Bajo la densa capa de hielo que la cubre casi totalmente, se han realizado hallazgos que ofrecen extraordinarias oportunidades de exploración, descubriendo que donde ahora hay glaciares, hubo selvas y bosques y muchos otros misterios por descubrir
Siempre me ha fascinado la Antártida, como uno de esos lugares remotos y exóticos que lo fascinan a uno desde la infancia, sin saber realmente por qué. Y como todo en la vida tiene su momento, este año llegó para mí el de investigar qué hay allí realmente, más allá de la fantástica fauna marina y terrestre que la mayoría de las personas conocemos a través de videos, películas y relatos de visitantes, y algunos afortunados conocen en persona. Es con gran entusiasmo que les transmito lo que he descubierto sobre la Antártida, un panorama general que apreciaría mucho enriquecieran con sus comentarios los lectores de esta revista.
Fueron los antiguos griegos los que le dieron su nombre, muchos siglos antes de que nadie la avistara y explorara. Con su vocación por la armonía, el equilibrio y la simetría, ellos concibieron la idea de que, así como había un Polo Norte, debía existir un Polo Sur. De ese pensamiento surgió el topónimo Antártida, que proviene de Antartikos, en oposición a Arktikos (arktos = oso en griego) nombre aplicado al Polo Norte, sobre el cual se encuentra la constelación de la Osa Menor.
Al igual que ocurre con los océanos de nuestro planeta, el territorio antártico está apenas explorado. Los avances científicos y las nuevas tecnologías permiten desvelar la existencia de cosas sorprendentes, tanto sobre como debajo de la helada superficie, cuyo estudio encaran científicos y exploradores con gran esfuerzo, debido a las condiciones climáticas imperantes, al corto tiempo de luz solar del que disponen para sus actividades y, en casi todos los casos, a la necesidad de conseguir el financiamiento que requiere esta clase de emprendimientos.
De la Antártida, hasta hace muy poco solo se sabía una pequeña parte de lo que hay sobre la densa capa de hielo que la cubre casi totalmente, aunque no siempre la Naturaleza mostró una faceta tan hostil para los seres vivos. En eras remotas esta tierra estuvo situada más al norte, formó parte de supercontinentes – Gondwana y Pangea - su clima era mucho más cálido y la habitaban especies de plantas y animales muy diferentes a los actuales, incluyendo a los dinosaurios. Luego todo cambió, como ocurre cíclicamente en nuestro dinámico planeta.
Actualmente están bastante difundidas, en distintos medios, las imágenes de bases científicas antárticas, de turistas que caminan por las costas observando a los simpáticos pingüinos, de témpanos donde descansan grandes focas, por nombrar solo algunas. Lo que podría no ser muy conocido porque su descubrimiento es relativamente reciente, es lo que hay debajo del hielo, tal como lo muestran los relevamientos realizados con nuevas tecnologías de mapeo: un archipiélago. Si pudiéramos ver a la Antártida totalmente despojada de la capa de hielo, estaríamos contemplando un conjunto de islas.
Bed Machine Antarctica es una nueva tecnología utilizada para el mapeo del suelo (bed) de la Antártida, que permite ver con gran precisión el paisaje subglacial, revelando la escala real de sus montañas, valles, lagos subterráneos, profundos cañones, cuevas glaciales, espesor del hielo y otros detalles. Lejos de quitarle a la Antártida su magia, esta nueva imagen la acrecienta, tan extraordinario es lo que se ha descubierto debajo del hielo.
En la zona del volcán activo Erebus, en la Isla de Ross, cerca del extremo noreste de la Península Antártica, existe un sistema de cuevas. El agua, el vapor y las cálidas temperaturas que los científicos encontraron dentro de las cuevas exploradas, sumado a la luz natural que se filtra tanto a través de las delgadas capas de hielo como desde sus entradas, propician la actividad vital de especies animales y vegetales.
Actualmente se continúan estudiando los restos de material genético allí encontrados, que coinciden con algunos animales y plantas simples existentes también en la superficie, pero falta identificar otras muestras que sugieren la existencia de un ecosistema diferente.
El nuevo bedmap facilita la ubicación de todas esas cuevas y contribuye a planificar nuevas expediciones que exploren las cavidades, a pesar de los desafíos y del esfuerzo que suponen los trabajos de campo en la Antártida.
Entre las muchas sorpresas que deparó el nuevo bedmap, figura que ha revelado la existencia del punto más profundo de la tierra firme que se conoce a la fecha: un cañón terrestre de aproximadamente 3.400 m de profundidad, situado debajo del Glaciar Denman. El cañón es relativamente angosto, pero su gran profundidad permite que una gran masa de hielo fluya a través de él y llegue a la costa. Para dimensionar la importancia de este descubrimiento, basta comparar la profundidad de este cañón con la profundidad media que tiene el Cañón del Colorado, en Estados Unidos, que es de 1.500 m.
Uno de los más espectaculares descubrimientos realizados en los últimos años consiste en que debajo de la superficie helada de la Antártida existe un sistema de más de 650 lagos subglaciales de agua líquida, atrapados entre la base del hielo y la roca subyacente. Aunque más del 90% de la Antártida está cubierta por una capa de hielo de 2.000 m de espesor promedio (en algunos lugares alcanza más de 4.000 m) el calor geotérmico proveniente del subsuelo antártico, sumado a las presiones ejercidas por el hielo, permiten que el agua de los lagos subglaciales permanezca líquida.
Entre todos los lagos subterráneos descubiertos hasta ahora, el Vostok, en la región oriental de la Antártida, se destaca por sus enormes dimensiones: 12.500 km2. Se ubica justo debajo de la base científica rusa homónima, desde la que se realizaron estudios que permitieron detectar su existencia a 4.000 m debajo del hielo y a unos 500 m debajo del nivel del mar. Este lago tiene una profundidad promedio de 400 m, un largo de 250 km y un ancho de 50 km en su parte más amplia. Se calcula que ha permanecido aislado de la atmósfera terrestre durante 15 millones de años.
Las perforaciones allí realizadas consiguieron llegar hasta la superficie del lago para extraer parte del agua y analizarla, pero todavía no se puede tener absoluta certeza de cuál es su composición, dado que se estima que las muestras podrían estar contaminadas por elementos que se utilizan para su extracción (por ejemplo, el combustible que se emplea en las máquinas perforadoras). Se impone entonces encontrar una solución a ese inconveniente.
La Antártida presenta particulares desafíos a los buscadores de fósiles que realizan allí trabajos de campo, principalmente porque las condiciones climáticas pueden cambiar de un momento a otro. Uno de los lugares ideales para excavar es la Península Antártica, en la temporada del verano polar, época cuando el terreno suele estar libre de hielo y nieve, lo que facilita mucho la tarea de excavación. Fue justamente allí donde se realizó el primer descubrimiento de un dinosaurio que habitó en la Antártida.
Hasta la década de los 80, no se sabía que la Antártida había estado habitada por varias especies de dinosaurios. El honor del hallazgo le cupo al geólogo y paleontólogo argentino Eduardo Olivero. En 1986 partió desde la Base Marambio junto con su equipo, camino del lugar de excavación que habían seleccionado en la Isla James Ross - cerca del extremo noreste de la Península Antártica - para buscar fósiles de invertebrados marinos, su especialidad. En el trayecto, el ojo avisor de Olivero lo hizo detenerse para examinar unos restos que, posteriormente analizados, resultaron ser los de un dinosaurio herbívoro que habitó en la Antártida hace unos ochenta millones de años, en un ambiente que entonces era cálido y boscoso. Se lo llamó, en honor a su descubridor, Antarctopelta Oliveroi, “el escudo del Antártico”. Su cuerpo estaba cubierto por un escudo (pelta) de placas óseas y, en algunos casos, también de espinas.
A partir de entonces hubo expediciones argentinas y de otros países que, enfrentando enormes dificultades, encontraron debajo del terreno libre de hielo, y en otros lugares incrustados en el hielo mismo, fósiles de especies de dinosaurios que habitaron en la Antártida cuando, hace cientos de millones de años, estaba unida a otras masas de tierra (los supercontinentes Gondwana y Pangea antes mencionados)
También se encontraron fósiles de varias especies de marsupiales y reptiles integrantes de la fauna que en aquellas lejanas eras compartieron el hábitat antártico con los dinosaurios.
En distintos sectores de la Antártida, en algunos casos varios miles de metros debajo de la capa de hielo, y en otros en las cimas de algunas montañas, se encontraron fósiles de plantas datados muchos millones de años antes del presente, cuando el paisaje de la Antártida era completamente diferente al actual. Entre otros hallazgos figuran fósiles de helechos que proliferaron cuando el clima era cálido, y fósiles de nothofagus (especies arbóreas del hemisferio Sur) que prosperaron en antiquísimos bosques templados.
Estos fósiles vegetales plantean un enigma: ¿Cómo les era posible a esos árboles y plantas sobrevivir y perdurar en aquellas lejanas eras, dado que, aunque la Antártida estaba ubicada en una latitud sur más alta que la actual, igualmente se alternaban períodos de luz con otros de oscuridad? ¿Si durante los meses de oscuridad del invierno antártico aquellos integrantes del Reino Vegetal no podían hacer fotosíntesis – lo cual afectaba a la cadena trófica – de qué manera les era posible sobrevivir? Porque lo cierto es que sobrevivían. Un misterio a resolver.
En 1911, en los Valles Secos de McMurdo, en la Antártida Oriental, el geólogo australiano Thomas Griffith Taylor descubrió una cascada de color rojo intenso que brotaba desde el interior de un glaciar. A esta maravilla natural se la conoce como las “Cataratas de Sangre”.
En un principio se creyó que ese color era producto de la existencia de algas rojas, pero más de cien años después, en 2017, nuevos estudios revelaron la verdadera causa: el efecto de sangre se produce cuando un depósito subglacial de agua salada (resabio de una remota incursión marina) rica en hierro, se filtra a través de fisuras en el Glaciar Taylor y cae desde el frente en forma de cascada hasta el Lago Bonney; cuando esas aguas subglaciales entran en contacto con el aire, se oxidan y adquieren una intensa tonalidad roja.
Pero esa no es la única curiosidad de este fenómeno natural. Dentro del Lago Bonney se encontraron varias especies de bacterias que habitan allí desde hace millones de años, sin luz, sin oxígeno, con alto contenido de sal y de hierro, lo que ofrece a los científicos una nueva oportunidad de estudiar la vida microbiana en condiciones extremas. En este caso también se están evaluando técnicas de extracción de muestras que impidan que se contamine el ambiente terrestre actual.
En el árido entorno montañoso de los valles de McMurdo, donde rara vez llueve y nunca nieva, se encuentra el estanque “Don Juan”, el cuerpo de agua más salado del planeta, de aguas increíblemente someras. Cuando fue descubierto, en 1961, su profundidad era de 30 cm, pero actualmente tiene tan solo 10. El estanque tiene una carga de sal tan inusualmente pesada y pura que no se congela, incluso con una temperatura de -50°C. La evaporación solo retira agua, dejando la sal en tierra, la cual se ha cristalizado en torno al lago. Desde su descubrimiento, la composición del estanque, así como la fuente que lo alimenta, sigue siendo motivo de discusión en el ámbito científico.
Al igual que el Amazonas, el Zambezi, el Mississippi y otros poderosos ríos de la Tierra drenan los continentes, hay ríos que drenan la Antártida, solo que aquí casi todos son de hielo. Un ejemplo son los glaciares de la Cordillera Transantártica, y entre ellos los principales son los “glaciares emisarios”, llamados así porque alimentándose del hielo de un casquete, fluyen a través de una brecha abierta entre las montañas que rodean al glaciar, para seguir luego un camino descendente hasta alcanzar la costa o una barrera de hielo.
Si bien en la Antártida no existen ríos propiamente dichos, se llaman así a las corrientes de agua de deshielo que fluyen un promedio de dos meses por año, generalmente desde principios de diciembre hasta principios de febrero, vale decir durante la temporada de verano polar.
El río Onyx, que nace en las Montañas Transantárticas, fluye hacia el Oeste y desemboca en el Lago Vanda y es, con sus 32 km de longitud, el “río” más largo de la Antártida. Ecológicamente es la más importante de las nueve corrientes semipermanentes de agua de deshielo presentes en la Antártida. Si bien ningún pez vive en sus aguas, ellas albergan vida microscópica, siendo a veces muy extensas las floraciones de algas.
Este río toma su nombre del ónix, un mineral considerado como piedra semipreciosa. No es que existan depósitos de ónix en las inmediaciones de esta corriente fluvial, pero fue bautizada así por el intenso brillo de sus aguas.
El Lago Vanda, en el que desagua el río Ónyx, es uno de los lagos salinos más grandes y profundos que hay en los valles sin hielo de las Montañas Transantárticas. Tiene 5 km de largo y una profundidad máxima de aproximadamente 70 m. Es hipersalino, la concentración de sal de sus aguas es diez veces mayor a la del agua de mar.
Otra de sus particularidades es que las aguas más profundas no se mezclan con las menos profundas. Existen en el Lago Vanda tres capas distintas de agua, cuyas temperaturas van desde los 23°C de la capa inferior a los 4°C de la superior. Está cubierto por una capa de hielo transparente que tiene entre 3,5 y 4 m de espesor durante todo el año, pero ese hielo es tan translucido que se puede ver a través de él.
Ninguna especie de peces vive en el Lago Vanda, pero se ha registrado la existencia de cianobacterias (o algas verde-azules) organismos microscópicos que contienen clorofila, lo que les permite realizar fotosíntesis.
Sobresaliendo del hielo permanente, estos afloramientos se conocen con el nombre de nunataks, que, en el lenguaje inuit de los esquimales, significa “pico solitario”. Como se distinguen claramente en los vastos campos de hielo, suelen utilizarse como puntos de referencia, como asiento temporal de expediciones y también se han construido sobre algunos de ellos bases permanentes.
La vegetación que albergan se compone solamente de líquenes y musgos. En varios nunataks, en la temporada de verano, nidifican algunas especies de aves, como por ejemplo el petrel de las tormentas, los skúas polares y los gaviotines antárticos. También se han encontrado en los nunataks comunidades microbianas.
“Belgrano II “, la más austral de todas las bases antárticas argentinas y la más austral del mundo en tierra firme, se ubica sobre el Nunatak Bertrab, que fuera descubierto en 1912. Ubicado en las cercanías del Mar de Wedell, está formado por tres salientes rocosas, sobre la mayor de las cuales se asienta la base, desde 1979.
Teleoperado desde Buenos Aires, en Belgrano II funciona el Observatorio Robótico Antártico Argentino con su cúpula automatizada, desde donde se aprovechará la noche polar para estudiar exoplanetas y otros cuerpos celestes, que son difíciles de observar – cuando no imposibles – desde otras latitudes.
Antartandes, también conocidos como los Andes Antárticos, es el nombre del sistema montañoso que recorre la Península Antártica. Tiene una extensión de 3.200 km. y lo componen una sucesión de cordilleras menores. Geológicamente es la extensión de la Cordillera de los Andes, de allí su nombre.
Cordillera Transantártica es el nombre que se da a esta cadena montañosa, situada al suroeste de los Antartandes, que es una de las más antiguas de la Tierra, Tiene 2.800 km de extensión y atraviesa a la Antártida de lado a lado, dividiéndola en dos grandes regiones: Oriental y Occidental. Comprende varios grupos de montañas, continuos, pero con distintos nombres.
En la cadena montañosa Ellsworth, a solo 965 km del Polo Sur, se eleva el Monte Vinson. Con sus 4.897 m de altitud sobre el nivel del mar, es una de las “Siete Cumbres”, nombre que se da a las montañas más elevadas de cada uno de los seis continentes.
Fue descubierto en 1957 por un vuelo de la Armada de los Estados Unidos e inmediatamente atrajo la atención de montañistas de todo el mundo interesados en escalarlo, hazaña que tuvo lugar recién una década después.
Efectivamente, fue en 1966 que el Club Alpino Estadounidense, luego de arduas gestiones, consiguió el permiso necesario para realizar la expedición y la Armada estadounidense aerotransportó hasta la Antártida, en un Hércules C-130 equipado con esquíes para aterrizajes en la nieve, a un grupo de cuatro escaladores del mencionado club que hizo cumbre en el Vinson el 18 de diciembre de 1966.
En el verano de 1982-1983 el explorador chileno Alejo Contreras Staeding fue el primer sudamericano en conquistar la cima. A partir de 1985, cientos de personas han viajado a la Antártida para intentar escalar el Vinson.
La ruta de ascenso generalmente utilizada es la cara Oeste porque no depara mayores dificultades técnicas, dado que se asciende sobre suaves pendientes glaciares. La cara Este, en cambio, representa mayores dificultades y fue conquistada por primera vez en 2001.
Nada menos que 138 volcanes se han registrado ya en la Antártida, casi todos localizados en el sector occidental. Créase o no, se trata de una de las regiones de mayor densidad volcánica de nuestro planeta.
Ubicado en la Cordillera “Comité Ejecutivo” de la tierra de Marie Byrd, el Monte Sidley, de 4.285 m de altitud sobre el nivel del mar y 2.200 m sobre el nivel del hielo, integra la lista de las Siete Cumbres Volcánicas de nuestro planeta. Está casi completamente cubierto de nieve y se destaca por su caldera de 5 km de ancho. Desde la cima de este volcán se puede apreciar la majestuosidad del Casquete Polar Antártico y experimentar la sensación de 24 horas de sol ininterrumpidas.
Fue descubierto por el legendario contraalmirante norteamericano Richard E. Byrd durante un vuelo que realizó el 18 de noviembre de 1934. El primer ascenso del que existan registros lo realizó el neozelandés Bill Atkinson el 11 de enero de 1990, mientras trabajaba como apoyo a un grupo científico de campo de la universidad hondureña de San Pedro Sula.
Quienes se atrevan a escalar el Monte Sidley deberán estar preparados para afrontar temperaturas extremas de hasta -40°C y tormentas severas.
Entre el sector noroeste de la Península Antártica y el archipiélago de las Shetland del Sur hay un estrecho que se conoce como Mar de la Flota (o de Bransfield); allí se encuentra la Isla Decepción, que no es realmente una isla sino la caldera de un gran volcán activo de aproximadamente 750.000 años de antigüedad, casi totalmente inundada por las aguas del Mar Austral. Se trata de uno de los volcanes más activos de la Antártida, del que se han registrado más de 20 erupciones en los últimos 200 años.
Según un estudio realizado por un equipo internacional integrado por geólogos, vulcanólogos y biólogos de universidades españolas, inglesas y canadiense, hace unos 4.000 años una muy violenta erupción causó el hundimiento de la parte superior del volcán. Como resultado, se formó una depresión de entre 8 y 10 km de ancho, que es el origen de la particular forma de herradura que caracteriza a la Isla Decepción.
El calor que se genera en el interior del volcán calienta la superficie, y crea un microclima que favorece la presencia de especies animales y vegetales. La flora de la Isla Decepción, considerada de excepcional importancia científica, incluye varias especies endémicas de musgos y de líquenes y también al “clavelito antártico” (colobanthus quitensis), que prospera en las áreas geotermales de la isla. En cuando a la fauna, se pueden encontrar allí varias especies de aves marinas y la colonia de pingüino de barbijo más numerosa del mundo (alrededor de 100.000 parejas).
En un sector al Este de la Isla Decepción se encuentra Caleta Péndulo. Allí los visitantes tienen la oportunidad de disfrutar de una experiencia que ningún otro lugar de la Antártida puede ofrecerles: tomar “baños termales”. Eso sí, con grandes precauciones ya que tanto el agua como la arena negra volcánica de la orilla pueden alcanzar altísimas temperaturas (hasta los 70°C). Se trata de una experiencia muy peculiar, que para los más audaces consiste en meterse al agua aprovechando la franja de un metro de agua cálida junto a la orilla (nunca en las gélidas aguas abiertas) y para los más prudentes en tomar un baño en un hoyo poco profundo cavado en la arena negra de la playa. Cualquiera sea el caso, no se debe olvidar que fuera del agua el frío es intenso, más aún si hay viento.
Localizado en la isla de Ross, el Erebus, de 3.794 m de altitud sobre el nivel del mar, es el volcán activo más austral de nuestro planeta. Se trata de un volcán científicamente extraordinario por el hecho de tener una actividad eruptiva inusualmente persistente, por albergar uno de los pocos lagos de lava permanente que existen en el mundo, y también por el hecho fantástico de que emite partículas de oro cristalizado.
El volcán Erebus tiene una química de magma única, lo que hace que esté constantemente activo y emitiendo regularmente plumas de gas y vapor, lo cual contribuye a la liberación de oro durante las erupciones.
Este singular volcán fue avistado por primera vez en 1841, cuando el explorador polar James Ross bordeaba con sus dos naves la isla que hoy lleva su nombre. El primer ascenso completo hasta el borde del cráter principal fue realizado por integrantes de la expedición que en 1908 lideró Ernest Shackleton. En 1991, Charles Blackmer, quien ejercía el oficio de herrero en la base McMurdo, realizó el primer ascenso conocido en solitario a este volcán.
Desde entonces se realizan expediciones científicas que logran acceder al cráter para estudiar la composición química de la lava y los gases que emanan del volcán, cuya actividad, además de ser monitoreada por satélite, es permanentemente estudiada por científicos de dos bases cercanas: McMurdo de Estados Unidos y Scott de Nueva Zelanda.
Estimados lectores, en esta nota les he contado lo que me ha causado mayor sorpresa y entusiasmo descubrir en mis investigaciones sobre la Antártida. Siendo el espíritu de exploración una de las características más relevantes de los humanos, cabe preguntarnos cuál será el próximo descubrimiento en ese territorio, quién lo hará, cuándo, si será fruto del tesón, de la perseverancia, o de una casualidad, como ha ocurrido más de una vez. Sea como fuere, cada hallazgo permitirá desvelar un poco más la historia de esta tierra que por muchos siglos fue llamada “Terra Incognita”.
Laura Antoniazzo
Naturalista e Intérprete del Patrimonio Natural
argentinamaravillosa@yahoo.com
www.argentinamaravillosa.ar
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