El autor nos comparte las vivencias de una aventura a caballo en el 2001, por las cercanías del Volcán Overo y la Laguna del Atuel, en la provincia de Mendoza, casi al límite con Chile, en donde disfrutaron de paisajes encantadores en la magnífica Cordillera de los Andes
A fines del primer año del milenio que hoy vivimos salió la idea de hacer un viaje hacia uno de los confines de nuestro hermoso país: El lugar elegido por Oscar -el que organizaba siempre las travesías Cordilleranas- era ir hacia la Laguna del Atuel, nacimiento del rio Atuel, bordear el Volcán Overo y llegar hasta casi el límite con Chile, a un asentamiento de pueblos originarios hoy abandonado a la intemperie de la alta Cordillera de los Andes. Y así fue que, ya en Enero 2001, 4 Mendocinos ( Oscar, sus hijas Veronica y Mariela y el Turco Nadin ) 2 Cordobeses ( Carlos y Claudio ), 1 Sanjuanino ( Alfredo ) y 1 Cordobés pero que hacía 8 años vivía en Estados Unidos ( Javier) más los Baqueanos -que lamentablemente no puedo recordar sus nombres pero si su bondad y sabiduría- emprendíamos una pequeña aventura que no olvidaríamos jamás, por los matices de lo vivido y la belleza de la Cordillera que nos esperaba para que la disfrutáramos. A 21 años de ese periplo aquí estamos, recordando con alegría esos momentos.
Integrantes de la expedición: Alberto Nadin Yunes (Organizador / Chofer), Oscar Lassa (Organizador), Verónica Lassa, Mariela Lassa, Carlos Martino (Fotógrafo Profesional), Alfredo Mateos (Fotógrafo Profesional), Claudio Ferro, Javier Ferro (Primo ), Baqueanos / Puesteros.
Ya había iniciado el caluroso verano del 2001 hacia pocos días y veníamos soñando con mi primo Javier Ferro (45 añitos al momento de publicar esta crónica) que justo estaba pasando las fiestas en familia aquí en Calamuchita/ Córdoba (vive en Estados Unidos), veníamos soñando –decía- en hacer alguna aventura distinta en su habitual paso por estos lares para las épocas navideñas/fin de año. Creo que nosotros ni nadie se veía mucho venir lo que sería la nueva debacle que nos esperaba como país para fines de 2001…
Pero estábamos en Diciembre 2000, pensando para donde aventurarnos cuando en medio de las fiestas navideñas surge la idea de Oscar (el mentor de la organización/viaje, hoy 84 años de edad, vive en San Rafael-Mendoza) de ir rumbeando a caballo para el lado del Volcán Overo / Laguna del Atuel. Sin mucho preguntar como corresponde cuando uno tiene solo 32 años y anda con ganas de curiosear la Cordillera más hermosa que he visto en mi vida dije que si –rotundo- y que si había lugar se venía también mi primo. Y allá fuimos. Dos primos hermanos que – creo desde ese viaje- invertirían el orden de la relación para pasar a ser hermanos-primos…
Llegamos a San Rafael (Mendoza) y como contaran algunos de los protagonistas más adelante en esta misma nota, fuimos más que bien recibidos, cuestión que no es excepción sino regla en una familia SanRafaelina acostumbrada a recibir gente y con un concepto muy arraigado de su condición de anfitriones naturales. No daban ganas de salir del patio del Oscar que se esmeraba (me dicen que aun hoy lo hace) en atendernos con todos los gustos: el asadito, el vinito, el fueguito, y todos los diminutivos posibles típicos de los SanRafaelinos. Pero nos esperaba la aventura.
El Turco Nadin era quien conduciría el volante de una histórica Ford Econoline que parecía sacada de una película yanquee equipada para caminos llanos y hermosos, nada que ver con lo que nos esperaba. Llegamos a la zona del paraje El Sosneado y allí nos largamos en la Camioneta a atravesar los primeros kilómetros previos al puesto donde nos esperaban los baqueanos que nos acompañarían en la travesía. Al poquito de andar ya tuvimos que corregir, a mano, parte del camino improvisando con piedras, para no quedarnos en medio de la nada sin haber llegado aún muy lejos. Pintaba majestuosa ya la Cordillera y nos quedábamos cortos en nuestros asombros, pues no hay palabras para empezar a describir los paisajes que invitamos vayan y descubran.
Llegamos al lugar de los Puesteros y sin tantos protocolos y como si fuera cosa de todos los días, nos largamos arriba de los caballos. Íbamos todos los citados más arriba y quien escribe estas líneas -que habita en las sierras de Córdoba- sin saber qué y cómo escribir para describir lo indescriptible. Venían además por supuesto el baqueano –armado de cuchillerías, provisiones varias incluidas 2 cabritos, más los caballos de carga de todo el equipaje. Y allá fuimos.
Andar a caballo, especialmente en zonas como la descripta, tiene la inevitable ventaja de permitirte apreciar el paisaje a un ritmo lento pero seguro, y hasta poder sacar fotos sin bajarte, contemplar hacia distintos lados sin mirar hacia adelante siempre, etc. Esto es asi ya que los caballos siempre siguen al guía que va adelante y no hay Dios ni Diablo que los haga ir a otro lugar que no sea el que ellos quieren, siguiendo las huellas cuando las hay y el instinto cuando estas últimas escasean. Los paisajes varían mucho y rápido. Lo de siempre en la Cordillera de los Andes es la inmensidad. No te alcanza la vista, uno se siente infinitesimal ante tanta grandeza de paisajes, llanos y montañosos, valles y vegas, cursos de agua y simples florcitas silvestres, cóndores a lo lejos que observan con desgano y presentan sin alardes la majestuosidad de su vuelo. Colores por doquier. Muchos. Intensos. Impredecibles e indescriptibles en sus locas combinaciones. Paisajes a los que las nubes han de haberse acostumbrado, pero nosotros no salíamos de asombro en asombro.
¿Anécdotas? Se cuentan de a cientos, pero por respeto al resto de los “expedicionarios” no voy a dar muchos detalles de las más extrañas, no porque haya algo que ocultar, sino porque no me permitiría no reírme de mis propias ridiculeces y pavadas que uno trae consigo al mundo.
Dejo a cada uno de los participantes que cuenten sus peripecias a su modo y solo cuento un par de las mías: en cierto momento del viaje estábamos todos en una de las famosas vegas, con colores por doquier, y pozos naturales de agua que nos rodeaban en medio de colchones de pasto/césped o como les quieran llamar. Parecía cortado por algún jardinero virtual porque no había nadie en kilómetros a la redonda y siempre parejo el largo del verde a nuestro alrededor en esos pequeños oasis que se van apareciendo en medio de la nada misma. Retozábamos allí cuando nos explica el Baqueano que algunos de los pozos tienen aguas termales u otros no, y de los termales, algunos se pueden “usar” para meterse sin drama y otros no. Con mi ingenuidad a cuestas me dije, que loco que no nos permitan usar los más lindos, donde el aguar se veía más” cristalina” y allá fui, desafiando la sugerencia del Baqueano que me miro un segundo incrédulo y me ignoro al segundo siguiente como quien dice…y bue.
Y sucedió que encontré un hermoso pozo de agua termal al que me acercaba con cuidado cuando -unos metros antes -sentí que la tierra me tragaba, literalmente, pisé un limpio verde y me hundí de golpe hasta casi la cintura. No me alcanzaban las manos, las piernas ni el alma para salir de ese infierno que –según yo- me estaba por tragar. Al ver las risas cómplices de los baqueanos y resto de cumpas del viaje supe que mi vida no corría peligro, y salí del pozo a gatas, embarradisimo hasta mas no poder y soportando las cargadas de todo el grupo. “Creo que le dije que por ahí no era mijito…”, me espeto el Baqueano sabio y sabedor de que, zonzos como yo en ese momento, abundan por el mundo.
Otra hermosura de anécdota fue cuando en un desfiladero de nieve en un sendero mínimo al medio de una montaña toda cubierta de nieve patino uno de los caballos, el que conducía a Oscar, el mayor del grupo. Y allá fueron hacia abajo como en cámara lenta, Oscar, el caballo, los víveres, etc… Oscar tuvo la habilidad de soltarse pronto del caballo para quedar agarrado cual gato a las paredes de nieve esperando tranquilo el rescate a unos 10 metros debajo nuestro. Y el caballo paso de largo por su propio peso, deslizándose lento hacia la base de la montaña que constaba de unos barriales no muy profundos. Y ahí salto la “solidaridad” inmediata de mi primo Javier: “espera Oscar, yo te busco…” grito sin pensar y sin pensar también se bajó de su caballo y allá fue al rescate. Claro, cuando vos medís casi 2 metros y calzas casi 50, tus zapatillas terminan siendo los mejores esquíes de la zona, y allá paso el pobre Javier, al grito de voooooy !! y paso al lado del desafortunado Oscar que lo miraba como diciendo “pobre muchacho” y allá fue Javier, como el caballo del principio del cuento, hacia la base de la montaña, a embarrarse también cual niño de 4 años.
Teníamos ahora más temas que resolver que antes, pues había que rescatar a Oscar, al caballo de Oscar y al voluntario Javier que se había largado a la nada misma sin frenos y sin frenos llego a la base.
Suena raro escribirlo pues tal vez no se percibe, pero son hermosas experiencias y divertidas sin más, ya que por suerte todas (incluidas caídas de caballos) terminaron sin heridos y alimentaban las anécdotas a contar en el próximo descanso.
Resumiendo y ensillando:
Saltando la línea de tiempos cuento que - previo a llegar al puesto donde nos esperaban los Puesteros con los caballos prestos para la travesía- vivimos y vimos cosas hermosas: el hotel construido integro en piedras de allí y abandonado que hay en plena cordillera con aguas termales y parece salido de un cuento. La cercanía de la Laguna del Sosneado, y más… y finalmente llegamos al inicio de la parte más interesante de la travesía, saludar, escuchar, ensillar y a cabalgar. Lento pero seguro. Los caballos sabían todo de todo, nosotros boquiabiertos observábamos pasajes cambiantes e increíbles.
Y así se sucedían las horas, el sol, las nubes, las aves, nuestras expectativas y los que nos depararía el destino. El clima entre nosotros era de alegría y cierto misterio-incertidumbre cada vez que se aparecía un desafío y los baqueanos nos calmaban diciendo: falta un poco, más allá… dando datos genéricos que nos decían, sin decir, que debíamos controlar nuestras ciudadanas ansias y confiar en ellos, en el destino, en los caballos y en la madre naturaleza.
Todo iba a ir bien. Y fue bien, aun cuando pareció mal: hubo alguna que otra caída, demoras, inexperiencia, pero todo, absolutamente todo se compensaba con cada momento que nos esperaba a la vuelta de tal o cual cerro o quebradita. Más montañas, más colores, más contrastes, la nieve, mucha nieve, los parajes que parecían desiertos y al minuto eran vergeles de flores multicolores. En fin: vayan a conocer !!
Seguro que salteando muchas partes interesantes del relato iré a un par de lugares que me parecieron más increíbles: Llegar al último cerrito desde el cual se observa abajo la Laguna del Atuel, con esos azules/verdes increíbles, y ver de cerca- anonadados- la forma en que un rio así nace: parecía que al cerro desde donde surge le hubieran hecho perforaciones varias, desordenadas ya que desde cientos de lugares brotaba con fuerza, mucha fuerza, agua pura, purísima y hacia pequeñas cataratas que descendían de esa montaña con tantas ganas que ahí nomás formaban la laguna, pues no había cauce que contuviera tremendo ímpetu.
Seguro quienes ya han observado otras nacientes de ríos no se sorprenderán con este relato, pero me impresiono muchísimo ver tremenda vertiente a cielo abierto emanando tanta cantidad de agua en medio de la nada misma para armar esa bella Laguna del Atuel de la cual, con tranquila mansedumbre, nacía luego el Rio homónimo. El mismo que tanto habíamos atravesado, el mismo que veníamos bordeando, ladeando y cruzando desde hacía varios kilómetros. Ver luego a los Baqueanos cocinar a la estaca con ramitas de jarillas a los 2 chivitos que habían llevado, y alimentar a la tropa que venía muy cansada fue también hermoso.
Amanecer allí fue una de las sensaciones más hermosas que he vivido en mis diversos viajes a la Cordillera de los Andes. Nada que se pueda explicar aquí, pues descuento todos entendemos.
Al día siguiente marchamos hacia la Población originaria abandonada, para lo cual atravesamos una planicie con piso de cenizas volcánicas negras que era eterno. Recuerdo haber bajado del caballo y hacer grandes tramos caminando a su lado porque el cuerpo ya no me daba para seguir cabalgando. Tremendo paisaje desolado, siempre con la custodia visible- desde todos los lugares detallados- del hermoso Volcán Overo, que con sus colores y matices hace honor a su nombre.
Al llegar al asentamiento/población originaria recuerdo había al ladito un arroyito que bajaba y recorríamos las “casitas” o espacios de piedra que hasta ese momento estaban perfectamente armados y nos maravillábamos de imaginar la vida de nuestros antepasados humanos allí. Casi límite con Chile y entiendo que a casi 4000 msnm.
La vuelta fue durísima, contrarreloj, vientos fuertes, ganas de llegar, pocas horas de sol, los caballos que apuraban el tranco cada vez a sabiendas que volvían al pago. Y de nochecita arribamos de un tirón al puesto donde había quedado y nos esperaba la vieja Ford que nos regresaría otra vez a la civilización en San Rafael.
Bello viaje, lo repetiría, ahorita mismo si así fuera posible. Muy recomendable: ir con Baqueanos, más días para disfrutar, Guías, respeto a la naturaleza y a nuestra inmensa Cordillera. Sugiero hacerlo en no menos de 4 días para poder disfrutar mejor los tiempos en cada lugar.
Y ahora, antes de pasar a la información más “técnica” van algunos comentarios personales de dos de los expedicionarios de aquella hermosa travesía, que además se sumaron con increíbles fotos para registrar algo de lo vivido.
“Cuando Oscar me invitó a viajar a un hermoso lugar al sur de Mendoza para hacer fotos, acepté sin saber a dónde íbamos. Fue un viaje absolutamente inesperado y desconocido.
Poco sé de caballos y mucho menos de caballos de montaña. Pensé que sería simple, pero sin dudas pensé mal.
Había que subir como paredes en la montaña, cruzar arroyos de deshielo, pequeños glaciares y campos de hielo, soportar el viento que allí arriba se siente poco amigable, el frío por las noches que congelaba todo, y el cansancio ya que mi físico estaba muy lejos de estar preparado para el viaje. De todo esto nada sabía antes de partir, pero al volver, tenía muy claro que lo dicho a cerca de lo hermoso, de lo fotográfico y de las vivencias en la montaña era muy poco.
Sin dudas fue una de las mejores experiencias de mi vida como fotógrafo.” Carlos Martino
“Entre ruidos de sellos, máquinas de contar billetes, cerrojos y miradas cansadas, sonó mi celular. Siempre me sucede que lo busco en el bolsillo equivocado, con la mirada censuradora del guardia, solo lo apague.
Salí del banco, miré quien había llamado, y llame.
Hola Alfredo tengo una invitación, de mi Tío Oscar, para ir de cabalgata a conocer el Volcán El Overo.
Amigo Ud. sabe que, si de fotografía se trata, solo tengo una palabra en mi boca. Vamos.
Sin mayores detalles que el destino, partimos hacia la hermosa y bella San Rafael, Mendoza.
Familiares, muy queridos de mi amigo, nos esperaban, con un agasajo inmerecido.
Debo aclarar que corría el mes de Enero, o sea de temperaturas elevadas. En charla distendida disfrutando de melancia, nos preguntaron si traíamos ropa apropiada para el frio. Nos quedamos “fríos” porque evidentemente, no teníamos ni idea del lugar hacia donde nos dirigíamos.
Después de alquilar camperas apropiadas, preparar nuestros equipos, aclaro eran tiempos de fotografía analógica, Por lo que llevábamos dos máquinas, una con rollo de película Blanco y Negro, la otra con Diapositivas.
Partimos junto a otros seis integrantes, que, algunos en su rol de locales, y algunos con experiencia en la travesía, nos daban mayor tranquilidad.
Llegamos al puesto donde nos esperaban los Baqueanos, con los caballos ensillados y dos para cargar equipajes y proveedurías.
Acampamos esa primera noche, sin ver el lugar porque, la luna mezquina se escondía tras nubes. Un sonido extraño me despertó, corrí el cierre de la carpa, me asome y quede sin aliento de la belleza que me nos recibía. Obvio que, sin salir de la carpa, tome la maquina con rollo color, y dispare.
He nacido en un pueblo cordillerano, Rodeo en la Provincia de San Juan. Mis padres criaron ovejas Karacul, que, en tiempo de verano, las llevaban a la Cordillera, a San Guillermo. Hice viajes de este tipo, pero hace muchos años dejé de hacerlos. Alguna experiencia en montar y en montañas, he tenido. Lo primero que me sorprendió fue que no veía mulas, todos caballos. Se sabe que los mulares son especiales en la montaña, por su menor tamaño de pezuñas, por la resistencia al frio y por la fuerza.
Carlos, mi amigo le pregunta a uno de los Baqueanos, por donde vamos ? Por ahí. Miramos hacia donde nos indicaba…un cerro tan alto, como el mástil, de la bandera en el primario.
Allí se inició lo que ya, por nuestras encontradas miradas, eran más preguntas que respuestas.
Después de subir y bajar por laderas y precipicios a ambos lados, sentíamos que nuestros cuerpos se achicaban, nuestras miradas se ampliaban y las emociones les pesaban a nuestros caballos.
Los temores e incertidumbres se fueron disipando a medida que avanzábamos, una paleta de variados colores, se nos presentaban en cada pendiente, en cada ladera, en las aguadas, cascadas de deshielo. Las cámaras colgadas del cuello bailaban al son del paso del caballo.
A las cuatro horas de cabalgata, los calambres y dolores de este sujeto oficinista, subido a una montura de vellones, no encontraba postura que los aliviara. Vero (una de la dos damas compañeras de esta travesía) me da indicaciones para que me relajara y que sean más leves mis dolencias…querés que haga Yoga arriba del caballo???....perdí el equilibrio físico emocional…
Arribamos de tarde a la Laguna del Rio Atuel. Con calambres y un asado de chivito, termino el primer día.
Ya repuesto de dolores y más aclimatado, pude apreciar la belleza de las cascadas, que alimentan la laguna y dan nacimiento al Rio Atuel.
Continuamos, visitando el volcán el Overo. Lugar donde nos detuvimos para poder disfrutar de los verdes especiales de las vegas, los arroyos que serpentean, amarillos y ocres entre piedras de negro volcánico.
Luego más adelante y casi en los 4000 mts.snm acampamos en las vegas……. Por una sugerencia del Turco y Oscar, seguimos a conocer los restos de un asentamiento indígena, limitando con Chile.
A la vuelta de ese extraño y enigmático lugar, tuvimos que enfrentar una tormenta de arena, con viento muy fuerte. Por suerte el pasa montaña me permitió cubrirme el rostro.
Esa noche en las vegas…. los más corajudos y de menor edad, se bañaron en piletones naturales de aguas termales.
Día siguiente emprendimos el regreso. Los guías nos decían que, si bien debíamos esperar un poco que la nieve se descongelase un poco, tenían sus dudas si podríamos llegar al puesto base a tiempo con luz. La nieve todavía estaba muy congelada y los caballos patinaban. Uno de los baqueanos, se bajó de su caballo y con el cuchillo abría un poco el hielo para que los caballos pudiesen hacer huella.
Uno de los caballos de carga, perdió el equilibrio y se deslizo cuesta abajo, hasta unos pastos que permitieron retomara su postura naturalmente.
No voy a relatar mayores detalles, de varios pasajes, entre graciosos y otros no tanto, que sufrimos en esta travesía, porque daría para muchas líneas más.
Volvimos a casa cargados de emociones de imágenes rescatadas en nuestras retinas y fijadas en películas y transparencias.
Se propone un esquema de días acorde al buen disfrute del paisaje:
Día 1- bien temprano: Salida de San Rafael, Mendoza > arribo El Sosneado > dirigirse por sendero de tierra por camino a consultar/revisar estado, hacia el Puesto de Caballos. ( Se debe contratar guía / Baqueanos previamente)
Día 1 – a partir del mediodía: inicio de cabalgata desde el Puesto de Caballos. Aprox. 8 horas de cabalgata con descansos intermitentes.
Día 1 – Nochecita: Armar carpas a la tardecita en lugar seguro – cena – descanso
Día 2 – Cabalgata de aprox 4 /5 horas, se arriba a Laguna del Atuel. Nuevo campamento y recorrida por la zona.
Día 3 – Salir bien temprano hacia Población Originaria si el clima lo permite – Cabalgata de aprox.4 horas para arribar.
Día 3- desde el mediodía a más tardar, emprender el regreso haciendo descanso/noche en lugar seguro. Se recomienda dormir en plena cordillera.
Día 4 – Regreso a Puesto de Caballos. Fin de la Travesía / vuelta a San Rafael.
Mapas:
Aclaración sobre mapas: los senderos marcados son rutas para tránsito de vehículos 4x4 o especializados, se recomienda siempre hacer la travesía con guía experimentado y acompañado de Baqueanos por las vicisitudes e imprevistos que se puedan presentar. Es zona de alta montaña de Cordillera de los Andes.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023