuelta”. Le pregunté cómo se sentía de sus dolores internos. Me dijo: “Eso está bien! Pero estoy helado. Cuando regresé a las carpas y tomé asiento, me sorprendió al sentir un dolor en un pie, pues no había sentido ninguna molestia en ellos cuando tuve que regresar. Me quité las botas y medias y comprobé con horror que la parte delantera de mi pie, desde el empeine hasta los extremos de los dedos, estaban con color negro. Me saque la otra bota y medias y comprobé que el otro pie estaba en las mismas condiciones.”
“Entonces sentí miedo, pues pensaba que perdería todos los dedos con lo que tendría que abandonar el alpinismo. Entonces busque un poco de nieve y comencé a frotar los pies, lo más fuerte posible que podía y continúe esta cura por más de cinco horas parando de vez en cuando para normalizar la respiración. Gradualmente volvieron a la vida y el dolor se volvió insoportable, pero sabía que esto era un buen signo y continué mis masajes tal como he visto hacer a muchas gentes de mi valle cuando se helaban los pies. Cuando los divise que estaban bien, dejé de frotarlos. Me puse a cocinar una sopa para ustedes, que espero sea de vuestro agrado. Una hora atrás subió Anacleto, y me friccionó mientras yo cocinaba; ahora, como ustedes pueden ver, solamente las puntas de los tres dedos grandes de los dos pies están negros, yo creo que con mucha fricción los van a mejorar. Ahora no duelen mucho, pero no creo que por un mes o dos, no pueda escalar.”
Yo pensé que suerte que estamos cerca de Puente del Inca. Mi decisión estaba ya hecha. Descenderíamos inmediatamente, mientras que Pellissier pudiera ponerse las botas. Antes de la mañana sus pies se hincharían, se formarían ampollas grandes en sus dedos como quemaduras y quedaría imposibilitado de pararse.
Por lo tanto, era necesario llevarlo inmediatamente al campamento base en las pocas horas siguientes. Desde allí podría cabalgar el resto del camino.
Levantamos campamento y en una hora habíamos partido. Cuarenta minutos después llegamos al campamento intermedio donde encontramos al segundo porteador dormido en la carpa. Lo despertamos, cargamos la carpa y otras cosas en sus espaldas y proseguimos nuestro descenso. Maquignaz y yo, hacíamos ecos con nuestras toses convulsas pero cada yarda que descendíamos nos sentíamos mejor. Nuestros dolores de cabeza que habíamos sentido en la cumbre ya habían desaparecido y sufríamos muy poco de la fatiga.
A las 16,10 horas, habíamos pasado la plataforma intermedia y llegamos a la parte superior del corredor del nieve; por él fueron arrojados todos los equipajes y material para que rodaran por la pendiente.
Anacleto, se guardó el rollo de bolsas de dormir e insistió para que yo me pusiera sobre la misma, sujetado por la soga, y el sosteniéndome; comenzó a correr cuesta abajo como un trineo; mientras que yo me trasladaba de un extremo a otro. Mientras que la nieve se introducía por el cuello y las mangas, cada momento malo que pasaba era motivo de risas por parte de él. Él reía, cantaba y gritaba sin cesar. Y decía: “Yo conozco el camino hacia el Aconcagua; yo, entre tantas personas de mis alrededores, seré guía para llevar gente hasta la cumbre. Yo Anacleto Olavarría, seré guía del Aconcagua”.
En cuarenta minutos llegamos a la morena. Media hora después a las 18,00 horas, al campamento base, con todo nuestro equipaje e inmediatamente hicimos acostar Pellissier. El descenso completo, incluyendo los altos para comer y embalar, se habían realizado en seis horas. En este tiempo habíamos bajado 10.000 pies. En las carpas del campamento base, nos encontramos con un peón que había venido de Puente del Inca, con una mula. Él había traído otra carga de provisiones y también una botella de bebida alcohólica, que venían muy bien para la oportunidad, que la había enviado el doctor Cotton, cuyas instrucciones fueron de tomar un vasito de tanto en tanto. Imparcialmente, la dividimos en el momento y la tomamos. Nada podía satisfacer mejor que esto.
Inmediatamente mandamos al peón a buscar las mulas, que se encontraban en el vado superior. Debía traerlas al amanecer para llevarnos a Puente del Inca. No puedo describir como fue el ocaso y la noche que siguió. Estábamos juntos y felices, Pellissier, también, sentado o acostado en nuestras bolsas de dormir en la carpa grande, mientras cocinamos y comíamos una buena cena, luego fumamos una buena cantidad de pipas.
No bien me asome a la puerta de la carpa me di cuenta que había habido un cambio del tiempo. Un ventarrón estaba arrastrando un manto de nubarrones sobre las rocas de la cumbre del Aconcagua, que se asemejaban a los dientes de un gran peine cardando un gran pozo de lana gigantesco, y no hubiese vivido mucho tiempo si estuviese expuesto en las rocas superiores.
En realidad el periodo de buen tiempo había concluido. Durante los doce días siguientes, como puede verse, pasó de malo a peor. Enormes cantidades de nieves cayeron a niveles no vistos en ese periodo del año y las tierras bajas se inundaron con lluvias.
Luego, exploró Tierra del Fuego haciendo un intento al Monte Sarmiento.
En el año 1892, en el curso de una expedición de exploración y montañismo llevada a cabo bajo los auspicios de la Royal Society, la Royal Geographical Society y la Asociación Británica, hizo un ascenso a una cumbre subsidiaria de Baltoro Kangri, efectuando la ascensión a la cumbre del Pioneer Peak, reclamando un récord mundial de altitud, con una altura de 23.000 pies, es decir, 7.010 msnm. Sin embargo, las mediciones posteriores han revisado su altura concluyendo que tenía 22.322 pies, es decir, 6.804 msnm.
Conway había estado involucrado en política durante algún tiempo, junto a los dos partidos principales, supuestamente en busca de un título de Caballero y una baronía, cuyos títulos con el tiempo recibió. Fue mencionado como un posible candidato liberal para Wolverhampton South a principios de 1900, pero retiró su candidatura debido a circunstancias domésticas.
En la exposición de París de 1900, recibió la medalla de oro por estudios realizados en la montaña y la Medalla de los Fundadores de la Real Sociedad Geográfica, en el año 1905.
Fue presidente del Alpine Club, durante los años 1902 y 1904 y se convirtió en el primer presidente de The Alpine Ski Club, en su reunión inaugural en el año 1908.
Desde 1901 hasta 1904, fue profesor de Bellas Artes, en la Universidad de Cambridge.
Conway fue ocupando varios puestos universitarios y desde 1918 hasta 1931, fue un representante de las universidades inglesas, combinando sus actividades como miembro conservador en la Cámara de los Comunes, cuando le fue otorgada la categoría de barón Conway de Allington, en el Condado de Kent. Conway, fue el primer director general del Museo de la Guerra Imperial y administrador de la National Portrait Gallery.
Su colección de fotografías formó la base de la Biblioteca en el Courtauld Institute of Art de Londres. También fue responsable de la restauración del castillo de Allington.
Fue autor de libros sobre arte y exploración, que incluyen Mountain Memories, en el año 1920, Art Treasures of Soviet Russia, en el año 1925, y Giorgione as a Landscape Painter, en el año 1929. Solía hablar, especialmente en sus conversaciones de humor, en alemán, francés y en italiano.
En el año 1924, Conway evaluó las evidencias establecidas por la expedición británica de montañismo de 1924 y creyó que George Mallory y Andrew Irvine, habían logrado coronar la cima del monte Everest.
Entre las obras más destacadas escritas por William Martin Conway, podemos citar: Climbing and exploration in the Karakorum-Himalayas, en el año 1892; The first crossing of Spitsbergen, en el año 1896; With ski and sledge over Artic Glaciers, editado en Spitsbergen, en el año 1897 y en Londres, en el año 1898; The Bolivian Andes, en los años 1898 y 1900, y en Londres y Nueva Yord, 1901; Aconcagua and Tierra del Fuego, en el año 1898, en Londres, París, Nueva York y Melboume, 1902; The Alps, en el año 1904; Asimismo, escribió varias guías de los Alpes, para turistas.
Después de ser ascendido a Caballero Soltero en el año 1895, fue nombrado, en el año 1931, Barón Conway de Allington, de Allington en el condado de Kent y, por lo tanto, recibió un asiento en la Cámara de los Lores. Este título expiró con su muerte porque no tenía heredero varón.
William Martin Conway recibió títulos honorarios de Doctor Litterarum de las universidades de Durham y Manchester en el año 1919.
Fue nombrado fideicomisario de la Colección Wallace en el año 1916, de la Galería Nacional de Retratos.
Acumuló una gran colección de fotografías de arte y arquitectura durante su vida. Presentó esta colección de más de 100.000 imágenes al Instituto de Arte Courtauld, hoy conocido como la Biblioteca Conway, Somerset House, junto con la colección fotográfica de Robert Witt, para convertirlae en las bibliotecas The Witt and Conway, en Courtauld.
Sir William Martin Conway falleció en Maidstone, en un asilo de ancianos en Londres, el 19 de abril de 1937, a la edad de 81 años.
El título nobiliario obtenido se extinguió con su muerte. Fue sepultado en el Golders Green, Municipio londinense de Barnet, Gran Londres, Inglaterra.
Como escalador, Martín Conway nombró románticamente a una serie de montañas: Wellenkuppe, Windjoch y Dent du Requin.
Con su nombre fue bautizado oficialmente un paso de 6.300 msnm en el Karakorum, que su expedición cruzó, según escribió Bruce.
Entre los trabajos académicos, podemos mencionar: Historia de los leñadores de los Países Bajos en el siglo XV, en el año 1884; Primeros artistas flamencos, en el año 1887; Los restos literarios de Albrecht Dürer, en el año 1889; El amanecer del arte en el mundo antiguo, en el año 1891, que trata sobre el arte caldeo, asirio y egipcio; Arte toscano temprano, en el año 1902; La multitud en paz y guerra, en el año 1915; Tesoros artísticos de la Rusia soviética, en el año 1925 y Giorgione como paisajista, en el año 1929. Los trabajos de montañismo y viajes, podemos mencionar: Escalada y exploración en el Karakoram-Himalaya, en el año 1894; Los Alpes de punta a punta, en el año 1895; La primera travesía de Spitsbergen, en el año 1897; Los Andes bolivianos, en el año 1901; Aconcagua y Tierra del Fuego: un libro de escalada, viaje y exploración, en el año 1902; Primeros viajes holandeses e ingleses a Spitsbergen, en el siglo XVII, en el año 1904; Tierra de nadie, una historia de Spitsbergen desde su descubrimiento en 1596 hasta el comienzo de la exploración científica del país, en el año 1906; Memorias de la montaña, en el año 1920 y Palestina y Marruecos, en el año 1923. En cuanto a escritos autobiográficos, podemos mencionar: Episodios de una vida variada, en el año 1932 y El deporte de coleccionar, en el año 1914.
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