En el mes de enero Cesarino Fava, Fausto Barozzi y Hector A. de la Vega luego de realizar 4 vivacs en esta larga pared llegan a la cumbre de esta hermosa montaña sanjuanina
Nuevamente, y por tercera vez, encamino mis pasos hacia el Cordón de la Ramada, soberbio conjunto de montañas que conforman una singular herredura, en la cual se destaca con su natural imponencia, el Cerro Mercedario de 6.770 mts., objetivo de nuestra expedición en esta ocasión. Era nuestra intención iniciar el ascenso por el lado sur, pared que ya había sido intentada en otras ocasiones, sin éxito completo.
El Cordón se halla situado al sudoeste de la ciudad de San Juan, y aproximadamente a 100 kilómetros al norte de Co. Aconcagua. Me acompañaban en esta ocasión el experimentado alpinista Cesarino Fava, del cual guardaré siempre mis más elevados conceptos en materia técnica alpina y calidad humana, y Fausto Barozzi, apasionado admirador de las montañas.
Al arribo de nuestro pequeño grupo, el 13 de enero, nos esperaban los siempre cordiales integrantes y ya viejos conocidos andinistas del Club Andino Mercedario, los cuales nos facilitaron alojamiento en su sede, lugar en la cual sólo permanecimos el tiempo necesario en espera del ómnibus que nos trasladaría con nuestro. equipo a la localidad de Barreal, aproximadamente 200 kilómetros de la capital de la provincia. En este tranquilo y hermoso paraje del valle de Cahngasta, se goza de un espectáculo poco usual en lo que a contemplación de altas cumbres se refiere, pues se destacan desde allí los picos del Cordón de la Ramada, Ansilta y su larga sucesión de cerros que en prolongada peregrinación siguen hacia el norte.
Nos hospedamos allí en la iglesia, en la que el padre Carlos de Caro cumple con su excelsa tarea misionera. Profundo conocedor de la zona y gran amigo de todos los andinistas, nos alojó y puso a nuestra disposición su inestimable cooperación. Al instante que depositábamos nuestra carga a nuestro arribo,, en forma casual trabamos conversación con el doctor Carvajal, quien nos invitó a almorzar a su finca para, más tarde, ofrecer su vehículo para trasladarnos hasta la junta de los ríos Los Patos y Blanco, distante 40 kilómetros, de Barreal. Allí quedaron con todo el equipo Fava y Barozzi, regresando yo con nuestro ocasional amigo y señora a fin de alquilar animales para transportar nuestra pequeña carga (unos 100 kilos). Cumplida la tarea, al día subsiguiente partí al mediodía con un caballo y un mulo, únicos animales estos, que pude conseguir en la ocasión, llegando a la nombrada Junta a las 20 horas, encontrando, en lugar de mis compañeros, una nota en la que me comunicaban su traslado hacia Casa Amarilla, puesto de la estancia El Álamo, próximo a la Junta, hacia donde me encaminé esa misma noche, reuniéndome con ellos, y por fin, sintiendo desde ese momento la iniciación de la expedición.
En los dos días que ocupamos en cubrir el trayecto hasta el campamento base, gozamos de las magníficas estribaciones, vegas, cascadas y detonantes colores con que obsequia este, uno de los valles más bonitos y húmedos de la cordillera central.
Arribamos al campamento base en una tarde muy ventosa, con clima frío y con evidentes síntomas de próximo mal tiempo. Allí permanecimos un día descansando y alimentándonos convenientemente, para luego, con toda nuestra carga para altura, iniciar el ascenso al Campamento 1, sito al pie mismo de la pared, a casi 4.750 metros.
Con buen tiempo y mejor disposición para la empresa, partimos al día siguiente desde este campamento. A poco de andar, y ya sobre el hielo perteneciente a la pared misma, noté un cambio fundamental en su constitución. Exactamente un mes atrás recorrí este mismo lugar con mi compañero Augusto Meguelle, en un intento que resultó fallido. En esta oportunidad se encontraba surcado de penitentes de hasta 1,60 metros de altura, y en aquélla era duro, compacto y completamente liso. Con facilidad, alcanzamos el lugar en que instalaríamos el vivac I, 5.200 metros. Era este el comienzo de un espolón que bordeamos desde el inicio, lugar que había sido utilizado anteriormente por otras expediciones.
Al día siguiente y con no muy buen tiempo, pues éste se presentaba frío y ventoso, remidamos la escalada con el firme propósito de alcanzar las estribaciones que observamos a 5.600 metros, y que consideramos podría ser nuestro próximo vivac. Lo alcanzamos en hora ya avanzada de la tarde y recuerdo que no tuvimos el privilegio de dormir uno junto al otro, comunicándonos calor, sino que debimos hacerlo separados. Nos ubicamos cada uno en lugares ya existentes preparados por la naturaleza, bien asegurados, ganando así tiempo al no construir una plataforma grande. En nuestro tercer día de pared partimos al vivac III, en el trayecto a éste, nos sorprendió una intensa lluvia de piedras que al desprenderse del balcón terminal, iniciaban una loca carrera en la cual pusimos todo nuestro empeño en no participar.
Habiéndolo alcanzado, estudiamos la situación, nos encontrábamos debajo mismo del balcón terminal, 6.000 metros, y calculamos que desde allí, podríamos superar el balcón de rocas que en este lugar, el centro mismo de la pared, podría ofrecer cierta dificultad. En estas circunstancias, nuestro compañero Barozzi, decidió quedarse en el vivac, convenientemente atado y en buenas condiciones físicas. Fava y yo continuamos hacia las rocas al día siguiente, logrando superarlas con gran esfuerzo, a las 4 de la tarde, debido a que su constitución, era la tan común "roca podrida" existente en casi todos los lugares de la cordillera norte. Nuestra alegría no tenía límites al observar que nos encontrábamos a escasos 500 metros de la cumbre sin dificultades técnicas que superar y en excelente estado físico.
Luego de pernoctar cómodamente, y en perfecto horizontal, en el que llamamos vivac IV a 6.300 metros aproximadamente, animados, nos dispusimos a emprender lo que consideramos la culminación de nuestro largo anhelo. Así, pues, debido a la inclinación de la pared, podíamos observar el vivac donde pernoctara nuestro compañero Fausto, y eso nos permitió ubicarlo en condiciones que nos llamó la atención y decidimos hacerle llegar nuestras voces para llamar su atención (distaban 300 metros aproximadamente). Cuando lo logramos, recibimos la terrible novedad que había perdido sus zapatos y bolso de dormir. La situación se presentaba extremadamente delicada, pues en el lugar en que nos encontrábamos, la altura y las condiciones climáticas hacían adivinar una tragedia.
Luego de depositar nuestros banderines, regresamos prestamente, llegando en horas del mediodía, donde encontramos un compañero desconocido. Notamos que sus movimientos eran indudablemente incontrolados, explicándonos que. durante la noche, había perdido el bolso de dormir donde estaban también sus botas.
Advertidos de la indisposición que sufría y contando Fava con una enorme experiencia en casos similares, fruto de sus expediciones al Aconcagua, iniciamos el descenso en condiciones realmente críticas. Contábamos con una sola soga de 40 metros y los cordines de seguridad comunes, lo que nos obligaba a encordarnos a Fava y a mí en cada extremo, y a su vez, a Fausto a tres metros de mí. Este se encontraba instalado sobre su mochila convertida en elemental trineo por Fava, descendería deslizándose pendiendo de nosotros.
Así tratamos de alcanzar el vivac II en nuestro quinto día de pared, no lográndolo, pues el descenso era dificultoso y por demás lento; necesitábamos descender de 30 en 30 metros para lograr asegurarnos mutuamente, así llegamos hasta una grieta de enormes dimensiones, situada a 5.800 metros en la cual debido al mal tiempo reinante, decidimos pernoctar y comer.
El estado de nuestro amigo había empeorado, lo notábamos completamente ausente de la situación en que nos encontrábamos, y para peor nuestra carga de gas estaba próxima a terminarse. Al día siguiente comprobamos el mejoramiento del tiempo e iniciamos nuevamente el descenso, tratando en lo posible de conservar nuestras fuerzas, nuestro amigo era incapaz de hacer todo movimiento y era este el sexto día de pared. Alcanzamos nuestro vivac II muy agotados y con gran deshidratación, no podíamos preparar bebida alguna por falta de gas, contábamos con una reserva en el vivac I, pero estaba muy lejos aún, la noche que pasamos en este vivac II la recordaré mientras viva, en las condiciones físicas y mentales que se hallaba Fausto, era prácticamente imposible contar con él, así que debimos sostenerlo casi toda la noche para evitar se deslice, no obstante eso, logró hacerlo en una ocasión y debí tirarme hacia el otro lado del pequeño espolón en que estábamos, logrando pararlo inmediatamente, todo esto transcurría en la noche y dentro de nuestros bolsos de dormir, Fausto naturalmente sin él. pero con un equipo de duvet completo con que contaba Fava, más tarde en un momento de delirio comenzó a decir que observaba helicópteros de rescate y luces por todas partes.
Con gran dificultad nos pusimos en camino nuevamente, esta vez tendríamos que alcanzar el vivac I de cualquier mañera, necesitábamos el gas que allí había. Llegamos a este al fin casi de nuestras fuerzas, pudimos beber y comer, cosa que actuó de manera milagrosa en todos nosotros, especialmente sobre Fausto quien comenzó a recuperarse rápidamente al día siguiente iniciamos la etapa final que nos llevaría al campamento I, donde nuestra carpa que en ningún momento de la ascensión habíamos dejado de ver, nos confortaría. Lograríamos allí alimentos en cantidad y sobre todo, agua que tanta falta nos hacía.
Luego de superar la rimaya inicial de la pared, nuestras dificultades fueron totalmente superadas, arribando al campamento I, separadamente, pues la evidente mejoría de Fausto nos permitió desencordarnos y avanzar así con mayor velocidad, siendo ésta, sin embargo, mínima.
Reunidos los tres en nuestro diminuto refugio de tela, nos dimos a la tarea de cumplir con nuestros anhelados sueños: simplemente comer y beber.
Al día siguiente antes que mis amigos despertaran, bajé al campamento base en busca de los animales que allí cerca dejamos, al llegar comprobé con tristeza que éstos se habían escapado, rompiendo las sogas que los sujetaban, en eso estaba cuando me sorprendió una nevada intensa que junto con granizo de dimensiones desconocidas para mí, me obligó a buscar refugio bajo las piedras del campamento base, y así permanecí comiendo y descansando en espera del nuevo día en que partiría en procura de los animales, los que según anteriores ocasiones, no podían estar muy lejos. Lentamente, pues mis pies no estaban en condiciones y mucho menos las manos, lo que me impedía atarme las botas, arribé en horas del mediodía a la Vega Grande, lugar sito a 10 kilómetros del base, allí hice un alto para almorzar y recibí la profunda emoción de ver llegar a un jinete, era éste don Manuel González, baqueano de los buenos, al que yo conocía por haber estado con nosotros en ocasión anterior, llegaba arriando las muías que transportaban el material de la Expedición Japonesa, así mismo me comunicó que mis animales los traía él y en dos o tres horas llegarían el resto de la expedición.
Con mis animales listos, partí al día siguiente, luego de gozar de la hospitalidad de la gente sanjuanina y japonesa, a los que hago llegar mi más sincero agradecimiento. Llegué al base en poco tiempo, esta vez montado, y hallé en él a Fava, que había bajado el día anterior, me comunicó que Barozzi no estaba en condiciones de hacerlo aún, decidí partir en su búsqueda acompañado de Nao, quien se ofreció gentilmente a hacerlo. A poco de alcanzar los morenas que tocan la pared del Mercedario, algo así como la mitad de camino, nos llenó de júbilo la presencia de Fausto, quien con el resto de material en su mochila, descendía en medio de pertinaz nevisca.
Ya en el base, y reunidos nuevamente, nuestro pequeño grupo gozó de las delicias que otorga el compañerismo montañés y la tranquilidad de ver nuestros miembros en situación de recuperación.
Partimos con premura en busca de Barreal, luego de permanecer un día en el base, llegamos dos días después, todo un récord, para nuevamente gozar de la siempre gran compañía y los favores del padre Caro, mientras saboreábamos los platos deliciosos, surgidos de las manos de doña Neneca. En vertiginoso regreso se suceden nuestro arribo a San Juan, la presencia y hospitalidad del presidente del Club Andino Mercedario, don Pascual Iseñy y familia, el largo viaje hacia Buenos Aires y por fin, nuestros hogares.
Agradecemos a quienes impulsados por su espíritu de solidaridad, nos ayudaron en esta empresa.
Y así doy por concluida la nueva experiencia de una ascensión accidentada, mas queda por detrás la ascensión de la pared sur y la honda satisfacción por estar todos de regreso en casa lo que significa en la ocasión, todo un éxito.
- Revista "La Montaña ", N° 10 Junio 1968
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