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La extrema historia de Fernando Garrido quien en 1985 logró sobrevivir dos meses en la cumbre del cerro Aconcagua

Esta es la peculiar historia del joven español Fernando Garrido quien,a los 27 años, en 1985, realizó el record de vivir 62 días en la cima del Aconcagua, donde perdió 17 kilos y tuvo congelamiento en ambos pies. Hasta el día de hoy nadie ha podido superar ese logro

César Pérez de Tudela, Juan Mora y Fernando Garrido

Edición: CCAM Octubre de 2024



La curiosa noticia de que un español se había establecido para lograr el tiempo récord de dos meses en la cima del Monte Aconcagua, a 6.956 metros, me hizo recordar mis aventuras por aquellas laderas. Enseguida renació mi deseo de volver a la experiencia de la cumbre, y, en lugar de preparar mi ascensión al Monte Kenia, como tenía previsto, pensé en escalar, dieciséis años después de mi primer ascenso, la célebre montaña para entrevistar a Fernando Garrido, a quien conocía por referencias.


Ubicación del Aconcagua, Provincia de Mendoza


El Aconcagua es una montaña que, como alguna otra, está indefectiblemente unida a mi vida y a mi historia. En él viví una de las más terribles y grandiosas experiencias al estar perdido en su vertiente oeste durante cinco días, cuando ya habían preparado mi placa en el cementerio de Puente del Inca. A pesar de ello, volví un año después a su cima, cuando las circunstancias me forzaron a traer de allá el libro de la cumbre, lo que motivó una agria polémica. Soy, en alguna medida, uno de los mayores divulgadores de tan especial montaña, y era razonable que la curiosa y admirable supervivencia de Fernando Garrido no me fuera ajena, y quisiera conocerla de forma próxima. Y, sin pensarlo demasiado, me fui hacia el Aconcagua, dispuesto a recordar viejas experiencias. La vida – pensé - es una constante decadencia.
Sólo estos momentos de peligro, dureza y exaltación frenan la rampa vital.

Cara este del Aconcagua Ruta Normal.


Fernando Garrido es un joven alpinista aragonés, del que ya conocía que había sido capaz de subir solo al Annapurna 111°, un pico del Himalaya de 7.500 metros. Aquella vez Garrido se alzó inteligentemente sobre una difícil cumbre, siguiendo y aprovechando las huellas de una expedición catalana que no llegó, sin embargo, hasta lo alto. Escribió un sencillo relato en el que hablaba de sus esfuerzos y de la soledad de tantos días. Garrido, profesor de esquí en la Molina, tenía el proyecto de batir el "récord" de permanencia en grandes altitudes, que ostentaba el francés Nicolás Jaeger, un médico alpinista francés que, en 1979, había estado 59 días en el Collado del Huascarán, de más de 6.300 metros. Jaeger había basado su tesis doctoral en el comportamiento del hombre a tales alturas y escribió después un libro sobre la soledad. Fernando Garrido escogió una montaña más dura en climatología y más alta. Si aguantaba los días que tenía previstos, superaría - como así ha sido - la extraña pero muy interesante experiencia de Jaeger.

Me puse en camino del Aconcagua cuando el español llevaba más de cincuenta días en la altura. No tenía tiempo que perder si quería realizar la misión periodística más alta del mundo: una entrevista a 7.000 metros. Recordaba la extrema dureza de la ascensión al Aconcagua y podía no llegar a tiempo si me descuidaba o Fernando desistía de su aventura.

Para subir al Aconcagua, y desde hace muchos años, un decreto del gobierno de la provincia de Mendoza exige un permiso que hay que gestionar. Actualmente, basta probar la capacidad física con un reconocimiento médico. En otros tiempos, había que dejar fianza en dinero, cumplimentar largos cuestionarios en la policía, someterse a pruebas físicas en la altura y demostrar que se llevaba un equipo adecuado. El decreto que exige el permiso es solo una advertencia de que el Aconcagua, montaña de enorme altura, tiene unas características muy especiales: está muy próxima a zonas pobladas y tiene una ruta que la pone al alcance de cualquier aventurero osado, sea o no técnico en alpinismo. Y ese es su principal peligro, entre otros, que ya explicaremos. Sea lo que fuere, en sus laderas han fallecido más personas que en cualquier otra montaña de la Tierra.



Quería realizar la misión periodística más alta del mundo: una entrevista a 7000 mts.

Y este último año, el Aconcagua estaba despertando sus defensas: tres japoneses habían desaparecido a 6.800 metros de altura, y los cadáveres todavía no han sido recuperados. Un arriero que me acompañaba, llevándome algo de peso hasta la llamada "Confluencia", me decía:
“El Aconcagua está furioso desde que el año pasado le han quitado la momia y el tesoro. Inmediatamente, un día después, hubo un movimiento sísmico en Mendoza y en Santiago.”
Una expedición del Club Andinista de Mendoza que subía por la vertiente Sudoeste descubrió en uno de los contrafuertes un niño momificado y con el cráneo taladrado; junto a él, figuras de oro finamente talladas que representaban guanacos. La momia y el tesoro fueron depositadas en el Museo de la Universidad de Cuyo. Hasta allí, y muy posiblemente hasta la misma cima sur, debieron llegar para realizar sus sacrificios los incas, que dominaron la mayor parte de los Andes.

Campamento en la cima del Aconcagua detras se ve la pared y la cumbre Sur Fernando Garrido
Garrido en la entrevista dentro de su tienda. Foto: César Pérez de Tudela.


Estos datos y otros muchos, que arqueólogos andinistas están recogiendo, demuestran que, sin lugar a dudas, aquellas gentes – algunos - fueron capaces de realizar estas supervivencias y gestas deportivas que apabullan a los modernos alpinistas cargados del más exigente equipamiento.
Sobre los 4.300 metros, en "Plaza de Mulas", base del Aconcagua, en la pequeña cabaña refugio, un cartel:
"Desde el día 8 de diciembre estoy en la cima. Si os sobra algo de comida o gas, dejarlo en el Refugio Berlín. Estoy a cien metros hacia el glaciar de los polacos. Fernando Garrido. Expedición hispano-chilena de supervivencia a 7.000 metros".
Y otro que decía:
"Arriba compañero, arriba un poco más. Coraje, fuerza y alma para poder llegar".
Y yo sabía que todo eso me haría falta y le haría falta a Fernando para pervivir entre el tremendo frío, el viento implacable y las brumas de la altura.
Bajo una piedra, un japonés de cara afectuosa lleva tiempo inmóvil y pensativo. Es Tetsuo Abe, que acaba de bajar de la cima. En lo alto ha dejado muerto a su compañero Toshiaki Yamada. En el transcurso de la ascensión por la pared sur les faltaron las bombonas de gas, y no pudieron derretir el hielo y la nieve suficientes para ingerir líquidos. Yamada murió deshidratado. Los españoles y argentinos que nos hemos reunido procuramos dar un poco de calor al superviviente, y poco a poco se va animando con los tragos de sopa caliente o con el guiso de patatas extremadamente duras que el español Ramón Portilla cocina con un espíritu admirable. Portilla cuenta su ascensión y los vómitos de sus compañeros afectados por la "puna". Tito Claudio, guarda del refugio del Naranjo de Bulnes, que viene de la Patagonia, no para de narrar su escalada al famoso Cerro Torre. Este es el año de los españoles en el Aconcagua. He contabilizado alrededor de veinte alpinistas que han merodeado por las vertientes de esta montaña: pared sur, "Ruta de los Polacos", vertiente norte.
Es de noche. Se nota una cierta sequedad en la garganta y un ligero malestar en la cabeza. ¿Cómo seguirá Fernando Garrido? Ciertamente, tiene que tener una extraordinaria aclimatación después de tantos días sometido a esa descompresión de los 7.000 metros.

Campamento en la Cima del Aconcagua Al fondo se ve el Nevado Juncal Fernando Garrido
Campamento en la Cima del Aconcagua Al fondo se ve el Nevado Juncal Fernando Garrido

 

Campamento en la cima del Aconcagua detras se ve la pared y la cumbre Sur Fernando Garrido
Campamento en la cima del Aconcagua detrás se ve la pared y la cumbre Sur Fernando Garrido

 

Campamento en la cima del Aconcagua detras se ve la pared y la cumbre Sur Fernando Garrido
Al anochecer y con una sensación térmica de 65 bajo cero, Jose María García ha logrado contactar

conmigo a través de los radioaficionados de Santiago

 

Campamento en la cima del Aconcagua detras se ve la pared y la cumbre Sur Fernando Garrido
Cuando baja el sol por el Océano Pacífico la temperatura desciende espectacularmente


Todos los candidatos a la cima hacen bien la aclimatación. Duermen dos o tres días a 4.300 metros. Suben a los 5.000 y descienden nuevamente. Uno o dos días después, regresan a cotas superiores y así, subiendo y bajando, van espesando la sangre para aclimatarse. Yo soy un caso especial. Tengo la manía de ir siempre aprisa. También creo que es mejor subir seguido y sin bajar. Por otro lado, tengo la ilusión de escalar esta vez por la arista suroeste, que termina en un precioso filo de hielo. Me pongo en marcha caminando muy lentamente, pensando en alcanzar la cima en dos o tres días a lo sumo y entrevistar a Garrido. ¿Cómo estará? He preguntado a algunos que descendieron de la cumbre y no le han visto. Se llega tan cansado arriba que hay que tener muchas ganas para descender cien metros que habrán de ser subidos nuevamente. El día, en la altura, se hace muy corto. Al atardecer he superado los 5.400 metros. Me encuentro en forma y me dirijo hacia los contrafuertes donde comienza la arista. Pronto se levanta un fuerte viento, y me veo obligado a montar un vivac improvisado. Derrito hielo con el hornillo para ingerir la mayor cantidad de líquido posible. En cuanto el frío y el viento lo permiten, me pongo nuevamente en marcha desechando la idea de subir por la arista. Mi compromiso es llegar a la cima para ver a Garrido, pero pronto me doy cuenta de que es necesario bajar. La cabeza me da vueltas y doy pasos vacilantes. Son síntomas inequívocos de una falta de aclimatación, por lo que decido descender.



El Aconcagua, montaña de enorme altura, en cuyas laderas han fallecido más personas que en ningún otro monte de la Tierra. Subiendo de un tirón hasta los 5.800 m.



Al día siguiente, recupero lo perdido. Subo de un tirón hasta los 5.800 metros. Allí se encuentran los tres pequeños refugios de madera, muy deteriorados. En el "Berlín", desmantelado y sin techo, está el almacén de víveres de Fernando, formado con lo que los andinistas han ido dejando. Es un lugar al que la gente desiste de subir. Un viento constante, la baja temperatura y ese extraño y misterioso malestar que la "puna" produce (mal de altura) son causas suficientes para perder la ilusión. Me refugio en una de las dos cabañas restantes, en la que hay que entrar en cuclillas y permanecer sentado. Cocino lentamente una sopa y compruebo que la temperatura, dentro de la cabaña, es de 25 grados bajo cero. Solo deseo descansar para continuar al amanecer hacia la cima. Creo que habría desistido de mi proyecto si no hubiera tenido una misión concreta que cubrir. Se trata de sobrevivir ante tanta inclemencia y tanta dureza. Esta noche el viento es violento en las zonas altas de la montaña. Garrido tendrá que estar aferrado a su tienda para evitar que el aire la levante. ¡Qué voluntad y qué ilusión la de ese aragonés! Pienso mientras las turbulencias suenan por los canales del Aconcagua.

La noche la pasé bien, aunque con esa sensación de asfixia tan difícil de soportar. Si te pones nervioso y quieres aspirar más aire es cuando puedes tener inconvenientes. Hay que estar tranquilo para no producir ninguna exigencia respiratoria. Antes de los 6.300 metros me encontré a un americano de aspecto muy fuerte que bajaba – increíble - en zapatillas de deporte con bolsas de plástico en los pies. Hablaba nerviosamente, y pensé que estaba bajo los efectos de la altura. Le acompañaba un francés con la vista fija, los mocos colgando, helados, y una sonrisa permanentemente congelada en los labios. No habían visto a Fernando Garrido en la cima; sin duda llegaron muy agotados y no miraron hacia el "Glaciar de los Polacos", donde al parecer tiene establecida su tienda. Me dio miedo seguir subiendo y descendí nuevamente a los 5.500 metros, a los mismos pequeños refugios donde había pasado la noche anterior. Llegué extenuado y me metí en el saco de dormir con mucho esfuerzo.

Entrevista en la cima del Aconcagua a Fernando Garrido por Cesar Perez de Tudela
Entrevista en la cima del Aconcagua a Fernando Garrido por César Pérez de Tudela.

 

Entrevista en la cima del Aconcagua a Fernando Garrido por Cesar Perez de Tudela
Entrevista en la cima del Aconcagua a Fernando Garrido por César Pérez de Tudela.

 

Entrevista en la cima del Aconcagua a Fernando Garrido por Cesar Perez de Tudela
Vista donde ubicó la carpa 100 metros debajo de la cumbre después de la tormenta que casi le costó la vida.

Foto: César Pérez de Tudela.


A la mañana siguiente me levanté decidido a comenzar el suplicio de la escalada final. Me encontraba totalmente arrepentido de haber emprendido esta aventura. Para mí, ya estaba bien del Aconcagua. Solo deseaba llegar arriba y entrevistar a Garrido, cumplir mi objetivo periodístico. No podía fracasar. Alcancé el refugio "Independencia", en otro tiempo llamado "Eva Perón", que fue catalogado como el refugio más alto de la Tierra. Es solo una especie de caseta para perros grandes, sin techo y lleno de cosas de Fernando, a unos 6.500 metros de altura. La temperatura ha dulcificado mucho y solo registro 15 grados bajo cero. Reemprendí la ascensión efectuando un largo flanqueo hacia el oeste y dejando a mi izquierda la ruta de las "canaletas". Subiendo, trepando en una sucesión de rocas fáciles, viendo la arista sobre mí, me daba cuenta del suplicio que estaba viviendo y que más o menos sufren todos los que consiguen alcanzar la misma cima. Algunas veces presentía que ya no podría subir un metro más. La mente se quedaba vacía, sin ser capaz de tomar decisión alguna. En estos momentos, y es algo que ya he comprobado en más ocasiones, es el subconsciente el que manda; estás en el mundo de los sueños. Yo procuraba exigirme una extrema concentración mental y así subía quince o veinte metros.

A veces, pensaba con la tranquilidad del que está plácidamente soñando o no sé, si incluso gritando, que estaba perdido, viendo alucinaciones y absolutamente sin fuerzas. No soy más que materia agotada. En el Aconcagua se está en los últimos metros, en la frontera del más allá, y esto, estoy seguro, lo han sentido la mayor parte de los aventureros, curiosos y alpinistas que han intentado llegar a la cumbre, lo recuerden o no.



¿Cómo serían las vivencias de Garrido, que llevaba casi dos meses en la cima?



Yo podía recordar, entre brumas de recuerdo y alucinación pasada, mis días perdido e inconsciente por las laderas de esta montaña, en 1970, y renacían mis terrores solo al haber vuelto a ver las quebradas y los glaciares por los que transité.
Por fin llegué a la arista y pude contemplar muy próxima la cima sur del Aconcagua y, justamente debajo, el enorme precipicio helado de la vertiente sur, por donde en esos momentos caía una avalancha de hielo. Me costó casi dos horas recorrer la arista y trepar los últimos metros a la cima norte, la más alta. Ya me encontraba más recuperado. Me fotografié sin ninguna ilusión junto a la cruz y vi la cumbre distinta a como yo la recordaba de mis dos pasadas visitas. No perdí tiempo y comencé a descender hacia el este por la nieve. Allá, unos cien metros abajo, había una pequeña tienda azul, en cuyo interior Fernando Garrido, vecino del Aconcagua, domiciliado en los alrededores de la cima, probando su espíritu, esperaba batir el extraño "récord" de sobrevivir.

La vida dentro de la tienda, todo el día metido en el saco de dormir a causa de las congelaciones en los pies.

 

Cada mañana y cada tarde debo anotar mis datos médicos en unas gráficas pese a la tremenda pereza que me produce.

 

Supervivenció la mascota que me ha regalado Maribel y que tengo siempre colgada en el techo de la tienda salvo cuando lo tira el viento.


En una tienda azul, muy pequeña, montada en el límite del glaciar de los polacos, a unos cien metros bajo la cima del Aconcagua, está Fernando Garrido. Asoma su cabeza por el agujero redondo de la entrada con una sonrisa.
Cuando sale, nos damos un abrazo y nos hacemos algunas fotos. Es un chico de unos veintiséis años, alto y de aspecto muy deportivo. Yo le encuentro muy bien a pesar del enorme castigo que significa llevar casi dos meses en esta cárcel cósmica, absorbiendo tanta radiación, que parece ser es una de las causas que hacen del Aconcagua una montaña peligrosa.

Fernando está muy contento de verme y de que me quede con él esta noche. Durante estos días, por la cima, han pasado muchos montañeros de distintos países, y muchos también de España - ha sido el año del Aconcagua -, pareciendo como si previamente se hubieran puesto todos de acuerdo. Sin embargo, han sido muy pocos los que han bajado hasta donde Garrido se encuentra. Se llega a la cima, normalmente, en condiciones físicas muy precarias y no se está para visitas.

Aquí, tan altos, y bajo este ambiente tan especial, Fernando y yo iniciamos una conversación cruzada, mientras él, con un trocito de hielo, mientras cacharro, sucio de semanas de sopas, para hacer un café con leche.
Fernando es alto, tiene los ojos claros, y se le nota que es persona de fuerza y coraje. Tiene puesto un pasamontañas y normalmente se encuentra en el saco de dormir. Dentro de la tienda hace un olor fuerte que, al instante, se encuentra ya normal. En el techo, una pequeña foto carné de su novia.

Estoy deseando que lleguen ya dice. Maribel se quedará, sin embargo, en "Plaza de Mulas", aunque sus amigos chilenos subirán a la cima para ayudarle.

Desde el día 8 de diciembre está Fernando en los 7.000 metros, aunque hasta el día 12 no empezará a contar su permanencia en la altura. Primero montó la tienda en la misma cima, pero el fuerte viento le hacía estar muy incómodo, y no era sitio adecuado. Luego se trasladó donde está ahora.

Mapa con el recorrido hecho por Fernando Garrido en el Aconcagua.

 


¿Y tus congelaciones?


Fernando me muestra sus dedos llenos de ampollas. - No es nada. Fue al principio de estar aquí -. De los pies se le cayeron las uñas a los pocos días. También por un proceso de congelaciones que pronto fue controlado.


¿Qué sientes aquí, Fernando? ¿Cómo estás?


Muy adormilado y apático durante casi todo el día. Por la mañana me tomo la tensión - Me enseña el aparato - También hago alguna anotación en el diario. Escucho la radio con frecuencia y duermo mucho.

Garrido me pregunta por la gente de la montaña, y yo me extiendo exageradamente en las respuestas. Estoy hablando - yo - mucho más que él mientras grabo un "cassette" que Fernando ha tenido a bien regalarme, y esto no es de buen entrevistador, sino todo lo contrario. Era yo quien tenía que saber preguntarle a él para que él contase mucho. Hablar tanto y con tanta pasión fatiga en esta altura, y noto muy cansado a mi corazón, que ya no es del todo el que fue.

Toma estas pastillas, César. Son para el dolor de cabeza, y estas otras, para dormir. Y yo, que nunca tomo ningún tipo de medicamentos, en esta alta ocasión, no lo pienso. No sé decir que no y me las tomo sin pensar en las consecuencias. Tras el café con leche, Fernando me ofrece hacer una especie de leche en polvo con unas vitaminas del Canadá. Esto es todo lo que se come a estas alturas. Eso y las almendras que yo he subido y que le parecen exquisitas. Me las dieron mis hijas pequeñas para que me alimentase, y para mí tienen un componente especial en estas cotas en que los hombres se aprietan a sus afectos con enorme intensidad.

“Me gustaría escribir un libro sobre estos días”, dice Fernando. Eso hizo el francés Nicolás Jaeger, que escribió "Cuadernos de Soledad", en los que incluía sus estudios sobre sí mismo. Jaeger, muerto en el Himalaya, estuvo 59 días en el Huascarán, en el collado entre ambos picos, a unos 6.300 metros de altura. Sobre su experiencia, al parecer, el francés hizo su tesis doctoral en Medicina.

Supervivencia a 7000 mts. Fernando Garrido Principio de congelamiento en los dedos
Fernando Garrido en la entrada de su carpa. Foto: César Pérez de Tudela.

 

Supervivencia a 7000 mts. Fernando Garrido Principio de congelamiento en los dedos
Supervivencia a 7000 mts. Fernando Garrido Principio de congelamiento en los dedos.


Ciertamente, se sabe muy poco sobre el comportamiento del organismo a esas alturas. Y no digamos del cerebro. He ido tratando de reconstruir, en estos relatos, retazos de impresiones rescatadas a través de mi diario - luego no te acuerdas - de mi apresurada ascensión al Aconcagua, pero no es lo mismo que permanecer tanto tiempo en las alturas. Si Fernando ha tomado, de verdad, anotaciones y se ha observado, tratando de penetrar en sí mismo, puede resultar sumamente interesante - aun desde un punto de vista científico - su experiencia.

“Fernando, debes escribir más en tu diario, hacerte fotos”, le digo cuando me confiesa su lógica apatía y sus constantes deseos de dormir. Le animo en lo que puedo, diciéndole que su experiencia es grandiosa, y que la gente está pendiente de él.

¿Cuáles han sido los peores momentos?

Unos días de tormenta y viento. Tenía que agarrarme con todas mis fuerzas a la tienda para no quedarme sin ella. Sin tienda, César, estaría perdido. No soy nada, no soy nada. Y los rayos son algo que no se puede explicar. Una constante claridad, como si el sol hubiera salido en mitad de la noche. Es espantoso.

Pero, después de la tempestad, viene la calma.

¡Ojalá! Y que, en los días que aún me quedan, no tenga viento ni rayos.
Poco a poco, las pastillas contra el insomnio - mal frecuente en las grandes alturas - empiezan a surtir efecto, y la conversación se va haciendo más lenta. Fernando está lleno de proyectos, y yo le ofrezco llevarle a la Antártida si mi expedición saliese.

Esquema del equipo personal que lleve.

 

Al principio el cuerpo y la mente se sienten enfermos por la altura, al final uno se encuentra
muy débil, pero la mente está limpia y profunda.

 

Izq.: Fernando Garrido, antes de estar dos meses en la cima del Aconcagua, estaba fuerte y musculoso.
Der.: Fernando Garrido, después de la prueba, se ven todos los huesos


Tú ya eres, por derecho propio, un superviviente.

¿La Antártida? ¡Me entusiasmaría!
Estamos el uno frente a otro - contrapeados - en la pequeña tienda, en la que no hace excesivo frío comparado con las cotas inferiores de pasados días.

“He llegado a tener 35 grados bajo cero”, me dice. Yo, en cualquier caso, he descuidado taparme la espalda y la tengo como el hielo. Estoy completamente vestido, incluyendo las botas dobles, que no me he quitado, y metido en un grueso saco que Fernando me ha dejado.
De pronto, se acuerda de que es día de conexión con José María García.

La noche a 7.000 metros pasó sin darnos cuenta. Fernando se toma la tensión, y yo le hago algunas fotos. No sale siquiera del saco. Le deseo toda la suerte que merece.

Días después, Fernando Garrido batiría la marca del francés Jaeguer permaneciendo más de 61 días sobre una cota de alrededor de 6.900 -6.956 metros.

Todavía tuvo que soportar una enorme tormenta con rayos y perdió la conexión radiofónica. El extraño "récord" tendrá una finalidad: Fernando escribirá sus experiencias, y de sus anotaciones la humanidad sabrá algo más de cómo el hombre puede pervivir en las alturas de la Tierra.

Vista general del campamento. Foto: César Pérez de Tudela

 

Ultima foto en la cumbre con la nariz congelada y la ropa sucia de no lavarme en dos meses
Última foto en la cumbre con la nariz congelada y la ropa sucia de no lavarme en dos meses


El diario El País publicaba a su regreso a España

 

- Por Juan Mora, Madrid, marzo de 1986 -

Fernando Garrido, de 27 años, llegó ayer por la mañana a España. Lo hizo en vuelo directo a Madrid desde Santiago de Chile y en primera clase por cortesía de la compañía Iberia. El de ida fue todo un peregrinaje: Zaragoza-Marsella, en autobús; Marsella-Río de Janeiro, en la compañía más económica que encontró, y Río-Santiago, de nuevo en autobús. Para que se produjera este cambio solo tuvo que estar 61 días en la cima del Aconcagua, a 6.959 metros de altitud. Jamás un ser humano ha estado tanto tiempo en condiciones tan extremas. Él no será quien lo intente de nuevo: "Ha sido peor de lo que me imaginaba y, aunque ha merecido la pena, nunca repetiré la experiencia". 

La aventura de Garrido le ha valido para establecer el récord del mundo de permanencia en la alta montaña. El anterior lo tenía el francés Nicolás Jaeger, que en 1979 estuvo 60 días en la cumbre del Huscarán, en Perú, a 6.700 metros de altitud. Garrido dice que Jaeger, que murió en 1980 en el Himalaya, le engañó: "Leí su libro y me pareció cosa fácil lo de estar dos meses en la montaña. Ahora puedo asegurar que ha sido una experiencia terrible". Garrido se llevó al Aconcagua la Biblia y libros de yoga y ajedrez. "No pude leer ninguno porque era incapaz de hacer el más mínimo esfuerzo mental. Siempre estaba perezoso, hasta el extremo de que me planteaba cada día el tener que hacerme la comida". Esta fue una de las consecuencias de vivir a una altitud donde el oxígeno falta, se produce un malestar continuo y, hasta que el cuerpo se aclimata, el organismo rechaza cualquier tipo de alimento.

Las mulas no pudieron seguir hasta el campamento base y nos dejaron en este campamento de aproximación con 300 kilos de material que tardamos 4 días en acarrear.


Los chorizos y quesos que se llevó Garrido a la cima quedaron para mejor ocasión. Solo le apetecían productos líquidos. Perdió 11 kilos de peso en estos dos meses y tuvo las manos y los pies al borde de la congelación ante temperaturas de 20 grados bajo cero. "Llevaba tres pares de guantes y botas triples, pero se me congelaban igual. Lo peor era cuando conseguía hacerlos entrar en reacción porque el dolor que se siente es inimaginable". 

Aún tuvo que soportar situaciones más críticas, aunque luego no tuvieran ninguna consecuencia. Fue ya casi al final de su aventura. Llegó a traspasar la frontera del miedo y éste se convirtió en pena "porque veía que se me acababa la vida cuando viví una tormenta eléctrica como jamás pude imaginarme que hubiera. Las piedras estallaban a mi lado y el pelo se me erizó de la electricidad". 

Fue uno de los momentos en que Fernando Garrido pudo recobrar la lucidez en su letargo, ya que casi todo lo demás lo recuerda como entre sueños: "Es como si mi vida hubiera tenido un paréntesis. Tengo recuerdos borrosos, que no sé si fueron de verdad. La lucha contra la naturaleza resultó mucho más dura de lo que me podía imaginar. Llegué a perder la noción del tiempo. Sabía cuántos días llevaba porque me lo decían los compañeros por radio. Esa comunicación fue la que me permitió soportar lo que, al final, era una situación insostenible". 

Este profesor de esquí ha regresado como un héroe. Cuando se fue al Aconcagua, cubrió a duras penas el presupuesto, unos dos millones de pesetas. Ahora ya piensa en la travesía del Himalaya, desde Pakistán hasta Tailandia.

 

En Nido de Cóndores donde emplazamos el campamento 1

 

Hacia el campamento 2 con la inclemencia del viento blanco.


Relato de  César Pérez de Tudela sobre aquella experiencia en la cima del Aconcagua
 

Un alpinista español hasta entonces poco conocido llevaba 50 días en la cima del Aconcagua realizando una investigación sobre la resistencia a la altitud y superando un récord de permanencia, que ya había logrado. 

Este cronista que les habla, en ese año de 1986, llevaba la dirección del programa de seguridad y salvamento en las montañas españolas de la Dirección General de Protección Civil para el Estado Español y los cursos para la enseñanza del salvamento para bomberos. La agencia EFE estimó que la supervivencia de Garrido era noticia y me encargó realizarle una entrevista en la cima. Hacer periodismo de esa altura me pareció una idea importante. Era la entrevista periodística más alta realizada.
Me trasladé a Argentina, llegué a Mendoza y en el camino hacia Puente del Inca fui recordando mis extraordinarias experiencias pasadas en esta montaña que pudo ser mi tumba y de cuyo cementerio me lleve la pequeña lápida que el consulado español había encargado para mi recuerdo. Había estado en la cima en dos ocasiones anteriores, una vez fue acompañado del italiano Walter Bonatti y otra completamente solo, sin nadie en aquellos páramos que pudieran atenuar la sensación de soledad. 

En esa expedición, con objetivo periodístico, yo tenía que escalar la montaña, llegar a la cima y hacer un reportaje a Fernando Garrido. Nada más ni menos. 

Como muchos de los oyentes, saben la altitud requiere aclimatación, permanencia en las alturas, descenso y vuelta a subir. Pero en mi caso he de decirles que tanto en mi primera como en mi segunda ascensión y en todas las montañas que hasta entonces había escalado, siempre subí por derecho, a veces lentamente, pero siempre seguido hacia la cima. Mi primera ascensión fue un acontecimiento popular en España y en la Argentina. Era el año 1970, en el mes de febrero, y en lugar de descender por la ruta que había subido, con la mente oscurecida por la altitud, posiblemente por el precipitado ascenso, bajé por la vertiente suroeste, por la llamada ruta de los polacos, que nadie había vuelto a pisar desde el año 1934, y estuve varios días y noches sin parar, sin dormir y sin comer, sin saco de dormir, viviendo una aventura extrema de la que ya me daban por muerto y desaparecido y de la que otro día les contaré.

La mayor sensación de libertad que he sentido en mi vida, la pampa Argentina a mi derecha y a la izquierda, Chile y el océano Pacífico y en frente el Mercedario


Estaba diciéndoles que había llegado al Aconcagua con la idea y el encargo de hacer un reportaje sobre Fernando Garrido, que era esos días una noticia internacional, al resistir más de 50 días (llegó a estar 66 a casi 7.000 m.) en la cima del Aconcagua. 

Todo era distinto en el Aconcagua a como yo lo había conocido veinte años antes. Cruzar el río de Horcones (ahora tiene puente) fue una de las máximas dificultades que viví ante el peligro de ser arrastrado por la corriente, al saltar su cauce a veces, según temporadas y horas, de aguas muy tumultuosas. Me fui acercando a la altura lentamente hasta llegar a plaza de Mulas, en donde ya existía un hotel a 4.000 metros que daba una protección adicional a aquellos terrenos en otros tiempos totalmente desolados y sin gente. Todo era más fácil que en el pasado. 

En el pequeño refugio pasé aquella noche oyendo a un japonés contar la muerte de su compañero que había fallecido en la cima, víctima de la altitud y del deterioro físico, tras escalar la difícil y larga pared sur. 

Proseguí al día siguiente hacia el viejo refugio Antártida argentina, el que encontré totalmente destruido. Pase en sus ruinas una dura noche de frío y decidí regresar nuevamente a Plaza de Mulas para reponerme. 

Dos días después reanudé completamente solo la ascensión. Me refugié a 5. 800 en el refugio Berlín, en una pequeña cabaña, en donde había dormido con Bonatti en 1971, y en 1972 en mi ascensión solitaria en toda la montaña y en sus extensos alrededores. 

Pase por el collado bajo las Canaletas, me desvié hacia la derecha evitando las caídas de piedras, escalando por unas pequeñas aristas más verticales.
 

Allí fue en donde viví una experiencia que narré en alguno de mis libros:
 

De pronto me sentí sin fuerzas, exhausto y próximo a la muerte. 

Me resigné a morir allí, y me adormecí extenuado sobre una minúscula repisa. Antes pedí a mis amigos muertos que intercedieran en mi ayuda. 

Y recuerdo perfectamente que recordaba a Fernando Martínez muerto en el Monte Sarmiento, a Pedro Ramos, compañero de escaladas en los años finales de la década de los “60”, y otras personas queridas y valoradas por mí. 

En aquella ocasión, he de confesar que me encontraba sumido en el inconsciente, envuelto en ese túnel negro del que a veces se habla y que yo veía por primera vez, a pesar de haber muerto, o estado muy cerca en otras memorables ocasiones de mi singular existencia. El túnel y la sensación de oscuridad poco a poco tenían salida, y así me fui despertando de mi letargo mortal y me fui levantando y renacieron mis fuerzas. 

Terminé la ascensión y me volvió a sorprender el gran precipicio de la pared sur, verdaderamente sobrecogedor. 

Llegué a la cima y me puse a llamar a voces a Fernando Garrido, que a su vez me contesto indicándome en donde se encontraba.

Otra obligación que me impongo diariamente es escribir en mi diario, hace frío y los dedos no me obedecen,
detrás unos de los cocidos que le hice a la tienda

 

La tienda es tan pequeña que tengo que dormir cruzado
 


Estaba al lado de su pequeña tienda, bajo la cima protegido del viento.

Fui hacia él y nos dimos un abrazo. Recuerdo que me dijo que yo era para él en su infancia una especie de Guerrero del Antifaz. Lo que me gustó. Le conté cuál era mi misión, hice varias fotografías de su persona y me invitó a entrar en su tienda, que olía mal; me preparó un café en una fiambrera muy sucia, y empezamos a grabar una entrevista en un “casette” que él tenía, de las de entonces que es un documento único.
Mis preguntas eran largas y mis palabras tenían un sonido de voz especial, igual que las respuestas de Garrido. 

Fue una larga tarde que se prolongó por la noche.
 

He mirado mi libro Crónica Alpina de España y mirando en la página 355 he leído:
 

“Me permito transcribir alguno de los párrafos del libro de Garrido, “7.000 m. Diario de una supervivencia”. 

Dice así: 

“Día 5 de febrero, día 54 en la cumbre del Aconcagua. Hoy, como otras veces, me he despertado con la sensación de que había alguien fuera, junto a la tienda... ¿Ha pasado allí toda la noche? ¿Y por qué no me habrá llamado para que lo dejase entrar? ¿Y por qué no me llama ahora? Tal vez ha dormido acurrucado junto a mi tienda tratando de obtener algo de calor. Debo salir para decirle que tengo una taza de té caliente para él... Salgo de la tienda y me siento ligero y poderoso... el sueño me ha dado nuevas fuerzas... ¡Pero aquí hay una mochila, una mochila de alguien!. .. ¡Y hay una persona acurrucada junto a mi tienda!... ¡Es mi hermano, mi hermano Javier!...” 

Apoyé mi espalda en su tienda, cuya tela estaba cubierta por una capa de hielo, y me metí en un saco que Garrido me ofreció. Estuvimos comiendo almendras que mi hija Paula me había comprado y que me servían de unión al mundo tan lejano que quedaba tan abajo... mientras conversábamos.

Todo el día derritiendo nieve para poder beber y comer, en el suelo se ven una de las dos piedras

que impedían que el viento me lleve

 

Panel solar con el cual Fernando pudo cargar las baterías de su handy. Foto: César Pérez de Tudela


Aquella conversación grabada fue un documento único que tenían que haber analizado psicopatólogos, psiquiatras y otros estudiosos. Yo puse algunos fragmentos en RNE y la gente recuerdo que llamaba impresionada al escuchar el tono de las voces, que sonaban misteriosas con un tono distinto a las normales.

Hablábamos como si ya no tuviéramos ninguna relación con la Tierra, como los místicos, sin salvaguarda, sin ese autocontrol que nos inhibe y que sin darnos cuenta siempre tenemos. Estábamos en el espacio, y nuestra relación con la Tierra quedaba muy lejana. Era la libertad absoluta de expresión, totalmente imposible en la Tierra, libres psicológicamente y con plena autonomía en nuestras expresiones. 

Mis preguntas eran largas y yo mismo me las respondía a veces por Garrido, y éste contaba sus sufrimientos en tantos días de permanencia en la cima a casi 7.000 metros de altura. 

Contó que había tenido un sueño terrible. Un sueño que le tenía completamente preocupado y obsesionado a pesar de haberlo tenido días pasados: 

“Había visto el cuerpo de su hermano menor muerto”. 

Y esa visión no había podido apartarla de su cabeza. 

Yo había estudiado algo sobre las situaciones hipnagógicas de la altitud, en la que a causa de la hipóxia la mente imagina y ve lo que no existe, o ve lo que puede existir y no vemos, mezclándose los sueños con la realidad, y las alucinaciones con los ensueños. 

Así víctima de esa situación hipnagógica, había bajado yo por los precipicios de la vertiente SO del Aconcagua, entre alucinaciones durante cinco días, y así también recuerdo un sueño trágico que tuve durante mi tentativa solitaria al Annapurna en 1973. 

El sueño de Garrido curiosamente fue, o pudo ser, y ahí está el misterio que la altitud puede comportar, un anuncio, una premonición o una advertencia del terrible suceso del que fueron víctimas mortales, sus padres, unos meses después de su regreso a España. (También pudo ser una casualidad, pero he vivido ya tantas experiencias sobrenaturales y que me inclino a pensar en lo primero).

En el acogedor Refugio Plaza de Mulas

 

En el refugio de Plaza de Mulas, todos desean festejar el éxito menos yo, lo único que quiero es descansar


Murió su padre, el general Garrido, gobernador en San Sebastián, su madre y su hermano pequeño, al explotar una bomba en el automóvil oficial. Y esa visión terrible y horrenda la tuvo parcialmente Garrido en un sueño en la cumbre del Aconcagua varios meses antes. 

Descendí del Aconcagua impresionado de aquella noche en la altura, en la que habíamos hablado de tantos deseos e ilusiones comunes, totalmente al margen del positivismo de la existencia. 

Regresé a Madrid inmediatamente, para proseguir con mis obligaciones, entonces en la Dirección General de Protección Civil (en temas de socorro que apasionaban, o preparando a los bomberos españoles para el salvamento en montaña) pero durante una semana parecía que aún estaba en aquellas regiones altas, en las que la mente se disocia del cuerpo, igual que había leído en los poemas místicos. 

Entregué el reportaje en la Agencia EFE a mi amigo Llados Sort, entonces jefe de los Servicios Especiales y la Revista HOLA lo publicó seguidamente en rigurosa exclusiva.

He llegado de noche al campamento base gracias a la ayuda de Misael, estoy agotado, se me doblan las piernas


Epílogo
Garrido reflexiona después de la aventura
 

Las personas que estaban aquella noche en el campamento base eran españoles de Santander y de Asturias, yugoslavos, argentinos, montañeros que esperaban el buen tiempo porque en las dos últimas semanas el Viento Blanco había impedido que ascendieran al Aconcagua. Mientras me acosaban a preguntas, yo no podía dejar de mirar a los que preparaban la comida. Cortaban tomates, muy rojos, muy bonitos... Después los sirvieron aliñados con aceite, vinagre y sal. Creo que jamás podre olvidar la sensación de coger un tenedor limpio y meterme una rebanada de tomate en la boca… 

Los recuerdos de aquella primera noche de regreso a la civilización se hallan en desorden en mi mente. Por ejemplo, recuerdo que todos querían organizar una fiesta para celebrar mi vuelta, pero yo estaba tan cansado que nos prestaron una tienda para que Bel y yo pudiéramos pasar la noche. También recuerdo que mis piernas parecían no existir de la rodilla para abajo, y eso me preocupaba. En un determinado momento, Bel, con su luminosa sonrisa, se volvió hacia mí y me dijo que había envejecido mucho y que estaba más calvo. Eso tampoco lo he olvidado.

 

Al comienzo me asaltan las dudas al pensar en lo que queda por andar. Fernando Garrido

 

He pasado dos tormentas, he conocido el miedo, he rezado, quiero bajar, estoy hecho polvo. Fernando Garrido


A la mañana siguiente mis pies habían perdido su utilidad, y Maribel debía ayudarme cuando quería trasladarme de un lado para otro. Cometí el error de exponerlos al sol y entraron en reacción bruscamente. El dolor se hizo tan espantoso que tuve que tomar dos pastillas de un analgésico muy fuerte, para soportarlo. Sentía como si me estuvieran quemando las plantas con una tea. Bel se quedó a mi lado para ayudarme mientras me veía morder un pañuelo con los dientes, de furia y desesperación, y las lágrimas brotaban de mis ojos sin que pudiera controlarlas. Solo después de tres horas de calvario feroz, las pastillas comenzaron a hacer efecto. Entretanto, Bel tuvo que hacerse cargo de la situación y coordinar todo el operativo de descenso, mientras se preparaban las mulas. 

No puedo precisar ahora como fue el viaje hasta Puente del Inca. Me sentía «flipado» por los analgésicos mientras la mula me trasladaba, y solo recuerdo el agua de los arroyos, que brillaba bajo el sol. Al llegar tuve que hacer un esfuerzo para superar mi atontamiento, porque había periodistas de todo el mundo esperándome desde la mañana. Muchos de ellos habían llegado en un enorme autobús fletado desde Santiago por Uriarte y Garmendia. Había gente de los canales chilenos y argentinos de televisión, y también de Estados Unidos y España. Periódicos, revistas, diarios..., todos me asaltaban con sus preguntas; eran ansiosos y amables, y buscaban el dato emocionante, el «gancho» para sustentar la crónica. Me sentía asustado y confuso en medio de aquellos flashes que me alumbraban constantemente…

En Santiago me reencontré con Marcelo y Flavio. Me dio mucha alegría volver a verlos. Después, en el hotel, el teléfono se dedicó a sonar casi constantemente. Al filo de la medianoche me llamo mi hermano Javi desde España y me advirtió que mi experiencia había tenido una difusión tal que más valía que me fuera preparando. De aquella primera noche eufórica y confusa recuerdo un enorme bistec que me pusieron en el plato, para la cena, y que no pude acabar, y al fin, una buena ducha. El agua salía literalmente negra. Me parecía no ser yo mismo, limpio, bien comido y acostado en una cama blanda, con Maribel a mi lado.

 

Me ha costado siete horas bajar por la canaleta hasta el campamento Berlín, estoy más débil de lo que creía


Permanecimos durante una semana en Santiago de Chile, en una suite del mejor hotel de la ciudad, con todos los gastos pagados por Uriarte y Garmendia. En mi primera noche en Santiago, Jose María García volvió a establecer comunicación conmigo a micrófono abierto, y al enterarse de mis penurias económicas hizo un llamamiento en directo a todo el país. A los diez segundos llamaron desde El Corte Inglés: ¡un millón de pesetas! No me lo podía creer... Veinte segundos después, llamada de Sanitas: ¡ochocientas mil pesetas! Jose María García me preguntó si ya tenía suficiente, y como dije que sí, ya no recibieron a otras empresas que seguían llamando… 

Todos sabemos que la vida puede cambiar en un momento. Lo que no imaginamos es que ese cambio puede contener derivaciones inesperadas. En mi caso, de pronto, me convertí en un personaje importante al que se trataba con honores y al que se reconocía por la calle. En esos primeros días tuve que ir a la Sociedad Española de Socorros Mutuos para que me hicieran el primer examen médico; era importante que se hiciera rápidamente, antes de que el organismo iniciara su proceso de «normalización», de adaptación al medio ambiente, que le es habitual. Me sentía extremadamente débil y mis pies seguían llevándome por la calle de la amargura, hasta tal punto que tenían que llevarme y traerme en coche o taxi constantemente. 

De esa especie de ceremonia de la confusión que fueron los primeros días en Santiago tengo el recuerdo de que yo era como una especie de muñeco obediente que hacía lo que le decían que hiciera. Todo me parecía bien, y estaba dispuesto a cualquier cosa... ¡Todo resultaba tan nuevo!... Marcelo se encargó de prepararme una apretada agenda de entrevistas, recepciones y homenajes, y Maribel siempre estaba conmigo... ¡La vida resultaba fácil! Nos regalaban ropa, nos invitaban a comidas, todos se mostraban cordiales con nosotros...

Iberia nos regaló los pasajes en primera clase para regresar a España. Había muchísimos periodistas en Barajas, aguardándome, y también mi familia y mis amigos de Zaragoza. Creo que allí, por primera vez, tuve conciencia de que todo había terminado, que el Viento Blanco no volvería a amenazarme, que el presente se convertía en pasado y el Aconcagua comenzaba a quedar atrás. Solo ahora vuelve apasionadamente a mi memoria, al escribir este libro.

 

La altura se empieza a notar, restos de una mula a casi 6.000 metros.

 

Mi depósito de material en los restos del Refugio Independencia, los porteadores
no quisieron ayudarme en la cumbre, tuve que hacerlo solo


Bibliografía de la Biblioteca y Archivo del CCAM:
 

- Revista Aventura, 1986
- Revista Hola, 1986
- Autobiografía. Por: César Pérez de Tudela
- Diario El País, 1986. Por: Juan Mora
- Libro 7000 metros, Diario de supervivencia. Autor: Fernando Garrido

 


 


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