La historia del combate en las desafiantes alturas de las cordilleras, donde se tejieron las epopeyas de la historia militar de montaña, en un relato épico de valentía y estrategia.
Desde el audaz cruce de Aníbal en el 218 a.C, las hazañas de Napoleón atravesando los Alpes y San Martín surcando los Andes, las cumbres se han convertido en testigos silenciosos de conflictos que han marcado épocas enteras. Este artículo se embarca en un viaje cronológico que desentraña los hitos más significativos, entrando de lleno en las guerras mundiales hasta la mítica guerra soviético-afgana, explorando la evolución de las tropas de montaña en todo momento, y su impacto duradero en la era contemporánea.
Las montañas y las guerras son fenómenos que acompañaron al ser humano durante toda su existencia, uno siendo natural, y el otro, una creación que parece inevitable para el hombre. Aun así, compartirían espacios usualmente distintos en la historia, hasta el siglo XIX, donde la ambición de conquista llegaría a las cumbres, para quedarse.
En un mundo cada vez más convulsionado por conflictos a gran escala, llegaría el momento donde estrategas militares empezarían a cuestionar más seguido el rol de las montañas en la guerra, algo que antiguos militares restaban importancia ya que estos colosos terrestres usualmente significaban la muerte segura para ejércitos mal pertrechados y soldados sin entrenamiento adecuado, aunque hay excepciones como Aníbal, comandante cartaginense, durante la Segunda Guerra Púnica en 218 a. C, cruzando los Alpes para llegar a Roma, con infantería, caballos e incluso elefantes, o como Carlomagno en 773 con la invasión a Lombardía.
Estas proezas quedarían plasmadas como campañas épicas de los ejércitos de antaño, que inspirarían a futuros comandantes a desafiar lo desconocido.
Imagina un escenario en el que tropas regulares se adentran en terrenos montañosos. Estas tropas, a diferencia de guerreros acondicionados para dominar la montaña y sus oponentes, carecen del entrenamiento específico y del equipo adaptado necesario para enfrentar los desafíos únicos de este entorno usualmente extremo. Su movilidad se ve limitada por la dificultad para navegar en terrenos empinados y rocosos, exponiéndolas a emboscadas y complicando las maniobras tácticas, ni hablar en contexto de orientación, donde la naturaleza no es tan legible como en llanura.
A medida que avanzan, las tropas regulares experimentan un desgaste físico más rápido debido a la falta de preparación para las demandas físicas de la guerra en montaña. Además, su vulnerabilidad a las condiciones climáticas extremas, como bajas temperaturas y nevadas intensas, afecta su capacidad para operar de manera efectiva en este entorno hostil, con la posibilidad de un resultado letal por cada error cometido, por cada segundo desperdiciado en un lugar del mundo que no perdona.
En contraste, unas tropas con experiencia en montaña, con entrenamiento especializado y equipo adaptado a las necesidades, podrían aprovechar la topografía para ejecutar tácticas eficaces, manteniendo una mayor movilidad y resistencia en condiciones adversas y le darían a una nación la capacidad de maniobrar donde otros no.
Es al comienzo del siglo, con la era napoleónica, donde dos campañas, Napoleón con su cruce de los Alpes en 1800, y San Martín en 1816 con el titánico cruce de los Andes, que la idea de tropas de montaña se sembraría.
Napoleón, genio político militar de su época, buscaba reforzar a sus fuerzas en Italia, asediadas por los austríacos de la segunda coalición, que no esperaban que un ejército francés los emboscara desde las gélidas montañas. Este efecto sorpresa sería un punto esencial para la victoria en la batalla de Marengo, que puso en retirada a todos los ejércitos de Austria en las zonas italianas.
El futuro emperador de Francia ya había sido testigo años antes de que ataques dirigidos por terreno elevado con condiciones climáticas hostiles podían terminar en desastre, como en la batalla de Rivoli, donde regimientos austríacos que debían relevar las defensas de Mantua, intentaron flanquear un ejército francés, atravesando el desafiante monte Baldo, que terminó en una pérdida masiva de tropas austríacas que no estaban preparadas para enfrentar tales condiciones.
Se aprendieron varias lecciones de los estrepitosos fracasos en montaña, que permitieron a los mariscales de Napoleón hacer las preguntas correctas para planear correctamente el paso de los Alpes, como:
El Mariscal Berthier, segundo de Napoleón, fue una pieza clave para que la organización y planeamiento del ejército de reserva fueran óptimos en el cruce de los Alpes, y permitieran a esta legión de 40.000 hombres con buen número de cañones, avanzar 160 kilómetros en 6 días.
Del otro lado del océano Atlántico, otro ejército pronto cruzaría en condiciones más hostiles, siendo liderado por el libertador y general argentino José de San Martín.
Durante la liberación latinoamericana del reino español, San Martín se dio cuenta de la imposibilidad de llegar a Lima, la capital del Virreinato del Perú que en ese momento era el centro del poder realista, por el camino del Alto Perú. Cada vez que un ejército realista descendía del altiplano hacia los valles de Salta era vencido; y cada vez que un ejército de las Provincias Unidas se aventuraba en el Alto Perú era derrotado completamente.
Era necesario pensar fuera de la caja para romper el punto muerto.
El famoso Ejército de los Andes empieza su campaña por la cordillera Andina el 5 de enero de 1817, implementando tropas innovadoras al teatro de operaciones, usando barreteros de minas como zapadores de montaña, y un destacamento de baqueanos que servirían de guías de montaña a las columnas y a las patrullas de exploración, y también para el enlace y transmisión de partes.
El cruce duró 21 días con un recorrido de 750 km, siendo la altitud máxima alcanzada 5000 m.s.n.m. en El Espinacito. A diferencia de Napoleón, San Martín cruzaría en un territorio totalmente agreste, sin posibilidad de reabastecimiento, y con condiciones climáticas extremas.
Durante todas estas campañas mencionadas anteriormente, los ejércitos de cada nación experimentaban con tropas que pudieran ser más independientes, algo que contrastaba mucho con las formaciones compactas y cerradas de la época, que buscaban poder guiar y convertir a un conjunto de soldados en un bloque por varias razones:
El vínculo con el emperador se vio reforzado por su aprobación personal del diseño en cada detalle de sus uniformes. También se aseguró de que la Guardia estuviera mejor pagada, equipada y cuidada que cualquier otra fuerza dentro de sus ejércitos.
El efecto psicológico que producían tanto para amigos como para enemigos en el campo de batalla era inmenso. Para el enemigo, la visión de los morriones de pieles de oso marchando hacia la batalla era un espectáculo aterrador.
Desafiando los manuales de combate de la época, la nueva infantería ligera autónoma del siglo XIX desempeñó un papel crucial en los campos de batalla europeos, destacándose por su agilidad, versatilidad y habilidades tácticas avanzadas. Entre estas destacadas unidades se encuentran los Voltigeurs, Jägers, Chasseurs à Pied y los 95th Rifles británicos, cuyo desempeño marcó una era de transformación militar.
Ejércitos como el británico o el francés usaban regimientos enteros de infantería ligera, a veces consideradas unidades de élite debido a la mayor disciplina y entrenamiento requeridos.
A medida que avanzaba el siglo XIX, las diferencias entre infantería ligera y pesada se fueron difuminando.
Los Voltigeurs, originarios del ejército francés, se destacaron por su habilidad en el uso de tácticas de emboscada y su destreza en el combate cuerpo a cuerpo. Estas tropas, expertas en el uso del terreno para ocultarse y sorprender al enemigo, encarnaron la esencia de la infantería ligera. Compartían tareas con los Chasseurs à Pied, por otro lado, se destacaron por su movilidad y versatilidad táctica. Su capacidad para desplazarse rápidamente y adaptarse a diferentes situaciones los convirtió en una fuerza altamente eficiente, capaz de realizar maniobras decisivas en el fragor de la batalla.
Los Jägers alemanes, con su origen en las regiones germánicas, sobresalieron por su precisión en el tiro y su capacidad para operar en terrenos boscosos. Equipados con fusiles de mayor alcance y precisión, los Jägers se convirtieron en una fuerza formidable en el campo de batalla, desafiando las tácticas convencionales de la época.
Los 95th Rifles británicos, conocidos por su habilidad en el combate como tiradores eficientes, representaron un cambio significativo en la doctrina militar británica. Equipados con rifles Baker, estos soldados eran expertos en el disparo preciso a larga distancia (alcanzando los 400mts), desafiando las tácticas más convencionales y llevando a cabo operaciones de guerra más flexibles.
En conjunto, estas tropas particulares del siglo XIX reflejaron la evolución de las tácticas y estrategias militares de la época. Su agilidad, habilidades tácticas avanzadas y adaptabilidad contribuyeron significativamente a la eficiencia operativa en los campos de batalla del siglo XIX, dejando una huella indeleble en la historia militar de la época.
Los uniformes de la época todavía eran más simbólicos que funcionales, por lo que es normal el uso de Shakos en la infantería ligera como cubrecabezas adornados con insignias regimentales, y colores fuertes en la vestimenta, algo que con el tiempo se terminaría diluyendo con los años en uniformes unicolor y camuflados.
A finales del siglo XIX, la Unificación de Italia finalizó con un estado poderoso, y para sus vecinos, peligroso. El ejército francés vió este cambio geopolítico como una amenaza potencial para su frontera alpina, especialmente porque el ejército italiano ya estaba creando tropas especializadas en la guerra de montaña, los Alpini. Francia respondió creando sus propias tropas de montaña, los Chasseur Alpine.
Italia formaría los Alpini en 1872 con la emergente necesidad de unidades militares de montaña especialmente entrenadas después de darse cuenta de que no podían movilizar y entrenar tropas lo suficientemente rápido para defender eficazmente sus territorios montañosos de un país invasor a lo largo de su frontera norte. Con el 85% de las fronteras terrestres categorizadas como montañosas, varios países empezarían a copiar a los italianos, siendo los franceses los primeros en sumarse al “efecto Alpini”.
Entrando en el siglo XX, la industrialización y expansión de imperios precipitó al mundo a una Gran guerra, la primera guerra mundial. Este conflicto global llevó la guerra a todos los rincones del planeta, siendo Europa el foco principal, donde los imperios beligerantes se disputaron tierras y colonias.
Italia, enemistada con las fuerzas centrales de Alemania y el imperio Austro-húngaro, desata una serie de combates en los Alpes, que se convertirían en los primeros donde la montaña es el centro de atención. este acontecimiento sería llamado “la Guerra Blanca”.
La Guerra Blanca es el nombre que se le dió a los combates en el sector alpino de gran altitud del frente italiano durante la Primera Guerra Mundial, principalmente en los Dolomitas, los Alpes de Ortles-Cevedale y los Alpes de Adamello-Presanella. Más de dos tercios de esta zona de conflicto se encuentran a una altitud superior a los 2.000 m, llegando a los 3.905 m en el monte Ortler.
El gran desafío para ambos ejércitos fue combatir en un entorno tan hostil. La dificultad del terreno obligaba a transportar los suministros a lomo de animales o de los propios hombres, incluida artillería pesada y municiones. A medida que el conflicto transcurrió, se desarrolló una red de caminos, sendas de mulas y pasadizos de hielo. Con el tiempo también se construyeron teleféricos, esta obra en sí misma era difícil, peligrosa y agotadora.
En las altas montañas alpinas, las temperaturas varían mucho: por encima de los 2.500 metros, las temperaturas bajo cero y tormentas de nieve son normales, incluso en verano. En invierno, durante la guerra, se registraron temperaturas de hasta -35°. Los inviernos de 1916 y 1917 trajeron algunas de las nevadas más intensas del siglo, con las laderas de las montañas a menudo bajo 8 metros de nieve, tres veces el promedio anual. Esto hizo extremadamente difícil permanecer en altitudes elevadas, lo que obligó a los hombres a cavar y barrer la nieve continuamente debido al riesgo de avalanchas, que terminarían reclamando aproximadamente 5.000 almas durante la guerra.
Ambos ejércitos, desde el inicio del conflicto, iniciaron el constante trabajo de excavación de cuevas, túneles, fortalezas, trincheras, pasarelas, refugios y depósitos subterráneos, lo que llevó a la creación de pueblos enteros bajo tierra relativamente a salvo del fuego enemigo. Monte Piana y Col di Lana son buenos ejemplos de este tipo de estructuras, con impresionantes sistemas defensivos. Otros ejemplos se pueden encontrar en Sass de Stria, con grandes túneles y trincheras, y en Lagazuoi, mucho más excavada que cualquier otra montaña de los Dolomitas; en su interior se libró una sangrienta batalla dentro de las minas.
La “Gran Guerra” no terminó con las guerras, como muchos habían esperanzado, y muchos de los países que anticipan un nuevo conflicto mundial, trataron de prepararse en el período de entreguerras, Alemania fue uno de ellos.
Para 1930 ya Alemania se había rebuscado la forma de saltearse las leyes impuestas por el tratado de Versalles, la famosa penitencia alemana por haber perdido la 1°er guerra mundial. Una de estas leyes imponía una restricción casi total sobre armamento y capacidad militar, por lo que Alemania busco hacer las cosas mientras las catalogaba bajo alguna actividad civil permitida, aunque cada año, los deslices eran más evidentes y obscenos.
Esta nueva guerra no tendría la misma fórmula que la anterior, esta guerra traería nuevas armas, nuevos materiales, y una forma de guerra que exigía pelear en todo tipo de climas, de frio extremo finlandés, a calor mortal en áfrica, a selvas y pantanos en el pacifico, y obviamente, montañas en casi todos los teatros de operaciones.
Pocas secciones del ejército alemán estuvieron en tantos frentes sino en todos, como los cazadores de montaña, los gebirgsjagers.
Desde 1940, con el estreno de la guerra relámpago, hasta el final de la guerra, con la defensa de su patria, los cazadores estuvieron en todos lados y en los eventos más desafiantes:
Todo empieza en la guerra anterior, con sus pares Austriacos.
La tropa de montaña de Austria tiene sus raíces en los tres regimientos Landesschützen del Imperio Austro-húngaro, y la tropa de montaña de Alemania de los Alpenkorps (cuerpos alpinos) de la Primera Guerra Mundial. La infantería de montaña de ambos países comparte la insignia Edelweiss, establecida en 1907 como símbolo de los regimientos Landesschützen austrohúngaros por el emperador Francisco José I. Estas tropas llevaban la Edelweiss en el cuello del uniforme.
Cuando los Alpenkorps sirvieron junto a los Landesschützen en la frontera sur de Austria contra las fuerzas italianas a partir de mayo de 1915, los Landesschützen honraron a los hombres de los Alpenkorps otorgándoles su propia insignia: la Edelweiss.
El día de las Edelweiss se celebra el 5 de marzo. Según la tradición popular, regalar esta flor a un ser querido es una promesa de dedicación.
Dado que los requisitos para los reclutas mantienen un alto nivel, las tropas de montaña alemanas constituyen un cuerpo selecto. En tiempos de paz, el servicio de montaña era muy popular en Alemania. A pesar de los peligros del alpinismo, el número de aspirantes a este era grande. Los reclutas aceptados procedían principalmente de las regiones montañosas de Baviera y Austria, donde la dura vida al aire libre y la tradición montañista de la gente produjeron candidatos que estaban idealmente calificados para el servicio en unidades de montaña.
Los alemanes enfatizaron el entrenamiento premilitar de los jóvenes para el servicio de montaña. Los muchachos seleccionados para el entrenamiento en montaña eran nativos de países montañosos o de ciudades como Múnich, desde donde se puede acceder fácilmente a las montañas. Esta formación continuaba cuando los jóvenes ingresaban en el Cuerpo de Trabajo (Reichsarbeitsdienst), donde los jóvenes, usualmente desempleados por la gran depresión, aprendían oficios y se introducían en la labor dentro de una organización.
La fase secundaria de la formación de jóvenes hizo hincapié en el trabajo duro relacionado con un programa de logística y otorgó un lugar subordinado a la orientación, las caminatas de montaña, la escalada en roca, el conocimiento del clima, los métodos de vida en las montañas y la integridad física adecuada para los adolescentes.
Como resultado de este programa preliminar de entrenamiento, muchos candidatos aceptados para las unidades de montaña del ejército tenían una excelente formación en todas las actividades de montañismo, como orientación, organización de personal, cabuyería, vivaqueo, autonomía en terreno, etc.
Como tropas de élite, las unidades de montaña alemanas estaban preparadas para improvisar según lo dicte la situación. En Grecia, utilizaron embarcaciones de vela nativas para el suministro y los movimientos de flanqueo. Volaron en la batalla de Creta y se lanzaron en paracaídas para apoyar a las fuerzas asediadas del general Dietl en Narvik.
Su experiencia de batalla es muy variada ya que lucharon en todos los frentes; la 1°ra División de Montaña ha luchado en Polonia, Francia, los Balcanes, el sur de Rusia y el Cáucaso; la 3°ra División de Montaña ha luchado en Polonia, Noruega, Laponia y el sur de Rusia. A fines de 1943 y principios de 1944, cuando disminuyó la necesidad de tropas alpinas en el sur de los Balcanes, los alpinistas se retiraron de las zonas de combate y formaron batallones independientes de alta montaña.
Aunque nunca debemos olvidar que sirvieron a un régimen que merecía la derrota, los Gebirgsjägers poseían una cualidad derivada de su ethos montañero que era capaz de resistir, trascender y sobrevivir.
Los Gebirgsjäger de Alemania y Austria de la posguerra sirvieron a la causa de la libertad y la reconstrucción del mundo.
Tal vez al exigirse más en las alturas del mundo, encontraron un lugar en el futuro para levantarlo de las profundidades en las que habían caído.
La guerra fría mantuvo a las tropas de montaña hasta el día de hoy listas y preparadas para cualquier tipo de enfrentamiento. Siempre priorizando la calidad sobre la cantidad, las tropas de montaña son siempre vistas como unidades de elite, con una aptitud física y mental por encima del soldado de línea estándar.
Durante la guerra fría, las grandes naciones, Estados Unidos y la Unión Soviética, combatirían a través de otras naciones más pequeñas de manera indirecta, ya sea apoyando un grupo político que favorecía sus ideales, otorgándoles suministros de municiones, armas, inteligencia, vehículos o tropas de incognito. Hubo dos grandes conflictos donde estas superpotencias se dejaron ver, y ambas, fracasaron por desgaste.
Estados unidos probaría el sabor amargo de la derrota en Vietnam, donde el Vietcong, haciendo la guerra de guerrillas demostraría que el terreno, en este caso la jungla, podía ser un punto crítico para la victoria.
Años después, la Unión Soviética invadiría Afganistán, y sus contrincantes, los muyahidines, también llamados rebeldes musulmanes, guerrilleros o "hombres de la montaña", aprovecharían las alturas para darle fin a los invasores soviéticos.
Los Muyahidines no serían los primeros civiles en darles una paliza a soldados entrenados, ya los vietnamitas se las habían arreglado para detener a las tropas americanas en su patria, tal como lo hicieron con los franceses años antes en la guerra de Indochina, donde Francia intentó recuperar su poderío en las colonias.
Ya en la segunda guerra mundial los partisanos soviéticos, polacos, franceses, y de muchísimas naciones más que fueron subyugadas por los alemanes, dejarían evidencia de la pesadilla que pueden ser las tropas clandestinas contra un ejército de ocupación.
Aunque algunas tropas calificadas formaban parte de estas organizaciones clandestinas, a causa de su experiencia y sabiduría, eran más útiles siendo instructores formando mejores combatientes, para poder sacar el mejor beneficio de su escaso número en las filas clandestinas.
Para el caso muyahidín, el ejército afgano debía apoyar al gobierno pro-soviético durante la invasión, algo que muchos no simpatizaban, uniéndose masivamente a las filas de los musulmanes anticomunistas.
Los Soviéticos enfatizaron desde la segunda guerra mundial varias tropas especialistas, dentro de ellas los esquiadores siberianos, fuerzas especiales de variada índole, paracaidistas de alta performance, pero hasta el día de hoy, no acostumbran tener un plantel permanente de tropas de montaña más que batallones motorizados con la denominación “de montaña” dentro del nombre.
Existen algunos paralelismos sorprendentes entre el desempeño soviético en Afganistán y el desempeño de Estados Unidos en Vietnam. Al igual que Estados Unidos, los soviéticos tuvieron que reestructurar y reentrenar su fuerza mientras estaban en la zona de combate. Con el tiempo, las escuelas militares y las áreas de entrenamiento comenzaron a incorporar la experiencia de combate de Afganistán y a capacitar personal para el servicio en aquella área. En muchos distritos surgieron centros de entrenamiento de guerra de montaña. Sin embargo, a diferencia del ejército de los Estados Unidos, la guerra de Afganistán no fue una experiencia íntegra para el cuerpo de oficiales. Apenas el 10% de los oficiales soviéticos de fusileros motorizados, blindados, de aviación y de artillería sirvieron en Afganistán. Sin embargo, la mayoría de los oficiales aerotransportados, de asalto aéreo y Spetsnaz (fuerzas especiales) sí sirvieron en Afganistán.
Las tropas soviéticas, al igual que en la famosa guerra de invierno finlandesa, se apegarían a las rutas y caminos, evitando adentrarse en zonas boscosas y de montaña, dejándole el trabajo sucio a los Spetsnaz, en caso que hubiere que infiltrarse montaña adentro.
Constantemente las líneas soviéticas eran hostigadas por tropas muyahidín que se desvanecían en las mesetas, era tal el daño logístico que se les infligía que los soldados recurrían a vender la munición a los talibanes locales a cambio de comida. Obvio que esa munición podía caer en manos equivocadas, por lo que hervían la munición antes de venderla, para evitar su funcionamiento (científicamente no comprobado).
Y llegamos a nuestro tiempo, donde aún nos acompañan las montañas y las guerras, el lápiz de la historia sigue escribiendo, y las tropas de montaña, siguen latentes.
Esperemos algún día las guerras queden enjauladas en museos y libros, y las montañas enmarcadas en un ámbito de respeto y preservación para futuros montañistas que deseen visitarlas.
Mucho se puede aprender de estos guerreros de montaña que leímos hace un rato, que tuvieron que pelear contra dos oponentes al mismo tiempo, tanto el clima extremo como sus fervientes enemigos, que nunca dieron tregua.
Por el momento, podemos profundizar su estudio en muchas de sus áreas, y analizar sus estrategias y tácticas, aprender qué comían y consumían para seguir adelante, la cultura y ritos que los componían como seres humanos, sus armas y equipamiento para la altura, sus pesados uniformes y pomposas insignias.
Por eso los invito a compartir próximos artículos y adentrarnos en la historia de estos personajes de altura, y aprender un poco sobre los que nos precedieron.
Si te interesa saber más sobre la historia y la recreación histórica de tropas de montaña, no dudes en contactarme en https://oberjagerarko.weebly.com/
Leonardo Arko
Centro cultural Argentino de Montaña 2023