En este relato Fernando nos comparte su camino de aprendizaje y experimentación con la montaña, culminando en la aventura de ascender unos de los cerros de la Patagonia más hermosos en el Parque Nacional Nahuel Huapi en Bariloche
Ahí estaba yo, en la puerta del refugio Otto Meiling, a las 4 de la mañana, equipándome junto con Dante Alegría, el guía de montaña que me acompañaría en mi aventura. Nos preparábamos para comenzar la caminata rumbo al pico Argentino del Cerro Tronador. Yo tenía muchas preguntas en la cabeza: ¿Seré capaz de conseguirlo? ¿Será suficiente el entrenamiento realizado? ¿Estaré a la altura de desafío? ¿Disfrutaré de la aventura o se convertirá en un sufrimiento? ¿Cómo llegué hasta aquí? En sí, fueron dudas y preguntas similares a las que uno se plantea ante cada desafío, en cualquier aspecto de la vida, pero cada uno es distinto, y las preguntas surgen con la misma fuerza e inquietud que en la primera vez.
El día anterior, en el refugio, algunas personas me habían preguntado “¿por qué elegiste el Tronador?” y me di cuenta que no podía responder a esa pregunta. Solo sé que la idea surgió a final de 2014. Quizás fue algo que escuché o leí. Algún comentario de algún amigo montañista o alguna foto que vi. Lo que sí tengo claro, es que, a partir de finales de ese año, comencé a trabajar para hacer realidad ese sueño.
Esta aventura se fue gestando de a poco; en el 2014 decidí cursar la ETM (Escuela Técnica de Montaña) dictada por el Club Andino Córdoba. Es una formación muy completa, donde se ven aspectos teóricos y mucha práctica, sobre trekking escalada en roca, uso de crampones y piqueta, distintos tipos de ropa técnica, etc. Los instructores fueron “Yuyo” Tarditti, Diego Almeida, Diego Molina y Julio Duarte. Y además de la parte técnica, que fue muy enriquecedora, encontré en cada uno de ellos la motivación para hacer de la montaña una forma de vida, un medio para restablecer el equilibrio de mi ser. Poco a poco, la montaña se fue transformando en una necesidad.
Cuando comencé a imaginar la idea de ascender al Tronador, lo veía muy lejano y difícil de concretar. Tenía muchas ganas, pero me daba cuenta que también me faltaban muchas habilidades y experiencia. Decidí entonces comenzar con lo que tenía disponible y aprovechar las oportunidades que surgieran. Así es como comencé a entrenar para carreras de montaña y de calle, salidas en bicicleta mountain bike y caminatas por nuestras queridas sierras cordobesas. Llegué a adorar al Macizo Los Gigantes y el hermoso Cerro de La Cruz. Todavía hoy, cada vez que subo al cerro, siento la misma emoción de la primera vez.
Además de la preparación física, supe que tenía que prepararme técnicamente. Y para eso, si quería ir a un lugar con glaciares y nieve, como el Tronador, no era suficiente escalar las sierras de Córdoba. Así que me propuse objetivos intermedios. Uno de ellos fue una salida invernal al cerro Vallecitos, en Mendoza. Esta salida la hice con la guía de montaña Paula Celso. Una excelente persona y profesional. Lamentablemente el viento Zonda no nos dejó hacer cumbre, pero pude usar los crampones y experimentar qué se siente que el viento Zonda intente voltearte una y otra vez, tratando de resistir una y otra vez. Verdaderamente vivimos una situación delicada. Una salida relativamente sencilla, se fue complicando por el repentino cambio de tiempo. Puse a prueba mi resiliencia, y como dice el dicho: “lo que no te mata te hace más fuerte”, y verdaderamente me fortaleció. A partir de esa experiencia, encaré con mucha más fortaleza todos los nuevos desafíos y proyectos que me propuse.
La cumbre frustrada del cerro Vallecitos, por culpa del viento Zonda, me había dado algo de experiencia, pero sentía que todavía faltaba bastante.
En 2017 me enteré que, en agosto de ese mismo año, en Tierra del Fuego, se dictaba un curso de “Tránsito en glaciares y rescate en grietas”. ¡Allá fui a Ushuaia! Otra experiencia formidable. Por suerte, esta vez el tiempo acompañó y pasamos 3 días espectaculares en el Glaciar Vinciguerra. Fue un curso muy provechoso a nivel técnico. En cierta forma pude trasladar los conocimientos de manejo de cuerda y nudos que había aprendido en la escalada en roca, al uso que se le da en hielo y nieve. El guía de montaña que dicto el curso, Daniel García “Strogonof”, tiene una forma particular de enseñar. Es muy exigente en su rol de instructor, y nos puso al límite en nuestra parte emocional. En ocasiones me sentí bajo mucha presión, y no le encontraba el sentido, pero después, con el tiempo, me di cuenta de lo importante que fueron esos momentos. Permitieron ampliar mi zona de confort y llevarme un poco más allá de lo que yo creía que eran mis límites.
Después de la experiencia en Ushuaia, ya me sentía mucho más seguro y preparado para disfrutar con tranquilidad salidas más complicadas y técnicas. Tiempo antes, estuve en el Chalen, la capital del trekking, al menos en Argentina. La caminata más linda que realicé allí, fue la vuelta al cerro Huemul. Es una vuelta que se hace en cuatro o cinco días y es bastante exigente. Es muy interesante porque, además de pasar por los terrenos más variados (senderos simples, acarreo, glaciares sucios, mallines, etc) se cruzan dos tirolesas, por lo que se requiere llevar equipo técnico: arnés y mosquetones como mínimo. Una experiencia muy bonita.
A fines de 2017 consideré que había llegado el momento de concretar la idea del cerro Tronador, y comencé a pensar que febrero de 2018 podría ser el momento. Pero por parte de mis hermanos surgió la idea de un viaje en familia a Brasil. Claro que no podía negarme, la montaña tiraba mucho, pero compartir con mi papá, hermanos y sobrinos unas vacaciones, era igualmente tentador. No quedaba más remedio que postergar el viaje a Bariloche un tiempo más.
De regreso de Brasil, y de unas hermosas vacaciones con mi familia, comencé a concretar el viaje a Bariloche. Fijé una fecha (primera semana de febrero de 2019), compré el vuelo y algunos implementos que necesitaba. Me puse en contacto con la gente del refugio Otto Meiling y les comenté cuál era mi plan.
Para noviembre de 2018 ya estaba todo listo, todo encaminado. Pensé que solo era cuestión de esperar y que el tiempo acompañara, pero tuve un susto bastante importante. Cruzando una avenida, en Córdoba, un taxi me atropello y me hizo volar dos metros hacia adelante. Mientras iba en el aire, pensaba que, si me hacía daño, ¡no podría viajar a Bariloche! Milagrosamente no me hice absolutamente nada. El capot de taxi quedó abollado, pero yo no tenía nada, solo me dolía un poco el muslo derecho, donde fue el impacto. Todavía no entiendo como salí ileso de tremendo golpe. Algunas semanas después, ya estaba en el avión, rumbo a cumplir con mi ilusión.
Finalmente había llegado el momento de concretar el sueño, y el gran día comenzó a las 3 de la mañana al sonar el despertador. Me levanté, hice mi habitual desayuno: huevo revuelto, café, frutos secos y una fruta y compartimos con Dante unos mates, mientras me explicaba cómo transcurriría el día.
A las a.m. 4:05 ya estábamos caminando en medio de la negrura de la noche. Esa primera parte transcurre sobre la roca desnuda del volcán. Luego se llega al borde del glaciar, momento en que decidimos encordamos para seguir progresando con seguridad.
Caminar encordado y de noche, es un momento muy particular. Ves que la cuerda sale de tu arnés hacia tu compañero, que se encuentra adelante y que apenas se distingue en la oscuridad. No es posible hablar por la distancia que hay entre ambos, no es posible ver mucho el paisaje porque está oscuro y hay que prestar atención a los pasos que se dan. Solo queda administrar las fuerzas y simplemente estar presente, disfrutando, sintiendo como el cuerpo hace su trabajo. Es un momento de plenas sensaciones.
Todavía siendo de noche, decidimos con mi compañero hacer una parada para revisar si todo iba bien y para hidratar. Aproveche para pedirle que apaguemos las linternas frontales para apreciar el cielo estrellado. Fue impactante ver la belleza de la vía láctea que estaba sobre nosotros. Hacia el este, en el horizonte, el negro de la noche se iba tiñendo de un rojizo oscuro que anunciaba el pronto amanecer. Es difícil expresar en palabras la belleza de ese lugar, de ese momento. El silencio, la noche, las estrellas, la paz. Pero como ya se sabe, lo único permanente es el cambio, así que tuvimos que retomar la marcha antes de enfriarnos. Habíamos logrado que el cuerpo despertara por completo y estábamos en óptimas condiciones para seguir con el buen ritmo que llevábamos.
Con Dante íbamos llegando al Filo de la Vieja mientras el sol despuntaba. Ya podíamos seguir sin la luz de las linternas frontales. La sensación era buena. Las piernas levemente cansadas, pero mucho mejor de lo que esperaba. Por más entrenamiento físico que hubiese realizado, no estaba (y no estoy) acostumbrado a caminar con botas y crampones. Hasta ese momento la caminata había sido relativamente sencilla. La mayor parte del trayecto tenía una pendiente leve a moderada que se podría transitar cómodamente. El hecho de salir temprano, fue determinante para poder aprovechar la dureza de la nieve. Para maximizar la seguridad, es muy importante que la nieve estuviera en esas condiciones, ya que no cansa tanto caminar y, sobre todo, los puentes de nieve de las grietas soportarían el peso de nosotros al cruzar.
Dante me explicó cómo encarar el Filo de la Vieja. Era la primera parte del trayecto que requería más técnica y a mi entender, uno de los lugares más bonitos previo a la cumbre. Primero se sube al filo, se camina por el mismo y luego se desciende por el otro lado. La parte más complicada es el descenso, tienen mucha pendiente, y en caso de caída, se termina en una grieta bastante amenazante que espera al final de la inclinación. Había dos opciones, o descendíamos con un rapel o utilizábamos la técnica francesa (también conocida como de “12 puntas”). El rapel era más seguro, pero más lento. Por su parte, la técnica de las 12 puntas requiere de más habilidad, pero es más rápido. Dante, me dió las opciones y me dijo: “veo que te manejas bien con los crampones, ¿te parece que no usemos el rapel?” Por supuesto que le dije que sí, lo que no le dije es que me asustaba un poco la idea. No me impresiona la altura, pero ver esa grieta amenazante ahí abajo, intimidaba bastante. Por otro lado, había otras dos opciones: sufrirlo o disfrutarlo. Claramente elegí disfrutar el momento.
Terminando el descenso del Filo de la Vieja, descansamos unos minutos, aprovechamos para hidratar nuevamente y comer chocolate y algunos frutos secos. Como una vez escuché decir a un montañista de mucha experiencia: “las tres leyes básicas de la montaña son, beber antes de sentir sed, comer antes de sentir hambre y abrigarse antes de sentir frío”. Actuamos en concordancia. En ese momento, gracias al sol, todo se había tornado de un amarillo anaranjado que no había visto nunca antes. Nuevamente, el cerro Tronador y su entorno, me volvían a sorprender y emocionar. Seguimos avanzando y la pendiente comenzó a ser un poco más pronunciada. Aparecieron grietas bien visibles que nos obligaron a rodearlas y tener que hacer varios zigzags. Nuestro próximo destino, era col entre el pico argentino y el pico internacional. Pero antes de que llegáramos, sentí un olor muy particular, pero concentrado en la marcha, no pude identificar de qué se trataba. Luego, Dante me explicaría que era el azufre emitido en algún momento por el volcán.
Parte del equipo que llevábamos con mi compañero, era una piqueta de travesía, un bastón de trekking y crampones. También llevábamos caso, linterna frontal, arneses y cuerda. Ese era el equipo que teníamos ambos. Luego, por su parte, Dante también llevaba mosquetones, tornillos para hielo, un par de cintas y todo lo necesario para rescate en grietas y asegurar el último paso que hay antes de la cumbre. Si bien el refugio Otto Meiling disponen de todo el equipo necesario para el ascenso al cerro Tronador, yo había decidido llevar mis botas, crampones y bastones de trekking. El resto era equipo del refugio, el cual estaba en excelentes condiciones. Principalmente quería usar mis botas para evitar ampollas y rozaduras. Pensaba que como ya las había usado varias veces, no me lastimaría. Lamentablemente no fue así. Cometí el error de no ajustarlas apropiadamente al momento de arrancar la marcha, esto hizo que mis talones se comenzaran a resentir. En una de las paradas que hicimos, me ajusté las botas correctamente, pero ya era demasiado tarde, sentía que las ampollas que tenía en los talones, ya se habían reventado. Dante me había pedido que le avisara si algo así ocurría, pero no le dije nada. Verdaderamente no fue correcto ocultarle esta situación, pero tenía miedo que esto condicionara de alguna forma la excursión.
Una vez en el col entre el pico argentino y el pico internacional, dejamos los bastones de trekking y encaramos la parte más técnica con crampones y piqueta. La cumbre estaba ya muy cerca, la emoción se palpitaba, pero faltaba superar las últimas dificultades. Ese último tramo se trata de una pendiente, de nieve dura, de unos 300 metros que tiene una inclinación de unos 45 o 50 grados. Luego, hay un paso bastante expuesto que permite acceder a unos 2 o 3 metros de escalada en roca que es bastante simple, pero dada la altura a la que estábamos (3 mil metros snm), se torna más difícil. En este momento, el cansancio en las piernas ya era más notable, y ver la pendiente que había por delante, inspiraba respeto. Pero no había alternativa, descansamos unos minutos, y encaramos la cuesta con paso tranquilo pero firme. Poco a poco, y con descansos intercalados, fuimos acercándonos a la zona donde haríamos una reunión con los tornillos, los mosquetones y la cinta. Una vez asegurados, Dante atravesó el paso más expuesto y llegó a la cumbre. Desde ahí me dio seguro para que yo hiciera lo mismo. En ese momento ya no sentía cansancio, creo que la adrenalina y la emoción de estar tan cerca, hizo que me olvidara de todo. Y por fin encaré el último tramo de 2 o 3 metros que me separaban de la cumbre, momento en el cual me di cuenta que nunca había tenido que usar los crampones para escalar en roca.
Y di el último paso que me puso en la cumbre del pico argentino del cerro Tronador. La emoción y la alegría fueron completas. La vista desde la cumbre es hermosa. Se pueden ver infinidad de montañas, tanto del lado argentino como del lado chileno. El día estaba despejado y muy claro, se sentía el aire frío en la cara y en las manos. Eran las 8:40 de la mañana. Dante me confirmaba que habíamos hecho muy buen tiempo, 4 horas y 40 minutos, cuando por lo general se demora entre cinco y siete horas. Verdaderamente, había resultado todo perfecto. El tiempo había acompañado, el estado de la nieve era óptimo y no había surgido ningún inconveniente. Como estábamos con tiempo, pasamos un rato en la cumbre, comimos algo y charlamos. Nos dimos cuenta lo afortunados que éramos de poder estar ahí.
Ahora quedaba volver al refugio. Ya más relajados, por saber que la vuelta no sería tan exigente físicamente, comenzamos el regreso. Antes de cruzar nuevamente el Filo de la Vieja, hicimos una parada para comer unos ricos sándwiches que había preparado mi compañero. Seguimos charlando de nuestros sueños, nuestras familias, nuestros fracasos y aciertos. Después retomamos la marcha, pero ya sería en silencio, en parte porque nuevamente estábamos encordados y separados por varios metros de cuerda, y en parte porque yo me perdí en mis pensamientos. El momento era perfecto para meditar, para reorganizar las ideas y disfrutar de ese lugar de ensueño.
Una vez leí por ahí que se conoce más a un hombre caminado en una montaña, que en un año de conversaciones. Y puedo confirmar que realmente es así. En el tiempo que pasé con Dante, subiendo y bajando ese volcán, hizo que me trajera no solo una grata experiencia, también me traje una amistad.
Pasadas las 12 del mediodía arribábamos al refugio. Me sentía cansado, pero a la vez muy feliz y enérgico. Ya algo había cambiado en mí. Estaba a tiempo de preparar la mochila y bajar a Pampa Linda para tomar el transporte que me llevaría a la ciudad de Bariloche. Por un lado quería quedarme un día más en el refugio, pero por otro, ya tenía ganas de volver a las comodidades de la ciudad, de darme una buena ducha, tomar una cerveza y curarme apropiadamente las ampollas de mis pies. No lo pensé mucho más, y decidí bajar. No sé si fue la mejor decisión. Por más que me sintiera bien, el día había sido largo, había comenzado a las 3 de la mañana y el esfuerzo físico había sido considerable. Salí del refugio a las 14:00 y tenía que llegar a Pampa Linda a las 17:00. Es una distancia que normalmente se puede hacer en tres horas sin gran esfuerzo, pero yo iba con la mochila bastante cargada, las piernas cansadas y con los talones lastimados.
Jazmín, una de las personas que atendía el refugio en esos días, también bajaba, por lo que hicimos el recorrido junto. Debo reconocer que me costó seguirle el ritmo. Caminábamos bastante rápido para no perder el transporte. Así fue que llegamos a las 16:55 a Pampa Linda. Para ese momento, literalmente, ya no sentía las piernas. Por suerte, luego de tres horas de viaje, llegamos a Bariloche, ¡y puede tomarme la cerveza que tanto deseaba!
Ya era momento de comenzar a soñar con otro desafío.
Dicen que los motivos para escalar una montaña son tantos como montañistas hay. Yo lo hago porque encuentro un lugar de aprendizaje, de meditación, de reconstrucción. Cuando regreso a casa, ya no soy el mismo que salió en busca de un sueño por cumplir. Lo que aprendo, me ayuda a afrontar el desafío de la gran montaña que es la vida misma.
El cerro Tronador es un volcán geológicamente activo; su última erupción es desconocida aunque se piensa que habría ocurrido en el holoceno, es decir, hace más de 10 000 años, por lo cual estaría en proceso de erosión. En este caso, es un volcán que se puede considerar geológicamente activo, pero con muy bajas probabilidades de entrar en actividad, posee tres cimas: hacia el Este la denominada Argentina, de 3200 mts., hacia el Oeste, la Chilena, de 3320 mts. y una fronteriza y la más alta, llamada cumbre internacional, de 3554 mts. cuya coordenadas son: 41° 9'38.67"S, 71°53'6.52"O
Cubierto por siete glaciares que se desparraman por sus faldas hasta despeñarse ruidosamente por sendos acantilados, de allí su nombre; su altura, que lo hace por lejos la cumbre más alta de los alrededores, sólo superado por el Volcán Lanín que esta a más de 100 km. al norte; sus tres cumbres de imponente estampa y las gigantescas grietas que cruzan sus glaciares y el espectacular entorno en el cual está situado, rodeado de hermosos lagos. El cerro separa dos parques nacionales: el Vicente Pérez Rosales en la provincia de Llanquihue de Chile, y el Nahuel Huapi, en la provincia de Río Negro de Argentina.
Del lado argentino, un camino permite acercarse hasta el pie de las paredes de roca que rodean al cerro, al punto de perder de vista la cumbre por la excesiva cercanía a los mismos, las mejores vistas del Tronador se obtienen en el cercano paraje de Pampa Linda, desde allí sale un sendero peatonal, de fuerte pendiente, en gran parte practicable a caballo, permite llegar al refugio Otto Meiling, organizado y propiedad del Club Andino Bariloche. Posee ciertas comodidades de alojamiento, y está ubicado en el borde de los glaciares superiores Alerce y Castaño Overo.
Desde Chile es visible desde Osorno y Frutillar, incluso logra ser visible desde la Isla grande de Chiloé a más de 200 km de distancia. Posee un total de siete grandes glaciares que circundan al cerro por todos los lados, este fenómeno es más notorio en la parte sur del cerro, por la vertiente argentina se tienen, de sur a norte, los glaciares Frías, Alerce, Castaño Overo y Manso. Por la vertiente chilena, nuevamente de sur a norte, los glaciares Peulla, Casa Pangue y Río Blanco.
El nombre del cerro tendría su origen en las frecuentes caídas de seracs de los glaciares, con el consiguiente ruido similar al de los truenos. También los Quechuas lo conocían Amun Kar, que significa, trono del creador del mundo.
El Tronador tuvo un largo historial de intentos antes de que su cumbre principal fuera finalmente alcanzada el 29 de enero de 1934 por Hermann Claussen, quien lo escaló en solitario, entre los intentos previos se pueden contar al menos cinco intentos infructuosos de Federico Reichert (1909, 1911, 1922, 1928, 1931) y también algún intento del conocido escalador del Club Andino Bariloche, Otto Meiling, junto con Tutzauer en 1933.
Primera ascensión de la cumbre principal
Hermann Claussen, 29 de enero de 1934, en solitario.
Ruta alternativa cumbre principal
Según anotaciones en el libro del refugio de 1963, la cumbre principal habría sido escalada por un grupo argentino de Bariloche por el glaciar Río Blanco y el portezuelo oeste, es decir, el portezuelo entre la cumbre chilena y la cumbre principal, que es una ruta de escalada en hielo.
Primera ascensión cumbre chilena
El 28 de febrero de 1934 por el conde Aldo Bonacosa, Luigi Binaghi y Giusto Gervasutti, quienes lo bautizaron pico Matteoda.
Primera ascensión pico argentino
En 1936 por Hans Nöbl, Alex Hemmi y Heriberto Schmol.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023