Eduardo Brenner, Alberto Bendinger, Marcos Couch y Pedro Friedrich, luego de tres meses de acecho, cuando la temporada llegaba a su fin, el 10 de marzo de 1984 lograron realizar la Ruta Franco Argentina en la pared sudeste del cerro Fitz Roy, esta es su historia
Luego de casi 20 años de la ascensión de Jose Luis Fonrouge y Carlos Comesaña, otra expedición Argentina en el año 1984 logró ascender al legendario Cerro Chaltén, dos de sus protagonistas, Marcos Couch y Pedro Friedrich, cada uno individualmente y desde su perspectiva, narra aquí la historia de esta gran aventura.La ruta directa argentina es actualmente la más escalada y considerada como la normal del Fitz Roy. Dedicamos esta publicación a Eduardo Brenner quien falleciera en el Chaltén el 5 de Noviembre de 1988.
Guillermo Martin Director del CCAM |
Leyendo notas sobre los ascensos en Patagonia de estos últimos tiempos no dejo de maravillarme.
Logros como la integral de la cadena del Torre, las nuevas rutas al Fitz, 9 días ida y vuelta a Bariloche pasando por la Ferrari al Torre…entre otras.
La rapidez como elemento clave
En la nota que salió entonces en la revista Diners nos referíamos a los franceses Terray y Magnone con equipo que considerábamos antiguo.. me divierte poder decir lo mismo de nosotros 30 años mas tarde. Aquella ruta que se llamara después “ Franco Argentina”, ( nueva ruta compartiendo los 3 primeros largos del ascenso de los franceses del 52.)
Hoy el equipo es más liviano, mochilas chicas, bolsas de dormir de algunos gramos, Jet Boil, algunos liofilizados ( en Bariloche los “ Margarolis..”) y poco mas… No menos útil es la previsión meteorológica llave fundamental de la actualidad.
Por otro lado, estoy muy agradecido de haber vivido el último periodo de la “ Patagonia Vieja”, como diría Andreas Madsen. Chalten no existía, solo la casa del guardaparque, ningún puente y no más de 5 expediciones en los 2 valles. La Cabaña de troncos, fuego, y la incertidumbre del tiempo..En los 7 intentos reales a la pared fuimos ganando confianza y familiaridad. La cumbre fue como un sueño y volver a la ciudad después de casi 3 meses, algo irreal...
Sin duda el “Fitz” nos marco para toda la vida.
Marcos Couch
Hoy Marcos vive en Bariloche hace mas de 10 años y se desempeña como uno de los mejores Guía de montaña de la zona. Aquellos que quieran contactarse pueden hacerlo a: couchmarcos@gmail.com
Integrantes: Alberto Bendinger, Marcos Couch, Pedro Friedrich y Eduardo Brenner.
Ruta: Franco Argentina del Fitz Roy – Chalten (pared sudeste), variante de la "francesa", la "directa pilar sudeste" 9 y 10 de marzo de 1984. 550 mts.
El altímetro, instrumento fundamental para escalar la montaña, también puede convertirse en una obsesión. Pues además de indicar la altura permite el vaticinio de los días diáfanos o las tormentas ominosas. En el Fitz Roy sus agujas auguraban sistemáticamente tempestades. Y como el asalto de las altas cumbres solo es posible cuando brilla el sol y no soplan los vientos infernales, nos condenaban al tedio del campamento.
Más de tres meses estuvimos esperando esa oportunidad diáfana para escalar las paredes finales del Fitz Roy. En diciembre instalamos el campamento base en un lugar adecuado pero recién en marzo pudimos hacer el intento final hacia la cumbre. Lugar adecuado quiere decir donde hay agua, leña y reparo contra los vientos. El campamento es apenas un refugio de madera, bastante precario. Luego uno dedica sus frecuentes ocios a incrementarle las comodidades. No son muchas pero en la montaña todos las apreciamos. La más importante es un homo donde hacer pan, calentar las raciones y caldear un poco los ánimos. Suele fabricarse con una lata grande de galletitas, acoplándole una chimenea hecha con envase de leche Nido.
Las variaciones del altímetro son siempre bruscas en la comarca del Fitz Roy a orillas del remoto lago Viedma. A cada momento la presión barométrica sube, luego cae. Las tormentas son el pan nuestro de cada dia. Nos llevo considerable tiempo aprender a adaptarnos a estas burlas de la naturaleza. Muy temprano a la mañana Alberto Bendinger nos despertaba con un pronóstico de buen tiempo Dábamos un salto preparábamos a los piques el equipo y salíamos corriendo hacia el glaciar superior. A medida que avanzábamos en el arduo itinerario helado el cielo iba perdiendo su nitidez, acosado por unos stratus raros en forma de plato volador. Luego empezaba a soplar el terrible viento del oeste y pronto la tormenta nos impedía continuar.
Debíamos nuevamente regresar contrariados al campamento. Además de Alberto Bendinger y Marcos Couch, estaban Peter Friedrich y Eduardo Brenner, ambos estudiantes de agronomía. Volvíamos al campamento, descargábamos el equipo, encendíamos el horno y pronto nos reconfortaba el aroma del café y el olor inconfundible de la panceta. Es preferido como alimento por tener mucha proteína. Estar en el campamento era como volver a casa. Y algunas veces se convertía en una especie de pueblito multinacional, al ser cruzado por distintos grupos de alpinistas extranjeros. Había franceses californianos, suizos, españoles, italianos, y el bosque se llenaba de conversaciones en diversos idiomas, con un lenguaje común la pasión por la montaña.
Cientos de veces el Fitz Roy fue asaltado por sus varios accesos pero solamente quince expediciones resultaron exitosas hasta ahora. La primera fue de dos franceses Terray y Magnone, en 1952. Recién quince años más tarde, en 1967, llego a la cumbre la segunda expedición, la de los argentinos Jose Luis Fonrouge y Carlos Comesaña. Ambas lo consiguieron por la ruta del sudeste. A partir de entonces los logros correspondieron siempre a extranjeros, incluido el californiano Yvon Chouinard que abrió la ruta sudoeste.
Que ocurriría con nosotros? nuestras chances parecían cada vez más remotas. Las tormentas eran continuas y duraban varios días. Había muy pocas brechas en el embate pululante de los vientos.
Conocí a Brenner cuando el tenia apenas diecinueve años, ambos practicábamos escalada en los paredones de la General Paz, de unos cinco metros de altura. Los automovilistas nos miraban como si fuéramos locos. Atosigaban nuestros ejercicios con sus caños de escape malolientes y encima se burlaban de nosotros. Antes las practicas se hacían en un altísimo tanque de agua, de unos 20 metros aproximadamente. ubicado en General Paz y Avenida del Tejar, pero desde que lo tiraron abajo, los aspirantes a escaladores debíamos apechugar con las bromas de los Fiats y los Renaults para poder adiestrarnos rudimentariamente.
En 1980 la Federación Argentina de Ski y Andinismo (FASA) construyo una palestra en terrenos del Centro Deportivo para facilitar las practicas. Esta palestra es excelente, diseñada por el Arquitecto. Cuando uno viene con el auto por Avenida Lugones, si se fija puede ver a los hombres mosca trepando a ese muro con el equipo completo de montaña.
Con Eduardo empezamos a entrenarnos seriamente para escalar el Fitz Roy y en esa etapa conocimos a Pete Friedrich quien ya había hecho experiencias importantes en la Cordillera. Finalmente se nos unieron Alberto Bendinger, un Diseñador Industrial (Diseñó el revolucionario Tornillo de Hielo de 4 Puntas de Chouinard, hoy en día sin cambios) y Couch, esudiante de Filosofía.
El grupo estaba completo, seiscientos kilos de equipos y provisiones y una montaña de ilusiones, terminados los exámenes de diciembre en la Facultad volamos hasta el pueblo de Calafate y luego continuamos unos 100 km. hasta la base del Fitz Roy, sólo la casa del Guardaparque existía, ubicada frente a la casa abandonada de la estancia del pionero dinamarqués Andrea Madsen. Desde allí el Fitz Roy se veía en toda su impresionante magnificencia. No demoramos mucho en acercárnosle para instalar el campamento base a orillas del Río Blanco.
El resto de diciembre y todo enero paso entre tormentas y desilusiones, dedicamos ese tiempo a aprender que la naturaleza tiene sus reveses y a obstinarnos en intentos siempre fallidos. Siempre era lo mismo: viento, tormenta, infierno, hornito cálido, panceta. Cuando amanecía con buen tiempo emprendíamos el camino hacia la pared de la montaña. Pero estábamos a muchas horas de distancia, al llegar la tormenta nos forzaba al regreso.
Pero de todo se aprende, con el transcurso de las semanas descubrimos algunas constantes de la veleidosa meteorología. Después de las tormentas venia un día de buen tiempo seguido por otra tormenta corta. A continuación un par de días de bonanza. El momento de acercarse a la montana era durante la tempestad cortita. Al sobrevenir la bonanza, uno ya estaba allí. En febrero nos dedicamos a equipar una cueva de hielo excavada en el glaciar superior y a instalar un segundo campamento de altura, al pie de la pared. Este cambio de estrategia mejoro notablemente nuestras posibilidades. Se fue dando también naturalmente una mayor coincidencia de objetivos en el grupo y ahí recién empezamos a trabajar auténticamente en equipo. Esto último quizá fue nuestro logro más valioso.
Supimos que el Fitz Roy exigía de todas nuestras fuerzas, no solo las físicas sino también las mentales. Ya lo había dicho Royal Robbins, californiano representante de las nuevas corrientes en el alpinismo mundial:
"Escalar la montana es un juego total donde no podemos participar a medias. O todo o nada. Exige de nosotros lo mejor. "El exito nos demanda no ser mezquinos''
En uno de los intentos Peter Friedrich y Alberto Bendinger se adelantaron mientras nosotros nos quedábamos mas abajo con Eduardo Brenner. Nos dedicamos a recuperar el equipo enterrado bajo casi ocho metros de nieve fresca durante una tormenta en el campamento de altura, pero después se desato también el vendaval y debimos retirarnos todos desalentados.
En el campamento base decidimos que la próxima vez lo conseguiríamos. Nos propusimos darle a la expedición un empuje final como uno emplea a veces durante las competiciones de atletismo.
La próxima oportunidad fue, pues, la decisiva, éramos un equipo decidido. Un impresionante diedro de roca granítica nos llevo directamente a una mancha de hielo que Terray y Magnone bautizaron como La Arana (En honor a la del Eigger).
Lionel Terray y Guido Magnone no pudieron escalar por aquí, pues en 1952 aun no existían los Friends desarrollados una década mas tarde por el californiano Ray Jardine. Los Friends son excelentes materiales de seguro que reemplazan con ventaja a los antiguos clavos y permiten avanzar rápidamente sin dañar la roca. Tampoco disponían de stoppers, ni sogas de nylon, equipo impermeable de abrigo hecho con gore-tex, etcetera. El alpinismo de hoy es muy distinto. Hay muchos elementos nuevos, comodidades. sofisticaciones. Es admirable que en 1952 hayan podido llegar a la cumbre de esta montaña tan difícil contando con equipo anticuado, comparado con el actual (Interesante porque hoy en día se puede decir lo mismo de aquel de hace 30 años).
En el hielo tallamos plataformas para pasar la noche asegurados con las sogas. El frio era casi insoportable. Cantábamos y gritábamos para damos animo hasta que llegase el amanecer. Desde La Arana seguimos en línea recta hacia arriba, turnándonos en las posiciones. Es una técnica eficaz. Mientras uno abre camino, el segundo lo asegura desde abajo, entre tanto los otros suben por las sogas con las mochilas y el material. Pero el esfuerzo es durísimo y solo con un alto grado de entrenamiento es razonable encararlo. Las paredes verticales del Fitz Roy no toleran la menor debilidad. En cada fisura y hueco de las rocas encontrábamos hielo sumamente duro y eso nos obligaba a utilizar técnicas mixtas de escalada. Avanzamos, sin embargo.
Ahora la cumbre ya era factible y esa sensación nos excitaba y nos serenaba al mismo tiempo. Llegamos de pronto a una pared extraplomada. Mas que vertical, sobresale para afuera, de a poco aparece el filo cumbrero. Poco a poco fuimos izándonos por el hielo cristalino y a las siete de la tarde alcanzamos la cumbre.
El sol brillaba con esa típica reverberación dorada que adquiere el atardecer en la alta montaña. Sentados en las rocas de la cumbre nos sentíamos en el techo más remoto del mundo. Allí encontramos una herradura dejada vaya a saberse porque escalador. En ese mismo verano doblegaron el Fitz Roy unos escaladores suizos y otros franceses y luego nosotros, el segundo grupo argentino triunfador de esa montaña.
Pero no pudimos quedarnos mucho, era tarde y debíamos bajar, el viento soplaba del oeste y traía nuevas amenazas de tormenta. Una tras otra encendimos nuestras linternas frontales y fuimos descendiendo despacio por las sogas hacia la seguridad del valle...
El calor del verano comenzó hace unos pocos días, por lo que el río aún trae grandes cantidades de agua. Los cruces son siempre una pequeña aventura e, inevitablemente, pensamos en aquel desafortunado miembro de la expedición francesa del '52, Jacques Poincenot, quien perdió la vida aquí, en este río y en estas mismas circunstancias. Pero pronto aprendemos a descubrir con una breve mirada a las torrentosas aguas, la parte menos profunda del cauce. Cuando éste resulta hondo, entonces cruzamos todos juntos, formando un círculo o una cadena y tomados de los hombros. Cada uno carga el máximo de peso tolerable, lo cual permite que nuestros pies se afirmen bien en el pedregoso lecho y resistamos el embate de la correntada, aunque nos haga sospechar el alto costo que deberemos pagar luego. El viento y la lluvia no cesan sus embestidas, y nos vemos obligados a apelar a toda nuestra fuerza de voluntad para completar el traslado del equipo hasta Río Blanco.
Por fin, el acarreo termina. Sin embargo, no tenemos mucho tiempo para descansar tras la labor realizada, ya que unos días calmos nos obligan a emprender la segunda etapa del avance hacia el cerro. Debemos construir y equipar una cueva de hielo en el "Paso Superior", y no es posible hacerlo con mal tiempo. También erigimos una confortable cabaña de troncos, abajo, en el bosque, con el fin de pasar en ella los largos y frecuentes días de lluvia. La obra demanda 10 días de ardua labor, pero aquí está, lista, con su techo de tejuelas, puerta, ventana, bancos, mesa y hogar con chimenea. Así, de esta manera, los días de lluvia ya no nos parecen tan molestos.
Mientras los otros leen, tallan en madera, cocinan o simplemente conversan en nuestro cálido refugio, mi mente vuela hacia Buenos Aires y trata de recordar cómo comenzó todo....
Fue una tarde lluviosa de mayo. Me hallaba abocado a preparar mis exámenes finales cuando una llamada telefónica interrumpió mi dedicación a los libros. Era Alberto, mi compañero de cordada desde hace ya varios años, diciendo que tenía que comentarme algo sumamente importante; que fuera a verlo con toda la información sobre la Patagonia que hallara en mi biblioteca. Su voz, a pesar de un dejo misterioso, sonaba entusiasmada. De más está decir que no lo pensé mucho tiempo: al rato entraba a su habitación con la bibliografía indicada. Me encontré con un Alberto hipnotizado ante las páginas de un viejo libro, que se caía a pedazos. En una de las hojas sueltas que yacían en el piso, alcancé a leer: "Al asalto del Fitz Roy", de Luis Depasse. Inmediatamente se me hizo la luz sobre la inesperada convocatoria y las intenciones de mi amigo. El libro relata la primera ascensión al Fitz Roy, en el año 1952, proeza realizada por los franceses Lionél Terray y Guido Magnone. La ruta no había sido repetida aún, a pesar de que este libro la describe con todo lujo de detalles. Por ello nos causó no poco asombro el hecho de que nadie la hubiera repetido en 30 años, lapso en el cual otras vías más peligrosas —como las "Chouinard" y "Supercanaleta" contaron con numerosos intentos.
Ese invierno, Alberto Bendinguer, Marcos Couch, Eduardo Brenner y yo trocamos nuestras vacaciones de esquí por unas semanas de escalada en el cerro Catedral, decisión que resultó acertada ya que nos permitió conocer el viento huracanado y la tormenta en la pared.
Escalamos en chimenea y fisuras cubiertas de hielo, y aprendimos, sobre todo, a descender con cuerdas congeladas y mucho viento. Este aspecto fue de vital importancia, pues nos permitió escapar luego de la pared en medio de una fuerte tormenta. Una vez finalizada la experiencia, comenzamos a prepararnos para los tres meses de expedición en el verano...
Vuelvo a la realidad, a este verano del '84... Nuestro tan preciado altímetro ha caído en desgracia. Es difícil explicar cómo este diabólico instrumento es capaz de tiranizar a todos los habitantes de este campamento. Un pequeño movimiento de la aguja hacia la izquierda, y todos nos precipitamos hacia los campamentos altos, convencidos de que esta vez sí ha llegado el buen tiempo. Por supuesto que en todos los casos en que ello ocurre, nos encontramos envueltos en una tormenta de viento y nieve.
En cada oportunidad en que regresamos a nuestra "cueva de hielo" del "Paso Superior", acosados por el temporal y luego de un día sin dormir, comer ni beber, ésta nos parece tan confortable como la cabaña del bosque. Reconocemos a cada paso los indicios que nos anuncian que estamos avanzando hacia lugares cada vez más inhóspitos, lo cual nos obliga a extremar las precauciones. Una tormenta imprevista en la pared, con temperaturas sumamente bajas y vientos que pueden superar los 200 km./h, puede llegar a tener serias consecuencias para nosotros. Por ello, ocupamos algunos días y el resto de las cuerdas de que disponemos en establecer una línea de cuerdas fijas desde la base de la pared, pasando por la brecha, hasta la rimaya, en el borde del glaciar. Eso nos garantiza una retirada veloz y segura, aun en medio del más terrible de los temporales.
Ya todo el pesado equipo de escalada ha sido transportado hasta la silla francesa. Decidimos regresar al bosque y esperar allí el tan anhelado viento sur. De pronto, los cóndores comienzan a volar bajo, muy cerca de nuestro campamento. La luna ha cambiado con tiempo calmo y, a la tarde, el cielo se tiñe de rojo. Los pobladores de la zona nos aseguran que pronto habrá algunos días buenos...
Con cierto escepticismo, partimos hacia la medianoche para, luego de interminables horas de caminata sobre el glaciar, llegar a la silla temprano por la tarde. Eduardo y Marcos, que habían dejado parte del equipo de escalada en la rimaya, tienen que perder dos días en desenterrarlo de debajo de la nieve. Mientras tanto, Alberto y yo preparamos un vivac en la silla, donde pasamos una noche plagada de expectativas y sueños indescifrables.
La salida del sol es temiblemente roja, y el cielo se halla invadido por nubes lenticulares "platos voladores", como se los conoce, lo cual anuncia indefectiblemente fuertes vientos y tormentas. Desilusionados, aunque sin perder las esperanzas de que el tiempo se mantenga por un día más, nos metemos en la pared.
El primer largo consta de pasos artificiales fáciles y dificultad media, combinados con otros de escalada libre, muy difíciles. A lo largo de esta fisura de 40 metros, levemente inclinada a la derecha, hallamos en varios lugares algunas cuñas de madera que, por su estado de erosión, nos permiten suponer que pertenecieron a los franceses Lionel Terray Guido Magnone. Los clavos y mosquetones, e incluso la escalera de peldaños de aluminio parcialmente destruida por el viento, datan, indudablemente, de intentos posteriores.
Este largo termina en una cornisa muy expuesta, cubierta de hielo, en la que efectuamos el primer relevo. Después de dos largos igualmente expuestos y de escalada libre muy difícil, llegamos al punto donde los franceses inician una larga travesía a la derecha, para empalmar con un sistema de fisuras y diedros, que los llevarían a la "araña". Esta consiste en un manchón de hielo y nieve que, por su forma característica, ha sido bautizado con este nombre singular. Sin embargo, nosotros no estamos dispuestos a efectuar semejante travesía, por lo que buscamos un camino más directo.
Afortunadamente, justo por encima de nuestras cabezas hay un espectacular diedro que parece haber sido hecho a medida para el tipo de material que traemos. Unos largos de mediana dificultad nos llevan a la base de este increíble cuerpo, en la que nos disponemos a encarar los dos últimos largos de la jornada. Nos vemos obligados a emplear casi todo el material de escalada del que disponemos para superar estos 70 metros en artificial. Debemos efectuar un relevo en la mitad del diedro, colgados a nuestros arneses. Finalmente, y con la última luz de día, llegamos a la "araña", que es todo menos un confortable lugar de vivac. Encontramos una pequeña saliente de roca, debajo de la cual nos sentimos protegidos del viento y las piedras que pudieren caer. Allí, nuevamente, colgados de nuestros arneses y parcialmente enfundados en las bolsas de dormir, nos disponemos a esperar la salida del sol, luego de comer y tomar algo caliente.
En un intento de cambio de posición, atisbo a la luz del amanecer unos jirones de nubes que corren a pasmosa velocidad por la arista del pilar sudeste. Cuando aclara me convenzo de que nos encontramos en medio de una terrible tormenta. Por fortuna nos hallamos en un sitio protegido, ya que, de otra manera, el viento nos arrancaría de la pared. Rápidamente salimos de nuestras bolsas de dormir y, tras comer un trozo de chocolate y unas frutas secas, reiniciamos la escalada. El primer largo va por terreno algo escarpado y con escarcha. Hace frío, mucho frío, y no es posible escalar sin guantes, aunque estos no resisten demasiado el filo del granito.
El segundo largo es más difícil todavía, y comienza a nevar. La pared se va cubriendo de una espesa capa de polvillo blanco, que el viento lanza con fuerza sobre nosotros. Emprendemos la retirada, atendiendo a la prudencia y a que Alberto ha sido golpeado por una piedra en el brazo. El furor de la tormenta aumenta por momentos, y el descenso se convierte en una tortura. Aquí es donde se advierte la utilidad de lo aprendido en el Catedral, cuyas enseñanzas debemos aplicar. Luego de 10 horas de agotador descenso, llegamos a la silla, cansados y sedientos. De allí, no sin esfuerzo, arribamos a la "cueva de hielo" con el amanecer. Hemos fracasado, pero crece en nosotros la certeza de que el próximo intento nos llevará a la cumbre.
Luego de tres días de recuperación en el campamento del bosque, estamos listos de nuevo. El altímetro ha comenzado a descender nuevamente; nunca lo habíamos visto bajar tanto. Creemos que "nuestra hora ha llegado"Allí está el Fitz Roy, majestuoso, iluminado por la tenue luz del amanecer. Ni una sola nube mancha el azul del cielo. Avanzamos por el glaciar cuya consistencia resulta de ayuda. Al atardecer llegamos nuevamente a la silla y, mientras Alberto y yo preparamos un lugar para pasar la noche, Eduardo y Marcos fijaron los primeros 60 metros de la ruta con cuerdas.
El amanecer nos halla nuevamente en camino. Al par que Alberto y yo volvemos a escalar los largos hasta la “araña", Eduardo y Marcos cumplen la delicada tarea de instalar las cuerdas para el descenso. Por la tarde "'alcanzamos la "araña", inmediatamente de lo cual nos abocamos a la misión de ubicar un vivac más cómodo que el del otro día. Tallamos cuatro pequeñas butacas en una cornisa de roca cubierta de hielo, de manera tal que los pies cuelgan al vacío. Esto impresiona un poco, pero cuando oscurece ya no se ven los 1.000 metros de abismo que existen debajo de nuestra posición. Luego agotados, los jarros de sopa, el frío empieza a calarnos hasta los huesos. Para sacudírnoslo, cantamos hasta el amanecer, que se presenta impecable. Con un poco de suerte... ¡hoy llegaremos a la cumbre!
Los ocho largos restantes que nos separan aún del filo cumbrero, corren prácticamente sobre el espolón sudeste. Pese a extenderse estos sobre terreno más escarpado, la dificultad no disminuye. Hallamos pasos de escalada artificial bastante complicados, que alternan con fisuras chimeneas y lajas escarchadas, lo que los hace insuperables en algunos casos.
Nos vemos obligados a efectuar péndulos y otras maniobras acrobáticas para superarlos. Avanzamos, ganamos altura y, de pronto, notamos que la aguja Poincenot ha quedado ya más abajo que nosotros. Presentimos el fin. No pueden quedar más que dos largos. Ya casi estamos. Pero no debemos perder la calma; no pueden ocurrir errores aquí arriba. Tenemos que realizar una travesía acrobática muy expuesta para rodear un bloque con forma de proa de barco. Luego, un relevo sobre otro bloque empotrado en el hielo.
Y el último largo, uno de los más difíciles. Debo tallar escalones en el hielo para llegar a una chimenea angosta extraplomada y congelada. Con la mano izquierda logro encontrar algunas pequeñas presas, mientras con la derecha me mantengo colgado del martillo para hielo, que se halla clavado en el cristalino elemento. Centímetro a centímetro, logro ascender. Mis pies casi no encuentran sostén y frecuentemente los dejo colgar, izándome con el martillo para ganar unos centímetros más. De pronto, la pendiente cesa bruscamente. Veo el filo delante de mí. Una suave pendiente de nieve y hielo nos separa de aquel soñado bloque, aún iluminado por el sol del atardecer.
Fijo la cuerda y aviso a mis compañeros que salí al filo. Gritos..., aullidos y alaridos de alegría son la respuesta que recibo. Dentro de poco, el esfuerzo habrá rendido sus frutos... Mis ojos se humedecen... Debe ser por la emoción del instante; por la alegría que me invade, aunque también por este sueño de niño que ha dejado de ser precisamente eso: un sueño...
Instantes después nos encontramos los cuatro encima del bloque cumbrero. Ya sopla un fuerte viento frío, y desde el hielo continental avanza una temible masa de nubes hacia nosotros. Es una cumbre nerviosa, ya que nos quedan apenas dos horas de luz, en las cuales debemos alcanzar las cuerdas fijas. La noche nos sorprendeen plena bajada, y debemos continuar a la luz de nuestras linternas frontales. Llegamos sanos y salvos al lugar del vivac de la silla, a las dos de la madrugada. Como era de esperar, la mañana nos recibe con fuertes ráfagas de viento y lluvia, pero ya nada puede detenernos en nuestro descenso hacia la pequeña cabaña... Allí abajo, el bosque ya se debe haber vestido de otoño.
Pedro Fiedrich, Alberto Bendinguer, Marcos Couch y Eduardo Brenner, jóvenes miembros de la Segunda expedición argentina del Centro Andino Buenos Aires que escala con éxito el Fitz Roy, arribaron a la cumbre en marzo de este año, luego de tres meses al acecho, por una ruta nueva, variante de la "francesa", la "directa pilar sudeste".
Eduardo Brenner falleció en el Chaltén el 5 de Noviembre de 1988, al darse vuelta el bote de goma en el que bajaban el turbulento Río de las Vueltas, pocos días antes de cumplir sus 27 años.
Entre sus escaladas se destacan:
Aguja Guillaumet: 21 de enero de 1981. 500 mts., Eduardo Moschioni y Eduardo Brenner.
Fitz Roy: Ruta Franco Argentina (pared sudeste) 9 y 10 de marzo de 1984. 550 mts., Alberto Bendinger, Marcos Couch, Pedro Friedrich y Eduardo Brenner.
Aguja Bífida: Pedro Friedrich y Eduardo Brenner; 1985.
Nueva ruta en la cara Oeste del Cerro Catedral (Bariloche), “Vía del Orco” Eduardo Brenner, Pedro Friederich y Marcos Couch; 1986.
Fitz Roy: Primera ascensión invernal (ruta Supercanaleta) 26 al 28 de julio 1986. 1600 mts., Gabriel Ruiz, Sebastián de la Cruz y Eduardo Brenner.
Fitz Roy: Noviembre de 1987, Silvia Fitzpatrick y Eduardo Brenner.
1 | 2 de febrero de 1952 | Ruta Francesa, Terray - Magnone, pared sudeste. |
2 | 16 de enero de 1965 | Rura Supercanaleta, cara oeste. Primera Ascensión Argentina |
3 | 20 de diciembre de 1968 | Ruta Californiana, pilar suroeste. |
4 | 11 de diciembre de 1972 | Ruta Inglesa, pared sur. |
5 | 23 de febrero de 1976 | Ruta Ragni, pilar este. |
6 | 19 de enero de 1979 | Ruta Goretta, pilastro norte. |
7 | 27 de diciembre de 1979 | Ruta Afanassief, pared noroeste. |
8 | 15 de enero de 1983 | Ruta Checoslovaca, pared oeste. |
9 | 8 de diciembre de 1983 | Ruta Devils Dihedral, diedro noreste. |
10 | 10 de marzo de 1984 | Ruta Directa Argentina, pared sudeste. Segunda Ascensión Argentina |
11 | 20 de marzo de 1984 | Ruta Española, pared este. |
12 | 24 de diciembre de 1984 | Ruta Kearney - Knight, pilar norte. |
13 | 24 de diciembre de 1984 | Ruta Polaca, diedro noroeste. |
14 | 22 de diciembre de 1985 | Ruta Boris Simoncic, pared sur. |
15 | 29 de diciembre de 1985 | Ruta Chimichurri y tortas fritas, pilar norte. |
16 | 17 de enero de 1986 | Ruta Tehuelche, diedro norte. |
17 | 20 de febrero de 1992 | Ruta El Corazón, pilar este. |
RELATO DE MARCOS COUCH:
- Entrevista realizada por Federico Zuniga (h)
- Revista Diners, septiembre de 1985
RELATO DE PEDRO FIEDRICH
- Revista "Aire y Sol", Mayo 1984
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