Gracias a un grupo de montañistas mendocinos este proyecto fue puesto en marcha por el gobierno de la provincia de Mendoza, la propuesta busca la puesta en valor de senderos poco transitados en la provincia mendocina
El proyecto denominado Senderos de Gran Recorrido de los Andes en Mendoza es un proyecto promovido por un grupo de montañistas mendocinos y, actualmente, elegido y puesto en marcha por el gobierno de la provincia de Mendoza. Esta propuesta busca la puesta en valor de senderos poco transitados en la provincia a partir de la señalización, equipamiento de algunos sectores y promoción del recorrido.
Este artículo relata el recorrido integral de los 550 kilómetros que realizaron un grupo de los impulsores del proyecto. Su narración, las fotos y los mapas se proponen como una guía completa de este gran programa.
En principio, decidimos llamarlo Sendero de Los Confines, porque transcurre en el lugar donde convergen los confines de dos grandes imperios los incas y los mapuches, los hijos del sol y los hijos de la tierra unidos en un mismo camino, en una misma historia que todavía nadie ha podido contar porque está esperando que vos la descubras.
Cuando vimos la magnitud del viaje, los departamentos que tocaban, los senderos, pensamos que debía ser política de estado. Ellos ya habían tenido iniciativa de dar a conocer estos lugares años atrás. En 2007 hubo un intento de hacer una guía de montaña que terminó siendo un DVD llamado Cumbres de Mendoza. También participaron en proyecto de senderos en Área Naturales Protegidas y, en 2019, se presentó en el CEAS (Consejo Económico Ambiental y Social de Mendoza) donde quedó seleccionado entre 184 proyectos presentados.
En el 2023 se dan nuevamente las condiciones para reflotar la propuesta en el gobierno de Mendoza, les proponemos desarrollar el Sendero de Los Confines y nos ponemos a trabajar juntos.
En las reuniones surge la idea de doblar la propuesta y no solo desarrollar un sendero sino hacer una red de senderos de Gran Recorrido de Los Andes, aplicando el manual de la FEDME (Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada) que une las locales, con senderos pequeños y de gran recorrido, construyendo así una de las redes de senderos más grande de Argentina.
La propuesta es hacer una red de senderos de toda la provincia que se unan al sendero de los confines. Es decir, que los senderos departamentales tengan acceso al troncal. Y ese es el proyecto que se está presentando ahora el cual se denomina Sendero de los Andes, porque todos los departamentos van a elaborar un sendero en acorde con el Manual de la Federación Española.
En este contexto, viajamos a Santiago de Chile a participar del Congreso Nacional de Montaña en el que presentamos el proyecto y propusimos que haya una continuidad de estas sendas de aquel lado de la cordillera, de esa forma podríamos tener una red de senderos binacional.
¡La idea crece y no tiene límites, puede continuar hacia el sur y conectar con Huella Andina y hacia el norte subir por el camino del Inca!
Integrantes del recorrido completo: Gerardo Castillo, Juan Martín Schiapa, Ricardo Funes y Sergio Bongiovani.
Claudio Fredes hasta el Real de la Cruz.
Logística a cargo de Claudio Moronta, Diego Neila, Danilo Morasutti, Leo Bailo y Federico Silvapintos.
Noviembre de 2022
El propósito de este viaje era recorrer toda la traza del sendero desde Punta de Vacas a Paso Pehuenche en un solo viaje. La expedición requería de una logística minuciosa. La anticipación era clave ya que teníamos que dejar depósitos de comida enterrados en la montaña ocho meses antes del viaje. En otoño del 2021 comenzamos los preparativos, debíamos de seleccionar comida que durara todo ese tiempo en un tambor plástico cerrado herméticamente para que no entrara el agua de las nevadas, ni ningún animal lo fuera a romper. Organizamos comidas con verdura deshidratada, charqui, fiambres y latas, sumamos bencina y gas.
Así, en marzo 2022 comenzamos con los viajes de abastecimiento. El primer puesto de reaprovisionamiento era en Refugio Real de la Cruz, en el Alto Valle del Tunuyán. Debíamos cruzar el portezuelo del Portillo Argentino, en este valle. El pronóstico no era el mejor, pero se nos agotaba el tiempo para ingresar antes de las nevadas invernales.
Nos acercamos en vehículo y quedamos a dos horas caminando del portezuelo. Estaba semi nublado y había ráfagas de viento fuerte. Asomando al Portillo de 4380 m s. n. m., una ráfaga de viento muy fuerte desequilibró a Juan Martín quien terminó en el piso con una costilla fisurada. Nos vimos obligados a dejar la comida en el portezuelo y regresar inmediatamente para que chequear la costilla de Juan Martín en el hospital (en algún momento la llevaríamos hasta el valle del río Tunuyán).
El otro depósito de comida se llevó en vehículo a la laguna del Diamante los últimos días de la temporada 2022 y, un tercer puesto de reaprovisionamiento, sería en la laguna del Atuel ingresando por El Sosneado en vehículo. La dejaríamos cuando estuviéramos pasando por ahí en algún momento.
Solo cuatro de todo el grupo, Juan Martin, Ricardo, Batata y yo pudimos disponer de un mes para hacer el viaje. En la primera etapa, desde Punta de Vacas hasta el Refugio Real de la Cruz también nos acompañaría El Frodo quien luego saldría por el Portillo Argentino hacia Tunuyán y, de paso, se llevaría todo el material técnico que ya no íbamos a necesitar.
Este tramo nos llevó 9 días. El día 1 fue uno de los días más fríos de toda la travesía. El río Tupungato llevaba bloques de hielo en su torrente, teníamos toda la ropa de abrigo puesta y las mochilas estaban más pesadas de lo esperado.
Mientras caminaba iba pensando: “si este es el día 1 no quiero saber lo que será el día 20”. El día 1 siempre es el más pesado y difícil, luego, el cuerpo se acostumbra, el alma se relaja y para el día tres de viaje ya te sentís como un pez en el agua. Todo fluye al ritmo de la naturaleza, solo hay que dejarse llevar.
Esta etapa presenta tres obstáculos bien definidos: el Mal Paso, cruzar el Portezuelo Tupungato-Tunuyán de 5200 metros, y atravesar la morrena glaciar del Tunuyán.
Al primero desafío lo pudimos resolver por un viejo cable de acero que atraviesa el río Tupungato haciendo una tirolesa. De camino al segundo obstáculo se nos presentó otro inesperado. Había grandes campos de penitentes con nieve muy blanda y el agua corría por debajo. Era como una trampa: si metías un pie para abajo ya no lo podías sacar y el agua inundaba las botas. Era el día 4 de expedición y necesitábamos aproximarnos todo lo que pudiéramos para alcanzar el paso de 5200 m s. n. m. Al día siguiente, tuvimos que parar antes para secar la ropa y el calzado.
¡El día siguiente fue larguísimo! Comenzamos a caminar a las 8, llegamos debajo del paso a las 11. El canal por el que se accede al paso estaba con nieve blanda y nos llegaba hasta las rodillas. A las 15 horas, después de un gran esfuerzo, alcanzamos los 5200 m s. n. m. del portezuelo que une estos dos valles gigantes, con glaciares inmensos y cumbres de más de 6 mil metros. ¡Uno de los paisajes más increíbles de la cordillera! Desde este portezuelo se ve la Norte el Aconcagua implacable, ¡tótem del tótem! Y al sur un corredor interminable que se pierde en el horizonte lejano. Hacia allí seguía nuestro camino marcado por los grandes Apus que sobresalen entre los distintos pliegues de la montaña.
Desde el portezuelo debíamos bajar 1000 metros de desnivel por la Espina de Pescado. Llegamos al sitio del campamento a las 22 horas exactas pero muy contentos porque habíamos superado el paso más alto del viaje.
Nos llevó dos días más llegar al Refugio Real de la Cruz. La morrena glaciar está- con el paso del tiempo- cada vez más rota e inestable. Todo el tiempo cambia su recorrido. Es como entrar en un laberinto de bloques de hielo, lagunas y ríos. Nos orientábamos más por el instinto que por la carta.
Cuando llegamos a Refugio Real de la Cruz necesitábamos la comida que no habíamos podido cruzar por el Portillo Argentino en el otoño pasado. Esa tarea había quedado en manos de otra parte del grupo de amigos, Diego, Danilo y Leo, se habían ofrecido para esa misión.
Un día antes de comenzar el viaje desde Punta de Vacas, los amigos lograron sortear la nieve para llegar al Portillo y encontraron el depósito de 50 kg de comida, gas y bencina. Lo cargaron hacia abajo pero no pudieron llevarlo hasta el refugio porque se les agotó el tiempo. Igualmente, eternamente agradecidos con los amigos ya que sin este apoyo logístico nuestro viaje no hubiese podido continuar.
El día 8 de viaje, próximos a Refugio Real de la Cruz, dividimos el grupo. Juan Martín, Frodo y yo avanzamos rápido para llegar al refugio e ir en búsqueda de la comida que estaba de camino al Portillo Argentino; Ricardo y Batata irían más tranquilos porque Ricardo tenía un tobillo sentido.
Nos llevó cinco horas de marcha entre ir y volver para encontrar la comida. Salimos con nuestras mochilas vacías y volvimos repletos, ¡nos sentíamos inmensamente ricos!
Llegamos al refugio de noche, Ricardo y Batata tenían fuego en la estufa y habían improvisado una cena fabulosa con lo poco que había. Ese día era el cumpleaños de Juan Martín así que comimos y brindamos. El día siguiente, por suerte, era de descanso.
Desde aquí reprogramamos la próxima etapa y tomarnos un día más de descanso. Frodo salió por el Portillo Argentino llevando todo el material extra que ya no íbamos a necesitar. Ricardo tenía el tobillo sumamente inflamado pero con seguridad plena de que se iba a recuperar. Le salió el chamán que lleva adentro, buscó hojas de ortiga a la orilla del arroyo y se hizo fomentos, sacaba el pie de la ortiga caliente y lo ponía en un balde con nieve. Mientras Ricardo continuaba su tratamiento, nosotros organizábamos la comida para la próxima etapa. Habíamos dejado la comida justa para llegar a laguna del Diamante. Batata le pasó sus botas nuevas a Ricardo para que fuera más confortable y él continuaría con sus viejas zapatillas. La estrategia era repartir el peso entre nosotros tres así Ricardo podría caminar más liviano. Íbamos a necesitar de seis días para llegar a la laguna del Diamante donde estaba la próxima comida.
Comenzamos esta etapa con mucha precaución, chequeando el tobillo de Ricardo que por suerte se fue mejorando, era el día 12 de la expedición. Caminamos hasta Leñas Amarillas y cruzamos el río Tunuyán sin problemas. Luego asomamos a la Pampa del Milico y encontramos la senda que no habíamos encontrado en el viaje anterior. Hallarla nos facilitó la llegada al campamento de la cascada Arriba. Llegamos por la tarde con nevisca y frío. Armamos la carpa y nos refugiamos en mates y sopa caliente.
El próximo día era relativamente corto, aquí el camino es menos empinado y el entorno más amable. Aparecen grandes vegas verdes pastoreadas por tropillas de guanacos. El cuadro se completa con el fondo de los glaciares del Marmolejo, del Nieves Negras y del Colinas. Llegamos a Corrales Negros a las 12 del mediodía pero como era muy temprano para acampar y amenazaba lluvia, decidimos continuar hasta Casa de Piedra.
Al principio pareció muy buena idea, pero cuando la tarde comenzó a caer, y todavía faltaba un rato para llegar, la padecimos un poco. Aunque llegamos de noche, nos dio tiempo para disfrutar de un fuego y unos fideos al resguardo del gran techo que ofrece este maravilloso lugar.
El cielo seguía nublado y la tormenta seguía dando vueltas a nuestro alrededor. A la mañana siguiente costó arrancar después de un día tan largo pero, fieles al camino, nos pusimos en marcha hacia el Real de las Overas y a pocos minutos de arrancar pasamos por un lugar fantástico, un cañón de piedras rojas donde el viento y la erosión han tallado figuras gigantes en las laderas de piedra. Le pusimos a este lugar el Valle de Los Inmortales.
Pasado el mediodía llegamos al Real de la Piedra Horcada. Aquí convergen dos rutas importantes, la que nosotros venimos transitando de Norte a Sur y la senda que va desde el arroyo Gateado hacia el paso Colinas en el límite con Chile. Después de picar algo, continuamos hasta Real de las Overas, desde la Piedra Horcada bajamos hasta el valle del Río Colorado. Un lugar fantástico. Es un cañón estrecho de piedras rojas surcado por el río color púrpura. Cruzamos el río y seguimos camino por el arroyo del Papal, hasta la confluencia con el arroyo de las Overas. Encontramos nuestro campamento del viaje anterior y no dudamos en dar la jornada por finalizada.
Nos faltaban solo dos días para llegar a la laguna del Diamante y Ricardo había recuperado muy bien su tobillo, si bien tenía que ser cuidadoso, veníamos muy bien.
Al día siguiente remontamos el arroyo de las Overas hasta una gran vega donde había un real muy viejo. A pocos metros de éste y ladera arriba se veía el ingreso a una cueva. Como buenos curiosos fuimos a investigar y la sorpresa fue que encontramos un campamento abandonado de arrieros chilenos: habían ollas, platos, vasos, cubiertos, un hornito de chapa, colchones viejos y ropa de abrigo. También había algo de comida como un paquete de arroz en perfectas condiciones que llevamos para aumentar la cena.
Seguimos subiendo hacia el portezuelo de la Yesera, muy próximo al cerro Papal o Chichen Itza nombre que le dio Fede en su bitácora de viaje escrita hacía 17 años, bitácora que habíamos usado como regencia para reencontrar la senda.
Por la tarde llegamos al Real de la Chilena, nombrado así por una mujer de cajón del Maipo que hacía cabalgatas desde Chile hacia la laguna del Diamante. Casualmente, en este campamento completamos 200 km de recorrido. Para festejar hicimos arroz con leche con el paquete encontrado. Estaba delicioso pero cuando vimos en detalle el paquete, supimos que había vencido en el año 2015, Jaja.
El tiempo seguía inestable y frío. Las nubes daban vuelta por todos lados y asomamos al Portezuelo de las Numeradas al norte de la laguna del Diamante. El paisaje era increíble, se veía el volcán Maipo y la laguna completamente nevados, el gran espejo de agua reflejaba las nubes del cielo que engrandecía aún más el idílico paisaje.
Llegamos al refugio El Cilindro felices porque habíamos completado la segunda etapa.
Apenas nos repusimos vaciamos las mochilas y fuimos en busca de nuestro depósito de comida. Una vez más la sensación de riqueza y abundancia. Salimos con las mochilas vacías y volvieron repletas de comida, alegría y felicidad. ¡Cuando la vida es simple la alegría cuesta poco!
Al día siguiente descansamos completamente, salimos del refugio solo para buscar agua. Aprovechamos para arreglar la ropa y zapatillas. También para cocinar sopaipillas para los próximos días y no paramos de comer y tomar mates.
Laguna del Diamante es uno de los paisajes más lindos de la montaña mendocina donde se conjugan historias de todas las épocas. Se encontraron restos humanos de 8000 años de antigüedad hasta las más recientes de arrieros cruzando ganando a Chile. También, allí ocurrió el accidente de Henrri Guillaumet en 1930.
El tiempo fue mejorando y salió el sol, emprendimos la marcha con comida para 6 días. Fuimos rumbo al paso Maipo para luego pasar por el portezuelo de los Bayos a arroyo Escondido. Cuando íbamos llegando al paso encontramos algo increíble, de repente Ricardo miró hacia el norte y vio una pirca extraña, decidimos ir a ver qué era, dejamos las mochilas y caminamos livianos. Nos llevó 10 minutos llegar hasta el lugar y cuando vimos de qué se trataba, ¡no lo podíamos creer! Una piedra de basalto de dos metros de altura enclavada en el suelo y sobre su ladera Este tenía un pictograma muy marcado, parecía un camino que la recorría de punta a punta. Era un mapa que dibujaba un recorrido a través de la cordillera. Fue un verdadero regalo encontrar este lugar que confirmaba la presencia de pueblos originarios de hacía cientos de años.
Cuando uno hablaba cerca de la piedra la voz se escuchaba en un tono metálico, la emoción de estar en un lugar sagrado se sintió en el cuerpo como un hilo de plata helado que recorre la espalda y se nos erizó la piel. Entramos a un sitio sumamente sagrado así que permanecimos en silencio contemplando el regalo que nos estaba dando el sendero.
Pero, debíamos de continuar el camino, el evento nos había distraído por un par de horas.
Fuimos al hito del paso Maipo y luego en dirección al paso de los Bayos, comenzamos el descenso y, con la última luz del sol, armamos el campamento cerca del agua.
El día siguiente continuamos entre los planchones de nieve y la senda a orillas del arroyo Escondido. Al mediodía llegamos a la confluencia del arroyo Escondido y el río Diamante. Decidimos remontar un poco más para ir hasta la cascada del Diamante (un salto de agua de 15 metros por donde pasa todo el río). Batata improvisó una caña con los bastones. Demostró su arte con mucha destreza y pescó la cena. El agua correntosa y la belleza del paisaje nos habían distraído un buen rato. Nos quedaba todavía un buen tramo para llegar al morro del Cuero donde íbamos a acampar.
Antes de llegar al morro hicimos otra parada para reforzar la cena de truchas. Pescamos dos más y con ese botín nos fuimos al campamento. Llegamos con la última luz del día. Nos sentíamos muy cansados ya que llevábamos 19 día andando. Llegar al morro fue como llegar a una casa de fin de semana, hay que largarse desde una vertiente, juntar leña, hacer fuego, cocinar pan para los próximos días y hacer la cena.
Nos levantamos muy temprano, sabíamos que nos tocaba otro día largo, debíamos de remontar el Chiflón Colorado para pasar del río Diamante al río Barroso. El tiempo estaba muy bueno. Aprovechamos para buscar una mejor senda que aliviane la pendiente arenosa que trepa hasta lo más alto del cajón rocoso. Si bien fue largo, nos pareció más fácil que la última vez que pasamos por ahí. Al mediodía ya estábamos almorzando en lo más alto del Chiflón.
A la tarde se puso muy caluroso, buscamos acampar a orillas del arroyo de los Caballos y aprovechamos la tarde para bañarnos y lavar ropa, ¡el primer baño en 20 días! El atardecer fue hermoso y disfrutamos de un buen descanso por el resto de la tarde.
Al otro día teníamos que cruzar el río Barroso conocido en la zona por su caudal y las dificultades para vadearlo. Eso me preocupaba un poco, ya que se escuchaba el bramido del río color chocolate.
Salimos nuevamente temprano en busca de un buen sitio para vadear. Al cabo de una hora de caminata, encontramos un lugar donde el río se dividía en 3 brazos. Aprovechamos y lo cruzamos ahí sin muchas dificultades. Caminamos todo el día río arriba hasta la confluencia del arroyo Indígeno. Aquí montamos nuestro campamento en el mismo lugar que la vez anterior. El cansancio se dejaba ver en los movimientos imprecisos y torpes que hacíamos para cocinar.
Salimos temprano subiendo por el arroyo Indígeno hacia arriba rumbo al volcán Overo. En la ladera norte se encuentra un lugar paradisíaco llamado El Indígeno, es una ciudadela de origen mapuche con 120 refugios de forma circular enclavados en la ladera norte del volcán. Tiene grandes vegas con guanacos y cauquenes, aguas termales y un contraste de colores entre la piedra volcánica negra y roja, y el verde de los pastizales. Paramos a almorzar aquí y compartimos la sensación de sentir su presencia, de verlos ahí en sus quehaceres. Entre este lugar y el sitio de la laguna del Diamante donde encontramos el mapa en la piedra, se estrecha el confín de los territorios de los hijos del sol que venían del norte y los hijos de la tierra que venían del sur. Sus naciones confluyen en este confín del mundo dando origen al sendero que nos cuenta la historia de nuestros antepasados.
Después del almuerzo seguimos camino hacia la laguna del Atuel, nos sorprendió la cantidad de nieve que había en este valle. Caminamos cinco horas sobre la nieve- por suerte para nosotros, bastante sólida- y eso nos permitía avanzar a un buen ritmo. Llegamos a la laguna del Atuel casi de noche, completamente mojados y con mucho frío. Armamos la carpa y nos metimos adentro.
Al día siguiente nos debíamos encontrar con los Morontas y el Diego que vendrían en vehículo hasta la Mina de Sominar en el río Atuel con el reaprovisionamiento fresco y lo necesario para continuar la última etapa del viaje.
Aprovechamos para dormir un poco más y a las 10 am comenzamos a bajar desde la laguna del Atuel. A las 13 horas ya estábamos en la mina abandonada de Sominar. Encontramos a otras personas que habían ido para pasar el fin de semana. Entramos en uno de lo galpones abandonados y calentamos agua para esperar tomando mates pelados ya que no nos quedaba comida.
Como a las 15:30 llegó el Pariente Moronta con sus dos hijos, Joaquín y Vicky, también venía nuestro amigo Diego (el mismo que ingresó la comida por el Portillo Argentino). ¡Parecía que habían llegado los Reyes Magos! Bajaron comida y bebidas y entre abrazos y anécdotas nos pusimos al día de todo lo que había pasado. Fue un momento muy grato. Sobre las 14 horas bajamos en la camioneta 20 km por la ruta del Sosneado hasta el puesto de la Vega seca a orillas del río Atuel, propiedad de Dante Y Marcelino Asnar.
El puesto es de veranada y estaba sin gente (ellos suben con los animales en noviembre). Con su permiso hicimos uso de las instalaciones y comodidades del puesto. Compartimos todo el domingo con los amigos contando historias y comiendo cosas ricas ¡fue un verdadero festín! Pero la tarde llegó y los Morontas y el Diegui regresaron a la civilización, y nosotros cuatro continuamos para terminar la última etapa.
Era lunes día 23 del viaje. Arrancamos la última etapa cruzando el río Atuel. Si bien no estaba profundo el agua estaba helada. Nos movíamos en cámara lenta, el descanso y la comida nos habían aletargado. De a poco fuimos entrando nuevamente en ritmo.
Remontamos por el arroyo de los Caballos hasta el portezuelo del Rico Plateado llegamos allí pasado el mediodía. Quedaban todavía algunos planchones de nieve. Comenzamos el descenso del otro lado. En horas de la tarde y muy cansados llegamos al real de la vega Florida. El arroyo venía bastante crecido y daba una idea de la cantidad de agua que había en los ríos. Batata estaba con dolor de panza después del desarreglo del fin de semana, se lo veía correr atrás de las piedras una y otra vez.
Al día siguiente seguimos arroyo abajo hacia el valle de La Matancilla donde confluyen los arroyos del Burro y el Yesero o Quesero dando origen al caudaloso río Tordillo.
Llegamos al puesto de la Matancilla antes del mediodía. El puestero lo conocía al Batata y estuvimos un rato descansando sentados en unas sillas improvisadas a la sombra de la pared del puesto. Decidimos continuar marcha para que no se nos echara la burra. Salimos del puesto con el sol a pleno. Caminamos una hora y paramos a comer a la sombra de una piedra. Descansamos media hora y seguimos viaje ya que queríamos llegar al agua para refrescarnos un poco. Seguimos caminando por una huella de autos hasta el corral redondo que utilizan para la recogida de los animales.
Un poco más allá del corral había un arroyo donde aprovechamos para meternos al agua, nos refrescamos y seguimos buscando la cuenca del río Tordillo por el margen este. Nuestro próximo cruce de río fue en la confluencia del arroyo del Burro y el Tordillo, ya eran las 5 de la tarde de un día muy caluroso. El arroyo del Burro es generalmente un arroyo de agua clara, pero ese día venía color chocolate y llevaba tres veces su tamaño normal. Aquí debíamos cruzar el río Tordillo a la margen oeste pero venía con tanta fuerza que no pudimos. Pensamos entonces dormir de este lado y cruzar a primera hora de la mañana. Nos quedamos en una vega hermosa. El atardecer fue muy placentero, comimos temprano y nos fuimos a dormir.
Al día siguiente intentamos cruzar el Tordillo a las 7am, hicimos varios intentos por diferentes lados usando la cuerda pero no fue posible. El agua nos llegaba a la cintura y con mucha fuerza. Siempre nos quedaba un brazo que no podíamos cruzar. Tampoco podíamos arriesgarnos a que nos llevara el agua, eso podría tener consecuencias que darían por terminado el viaje, a esta altura y después de 24 días de expedición no valía la pena arriesgar.
Entonces decidimos buscar otro camino siguiendo por la margen este del río hasta salir a valle Hermoso. Al principio parecía imposible pero luego, observando mejor, vimos que había una vieja senda que subía y bajaba varias laderas. Así que nos entregamos a ese destino de subir y bajar muchas veces. Algunas laderas parecían interminables pero le pusimos paciencia y entusiasmo. Al mediodía logramos salir al camino que va a valle Hermoso. Este valle hace honor a su nombre. Tienen una laguna inmensa, arroyos de agua clara, aguas termales, pinturas rupestres y un servicio alojamiento con restaurant de primer nivel. Sabíamos que no debíamos de caer en esa tentación y continuamos camino hacia el próximo arroyo donde almorzamos, nos bañamos e hicimos una pequeña siesta de 30 minutos. Desde aquí seguimos caminando por una huella de autos que va hasta el valle de Los Oscuros donde termina el camino. Allí está el cable para cruzar el Río Grande. Este río nace en el valle Hermoso donde confluyen los ríos Tordillo y Cobre.
Llegamos al cable con el carrito que cruza el río. El carro estaba del otro lado así que utilizamos la cuerda y unos mosquetones para ir a buscarlo. Cruzamos el río en dos viajes y continuamos caminando hasta el puesto de Don Marques. Estaba él con otros gauchos que habían llegado el día anterior con los animales para la veranada. Se disculpaba de no poder ofrecernos más comodidades y nos ofreció un reparo del puesto para alojarnos. Esto, para nosotros, era más que un lujo.
Para poder pasar del valle Hermoso al valle Noble, hay que hacer un desvió hacia la laguna de las Cargas porque el Río Grande se encajona y no es posible caminar al costado. Hay que remontar el arroyo de las Cargas hasta la laguna del mismo nombre y luego cruzar el Portezuelo de Las Vallas para salir al valle del Tiburcio, luego, seguir bajando hasta el valle de Los Patos. Hicimos este recorrido en un día que se hizo largo por el cansancio acumulado. Ya llevábamos 27 días. También nos inundó la tristeza de pensar que era la última noche en la montaña de este viaje, nos estábamos acostumbrando a una vida más nómade, más simple, menos wifi, pero más conectados.
La última noche fue el día 28 de viaje y quisimos despedirnos con un Traum, es una ceremonia que hacían los pueblos originarios de esta región para solucionar conflictos o para expresar las palabras del corazón. Con la última luz del sol juntamos leña y organizamos el lugar, nos sentamos alrededor del fuego y cada uno se expresó, agradeciendo, contando lo que había sentido a lo largo del viaje y que nos había dejado esta gran experiencia.
En lo personal me pregunté cuántas personas habrían pasado por esta senda, qué los había llevado a transitar desde tiempos inmemorables. La respuesta que se me vino fue que todos ellos iban en busca de algo, de una experiencia, de un conocimiento o de un algo que los haría mejorar en su condición de vida y ese algo estaba allí, era una sensación de gratitud un regalo del camino que nos conectaba con el presente.
Al día siguiente nos levantamos y caminamos hasta el río Valenzuela, cruzamos por el carrito y seguimos por el camino de autos hasta el refugio de Vialidad, el viaje había terminado, había alegría y nostalgia, sonrisas y lágrimas.
Aquí esperamos al pariente Moronta, picamos lo último que no quedaba. El refugio nos convido salame y pan. Como a las 4 de la tarde llegó el pariente Moronta con sus hijos, Joaquín y Vicky, tres integrantes indispensables de este viaje, que sin su apoyo logística, no hubiera sido posible.
Este fue un viaje enigmático y una herencia. Estos valles cuentan la historia de sudamérica, de Argentina y de Chile. El modo en que fueron llegando las distintas poblaciones y cómo se fueron vinculando. Esa es la misma senda que usaron los incas y los mapuches. Después, el ejército libertador y, también, los puesteros, la gendarmería, los contrabandistas y los arrieros de vacas. Ahora nos toca a nosotros, es nuestro momento de transitar la senda y tenemos que darle ese valor agregado. El valor agregado de reconocer la historia y de ser los guardianes de ese espacio y, para eso, hay que darlo a conocer de la forma correcta. Fue allí que surge la idea de que sea un sendero de gran recorrido.
Te invitamos a leer el artículo publicado en este mismo número de la Revista del CCAM en el cual se narran las exploraciones previas a esta Travesía Integral de los 350 kilómetros, ¡no te lo pierdas!
Centro cultural Argentino de Montaña 2023