Esta nota es un tributo a los valerosos arrieros que cruzaban la Cordillera de los Andes desde San José de Tinogasta hasta los valles de la región de Atacama en Copiapó, uniendo Argentina con Chile culturalmente
Este artículo es un tributo a la gesta de los valientes arrieros que cruzaron la Cordillera de los Andes desde San José de Tinogasta hasta hasta los valles transversales de la región de Atacama en Copiapó, Chile. La investigación surgió al preguntarme acerca de los orígenes de mi apellido, “Llauco” o “Yauco”, según la acepción originaria o castellanizada.
A fines de 1895 vino al mundo un personaje clave: Don Ladislao Llauco Carrizo a quien llamaré “el Arriero de los Andes”. Soy descendiente directo de él y tengo el orgullo de tener sangre chileno-argentino de bravía estirpe.
En este artículo les contaré una historia genuina y casi olvidada, de familias de oficios rurales de otrora que, con coraje y temeridad inquebrantables, se enfrentaron a la adversidad de una Cordillera de Los Andes arisca y sombría, con secretos milenarios, quebradas inciertas y peligros a cada paso.
Mi abuelo, don Ladislao Llauco Carrizo, se habría trasladado a lomo de mula desde el pueblo de Saujil, Departamento de Tinogasta en la provincia de Catamarca, Argentina, hasta la hacienda conocida como “Los linderos de La Ramadilla” ubicada en la República de Chile, hoy conocida como “Piedra Colgada”.
Ciertamente, la Cordillera de los Andes siempre ha sido un muy difícil desafío para cualquier aventurero desprevenido aunque no para arrieros como Llauco Carrizo o para sus dos amigos de apellido Lezcano Robledo. Eran muleros y, para ellos, el cruce de los Andes era algo normal y posible de transitar. Provenían de apartados rincones fronterizos del noroeste argentino tales como Tinogasta, Fiambalá, Ramadilla, La Banda del Río, Medanitos, Tatón, Palo Blanco, Belén, Santa María y Londres. Desde esos lugares lograron las hazañas de arriar vacunos y mulares por acantilados, barrancos, quebradas y pedregales en procura de oportunidades laborales y tierras donde afincarse.
Las inconmensurables distancias no atemorizaban a aquellos hombres de ceño fruncido y mirada filosa. No dudaban a la hora de aventurarse a la tierra de los duendes de la nieve para cruzar la temible Cordillera de Los Andes. Al descansar nunca les faltaba una tapera improvisada o yuyos como monte blanco, arca, incayuyo o lampaya para mitigar los dolores del trajín y de la puna (hoy conocidos como el mal de altura) sin olvidar jamás la encomienda a La Pachamama y al Tata Inti. No se podían obviar las nevadas y los fríos más crueles ni bien precipitaba el otoño hasta bien entrada la primavera, con vientos huracanados y cálidos como El Zonda o, en pleno invierno, como el letal “viento blanco” cuyo paso solía dejar sin aviso el tendal de restos de hombres y animales, para sustento de alimañas y aves carroñeras que nunca dejaban de seguir a la espera de que algún ser vivo desfalleciera.
Aún repiquetea en cierto olvidado fogón de arriero, entre vino patero, tortillas a la parrilla y hojas de coca, las abruptas sendas transitadas por hombres taciturnos y silenciosos, con la aridez e inmensidad de un paisaje andino insondable; díscolo, inasible y brutal, para quienes no desentrañan los secretos de una naturaleza bravía e indómita y, sin embargo, majestuosa y seductora. Un paisaje de hermosura sin igual, seguramente, para grandes hombres que tendrían que conquistar a los gigantes dormidos de la gran montaña, la majestuosa Cordillera de los Andes.
Don Ladislao Llauco Carrizo, El Arriero de los Andes, mi abuelo paterno, un argentino que desde muy joven ya transitaba por olvidados y lejanos senderos en tierras peruanas, bolivianas y chilenas, generó una experiencia que le permitió, años más tarde, la gran proeza. Fue sin dudas, uno de aquellos admirables pioneros. Un valiente, fiel estirpe de guerrero, con su sombrero “retobao” y porte decidido, de mula bien equipada y ánimo bien dispuesto, con las riendas firmes hacia los peligros cotidianos, cuya baquía trascendería los Andes, desafiando tempestades y glaciares, hasta afincarse en la hacienda de Piedra Colgada, donde desensilló, finalmente, su mula al compás de una vidala que nunca faltaba en sus labios curtidos.
¡Ay vidala! ¡Ay vidala!
se escucha a lo lejos tu cajita chayera sonar,
entre valles y quebradas
debajo, debajo de mi algarrobal.
Copla de Iván Alfredo Llauco Reinoso
Desde La Rioja, a mediados del siglo XIX, fueron comunes los extensos y lentos arreos de vacunos y mulares por El Paso de San Francisco (Catamarca) y por Pircas Negras (La Rioja) para llegar finalmente a los distantes Valles Transversales de la región de Atacama y otros lugares conocidos como La Aguada, La Puerta, Quebrada de Puquios, La Chimba, la hacienda Bodega, la hacienda Chamonate y la hacienda Toledo, hasta concluir en los linderos de Ramadilla. De allí, muchos de los viajeros eran trasladados a las salitreras del norte de Atacama o a la arriería Hacendal donde los mismos arrieros serían contratados para trasladar cuantiosas remesas de ganado a otros puntos del país.
El oficio era sin dudas admirable ya que, pese a lo dificultoso de cada viaje, los arrieros lograban su cometido. Debían afrontar en diversas épocas del año el sorteo de las sendas durante más de cincuenta leguas que eran las que separaban las localidades copiapinas de las catamarqueñas y riojanas.
El tránsito fue permanente, especialmente durante los años 1869, 1895, 1915 (viaje de Ladislao Llauco Carrizo) hasta 1960-70. Transcurrió un siglo de viajes entre las provincias como La Rioja y Catamarca hacia los valles de Copiapó y Huasco. Los vestigios aún perduran a través de refugios de piedra y adobe ubicados en Pastos Largos, Cazadero Grande, Las Angosturas, etc. Ellos mismos los construían en su paso, con provisiones de leña y yuyos, con habitaciones de libre acceso con fogones y agua dulce proveniente del río Guanchín (en el lado argentino). Esto lo explica una vecina de Saujil, doña Juana Arminda Quiroga Vda. de Pereyra, sonrisa mediante, considerada “la historia viviente del lugar”, quien me ilustró en persona con fechas, nombres, sucesos y lugares toda la historia de manera admirable.
Los apellidos aún persisten en diversas poblaciones argentinas de La Rioja y Catamarca aunque también del lado chileno. Muy esporádicamente podemos descubrir en alguna solitaria calle los nombres de Llauco Reinoso, Pereyra, Sosa, Iturrieta, Carrizo, Chanampa, Morales, Castillo Gaitán, Quiroga, Godoy, Cruz, Cordero, Cerezo, Fría, Ochoa, Ponce, Zambrano, Yenquis, Alanis, Segura, Quintar, Zarate, Castro, Perea, Oviedo, Gutierrez, por mencionar algunas. Subsisten en la región las costumbres, las tradiciones y el acervo cultural a través del arte y la música con coplas, vidalas y cajas. También el arte del arriero con monturas, lazos y utensilios varios.
La travesía comenzó en el pueblo de San José, provincia de Catamarca (Argentina). En San José había un molino harinero donde se molía el trigo para sacar el pan y la harina cocida. Estos humildes productos los llevaban para largos viajes a lomo de mula.
Salían de San José hasta el pueblito de Anillaco.
Un dato relevante es que, en ese pueblito, se habían sembrado alfalfares para el engorde de los novillos que cruzaban la frontera que servían en las minas cercanas a Copiapó. Una vez en Anillaco, se dirigían al paraje de la Ciénaga atravesando la Troya.
Desde la Ciénaga iban hasta la Ciénaga grande y después a Chaschuil. Allí descansaban unos días y seguían por el paraje de Pastos Largos y después por Cazadero Grande. Esos campos eran pertenecientes a una compañía chilena de la familia Espot Aguirre, dueños de la hacienda Piedra Colgada y la hacienda Peralares en la región de Atacama, Chile. Muchos argentinos arribaron a las haciendas de los linderos de la región de La Ramadilla en procura de trabajo y nuevos horizontes.
De mi abuelo Ladislao puedo dar a conocer -con acta de nacimiento- que nació en el pueblo de Saujil de Tinogasta (Argentina) en el año 1895.
Sus padres fueron Francisca Carrizo y Félix Llauco. Desde adolescente se forjó en el arreo de ganado vacuno y mular, (común por entonces en el departamento Tinogasta debido a la actividad comercial que consistía en “el trueque”) siendo el oficio por antonomasia que mantendría hasta el fin de sus días, muy lejos ya de su Saujil natal. Siempre recordaría su lugar al compás de una vidala o a orillas de cualquier fogón, con la mirada vidriosa, hundida hacia la imponencia de Los Andes.
Fue en el año 1915 que mi abuelo habría cruzado los Valles Transversales de la región de Atacama (Chile) para llegar a la hacienda de Piedra Colgada.
Lo hizo junto a sus hermanos menores: Antonio Llauco Carrizo, Félix Llauco Carrizo e Ignacio Llauco Carrizo y los hermanos Lezcano Robledo que provenían del pueblito de Belén. Fue un largo y penoso viaje en el que trasladaron un numeroso ganado vacuno y mular. Los arreos siempre serían continuos. El trueque era el engranaje comercial de toda la región y fue la semilla de mucho movimiento humano, algo que, además del sustento familiar, les permitiría viajar durante meses no solo por Chile y Argentina, sino también por Bolivia y Perú, en cuyas minas se requería ganado.
Mi abuelo Ladislao fue un verdadero pionero junto a otros arrieros como don Santiago Olmedo, don Tino Perea y otros de apellido Chayle de Fiambalá. Don Ladislao Llauco Carrizo falleció en 1959.
Don Olmedo, Don Manuel Alvarez y los Araya contaban historias de la familia Llauco. Ellos eran los hombres que cruzaban la cordillera dos o tres veces en verano con destino a la Valles Transversales en la región de Atacama.
Llevaban vacunos y mulares por el paso de San Francisco. Durante esta travesía se alimentaban con charqui, chicharrones, caracú (hueso con médula) y otros alimentos tradicionales.
La historia cuenta que en aquellos años nada era fácil y menos cruzar de un país a otro. Los hombres arrieros eran contratados por personas que eran dueñas de muchas haciendas como la familia Reinoso Pinto del sector de San José de Tinogasta. También por dueños de minas. Por eso se ganaba buena plata y se podía comprar mucho de todo lo necesario para el viaje como vacunos para tener carne y mulas para cargar o silletas para montar. Antes de salir tenían que preparar buenos desayunos para esa época tales como harina cocida de trigo, harina tostada para cocho, harina de algarroba para el desayuno y también llevaban patay de algarroba para el postre; también la mazamorra con arrope de chañar, entre otros. Asimismo era infaltable el vino criollo o patero el cual no se congelaba por más frío que hiciera. También, llevaban grapa para el frío de la cordillera especialmente cuando había viento blanco. Un mate cocido con aguardiente de uva era otra de las bebidas que tomaban durante la travesía.
Se sabe que Los Llauco Carrizo desde fines de 1800 fueron forjadores de pueblos como Tinogasta, Fiambalá, Saujil de Tinogasta, La banda del Río, Medanitos.
Hasta se dice que abrieron una senda hacia lo que hoy se conoce como Termas de Fiambalá junto a otras familias cuyos apellidos aún perduran en los descendientes en la zona argentina. Cabe mencionar que las aguas de las termas son conocidas a nivel mundial por sus propiedades curativas siendo una maravilla del mundo.
Quisiera mencionar como casos especiales a don Santo Cirilo Arancibia, hoy en día guía turístico de la montaña, a Don Eduardo Ismael Quiroga, don Arnaldo Gutierrez y a Vanina Avila, todos descendientes de arrieros.
El cementerio de los arrieros (hoy en desuso) es el lugar donde descansan los restos de la mayoría de los antiguos arrieros de Fiambalá y Saujil de Tinogasta. Aún puede observarse en ciertas lápidas oxidadas las fechas que datan de fines de 1800 y principios de 1900. Los apellidos de los sepultados son recurrentes como los que mencioné anteriormente.
El cementerio está aproximadamente a un kilómetro de Fiambalá sobre la ruta Nacional N° 60 hacia el Paso Internacional San Francisco y data del año 1875.
En el lugar descansan los restos de familias antiguas de Fiambalá, especialmente de los antiguos arrieros que por aquellos años trasladaban vacunos desde Fiambalá, Saujil, Medanitos, La Rioja, hacia el vecino país y otros puntos de la República Argentina
Quisiera terminar este artículo tan importante para mí, para mi familia tanto de Chile como de Argentina y para la hermandad de dos pueblos dando a conocer que hay una conexión innegable desde nuestros antepasados aborígenes hasta hoy en día. Deberíamos fortalecer estos lazos en el siglo XXI con nuestra cultura común que nos dejaron como herencia nuestras familias. Invito a todos a mantener un intercambio entre estas naciones hermanas y llevar a cabo viajes entre comunidades para generar mayor bienestar y fortalecer las provincias de Catamarca y La Rioja en Argentina, y Los Valles Transversales de la región de Atacama, Chile. En este escrito he tenido como propósito dejar plasmado para las nuevas generaciones la intención de la unión de los pueblos al conocer nuestro pasado común que nos recalca nuestra identidad.
Autor: Iván Alfredo Llauco Reinoso
Fecha de Nacimiento: 25 de Agosto de 1968, Ciudad de Copiapó, Región de Atacama, Chile. Autodidacta y cronista en historia regional.
ivanllauco@gmail.com
Centro cultural Argentino de Montaña 2023