En esta nota, su autor residente en Madrid, expresa su dolor por considerar que esta montaña y su fisonomía, se ve cada vez más "invadida" por anclajes y cuerdas de escalada que se dejan colocados en las paredes graníticas con el solo fin de facilitar la escalada de los excursionistas durante el montañismo turístico sin medir las consecuencias, fenómeno creciente en muchas de las vías de escalada del mundo
Situándolo en el mapa, la Península Ibérica está partida en su centro por una larga cadena de montañas que, con sus casi 600 kilómetros de longitud, separa ambas mesetas castellanas, adentrándose en Portugal. A esta cordillera se la denomina Sistema Central… pero este apelativo no es más que una definición académica, pues nunca nadie, a lo largo de la historia, la llamó jamás así; en efecto, los habitantes de cada zona tenían un nombre para las montañas bajo las cuales vivían, sin tener siquiera un conocimiento del todo que forman esa unión de sierras.
La mayor elevación del Sistema Central, con 2.592 metros de altura, se ubica en la provincia de Ávila, con Pico Almanzor (así se le llama ahora, aunque en los viejos libros de geografía su denominación era la de Plaza del Moro Almanzor). Pero no hay que dejarse engañar, por tan baja cota, pues esta cima en invierno presenta todos los rigores y dificultades propias de la alta montaña… igualmente ocurre con toda la Sierra de Gredos, especialmente en sus orientaciones norte: los rigores invernales la convierten en una magnífica escuela para el alpinismo.
El Sistema Central es una larga cadena de sierras, que habitualmente se han subdividido en cuatro:
Estrella (en Portugal), Gredos, Guadarrama y Ayllón… si miramos el mapa, de izquierda a derecha (oeste-este) tendrán este orden.
Todo el Sistema Central se eleva sobre las dos grandes mesetas del centro de España: la de Castilla la Vieja al norte y la de Castilla la Nueva al sur; por eso, la base de estas montañas suele estar entre los 500 y los 1200 metros de altitud, que es la altitud de las mesetas y los pie de monte.
Desde Madrid están al oeste a unos 180 kilómetros, casi en el centro de la Sierra de Gredos, que son las montañas más alpinas de todo el Sistema Central; están en su ladera sur y un poco al este del Pico Almanzor, por debajo de otra de las magníficas y altas cimas de la sierra: La Mira, de 2.343 metros de altur, allí aparece una enorme colección de agujas graníticas que, como los dedos de una mano puesta hacia arriba, apuntan desafiantes al límpido cielo castellano.
La máxima altitud está en los 2.216 metros de altura del Gran Galayo. Por debajo de él podremos encontrar medio centenar de agujas con paredes de hasta 300 metros, verticales y desafiantes… ¡toda una provocación para los escaladores!.
Muy frecuentada toda esta zona montañosa por pastores y cazadores, existen referencias históricas muy antiguas… aunque, evidentemente, la mayoría de las agujas del Galayar eran meros testigos del paso de aquellas personas. Está documentado que en 1891 y en 1896 dos británicos suben hacia La Mira, pasando bajo las paredes, con la intención de cazar algunas cabras montesas (Capra Pyrenaica Victoriae); en efecto, Abel Chapman y Walter Buck fueron acompañados por naturales de la zona, que ejercieron de guías durante su recorrido.
Mas tarde, en 1912, siete personas que vivían al sur de la sierra, hacen una larga excursión que también les lleva a pasar próximos a las agujas de Galayos; Juan Andrés Feliu, uno de los participantes, publicará un relato de aquellos días; como pie de una de las fotografías que ilustran el texto, foto en la que aparecen la colección de intrincadas y verticales agujas del Galayar, puede leerse su calificativo de “inexpugnables”… lo que, probablemente, fue la causa del olvido por parte de los primeros montañeros.
Pese a todo, probablemente imbuidos por ese espíritu aventurero y de exploración que caracterizó a las primeras generaciones de montañeros, a partir de esas fechas algunos adelantados de la roca comenzaron a subir a las cimas de las agujas más sencillas y accesibles. Aquí hay que destacar a José Fernández Zabalala, uno de los grandes escaladores de la época, provisto con sus zapatillas de suela de esparto, una gruesa cuerda de cáñamo atada a la cintura… ¡y nada más! También sería justo citar a Antonio Víctory. Entre 1913 y 1915 Zabala publica su libro “Gredos, contribución al estudio del Sistema Central”, dedicando un capítulo a su paso por las parades de Los Galayos (él lo escribe así, y no los Galayos… aunque en la literatura de montaña suele citárseles igualmente como el Galayar).
Es necesario anotar, para que se compruebe lo que inspiraban esas peculiares agujas en aquellas fechas, unas frases del libro de Zabala ya citado (pues fue un autor prolífico con varias monografías montañeras y del primer manual de alpinismo de España); escribe Zabala:
“La barrera de Los Galayos constituye uno de los contrafuertes de la Sierra, abrupto y áspero, con muy pocas montañas con las que puedan compararse, tanto por la verticalidad de sus rocas, como por el aspecto de toda la barrera, negra, amenazante, bravía”.
Zabala también reseñará en sus escritos como los pastores de la zona se introducían habitualmente por las abruptas canales entre las agujas, a la búsqueda de cabras enriscadas o perdidas. Sin duda que ese conocimiento del lugar fue aprovechado por los visitantes, cazadores y montañeros, cuando contrataban a esos pastores para que les guiaran en la zona.
En 1915, Isaac Huertas, un constructor de aquellas tierras, levanta una pequeña casa en la misma cima de La Mira, próximo y por encima de las agujas de Galayos. Este será un encargo del Club Alpino Español. El apoyo logístico que supondrá este refugio, del que se decía que para entrar en invierno había que cavar en la nieve y hacerlo por su chimenea, dará un impulso al descubrimiento para el montañismo de diversos recorridos por las canales del Galayar y facilitará el acceso a algunas de las cimas de las agujas más sencillas de subir.
De estas primeras escaladas a las cimas de algunos de los riscos más accesibles no anotaremos los nombres de quienes dijeron apuntarse la primera ascensión, siempre acompañados por sus guías, los pastores de la zona, pues deberíamos poner en cuarentena dichas afirmaciones, toda vez que resulta más que probable que ya hubieran sido escaladas por algunos de dichos pastores, callándolo para conseguir un mejor sueldo… si acaso no habrían sido subidas por compañeros suyos en las labores pastoriles.
Dos de los riscos de más altitud, los que posteriormente pasaron a denominarse el Gran Galayo o el Don Servando, entrarían dentro de esta advertencia. Y conviene advertir que, en la montaña, ¡en todas las montañas!, esta historia sobre la primera ascensión se repite con harta frecuencia: quien sube y no deja reseña de ello, será devorado por el olvido.
Saltemos ahora, en nuestro breve viaje histórico sobre estas montañas, al año 1933. Era el mes de mayo cuando aparecen dos de los más grandes escaladores de la época: Ricardo Rubio y Teógenes Díaz; no pudo acompañarlos en esta ocasión el tercer miembro habitual de la cordada: Ángel Tresaco, a quien problemas laborales le retuvieron en Madrid, lugar de residencia de los tres.
Tras una larga caminata vivaquean bajo la aguja más espectacular de todas: el Torreón de los Galayos… aunque los pastores en aquella época le conocían como La Torre o El Pilón. Se trata de un monolito tan vertical y sobrecogedor como el que nos muestran y describen Stanley Kubrick y Arthur C. Clark en su mítica película y libro “2001, una odisea en el espacio”… sólo que aquél es de duro granito y este ignoramos los materiales de su construcción.
Sin embargo, ambos resultan igualmente inquietantes para quien les observa. Uno y otro compañero abandonarán su vivac con las primeras luces, harán varios intentos para poder acceder a una chimenea que ellos prevén que les dejará en la cumbre. Quedará para nuestra pequeña historia los esfuerzos, y los malos momentos, de Teo para superar un gran bloque empotrado que obstruye el paso en la parte alta de la chimenea; pero su enorme fortaleza física -era cantero- le ayuda en el esfuerzo y logrará izarse sobre él con bien; luego, hasta cima todo será más sencillo.
Conviene señalar que todo su material de escalada consistía en unas alpargatas con suela de esparto y una cuerda de cáñamo atada a la cintura. No, no llevaban clavos que pudieran asegurar sus movimientos más difíciles; su seguridad se apoyaba en la sólida posición del compañero -nótese la ironía- en la reunión, con la cuerda pasada por la espalda. Aquella escalada supuso el sumun de la dificultad hasta ese momento en España… se había “abierto la veda”.
Hoy, en homenaje a aquellos pioneros, una de las más esbeltas y difíciles agujas del Galayar lleva sus nombres: la Punta Díaz Rubio. Ángel Tresaco se quitaría la espina de no poder participar en la escalada con sus compañeros, anotándose la segunda ascensión, junto a Enrique Herreros (quien años después sería el representante de la gran, y bellísima, actriz española Sara Montiel). Tresaco metería la primera clavija en Galayos, precisamente para asegurar el paso del temido bloque empotrado. Pero si la escalada del Torreón de los Galayos fue asombrosa, así como su pronta repetición, escasamente un mes después (en junio), pocas semanas más tarde llegaría Miguel López y haría la primera escalada en solitario. Tan enorme escalador, sólo un año más tarde, perdería la vida en una caída en las montañas del Pirineo, cuando escalaba una larga cresta en compañía de su amigo Pepín Folliot, otro de los pioneros de la escalada en España y en Galayos.
Con esta increíble escalada, ya dijimos, “se abrió la veda” : (lo que implica que a partir de entonces, una nueva mirada escrutaría los diedros y las paredes con otros ojos, aceptando el reto que suponían).
Se cumpliría aquello que certeramente había señalado un día el poeta y guía de las montañas Gaston Rebuffat:
“El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo soñaron”.
Poco a poco, cada aguja, cada pared de cada una de ellas, serían escaladas… algunas paredes con varias líneas bien diferenciadas. En 1934 Teógenes Díaz volverá al Torreón, acompañado esta vez de sus dos amigos -Ricardo Rubio y Ángel Tresaco- más Franco Orgaz y Enrique Herreros, y escalarán un nuevo itinerario por el vertical diedro de la cara sur.
Mas tarde, en 1947, Florencio Fuentes, Antonio Rojas y Pepín Folliot harán pequeñas variantes al recorrido inicial, dejando a la posteridad una escalada de tan enorme belleza como verticalidad y que se convirtió en una de las grandes clásicas del Galayar, conocida como la Sur del Torreón.
No podemos dejar de reseñar una curiosidad histórica: sin saberse a ciencia cierta si fue en 1935 ó 1936, visita los Galayos un escalador italiano de gran transcendencia en la historia de la escalada mundial: Emilio Comici, quien inaugurara dificilísimas escaladas en las Dolomitas. Aquí vino acompañado de dos mujeres, Anna Escher y Mally, y del guía yugoslavo Joza Lipovec. Habían acampado con sus carpas despreciando el abrigo del refugio y abierto un nuevo itinerario en el Gran Galayo, entonces llamado Gran Galayo de la Puerta Falsa, dejándonos a la posteridad una vía que ellos catalogaron de IV grado, y que en la década de los 80 del pasado siglo se convirtió en una gran clásica en los cursillos de escalada de la Escuela Madrileña de Alta Montaña.
También Comici y sus compañeros efectuaron otras escaladas, pero, lamentablemente, sus reseñas no dejan claro dónde fueron. Sin embargo, sí se sabe que, en otra de sus jornadas en la zona, escaló el Torreón junto al yugoslavo, por la vía de su cara Sur, y a la que define como “molto difficile”… ¡todo un elogio para los aperturistas de la vía!, viniendo de quien viene tal afirmación.
En todo caso, nuestro querido Galayar puede presumir de tener una escalada, conocida como la vía Comici, abierta por aquel escalador excepcional… aunque popularmente se la llama vía Comichi, en un claro error de pronunciación, pues lo italianos pronuncian el nombre tal y como lo leeríamos en español sólo que con acento en la vocal de la primera sílaba.
En los siguientes meses España quedaría asolada por una cruenta guerra civil: desde 1936 hasta 1939. No había tiempo ni ocasión para ir a las montañas, algunas de ellas, sobre todo la Sierra del Guadarrama, se convirtieron en una línea de frente de batalla, con los contendientes ocupando cada una de sus laderas contrarias. El hambre y la pobreza de los siguientes años de posguerra, unido al sistema económico basado en la autarquía, fueron la causa de que ir a la montaña sólo estuviera al alcance de algunos pocos privilegiados de clase acomodada. Luego el tiempo permitiría regresar a ellas.
Sólo Teógenes Díaz, ¡quince años después de acabada la guerra!, retomó, ya con avanzada edad, su actividad montañera. Mas la vida siempre tiende a normalizarse, y surgirá una nueva generación de escaladores que irán dejando su huella en las paredes y agujas del Galayar… algunos también sus nombres, que quedarán fijados para la posteridad nombrando las vías escaladas: José María Galilea, Merito Sol, Antonio Moreno, Lucas Fermín (aperturista de otra espectacular vía en el Torreón, también convertida en clásica)… una lista cada vez más larga e interesante. Destaquemos, como participación femenina, a Angelines Aguerralde, quien en 1947 se convertirán en la primera mujer en escalar el Torreón.
En 1949 se construirá una pequeña cabaña en piedra más abajo del viejo refugio de La Mira, aprovechando una majada llamada de las Borras; a este pequeño albergue, ubicado a 1.950 metros y justo frente al Torreón, se le puso el nombre de uno de los pioneros de la zona: Refugio Antonio Víctory, quien hiciera una certera y poética definición del Galayar en uno de sus escritos, tras sus visitas a la zona: “la catedral de Gredos”, les llamó, pues su visión fácilmente recuerda a las afiladas torres con que el arte gótico adornaba sus grandes iglesias.
Años después la construcción inicial fue ampliada, aunque sigue siendo muy pequeña (su capacidad es únicamente para 16 personas), y hoy es regentado, por una cesión del Grupo Gredos de Montaña, por David Bautista, un estupendo Guía de Montaña y gran conocedor de la zona. Es evidente que la construcción de este albergue facilitó, mucho más que el anterior refugio, más alto y peor ubicado, la exploración y escaladas de nuevas paredes y agujas. También, con el paso de los años y con la lenta mejoría económica de la sociedad española, el montañismo fue creciendo en importancia e intensidad, popularizándose al poder acceder a esta actividad personas de clase no acomodada.
Así, otra nueva generación de escaladores recorrerá en las dos décadas siguiente, ahora sí, casi todas las paredes, dejando a la posteridad vías de gran belleza y una cada vez más creciente dificultad; y, en este contexto, podríamos empezar reseñando la magnífica Oeste de la Aguja Negra, obra de Salvador Rivas, Pedro Acuña y Francisco Brasas en octubre de 1957… siendo durante años la escalada más difícil de las que se podían realizar en la zona centro de España.
Ellos traerán una mentalidad más moderna y mejores materiales, con lo que los niveles de dificultad y compromiso vuelven a subir un poco más. Reseñemos aquí vías míticas como la Gerardo-Rafa en la Torre Amezúa, la Rodolfo-Santiago del Capuchino, el fantástico Diedro AyusoEspías de la Punta María Luisa, toda la colección de vías llamadas G.A.M.E (acrónimo de Grupo de Alta Montaña Español) ubicadas en diferentes agujas y paredes; la Noroeste de la Aguja Negra, abierta finalmente después de numerosos intentos por los mejores escaladores de la época por Javier Mayayo y Enrique del Pozo…
La década de 1980 traerá, con los pies de gato y los empotradores (los Friends no aparecerán hasta un poco más tarde), una novedosa mentalidad en la escalada:
La búsqueda de la máxima dificultad, pero sin dañar la roca: por eso se renuncia a meter pitones y serán los stoppers (fisureros o empotradores les llamábamos en España) los encargados de brindar la seguridad al escalador. Es en esos años cuando los mejores escaladores del momento, encabezados por Manolo Martínez “el Musgaño” y Fernando de la Puente, entre otros, comienzan a liberar las grandes vías del Galayar, es decir, escalan en libre aquellos sectores que las generaciones anteriores escalaban colgados de sus estribos… y protegidos únicamente con los pitones que hubiera en la vía o los empotradores (stopers) que ellos introducían en las grietas, no dejando así huella de su paso.
Había surgido una revolución en la escalada y en su manera de afrontarla. No podemos dejar de citar a un incansable aperturista de estas otras paredes: Gabriel Martín Cespedosa, quien aún hoy continúa con la búsqueda de paredes vírgenes donde dejar sus vías.
No podemos dejar de reseñar que en la Canal de los Cobardes se escaló seguramente el primer muro vertical de hielo en España. Paco Aguado y Juan Lupión fueron los protagonistas; una imagen de aquella escalada se convirtió en icónica. ¿Se había llegado al final en la evolución de la escalada?... pues según se mire, parece que sí.
Con el surgimiento de la llamada escalada deportiva, con su tremenda popularización, ir a escalar en lugares donde las paredes no estuvieran llenas de parabolts fue poco a poco arrinconándose… hasta llegar al casi olvido. Esta nueva mentalidad en las paredes sería una de las causas de esa pretensión de parabolizar todo lo escalable, apoyándose en los falaces argumentos de “por seguridad” y del “todos tenemos derecho”. Una vez, ironizando mucho, el gran escalador Alfred Mummery, refiriéndose a la evolución en las rutas de escalada, dijo:
“primero, una actividad imposible… luego, una gran clásica… finalmente, un paseo para señoritas” (se ruega poner en contexto histórico esta última afirmación). Pues bien, algunas de las grandes clásicas del Galayar pasaron por esta evolución: la Sur del Torreón o la Oeste de la Aguja Negra podrían servir de ejemplo. ¿Qué diría Mummery si comprobara que, desde hace unos años, esas vías han sido arrinconadas, por temidas, por parte de la gran tropa practicante de las escaladas sobre líneas de chapas? Reflexiones finales “La tolerancia se convierte en un grave pecado sino lucha contra la injusticia” La Montaña mágica Thomas Mann Después de este breve e intenso viaje por la pequeña historia de Los Galayos, es fácil colegir el respeto y admiración que debiéramos tener a nuestros mayores, a aquellos montañeros y escaladores que dejaron sus esfuerzos y sus logros -también sus fracasos- en las afiladas y vertiginosas agujas que configuran un paisaje tan único y mágico.
Galayos, como popularmente se le denomina, ha sido fuente de inspiración para muchas generaciones, ha sido la más magnífica escuela de escalada y alpinismo para varias generaciones… hasta hace unos pocos años, pues las nuevas modas de la escalada le han relegado un poco al olvido.
¿Y cuál podría ser la o las causas? Como en muchas ocasiones, la explicación sería compleja… pero haciendo el necesario resumen podríamos decir que su larga aproximación para acceder a las paredes (habitualmente por encima de las dos horas) y, fundamentalmente, la carencia casi absoluta de anclajes fijos (salvo los escasos pitones o puentes de roca de algunas de sus vías) hoy hacen poco atractiva su escalada.
Acostumbrados a las cortas caminatas para acceder a las paredes, acostumbrados a la abundancia -y sobreabundancia- en los anclajes fijos, acostumbrados a una larga cercana y bien visible línea de parabolts, acostumbrados a encontrar las reuniones montadas… ¿merece la pena someterse a una larga y fatigosa caminata?, ¿merece la pena intentar escalar paredes en las que no abunda el equipamiento fijo o están limpias?, ¿merece la pena escalar con el tremendo riesgo de perderse en la pared al no saber leer la vía?... ¿y, encima, tengo yo que montar las reuniones?... ¿no es todo esto una manera absurda de jugarse la vida?.
No es una exageración lo dicho más atrás, amigo lector; es el fruto de las nuevas modas, donde además, los intereses económicos de unos cuantos, con sus rocódromos y sus ventas de la enseñanza de las técnicas fraccionadas estas hasta el absurdo, con el objetivo de hacer pasar por caja varias veces al aspirante a escalador, han sido los promotores de un tremendo engaño: hacer creer a las nuevas generaciones que la escalada consiste únicamente en resolver un grado de dificultad… olvidando todo lo demás.
Sí, amigo mío, en el olvido queda la exploración, la búsqueda, la verdadera aventura (siempre sujeta a la incertidumbre).
Ahora lo único que parece contar es el ser partícipe de una actividad llamada comercialmente de riesgo… ¡pero sin riesgo!; de vivir una aventura… pero con todo perfectamente reglamentado y sabido de antemano.
En resumen, hoy lo que se vende y lo que triunfa es un fraude en lo que supuso la escalada para todos los personajes citados en esta crónica… pero el actual consumidor no sólo es que ignore todo esto, sino que, en su soberbia, trata de imponer criterios tan traicioneros a la historia y al sentido común como el querer llenar de parabolts unas paredes que siempre fueron, y hasta sido hasta ahora (veremos qué nos depara el futuro) un terreno de aventura y compromiso para todo aquél que tiene la humildad y los conocimientos de intentar sus escaladas.
Vivimos el absurdo, en Galayos y en todas las montañas del mundo, de querer rebajar sus dificultades a nuestro nivel… cuando lo razonable (y la esencia del juego del alpinismo y la escalada) sería la de intentar subir nuestro nivel hasta poder afrontar esas montañas.
Ajardinar el paisaje, dulcificar las dificultades llenando de instalaciones las paredes o lugares conflictivos, además de injusto, es el generador de una falsa sensación de seguridad… que hace más peligroso aún ese punto. Como dijo el poeta Francisco de Quevedo: “poderoso caballero es don dinero”… y aquí, en la escalada, en la montaña, algunos han encontrado un filón para sus espurios negocios. Querer llenar de parabolts vías mítica como la Oeste o la Mayayo-del Pozo de la Aguja Negra, el Diedro Ayuso-Espías… o la Sur de la Apretura del Pequeño Galayo (la más sencilla de las escaladas del Galayar y que siempre estuvo sin equipamiento alguno) supone, aparte de una traición a la Historia y a sus protagonistas, la constatación de la mediocridad de quien lo reclama… porque no vale el argumento de la seguridad para llenar de hierros líneas de escalada que han permanecido limpias o, en el mejor de los casos, con unos pocos pitones en sus grietas.
Recordemos ahora la ironía de Mummery… y en qué ha ido a parar después. Tampoco quiero dejar de señalar, con el dedo acusador, a esos que se llaman guías de montaña o escalada (me da igual la titulación que tengan o cómo la hayan obtenido -este este otro buen melón para un necesario debate-) y que reclaman, igualmente amparados en la seguridad, la necesidad de esos parabolts en las paredes.
Yo les preguntaría: ¿acaso no estás reconociendo implícitamente, con tu pretensión de parabolizarlo todo, tu propia incapacidad para ir a esos terrenos?; porque no se entiende que montañeros y guías de 10 décadas pretéritas, con peores materiales y más deficientes conocimientos técnicos hicieran del Galayar su patio de recreo.
se trata de respetar tanto a la historia como a sus protagonistas. Se trata de dejar, simple y llanamente, las cosas como estuvieron siempre, tal y como las disfrutaron y nos las legaron nuestros mayores… tal y como deben quedar para los tiempos venideros. Se trata de respetar la montaña tratando de minimizar nuestro paso por ella. Son ellos, los Reyes del Taladro, quienes quieren imponer un criterio y unos conceptos que traicionan la esencia de la escalada y de nuestros queridos Galayos… y en este punto, es bueno recordar la frase de Thomas Mann de su novela “La montaña mágica”:
“la tolerancia se convierte en un grave pecado cuando no lucha contra la injusticia”.
Atrevámonos a gritar que no supone un acto de intolerancia la negativa a ver las paredes del Galayar (y de todas las montañas) llenas de hierros. Porque sí sería un grave pecado el no luchar contra ello. Y también sería una tremenda injusticia contra lo que significa y significó escalar en Galayos… y en todas las paredes del mundo.
El Galayar es un conjunto de agujas de granito ubicados en la sierra de Gredos, en la provincia de Avila bastante cerca de Madrid, es conocida por sus impresionantes formaciones rocosas graníticas con imponentes paredes y cresterías lo que la hace un lugar muy popular para la escalada y el senderismo.
Pero esa no es la cuestión hoy.
Ya hace treinta años hubo un contrato de deportivización al presentar un proyecto de equipar todas las reuniones, todas con paraboles y hacerlas rapelables. ¿Quién encabezó ese proyecto? ¿En dónde se presentó? ¿Cuándo?
Eso se frenó. No hubo contrato de nada, fue una propuesta.
Fue una idea del Club Alpino Peñalara y se celebró una reunión en el Nogal del Barranco donde también se paralizó el proyecto, pero se paralizó igual que este nuevo movimiento de ahora porque son tan inútiles que demuestran su incapacidad para manipular una asamblea, solo tenían que llenar la reunión de clientes de los rokos con la orden de que: - “cuando yo levante el brazo lo levantáis vosotros”, y hubieran ganado por mayoría absoluta y total.
El voto asambleario no es democrático.
Y no puede valer lo mismo el voto de un pionero de Galayos que el voto de un chapero de rokodromo.
Eso se frenó, pero siempre han estado ahí agazapados esperando su momento y este ha llegado.
¿Quiénes?
Lo que debía quedar como recordatorio de un mundo que se fue y no va a volver, una suerte de Capilla Sixtina anclada en el tiempo, está sentenciada.
Siempre claro, por TU SEGURIDAD.
…"En verdad, cuando liquidan tu mundo, tu historia y tu patrimonio a golpes de taladro claro que te tienes que enfadar…y más si sabes que volverán a intentarlo".
Ahora hay otra propuesta de reequipar reuniones y rapeles para evitar accidentes, “porque esto va de TU SEGURIDAD”- no vaya a pensar nadie que es para subir y bajar yo con mis clientes cómodamente, esto es “para que no haya accidentes”.
Ocurre que aquí en España, hace años a alguien se le ocurrió vivir del cuento de “esto es la montaña” y profesionalizarse y nacieron los títulos y los cursillos y los rokódromos.
-Yo te doy el titulo de TD2 TU ME DAS 3000€ y te buscas clientes para pastorear por el camino Smith con raquetas de nieve por el barro y los clientes van muy contentos porque están haciendo una actividad de riesgo sin riesgo al ir acompañados de un técnico de montaña homologado.
Estos mismos en los años 90, llenaron de chapas todos los riscos de Pedriza, primero las reuniones nada más, “POR SEGURIDAD”, aunque nunca hubo tornillos de expansión y se podía meter de todo, pero primaba la SEGURIDAD, después a la salida de las reuniones pues también otra chapa para evitar el factor 2, y ya puestos, tiradas emblemáticas como el paso de la columna de Hércules en la cara Este del Pájaro apareció con 4 chapas en 5 metros, pasó de ninguna a 5 pero “POR TU SEGURIDAD”.
Los Galayos son el último reducto de toda España que aún conservaba su esencia, aún no había caído bajo la tiranía del taladro, pero no respetan nada, lo quieren todo.
Todavía no lo han sembrado de chapas, grapas y demás artilugios, pero al próximo intento lo lograran por eso mi despedida con el Réquiem, porque es cuestión de tiempo, va a caer.
Esto no es un fenómeno de hace un mes o un año.
Hace 20 años regalé todo mi material y dejé de ir a la montaña ni a mirarlas desde lejos. Ese mundo desapareció y ya no va a volver, hay lo que hay ahora y eso para ellos, yo no quiero saber nada.
Desde entonces me dedico a viajar solo, atravesar fronteras es ahora mi verdadero sentido de la vida.
Tras 40 años de dictadura al español le han incrustado el miedo en el ADN de los huesos.
Con la turba no se puede razonar y sabéis lo que va a hacer la mayoría que está en contra de esta burrada, camisetas, harán camisetas de “CHAPAS NO” y" recogerán firmas por internet", no dan para más, son españoles, yo les conozco de toda la vida.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023