El autor nos comparte como cambió su vida cuando, luego de un infarto, eligiera vivir y apostar por sus sueños : el montañismo ,el ciclismo y las carreras de montaña.
La montaña tiene magia. Tiene algo que cuando lo lográs sentir, te atrapa para siempre.
Soy maestro y cantautor. Y a eso me dediqué todos estos 33 años. Si bien siempre tuve atracción por la naturaleza, caminaba por senderos, y me había animado a varios cerros de no tanta altura. Hubo un hecho trascendente en la vida que me llevó a replantear muchas cosas: a los 49 años tuve un infarto.
Pasada la confusión inicial, de no saber qué significaba eso en mi vida, decidí que no quería vivir asumiendo un rol de paciente, haciendo estudios y consultas, y abandonando la vida cerca de toda la naturaleza que me rodeaba. Puse el objetivo en realizar 10 km de una carrera de montaña motivado por una que se acababa de hacer y que se haría nuevamente un año después. Y como parte de la preparación, me animé a subir un cerro que ya había conocido unos años atrás: El Cerro La Corona de casi 3.000 metros, la altura más alta de la Cordillera del Viento. Habían pasado cinco meses del infarto y yo estaba ahí, la montaña me estaba hablando y me estaba diciendo que era posible. Que yo iba a poder.
El médico que me había atendido en la terapia intensiva de Cipolletti, Pablo García, siempre me alentó a la distancia. Y, una vez me dijo: “Vos elegiste morir viviendo y no vivir muriendo”. De eso se trata todo. La montaña nos encuentra con nuestra esencia, con quienes realmente somos. Ponemos a prueba un montón de valores que yo resumí en una canción que escribí que se llama “Montañeros”
MONTAÑEROS
Un día subí a una montaña y ahí arriba ya no paré de sonreír
El sol envolvía mi cuerpo, el viento golpeaba mi cara
Y cada piedra del sendero fue tan solo una historia lejana
Un día pude respirar todo el aire, la vida brotando dentro de mi
Y mi corazón renovado latiendo ante cada mirada
Viviendo ese hoy, no el mañana, ni el pasado que ya quedó atrás
Un día subí a una montaña y ahí arriba ya no paré de sonreír
Los compañeros del camino llevando cada uno su carga
Que esperan cuando estoy cansado, que entienden lo que me hace falta
Un día pude mirar todo el paisaje sintiéndome pequeño y gigante a la vez
Porque cada cumbre me dice que el triunfo es volver a casa
No vuelve el mismo que se ha ido, por algo cada cosa pasa
Un día subí una montaña y ahí arriba ya no paré de sonreír
Un día, arriba, un día, arriba…
Un día subí una montaña y ahí arriba ya no paré de sonreír
Un día, arriba, un día, arriba…
Me uní a un grupo de montaña de Chos Malal, ubicada a 60 km de donde yo vivo, Andacollo. El grupo se llama Domuyo 4709 dirigido por el guía Raúl Rebolledo. En el año 2018, este grupo tenía un proyecto que consistía en hacer 10 cumbres por el norte de Neuquén con montañistas principiantes a lo largo de 12 meses. Así empecé. De menor a mayor, tanto en las alturas como con mi rendimiento. Llegamos a diciembre, cuando íbamos a hacer la novena cumbre, la primera de lo que se puede considerar alta montaña: el Volcán Tromen con sus 4.140 metros.
Esa experiencia fue determinante. Pude hacer cumbre, con una noche en el campamento base. En el camino de regreso, me dicen: “Bueno, ahora nos queda el Domuyo”. Me recorrió un escalofrío por el cuerpo. El Domuyo es la mayor altura de la Patagonia, y es la presencia monumental de toda esta región, desde lo geográfico y lo cultural, desde los relatos reales y las leyendas.
Había llegado hasta ahí cuando los médicos me habían dicho que no era recomendable subir alturas mayores a los 3.000 metros. Lo había logrado y tenía la felicidad más grande que se puede tener. ¿Por qué no animarme al Domuyo?
El Domuyo fue mi objetivo, mi sueño, y como todo sueño, se inicia caminando.
Para llegar a la punta de camino para ascender al Domuyo, hay que recorrer cerca de 150 km desde Chos Malal pasando por Andacollo, Las Ovejas y Varvarco, que es el último poblado. Desde allí, rumbo a las termas se hace un desvío que llega hasta unos domos pertenecientes al Ejército Argentino. Ahí se dejan los vehículos, se aportan los datos al personal militar y se emprende el sendero hacia el campamento base que está a los 3.000 metros.
Ese 17 de enero de 2019, éramos nueve los integrantes del grupo. Contratamos unas mulas para llevar carpas, comida y elementos de cocina y en nuestras mochilas transportamos todos los elementos de uso personal. Son unas cuatro horas de un sendero de leve ascenso, muy disfrutable. Se cruzan arroyos para abastecerse de agua.
Ese día, el objetivo fue aclimatarse y recorrer sitios cercanos. La idea original era hacer noche en ese campamento base y al día siguiente ascender hasta el segundo campamento que está aproximadamente a los 3.800 metros, pero se evaluó la posibilidad de usar el día siguiente para recorrer la zona del glaciar y aclimatarse e intentar la cumbre el tercer día directamente desde ahí. Eso tenía la ventaja de no tener que subir carpas y comida, y arrancar hacia la cumbre con las mochilas personales. Se acordó esta última opción y recién el tercer día, con un clima benévolo, a las 3 de la mañana se inició el ascenso hacia la cumbre.
El recorrido desde el campamento base hasta la cumbre es bastante exigente. Mucho desnivel, varios sectores de mucha inclinación y acarreo y un sector denominado “La Montura” que nos tocó con bastante nieve por lo cual se necesitó mucha precaución y el uso de los elementos adecuados.
En un momento, llegué a un bordo y ahí estaba esperando el guía Raúl Rebolledo. Me dijo: “Mirá, ahí está la cumbre”. Y vi un senderito bien marcado, una lagunita sobre la que se ha escrito una famosa leyenda, y allí a pocos metros, la cumbre. Dejé mi mochila y apuré el paso. La cumbre estaba al alcance de la mano.
En ese lugar no pude parar de llorar. Pisamos la cumbre cerca del mediodía. Muchas emociones, muchos pensamientos y recuerdos. Y principalmente, la revelación real de que era posible. De que yo era capaz. De que el infarto había sido solo un anuncio de esta vida. Algo así como que me dijo: “Todo puede pasar. A vos también te puede pasar. Y vos vas a elegir qué hacer con eso que te pase. Podés lamentarte y decir por qué a mí, podés lamentarte de tu mala suerte o de los hábitos que no deberías haber tenido o podés agradecer la oportunidad. Y como un homenaje a quienes han tenido que dejar su vida por una enfermedad, vos podés honrar la vida”
Después de esta cumbre, llegaron otras, muchas carreras de montaña y muchos kilómetros de travesías en bicicleta.
El punto de partida para este cambio de vida fue, como ya había anticipado, una carrera de montaña. Estando en la terapia intensiva, después del infarto, en una clínica de Cipolletti donde me habían trasladado para colocarme un stent, el médico me comentó que un mes después iría a mi pueblo, Andacollo, porque ahí se hacía una carrera en la que él estaba anotado. Era el Trail del Viento, un evento que ya se convirtió en emblemático en este norte neuquino y donde asisten corredores de todo el país.
Entonces, tímidamente le dije que si él iba a correr, yo iría a recibirlo. Ese día, estuve varias horas en el lugar del evento porque el corredor esperado participaba de una gran distancia. Yo me creía totalmente ajeno a ese mundo. Había visto otras carreras y se me ocurría que era una actividad reservada a los grandes atletas. Nunca, estando sano (o eso creía), se me hubiese ocurrido que podía ser parte. Era algo totalmente lejano. Pero algo pasó ese día. Mientras esperaba y observaba, dentro mío algo se iba transformando. Sabía que no quería vivir el resto de mi vida como un enfermo pero todavía no tenía ni idea por dónde arrancar.
Y ahí tiré la frase, sin saber a dónde me llevaría: “el año que viene, voy a correr los 10 km”. Yo creo que nadie lo tomó en serio. Pero yo sí. Empecé los días posteriores caminando en la parte céntrica del pueblo (la única parte medianamente llana) Después, todavía caminando, tomé senderos con alguna subida.
Un día me dije: “voy a trotar un kilómetro”. Me largué y corrí tres. Ahí paré y vi que no había pasado nada. Los latidos de mi corazón se habían acelerado pero no era por la corrida. Estaba a plena emoción.
Un año y un mes después del infarto, estaba en mi primera carrera de montaña¡Y llegué! Con un tiempo muy superior al esperado. De más está decir que después fueron otras carreras. No sólo en mi pueblo, sino también en Chos Malal, Varvarco, Manzano Amargo, Las Ovejas, Villa Pehuenia, Moquehue Y ya no sólo carreras de 10 km. Fueron muchas de 25 y 30 km. Y siempre llegué. La primera premisa fue convencerme de que yo no estaba corriendo contra los otros, que iba a haber gente más rápida y alguna más lenta pero que yo estaba corriendo mi propia carrera. Un desafío conmigo mismo.
Hubo carreras de invierno. Sobre la nieve y cruzando arroyos. Carreras por bosques entre araucarias milenarias. La vida me tenía deparado un montón de regalos y yo estaba listo para tomarlos.
Como seguramente le pasó a otros niños, la bicicleta era mi juguete preferido. Pude tener la propia a los diez años y ese fue el regalo inolvidable. Siempre sentí que tener una bicicleta era algo así como tener alas. En aquellos años, mis aventuras eran explorar rincones del conurbano. Desde mi San Antonio de Padua natal, salía a barrios alejados de Merlo, Libertad, Pontevedra, Moreno, Paso del Rey. Eran tiempos en los que un niño podía andar solo sin los peligros de hoy. Menos autos, menos inseguridad.
Pasaron los años y en esta búsqueda de vivir en sintonía con la naturaleza, la actividad física y la montaña, me reencontré con el viejo amor. Compré una bicicleta de montaña y salí. Y fue un nuevo descubrimiento porque andar en bicicleta por estos caminos de ripio y senderos al pie de la Cordillera del Viento fue realmente mágico. Con calor o frío ahí estaba, no pasó mucho tiempo y ya éramos varios.
Un día tuve el proyecto de viajar en bicicleta desde Andacollo hasta la localidad de Caviahue. Eran 160 km por caminos de ripio y cordillera. Rutas bastantes solitarias y con mucho desnivel.
Comenté la idea a amigos y varios se sumaron. De pronto, me proponen sumarle una consigna a la actividad y ser parte de la lucha de un grupo que se llama “Por tí, por mí, por todos” que ya venía trabajando para la creación de un centro oncológico en el norte de Neuquén.
A las personas a las que les toca atravesar el cáncer, deben realizar sus tratamientos de quimioterapias o rayos en la Ciudad de Neuquén, para muchos a más de 500 km, con lo que significa para el paciente este traslado periódico.
Arrancamos algo más de 10 personas y en los pueblos intermedios se iban sumando. Llegamos a ser más de veinte y tuvo tanta repercusión que se logró la instalación de un centro para atención primaria. Por eso, vinieron más travesías para lograr el funcionamiento completo. Hicimos diferentes recorridos atravesando pueblos con más de cien personas pedaleando en cada oportunidad. Hoy tenemos que abrir cupos y organizar todos los detalles de la logística por la cantidad de gente que se acerca para ser parte.
Hace poco ocurrió un suceso en mi vida : mi jubilación después de 35 años de desempeñarme como maestro de niños y de adultos en escuelas rurales de pueblos pequeños. Yo quería que ese cambio de vida fuera especial y además que estuviera relacionado con estas cosas que amo. En este caso, la bicicleta y la cordillera.
Entonces, planifiqué un viaje en solitario en bicicleta uniendo el departamento que está más al norte de la Provincia de Neuquén, Minas, con el departamento que está más al sur, Los Lagos, hasta la localidad de Villa la Angostura. Fueron 600 km de rutas de montaña, la mayoría de ripio, tierra y arena.
Fue realmente un viaje bisagra, que duró 13 días y en el que iba parando en diferentes pueblos. En muchos lugares, lo hacía en casas de los amigos que conocí a través de la música, la docencia y, por supuesto, el deporte de montaña. También paré en un camping. Arranqué desde Andacollo y mis lugares de paradas fueron El Cholar, El Huecú, Loncopué, Pino Hachado, Villa Pehuenia, Aluminé, Pilo Lil, Junín de Los Andes, San Martín de Los Andes y, en la emblemática ruta 40 y Camino de los Siete Lagos, paré en Lago Hermoso, Comunidad Quintupuray, hasta llegar a Villa La Angostura.
Hay un video en mi canal de Youtube en el que explico cómo fue cada jornada del viaje, pensando principalmente en otras personas que quieran emprender un itinerario parecido. Realmente fue una experiencia maravillosa, en la que cada día se va cambiando el paisaje y uno va recorriendo las entrañas mismas de la Cordillera, con sus lugares, con la gente y con su cultura. Recomendable.
¿Por qué cuento esto? Tal vez alguien pueda pensar que es sólo alimentar el ego y contar que yo fui capaz. Por supuesto que estoy orgulloso de mis logros y un poco de ego siempre hay, pero esto va mucho más allá.
En este camino, me fui encontrando con gente como yo, que había atravesado situaciones difíciles de salud. Y a muchos les ganó el susto y ahí quedaron, consumiendo remedios y creyendo que hay cosas que no iban a poder hacer más, o que ya no iban a poder emprender desafíos nuevos.
Tampoco voy a decir que todos deben o pueden hacer lo mismo que yo. Porque no todos tienen estos mismos sueños y pasiones. Pero seguramente hay algo que sí pueden hacer. La vida nos da oportunidades y yo creo que las personas somos capaces de mucho más de lo que siquiera imaginamos.
Y si ese desafío tiene que ver con la montaña, con la naturaleza, con encontrarnos con nosotros mismos, mejor.
Si se quieren comunicar, acá estamos. TODOS SOMOS ESTRELLAS, PERO SOMOS MÁS QUE ESO. TAMBIÉN SOMOS CONSTELACIÓN.
Miguel Sprumont – Andacollo, Pcia de Neuquén
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Centro cultural Argentino de Montaña 2023