Actividades · Viajes y expediciones

La aventura de ascender al Cerro Penitentes, provincia de Mendoza.

Conoce la historia de cómo el grupo Mística de Montaña de Buenos Aires se enfrentó con su primer desafío de altura en el cerro Penitentes, de 4.440 metros en la provincia Mendoza

Oscar Vailati

Edición: CCAM



El grupo, muy heterogéneo en experiencia, oficios y edades, estuvo compuesto por: Carina “Cari F” Franke, una de las más experimentadas a pesar de sus 35 jóvenes años, con casi 20 años de montañismo, el “Perro” Mauro Caro, estudiante de guía de montaña, la joven Adriana “Adri” Hernández, médica pediatra y también estudiante de guía de montaña, Soledad “Sole” González, enfermera y con buena experiencia en montaña de altura, Jaime Kaufman, guía profesional de trekking, la socióloga Marina “Finkel” Finkelsteinas, con experiencia de montaña, la arquitecta Carina “Cari W” Wainstein, con la experiencia reciente de haber ascendido al Calle, al Stepaneck y a la Cadenita del Cordón del Plata, la profesora de danza Roberta “Robi” Urigh, flexible por profesión, con buenas condiciones físicas para la montaña y también con una experiencia reciente en La Cadenita del Cordón del Plata y de no haberla pasado muy bien en la altura, y el resto, con el gran desafío de no haber tenido nunca una experiencia previa de altura, compuesto por: los arquitectos Victoria “Vicky” Sancho y Roberto Orsi, Fernanda Borrelli “la chef”, Cristina Grossman, médica nutricionista, su joven hijo “Juan Pi” Santi, mi colega agrónomo y amigo Claudio “Kuky” Baumann Fonnay, el abogado Gerardo “Gerry” Fillippelli y su encantadora pareja Mona Arbelaiz, la científica y exótica Evguenia “Euge” Alechine, la productora agropecuaria y polista Pía Vogel, buena deportista en lo suyo, y con un gran espíritu para lograr este objetivo desconocido para ella y yo el número veinte, optimista, pero con una escasa experiencia en el volcán Lanín, el cerro Penitentes, el Adolfo Calle y algunos cerros más bajos, tipo el Champaquí y el Negro en Córdoba y el O´Connor en el Sur.

Mapa de Mendoza

La idea de escalar el cerro Penitentes

 

Todos los concurrentes pertenecemos a un grupo que entrena en el Lago de Palermo (CABA), y que, por una cuestión de temperamento nos tocó a unos pocos compañeros el rol de ser los promotores de lo que llamamos graciosamente las “materias extracurriculares”, a las que el resto se adhiere con entusiasta protagonismo.

Fue así, que unos tres meses antes de la expedición, me dejé llevar por el fervor de mi amigo Gerry Filippelli, que me propuso intentar en forma grupal un cerro más alto que el habitual Tres Picos que ascendíamos año tras año, seguramente apuntando a alguno como el Champaquí. Pero mi optimismo del momento me hizo mal interpretar su idea original y pensé inmediatamente en el Cerro Penitentes, donde seis años atrás había tenido una buena experiencia de alcanzar su cumbre sin grandes esfuerzos, eso es lo que creía recordar, guiado profesionalmente por el gran “master” Martín Torres.

Y bajo el falaz lema - es un poco más exigente que el Tres Picos – el grupo, supongo por desconocimiento, adhirió de inmediato a la propuesta, fijamos fecha para fines de marzo y comenzamos con la convocatoria que terminó en el número final de veinte personas adheridas al excitante proyecto “Penitentes 2022”.

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Mapa de los Penitentes Provincia de Mendoza.

Los preparativos

 

Para su mejor organización creamos un comité de expertos o “mesa chica” compuesto por Juan Pi Santi, el Perro Mauro Caro, Cari Franke, Adri Hernandez y Jaime Kaufman, que tuvo la inmensa tarea de idear la estrategia, ordenar y comunicar debidamente toda la variada información, contratar los servicios, reservar los alojamientos y pensar y ejecutar toda la logística necesaria para tamaño emprendimiento. En este grupo de incansables trabajadores se destacó el joven Juan Pi, que con su fuerte personalidad, sus planillas Excel, su rigor técnico y sus infinitas comunicaciones, logró ordenar a veinte almas y encauzar una organización que parecía imposible.

Con nuestra entrenadora, nos propusimos una serie de encuentros preliminares, con el fin de dotarnos de las herramientas y conocimientos básicos necesarios para resguardar nuestra integridad física y emocional. 

Es por eso que nos reunimos en distintas oportunidades y lugares para ensayar el armado de carpas, entrenar caminatas con mochila y bastones, chequear el equipo personal, conseguir lo que nos faltaba, tratar el tema de la alimentación y principalmente conversar sobre el efecto de la altura sobre nuestros organismos y la prevención y tratamiento del Mal Agudo de Montaña.

Encuentro preliminar para chequear equipos, conversar sobre los riesgos de la altura y entrenar marcha. Al frente: Gerry. Atrás sentados de izquierda a derecha: Evgue, Pía, Mona y Rober Orsi

Charla de la profesora y el grupo escucha con atención

Entrenando el armado de carpas. A la izquierda conversando Gerry Filippelli Oski Vailati promotores del proyecto Penitentes 2022

Aprendiendo el armado y desarmado de carpas

Entrenamiento previo en la Reserva Ecológica con mochila y equipo de montaña. De izquierda a derecha parados: Mauro, Caro Muros Cortés, Ferchu Borrelli, Pía Vogel, Oski Vailati, Cris Grossman, Vicky Sancho y Marce Lisnovsky agachados Marina Filken y Juan Pi Santi

La aproximación

El tiempo pasó rápidamente y al fin llegó la fecha del miércoles 23 de marzo de 2022 donde, salvo tres compañeros que se trasladaron en avión, el resto nos movilizamos desde Buenos Aires en cinco automóviles, primero hasta Villa Mercedes donde pernoctamos y al otro día hasta el refugio Aconcagua, sobre la Ruta 7, a la altura del complejo de esquí Penitentes, con la idea de llegar temprano y comenzar una primera aclimatación a 2.600 msnm.

El jueves 24 en el refugio Aconcagua cenamos sin alcohol y la mayoría unas pastas, por los hidratos de carbono fáciles de digerir, muy bien atendidos por el refugiero Luis y sus encantadoras esposa e hija. 

Luego, dormimos en unos departamentos del complejo Penitentes, ya que en el refugio Aconcagua no había lugar para todos. El hecho de dormir cómodos a 2.600 msnm, contribuyó a mi juicio a continuar con una buena aclimatación.

El gran desafío fue la organización, movilización y traslado de todo el equipo que llevábamos, un tanto exagerado. Para ello contratamos tres mulas con el arriero Raul Flores y colocamos en seis petates que habíamos llevado, lo más pesado, o sea las carpas, los calentadores, marmitas y vajilla, la comida, las bolsas de dormir, etc. para cargar solo en nuestras mochilas alivianadas, lo mínimo indispensable, siendo lo principal el agua.

El primer objetivo era Grajales, donde instalaríamos el campamento base y donde aspirábamos a llegar todos sin problemas. Son unos 600 m de desnivel, sin fuertes pendientes y un recorrido de 8 km en total desde el refugio, que nos insumiría estimativamente unas cinco a seis horas de caminata.

Jueves 24 de marzo a la tarde. Arribo al Refugio Aconcagua en el complejo Penitentes

Luego de la foto grupal rompiendo filas para emprender el ascenso a Refugio Grajales.El grupo de ascenso en el Refugio Aconcagua. De izquierda a derecha parados: El Perro Mauro Caro, Cari Franke, Marina Finkel, Vicky Sancho, Evgue Alechíne, Jaime Kaufman, Kuky Baumann, Roberto Orsi, Mona Arbelaez, Oski Vailati, Adri Hernández y Gerry Filippelli. Agachados: Robi Uhrig, Pía Vogel, Cari Wainstein, Cris Grossman, Ferchu Borrelli, Juan Pi Santi y Soledad González

 

Ascenso al campamento base

 

El viernes 25 de marzo salimos inicialmente en un solo grupo desde el refugio, una vez desayunados. La idea era separarnos posteriormente mas adentrados en la montaña en dos o tres grupos más manejables, cada uno liderado y cerrado por un compañero experimentado. No es recomendable en la montaña, creo, grupos muy numerosos. 

Partimos aproximadamente a las 8:00 hs., cruzando el puente sobre el río de Las Cuevas que está apenas a ciento cincuenta metros del refugio, a paso tranquilo para ir aclimatando de a poco y no agotar nuestras energías antes de tiempo. Al otro día nos esperaba el plato fuerte. Al poco tiempo nos adelantamos con Jaime, Kuky  y otros; y más rezagado quedó un segundo grupo, mucho más numeroso, con Carina Franke, Adriana y el Perro Mauro en el rol de guías, con la idea que en el trayecto el Perro y Juan Pi se adelantaran con los más rápidos a todos, para esperar nuestra carga que venía en las mulas.

Debo resaltar acá que el mulero cumplió con nuestras expectativas. Cada mula porteó aproximadamente 50 kg y las tres mulas tiradas por un joven jinete montado en su mula de silla salió de la base a las 11.00 hs. para llegar simultáneamente con el grupo más rápido. Los ciento cincuenta kilogramos de carga que portearon los animales, significaron un ahorro en peso de aproximadamente siete kilogramos y medio por mochila en promedio.

Caminamos al principio remontando una muy suave pendiente, con rumbo oeste por las vías abandonadas del ex Ferrocarril Trasandino y después de un rato encarando al sesgo hacia el sur, unos tres kilómetros y medio de distancia, y luego de casi una hora de caminata, para empalmar con la Quebrada de Vargas rumbo sur por un sendero ubicado sobre la margen derecha del arroyo del mismo nombre. 

Después supe que el segundo grupo, apenas se alejó de las vías, realizó liderado por el Perro, la primera ceremonia de la Pachamama, purificando la tierra con vino blanco, agradeciéndole y pidiendo la protección para todos los integrantes del grupo. Rito que el Perro insistentemente repite al principio y al final de cada objetivo de una expedición.

Al inicio de la quebrada debimos superar una cuesta empinada de unos ciento cincuenta metros de diferencial que puso a prueba por primera vez nuestro estado aeróbico en altura, para luego la pendiente convertirse en mucho más llevadera. La pendiente media de este trayecto debe ser de no más de un once por ciento, o sea se caminan unos 5 km aproximadamente para ascender los 550 m de altitud que restan.

Prontamente pudimos observar por adelante y a nuestra izquierda la imponente pared vertical Noroeste del cerro Penitentes, de cientos de metros de altura, con sus singulares figuras generadas por la erosión eólica que recuerdan a monjes encapuchados en posición de oración y que le dan ese singular nombre al cerro. 

En los planos que encontramos hicimos dos breves descansos y uno más prolongado, indicados para reponer energías, ingerir comida de marcha, endulzarnos con algún caramelo y principalmente hidratarnos. La consigna excluyente de esa jornada era hidratarnos, hidratarnos e hidratarnos, con por lo menos dos a tres litros de líquido, con el objetivo de darle pelea al posible mal de altura.

En varios momentos el sendero se acercó y se alejó del curso del arroyo, sobre todo cuando éste se encajonaba. Tuvimos que vadearlo en un par de oportunidades, sin inconvenientes debido al bajo caudal de agua del momento, hasta llegar a un alambrado antiguo y precario que cruzamos, siguiendo nuestro camino hacia el Refugio Grajales, lentamente y sin pausa.

La Quebrada de Vargas es de una belleza extraordinaria. Es de un raro aspecto árido, con arbustos y pastos duros de distintos matices y amplios peladales de arenisca y piedras de variados tamaños, las más grandes heridas por algún antiguo glacial. Si bien predomina el tono rojizo en el paisaje, grandes piedras exhiben sus distintos colores. Su curso de agua, está por largos tramos encajonado y con una pendiente interminable hacia el río de las Cuevas donde desemboca; otras veces corre por lugares más planos, donde derrama pintando sus márgenes con verde vegetación. Sus serranías que la encajonan parecen por momentos acechantes y sus laderas abruptas muestran desprendimientos sedimentosos y alguna que otra vertiente. Su belleza, creo, lo acredita para que se constituya en un objetivo de trekking en sí.

En el trayecto coincidimos en algún descanso con el grupo más tardío y allí nos reordenamos en tres grupos. El más joven y rápido con el Perro, Juan Pi y Evgue al poco tiempo se nos adelantó y un rato después nos sobrepasaron las mulas, garantizándonos que estaba saliendo todo de acuerdo a lo planeado y los petates no iban a quedar abandonados en el Refugio Grajales sin la debida custodia.

Cuando estábamos llegando al destino, nos atajaron nuestros compañeros del grupo adelantado, unos trescientos cincuenta metros antes, para informarnos que íbamos a acampar allí, en un plano suficientemente amplio para nosotros, contiguo al arroyo, porque el área del Refugio Grajales estaba completo con más de veinte carpas desplegadas. Después nos percatamos que fue la mejor decisión, porque pudimos disfrutar de un lugar reparado y de una belleza y tranquilidad inmejorables.

Bajando la cuesta desde el complejo Penitentes hacia el puente sobre el Río de las Cuevas

Roberta y Adriana cruzando el puente colgante del Río de las Cuevas

Caminando hacia el oeste sobre las vías del ex-Ferrocarril Trasandino

Juan Pi en las vías del ex-Ferrocarril Trasandino

El Perro Soledad F Juan Pi Evgue y el resto del grupo 2 próximos a ingresar a la Quebrada de Vargas

Subgrupo 100% femenino: Evgue Carina W Roberta Vicky Carina F y Adri

Cari F guiando a su subgrupo en acenso por una de las pendientes pronunciadas y al fondo imponente se ve la pared vertical del cerro con las figuras que se asemejan a monjes penitentes

Vigilante en el paisaje el cerro Penitentes al fondo

Ascendiendo por la Quebrada de Vargas

Soledad González y el Perro Mauro Caro

Intercambiando ideas los dos referentes Jaime Kaufman y Carina Franke de espaldas

Luego de vadear el Arroyo Vargas. Fernanda Borrelli encabezando y Cari Franke cerrando el grupo

Siguiendo el sendero paralelo al Arroyo Vargas

Vicky poco antes de comenzar a sentirse mal por la altura

MAM - El mal más temido

Todo marchaba perfecto, la altura casi no había hecho mella en ninguno de los que habíamos llegado primero, salvo alguna fatiga mayor de lo normal y ese característico paso lento, tipo astronauta. Ya habíamos comenzado a desarmar los petates y a montar nuestras carpas, cuando nos llega boca a boca la noticia de que Vicky, una de nuestras compañeras novatas, que venía en el grupo mas tardío con Cari y Adri a la cabeza, se había descompuesto poco antes de llegar al campamento con claros síntomas de Mal de Altura.

Los grupos numerosos tienen ese inconveniente, pensé, que por una razón natural de la estadística la posibilidad de que a alguien le pase algo se hace más evidente. Y la ley de las probabilidades fatalmente se cumplió. De ese tipo eran mis pensamientos recurrentes desde hacía unos meses cuando habíamos decidido un grupo de semejante tamaño.

Esta situación nos hizo cambiar sobre la marcha todo el plan y de alguna manera puso a prueba el funcionamiento del grupo. Y la realidad es que la prueba la pasó con la mejor de las calificaciones. Quedó demostrado de la madera que estaba formado el grupo, de su espontánea solidaridad, de su inteligencia emocional, sin egos que prevalecieran sobre los intereses del grupo. No hubo necesidad de órdenes ni discusiones, todos se pusieron a disposición y a la altura de las circunstancias.

Lo primero fue poner a resguardo en una carpa a Vicky para que bien abrigada descansara y pudiera volver a ingerir lo antes posible tanto agua como alguna medicina y alimento. Existía la alternativa de que si no mejoraba, hubiera que bajarla de urgencia ayudada según se había decidido por Adriana, y por uno o dos compañeros más. También estaba la posibilidad de abortar el plan y que nos bajáramos todos al día siguiente temprano.

Cari Franke la experta, con Adri la médica, con Finkel la amorosa y Sole, la enfermera, se hicieron cargo del asunto y comenzaron, además de cuidarla, a tratarla médicamente para darle la chance a que mejorara sin necesidad de un descenso. Todos sabemos que el principal tratamiento para el mal agudo de montaña es bajar a una altitud menor tan rápido y seguro como sea posible. Pero esto no era tan fácil en el estado que estaba Vicky. No había otra forma que bajarla alzada o en una camilla improvisada. Quizá al otro día pudiera bajar, aunque ayudada por sus compañeros, en pié.

El plan original del día de cumbre era dividir al grupo en tres, uno pequeño que se quedaba a disfrutar de un día tranquilo en los alrededores del Refugio Grajales con caminatas por las cercanías, otro el más nutrido compuesto por los novatos que querían intentar cumbre guiados por dos o tres de nuestros referentes y otro compuesto por los que tenían más posibilidad de alcanzar la cumbre, por antecedentes físicos y de experiencia, guiados también por dos de los nuestros más experimentados. Los que se agotaran o no quisieran seguir de cualquiera de los dos grupos de ascenso, a mitad de camino se podían volver siempre acompañados con uno o dos guías, según el número, y el resto seguir adelante hacia la cumbre.

Todo lo perfectamente planificado, en estas circunstancias se frustró, porque tres de nuestros más expertos debían quedar en Refugio Grajales dedicados tiempo completo a Vicky y atentos a su evolución para decidir si bajarla o no y cómo bajarla. Y nos quedamos sin gente para guiar al grupo que tuviera que descender. Nunca se debe dejar solo a un compañero agotado, ni esperando ni descendiendo.

El grupo, como ya lo mencioné, reaccionó espontáneamente de la mejor manera y todos los “dudosos” de inmediato se excluyeron del programa de cumbre sin necesidad de disuadirlos.

Esa noche, increíblemente placida y estrellada, cenamos y nos fuimos a descansar con un gusto amargo en nuestras bocas, Vicky no reaccionaba y todo el plan estaba suspendido hasta que en la mañana siguiente se decidiera qué hacer.

Dormitamos intermitentemente, como es usual en la altura, con la ansiedad del día previo a la cumbre y con los nervios de la situación de Vicky. A las 6.00 de la mañana del sábado 26 de marzo, todavía de noche, estábamos todos levantados y desayunando. Si todo hubiera sido normal, a esa hora ya deberíamos haber estado con más de una hora de caminata hacia la cumbre. Pero de normal no había nada. Carina, Adriana, el Perro y Finkel se habían turnado para hacer guardia y velar por Vicky durante toda la noche. Por suerte estaba un poco mas repuesta gracias a que había podido descansar algo. El pronóstico era mejor y por ahora se había desechado la alternativa más radical de bajarla de urgencia. 

A mi vuelta, tuve la oportunidad de consultarla en Buenos Aires a Soledad y me hizo un relato mucho más preciso de los hechos, con su vocabulario profesional, que creo viene al caso incluirlo ahora:

“Victoria comenzó a manifestar síntomas muy leves de MAM, como cansancio y falta de apetito, a unos 200 metros de desnivel antes de llegar al Refugio Grajales. Una vez que llegamos al campamento, su sensación de malestar fue aumentando, motivo por el cual entre varios armamos rápido una carpa para que se ubique dentro de su bolsa de dormir. A su malestar leve inicial de debut en altura, se añadió un cuadro de migrañas con vómitos, según después nos dijo, ya padecido en otras oportunidades en la ciudad. Adriana, tomó la responsabilidad de su cuidado, junto con la colaboración de Carina, Marina y mía. Debido a su cuadro de náuseas y vómitos recurrentes, que la hacían no poder ingerir nada, ni siquiera medicinas ni agua, recurrimos a mi botiquín personal que siempre completo con alguna medicación inyectable extra, por si se presenta alguna circunstancia que lo amerite en lugares remotos. Adriana entonces me indicó que le inyectara Ketorolac 30 mg y Dexametasona intra muscular. Todos coincidíamos en que una vez que bajara el umbral de la cefalea, mejoraría el cuadro general, y las esperanzas estaban puestas en la tolerancia digestiva para volver a hidratar. Haciendo guardia pasamos la noche entre sueños interruptus seguidos de "¿estás bien?" y sorbos de té calentito. La alegría nos invadió cuando Vicky a las 6 AM salió de la carpa para orinar y pudimos ver que su cuadro había mejorado notoriamente respecto a las doce horas previas! Lo peor había pasado y a partir de ese momento con hidratación e ingestas pequeñas y continuas de alimentos, podíamos esperar un futuro inmediato mejor…”

 
Nuestros petates en el refugio Grajales repleto, sin lugar ya para acampar

Comenzando a armar campamento en el lugar seleccionado próximo a Grajales

Cris Grossman Rober Orsi Ferchu Borrelli y Oscar Vailati prestos a cenar

Roberto Orsi en el campamento

El ascenso

Luego de una reunión entre los referentes, se confirmó la parte del plan de que un grupo intentara la cumbre, el que se sintiera más animado, confiado y con más reservas físicas. Así fue que se conformó un grupo de ocho personas en total, con el Perro Mauro y Jaime a la cabeza, con los principiantes Pía, Mona, Gerardo y Juan Pi, y los intermedios Soledad y yo. Un verdadero desafío.

A las 8.00 de la mañana partimos a paso lento desde el campamento, ya de día y con más de dos horas de atraso de acuerdo al plan originalmente previsto. El Perro había puesto como hora límite de cumbre a las 15:00 horas. como para estar media hora en la misma, comer algo y volver. Eso quería decir, que si a las 15.00 horas no habíamos llegado a la cumbre, se emprendía el descenso estuviéramos en el lugar de la montaña que estuviéramos. No había más margen para arriesgar.

Caminamos en suave ascenso unos veinte minutos paralelos al arroyo Vargas con rumbo sur hasta tomar el primer sendero por la ladera sudoeste del cerro. El Perro no tenía marcado el track en su GPS ni en una aplicación. Simplemente se orientó en base a la observación del terreno, a la existencia de las apachetas de referencias y a su buena memoria de sus dos ascensos anteriores. No tengo dudas que va a ser un excelente guía profesional. 

Esta ladera no tiene nada que ver con la pared vertical, la más conocida, que se ve desde la Ruta 7. Es una suave pendiente compuesta por enormes capas de acarreo que van desde la base hasta la cumbre. La sensación que uno tiene es que va rodeando a la montaña para acceder a la cumbre entrando por la parte trasera del cerro.

Personalmente el ascenso me resultó exigente, pero disfrutable gracias al entrenamiento físico que todo el grupo tiene. El paisaje de la Cordillera desde esta ladera es imponente, a cada paso y con cada metro más de altura se torna más bello, no deja de sorprenderte; aparece el Aconcagua por su ladera Sur en todo su esplendor, se ve su cumbre y uno no puede evitar que se te haga un nudo en el estómago de emoción. En ese momento recordé por qué había elegido el cerro Penitentes.

El sendero de ascenso no es el mismo que el de descenso, se busca el terreno más duro, el más limpio, donde el acarreo no te juegue en contra. En cambio en el descenso se busca el acarreo más suelto y profundo, para bajar clavando los tacos y patinando. Pero las experiencias anteriores no me dejaban de atormentar; lo que estábamos subiendo dentro de un rato lo teníamos que bajar, fue el segundo nudo en el estómago que tuve. Un tormento que mis compañeros novatos en ese momento, por desconocimiento, no sufrían.

El paso no era tan lento, pero el recorrido se hizo muy largo porque en lugar de descansar quince o veinte minutos cada dos horas, descansábamos cada una hora aproximadamente. Habremos hecho cinco paradas y de cada una nos costaba un poco más retomar. El día era espléndido, soleado, con poco viento, sin frío ni calor. La altura nos pegaba muy suavemente, casi imperceptible, pero nos pegaba, haciéndonos más torpes y apáticos. A mí me dolía leve pero continuamente el cuello y la espalda, no tenía ni hambre ni sed, estaba incómodo aunque no fatigado. Tuve que hacer un esfuerzo para comer algo y beber. Masticaba caramelos y bebía algún gel energético que me daba el Perro. La comida de marcha volvió casi intacta y mi almuerzo sin tocar. No es lo más recomendable.

Aunque uno ascienda en grupo, en un momento la altitud, la rutina del lento caminar, el constante sonido del viento y la inmensidad del paisaje que contrasta con la pequeñez de lo humano, te aisla, te interpela y no te queda otra opción que enfrentarte a ti mismo y a tus propios fantasmas; y no siempre te gusta lo que ves, pero si todo sale bien, a tu vuelta, probablemente lograrás tu redención.

No estaban esta vez, los planchones de nieve y hielo que algunos rodeamos y otros atravesamos en mi anterior expedición en noviembre de 2016. Algunos de ellos con esos copetes típicos de nieve endurecida, próximos entre sí y prolijamente orientados hacia el mismo lado, que se asemejan también a pequeños penitentes en procesión. Lo místico en este cerro está por todos lados. Recuerdo que en el inicio de la vuelta, con la nieve más blanda debido a la hora de la tarde, en uno de esos planchones, enterré mis piernas hasta la ingle mientras intentaba avanzar, sacándome mucha energía para el descenso después. Supongo que la inexistencia de nieve será por la época del año. Espero que no sea por el cambio climático.

A mis compañeros les había hablado de la planicie que aparece bastante antes de la cumbre y que hace muy disfrutable el último tramo, teniendo a la vista el objetivo. Y me preguntaban con fastidio cuándo se llegaba a esa bendita planicie. Me sentí un poco responsable de su disgusto y de mi mala memoria.

A Jaime lo traicionó su ansiedad y sin mediar palabra en un momento comenzó a acelerar el paso, se desprendió del grupo y al poco tiempo lo perdimos de vista en la altura. No lo juzgo, la montaña a cada uno lo toca de distinta manera. Es uno de los mas nuevos en el grupo de entrenamiento y de los más preparados físicamente y seguro se había aburrido de ir a un paso tan lento. 

Uno de los primeros descansos en el ascenso a la cumbre

Ascenso en prolija hilera

Ascendiendo

Uno de los tantos descansos en el ascenso

Último descanso antes de atacar la cumbre

Después del descanso encarando el último tramo hacia la cumbre

Primero el Perro Mauro, después Pía Vogel, Oscar Vailati, Gerardo Filippelli, Mona Arbelaiz, Soledad Gonzalez y Juan Pi Santi

Al fondo se vislumbra la cumbre del Penitentes

La cumbre

Por fin, después de una última pendiente bastante abrupta que nos hizo poner a prueba una vez más nuestra preparación mental, llegamos al inmenso planalto, rematado al fondo con la imponente cumbre con sus 4.356 metros de altitud, un verdadero balcón con privilegiada vista a la Cordillera de los Andes.

En prolija hilera, empezamos a transitar callados pero felices el último tramo del ascenso, con los dos hitos a la vista, uno a la izquierda, el clásico, el de la cruz, el que marca el punto más elevado del cerro y otro a la derecha, el que nunca supe ni lo que marca ni lo que significa y que tiene la forma de una chimenea de una estufa de gas. A lo lejos también se veía una difusa silueta de Jaime, la mochila en el piso, que nos estaba esperando con solitaria emoción.

Particularmente tengo una rutina propia cuando hago cumbre que es la de alcanzarla todos al mismo tiempo, sin primeros ni últimos, unidos en emocionante abrazo. Así lo hicimos y cuando la querible Pía se fundió en un abrazó conmigo, llorando de emoción, no pude hacer otra cosa que llorar con ella, como hacía mucho no lloraba.

Eran las 14.55 horas. Objetivo logrado.

El día estaba increíble para disfrutar la cumbre en todo su esplendor, con fotos, relax, risas y animada conversación. Desplegamos la bandera de nuestro grupo y nos fotografiamos y filmamos tanto en grupos como individualmente. Algunos, los más confiados, se subieron a la cruz y se fotografiaron sentados y parados. Yo no me animé. Pudimos enviar por Whatsapp al “Grupo Palermo” las primeras fotos de cumbre porque insólitamente en la cima había señal de celular. Las fotos fueron recibidas con algarabía por nuestros compañeros que se habían quedado en Buenos Aires, no en Refugio Grajales donde no había señal. Hasta Jaime pudo aprovechar un momento de tranquilidad para dormitar, plácidamente, bajo un templado sol y a más de 4.350 msnm. Todo un privilegio.

A la media hora aproximadamente, el Perro Mauro lideró su ceremonia de agradecimiento a la Pachamama con sentidas palabras, regando el suelo de cumbre y mojándonos los labios con un vino blanco dulzón, infaltable en su mochila y en todas sus montañas. Los ritos tienen un poder simbólico potente y en una cumbre a esa altitud aún más. Tiene tanto valor espiritual que a aquellas personas que lo practican les da una fuerza y capacidad trasformadora para encaminarse indefectiblemente hacia el logro de su meta.

Y nuestra próxima meta era regresar.

Pía y Gerardo felices por estar llegando al objetivo

Oscar Vailati encabezando al grupo y al fondo se ve a Jaime que había llegado antes.

Alcanzando la cumbre

El perro Mauro Fliz de habernos guiado con éxito sumado al grupo de cumbre.De izquierda a derecha Jaime, Pía, Sole, Mona, Oski, Gerry y Juan Pi

Pía Vogel
 

Soledad Gonzales muy feliz

Juan Pi Santi

El Perro Mauro Caro

Pía descansando en plena cumbre

Juan Pi sentado en la cruz a 4.356 msnm

El descenso

Ya teníamos más de siete horas en nuestras espaldas y había que llegar a la base antes de que anocheciera. La lógica decía que si habíamos tardado siete horas en subir, deberíamos tardar unas tres horas y media en bajar, o sea llegar al campamento a las 19.30 horas, de día todavía. Pero la lógica con nosotros, normalmente no se cumple.

Emprendimos el descenso y el relajamiento que se produce por haber alcanzado el objetivo, la fatiga hasta ese momento imperceptible de nuestras piernas después de tantas horas de ascenso y la altura que nos hacía más desmañados, nos jugaron una mala pasada. Los menos experimentados nos empezamos a resbalar y a caer, nuestros dedos de lo pies empezaron a percutir contra la punta de nuestras botas y el temor a nuevas caídas nos hacía avanzar lentamente. Mona se llevó la peor parte, hasta en un momento rodó, pero gracias a su natural plasticidad no sufrió lesiones. La montaña se dice, se sube con el corazón y se baja con las piernas. Y a algunos nos faltaban piernas, pero sobre todo nos faltaba esa confianza para dar el paso justo, el paso firme y seguro, que se aprende con la experiencia. No hay forma de entrenar el descenso en Palermo. Los novatos se sorprendieron por esta situación. Yo no tanto. Vinieron a mi memoria mis anteriores descensos, sufridos, con moretones en las piernas y uñas negras como testigos.

Jaime, después de haberse emocionado con nosotros en la cumbre y creer que lo habíamos recuperado para el grupo, comenzó a alejarse pendiente abajo, acompañado únicamente por sus propios ángeles y demonios. No quería, creo, que la noche lo sorprendiera.

Y Sole, “La Tapada” tomó la posta y se puso el grupo al hombro, complementándolo al Perro, que a esa altura quizá ya estaba arrepentido de haber asumido semejante responsabilidad, no lo sé. Soledad cerró el grupo, ayudándonos a pararnos cada vez que nos caíamos, enseñándonos en dónde poner el pié, marcando el ritmo de descenso de los más retrasados e incluso porteando mi mochila cuando la desmoralización por un momento me había ganado.

Por suerte estos momentos, que risueñamente después de cada expedición me hacen repetir a quien me escuche “esta es la última montaña que hago”, después de un tiempo se olvidan y quedan solo los lindos recuerdos. Yo la llamo “amnesia pos montaña”. Sabia amnesia que me permitirá programar prontamente el próximo objetivo.

Y continuamos el descenso. El Perro parecía conocer a la perfección el camino; no titubeaba. Tenía el mapa del cerro perfectamente dibujado en su cabeza y nosotros lo seguíamos obstinadamente, porque se puede abandonar en el ascenso y pegar la vuelta, pero no existe la opción de abandonar en el descenso. Una verdad de perogrullo, pero una verdad al fin. 

Una hora antes de que anocheciera y aproximadamente a dos horas todavía del Refugio Grajales nos colocamos las linternas frontales preventivamente en nuestras cabezas. A las 20.00 horas anocheció y las encendimos justo cuando ya habíamos alcanzado el tramo más fácil del descenso, la última recta de suave pendiente hacia el arroyo y luego hacia Grajales. Todo bien calculado por el Perro, quien ya a tiro de radio se comunicó por handy con Carina en el campamento base. -Aquí el Perro para Cari, todo ok, cambio y fuera-.

El frío había comenzado a sentirse en nuestros rostros, manos y pies, sobrevolaba en el grupo un silencio expectante pero relajado, diría que hasta grato. Las luces del campamento se veían desde la distancia, después supimos que nuestros compañeros también veían con júbilo nuestras lucecitas, descendiendo zigzagueantes y ordenadas en perfecta hilera. A unos quinientos metros antes del campamento, con la complicidad de la noche que nos ocultaba, Mauro nos invitó por última vez a su acostumbrado ritual, esta vez agradeciendo a la Madre Tierra por habernos protegido en todo el trayecto y devueltos sanos y salvos. El objetivo único y excluyente se había logrado, volver sanos. Esta vez el trago de vino blanco fue más grande, dulce y reconfortante.

Y a las 21.00 horas, exactamente trece horas después de la partida, arribamos al campamento bajo un emocionante y sonoro recibimiento de todos nuestros compañeros, como si fuéramos héroes, donde para felicidad nuestra estaba también una Vicky ya repuesta y sonriente. Nos esperaron con infusiones, sopas y comidas calientes listas, que deglutimos con entusiasmo. Ese es el espíritu de grupo esperable. Eso es lo que hace a este grupo único e irrepetible. Se extendía una fuerte emoción compartida que nos hacía sentir que todos ese día habíamos alcanzado nuestras propias cumbres.

Emprendiendo el descenso a las 16.00 hs

Descendiendo con cuidado

Parte de acarreo limpio con pendiente difícil de descender

Descendiendo de noche una hora antes de llegar al campamento

Vuelta al campamento

En el campamento reponiendo energías.

Epílogo

Para explicar la decisión de haber seleccionado este objetivo, con un grupo de veinte personas, la mayoría no habituada a una montaña de altura, no tengo otra opción que hacer un poco de historia y caer en odiosas auto referencias.

Tengo 66 años y por profesión, Ingeniero Agrónomo, soy naturalmente un hombre del nivel del mar, que vivió y trabajó siempre en el plano; en tierras de trigo, soja, maíz y ganadería. Como yo siempre digo, soy por esas circunstancias casuales de la vida, un montañista de llanura.

A raíz de mi primer objetivo personal de montaña, el volcán Lanín, elegido con un grupo de amigos en el año 2015, sin ninguna razón muy profunda, decidimos entrenar unos meses antes, con la idea de acrecentar nuestras posibilidades de lograr la cumbre y esencialmente de disfrutar el camino. La mayoría de nosotros hasta ese momento, no teníamos ni idea de lo que era subir una montaña y en mi caso particular, ni de cargar una mochila y menos de dormir en una carpa. Era un perfecto novato.

Pero la semilla de esa magia que significa la montaña fue sembrada imperceptiblemente en ese momento en mí y hasta hoy nunca más me sentí ajeno a ella.

A esa edad, donde muchos ya están pensando en el retiro laboral y ni se les pasa por la cabeza iniciar nuevas actividades deportivas, se produjo un momento de quiebre en mi vida, porque tuve la oportunidad un poco azarosa de conocer a un grupo de entrenamiento muy singular con gente muy especial. En ese momento tardío de mi vida, mi cuidado físico y mental, a través de un entrenamiento grupal sistemático, se transformó en prioridad número uno. De la salud dependen todas las demás cuestiones de la vida, pensé.

Como yo lo califico, nuestro grupo de entrenamiento, es más bien un grupo de “auto ayuda”, que gracias al corazón y humanidad que le ponen todos, trasciende a un entrenamiento meramente físico, es virtualmente un entrenamiento de almas.

En ese contexto se generó un sentimiento de lazos muy fuertes, de desinteresada amistad, que no cae en lugares comunes y que cuenta con una dinámica que se retroalimenta permanentemente, con diversas salidas deportivas y de esparcimiento. Y el cerro Penitentes fue, seguramente, nuestra aventura más ambiciosa.

Penitentes, creo, tiene una secreta virtud. No está para nada comprobado, pero yo lo creo. Recompensa a sus visitantes si éstos lo han tratado con el debido respeto. Y en ese caso sus monjes oran por ellos. 

Y a nosotros nos recompensó con creces, primero con un día excepcional durante el ascenso y su vuelta y después con una noche sublime, iluminada por sus estrellas, con una calma y un cielo como nunca había visto antes. 

Salí de mi carpa en dos oportunidades durante la madrugada, en realidad de la carpa de mi gran amigo Roberto Orsi, con quien la compartía, donde pude contemplar alucinado ese cielo de belleza infinita y sumarme a la distancia a la carpa de los más jóvenes, tenuemente iluminada, donde se veían dibujadas en el interior sus siluetas. Jóvenes sanos de cuerpo y espíritu que no paraban de conversar, jugar y de reírse; de reírse porque se sentían inmensamente privilegiados; privilegiados por poder estar en el lugar justo, en el momento justo y con la compañía justa. Ahí estaba resumido en una sola escena el logro del proyecto. En la alegría de los más jóvenes en vela y en la paz de los más grandes descansando. Todos inmensamente satisfechos.

Un tiempo después, en la tranquilidad de mi hogar, me hice espacio para sacar las primeras conclusiones. Creo que erramos el objetivo para un grupo tan grande, variado e inexperto, creo que erramos el tiempo de aclimatación, quizá un día más en Refugio Grajales hubiera sido mejor para todos, creo que le asignamos injustamente demasiada responsabilidad a nuestros compañeros más expertos, sin siquiera dejarles elegir el objetivo. Quizá la zona de Vallecitos, con sus numerosos refugios a mano y la facilidad para descender en vehículo rápidamente hasta el nivel la ruta hubiera sido más adecuada para nuestra idiosincrasia. 

¿Fue una locura? probablemente, pero no me arrepiento de nada. El aprendizaje que tuvimos todos no tiene igual. La unión del grupo tanto ante la fortuna como la adversidad fue conmovedora. La respuesta frente a las incomodidades y nuestros límites fue impecable. La alegría que se percibió permanentemente fue inmensa. 

No habremos cumplido con una gran objetivo de montaña pero sí lo hicimos con un gran objetivo de vida.

Por último quiero agradecerle al querido Perro Mauro que me arrastró hasta la cumbre y a la “tapada” Sole que me apuntaló en el descenso, quiero volver a agradecerle al cerro Penitentes que nos recibió amablemente con su mejor clima y nos devolvió a salvo, quiero agradecerle a la vida que me dio otra vez más a los 66 años semejante oportunidad, y principalmente agradecerle a todos mis amigos; porque gracias a ellos que me acompañaron en esta aventura y que en esa noche me recibieron con ese alimento y corazón calientes, soy ahora mejor persona.

Buenos Aires, 24 de abril de 2022.-

 

 


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| COMENTARIOS(2)


09/08/22 10:22 Marcos:
Excelente crónica! Enriquecedoras reflexiones... sin haber estado ahí, me transporté a la expedición y me sentí casi casi parte de ella. Gracias.

15/08/22 01:04
Cecilia:
Excelente nota. Leerla me transporto a la montaña y senti su magia

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