El pasado jueves y viernes presento una muestra audiovisual de su aventura
Noticia publicada el 11/06/2014 -
El jueves 5 de junio tuvo lugar en Makalu Store (Esmeralda 983, Capital), la charla del guía de montaña Ángel Armesto, sobre su ascensión al Cho Oyu (8.201m) en el Himalaya.
Armesto disertó sobre la logística de la expedición, la aproximación a la montaña a través de China, poniendo especial énfasis en la parte técnica del equipo utilizado (indumentaria y calzado), realizado por las empresas argentinas que son sus sponsores (Makalu y Front Limit).
Se proyectaron diapositivas de la expedición y un corto video filmado en la cumbre del Cho Oyu.
El guía porteño, afincado en Mendoza, mostró su equipo de montaña para que los presentes tuvieran una idea cabal de cómo es un ascender un “ochomil” en la actualidad.
Al término de la reunión se sortearon prendas de la firma Makalu entre los asistentes. Makalu también recibió a los presentes con bebidas y “snacks”.
Gracias Ángel Armesto y Fernando Martínez (Makalu), una excelente realización!!
Comenzó su actividad deportiva escalando en la provincia de Mendoza y pronto descubrió que su pasión por la montaña lo llevaba a querer compartirla con otras personas. Así decidió ingresar a la Escuela Valentin Ugarte para convertirse en guía de alta montaña.
Radicado en Mendoza intensificó su actividad que complementó rápidamente con cursos, notas periodísticas y su actividad de fotógrafo.
Entre sus principales logros figuran:
- Everest. 8848 metros. Ruta Collado Sur.
- Ama Dablam. 6812 metros
- Primera travesía de las 5 cumbres del Nevado Pissis. 6795 metros
- Aconcagua. 6962. Varios ascensos con clientes y sin clientes
- Mercedario. 6705 metros
- Ojos del Salado. 6900 metros. Ascenso rápido
- Mas de 50 montañas superiores a 5000 metros.
Sintetizando, eso es lo que se me ocurrió decir a la cámara, al coronar la cumbre del Everest el 23 de Mayo del 2010, como guía principal de Peak Freaks. En esta oportunidad, mi trabajo, hizo posible que cinco clientes de seis con los que iba, hicieran cumbre.
Recuerdo momentos del pasado, en donde con más tranquilidad y menos presión, me abrazo con los clientes, lloro y felicito vigorosamente. Ahora no. Todo es analizado, la cantidad de oxígeno que les queda, el flujo que están usando, cuánto queda extra en las botellas que cambiamos en la cumbre Sur, etc. Miro a todos, los felicito muy solemnemente y en un rápido vistazo veo que están dentro de todo bien. Los apuro y vuelvo a apurar, para que comience el regreso, y así lo hacen. Soy el último que dejó la cumbre, mirando como camina cada uno. Y soy el ultimo en regresar al campamento, cuando ya casi cae la noche, y después de 24 horas de trabajo sin parar.
Llego y doy una vuelta para ver como están todos, no tengo oxígeno desde hace siete horas, se lo di a un cliente que se había quedado sin nada. Siento mucho frío, pero aún así no tengo congelamientos. Preparo agua para todos los que puedo, doy el parte al campo base y duermo una hora antes de despertarme para volver a revisar la gente.
Como me gustaría estar solo escalando, sin preocuparme por los clientes…
Pero sé que mi función es la de cuidar de otros, mi alegría no es un objetivo, sino un premio. Es así que uno centra la atención en sus clientes más que en la propia. Todos los que trabajamos como guías hemos experimentado esto en diferentes niveles, dejándonos estar, con tal de que nuestra gente la pase bien.
Por nuestra vocación de servicio y dedicación es que necesitamos de alguien que cuide de nosotros.
Como el equipo que desarrolla la ropa Makalu.
Nací en una familia clase media, media justa, que se podría decir típica, con típicos problemas de ser numerosa. Lo que para otros era cosa cotidiana, para nosotros era lujo. Nunca tuvimos acceso a muchos juguetes comprados, y por eso, creo es que junto con mi hermano nos volvimos habilidosos, en una respuesta natural a la falta de recursos. Así, trabajando sin red, aprendimos que si queríamos triunfar había que trabajar duro, y durísimo, para probar que estábamos a la altura de lo que creíamos ser.
Siempre nos repetimos que los débiles aprenden a obedecer, y los fuertes aprendemos a luchar. A luchar, volver a luchar, y después de una derrota, volver a insistir hasta lograr nuestro objetivo.
En lugar de desarrollar un reflejo de Pavlovsky, digo siempre que tengo un reflejo Edisoneano, y esto me recuerda a una anécdota de Thomas Alva Edison, que ni siquiera confirmé. Dice más o menos lo siguiente: Estando Edison trabajando en el desarrollo de la lámpara incandescente, y luego de 700 fracasos, recibió la visita de un colega, quien viendo su mal estado, por no dormir, le dijo:
-Es terrible, has fallado 700 veces, nunca lo lograrás.
Pero Edison, en lugar de enojarse, lo miró fijo y dijo:
-No es malo, ¡es maravilloso. Ahora sé que hay setecientas formas que no funcionan!
Esa anécdota que escuche a los diez años o más o menos, me marcó siempre.
A los 14 comenzando por la meca del montañista bonaerense, Sierra de la Ventana, descubrí que mi camino había sido marcado desde antes. Coronar el Tres Picos con mis amigos Cuca Anastasi, Leonardo Valsecchi, Pablo Tassara y el que se transformó en mi compañero de aventuras por varios años por más, Riky Lopez. Fue un hito en mi vida y un logro que hoy lo comparo con muchos otros más grandes y todavía lo veo como magnífico. Desde ese invierno del `91 hasta hoy, nunca paré.
En estos años he trabajado, viajado y vivido en países, que sería aburrido listar. De cada uno he traído recuerdos, experiencias, sonidos y aromas, que atesoro en mi memoria, y que aunque retrate en fotografías o video, difícilmente pueda llegar a transmitir lo que mi retina percibió. Parece increíble que la síntesis de esos impulsos eléctricos, debidos a estímulos sensoriales, puedan cambiar el patrón de comportamiento de seres humanos.
Yo creo que, simplificando, la realidad que vivimos cuando estamos en un lugar como donde confieso HABER estado, solo puede ser transmitida mediante la acción, y no por palabras, imágenes o letras. Por eso amo mi profesión y lucho por su valoración en un sentido más amplio que el de ser coordinadores amigables que llevan de aquí para allá a turistas de cámaras y camisas hawaianas.
Vivo en Mendoza, donde desde la ventana de mi casa veo el Cordón del Plata, el Tupungato y la precordillera, barreras geográficas que impiden a muchos ver más allá, modelando su carácter y limitando sus proyecciones. Para mí, que he estado allí arriba y he sentido el viento helado en mi cara mil veces, las cumbres me ayudan a mirar más lejos, más puro y sin obstáculos, donde yo soy un insignificante punto que resalta de la geografía. Y eso me vuelve más humano, cada vez que me atrevo.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023