Esta mole de 1953 metros se encuentra del lado del cordón del Cerro Torre, su nombre es porque parece cortado transversalmente, con más de 500 metros de granito y 12 largos de cuerda es un lugar para una hermosa escalada de multilargos en roca
Integrantes: Rolo Garibotti, Adrián Da Conceicao, Andrés Kosmal y Marcelo Fayer.
Una Larga Pared gris, mas de 500 metros de granito convierten al Mocho, en los andes santacruceños en un atractivo destino para escaladores de todo el mundo. Relato de un ascenso que demandó 12 largos de cuerda, equipo y logística.
Como siempre, los días pasaban apacibles en la pequeña cabaña de troncos. Como de costumbre, el mal tiempo reinaba en la Patagonia austral como un ogro insaciable. Este es tiempo de reflexionar y de trabajar duro.
Las horas transcurridas en un campo base son el condimento de ese gran plato que es escalar una cumbre. La escalada como forma de vida tiene un componente principal, que es la experiencia de estar viviendo y conviviendo en un campo base.
La paciencia y la creatividad hacen que un tiempo que podría verse como ocioso sea un elemento de vital importancia en el crecimiento personal. Allí se aprende a compartir, a conocerse, a calmar la ansiedad del ascenso y a seguir manteniendo la motivación.
Después de un día agitado en quehaceres cotidianos como reparaciones varias, construcción de una mesa, limpieza y otras cosas, el fuego ardía al atardecer en un pequeño fogón del campamento base Bridwell (hoy Padre De Agostini).
Compartíamos unos chapatis con dulce y unos mates, amigos de los lugares más remotos, alimentando el deseo de que el tiempo se compusiera rápido.
Allí, en el lugar más remoto del mundo, veíamos subir la presión en el sofisticado barómetro de Steve. El cielo se estaba limpiando a costa del fuerte viento que soplaba hacía dos días.
Como ya llevábamos un mes y medio en el lugar, era lógico que hubiéramos hecho depósitos más arriba. La maniobra de hacer un depósito del material más pesado, ése que habremos de usar en las murallas de granito, es buena para no tener que cargar todo el mismo día de la aproximación a la pared. De esta forma, en el depósito teníamos cuerdas, equipo de seguridad en roca y hielo, combustible, algo de comida no perecedera y algunas cosas más. Este material debe ser guardado con extremo cuidado, para que permanezca estanco a la humedad y en un sitio fácilmente identificable, aun si después de 15 días de no subir está cubierto de nieve. Nuestro depósito estaba en una cueva que se hallaba en un pedrero al pie del cerro Torre.
Aquella noche, después de los mates, comimos un plato fuerte y con una gran esperanza nos fuimos a dormir temprano. El duende del buen tiempo parecía conjugar con los astros para regalarnos un futuro efímero de tiempo bueno, aunque más no sea por un día. No por casualidad aquella mañana amanecimos todos muy temprano.
Cuando nos levantamos, las brasas seguían calientes. Después del desayuno de Rolo Garibotti, que siempre amanece muy temprano, y como "al que madruga Dios lo ayuda", estábamos ante el vestigio de un tramo de buen tiempo.
A media mañana, cuando ya habíamos cruzado el río (en tirolesa) y pasado un bosque, estábamos terminando de cruzar el glaciar del Torre. Había poca nieve y los labios de las grietas se veían perfectamente, con un brillo de hielo incomparable. Los norteamericanos, los coreanos, los alemanes, el inglés y el polaco, Rolo, mis amigos de Buenos Aires y yo, teníamos una sola meta: poder subir alguna piedra en aquel día de buen tiempo, cada uno con su proyecto a cuestas.
Atrás habían quedado la verde pasividad de los bosques de lengas, la cabaña, las carpas y el mundo. Ahora estábamos en el universo mineral de hielo y piedras.
El valle del Torre posee una magia especial, la inmensidad de sus paredes, que se hincan en el cielo, son las laderas orientales del cordón del Torre y las occidentales del cordón del Chaltén (Fitz Roy).
Si algo da pereza en la vida del alpinista es el momento de la madrugada, cuando nos despertamos en el vivac. La idea de salir de la bolsa de plumas a una cueva fría, húmeda y con todo congelado se debate en mi cabeza con la maravillosa posibilidad de subir alguna aguja.
Son las cinco de la mañana de algún día de enero. Estamos Kosmal, Marcelo, Rolo y yo. El cielo está despejado y el aire frío y seco deja translucir los primeros relieves del cordón Fitz Roy. Teníamos un topo del cerro Mocho, por lo que decidimos partir hacia este hermoso murallón que se alza a los pies del padre Torre.
Elegimos la vía de Michael Piola, que va por el frente. El Mocho debe su nombre a que su cumbre es plana, quizá como producto de un sablazo de los dioses. Allí se depositó la nieve, formando un gran manto helado, bajo el cual caen paredes de 500 metros.
Durante el desayuno, después de una precisa selección del material, armamos las mochilas de ataque. Aparto del material de seguro, llevamos abrigo, un elemental botiquín, un litro de jugo y algunas cosas ricas para picar en la pared. Esto nos proveerá de un estímulo extra después de realizar algunas duras horas de trabajo.
Cruzamos con la nieve dura, justo por debajo del corredor que parte en dos al Mocho. Al rato, una avalancha se abrió camino corredor abajo.
Ya en el pie de la pared, el día se presentaba formidable. Formamos cordada con Rolo; Marcelo y Kosmal venían detrás. El itinerario elegido demandó doce largos de cuerda, sobre granito del mejor, y las dificultades máximas son de 6c, o A2.
Los primeros largos fueron una seguidilla de lajas redondeadas. Este tipo de escalada, bastante tranquila, sirve para calentar y tomar ritmo. El juego entre equilibrio y desequilibrio es una constante en estas piedras, que obligan a las posturas más extrañas. En este primer tramo hay que tener un cuidado especial con la soga, para que no se enganche en el relieve de la pared.
De un tirón estamos en la base de un diedro recto y bastante vertical, que en su parte más alta tiene un pequeño desplome y después se tumba. La escalada ahora se torna más delicada. Los pies de gato logran asirme a las rugosidades más pequeñas, y empotrando las manos en el interior de la fisura logro sortear un paso difícil.
Este diedro muere arriba de un gran pilastro, cuya cumbre es una cómoda repisa de aproximadamente un metro cuadrado, que tiene una buena exposición al vacío.
El viento empieza a soplar y lentamente se torna una presión no muy fuerte, pero sí constante. Esto, por supuesto, supone terminar en pocos minutos con el gran calor que habíamos juntado al salir del diedro. Con la concentración de la escalada casi me olvido de mirar el paisaje. Levanto la cabeza y lo primero que veo es la vía Claro de luna, de la aguja Saint Exupery; pienso estar allí algún día. Mi mirada se pierde entre mil agujas de roca que vienen hacia mí. De pronto escucho voces, son Marcelo y Kosmal que vienen saliendo del diedro.
Uno de los mayores inconvenientes de escalar varias cordadas a la vez por la misma vía son las piedras sueltas. Se debe tener especial cuidado de no arrojarlas cuando vamos de primero de cuerda. En una zona como esta es muy importante, pues hay infinidad de piedras sueltas en las repisas, y si una sola de ellas, del tamaño de un huevo, se nos cae encima, por la velocidad que trae puede ser causa de accidente. Aquí el casco cumple su principal objetivo, que es el de protegernos.
Ahora estamos cerca de la mitad de la pared, dispuestos a trepar el largo más difícil. Rolo, el más experimentado, va en punta de la cuerda. La pared es totalmente vertical. Hacia arriba y hacia los lados estamos frente a una enorme tapia totalmente lisa, como un gran adoquín.
Una pequeña escamita y unas fisuras muy finitas son la única posibilidad de progresión. Miramos el topo y es correcto; debería haber un clavo más arriba. Pero este clavo no estaba, de manera que el trabajo fue todavía más duro. Equipar este largo fue trabajo en libre y otro poco en artificial A3, sobre pequeños microstoppers.
Una vez arriba, instalamos una un largo, de varios zigzag, nos tomamos unos minutos en una gran repisa y debatimos acerca del tiempo, comimos unos palitos salados y contemplamos en silencio los fabulosos diedros de las paredes de al lado.
Queríamos llegar a la cumbre, creíamos que allá arriba hallaríamos una magnífica vista del Torre. El viento incrementaba su insistencia y la nieve volaba desde la cumbre, dando la sensación de estar nevando. Decidimos proseguir la escalada. Parecíamos pequeñas pulgas subiendo por la pata de un buey.
En escaladas largas, la economía de tiempo y esfuerzo generalmente se traduce en éxito. Cuando estamos ante itinerarios de más de 10 largos de soga, escalar sin derrochar energía, ser organizado con el material y andar rápido sin descuidar la seguridad, contribuyen a ahorrar algunos minutos por largo. Al final, el tiempo desperdiciado se hace muchas veces imprescindible al descender.
Cuando tomamos conciencia de que el tiempo está realmente malo, nos encontramos en el último tramo, trepando por una placa tumbada, carente de dificultad técnica, que nos lleva al final.
En un abrir y cerrar de ojos vemos ante nosotros una gran planicie nevada y, más atrás, la gris y pétrea silueta del Torre, que emerge entre las nubes.
Hemos develado un secreto. Estamos en la cima y lo consideramos la mitad del trabajo realizado. Estamos cansados y felices. Nos abrazamos, nos reímos, capturo algunas imágenes con mi cámara y nos disponemos a organizar el material, adujar las sogas, armar el primer "rappel" y ponernos los anoraks. Agradezco haber podido hacer realidad una ilusión, la pequeña pero gran ilusión de subir una montaña patagónica.
Hace más frío y comienza a lloviznar en pequeñas gotas, que caen como estocadas finas y punzantes. Buscando el punto de anclaje del rappel, me asomo al vacío; me siento diminuto, pero parte de todo aquello.
Miro ligeramente hacia el valle de enfrente, el glaciar, la laguna y un tenue sol que aún roza el verde musgo del bosque. No muy lejos, un ave de gran tamaño va... quién sabe dónde, como nosotros, con la gran alegría de vivir.
En el sur de nuestro país, en la provincia de Santa Cruz, se extiende la parte más austral de la cordillera de los Andes. Allí, lo que las montañas pierden en altura lo ganan en dificultad, ya que se levantan en paredes verticales.
Desde la ciudad de El Calafate, se puede llegar al pequeño pueblo de El Chaltén, después de recorrer 200 kilometros de ripio. Allí, pasando el lago Viedma, y dentro del Parque Nacional Los Glaciares, se halla el Cerro Torre, padre silencioso de otras montañas de menor altura que conforman el cordón del mismo nombre, entre las cuales se encuentra el Mocho, protagonista de este relato.
La aproximación se hace a través del valle del río Fitz Roy hasta la laguna Torre. El acceso se realiza una vez pasada la laguna, atravesando el glaciar en dirección Noroeste, hasta situarnos debajo del objetivo.
- Indumentaria de alta montaña.
- Botas dobles y granpones.
- Zapatillas de escalada "pies de gato".
- 2 sogas de 9 mm. de 50 metros.
- 1 juego de Rocks con piezas repetidas.
- Micro Friends 00, 05,1 y 2.
- Friends 1,3 y 4.
- Camalots 2 y 3.
- 1 par de Jummars.
- 2 pares de estribos.
- 15 cintas Express armadas.
- Cinta tubular y mosquetones libres.
- Cordinos para rapell.
- 3 clavos de roca.
- 1 Cliff hanger
Centro cultural Argentino de Montaña 2023