Quien en 1965 comandó la primera expedición Argentina al Polo Sur, fundador de la Base Belgrano, y gran defensor de la soberanía sobre la Antártida Argentina
El general de Brigada (RE) del Ejército Jorge Edgar Leal ( 1921-2017)quien comandó la primera expedición argentina al Polo Sur y fundador de la base Esperanza en territorio antártico, murió hoy a los 96 años y sus restos serán velados en el Regimiento de Granaderos a Caballos ubicado en el barrio de Palermo, según confirmaron fuentes militares.
Leal había nacido en 1921 en Rosario de La Frontera, en la provincia de Salta y dedicó casi la totalidad de su carrera militar a la afirmación de los derechos argentinos sobre el continente blanco.
Hijo de un intendente y una maestra, fue boy scout desde chico y aprendió de montañas y de nieve en su primer destino en Campo Los Andes, Mendoza En 1939, a los 18 años, ingresó al Colegio Militar de la Nación, de donde egresó con el grado de subteniente de Caballería, y años más tarde, en los tiempos del primer gobierno de Juan Domingo Perón, Leal, con el grado de capitán, estuvo al mando de la base San Martín, situada en territorio antártico.
Leal fue un raro general democrático en tiempos de golpes frecuentes y fue el primer presidente del grupo que reunió a los militares demócratas en 1984, el Cemida (Centro de Militares para la Democracia Argentina), y tuvo un fuerte cruce cara a cara con el dictador Jorge Videla antes del golpe del '76.qe asi lo relato: "Yo era jefe de la Dirección Nacional del Antártico y me entero de que estaban fragoteando. Lo llamo por teléfono y le pido una audiencia. El fijó el día y la hora. Fui a su oficina, se levantó de inmediato, vino, me saludó muy respetuoso y me invitó a sentarme y tomar algo. Le dije: 'General, yo sé que ustedes están fragoteando'. Se quedó duro y ya no le gusté. No dijo nada. 'General Videla, no lo hagan, no lo hagan. Ninguna revolución sirvió de nada al país'. Y ya se me puso serio. '¿Mi general, usted cree que esto puede seguir así?', preguntó, y le contesté: 'No, pero eso no se soluciona con una revolución. No lo hagan'. Faltaba poco para el golpe".
En 1980, leal había estado 30 días con arresto en el regimiento neuquino "por oponerme a la guerra contra Chile, porque yo sabía que si íbamos a una guerra la Patagonia era chilena en este momento. No estábamos preparados".
"Yo soy militar en serio pero nunca intervine en ninguna revolución", dijo hace dos años en uno de sus últimos reportajes. "Para mí, los gobiernos militares no sirvieron de nada. Porque estaba y estoy convencido de que ninguna revolución sirvió para nada en este país".
La dictadura del '76 lo puso preso otras dos veces más. La primera vez en La Plata, 15 días, "porque al gobierno militar le daba cada vez que podía". Y la tercera en su casa de Vicente López, 70 días, por haber ido a recibir a los soldados.
El general Leal vivió sus últimas cuatro décadas en un austero chalet de una esquina de Vicente López, en la Provincia de Buenos Aires.
Fue -y se consideraba con orgullo- discípulo dilecto del general Hernán Pujato, un militar, diplomático y explorador argentino que fundó las primeras bases antárticas del país, así como el Instituto Antártico Argentino.
En 1957, Leal estableció en el continente la base General Belgrano, dependiente del Ejército, y esas experiencias le permitieron asesorar a la comisión argentina que participó en la Conferencia de Antártica de Canberra, que se celebró en 1961 en Australia, entre todas las naciones que se proyectaban sobre extensiones tan gélidas como desconocidas.
En ese cónclave entendió la importancia que tenía para el país afirmar su presencia en la Antártida y comenzó dos años más tarde los preparativos de la Operación 90, la expedición argentina que conquistó el Polo Sur.
"Afirmar la capacidad argentina de alcanzar todos los rincones de lo que considera su territorio soberano, buscando afirmar así los derechos de la soberanía territorial esgrimidos por el país en la Antártida Argentina", escribió el militar en un documento en el que justificó los propósitos de su misión.
La Base General Belgrano que el Ejército ocupaba en la barrera de Filchner sería la base de operaciones de esa patrulla.
A fines de noviembre de 1963 el personal de Belgrano comenzó a estudiar sobre el terreno las posibles vías de acceso al interior del continente y planear la instalación de una base secundaria de operaciones, con víveres y combustibles, aproximadamente a los 83º de latitud Sur.
En el asalto al Polo se materializaba un viejo anhelo del general Hernán Pujato, fundador de las Bases San Martín, en Bahía Margarita, y Belgrano, en la barrera de Filchner, y una de las figuras más señeras de nuestras actividades polares.
Debieron elegirse el vestuario, los equipos y los vehículos, seis tractores snow-cats, capaces de transportar al personal, sus equipos y las provisiones.
Difícil fue la selección del personal. Esta selección –entre veteranos antárticos -, era de suma importancia.
En este sentido fue una designación muy importante la del segundo Jefe de la Patrulla de Asalto, el Capitán Gustavo Adolfo Giró, que fue anteriormente Jefe de las Bases del Ejército San Martín y Esperanza, y que cubrieron todas las tareas de preparación del viaje hasta los 82º de latitud Sur.
El Capitán Giró y sus hombres, en cumplimiento de las órdenes recibidas partieron en marzo de 1965 hacia los 82º de latitud Sur, -al pie de las primeras estribaciones de acceso a la alta meseta polar -, jalonando la ruta y montando una construcción que fue provista con cincuenta toneladas de materiales.
Antes de comenzar la larga noche polar quedó instalado el refugio que hoy se conoce como Base de Avanzada Científica Alférez de Navío Sobral.
La estación de apoyo exigió al capitán Giró y a la Dotación de la Base Belgrano, más esfuerzos de lo esperado. Un difícil campo de grietas obligó a detenerse a los hombres con el fin de estudiar y jalonar la zona, llamada más tarde paso Saravia, que se transformó para los hombres "en un verdadero y difícil combate".
Recién el 2 de abril de 1965 se inauguró la nueva base que tuvo como primera dotación al Teniente Adolfo Eugenio Goetz, al Sargento Ayudante Julio César Ortiz, al Sargento Primero Adolfo Oscar Moreno y al Cabo Primero Leonardo Guzmán.
En este punto se debe recordar que, gracias a su tesonero esfuerzo, Giró y sus hombres, sin distinción alguna levantaron en un verano lo que estaba previsto se construiría en dos, al punto de que el Capitán Giró solicito que se adelantara la fecha del asalto al Polo Sur.
En un radiograma Giró puntualiza que la base de avanzada contaba con los equipos, víveres y combustibles para apoyar la expedición "y estando todo listo para iniciar la marcha al Polo Sur Geográfico demorar la expedición un año más es contraproducente y puede constituir un fracaso por las siguientes causas: la masa de hielo de la barrera de Filchner está en continuo movimiento y la actual ruta, reconocida y enmarcada, puede en un plazo de dos años sufrir variantes que la anulen, perdiéndose los abastecimientos ya adelantados y el esfuerzo que ello significa".
Temiendo un posible desprendimiento de hielo en la zona de Belgrano –en ese entonces a dos kilómetros del borde de la barrera -, Giró continuaba: "Si Belgrano sale a navegar para siempre perdemos la oportunidad de llegar al Polo Sur".
Leal partió desde la Base Belgrano el 26 de octubre de 1965, al mando de nueve efectivos del Ejército: Gustavo Adolfo Giró; el suboficial principal Ricardo Bautista Ceppi; los sargentos ayudante Julio César Ortíz y Alfredo Florencio Pérez; los sargentos primero Jorge Raúl Rodríguez, Roberto Humberto Carrión, Adolfo Oscar Moreno y Domingo Zacarías; y el cabo Oscar Ramón Alfonso.
Partieron en 6 vehículos Snowcat con trineos de arrastre, precedida 2 días antes por una patrulla de 4 hombres con trineo tirados por 18 perros que jalonaron la ruta con lanzas de caballería hasta los 83,2° Sur (denominada Patrulla 82). Su objetivo era explorar y marcar una ruta segura para los vehículos Snowcat, evitando que cayeran en grietas de la barrera de hielos traspasando lo que denominaban la Gran Grieta. Luego de reunirse ambas patrullas, el 4 de noviembre alcanzaron la Base Sobral, en donde intercambiaron un expedicionario que tenía una herida por uno de la base. En Sobral se hicieron tareas de mantenimiento mecánico de los Snowcat.
La columna de vehículos partió hacia el Polo a las 10 horas del 26 de octubre de 1965.
Dos días antes lo había hecho la patrulla de trineos del Teniente Goetz, que se adelantaba para cumplir su misión de jalonar el camino.
El primer día de marcha estuvo nublado, con mucho "blanqueo", debiéndose avanzar con suma lentitud para evitar los Sno-Cat la violencia de un posible choque contra los altos sastrugis, esos profundos surcos que el viento cava en la dura superficie del hielo.
Al día siguiente se entró en el área de la Gran Grieta, en donde a los peligros de la zona muy agrietada se sumó una hostil ventisca baja que anulaba la visibilidad y redujo la velocidad de marcha al mínimo.
Poco después se avistó a la patrulla 82 que, obligada por el temporal, vivaqueaba en plena Gran Grieta.
A partir de ese momento los Snow-Cat y los trineos de la patrulla 82 continuarían la marcha hasta el cordón Santa Fe en donde el Teniente Goetz realizaría estudios geológicos, recogiendo muestras de rocas de esas montañas jamás visitadas por el hombre.
Sobre la medianoche del 4 de noviembre se llegó a la Base Sobral, con una temperatura de 33º bajo cero pero con el Sol brillando alto sobre el horizonte Sur.
En Sobral, la columna se estacionó para efectuar tareas de mantenimiento mecánico; los trineos habían sufrido daños en sus patines y los vehículos debían ser repasados pues el tramo entre Belgrano y esta base había sido mas duro de lo previsto.
Además, aquí comenzó a tomar importancia una herida en la mano sufrida por el Sargento Primero Guido Bulacio que, en definitiva, debió ser separado de la expedición. No se podía correr el riesgo de que sufriera una infección o congelamiento.
En una sencilla votación –el general Leal sostuvo que la misión era antes que nada un trabajo de equipo -, se resolvió incorporar al grupo de asalto al Sargento Ayudante Florencio Pérez, de la dotación de Base Sobral.
Hacia adelante, la ruta volvió a ser pesada y peligrosa. El frío acentuado, las grietas y los sastrugis no dejarían de estar presentes un solo momento.
En cuanto a las grietas, cubiertas a veces con débiles puentes de nieve que la disimulan u ocultan por completo, estuvieron a punto de "engullirse" a algunos de los Snow-cat; felizmente, en ellas solo se perdieron trineos con provisiones.
Los duros filos de los sastrugis orientados de E a W, obligaban a pasarlos de frente tornando la marcha peligrosamente lenta.En ningún momento la gente olvidaba que toda demora gravitaba directamente sobre las reservas de víveres y de combustibles.
Ya sobre la meseta polar también los temporales impusieron situaciones de tediosa inmovilidad. "estamos detenidos perdiendo precioso tiempo, consumiendo víveres y combustible que tenemos tan medidos", registra el coronel Leal en su diario.
El 18 de noviembre el grupo de asalto se separó de la patrulla 82 integrada por el Teniente Adolfo Eugenio Goetz; el Sargento Primero Ramón Villar y los Cabos Primeros Marcelo Álvarez y Leonardo I. Guzmán, cumplida ya la primera parte de su misión: la de actuar como punta de lanza para detectar obstáculos peligrosos para los vehículos de la expedición.
A la patrulla de perros le restaba todavía realizar tareas de cartografía y geología en el cordón de montañas Santa Fe. Pero para los hombres que terminaban su viaje les cabía el honor de ser los primeros que se habían adentrado con trineos hasta esa zona del continente, hasta los 83º2' de latitud Sur.
Separados ya de la patrulla 82, los hombres reanudan el arduo camino. Con escasas horas de intervalo se rompen dos trineos y se puede advertir que se vive una situación de cierta gravedad. Los trineos están semi destrozados por el terreno y en una penosa tarea se debe reubicar la carga que llevaban y dejar a uno de los sno-cats como depósito de combustible para el viaje de regreso y un jalón para hallar el camino más fácilmente.
La rotura de los patines de otro trineo impone considerar la situación muy detenidamente. Sin trineos es imposible alcanzar el Polo.
Sobre los 83º de latitud Sur y a 1.900 metros de altura sobre el nivel del mar se arma un campamento en el cual durante dos días se trabajara incesantemente con la soldadura autógena, reparando patines y reforzando la estructura de los vitales trineos. Fueron días en que sobre el pensamiento de la gente pesaron oscuras preocupaciones. El viento fuerte y la nevisca, que cubría poco a poco todos los objetos, gravitaba como una amenaza sobre el ánimo de todos.
Aquel campamento recibió de sus propios moradores el nombre de Campamento Desolación.Pero desde ese momento en adelante la proximidad del Polo comenzó a dar a la Patrulla una especial energía.
Desde los 86º los sastrugis fueron cada vez mayores, tan altos como los tractores. En ese mar ondulado de hielo se prosiguió la marcha agotadora hasta los 88º de latitud. Los hombres sentían la cercanía del Polo –apenas a 200 km. de distancia- y el pensamiento volaba... los esperaba el triunfo; por fin la meta tan firmemente perseguida estaba ya al alcance de la mano.
"...Ahora, y a pesar de nuestra confianza en la capacidad de los dos topógrafos – navegadores, no podemos alejar de nuestra mente la posibilidad de que un error de cálculo o instrumental -, siempre factible por la permanente agresión que significan los extremosos agentes climáticos de la zona, pudiera habernos llevado a lugares que no sean lo que creemos y tenemos marcados en nuestra carta", informa Leal.
El terreno comenzó a mejorar recién hacia el 8 de diciembre cuando los fieles Snow-Cat se arrastraban a 2.645 metros sobre el nivel del mar.
El 9 de diciembre, tras una última etapa de marcha de 28 horas de duración, se estima estar a 45 km. del Polo y de la base Amundsen-Scott instalada allí por Estados Unidos. Por eso se procede a ordenar cargas y vehículos: el personal se apresta física y espiritualmente para cubrir el último y breve tramo de la marcha.
Al día siguiente, 10 de diciembre, fecha inolvidable para los argentinos, el Coronel Leal desciende de su castigado tractor, el Salta, y planta la bandera de la Patria en la nieve endurecida y solitaria del vértice sur de la Argentina.
Atrás quedan 45 días de marcha, de tensiones anímicas, de pensar obsesivamente en las grietas, en mantener el rumbo correcto en una zona donde la brújula es inútil y el Sol puede ocultarse por horas o días enteros.
El 15 de diciembre, ya cercana la hora del regreso, se izó en el Polo la bandera donada por la Asociación Antártica Argentina, que quedo allí como un testimonio del operativo realizado.
El camino del regreso, ya conocido y jalonado por depósitos, no guardaba ya mayores problemas para aquellos hombres que hicieron gala de tanta entereza en todo momento.
Superados los habituales y desorientados "blanqueos", la zona peligrosamente fracturada vecina a la Gran Grieta, regresaron a Base Belgrano el 31 de diciembre de 1965.
La hazaña quedaba así cumplida tras 66 días de arduos esfuerzos sobre el casquete glacial.
El trayecto fue muy arduo, ya que el terreno era completamente desconocido, pues la única avanzada argentina sobre el Polo Sur había sido llevada a cabo por una escuadrilla de aviones de la Marina que sobrevoló el remoto punto geográfico.
Mediciones gravimétricas y magnéticas, observaciones meteorológicas y glaciológicas, ensayos clínicos sobre el problema del frío, comportamiento y rendimiento de equipos y otros estudios menores, fueron parte de las pruebas científicas llevadas a cabo por la expedición a lo largo del duro derrotero.
Argentina se convirtió en el primer país en alcanzar el hito más austral del planeta con una expedición que salió desde el Mar de Wedell.
En su travesía, Leal no se apartó del sector antártico argentino, y la hazaña de este salteño fue una hazaña nacional por lo que, su llegada al, le valió un destacado reconocimiento de parte de Arturo Illia, entonces presidente constitucional del país.
En 1970, Leal fue designado como director nacional del Antártico, cargo que conservó por varios años, y recién en 2003 pasó a retiro como oficial del Ejército. En 1970, Leal fue designado como director nacional del Antártico, cargo que conservó por varios años, y recién en 2003 pasó a retiro como oficial del Ejército.
En su provincia natal el entonces Gobernador, don Ricardo Joaquín Durand lo reconoció como héroe y lo declaró Huésped de Honor el 24 de febrero de 1966. Por decreto Nº 563 de la Municipalidad de Rosario de la Frontera, se le entregó una medalla de oro y se declaró el 25 como feriado administrativo, y el 12 de junio de 2008 fue declarado Ciudadano Ilustre.
El ministro de Defensa de la Nación, Agustín Rossi, condecoró a Leal con la Orden Doctor Mariano Moreno, el 7 de noviembre de 2013. Rossi dijo en esa oportunidad: En la historia hay ejemplos de militares comprometidos como los generales Mosconi, Savio, el brigadier San Martín, y el general Leal, quienes integraron a las FFAA en la planificación de la Nación
En el año 2009 aparece en el documental "La pampa sumergida”, dando su testimonio sobre la cuestión de Malvinas y la Plataforma Continental Argentina.
El 22 de febrero de 2015, con motivo del Día de la Antártida Argentina, Jorge Leal fue invitado al Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur de Buenos Aires para rendirle un homenaje.
El 6 de diciembre de 2014 se cumplieron 50 años de la llegada al Polo Sur y cuatro de los exploradores de la Operación 90 llegaron a Rosario para festejar la hazaña
El hombre todavía no había pisado la Luna y la guerra de Vietnam llegaba a su punto más tirante cuando un grupo de argentinos decidió poner en marcha la primera expedición del país al Polo Sur. Durante 45 días recorrieron unos 2.900 kilómetros, superando fisuras en el hielo, vientos blancos de 100 kilómetros y jornadas interminables de 38 horas. Al cumplirse 50 años del día de inicio de aquella hazaña, El General Leal y tres más de sus protagonistas fueron distinguidos en el Monumento a la Bandera, en Rosario, todos mayores de 80 años.
La temeraria Operación 90 tuvo en su última etapa la más angustiante. La temperatura cayó hasta los 50° bajo cero y los vehículos fueron enlazados con sogas de nylon. Para completar una jornada de 50 kilómetros se demoraba 38 horas. Con las manos entumecidas y el ánimo chamuscado por el frío, el 10 de diciembre plantaron una enseña patria en el vértice sur del continente. Noruegos, ingleses y otros pocos expedicionarios lo habían logrado antes. “No era un capricho atlético, sino un requisito para reclamar soberanía sobre nuestro territorio. En los estrados internacionales nos decían que no podíamos reivindicar el suelo que nunca habíamos pisado” concluye Ceppi. Cinco días después pegaron la vuelta. El viaje de regreso fue mucho más simple. Tardaron 21 días. “Veníamos en bajada, no teníamos tanto peso y habíamos marcado el sendero”, remarca Pérez. Ya en Buenos Aires fueron héroes: los recibieron miles de personas y ellos lo rememoraron en este aniversario.
Fuentes: - www.telam.com.ar
- www.lanacion.com.ar
- www.eltribuno.info
- www.clarin.com
- www.es.wikipedia.org
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