En el lugar que hoy conocemos como la provincia de Tierra del Fuego, vivió un pueblo que
Los yaganes, historia de la extinción de un pueblo
Estamos frente a la desaparición de una etnia, la yagán, un pueblo canoero que desde hace unos 6.000 años habitara las inhóspitas costas de América del Sur, en el lugar que hoy conocemos como Tierra del Fuego. Un pueblo milenario que se encuentra, al "final de una época" y a un punto de hacer el salto final hacia el profundo abismo del olvido, que cada año devora a decenas de culturas de todo el mundo. Pocos individuos viven aún y de ellos la mayoría lo hace en territorio chileno y se han debido adaptar a nuestra cultura occidental dejando atrás mucho de la propia, incluida su propia lengua.
De hecho solo ha sobrevivido una mujer que aun habla la lengua de su pueblo, se trata de Cristina Calderón que con 90 años, se erige como un baluarte de la conservación de la cultura yagan. La lengua yagan ha entrado ya en la categoría de lengua muerta porque carece de hablantes nativos o competentes, por lo que ya no es la lengua materna de nadie.
El Territorio de la llamada Tierra del Fuego, donde este pueblo habitara originariamente, es un conjunto de islas disgregadas ubicado en el extremo inferior de América del Sur. Su denominación tiene un origen histórico ya que fue el primer navegante en esas aguas, Don Fernando de Magallanes, quien, al ingresar al enorme estrecho que separa las islas del continente, las bautizara de esa manera. Magallanes descubre el estrecho, que hoy lleva su nombre y, al navegar de noche por esas solitarias regiones, vio brillar en ambas costas innumerables fuegos ; eran las fogatas encendidas por los nativos, tal vez para calentarse dentro de sus chozas o, quizás, para enviarse señales de humo y comunicarse. Fue por esas imágenes nocturnas de fuegos que se la denominara “Tierra del Fuego”, y la razón por la cual, posteriormente, se haya denominado a los nativos que la habitaban como “fueguinos”.
Tres fueron los pueblos que originariamente ocuparon Tierra del Fuego, además de los Yaganes o Yamanes: los Selk man u Onas, los Haush o Manenkeks y los Kawesqan o Alcalufes. Los yaganes fueron los nativos que los europeos vieron y contactaron con mayor frecuencia en sus viajes de paso interoceánico. Asimismo, fue el grupo que más prestó constante ayuda a las víctimas de los numerosos naufragios ocurridos a consecuencia de las terribles tempestades fueguinas.
La comunidad Yagan vivía al sur de la Isla Grande, en las franjas costeras del canal Beagle, en la Isla Navarino y en los canales y estrechos que recorrían y navegaban hasta el Cabo de Hornos. Sus vidas dependían del océano en donde transcurría la mitad de su tiempo, a bordo de sus canoas, en las que transportaban también el fuego que nunca se extinguía. Eran pescadores, recolectores de mariscos, cangrejos y hongos; cazadores de lobos marinos y nutrias y, algunas veces incluso de ballenas, cuando éstas se acercaban y varaban en alguna playa. Sus armas eran el arco y la flecha y su instrumento de caza el arpón. No tenían asentamientos fijos, sino que navegaban constantemente para evitar el derroche de recursos.
La resistencia de estos hombres y mujeres al clima adverso y extremadamente riguroso en invierno hoy nos asombra y sigue siendo un ejemplo límite de la adaptabilidad humana. La temperatura del agua en la zona se mantiene siempre baja con escasa amplitud térmica, y en la mayor parte de los días cae lluvia o nieve, siendo que el sol brilla excepcionalmente.
Para protegerse del frío untaban su piel con grasa y aceite animal. Cuando el frío aumentaba, se cubrían con una piel de nutria dispuesta sobre los hombros. Al ser su territorio las islas, los canales y los estrechos continuamente se encontraban navegando y trasladándose en su condición de pueblo nómade.
Al llegar a un lugar apropiado construían una choza sencilla para pasar una o varias noches. La choza era cónica con armazón de ramas cubierta de pieles. En el interior de estas viviendas, se cavaba el piso un nivel más bajo que el de la tierra, a fin de protegerlas del frío y de los viento. Ellos mantenían siempre una fogata encendida en el medio de la choza y en realidad se daba más protección al fuego vital que nunca se apagaba, que a las personas que a su alrededor descansaban.
Su medio de transporte era la canoa que confeccionaban con tres trozos de corteza, y este era el bien material más importante de la familia, ya que ella era imprescindible para conseguir el alimento, el cual era, principalmente, la fauna de esta región que tenían enteramente a su disposición, aunque también comían, en mucha menor cantidad, hongos y bayas. Cada bocado de carne que ingerían lo asaban en las brasas o en ceniza caliente.
La organización social de los yaganes consistía en pequeños grupos familiares que estaban dirigidos por el padre de familia y que, con roles asignados a cada integrante, recorrían en su canoa los canales y costas australes. Estos grupos familiares coexistían e interactuaban constituyendo partidas de caza no muy numerosas, facilitándose de esta forma el desplazamiento por los canales y el abastecimiento de alimentos. Cada familia vivía aislada de las otras, con escaso contacto social, salvo en las ocasiones de las ceremonias de iniciación (Chiejaus), en que varias familias permanecían reunidas en el mismo lugar durante varias semanas.
El hombre era el encargado de construir y reparar la canoa, y dirigirla durante el viaje. Igualmente, la cacería de animales marinos y terrestres era parte de sus labores. Construía y elaboraba todas las armas y utensilios de caza y pesca, así como aquellos relacionados a las tareas de proveer leña para el uso familiar.
La mujer contribuía en la construcción de la vivienda, en la mantención del fuego, en la preparación de los alimentos y abastecimiento de agua dulce y, en la canoa, era quién remaba. También fue parte del trabajo de las mujeres la recolección de mariscos y crustáceos, y la elaboración de cestos que se utilizaba en distintas tareas productivas y domésticas, para trasladar objetos y guardar sus pertenencias durante sus constantes traslados. Esta última actividad se mantiene hasta nuestros días en los pocos representantes vivientes de este valeroso pueblo.
Además de la vestimenta, los yaganes gustaban de usar adornos, como collares hechos con cuentas de concha o huesos, pulseras de cuero y diademas de plumas.
Los adultos mayores colaboraban en la importante transmisión de conocimientos, en especial todo aquello relacionado con sus costumbres, rituales y creencias, además de las normas y reglas que debían cumplirse dentro del grupo familiar y social.
Las relaciones entre los miembros de este pueblo fueron descriptas como armónicas por los primeros observadores. La agresión, o la resolución de discrepancias mediante la violencia no era común, y los conflictos de esta naturaleza, cuando se registraban, no pasaban de ser pequeños forcejeos o pugilatos. La norma elemental de la coexistencia grupal de este pueblo se basaba en la reciprocidad y redistribución, propia de las tradiciones cazadoras de América. En este aspecto, aun cuando es difícil sostener que los Yaganes constituyeron una sociedad igualitaria, la norma de reciprocidad permitía la existencia de relaciones sociales de horizontalidad y una jerarquización mínima.
Situaciones como el robo no se presentaba pues, debido a la concepción de la propiedad que mantuvo este grupo, cualquier persona podía utilizar los instrumentos o herramientas de otra sin que ello significar motivo de conflicto.
El homicidio era sancionado socialmente, y por norma de reciprocidad, el asesino se exponía a ser muerto por algún familiar de la víctima como ejercicio de justicia. Ello no era habitual, y de acuerdo a lo observado por diversos etnógrafos, la sanción común para un homicida era la expulsión del grupo.
La solidaridad entre pares se manifestaba de maneras variadas, siendo una práctica documentada el uso del Tabakana, que consistía en dar muerte a los ancianos mediante el estrangulamiento, como acto de misericordia destinado a acortar la agonía y el dolor.
Lejos de ser una sociedad de salvajes y antropófagos como algunos autores los han presentado, el pueblo Yagán se caracterizó y se caracteriza por el concepto de solidaridad expresado en prácticas que los ligan en el marco del respeto mutuo.
El origen del mundo yagan es relatado a través de una leyenda que narra que, hace mucho tiempo, la luna cayó al mar. A consecuencia de ello, se levantó la superficie, tal como se levanta el agua de un balde cuando una gran piedra cae dentro. Los únicos sobrevivientes de la inundación fueron los afortunados habitantes de la Isla Gable (frente a Puerto Williams en el canal Beagle) que se desprendió del lecho del océano y flotó sobre el mar. Pronto se sumergieron las montañas de los alrededores y los pobladores de la Isla Gable, al mirar en derredor no vieron más que océano hasta el confín del horizonte y también, dicen, el Sol se hundió en el mar.
Cuenta la leyenda que la mujer-Luna( Hánuxa) causó la inundación porque estaba llena de odio contra el pueblo, especialmente hacia los hombres, porque habían tomado la ceremonia de la mujer secreta kina y la habían hecho propia. En ese entonces las mujeres dominaban por magia y astucia hasta que los hombres, en una reunión, decidieron hacerse cargo del mundo. Del Diluvio, continua relatando la leyenda, solo unas cuantas personas sobrevivieron, las que estaban en cinco cumbres de las montañas. La isla no fue a la deriva, debió anclarse de alguna manera y, cuando eventualmente apareció la luna, emergió con su carga de seres humanos, guanacos y zorros, poblando nuevamente el mundo.
El pueblo yagan no tiene una tradición oral sobre su origen, pero relatan que Watawineiwa (palabra que significa la creación de todo lo existente) siempre estuvo, puesto que existía en la cúpula celeste, sólo que estaba mucho más cerca de la tierra que en el presente.
Su concepción del mundo tiene que ver con las extensiones de agua y hielo, el tiempo transcurre de manera mítica respetando sus relaciones con los animales que conforman la Naturaleza. Todo esto se expresa en sus canciones, guturales, por las que fueron transmitiendo de generación en generación sus concepciones cosmológicas.
Toda la cosmovisión está vinculada a los animales y la Naturaleza. El tiempo se expresa en acciones, de invernadas largas, con descansos y de movilidad y navegación en veranos.
Una verdadera escuela de costumbres, normas y conocimientos necesarios para la supervivencia de la comunidad, era el Chiejaus. Allí se aprendía un principio fundamental en la vida de los canoeros: «Nosotros, hombres y mujeres, ante todo debemos ser buenos y útiles a la comunidad».
Cada cinco años, se realizaba el Chiejaus, al que acudían los jóvenes púberes. Se realizaba en un marma o cabaña, cuyo tamaño dependía del número de padrinos, discípulos y maestros que estuvieran presentes.
El lugar donde se levantaría el marma, era acordado por los jefes de familia con meses de anticipación. Esta escuela yagan podía durar hasta cinco meses, ya que no tenía un tiempo predeterminado.
El director de la ceremonia pintaba su cuerpo de color blanco con rayas rojas transversales. Los participantes se adornaban con lunares y líneas de colores que representaban distintos seres sobrenaturales del mundo yagan. A pesar de no haber coincidencia al respecto, mayoritariamente se considera que Watauiwineiwa, la creación de todo lo que existe, no era adorado, de acuerdo a como tradicionalmente la sociedad dominante ha entendido el teísmo. Ello debido a que esta entidad estaba en todas partes, y se manifestaba en cada cosa, lugar o ser.
El último Chiejaus se realizó en Assif, Isla Navarino, en abril de 1923. Allí, Masémikensh, profesor yagan, dirigió las enseñanzas a los jóvenes, antes de su casi total extinción. El padre Martín Gusinde, (1886 -1969) sacerdote y etnólogo muy conocido por sus trabajos antropológicos, especialmente entre los diversos grupos de Tierra del Fuego, fue el único hombre blanco invitado a participar de esta ceremonia.
Entre los yagan existieron, como figuras relevantes, los curanderos o Chamanes. Llamados Yekamush, ellos podían sanar enfermos, curar desequilibrios emocionales, e invocar a los espíritus. Eran seres elegidos y como tales podían ingresar en una zona de lo sagrado, inaccesible a los demás miembros de la comunidad. Eran seres privilegiados, que pudiendo entrar en éxtasis estaban separados del resto de la comunidad por la intensidad de su propia experiencia religiosa. El Chaman es el gran especialista del alma humana, sólo él la ve, porque conoce su forma y su destino.
El Chaman era un curador que ha experimentado el mundo de las tinieblas y que ha confrontado sin miedo su propia sombra, y percibiendo lo diabólico de los otros puede trabajar con éxito las fuerzas de la oscuridad y de la luz.
El etnólogo Martín Gusinde describió así como actuaba un hechicero: "(...) se dispone el hechicero a actuar mediante un largo canto, llamando en esta forma a los espíritus para que le auxilien. Nada debe molestar ni distraer su atención; prefiere verse solo con los que le piden su ayuda, los cuales se sientan o se tienden ante él. Entre cantos y suaves balanceos del tronco "va reuniendo en un determinado lugar la materia enfermiza", chupándola violentamente con sus labios. En seguida la escupe en la palma de la mano y la sopla después".
Las lenguas Kawésqar y Yámana, habladas por los Alakaluf y Yaganes o Yámanas respectivamente, son junto a la Selknam las más australes de América. Mutuamente ininteligibles, algunos autores encuentran parentescos lejanos entre ellas, aunque son generalmente consideradas como lenguas aisladas.
La yagan es una lengua poco estudiada y de ella se han identificado cinco dialectos, correspondientes a las diferentes zonas geográficas que ocupaban y a las influencias de las distintas culturas vecinas.
Es admirada por su riqueza semántica, llaman a la Isla Grande de Tierra del Fuego "Aunaisín" (la isla de los Ona), y al canal Beagle "Aunashaka" (el canal de los Ona).Como dato curioso esta que el Libro Guinnes de los Récords distingue al término yámana "Mamihlapinatapai" como "la palabra más sucinta del mundo", su significado: "una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar".
El misionero anglicano Thomas Bridges (1842 -1898) fue quien, durante su convivencia con los yaganes, recopilara más de 32.000 vocablos. Posteriormente el autor y explorador Lucas Bridges (1874 - 1949), hijo del anterior, nacido en Ushuaia escribiría: "Nosotros, que la hemos hablado desde niños, sabemos que esta lengua, dentro de sus propios límites, es infinitamente más rica y expresiva que el inglés o el español". En nuestros días Cristina Calderón es la única persona de esta etnia, que habla la lengua de su pueblo.
Muchas fueron las causas que produjeron la lenta desaparición de los integrantes de los cuatro pueblos originarios de Tierra del Fuego y en particular de los Yamanes.
Desde que Magallanes navegara la zona por primera vez numerosas expediciones surcaron las aguas de la zona, y fueron entablando relación con los nativos, al inicio en forma esporádica y breve. Sin embargo los nativos conocieron rápidamente el europeísmo y sufrieron en mayor o menor grado su influencia y las consecuencias se comenzaron a sentir aún mucho antes de que los conquistadores se establecieran en los territorios de las islas.
Como fuerzas destructivas de estas etnias cabe mencionar, en primer lugar, las enfermedades introducidas por los europeos, como el sarampión, la tuberculosis y las enfermedades venéreas desconocidas por estas poblaciones. Ocupa asimismo un espacio relevante la introducción irresponsable de las bebidas alcohólicas por parte de los marineros que se regocijaban emborrachando totalmente a hombres y mujeres y aprovechándose luego de estas últimas para saciar sus impulsos sexuales.
A partir de 1826, el capitán Robert Fitz Roy, quien fuera uno de los primeros en tener contacto cercano con estos pueblos, en sus viajes como capitán de la corbeta inglesa Beagle, aporta la información inicial sobre las características de la población Yagán, llegando incluso a llevar a Inglaterra a cuatro integrantes de estas etnias nativas como inicio de un proceso de culturización y evangelización, que luego continuara a lo largo de muchos años.
En 1850, los misioneros anglicanos se establecen en la isla Picton, sin mucho éxito. En 1869 logran fundar la misión de Ushuaia en la costa norte del canal del Beagle, y en esa época se confirma la existencia de una población de 3.000 personas. Pronto la misión se convertiría en un polo de atracción para los indígenas del área llegando a albergar, en 1880, a aproximadamente 300 Yagánes en forma permanente y a ser visitada anualmente por más de 1000 o 1500 indígenas. En este contexto, se introdujeron hábitos sedentarios a los Yaganes obligados a vivir en viviendas cerradas y a usar vestimentas occidentales, circunstancia que también contribuyó a que contrajeran enfermedades antes desconocidas para ellos.
Con la llegada de una mayor cantidad de europeos a la zona comenzó también la persecución de estos pueblos originarios sobre todo cuando fueron fundadas en la zona numerosas estancias, ya que les resultaban “molestos “a sus propósitos.
Año a año la población Yagan se vio afectada y disminuida. En la década de los 60 los escasos sobrevivientes del Pueblo Yagán se refugiaron en las áreas de Puerto Remolinas en Argentina y Mejillones e Isla Navarino en Chile, y el estudio sobre los pueblos australes realizado por José Aylwin, abogado chileno especializado en derechos humanos y pueblos indígenas, en 1995, determino que la población Yagán alcanzaba en ese momento un total de 74 personas.
La población yagan laboralmente activa en su mayoría habita la isla Navarino, en Chile y vive de la cestería confeccionada a base de juncos y de la fabricación de canoas Yagán hechas de corteza de madera o cuero de lobo marino vendidas por los artesanos directamente a los turistas. Otras actividades económicas son la pesca y comercialización de la centolla y centellón que son vendidas a las industrias existentes en el área, y la construcción de embarcaciones pesqueras.
El resto de la población laboral activa vive de trabajos ocasionales, especialmente en la construcción, turismo, servicios de hogar y restaurantes. En la actualidad se ha producido la pérdida casi generalizada de las costumbres y usos tradicionales del Pueblo Yagán, la excepción de las hermanas Cristina y Úrsula Calderón, ésta última ya fallecida, que por el hecho de ser las personas de más edad de la comunidad, alcanzaron a conocer en Mejillones parte de la forma de vida tradicional de su pueblo, de las creencias y rituales y de su lengua y costumbres originales.
Cristina Calderón es la última hablante nativa del idioma yagán representante de dicha etnia y la única integrante de dicha cultura que alcanzó a vivir de cerca sus costumbres, quedo como única yagan hablante de su idioma, luego del fallecimiento de su hermana Úrsula en 2003, y de Emelinda Acuña, en 2005, quienes se llevaron consigo sus recuerdos y lo que retenían de la cultura de su pueblo, que surcó en canoas por siglos los canales australes. Emelinda Acuña fallecida a los 84 años, era la penúltima mujer de sangre yagán pura de Chile y vivía en Puerto Williams junto con su cuñada Cristina Calderón.
Cristina Calderón nació el 24 de mayo de 1928, ella y su hermana quedaron huérfanas de niñas y su educación fue asumida por una yagana cercana a su clan. Actualmente, trabaja en cestería, con juncos que ella misma recolecta, y vive en Villa Ukika, a dos kilómetros de Puerto Williams. Tuvo 9 hijos (7 de ellos vivos), 14 nietos, y numerosos bisnietos.
Ha sido oficialmente declarada Hija Ilustre de la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena. También ha sido reconocida, en el año 2009, por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, como «tesoro humano vivo» de su país, en el marco de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial, adoptada por UNESCO en 2003. Asimismo, ha sido nominada entre las 50 mujeres protagonistas del Bicentenario de la República de Chile.
Ella y su familia se han preocupado y dedicado a la conservación de todo lo que involucra a la cultura yagan y, junto con su nieta Cristina Zárraga, han confeccionado un diccionario con palabras de su lengua y juntas editaron un libro llamado Hai Kur Mamašu Shis (Quiero contarte un cuento) que contiene historias y leyendas de los yaganes. Su nieta, que actualmente vive en Alemania, ha escrito varios libros más sobre la cultura yagan y ha grabado un documental sobre la vida de su abuela, como parte de la serie “Indígenas Notables”, un programa de la Televisión Nacional Chilena. El mensaje contenido en las obras de Cristina Zarraga es que mientras hayan descendientes vivos de este pueblo, la etnia yagan estará viva, ya que, manifiesta, así lo sienten ella y sus hijas.
Fuentes: - www.chileprecolombino.cl
- www.uchile.cl
- www.museomartingusinde.cl
- www.beingindigenous.org
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