Esta montaña de 5773 metros de altura está ubicada en la Quebrada de la Jaula al oeste del Cordón del Plata. Es el más alto de los Tres Mogotes acompañado por el Mogote Ibáñez y el Mogote Oeste
La historia me llegó de golpe. Había estado preguntando por el Nevado Excélsior a varios montañistas con intenciones de agendarlo para el próximo desafío. Lo había observado con ansias desde la cumbre del Plata y lo tenía en la mira. Sabía del ascenso que había realizado Pablo David González y había consultado posibles rutas de acceso. La mendocina “Betty” de Prado me largó el dato mientras caminábamos por la Quebrada del Río Tupungato. “Dos chicas lo subieron el año pasado”, dijo. El resto, es la historia que sigue.
Romina Herrera vive actualmente en Groenlandia. Conversar con ella no fue tarea sencilla. La falta de tiempo y la imposibilidad de conectividad por un período extenso no facilitaban las cosas. Así que entre mensajes y audios logramos llevar a cabo una comunicación que derivó en una gran historia. La historia del primer ascenso femenino al Excélsior. Los nombres de estas mujeres perduran ahora en la cumbre junto a las cinco primeras expediciones en alcanzar su cima.
Esta montaña poco explorada está ubicada en la Quebrada de la Jaula, próxima al Cordón del Plata en Mendoza, Argentina. Su silueta se puede observar claramente desde la cumbre del Cerro Plata. Desde allí se visualiza la quebrada y, luego, el macizo de la Jaula con el Excélsior (Mogote Central) como cumbre principal. A sus lados se encuentran el Mogote Este o Ibáñez y el Mogote Oeste o Llama. Estos picos, junto al Excélsior, conforman el grupo denominado “los Tres Mogotes”.
La aproximación puede tomar varios días por lo que sus 5773 metros de altura han sido poco explorados. Hay, al menos, tres maneras de realizar la aproximación a esta montaña. Una opción es ingresar por Punta de Vacas, tomar la Quebrada del Río Tupungato y, luego, acceder por la Quebrada Fea hasta los pies del cerro. Esta fue la opción elegida en los últimos ascensos. También es posible ingresar por el col Vallecitos-Plata en el Cordón del Plata y acceder a su cumbre desde el filo Sureste. Esta ruta fue tomada en el segundo ascenso. Y, por último, hay una tercera opción -alcanzada por Gabriel Cabrera en 1985- que se desarrolla siguiendo los filos de varios cincomiles (como el Plata y el Nieveros).
En la actualidad, su cumbre cuenta con seis ascensos (contando el de Romina y Belén):
1964: Ernesto Fiorentini, Juan Bello y Rafael Arcidiácono.
1979: Fernando Nadal, Jorge Crescitelli, Carlos Sansoni y Sergio Buglio.
1985: Gabriel Cabrera.
2011: Mijel Lotfi y Pablo González.
2021: Nicolás Meyer y Damian Gauna.
2022: Romina Herrera y Belén Fattorel.
Integrantes de la expedición: Romina Herrera y Belén Fattorel.
A través de las conversaciones -cortas, mínimas- que pude tener con Romina, logré reconstruir una historia de gran conexión con la montaña. Actualmente, se encuentra trabajando por temporadas en Groenlandia y en Islandia como guía de trekking de glaciar. En sus meses libres planifica travesías, por ejemplo, hizo el cruce de los Pirineos en bicicleta, el cruce del Río Amazonas en canoa tradicional desde Perú a Brasil, entre otras increíbles aventuras. También tiene proyectos futuros como realizar una travesía mixta en el Artico.
Si bien las palabras eran pocas -o las justas-, imaginarla respondiendo mis mensajes durante sus descansos entre glaciares lejanos completaba su retrato. Ella explica que conoció el mundo de la montaña gracias a su madre, a las andanzas de pequeños con sus hermanos en las sierras de la Provincia de Buenos Aires. Ella es oriunda de Mar del Plata y, en esa zona, realizaba sus aventuras, acampadas, escaladas y más. Durante la adolescencia se dedicó al entrenamiento de trail running y a los 25 años conoció el CAMP (Club Andino de Mar del Plata). Allí empezó un curso de iniciación al montañismo y se enfocó, fundamentalmente, en la escalada. El mundo de la naturaleza y de las actividades de montaña la atraparon de lleno y a los 28 decidió mudarse a Mendoza. Así, de un plumazo, pasó del (nivel del) mar a la imponente Cordillera de los Andes. Allí ingresó en la EPGAMT (Escuela Provincial de Guías de Alta Montaña y Trekking) y se propuso terminar la carrera en tiempo y forma, lográndolo. Y así, finalmente, pasó a dedicarse plenamente al monte, “a compartir con personas que tienen esos mismos sentimientos”.
A los 31 años decidió realizar la ascensión al Nevado Excélsior, “esa montaña mística allí atrás del Cordón del Plata”, dice. La decisión empezó por un interés personal de exploración a eso que está lejos. A esos glaciares ocultos. Luego, conversó con un amigo y él, encantado, comenzó a participar buscando información. Finalmente, su amigo no logra realizar la expedición debido a su trabajo, así que, en principio, había decidido realizarla en solitario o, quizás, dejarla pendiente. Y ahí es donde aparece en la historia Belén Fattorel -que conocía el proyecto- y le preguntó si seguía en pie. No hubo dudas, decidieron ir juntas en búsqueda de ese hermoso sueño.
Romina explica que gracias al monte conoció a personas mágicas, personas de esas que entienden su locura, del respeto por el monte. “Así llegó Belu en una de las salidas de la escuela de montaña, conectamos, fuimos a escalar, pateamos el monte, tuvimos proyectos”, dice. La conexión con las personas se convierte en algo muy especial -casi vital- en las palabras de Romina igual que la conexión con el monte. Ir al cerro, a la montaña, al monte, a practicar montañismo, a hacer trekking. Hay mucho de particular en el modo en que una persona nombra la actividad que la completa. Y monte, en la voz de Romina, suena así de especial.
El día 22 de marzo de 2022 Romina Herrera y Belén Fattorel emprenden la expedición al Nevado Excélsior. El ingreso a la ruta elegida fue, al igual que las últimas expediciones, por Punta de Vacas. Desde allí se asciende por el Río Tupungato y, luego, se conecta con la Quebrada Fea. De esta manera se accede a la cara Noroeste de la montaña.
En total, la expedición les tomó ochos días y, según explica Romina, probaron una nueva variante de la cara Norte conectando con el filo Oeste. En relación con otras expediciones, lograron un gran tiempo para alcanzar el objetivo final. Fueron ochos días con el equipo a cuestas así que la organización del material y de los insumos fue detallada y mínima.
“Cada cosa cuenta” así que se concentraron en la segmentación por día de los alimentos necesarios. La logística, tanto de las provisiones como del equipo, fue planificada a conciencia. Nada podía faltar ni sobrar. Repasaban la lista del equipo: pluma, plumón, guantes primera piel y pluma, botas de trekking, botas dobles, grampones, chaquetas impermeables y pantalones. Piolets de travesía, cuerda, cordines, casco, mosquetones, tubos, los elementos para realizar algún rapel. Todo parecía estar listo. La mochila pesaba pero eran mujeres fuertes, iban a lograrlo.
También, el clima fue estudiado, “por más que variaba ya teníamos conciencia de que todo también puede cambiar”. En cuanto a rutas, estudiaron la información existente pero sabían que no iba a ser exactamente la misma ruta que las expediciones anteriores. Ya lo habían visto en el mapa. Querían probar una nueva variante. Romina narra que “mientras pensaba en la futura expedición y en cómo llevarla a cabo, imaginaba la primera ascensión, las cargas trasladadas en mulas, el equipo pesado, la tecnología de esos tiempos. Investigar sobre ello me generaba respeto y admiración a esas personas que se embarcaron en semejante aventura y exploración”.
Uno de los puntos más complejos de la expedición se da en sus inicios. El cruce del Tupungato presenta un gran riesgo debido a la corriente del río y, más aún, en las épocas estivales que son las más apropiadas para subir este tipo de montañas. Según cuenta Romina, el vadeo del Tupungato fue extremo. “Estuvimos casi una hora tratando de cruzar”, dice. En ese tiempo, trataban de elegir el punto más apropiado para atravesar el caudaloso río. En el punto máximo, el agua les llegó a los hombros e hicieron un gran esfuerzo por salir de la corriente. Fue un gran reto tanto de ida como de vuelta y, según expresa la guía, fue la mayor complicación de toda la expedición.
En el día a día, empezaban a caminar por la mañana. Entre las seis y las siete ya estaban transitando el terreno. Solo realizaban paradas para comer y, al atardecer, buscaban sitio para dormir. Tuvieron la suerte de tener agua durante todo el camino. Habían estudiado las vertientes pero sabían que el terreno puede presentar sus propias objeciones.
En el camino se sumergieron por valles anchos y no tanto. En la última vega angosta se encontraron con unas cinco o seis cascadas. También atravesaron pampas muy anchas con superficies resquebrajadas. El terreno iba mutando a medida que se acercaban a los pies del Excélsior.
El clima favoreció la expedición. Dice Romina: “Al final es el monte quién deja pasar, seguir, llegar y regresar”. Por las noches, armaban la carpa y preparaban los alimentos como podían. Siempre bien temprano para arrancar con la calma, para ir escuchando lo que trae el viento.
Durante el camino, se tomaban el tiempo para hidratarse y alimentarse. También, para tomar mates cuando el descanso debía ser más extenso. En esos momentos, se reflexiona acerca de la motivación, de las razones por las cuales una se encuentra en ese lugar, en esa actividad. Romina explica que, entre tantas otras cosas, lo que la motiva es “la amplitud, la visión desde otro plano. La incertidumbre”.
Los días eran a pura caminata y se pasaban rapidísimo. Según cuenta Romina, cuando se quisieron acordar ya estaban pisando las Morenas y el Glaciar del Excélsior. Ella define toda la expedición con un nivel técnico difícil. “Se necesita, obviamente, un entrenamiento previo, físico y mental pero la distancia es llevadera”, reafirma.
Durante el camino las sensaciones les abrían un nuevo camino de introspección y de conexión con lo más íntimo. Romina dice: “Generalmente cuando realizo un ascenso, ascensos que son inhóspitos, solo lo saben amigos y familias. Lo considero como algo muy personal. Casi como una intimidad”.
Dice Romina: “La sensación era de un lugar poco transitado. Se sentía en el aire la soledad y la nula modificación del hombre en los suelos”.
El día de cumbre fue extenso, tuvieron que atravesar plateau glaciario que les marcó la antecumbre del Excélsior y, luego, continuaron el camino por el filo en dirección al Sur. Según explica Romina, el filo cumbrero lo consideraron lleno de retos ya que era pura roca, escalada de 4to grado, con demasiado viento. “A mí pensar es un hermoso reto”, dijo.
El último tramo fue lento. Estaban concentradas en la tarea y en alcanzar su objetivo. Una vez en la cumbre todo fue pura conmoción. Romina dijo que se sintió emocionada por estar arriba de esa cumbre lejana, mística. “Me sentí en gratitud”.
Allí encontraron los comprobantes de las expediciones anteriores, los leyeron cuidadosamente, se sacaron fotos y, finalmente, colocaron el suyo. El comprobante de las primeras mujeres en llegar a la cumbre del Excélsior. La primera cordada íntegramente femenina.
Romina dice que “si está estudiada la zona, se sabe de posibles climas, tenés información de antiguas ascensiones, confianza en las capacidades de una misma, del conocimiento, de las experiencias previas es un reto hermoso y toda montaña te lo puede dar”.
El descenso fue en silencio, tratando de procesar los logros sin olvidar que el objetivo siempre es llegar a casa. Estaban orgullosas de lograr lo planificado, lo soñado. Fue un momento en el que pensaban que todo lo vivido dejó nuevas enseñanzas, huellas y ganas de seguir explorando la inmensidad de los Andes.
Fue un gran ascenso. Fueron las primeras mujeres en pisar la cumbre del Nevado Excélsior y con el mérito de lograr una cordada íntegramente femenina. La montaña las dejó pasar y las incitó a seguir soñando. La consigna que nos dejaron como mensaje está en el comprobante de Romina y Belén que aún perdura en la cumbre: “Si no lo imaginas, nada sucede”.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023