Romina Pagliafora es una guía de montaña mendocina que en este hermoso relato nos comparte de una manera amena y humilde su aventura en el mundo del montañismo, desde sus inicios hasta convertirse en una profesional de la montaña
Ascender una montaña, no solo es un ejercicio físico, sino un acto que ha alimentado la imaginación humana a lo largo de la historia. Las montañas han sido vistas como lugares sagrados, simbolizando la importancia de la conexión espiritual y emocional con el entorno.
Muchas culturas consideran que el ascenso a una montaña representa un viaje hacia lo divino, un acercamiento a lo sagrado y que cada sitio cuenta una historia que nos invita a explorarlas.
La experiencia de subir una montaña puede variar ampliamente, desde una simple caminata por senderos familiares hasta ascensos desafiantes que requieren habilidades técnicas específicas. En cada caso, hay algo poderoso en el acto de regresar a casa tras una expedición, enriquecido no solo por las vistas, sino por las vivencias y conexiones humanas que se forjan en el camino.
Recuerdo la primera vez que alcancé la cumbre de un cerro. La ansiedad y el cansancio que sentía al comienzo se transformaron en una euforia indescriptible al llegar al punto más alto. La vista desde arriba era sobrecogedora: un océano de montañas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. En ese momento, no solo celebré la conquista de una altura física, sino también una victoria personal sobre mis propios límites.
A menudo, estas experiencias trascendentes pueden llevar a un crecimiento personal significativo. En estos ambientes, el tiempo parece suspendido y uno puede reflexionar sobre sus prioridades y valores en un marco de perspectiva renovada.
Caminar en la naturaleza puede ser una forma potente de meditación activa, en la que se despeja la mente y se abre el corazón a nuevas posibilidades.
Desde pequeña, tuve un gran acercamiento al medio natural, crecer en Mendoza, rodeada de estos paisajes, me permitió descubrir mi pasión por el aire libre.
Recuerdo aquellos días sin la tecnología de hoy, pasábamos el tiempo jugando, trepando árboles, andando en bicicleta y explorando cada rincón de nuestro entorno.
Fue en esos momentos cuando nació mi vínculo con la naturaleza, aunque en aquel entonces aún no comprendía la profundidad de esa conexión.
Al terminar el secundario, me sentía perdida respecto a mi futuro. Durante años, había dedicado gran parte de mi tiempo al deporte en equipo, por lo que decidí probar con la carrera de Kinesiología. Sin embargo, algo dentro de mí me decía que ese no era mi camino.
Durante ese proceso, una lesión cambió el rumbo de mi vida. A los 18 años, sufrí la ruptura del ligamento cruzado anterior en un partido de handball, siendo ese mi deporte de varios años. Aquello significó muchos meses de rehabilitación, arduo trabajo físico y mental.
Pasé por momentos de frustración, pero también de aprendizaje. Aprendí sobre la paciencia, la resiliencia y la importancia de escuchar a mi cuerpo.
Un año después, cuando ya estaba recuperada, una amiga me invitó a subir un cerro; acepté sin pensarlo demasiado, sin saber que aquella experiencia marcaría un antes y un después en mi vida.
Mi primer ascenso fue al Cerro Platita (4.300 m.s.n.m), ubicado en el Parque Provincial Cordón del Plata. Recuerdo cada paso, la sensación de fatiga en mis piernas, el aire fresco golpeando mi rostro y, finalmente, la vista desde la cima.
Fue un momento revelador, sentí una emoción indescriptible, una certeza interna y dije esto es lo que quiero hacer.
A partir de entonces, comencé a realizar más ascensos y travesías. Poco después, tomé una decisión que cambiaría mi vida, dejar la carrera de Kinesiología y seguir un nuevo camino.
Descubrí la Tecnicatura en Conservación de la Naturaleza, una carrera que combinaba la exploración de ambientes agrestes con el conocimiento de geografía, flora y fauna.
Me fascinó…
Inicié mis estudios con entusiasmo y me gradué en tiempo y forma.
Mi primer gran desafío profesional llegó cuando trabajé como guardaparque en la Reserva Laguna del Diamante.
En un entorno donde predominaban compañeros hombres, tuve que demostrar mi capacidad en cada tarea.
Más allá del esfuerzo físico, aquella experiencia me brindó una conexión más profunda con mi propósito de vida. Recuerdo en esa época tener a mi padre muy enfermo, ahí entendí y comprendí que la decisión de estar lejos nos lleva a ver todo diferente y tomar las cosas con distintos compromisos y responsabilidades.
Sin embargo, a pesar de la satisfacción que sentía, algo seguía llamándome. Cada vez que miraba las montañas, sentía que aún no había llegado a donde realmente pertenecía.
Fue entonces cuando decidí inscribirme en la Tecnicatura en Actividades de Montaña y Trekking.
Tuve la suerte de encontrarme con un grupo increíble de compañeros y profesores que compartían mi misma pasión. La motivación y el aprendizaje constante nos impulsaban día a día.
Me recibí como Guía de Trekking en 2019, pero antes de obtener mi título, ya había tenido la oportunidad de asistir en expediciones con guías de montaña en lugares como Mendoza, Catamarca y Bolivia.
Cuando terminé la tecnicatura, envié mi currículum a varias empresas con la esperanza de trabajar en el Parque Provincial Aconcagua. Poco después, llegó la confirmación: ¡había sido seleccionada! La emoción era enorme, pero también el miedo. No conocía cómo funcionaba la logística, solo tenía referencias de profesores que compartían sus experiencias.
Cuando llegó el día, fui asignada como asistente de un guía extranjero en una expedición de 11 personas. La incertidumbre me acompañó todo el camino, pero había algo que me impulsaba a seguir adelante. Existe un dicho que dice “la suerte del principiante”, y en esa expedición logré llegar a la cumbre junto con dos expedicionarios.
La felicidad que sentí en ese momento fue indescriptible. Ahí, en la cima, lo supe con certeza: esto es lo que quiero hacer siempre.
Desde entonces, cada cumbre me ha brindado lecciones de vida y me ha permitido crecer de maneras que nunca imaginé.
La montaña no solo es mi profesión, sino mi forma de vida, mi refugio y mi mejor maestra.
A lo largo de este camino, he conocido personas con historias de vida increíbles, cada una buscando algo diferente: sanar, desafiarse, encontrar respuestas. Algunos llegan con la intención de vencer sus propios miedos, otros con la esperanza de descubrirse a sí mismos en la inmensidad del paisaje.
He visto lágrimas de felicidad en las cumbres y frustración en los regresos sin éxito. Pero la experiencia en la montaña nos da lo que realmente necesitamos, no siempre lo que queremos o para lo que estamos preparados. Nos enfrenta a nuestras limitaciones, a nuestra fortaleza y a la humildad de aceptar que no siempre podemos controlarlo todo.
Sin embargo, no todas las expediciones terminan en celebraciones o aprendizajes ligeros. Hay momentos que dejan marcas imborrables, que nos ponen a prueba de formas impensadas y nos obligan a tomar decisiones difíciles.
Fueron pasando las temporadas y una en especial cambió mi carrera.
Todo comenzó en un intento de cumbre. Nueve integrantes avanzaban en su ascenso, pero uno de ellos decidió ignorar nuestras recomendaciones. A pesar de las advertencias sobre su estado físico y el riesgo de continuar, insistió en seguir.
El desenlace fue devastador: edema pulmonar por fatiga extrema. Tras horas de esfuerzo y toma de decisiones bajo una presión inmensa, ocurrió lo que nadie quería.
Esa jornada se convirtió en una prueba de resistencia mental y física. Fueron 28 horas sin dormir, en medio de un rescate donde el frío y el viento no daban tregua. La altitud, el cansancio extremo y el estrés nos empujaban al límite, pero el compromiso de hacer todo lo posible por salvar una vida nos mantuvo en pie hasta el final.
La montaña es un escenario de grandes logros, pero también de duras lecciones. Aprendí que, como guías, no solo llevamos la responsabilidad de acompañar, sino también de proteger.
No basta con advertir, con señalar los riesgos: cada persona debe estar dispuesta a escuchar.
La seguridad es la prioridad absoluta, pero cuando el ego se interpone, las consecuencias pueden ser irreversibles.
Aquel día dejó una huella imborrable en mi vida. Fue un recordatorio de que en la montaña, como en la vida, hay momentos donde debemos aceptar nuestros límites y confiar en quienes tienen la experiencia para guiarnos.
Según la Ley Nacional de Guías de Montaña, un guía es un profesional con conocimientos en deportes y turismo de montaña, capacitado para la conducción segura de personas en entornos agrestes. Sin embargo, esta profesión va mucho más allá de lo técnico.
Ser guía es asumir un rol que combina liderazgo, empatía y responsabilidad. No solo acompañamos a otros en la travesía, sino que nos convertimos en su apoyo emocional, en la voz que motiva cuando las fuerzas flaquean y en el vínculo que conecta a cada persona con la inmensidad de la naturaleza.
Más que un trabajo, guiar es un estilo de vida cimentado en valores fundamentales:
• Seguridad: Evaluar riesgos y priorizar la integridad del grupo.
• Conocimiento del Entorno: Comprender la geografía, flora, fauna y las dinámicas del medio.
• Comunicación y Liderazgo: Transmitir confianza, resolver conflictos y mantener la cohesión del equipo.
• Paciencia y Empatía: Respetar los ritmos individuales y comprender que cada persona enfrenta su propio desafío en el ascenso.
Un buen guía no solo orienta el camino hacia la cumbre; también ayuda a que cada persona descubra su propia fortaleza en el proceso.
El contacto con la naturaleza transforma. La inmensidad del paisaje, el silencio de las alturas y la simplicidad de lo esencial nos brindan un espacio de introspección y bienestar. Algunos de sus beneficios son:
• Reducción del estrés: El entorno natural aquieta la mente y el cuerpo.
• Mejora del estado de ánimo: La actividad física al aire libre ayuda a liberar tensiones emocionales.
• Mayor claridad mental: La desconexión de la rutina y la tecnología fomenta la creatividad y la concentración.
• Conciencia del presente: En la montaña, cada paso exige atención plena; nos enseña a vivir el aquí y ahora.
Cada persona que se aventura en estas experiencias atraviesa un proceso de transformación. La naturaleza no impone condiciones ni expectativas, simplemente nos recibe tal como somos.
Guiar en la montaña requiere no solo preparación técnica, sino también una serie de habilidades interpersonales que fortalecen el crecimiento personal:
1. Comunicación efectiva: Saber guiar con claridad y motivación.
2. Liderazgo bajo presión: Tomar decisiones en momentos críticos.
3. Empatía y conexión: Comprender emociones ajenas y generar confianza.
4. Resiliencia y adaptabilidad: Afrontar desafíos y cambios inesperados.
5. Autoconocimiento: Reflexionar sobre valores y propósito.
6. Trabajo en equipo: Fomentar la colaboración y la cohesión grupal.
Más allá de certificaciones y técnicas, lo que realmente define a un guía es su amor por lo que hace. En cada expedición se comparten historias, se crean lazos y se viven momentos irrepetibles.
He sido testigo de personas superando miedos, reencontrándose consigo mismas y llorando de emoción al alcanzar una cumbre. Porque el verdadero viaje no es solo el físico, sino el que cada uno hace en su interior.
A lo largo de este trabajo, he llegado a una profunda reflexión sobre por qué vamos a las montañas y por qué guiamos en estos entornos.
¿Qué es lo que nos motiva a aventurarnos en busca de nuevos límites? Cada paso en la montaña es un viaje que nos confronta con nuestras expectativas y objetivos, un camino que, aunque a veces esté marcado por la frustración o por logros, nos impulsa a tomar decisiones significativas.
La montaña se convierte en un espejo de nuestras emociones, en la gran maestra, donde los logros alcanzados tras el esfuerzo son celebraciones profundas y las dificultades enfrentadas son lecciones invaluables.
En este sentido, la búsqueda del punto mas alto, no es solo física; es un viaje hacia el autoconocimiento y el desarrollo personal. Cada desafío superado nos recuerda que no hay imposibles cuando nos dejamos llevar por la pasión y el deseo de explorar.
Guiar en la montaña no es solo una profesión; es una forma de vida que nos enseña a valorar el equilibrio entre las emociones y las decisiones. Es un llamado a seguir adelante a no detenerse, a transformar cada frustración en una oportunidad y cada meta obtenida en un nuevo horizonte por descubrir. Así, aprendemos que, al final, lo que realmente nos mueve es la conexión que establecemos con el entorno y con nosotros mismos, creando un lazo eterno que nos invita a seguir explorando y soñando sin límites
Las montañas nos enseñan con cada paso y cada respiro. Nos enfrentan a nuestros propios límites, nos desafían a ir más allá de lo que creemos posible y nos conectan con lo más esencial de nuestra existencia.
Mi mensaje es claro: no se detengan. La vida es movimiento, aprendizaje y transformación. No existen imposibles cuando se persigue un sueño con pasión. Atrévanse a correr tras lo que desean, a sentir el latido de su corazón en cada desafío y a confiar en que, al final del camino, siempre hay luz.
Lloren cuando sea necesario, liberen lo que pesa, abracen el silencio y exprésense con libertad. Permítanse sentir, actuar y evolucionar.
Hoy me despido de esta hermosa travesía con gratitud, la cual sigo recorriendo día a día, dedicando tiempo a mis entrenamientos, familia y el trabajo y a la vez descubrirme como mujer y como profesional con la certeza de que la montaña seguirá siendo mi maestra y mi hogar.
Sigo persiguiendo sueños conquistando experiencias, motivada en seguir viajando y conocer lugares nuevos.
Gracias, Cultura de montaña, por darme tanto. Espero que estas palabras sean un puente para quienes buscan un propósito, porque guiar es mucho más que una profesión: es un Arte. Es llegar a esos lugares únicos, tanto geográficos como emocionales y mentales, que muchas veces nos impiden alcanzar nuestros sueños.
El montañismo es un mundo desafiante, donde la constancia, la pasión y el esfuerzo nos abren camino. A lo largo de los años, he visto cómo cada vez más mujeres que se animan a explorar este entorno, demostrando que la capacidad no tiene género, sino determinación.
A quienes sienten el llamado de la aventura, les digo: sigan adelante. No hay límites cuando hay voluntad, preparación y amor por lo que hacemos.
Este es un camino exigente, pero también inmensamente gratificante, nos enseña que la verdadera fortaleza está en la mente y en el corazón.
Que seamos cada vez más quienes nos atrevamos a vivir esta experiencia, a desafiar nuestros propios miedos y a seguir creciendo en cada ascenso.
La naturaleza está ahí para todos, esperando a quienes se animen a descubrirla.
¡Gracias !
Centro cultural Argentino de Montaña 2023