La amante y compañera inseparable de Fédéric Louis y de la Montaña
Biografía de Dora Eisenhut de Marmillod
- Por José Herminio Hernández. Montañista, Coronel (RE) -
Restauración Fotográfica: Centro Cultural Argentino de Montaña, Natalia Fernández Juárez
Nació en Trogen, cantón de Appenzell, Suiza, el 9 de noviembre de 1914. Fue la menor de cuatro hermanos. A los nueve años, al fallecer su padre, la familia se debió trasladar a Montreux, a orillas del lago Lèman, en donde su madre, para seguir educando y alimentando a sus hijos abrió una pensión. Dorly, la llamaban desde su niñez, tanto su familia, como sus amigos.
Dorly Eisenhut, fue la más joven de cuatro hijas, había nacido en la parte de Suiza que habla el alemán, en una familia de origen suizo-alemana. Su padre, era juez, el cual murió cuando ella era aún pequeña, tenía solo 9 años, por tal motivo, su madre se mudó junto con su familia a Montreux, y luego, a Lausanne. Dorly, creció en una atmósfera de disciplina y autoridad, derivaba de una familia que le hacía honor a su apellido; Eisenhut, quiere decir, sombrero de hierro.
La señora Eisenhut, en la nueva localidad, en donde se había trasladado, alquilaba habitaciones a profesores y estudiantes, que iban al Este de Suiza, para estudiar francés; una de estas inquilinas, fue Marguerite Forster, una prima americana de Dorly, quien recordaba los buenos momentos pasados con la familia, llenos de alegría y felicidad. Marguerite Forster, nos relataba de esos años: Teníamos un departamento grande con una vista hermosa a los Alpes de Savoy. Dorly, era una persona muy sociable, tenía muchas amigas.
Realizábamos frecuentes excursiones, íbamos a esquiar, jugábamos al tenis, y nadábamos en el río, caminábamos muchísimo, subíamos y bajábamos las colinas. En invierno, tomábamos un tren a Les Avants y realizábamos esquí de travesía por muchas horas, había nieve en todo nuestro alrededor todo el día. A veces, esquiábamos algunos kilómetros, luego nos sacábamos los esquís y los cargábamos el resto del camino.
La madre de Dorly era bastante estricta, y se preocupaba mucho por nosotras. Recordando que, luego de quedar viuda, debe haber sido muy duro para ella llevar adelante el hogar y muchas veces hasta rabiar con las chicas adolescentes que querían salir a conocer los alrededores de la zona donde nos hospedábamos. Dorly, era buena en todo lo que hacía: deportes, danza, tareas del colegio, tocando el piano. Tenía una maravillosa y extrovertida personalidad, llena de entusiasmo y alegría de vivir.
Tenía muchos admiradores, pero solo los tenía como amigos, hasta que conoció a Fédéric Louis. Era una joven atractiva, delgada, atlética y sana. No era vanidosa; un detalle que la distinguía, estaba orgullosa de sus dientes blancos y parejos; procuraba mantener una figura esbelta, y odiaba tener que usar lentes a pesar que los necesitaba. En cuanto podía, salía sin ellos.
Era encantadora y siempre estaba disponible para sus amigas y su familia. Mientras que Fédéric Louis, era también muy sociable y le gustaba compartir con nosotras. Hacían una pareja ideal y creo fueron realmente creados uno para el otro.
Recuerdo, algunas caminatas e idas a escalar con ellos y otros amigos. Una vez escalamos el Dent d`Oche; fuimos en bote a lo largo del río a Evian, y caminamos alrededor de ocho horas desde donde nos bajamos del barco a la cima de la montaña. Pasamos la noche en la montaña, en una cabaña del Club Alpino Francés. Fue hermoso allí arriba! Dorly y Fédéric Louis, estaban entusiasmados por las características de la montaña, por las abruptas paredes, y recuerdo la alegría de Dorly, cuando volvió de una de esas expediciones, exclamando: C'était fantastique!
Fédéric Louis y Dorly, encontraron ambos el compañero ideal uno para el otro. Ambos poseían una gran resistencia física y perseverancia, y sus personalidades pegaban y se complementaban mutuamente. Como la depresión mundial perforó la economía suiza, Fédéric Louis, dejó la universidad de Lausanne para estudiar ingeniería química. Durante sus estudios, tomó un trabajo en los Laboratorios Sandoz, la compañía química y farmacéutica en Basel.
Le dijeron que regresara cuando tuviese su doctorado en mano.
Desde el principio, fue él quien le inculcó su pasión por la montaña y juntos recorrieron los Alpes en toda su extensión. Escalando numerosos picos y efectuaron largas travesías por su tierra natal, Suiza, y luego por Francia y también por Italia.
Pero que mejor recordar cómo se conocieron;principio de la década de 1930, Germaine, una de las dos hermanas de Fédéric Louis, le realizó un pedido, dado que una de sus amigas del colegio se estaba atrasando en sus clases de matemáticas, le requirió que le diera algunas para nivelar esta materia y para poder estar al mismo nivel que el resto de las compañeras.
Fédéric Louis, este joven muchacho suizo, atlético, cuando uno mira sus fotos, tal cual era en persona, podemos decir que era un joven que trasmitía paz, alegría y bondad, así lo definían muchos amigos argentinos que compartieron posteriormente momentos con este montañés; le fue presentado a Dorly Eisenhut; bajo su enseñanza, Dorly, finalizó sus estudios y sacó adelante su materia, gracias al apoyo que le había dado su maestro. Maestro que lo fue también, en la enseñanza de los primeros pasos en el deporte de montaña, el alpinismo.
Luego de un período de romance con Dorly, Fédéric Louis, fue su compañero inseparable, no sólo en la montaña sino durante toda su vida. Su compromiso de matrimonio se concretó, en el año 1934.
Para esa fecha, Fédéric Louis, ya era doctor en Química, título que obtuvo en Lausanne, al mismo tiempo que se recibió como instructor de esquí, en la Escuela Suiza de Esquí.
Por razones de su trabajo, y ya casados, debieron viajar a Chile y luego, recorrieron varios países de América, en donde el doctor Marmillod, inició un largo periplo de carrera profesional, con la firma suiza Sandoz Farmacéutica, actualmente Novartis.
Descubrir la columna vertebral de la Cordillera de los Andes, fue el inicio de una profunda fascinación por la montaña, que exploraron juntos, de manera incansable, desde el año 1938, fecha en que llegaron a Chile, hasta que abandonaron el continente en el año 1959.
Varios picos andinos fueron vencidos por el matrimonio, a la vez que inauguraron varias primeras ascensiones.
Dorly, debe ser considerada una pionera femenina en esta actividad. Y esto lo logró, pese a la precariedad de equipos, de alimentos, de vestuarios, etc. Nada frenó a esta entusiasmada pareja que se refugiaba en el silencio y la tranquilidad de las montañas.
A lo largo de su recorrido por los distintos países de América, fueron cosechando amigos y compañeros de cordada, y como recordatorio de tales empresas y países visitados, también engendraron sus cuatro hijas.
Esos lugares fueron México, Venezuela, Perú y Argentina, cada uno con el recuerdo invalorable del nacimiento de sus más caros tesoros, sus hijas. Y en esas montañas depositan su intenso amor.
El arribo a Santiago de Chile, les permitió disfrutar todos los días del paisaje de la cordillera andina, en la que muy pronto empezaron a cosechar cimas.
Comenzaron por el cerro El Altar, de 5.222 metros y con La Paloma, de 4.930 metros. Ambos escalamientos los realizaron, en el año 1938. Luego, siguieron el nevado del Juncal, de 5.925 metros, coronado el 28 de diciembre de 1938, siendo la primera mujer en realizarlo y el Alto de los Leones, de 5.380 metros, el 11 de abril de 1939, que fue junto al andinista chileno Carlos Piderit, el primer ascenso al cerro.
Sobre esta última ascensión, la revista Andina de Chile, en su número 95, en una de sus páginas, hace referencia de esta destacada actividad: Los Marmillod, fueron socios del Club Andino de Chile, además, del Club Alpino Suizo; llegaron muy jóvenes a Chile, para hacer alta montaña, y pronto reconocieron las cumbres altas que más interesaron al andinismo chileno en gestación; así dejaron sus tarjetas de visita en los picachos más apetecidos de la época, como el Alto de los Leones, el Juncal, el Altar, en la cordillera central chilena.
La primera ascensión al cerro Altar de los Leones, fue realizada por este matrimonio y por el andinista chileno Carlos Piderit, quien nos relató este hecho de la siguiente manera:
“Después de la tentativa realizada en los primeros días de marzo último, desde el lado Sudoeste Valle de los Leones y cuyos resultados dimos a conocer, decidimos intentar la ascensión por el Valle del Juncal. Esta ruta nos había sido sugerida como probable por el doctor Marmillod, anteriormente, y aún cuando contábamos con pocas probabilidades de buen tiempo debido a lo avanzado de la temporada, resolvimos aprovechar el feriado de Semana Santa, para hacer realidad nuestro propósito.
Partimos de Santiago, el viernes 7 de abril. La expedición se componía del doctor Marmillod y señora y de nuestro Vicepresidente Carlos Piderit. Gracias a la gentileza del consocio señor Fitze, nos fue posible llegar temprano a Juncal.
Aquí nos esperaba nuestro arriero Manuel Ahumada, quien nos condujo hasta el campamento base, levantado al pie mismo del Alto, a una altura aproximada de 3.100 metros, en el acarreo izquierdo del ventisquero del Juncal. Desde aquí delineamos con precisión el itinerario de la ruta.
Esta se dirige primero en dirección Sudoeste hacia un ventisquero independiente incrustado en la pared. Enseguida sube verticalmente doscientos metros, bajo el filo superior de ésta, y se dirige suavemente en dirección Norte, cruzando por encima de un muro de característico color morado, toda la parte superior de la pared, para llegar al portezuelo de acceso al ventisquero colgante de la cumbre.
De aquí, la ruta sigue por el medio del ventisquero hasta la cumbre. El día jueves 8 de abril, salimos temprano, subiendo por los acarreos en dirección del pie del ventisquero independiente. Escalamos por los rodados y encañados a la derecha del ventisquero, alcanzamos la cuenca superior de éste. Aquí instalamos nuestro campamento1, en un rincón al finalizar el ventisquero.
Al día siguiente, atacamos inmediatamente la pared vertical, a cuyo pie quedó nuestra carpa instalada, sólo nos llevamos nuestros sacos de dormir.
Subimos primero unos cien metros por un encañado, amenazados constantemente por los rodados de piedra. Al término del encañonado salimos a la izquierda, siguiendo la ascensión primero por un filo, y luego por terrenos irregulares hacia la izquierda.
Ciento cincuenta metros más arriba, nos vemos obligado a retornar hacia el filo nuevamente, para subirlo verticalmente durante un corto trazo. Seguimos ascendiendo directamente por un terreno en que se alternan numerosas pasadas de rocas compactas y rodadas.
El terreno se iba angostando hasta terminar en una pared vertical. Una cornisa nos permitió salir fácilmente hacia la izquierda, dándonos paso a los canales que suben hasta cerca del filo, en dirección de un portezuelo.
Este portezuelo es el mismo a que nos hemos referido como vía posible subiendo por el lado del valle de Los Leones; es el primero al Sur del Alto, estando separado de éste por una prominencia rocosa. Escalamos verticalmente en dirección al portezuelo, sorprendiéndonos la noche a una altura aproximada de 4.800 metros.
Después de forzar un paso muy difícil y escabroso, encontramos un pequeño lugar escasamente amplio para extender nuestros sacos de dormir. Un viento helado y penetrante nos obligó a refugiarnos en nuestras camas, prescindiendo de comer. A pesar de la buena calidad de nuestro equipo de montaña, el intenso frío de esa noche no nos permitió dormir un solo instante, quedando relativamente protegidos en nuestros sacos de dormir.
Al día siguiente, nos tocó decidir la posibilidad de cruzar la pared hasta el ventisquero de la cumbre. Empezamos subiendo unos cincuenta metros, llegando hasta el pie de la última parte de la pared, que desde aquí se eleva verticalmente hasta el filo.
Con satisfacción, encontramos una buena cornisa que nos permitió salir hacia la derecha; esta cornisa va seguida de otra y luego de una tercera que sube suavemente hasta llegar al portezuelo de acceso al ventisquero superior.
A las cuatro de la tarde, llegamos al ventisquero, donde recién, con gran alegría, presentimos que el camino a la cumbre estaba libre.
En efecto, nos separaba solamente el ventisquero colgante, además de un desnivel de 200 a 300 metros. Por la noche, mientras el frío nos atacaba, tratamos de descansar, pues fue completamente imposible dormir.
Durante la vigilia contemplamos las estrellas y la cercana cumbre del Alto de los Leones, que parecía invitarnos a escalarla.
Al día siguiente, martes 11 de abril, atacamos temprano la subida del ventisquero. La pendiente general no era relativamente muy pronunciada, pero la nieve nueva obstaculiza desde el primer momento la ascensión, pues nos hundíamos profundamente. Por otra parte, las grietas que no eran numerosas, eran sin embargo de tamaño considerable y nos obligaba a dar grandes rodeos.
Por suerte encontramos en cada oportunidad un puente, aunque a veces muy frágil y escabroso. El tiempo transcurrió más rápidamente de lo que habíamos calculado, esforzándonos por vencer la nieve, la altura y la rarefacción del aire.
Por fin, a las quince horas, después de vencer la última grieta, pisamos la cumbre del Alto. La cumbre principal, estaba formada por el ventisquero en su punto más alto, cien metros al Norte se encuentra la segunda cumbre rocosa, algunos metros más baja que la primera, desde la cual, se domina el portillo de la Yeguas Heladas y el valle inferior de los leones, estando unidas las dos cumbres por una extensa planicie de hielo.
En la cumbre Norte construimos una pirca donde colocamos la caja con el nombre del Club Andino de Chile, caja que contenía una libreta para las firmas y nuestras tarjetas.
También dejamos en la pirca una piqueta, para que sea devuelta al Club Andino de Chile, por la próxima expedición, tal fue la condición que se anotó en ella. Demoramos una hora en la cumbre en levantar la pirca y tomar varias fotografías.
El día, excepcionalmente hermoso, nos permitió admirar los cerros Cuerno, Aconcagua, Los Gemelos, León Blanco, León Negro, Juncal y el cordón del Altar y el Plomo, además de muchos otros cerros lejanos.
A las dieciséis horas, iniciamos el descenso, poniendo mucho cuidado al cruzar las grietas, llegando a las dieciocho horas al lugar donde dejamos nuestros sacos, muy cerca del portezuelo. Las bebidas calientes preparadas en nuestro anafe, no alcanzaron a devolvernos el calor y el ánimo necesario para celebrar el triunfo.
Después de una tercera noche triste, iniciamos la bajada de la pared por el mismo camino de subida, llegando a las dieciocho horas a la carpa, completamente agotados. Por primera vez probamos una suculenta sopa, la que por unanimidad y por la originalidad de su composición se bautizó como sopa de Leones.
Al día siguiente, bajamos en dos horas hasta el campamento base, donde encontramos a don Manuel, que nos trasladó hasta Juncal en tiempo récord, para alcanzar la combinación y luego llegar a Santiago, a las veintitrés horas, donde nos esperaba una agradable acogida. Como conclusiones de la expedición podemos citar:
Mantenemos la convicción de que la ruta seguida fue la más indicada, sino la única, para subir el Alto.
En relación con las vías que se podrían encontrar en la pared Oeste, lado del valle de los Leones, tiene la ventaja de ser mucho más seca; nosotros encontramos la pared libre de hielo y nieve. Conviene intentar esta ascensión más bien al fin del verano, es decir, en los meses de febrero a marzo, cuando se alcanza un grado de sequía conveniente.
Sin embargo, no se pueden evitar los rodados de piedra, bastante peligrosos en cualquier lado. Hemos sufrido bastante con el frío, debido a lo avanzado de la temporada.
En lo que se refiere a las dificultades técnicas, hay que decir que ellas, aún cuando no sobrepasan un grado mediano para la categoría de este cerro, son sin embargo, superiores a las que se encuentran generalmente en la cordillera central.
La mayor dificultad fue la obligación de escalar desde una altura de tres mil metros hasta los cinco mil cuatrocientos metros, por pendientes excepcionalmente pronunciadas y con una carga que necesariamente tenía que ser muy pesada.
Recordemos que desde el campamento base hasta la cumbre, ida y vuelta, empleamos más de cinco días, lo que se puede considerar como un tiempo regular para esta época del año.
De esta misma expedición se puede citar la publicación del diario El Mercurio de Chile, artículo escrito por el ingeniero Ruperto Bahamondes, en la primera ascensión al cerro Alto de los Leones, de 5.400 metros sobre el nivel del mar, cuyo título dice: Ante una hazaña andinística, y a continuación se transcribe: Parecerá a muchos candoroso y hasta revelador de una inexplicable ligereza de ánimo destacar y celebrar una proeza deportiva en estos momentos de justificada preocupación ciudadana. ¿Que alguien ha logrado escalar hasta su cima el cerro tal? ¿Que ello era muy difícil? ¿Y qué? ¿No podrían emplearse esas energías en cosas más útiles? Y desdeñosamente apartarán sus ojos, deseándole “in mente” al articulista ingenuo, que se vaya él también, a la punta del cerro tal. Expresión gráfica y tradicional con que en Chile, país de montañeses, se ha menospreciado en otro tiempo el deporte de montaña, significando que las cumbres de los cerros son sitios de penitencia para gentes odiosas o majaderas. Bromas aparte, la verdad es que el escalamiento del cerro Alto de los Leones, realizado por el destacado representante del Club Andino de Chile, don Carlos Piderit y una joven pareja de alpinistas suizos, el matrimonio Marmillod, es una hazaña estupenda. A semejanza de las Torres del Paine, en la Patagonia, este célebre cerro presenta en su parte alta una impresionante columna cuyos flancos se apartan muy escasamente de lo vertical. Vencerla fue el sueño de muchos andinistas y contra ella, se estrellaron los más esforzados escaladores de montaña, aun aquellos venidos de los Alpes en busca de cumbres vírgenes, verdaderos especialistas de alpinismo acrobático del más atrevido y peligroso estilo. Al respecto, el señor Piderit nos relataba en El Mercurio, con términos sencillos, en los que no hay asomo de orgullo y de soberbia, las peripecias de la jornada memorable:
Tres noches a la intemperie, adheridos a la pared del macizo y suspendidos sobre el abismo, bajo un frío intensísimo, hablan elocuentemente de la calidad excepcional de los expedicionarios. Mueve en especial a admiración el temple de la señora Marmillod. Quien la conozca, quedará maravillado de que bajo su apariencia suave y gentil, delicadamente femenina, esconde tal capacidad de sufrimiento y tan formidable acopio de energía física, milagros de la mística alpina. Repetimos que la ascensión al cerro Alto de los Leones, ha sido una proeza magnífica que ha hecho vibrar de entusiasmo y admiración a todos los andinistas de Chile, con tanta mayor razón, cuanto que el triunfo es compartido por uno de sus mejores hombres y es por lo tanto, un triunfo chileno.
Poco después, los Marmillod, fueron transferidos a México, donde llegaron a escalar nueve cumbres importantes, entre las que pueden mencionarse: el 9 de marzo de 1941, el Fraile de Actopan, siendo la segunda coronación femenina, de 3.000 metros, el Popocatepetl, de 5.432 metros, en Semana Santa de 1941, y además el nevado de Toluca, el Iztaccihuatl y el Pico Orizaba, siendo este último, el más alto de este país, más cuatro cerros de 4.000 metros aproximadamente, el Malinche, el Cofre de Perote, el cerro de Zempoála, el Ajusco. Todos estos escalamientos se concretaron alrededor de los años 1940 y 1941.
Poco después, justo cuando está dentro de sus planes regresar a su tierra natal, los cruentos vaivenes de la Segunda Guerra Mundial, hicieron que el matrimonio sea traslado hacia Caracas.
En Venezuela, el doctor Carlos Chalbaud Cardona, en su libro Expediciones a la Sierra Nevada de Mérida, describió que, la señora Dora de Marmillod, fue la primera dama que conquistó la cima del pico Bolívar, en el año 1942.
En esta localidad venezolana, precisamente en el museo Casa de los Antiguos Gobernadores, hay una sección destinada a exponer cuadros de los exploradores y andinistas más destacados que pasaron por el lugar, donde se encuentra un retrato de Dorly. Según andinistas venezolanos, Dora Eisenhut de Marmillod, fue calificada como la mejor andinista femenina de todos los tiempos, que visitó la Sierra Nevada. En efecto, ella fue la primera dama que coronó el Abanico, de 4.900 metros y el Pico Bolívar, de 4.979 metros, este último, el más alto de este fértil y hermoso país. Tales ascensos los realizó en compañía de su querido esposo Fèdèric, en el mes de septiembre de 1942. Enrique Bourgoin, le confirió el título de la Reina de la Sierra Nevada.
Posteriormente, el matrimonio se trasladó a Bogotá, Colombia, en donde ascendieron a la Sierra Nevada de Santa Marta. Allí conquistaron los picos Tairona, de 5.000 metros el 20 de febrero de 1943, siendo la primera ascensión femenina, la realizada por Dorly, El Guardián, de 5.285 metros, el mismo día que el cerro anterior; Simmons o Sintana, de 5.660 metros, el 24 de febrero de 1943, siendo su primer ascenso al cerro; Colón, de 5.775 metros, Bolívar, de 5.775 metros, el 3 de marzo de 1943, siendo la primera ascensión femenina, también, y la primera travesía entre ambos cerros, además, los picos más elevados de Colombia; Ojeda I, de 5.490 metros, el 9 de marzo de 1943 y La Reina, de 5.535 metros, el 10 de marzo del mismo año, siendo todo esto un récord que lo cumplieron entre febrero y marzo de 1943.
Asimismo, en la Cordillera Central, ascendieron al Nevado de Tolima, de 5.215 metros, en abril de 1943, siendo la primera ascensión femenina y la apertura de una nueva vía por la vertiente Sureste, conformando la cordada junto a S. Probosky; y al Volcán Puracé, de 4.750 metros. Por último, entre los años 1943 y 1944, realizaron en la Sierra Nevada de Cocuy, los cerros de la Plaza, de 4.957 metros, el 29 de diciembre de 1943, siendo el primer ascenso, conformando la cordada con Erwin Kraus; el Pico Castillo, de 5.123 metros, el 31 de diciembre de 1943, siendo el primer ascenso, conformando la cordada con Erwin Kraus; Campanilla Grande, de 4.886 metros, el 3 de enero de 1944, también su primer ascenso junto con Erwin Kraus, y el Púlpito del Diablo, de 4.711 metros, el 4 de enero de 1944, su primer ascenso conformando la cordada junto con Erwin Kraus.
En junio de 1944, ascendieron el cerro Santa Cruz, en la Cordillera Blanca del Perú, llegando a los 5.800 metros; el 14 de agosto de 1945, ascendieron el nevado de Millwaqocha, de 5.480 metros, siendo éste su primer ascenso; en este mismo mes, intentaron nuevamente, el Santa Cruz, arribando a la misma altura del anterior intento; el 12 de junio de 1948, ascendieron el Carhuac, de 5.110 metros, conformando la cordada F. Marmillod, B. Lauterburg, R. Schmid y F. Sigrist, siendo el primer ascenso; el 17 de junio de 1948, la misma cordada ascendió por primera vez el Cashán, de 5.723 metros y el 5 de julio del mismo año, el Pucaranra, de 6.156 metros; el 20 de julio de 1948, coronaron por primera vez el Santa Cruz, de 6.241 metros, esta vez la cordada estuvo integrada por F. Marmillod y A. Szepessy, y en septiembre de 1949, realizaron un intento a la aguja Nevada, de 5.886 metros; el 9 de julio de 1944, ascendieron el Rajuntay, de 5.477 metros, en la Cordillera de la Viuda, siendo el primer ascenso al mismo.
Al finalizar la guerra, regresaron a su patria; sin embargo, no estaban preparados para el bajísimo standard de vida de la Postguerra y entonces prefirieron volver a Sudamérica. Ello sucedió a principios de 1947. Buenos Aires, si bien alejado de los Andes, resultó ideal para su vida familiar y para concretar la educación de sus cuatro hijas, nacidas entre 1940 y 1948.
Luego de todo lo descripto, no fue de extrañar, que finalmente, fueron atraídos por el Monarca de los Andes, el cerro Aconcagua, quien ejerció sobre esta destacada pareja de andinistas una atracción particular, un verdadero hechizo. Y a tal punto se produjo esto que, ambos entre otros, regresaron a él una y otra vez, en cada oportunidad que podían, ya sea solos o acompañados por otros andinistas, tales como, Fernando Grajales, Otto Pfenniger, el Teniente Francisco Gerónimo Ibáñez, Koni Brunner, todos destacados andinistas de un gran nivel, en ese momento.
Al conocimiento profundo y técnicas impecables, se sumaron entonces a la amistad y el cariño que esta pareja les despertó y brindó en cada uno de los emprendimientos compartidos. El 13 de febrero de 1948, ascendieron el cerro Cuerno, de 5.462 metros, realizando una nueva vía por la cara Sur y el filo Oeste, conformando la cordada junto a K. Brunner y O. Pfenniger, convirtieron a Dorly, en la primera mujer en realizarlo.
El 18 de febrero del mismo año, la misma cordada realizó por la ruta normal, el cerro Aconcagua.
En la revista Aus Helvetia, fechada el 19 de marzo de 1948, el ingeniero Konrad Brunner, realizó una descripción de la primera ascensión de los Marmillod al cerro Aconcagua, de 6.962 metros, el 18 de febrero de 1948: En el local del Club Académico de los Alpes de Zürich, existe hace años, una vieja, alta y pesada piqueta de hielo.
Esta piqueta conduce nuestros pensamientos a los primeros tiempos en que se realizaban los ascensos del Aconcagua. Roberto Helbling, un conocido andinista suizo que ascendió el cerro sin compañía, o mejor dicho lo acompañó hasta la Canaleta, del alemán Reichert, y luego siguió sólo, bajó la piqueta del cerro Aconcagua, el 31 de enero de 1906, otorgándole de esta forma el carácter de trofeo a la piqueta.
Nueve años antes Matías Zürbriggen, ascendió también en forma solitaria, esta máxima elevación de América. Un mes después, lo ascendieron dos acompañantes de la misma expedición a la cual pertenecía Zürbriggen, la conducida por Fitz Gerald, el inglés Stuart Vines y el italiano Nicola Lanti. La piqueta que dejó Vines, la descendió Helbling, diez años después y se encuentra en Zürich.
Después de esos dos ascensos realizados por dos suizos, hubo por muchos años, tranquilidad en la cima de la montaña. Desde el año 1925, existieron ya treinta grupos de diferentes orígenes: ingleses, alemanes, italianos, argentinos, polacos y chilenos, que ascendieron la cima, pero ningún integrante era de origen suizo.
Si analizamos la historia de los ascensos de esta montaña, nos asombra el número elevado de accidentes, con relación a los ascensos logrados. Surgen entonces las siguientes preguntas: ¿Presenta esta montaña tantas dificultades?, ¿Existen peligros no comunes? No. Ninguna de estas víctimas se precipitó a una grieta, ninguno de los accidentados fue víctima del golpe de una piedra, o de una avalancha.
Todos murieron como consecuencia del cansancio, originado por las tormentas y el frío, andinistas que no tuvieron más la fuerza de escaparse de los extensos campos de esta montaña. Falta acá arriba “La Cuerda”, ese objeto que obliga al más débil a seguir al más fuerte, y que sostiene al más fuerte junto al más débil.
Para un grupo bien provisto, que además se mantiene unido en los buenos y malos momentos, el peligro de esta montaña no es superior a lo que presenta la cumbre de una alta montaña de los Alpes.
El pensamiento de ascender el Aconcagua, se convirtió en una determinación; los preparativos comenzaron en silencio.
Probamos nuestro equipo, hicimos una lista de provisiones, probamos en una caminata nuestros nuevos zapatos de montaña, buscamos la autorización militar obligatoria, pedimos nuestros pasajes vía tren a Mendoza, un auto que nos llevara a nosotros y a nuestro equipaje a Puente del Inca, así como mulas y baquianos.
Qué milagro, todo pareció funcionar. Hace una semana estamos en la zona. Desde Puente del Inca, ya en mula y ya a pie llegamos a través del valle de los Horcones a Plaza de Mulas, 4.300 metros sobre el nivel del mar. Nos encontramos por casualidad con una expedición mexicana. Más tarde ascendimos, para acostumbrarnos a las alturas, el cerro Cuerno, de 5.462 metros, que nos recuerda mucho a los Alpes.
Los mexicanos y también el ejército argentino, que nos proveyó con mulas, carpas y material para el ascenso, retornaron al valle. Nos encontramos solos en Plaza de Mulas. Todos teníamos la sensación de estar acostumbrados a la altura y de estar descansados. Así es, que decidimos iniciar el ascenso al día siguiente.
El día transcurrió con los preparativos de nuestra marcha, incluso el de preparar té para la mañana siguiente, de modo de evitar toda pérdida de tiempo.
El 17 de enero a las siete y treinta, dejamos nuestro campamento, para alcanzar el Refugio Plantamura, sobre el costado Oeste del Aconcagua, a 5.900 metros. Detrás de nosotros, brillaban los glaciares del Cuerno, con el sol de la mañana. Debimos ascender algunas horas, en la sombra del Aconcagua, hasta que nos alcanzaron los primeros rayos del sol. Lentamente se abre el panorama. Al Cuerno se une el Catedral, luego el Pan de Azúcar y el cerro Tres Dedos. Posteriormente, observamos, al Sur, el Juncal, Alto de los Leones, Nevado del Plomo, etc., al Norte aparecen las superficies glaciarias del Mercedario, cerro Ramada y muchas otras cimas con y sin nombre.
Subimos lentamente y cada hora hacemos una pausa. La ruta es clara y no se puede uno perder. A las diecisiete estamos en nuestro objetivo, una cabaña de madera de dos metros y medio por igual medida de base y uno y medio de alto en el medio. Comemos con mucho apetito, una suculenta cena: sopa de arvejas, thon, queso, frutas conservadas, biscuit y café. Se escucha el zumbido del calentador hasta entrada la noche, para calentar la comida y el ambiente también. Estamos en nuestras bolsas de dormir, cuando Freddy, llena el termo con té. Miércoles, son las cinco y treinta, el despertador de bolsillo nos recuerda nuestro programa; pero están tan calentitas nuestras bolsas!
Cocinamos nuestro desayuno y nos preparamos para la marcha. Vestidos con nuestra ropa interior de lana, dos camisas, dos pulóveres, sacos, traje para protegernos del viento, gorro de lana, dejamos nuestro refugio, al frío helado de la mañana.
Ascendemos lentamente. El camino es fácil de hallar. El sol no quiere llegar, pero nos calentamos con nuestros movimientos. Ascendemos y ascendemos; cada tres cuartos de hora hacemos una pausa, tomamos té y comemos algo.
Cada vez estamos a más altura y a las quince llegamos al pie de la Canaleta, con aproximadamente trescientos metros de desnivel más, estaremos en la cumbre.
Esta Canaleta fue, para muchos la razón de su retorno. No tiene complicaciones técnicas, pero a estas alturas poner en movimiento una sola pierna, cuesta un gran esfuerzo. Sólo aquel que tenga grandes reservas puede hacerle frente a la Canaleta. A las diecisiete y cuarenta y cinco, tocamos la cumbre.
Somos cuatro suizos, lejos de nuestra patria, unidos por el encanto que tienen las montañas, Dorly Marmillod, Federico Marmillod, Otto Pfenniger de Santiago de Chile y el suscripto, Conrado Brunner, de la ciudad de Buenos Aires; lo cual, permite que nuestros corazones retumben fuertemente al estar sobre el pico más alto del continente. Para mis compañeros era la culminación de muchos otros ascensos a otros picos de los Andes. Pero el halago principal es para nuestra compañera, que se adjudicó iguales obligaciones que nosotros y estaba tan radiante como nosotros sobre la cumbre.
Dos mujeres estuvieron antes que ella en este lugar, ambas murieron en forma trágica. Ellas eran, Adriana Bance, compañera de Link, y María Canals Frau, compañera y novia de Pepe Colli.
Nos quedamos hasta las dieciocho y treinta en la cumbre. Todas las otras montañas están muy abajo.
Las nubes se unen y comienza a caer la nieve. En un tiempo corto todo alrededor de nosotros está blanco. Así que descendemos bajo otras condiciones, muy unidos y en lo posible siguiendo la ruta. La capa de nieve adquiere rápidamente entre diez y quince centímetros y el camino queda borrado. Continuamos el descenso hasta las veinte y treinta horas.
Tenemos suerte de encontrar un vivac, dejado por los militares; encontramos una vieja carpa que nos sirve de piso y algunas mantas, a las cuales le sacudimos la nieve y nos sirven para cubrirnos. Muy unidos, medio dormidos y medio despiertos transcurre la noche a la intemperie, sin daño para nadie.
A la mañana, el cielo se ha descubierto, bajamos en veintinueve minutos hasta el refugio Plantamura, en donde cocinamos nuestro desayuno, recuperamos nuestro sueño de la noche y en dos horas y media, a la tarde, alcanzamos nuestro campamento base, en Plaza de Mulas. Ya podíamos ver nuestra mesa, nuestras provisiones, no nos faltaba nada para deleitarnos.
Una cabalgata a través del valle de Horcones, y concluían nuestras vacaciones en la cordillera. Constituíamos una caravana de cuatro animales de carga y cuatro animales para montar, acompañados de dos baquianos.
Frecuentemente, nuestra mirada se posaba en el Aconcagua, el Cuerno, es ese mundo de la montaña que es tan diferente a nuestro mundo suizo, pero que tiene encantos como lo infinito y lo desconocido.
En enero de 1949, Dorly, se convirtió en la primera mujer andinista en ascender al volcán Puntiagudo, cerro ubicado en la Cordillera de los Andes, en la Región de Los Lagos, Chile, acompañada por Musi Koch de Soini, además, Fredy Marmillod y Ernesto Stucki. En febrero de 1950, el matrimonio Marmillod, realizó junto a L. y O. Pfenniger, la primera ascensión al cerro Alto de los Arrieros, de 5.000 metros; el 8 de marzo de 1951, estuvieron cerca de la cima del volcán Tupungato, conformando la cordada junto a K. Brunner y M. Soini; el 11 de marzo de 1951, llegaron a los 5.000 metros de la Sierra Bella, con los mismos compañeros de cordada anterior.
En el año 1952, realizaron una serie de ascensiones a cerros satélites del Aconcagua, con vistas a observar una nueva ruta, la vía Suroeste del coloso, ellos fueron, cerro Catedral, Bonete, de los Dedos y el México; realizando además, en febrero de 1952, una segunda subida al Aconcagua, por la ruta normal, junto a M. Ruedin.
El 11 de enero de 1953, realizaron la primera ascensión al cerro Mirador, de 5.509 metros. Días más tarde, se unieron algunos andinistas argentinos, junto al matrimonio Marmillod, para intentar una nueva ruta del Coloso de América.
Respecto a esta nueva ascensión, el mismo Federico Marmillod, nos relataba: En febrero de 1952, mi esposa y yo, en compañía de Miguel Ruedín, íbamos decididos en realizar una nueva ruta; pero el tiempo contrarrestó nuestros planes y tuvimos que contentarnos con la vía normal, cubierta de espesa nieve. Sin embargo, habíamos podido estudiar bien nuestro futuro itinerario, observándolo con los prismáticos desde el Catedral, el Bonete, y el cerro de los Dedos. En marzo del mismo año, acompañé en su visita al Aconcagua, a los miembros de la expedición francesa al Fitz Roy. En esa ocasión reconocimos el tramo inicial de dicho itinerario, buscando un pasaje practicable para las mulas hasta la base misma de las murallas del flanco Oeste. El Teniente Francisco Ibáñez, formaba parte del grupo. En él y en Fernando Grajales, encontraríamos compañeros entusiastas, y valiosa cooperación para llevar a cabo nuestro proyecto.
El 6 de enero de 1953, mi esposa y yo, instalamos campamento en la parte mediana del valle de los Horcones, en el lugar llamado Piedra Grande.
Ruedín ha tenido que desistir a último momento por razones de trabajo. Aprovechamos el período forzoso de aclimatación para completar nuestras observaciones. Así subimos a unas de las puntas del cerro México, lo que nos permite observar el filo Sur bajo un nuevo ángulo.
El día 11, partimos de un vivaque en la parte alta de la quebrada de Mas, escalamos el punto culminante del cordón que separa a los dos valles de los Horcones, una doble cumbre rocosa de unos 5.500 metros de altura (el mapa de escala 1:50.000, indica erróneamente una cumbre de 6.089 metros, que no existe).
Esta punta, que no parece haber sido visitada antes, ofrece una vista maravillosa sobre la pared Sur del Aconcagua, mereciendo ser nombrada cerro Mirador.
Travesía del filo sureste del Aconcagua, Federico Marmillod, dándole seguridad a Dorly, 1953
Mientras tanto Ibáñez, nos había precedido en Plaza de Mulas, donde realizaba prácticas de entrenamiento con un grupo de andinistas.
El día 13 de enero, Grajales y el suboficial Serrano, bajaron a buscarnos con mulas de Piedra Grande y trasladamos nuestro campamento a Plaza de Mulas.
El día siguiente, nos reunimos con Ibáñez, quien baja de la cumbre con tres compañeros, ¡era su quinto ascenso por la vía normal...!
El día 16 por la tarde, se desató un furioso temporal de viento y nieve, que duró toda la noche, pero durante el día siguiente el cielo se limpia y alistamos todo para la ascensión.
El día 18 de enero, temprano, salimos de Plaza de Mulas. Somos cinco: Fernando Grajales, F. Guajardo, Francisco Ibáñez, mi esposa y yo. Llevamos tres mulas, con cargas muy livianas. Después de un corto trayecto horizontal hacia el Sur, atacamos los acarreos de la falda Oeste.
La parte inferior, cortada por una garganta, fue bastante dificultosa para las bestias, a pesar de que hemos dedicado una jornada entera a preparar una senda con las piquetas.
A las cuatro de la tarde, llegamos al pie de los primeros paredones y al último punto practicable para las mulas, donde instalamos el campamento, a los 5.500 metros.
Guajardo, emprendió en seguida el regreso con las cargueras y volverá días más tarde, para recuperar nuestras carpitas, pues desde aquí seguiremos con el equipo liviano de vivac: bolsa de dormir, colchón neumático, un Zdarsky, para los cuatro.
El día 19, lo pasamos reconociendo el camino y el 20, por la mañana abandonamos el campamento, llevando cada uno una mochila de quince kilos.
El tiempo era bueno, pero un viento muy frío soplaba ráfagas desde el Noroeste. Seguimos primero al pie de las murallas, subiendo y bajando por una sucesión de cintas y de pedregales, en dirección a la cresta Sur, que dista dos o tres kilómetros. Hacia la mitad de esta distancia, la montaña está surcada por un gran canal que constituyó la parte “llave” de la ascensión.
En efecto, nos permitió alcanzar la parte superior del filo evitando el tramo comprendido entre los seis mil y seis mil seiscientos metros, el que presentaba varias torres, verticales e impracticables, de conglomerados.
Para llegar a la base del canal, había que dominar un primer escalón rocoso de cien metros de alto, que rodea como un cinturón toda esta faz de la montaña. Parecía posible escalarlo en el eje del gran canal, el cual habíamos escalado durante la víspera, cuando realizamos los reconocimientos, trepando parte de la pared, pero hoy deseamos ahorrar fuerzas y seguimos en nuestra travesía en busca de un pasaje menos penoso.
Llegando a proximidad de la cresta Sur, encontramos por fin una profunda canaleta, parcialmente rellenada con nieve y hielo, por la cual subimos hasta dar con la base de la primera de las torres verticales del filo.
De izq. a der.: Fernando Grajales, Francisco G. Ibáñez y Dorly Marmillod en la cima Sur del Aconcagua, 23 de enero de 1953
Estábamos muy cerca y al mismo nivel del punto marcado de 6.009 metros en el mapa de 1:50.000. Volviendo entonces hacia el Norte, tuvimos que descender unos doscientos metros faldeando un pedregal para ganar la base de nuestro canal.
El desvío al Sur nos requirió muchas horas. Dado lo avanzado de la jornada, decidimos vivaquear en este lugar, aprovechando el abrigo propicio de una roca en forma de techo, a los 5.700 metros. A la mañana siguiente, atacamos temprano el canal, elevándonos primero por una cuesta de roca pulida y luego sobre la nieve dura.
Al cabo de unos centenares de metros, el canal se estrechaba para formar un rápido tobogán de nieve entre dos paredes rocosas. Calzamos los grampones y seguimos ganando altura a buen paso, divididos en dos cordadas de dos. Más arriba, el terreno se ensanchaba nuevamente. Poco a poco vamos superando la altura de las torres del filo a nuestra derecha.
Finalmente, llegamos a una pendiente abierta que remataba contra una pared vertical. Esta pared forma un corte del filo a la derecha, pero va perdiendo altura hacia la izquierda. Nos dirigimos en diagonal en esa última dirección.
Allí, entre un nevé y la base de la pared, encontramos un lugar relativamente bueno para instalar nuestro segundo vivac, a los 6.400 metros.
Durante la noche el tiempo se descompuso, soportamos repetidas duchas de escarchilla barrida por el viento violento. Poco a poco, la nieve se filtraba en nuestras bolsas, empapando todo. A la mañana, nos extrajimos penosamente de nuestros caparazones helados. Eran poco los bríos y dado el tiempo inestable no se podía pensar en salir hacia arriba.
Debimos resignarnos a esperar hasta el día siguiente, último plazo que nos concede nuestra provisión de combustible y alimentos.
Felizmente, el tiempo mejora por la tarde. La puesta del sol, iluminada con colores de buen augurio, da cuerda a nuestras esperanzas antes de las duras horas nocturnas.
El día 23, partimos a las siete y treinta, bajo un cielo sereno, luchando contra el viento siempre fuerte y glacial. Seguimos el borde superior de la pared, que viene a ser una cresta secundaria en el flanco Oeste, hasta llegar a su punto de unión con la cresta Sur, probablemente el punto 6.707 metros de altitud.
De todas maneras, la suerte nos deparó un día espléndido. Por todos lados la vista se extendía, como la que se goza desde un avión. Del Mercedario al Tupungato, los picos y glaciares de la cordillera Central, formaban un inmenso desfile realizado por un tapiz de nubecitas bajas. Proseguimos la ascensión por el filo principal, que no abandonamos más hasta la cumbre. Contrariamente a lo que creíamos, la cresta se presenta bastante ancha y cómoda, con partes de nieve, alternando con rocas y piedras sueltas. Encontramos un solo pasaje algo delicado, un pequeño corte de rocas muy inestables. Mientras subimos admiramos una y otra vez las singulares perspectivas de la pared Sur, cuyo precipicio se abre bajo nuestros pies.
A las diecisiete horas, llegamos juntos a la cumbre Sur del Aconcagua de 6.930 metros, donde una piqueta dejada seis años atrás por Tomás Kopp y Lothar Herold, como vigilante solitaria se yergue intacta en una pequeña pirca. La canjeo por la mía, sin sospechar que pocos días después ésta será bajada por una expedición japonesa, venida, como los alemanes por la ruta Norte.
Nos inscribimos en el libro de cumbre, que no había registrado ninguna visita posterior a la primera ascensión, y depositamos en su cajita dos banderines, uno argentino y otro suizo. Reanudamos nuestra marcha en dirección Norte, encontramos un primer tramo donde el filo, bastante angosto, presentaba peligrosas cornisas de nieve y debimos faldearlo por la izquierda.
Al cabo de doscientos metros, la cresta se torna fácil y pudimos enrollar definitivamente las cuerdas sobre las mochilas.
Pasamos cerca del famoso esqueleto de guanaco, cuyo hallazgo en esas alturas asombró ya en el año 1947, a Kopp y a su compañero.
Ibáñez, le cortó una pata y se la llevó como recuerdo. Me parece que la cresta que une las dos cumbres debería ser bautizada como Cresta del Guanaco, actualmente, conocida como Filo del Guanaco.
Grajales, Paco, Dorly y Federico Marmillod, luego de la cumbre Sur del Aconcagua, por el filo Sudoeste, 1953
La cumbre Norte, muy cercana, parecía saludarnos como un amigo desde la otra vereda de la calle. Quisiéramos contestar a su llamado y dar así el último toque a nuestra travesía, pero el tiempo apremia y una nueva noche a la intemperie estaba completamente fuera de nuestro programa.
Nos hicimos pues, los distraídos, e iniciamos el descenso hacia la Canaleta, que era familiar. A las nueve de la noche surgió en la oscuridad la silueta del pequeño refugio General Juan Perón (actualmente, Independencia), donde nos abrigamos, para bajar al día siguiente a Plaza de Mulas. El itinerario de la faz Oeste y de la cresta Sur, que tuvimos la satisfacción de inaugurar, presenta sólo un grado moderado de dificultades técnicas. Sin embargo, fue mucho más interesante, más alpino, que la ruta usual del Norte, convertida hoy día en una senda de mulas en la mayor parte de su recorrido.
Como el punto de partida es el mismo para las dos vías, su combinación permite realizar una travesía del Aconcagua, sin más complicaciones de organización.
Atravesando de Sur a Norte, lo que es naturalmente lo más apropiado, ya que se toman las dificultades de subida, hemos demorado en total siete días, incluso uno de reconocimiento y otro, de espera debido al mal tiempo.
No cabe duda de que será dable realizar esta travesía en bastante menos tiempo. Incluso, se podrá también suprimir uno de los dos vivaques, especialmente si el desvío hacia el punto 6.099 metros, puede ser evitado sin tener que hacer un esfuerzo exagerado para trepar directamente la primera pared del flanco Oeste.
Pero, siempre será preciso disponer, además del equipo personal de altura, de un material de vivac adecuado, a la vez que liviano y muy abrigado.
El 2 de febrero de 1956, realizaron un nuevo intento por la cara Sureste, por el filo sureste, intento que llegó hasta los 5.800 metros, el matrimonio, junto a J. Guajardo, y el 10 de febrero del mismo año, coronaron el cerro Ameghino, de 5.883 metros, junto con J. Guajardo, convirtiéndose Dorly, en la primera mujer en coronarlo.
En el año 1955, habían ascendido el volcán Puntiagudo, en la cordillera de los Andes Australes, siendo Dorly, la primera mujer en realizarlo; en marzo de 1955, realizaron el Monte Tronador; al año siguiente, para el mismo mes, realizaron el Catedral, el Techado; en el año 1957, realizaron el Puntiagudo, nuevamente.
Indudablemente, los esposos Marmillod, supieron transmitir a sus cuatro hijas ese intenso amor por las montañas, integrándolas a esta actividad deportiva, asimismo, en las montañas andinas.
Así ellas, escalaron en roca y hielo, principalmente en la zona Sur de Argentina y Chile, en donde se enfrentaron en el año 1957, al Monte Tronador y el volcán Lanín, conformando la cordada junto a sus padres, Francisca, Janine y Mariette Marmillod; en enero de 1959, la misma cordada coronaron los cerros López y Tres Picos.
En el año 1960, regresaron a su patria y a sus bien amados Alpes, continuando allí sus ascensiones. En el año 1977, ya jubilado de Sandoz, el doctor Federico Marmillod y su esposa, emprendieron una expedición de trekking, por los Himalayas, en la región del Karakorum.
Esta fue su última empresa de envergadura. En el verano del Hemisferio Norte del año 1978, Dorly y Frédy, estaban tan activos como siempre. Hicieron un ascenso memorable en el Jungfrau, en dos días.
Retrato de Dorly Marmillod. Realizada por la profesora Adriana Scarso, Universidad del Salvador
No podían escalar tan rápido como en años juveniles, por lo que eligieron sus itinerarios más cuidadosamente, acompañados a veces con sus hijas, otras, con amigos, y algunas más, ellos solos. Un día hermoso, a principios de septiembre, escalaron el Dent Blanch; sus vistas eran magníficas y pasaron un largo tiempo examinando el Dent d`Hérèns, el próximo pico al Oeste del Matterhorn.
El Dent d´Hérèns, de 4.171 metros, era una de las pocas cimas en el Valais, a la que no habían llegado nunca.
Fallaron en dos intentos anteriores por mal tiempo, y ahora ese pico estaba primero en su lista. El lunes, 25 de septiembre, ambos se fueron de Survigne, para ir a los Alpes, sin decirle a nadie donde iban. Sólo tenían tiempo para un último ascenso antes de irse en un viaje a Buenos Aires y a Santiago, donde planeaban visitar familiares y amigos.
El martes, fue un día muy bueno, y el miércoles, amaneció soleado; luego, a la tarde, una tormenta repentina pasó por las elevaciones más altas, durando hasta la noche.
Mariette, estaba esperando un llamado de sus padres, el jueves por la noche, y se sorprendió el no recibirlo. También pensó que era raro que no contestara nadie el teléfono en Survigne.
El viernes, todavía no había respuesta; para el sábado a la mañana, Mariette y sus hermanas, estaban desesperadas; llamaron a varios amigos escaladores para organizar un grupo de rescate, pero ¿dónde habían ido Frédy y Dorly?
Luego, Christiane, recordó un comentario que le había hecho Dorly, sobre Aosta. El sábado, a la mañana temprano, diez autos subieron hasta la plaza central de la ciudad italiana. Reunidos, estaban todas las personas que las hermanas habían podido avisar durante la noche.
Muchos eran escaladores cargados con equipo de rescate, el resto eran amigos y familiares que habían ido a ayudar de la manera que pudieran. Mapas de la región fueron entregados a los guías, y luego de revisar las rutas de la montaña, iniciaron la actividad.
Al mediodía, doctor Bach, encontró el auto de los Marmillod muy alto, en el valle Valpelline. Bach, avisó estas noticias al grupo de rescate y a los que estaban a la espera. En unos minutos, un helicóptero estaba en camino, llevando dos guías italianos.
La tripulación voló directamente a la cabaña, pero no pudo aterrizar en la morena. Como el helicóptero estaba suspendido en el aire, un guía saltó, entró en la cabaña para registrar, y volvió al helicóptero. Solo estaba la firma de Frédy, como registro de su pasaje el día martes a la noche.
El helicóptero voló sobre la montaña y a los 300 metros debajo de la cima, la tripulación reconoció dos figuras en el glaciar. Era imposible aterrizar y muy ventoso para arriesgar la vida de un hombre, bajándolo por una cuerda. Luego de dar vueltas por unos minutos, el piloto aterrizó rápidamente sobre el lugar de partida.
La noticia fue recibida con dolor y desesperación por los parientes y amigos en Aosta; Frédy y Dorly, yacían congelados en el Dent d´Hérèns. Aparentemente habían sido atrapados por la tormenta del miércoles. Cuando los guías llegaron hasta ellos más tarde, encontraron la pareja con sus piquetas y grampones colocados, juntos como dándose calor.
La cabeza de Frédy, estaba entre sus manos y hombros, como cuando dormía en la cabaña sin almohada. Dorly, se había acurrucado contra la espalda de Frédy. Ella, solía dormir así para permanecer cálida, porque su circulación no era tan buena como la de él.
Lamentablemente, no llevaban elementos para pasar una tormenta o una noche, habían sucumbido rápidamente por la acción del viento y las bajas temperaturas, estimadas alrededor de 40º C bajo cero.
Luego de una vida, juntos, Dorly y Frédy, murieron haciendo lo que les gustaba. Un papel fue encontrado en la guantera del auto; era una carta sin terminar que Dorly, había escrito para una de sus hijas: mañana vamos a escalar el Valpelline, para luego llegar a la cabaña, además: queremos realmente ver el Dent d´Hérèns de cerca, ésta espléndida montaña que no ha querido que la subamos hasta ahora.
Sus hijas hicieron un velorio conmemorativo en Lausanne, unos días después; varios cientos de personas fueron; venían de cada lugar de Suiza, pues conocían a este excelente matrimonio de alpinistas.
En Survigne, Janine, Christiane, y Mariette comenzaron la triste tarea de arreglar y sacar las pertenencias de sus padres.
Los hijos de Janine, Marcel y Patrick, estaban allí también. Los chicos de 12 y 8 años, en ese entonces, pidieron la cuerda que su abuelo utilizaba para escalar.
Janine, se las dio y volvió a trabajar. Después de un tiempo, ella comenzó a extrañar a los niños, entonces volvió con sus hermanas y fueron a buscarlos, primero dentro de la casa, luego fuera. Survigne, está construida con el techo que se inclina suavemente casi hasta el piso. Los dos chicos habían subido al techo y se habían atado con la cuerda. Uno estaba sosteniendo al otro, usando la misma postura y las mismas señales que realizaba su abuelo.
Las hermanas se quedaron en silencio, observándolos desde abajo. En ese momento no vieron a Marcel y Patrick, en el techo, sino a ellas, una generación anterior, en Sierra de la Ventana, Argentina, cuando sus padres les enseñaban como era el manejo de la cuerda y los principios del escalamiento.
Les dejaron silenciosamente a los chicos continuar con su juego. Un mes después del velorio, una caja fue entregada en Survigne. Dentro, estaba la estatua de una marmota.
Las marmotas, habían sido uno de los animales favoritos de Frédy y Dorly, simbolizando la paz y el aislamiento de las montañas. Dorly, parecía haber tenido una afinidad con ellas, y a pesar de su corta visión, siempre las divisaba.
La explicación por el animal fue encontrada entre los papeles de Frédy: él, la había encargado ese verano sin decirle a nadie sobre ello. Colocaron la estatua en el jardín, como Frédy hubiera deseado.
La montaña los había retenido para siempre…
Profunda consternación produjo en el ambiente montañista, la noticia de su trágica muerte. Sus restos cremados, fueron sepultados en Lausana, Suiza, el 6 de octubre de 1978, en el jardín de su casa, actual residencia de su hija Janine y familia.
- Enciclopedia Incompleta de Montaña
- Dorly Marmillod, Montañista, Aventurera y compañera fiel
- Primera Ascensión al Aconcagua por el Filo Suroeste en 1953
Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez
Centro cultural Argentino de Montaña 2023