Docente en la llanura y maestro en la montaña
Nació el 10 de marzo de 1906, en Schramberg, Selva Negra, Alemania. Cuando Thomas tenía seis años, cuando su familia se trasladó a Zell, por motivos de trabajo de su padre, dibujante decorador de mayólica. Allí, realizó sus estudios primarios y pasó su juventud, finalizando sus estudios de pedagogía, en el año 1926. Estudio en la Universidad de Freiburg, donde obtuvo el título de profesor de escuelas primarias.
Desde muy temprana edad demostró gran aptitud para planificar y llevar proyectos deportivos, que requerían buena organización y tenacidad, mientras que sus preferencias deportivas eran navegar en kayak y hacer trekking. Recorrió todas las montañas de Selva Negra y fue a pie desde su pueblo natal hasta Viena, Austria, con un compañero del colegio; anduvo en kayak en los ríos de Selva Negra y en una oportunidad bajo el río Rhone (Francia) hasta el mar Mediterráneo, así forjó su gran aptitud física, para soportar grandes esfuerzos, que le permitieron tener un gran rendimiento en sus actividades en la montaña.
En el año 1929, comenzaron sus tareas docentes en diferentes lugares de la cuenca del río Kinzig. En el año 1934, se inscribió en las listas de profesores, que deseaban ejercer su profesión en colegios alemanes en el extranjero; aceptado su pedido, le dieron un puesto de docente y se trasladó a la República Argentina, para ejercer esta profesión.
Durante su viaje en barco hacia el nuevo destino, aprendió bastante bien el castellano. Una vez en Buenos Aires, la embajada Alemana, lo destinó a una escuela alemana en Santa Teresa, en la provincia de La Pampa, una colonia ruso-alemana, donde permaneció durante tres años; estos colonos habían inmigrado en la década de los años veinte desde la región del Volga, teniendo que padecer tanto la antigua Rusia, como en sus primeros años en su nuevo destino, muchas privaciones.
Sus alegrías, sus anhelos, experiencias y recuerdos lo interpretaban entonando las canciones populares que le eran propias, traídas de sus pueblos de origen, siendo muchas de estas interpretaciones germanos-rusas, recolectadas y preservadas del olvido por el propio Kopp, en el año 1937.
Habiendo renovado su contrato de profesor en el extranjero por cuatro años más, le concedieron seis meses pagos de vacaciones, con pasaje de ida y vuelta a su patria, en primera clase, tiempo este que pasó junto a sus amistades en Alemania.
De regreso los destinaron a una escuela de Villa Crespo, en Entre Ríos, como profesor de idioma, donde permaneció durante dos años. Al cabo de dicho período fue nombrado director de la escuela Alemana Hindenburg, en la colonia Eldorado, localidad argentina, al Nordeste de la provincia de Misiones; en ese momento, tenía una población escolar de 200 alumnos y un internado de 80, anexo al colegio. Esta región de tierra arcillosa roja, cubierta de una selva frondosa y recorrida por las aguas del río Paraná, recibió a este docente con sus brazos abiertos, dado que permitió a sus hijos de origen alemán, educarse bajo su tutela; no sin antes permitirle hacer amistad con su población incluyendo con los nativos del lugar.
Hasta finalizar la Segunda Gran Guerra, permaneció ocupado y llevando adelante la educación de sus alumnos. Allí estuvo hasta finales del año 1945, año en que Alemania perdió la guerra y todas las escuelas alemanas, fueron confiscadas por el gobierno argentino, otro error histórico de nuestra política nacional.
¿Qué tenían que ver esas poblaciones con las decisiones de sus gobiernos tan lejanos en distancia y de sus ideologías?
En las vacaciones veraniegas Kopp, se trasladaba a las montañas de la Cordillera de los Andes, a fin de explorarlas sistemáticamente.
Así atravesó en tres oportunidades la cordillera hacia Chile; una de esas fue el 29 de diciembre de 1937. Salió de Mendoza, pasando por la localidad de Las Cuevas, pernoctando en el balneario de Río Blanco, para alcanzar Los Andes, al día siguiente.
Luego recorrió la zona central de Chile, durante tres semanas, retornando en avión hasta Mendoza; esto le permitió recorrer visualmente el majestuoso Cordón montañoso del límite e inclusive admirar al Coloso de América, el Aconcagua.
En el mes de enero de 1945, caminó desde Junín de los Andes, setenta kilómetros hasta el paso internacional de Tromen, junto a Lothar Herold y Emil Vogel, y acampó en las estribaciones del volcán Lanín, durante tres semanas.
Mientras Kopp, se encargaba del estudio y observación de la flora, Herold, se encargaba de la geomorfología y de los ventisqueros del cerro. Ascendieron a la cumbre y repitieron esa ascensión días más tarde, y antes de concluir la misma y luego, tras una charla y después de hacer un análisis de las factibilidades del cerro Aconcagua, se prometieron encontrarse, a finales de ese año, en Puente del Inca.
Así fue, como el 8 de enero de 1946, estos tres alemanes se abrazaron jubilosos y estrechaban sus manos en la cúspide del cerro Aconcagua. Era está la vigésima segunda ascensión, en la cima del Coloso.
Pero que mejor dar paso, a la descripción de sus primeros años de montañismo en la Argentina, por parte del propio Thomas Kopp, que nos decía en su libro Das lied von Braven Mann en 50 Jahre Kampf um dem Aconcagua, que me fuera traducido y enviado desde Alemania, en el año 1996, por su esposa Gerlinde Gundel de Kopp, en el capítulo que corresponde a sus actividades:
…Cruce la Cordillera de los Andes a pie, por tres lugares diferentes y en una oportunidad lo hice en avión. Al caminar desde la ciudad de Mendoza a Chile, hasta la capital de Santiago, vi por primera vez el Aconcagua, me impresionó mucho y me pareció desde el lugar que lo observé, el camino que llevaba hacia la frontera, una montaña inescalable.
Ya en otras oportunidades había escalado otras montañas de Los Andes, como el Villarrica, en Chile, el Copahue y el Lanín, en Neuquén. Después de haber vencido este último, con sus 3.747 metros SNM., me dije: “Donde hay voluntad, hay también camino”.
Así también pensaron mis compañeros de cordada Lothar y Emil, quienes me habían acompañado a ascender el Lanín. Convenimos los tres que para las próximas vacaciones del verano 1945/6, íbamos a probarnos en otra montaña, la más alta del continente, el Aconcagua.
Llevar adelante este proyecto requería la realización de un plan bien pensado y efectuar una preparación minuciosa tanto física como mental. A pesar del calor misionero, ejercitaba natación en los ríos de la Selva, hacía varias clases de ejercicios físicos todos los domingos y a cualquier hora libre durante la semana. También, trataba de acostumbrarme a una respiración profunda y a correr 35 vueltas alrededor de la cancha de deportes, que venían a ser unos diez kilómetros por hora.
Fue necesario de recabar información sobre la geografía y las condiciones climáticas de la zona del Aconcagua. Estudiamos ascensiones de otros andinistas que habían subido al Coloso.
Convenimos con mis compañeros, en encontrarnos en Buenos Aires y si fuera posible pasar la Navidad en Plaza de Mulas. A principios de diciembre de 1945, me encontré en el puerto Eldorado, con mi carpa y mochila, aguardando el barco que me llevó a Posadas.
Allí me esperaba el tren que me trasladó hasta la Capital, Buenos Aires; viaje que duró cerca de 40 horas. Qué alegría sentimos como nos encontramos en la estación del ferrocarril, de donde salía el tren para Mendoza.
En ese momento sellamos el compromiso de ser buenos camaradas, en cualquier situación, buenas y/o malas. Un apretón de manos fue el signo de que estábamos de acuerdo en dicha promesa.
Durante el viaje confeccionamos una lista de comestibles que deberíamos comprar en Mendoza. Debíamos de calcular para tres semanas de provisiones y una semana más, por si había mal tiempo.
Nuestra lista se hizo larga y menciono lo más importante de ella: conservas de porotos, tomates, chucrut, fruta seca, nueces, almendras, arroz, fideos, aceite, harina, cubitos de sopa, jugo de frambuesas, limones, pan, galletitas, glucosa, mermelada, miel, dulce de leche, leche condensada, leche en polvo, queso, chocolate, budines, panceta ahumada, manteca, chorizos, extracto de carne, sal, etc. Todas estas provisiones las compramos en Mendoza.
Salimos de Mendoza el 21 de diciembre, a Puente del Inca. Fuimos al Hotel y allí nos ayudaron a transportar todas nuestras cosas. Por la tarde, llegó nuestro guía Llallana, quien nos instruyó de cómo repartir el peso del equipaje de a 30 kilos, pues las mulas podían soportar y transportar 60 kilos de carga en total. Con dos guías y sus mulas, eran suficientes, nos explicó Llallana.
Antes de acostarnos, tomamos un baño en las aguas termales, bajo el Puente del Inca, a la luz de una vela. Después, el maquinista Franz, un italiano, nos condujo a un pasillo oscuro, donde se encontraban nuestras mochilas y bolsas y nos dijo dos palabras, como para que fuéramos cuidadoso de lo que estábamos realizando, Link, Kneidl… y se retiró.
Según Tibor Sekelj, en su libro Tempestad en el Aconcagua, la palabra Aconcagua, significa, montaña de nieve. Así encontró este autor el significado del nombre, pues en lengua aimara, Acon, significa, nieve y cagua, montaña. El dominio de este rey, comienza en el Sur, en Tierra del Fuego y se extiende en una cadena de casi 9.000 kilómetros hacia el Norte.
La mayoría de los andinistas hacen este camino a lomo de mula, pero nosotros quisimos hacerlo caminando. No porque nos saliera unos pesos más barato, sino porque queríamos adaptarnos paulatinamente a la altura. Este ejercicio físico fue necesario para que el cuerpo se adaptara lentamente a los 4.200 metros de Plaza de Mulas. Al llegar a la Laguna de Horcones, hicimos nuestro primer alto, no por estar cansados, sino porque queríamos alimentarnos, teníamos hambre.
En este lugar hubo antes, un refugio construido con piedra y material, el cual fue destruido por una avalancha de nieve y sus restos todavía se podía encontrar esparcidos en los alrededores.
Había sido construido en el año 1907, y destruido en el año 1941. Cuando estábamos merendando llegaron las mulas con los arrieros, que llevaban nuestro equipaje y nos dio alegría de ver todos los cajones y bolsones. Habían salido de Puente del Inca a las 07 horas de la mañana, llegarían a Plaza de Mulas aproximadamente a las 16 horas. El descargar los bultos y las cargas, tomaría su tiempo y no volverían a Puente del Inca, antes de las 23 horas.
Uno queda asombrado de las estas mulas son capaces de aguantar: 35 kilómetros de ida con una carga de 60 kilos y una marcha con un desnivel de 1.500 metros y luego, 1.500 metros de bajada sin carga en otros 35 kilómetros de vuelta.
Seguimos nuestra marcha. Allí, donde las estribaciones del cerro Tolosa se acerca al río Horcones, tuvimos que cruzarlo. Nos sacamos las botas y las medias y las lanzamos al otra orilla. Si no hubiésemos acertado en el lanzamiento y el río las hubiese llevado, tendríamos que volver. Metimos los pies en el agua y estaba tan fría, helada, que casi no pudimos vadear y llegar a la otra orilla. Ya afuera del curso de agua, comenzamos una verdadera danza indígena, pero a medida que fuimos caminando los pies entraron en calor.
Generalmente el sendero de mulas se distingue bien, pero con anterioridad, años atrás, para evitar desvíos y dudas, los participantes de la expedición de Link, en el año 1944, Zechner y Sekelj, pintaron algunas marcas visibles para no extraviarse.
Seguimos hasta llegar a Confluencia, es decir, al lugar donde el Horcones Inferior, se junta con el Horcones Superior. Otra vez tuvimos que cruzar el río, pero el cruce se desarrolló de otra manera. Encontramos otro lugar donde había dos piedras grandes, una frente de la otra, separadas por el río y en este lugar, solo tenía dos metros de ancho; eso permitió que sacándonos las mochilas, Lothar, en más alto de nosotros, pudiese saltar y consiguió llegar bien al otro lado, entonces lanzamos las tres mochilas y seguimos a continuación nosotros.
Llegamos a la tarde, donde a causa de los glaciares en el lugar se habían formado morrenas; estábamos bastante cansados. De repente vimos las mulas que habían llevado nuestras cosas, que venían de vuelta, tras ellas, los dos arrieros.
Estos nos aconsejaron de llegar a Piedra Grande, para pernoctar en ese lugar. Ahí, ellos habían merendado y nos habían dejado carne, pan y leña. Logramos arribar al lugar, montamos la carpa, comimos y nos acostamos a dormir. La noche estaba hermosa, millares de estrellas brillaban en el cielo y después, llegó la luna, arrojando su luz plateada sobre las montañas.
Al día siguiente partimos temprano. Caminar se nos hacía muy penoso a causa de la altura de casi 4.000 metros y con los 20 kilos en la espalda.
En cambio, teníamos ante nosotros dos elevaciones de más de 5.000 metros: el cerro Catedral y el cerro Cuerno.
Cada paso era ahora cuestión de voluntad. Mis compañeros se quejaban de presión y dolor en la cabeza, pulso acelerado y fuertes latidos del corazón.
De repente vimos dos cadáveres de mulas muy bien conservados. Alrededor de ellas muchas papas, pasto seco, montones de pan, latas de conservas, libros, alambres, leña. Este trágico acontecimiento ¿había pasado aquí? Más arriba vimos vigas trabajadas, cordones, etc.
Los senderos nos conducía ahora en zig-zag y al llegar al alto, creímos haber alcanzado Plaza de Mulas, pero no, ante nosotros se extendía un gran glaciar con inmensas paredes de hielo, riachuelos y montones de escombros de piedras y rocas de todo tamaño. Diez minutos después, llegamos por fin al campamento base: Plaza de Mulas.
Había una tabla donde se podía leer “Bienvenidos”, se hallaba en la entrada y al lado de ella, nuestro equipaje.
A pesar de nuestro cansancio, teníamos que empezar a trabajar, para tener instalado nuestro campamento base antes del anochecer.
Primero reconocimos el lugar para elegir el más adecuado para armar nuestra carpa de dormir y la cocina. Cerca corría un arroyuelo que nos podía proveer de agua. Detrás de él una cruz había sido colocada en el año 1942, por la expedición de Link, la que a nuestra llegada estaba muy deteriorada.
Alrededor encontramos muchas cosas útiles: una pala, estacas para carpas, alambre, clavos, latas, botellas, cajones, alcohol de quemar, una bolsa de 50 kilos de sémola, café molido, etc.
Lothar, colocó todos los víveres en el nicho de roca y la cocina estaba ya lista para su uso. Al abrigo del viento entre tres paredes de roca, colocamos la carpa, en la que dormimos espléndidamente la primera noche. Recién a las 09,30 horas, salió para nosotros el sol, detrás de la gigantesca pared del Aconcagua.
Con el dorso desnudo empezamos con distintos ejercicios físicos, siguiendo después, una caminata al trote. Todo esto era muy importante para adaptarse a la altura. Después, armamos la segunda carpa, la cual la ocupamos para colocar las mochilas, ropa, las botas y la leña.
A continuación un horario de nuestras actividades en los días que no emprendimos nada importante:
0930 Salida del sol y despertar.
1030 a 1100 Leer, hacer plan de actividades y desayunar.
1100 Uno de los tres prepara el almuerzo, los demás siguen con la lectura y escribir el diario.
1430 Almorzar. Mientras el cocinero tiene libre, los otros dos limpian la vajilla.
1600 Caminata en los alrededores para seguir con la adaptación.
2000 Cena.
2100 Tiempo libre.
2200 Transformar la carpa en cámara oscura para colocar las placas fotográficas en la máquina.
2230 Apagar la luz y buenas noches!
Cuando hacia buen tiempo cocinábamos al aire libre. Teníamos suficiente leña para hacer fuego. Además, habíamos encontrado bastante en los alrededores, así ahorrábamos el querosén para el mal tiempo y para la noche. La cena caía, en horas de oscuridad.
La cuestión del agua era un punto importante a tener en cuenta. Como ya mencionamos teníamos un arroyuelo que corría cerca, más abajo, formaba un pequeño lago, de donde se podía sacar agua. Pero no siempre había; por ejemplo a la mañana, toda el agua de la superficie estaba helada. Bajo una capa gruesa de hielo, apenas salía un hilito que no alcanzaba para extraer algo de agua. Por la tarde, con el calor del día y si había buen sol, se derretía el hielo y el agua corría, pero traía consigo algo de barro. Entonces tuvimos una idea: profundizar el laguito con la ayuda de la pala que habíamos encontrado. Así lo hicimos; por otro lado, se asentó el barro y con esto, el agua quedo en buenas condiciones para servirnos.
La Navidad la pasamos con nieve. Nevó toda la Noche Buena, al día siguiente y al tercero salió el sol radiante, acompañado de un frío intenso.
Para mejorar nuestro entrenamiento, decidimos subir el cerro Catedral. También sería bueno para la adaptación a la altura. Desde la cima tendríamos seguramente una vista muy diferente hacia el Aconcagua y las demás elevaciones. Aquel día, el cielo estaba sin nubes, por eso emprendimos en seguida la marcha. En media hora cruzamos el glaciar de Horcones, y ya nos encontrábamos al pie del Catedral.
De su lado Este, bajaban tres arroyos y resolvimos seguir el del medio. Fue necesario tener cuidado con el desprendimientos de piedras y rocas, que venían saltando velozmente de arriba sobre nuestra ruta. El cauce del arroyo terminaba en una gran pared vertical, donde a su derecha se extendía un campo de penitentes. Atravesamos éste y trepamos por sobre rocas y acarreos a la cumbre.
Qué vista hermosa teníamos hacia todos lados! Allí estaba el montículo de piedras y debajo del mismo, una lata con el libro de cumbre.
Lo sacamos y lo miramos. Sobre la tapa estaban impresos los cincos aros de la olimpiadas y el título del libro decía: Club Andinista Mendoza – Donado por Juan Jorge Link.Fuimos la cuarta expedición que había subido el cerro y anotamos nuestros nombres.
El 24 de diciembre de 1945, después de habernos aclimatados en Plaza de Mulas, a 4.200 metros, sentimos y pensamos que claramente, parte de nuestro éxito sería soportar la altura. Además, teníamos que explorar el terreno para conocer la ladera Este y Noroeste del Aconcagua.
Muchas veces miramos la formación, especialmente las de las rocas, las entradas en diversas partes y los acarreos. Esta montaña nos fascinaba de tal manera que ninguna causa razonable nos hubiese detenido para ganar la cumbre.
El día anterior a la Noche Buena, ascendimos hasta los 5.000 metros, teniendo una vista fantástica sobre las montañas de alrededor.
Subimos en zig-zag la ladera Oeste y todavía nos faltaba 2.000 metros para subir.
Controlamos nuestros pulsos y latidos del corazón. Después de una pequeña pausa, todo estaba tranquilizado. A las 19,30 horas, dimos la vuelta en una rápida bajada.
El 28 de diciembre. Quisimos llevar una carpa y víveres a Nido de Cóndores. Lugar para instalar el campamento intermedio para nuestra ascensión a la cima.
El punto donde habíamos llegado días atrás, lo alcanzamos sin dificultad, pero a causa de la nieve recién caída no se pudo reconocer la senda de subida. Nos preguntábamos, ¿dónde estará Nido de Cóndores? Para nosotros que nos encontrábamos solos, era difícil ubicarlo. Ese día no lo pudimos encontrar. Era demasiado tarde. Pero vimos unas rocas apropiadas en cuyo abrigo podíamos ubicar la carpa y los víveres.
Allí mismo encontramos por casualidad, un campamento abandonado desde hacía mucho tiempo, con muchos objetos: una cantimplora grande, un cuchillo, un trípode para colocar máquinas fotográficas marca IKA-Dresdem, un par de clavos, un calentador con gran cantidad de alcohol sólido, una lata de mermelada y una de galletitas, una bolsa de dormir, una manta arrollada y un par de medias sin estrenar.
A la vista de todas esas cosas nos pusimos a pensar y preguntarnos a quien pertenecían? Tal vez, hacía varios años que estos elementos estuvieran desparramados en esta altura de 5.700 metros. Examinamos las ropas en busca de iniciales que pudiesen darnos una pista a quien pertenecía. No conociendo el dueño de todos estos elementos, le dimos al lugar el nombre de “Campamento del Andinista Desconocido”.
Debíamos bajar porque comenzaba el atardecer. Nos fuimos deslizando sobre el terreno nevado y con acarreos, cortando camino, llegando a las 21 horas a Plaza de Mulas. El ascenso con la carga, nos llevó 5 horas y media y para bajar, sin carga, solo una hora.
Mientras preparábamos la cena Lothar, nos dijo que tenía los ojos hinchados y que veía poco.
El 30 de diciembre de 1945. Hoy queremos subir a Nido de Cóndores y preparar todo para la ascensión final. Como Lothar, estaba casi ciego, partimos Emil y yo.
En interminables zig-zag, subimos paso a paso. Era necesario tener mucha fuerza de voluntad, buenos pulmones y un corazón fuerte.
Por fin, reconocimos la roca grande que sobresalía del acarreo, más o menos de la forma de un nido. Llegamos allá después de cuatro horas y diez minutos.
El lugar daba muestras de bastante desorden, con mil cosas desparramadas: gran cantidad de chocolate, jamón, nueces, chorizo, pan, estacas para carpa, sogas, botellas. También había latas de leche condensada, la que tomamos en seguida.
Luego, fuimos al campamento del andinista desconocido. Para no perder altura, atravesamos la ladera horizontalmente; lo que fue bastante difícil.
Una y otra vez exploramos con la mirada la gran ladera que se mostraba ante nosotros. Constatamos que este campamento estaba más cerca de la cumbre que el de Nido de Cóndores. Por hoy, dejamos todo como estaba y bajamos.
El 1ro de enero de 1946. La mañana de año nuevo, amaneció con sol radiante, cielo azul y despejado. Por el sendero ya conocido iniciamos la marcha, haciendo un desnivel de 1500 metros, hasta el campamento del Andinista Desconocido. Se fue cubriendo y pronto empezó a nevar. Sin embargo debíamos montar la carpa y asegurarla. Calentamos algo para comer sobre el calentador de alcohol.
A las 21 horas, hacía 12 grados bajo cero. Durante la noche, se levantó un viento tremendo, creíamos que nos iba a llevar la carpa y todo lo que poseíamos.
El 2 de enero de 1946. Nos levantamos con la salida del sol, cuando empezaba a calentarse la carpa, a eso de las 10 de la mañana, afuera solamente había 7 grados bajo cero. Al salir de la carpa, pudimos observar un paisaje espléndido de todas las montañas circundantes.
Comenzamos a subir por el Gran Acarreo. Más tarde, cambiamos hacia el Norte. Atravesamos campos de hielo y bajamos otra vez a Nido de Cóndores, de ahí fuimos a nuestro campamento.La tarde estaba tranquila, y la aprovechamos para rodear la carpa con un muro de piedras, para que nos protegiera. Traer las piedras y colocarlas no era tan fácil a una altura de 5.700 metros.
Preparamos la mochila para el día siguiente; elegimos lo necesario y dejando lo que no era imprescindible, porque a esta altura cada gramo, resulta pesado.
A las 21 horas, el termómetro había bajado a 9 grados.
El 3 de enero de 1946. La noche anterior la pasamos sin viento. Nos levantamos a las 05,30 horas con 12 grados bajo cero. Desayunamos en la carpa, café que habíamos preparado el día anterior en el termo, pan, manteca y miel.
A las 06,15 horas, estábamos listo para partir.
El sendero recorrido el día anterior, lo encontramos en la semioscuridad. El día estaba bastante bueno. Sufríamos mucho el frío en los pies y en las manos, pero a pesar de ello, subimos metro a metro. Primero en medio del acarreo, después, sobre terreno nevado.
Ya empezaban a brillar los picos nevados, el sol a medida que avanzaba los iba pintando de colores cálidos, mientras que las montañas de más abajo, permanecían todavía en penumbra.
Por fin, llegó el momento que los rayos solares nos alcanzaron también a nosotros.
La subida parecía que nos sacaba las últimas fuerzas. Emil, cada vez que parábamos, se acostaba sobre el suelo frío y pedregoso. También, yo probé en uno de los altos de la marcha y al cabo de un corto tiempo, recuperé mis fuerzas y la voluntad para seguir. Pero el acarreo y la nieve, hacían casi imposible la marcha.
Hacíamos un paso para arriba y uno y medio para atrás. Decidimos cambiar de itinerario, por uno que parecía más adecuado y que aparentemente, nos conducía a la cresta. Hacíamos 24 pasos, una pausa, otros 24 pasos y otra pausa, así era nuestro ritmo.
Aparecieron algunas nubes. A las 13,30 horas, hice el siguiente cálculo: mire el recorrido y dije, hasta aquellas rocas que visualizamos adelante, estaríamos a las 15 horas. De allí a la cumbre tardaríamos 4 o 5 horas, con niebla y nubes, posiblemente de temporal, no me convencía. Además, durante todo el día desde que salimos, tuve la sensación que esta vez no alcanzaríamos la cumbre. Por eso los tres decidimos, bajar a Plaza de Mulas, recobrar energías, hidratándonos bien, comiendo bien y sobre todo durmiendo bien.
Dijimos, hasta la próxima Rey de Los Andes!Bajamos a grandes saltos la distancia que había requerido tanto esfuerzo. Una hora después, llegamos a nuestro campamento de altura. Habíamos estado tres días ausentes, encontramos todo en orden. Emil, que al bajar se sentía mal, mejoró en el acto, después de haber ingerido una buena cena.
La primera tarea fue la cura de los pies y manos, que habían sufrido una ligera congelación, no por eso dejamos de pensar en la próxima salida o tentativa.
El 5 de enero de 1946. En este nuevo ataque queríamos ser nosotros los vencedores. Planeamos tomar la ruta por Nido de Cóndores, luego por el Descanso Link (actualmente, donde se encuentra el refugio Plantamura).
Iniciamos la marcha hasta el campamento del Andinista Desconocido, donde teníamos la segunda carpa. A la altura de los 5.300 metros, encontramos unos escarabajos vivos, qué acontecimiento!
El 6 de enero de 1946. Hoy en la subida, atravesamos algunos sectores de terreno nevado y acarreos. Las mochilas y la carpa, los víveres y el calentador, etc., pesaban mucho. Emil, el más pequeño de nosotros tres; de él, no se veía más que la carga, cuando se hundía en la nieve hasta las rodillas. En un momento yo le grité: Somos los tres reyes magos, recordando que hoy era el día de Reyes, a lo me contestó: y tú eres, el Negro.
En Nido de Cóndores, soplaba un viento fuerte y frío. Sin embargo tuvimos que montar la carpa y hacer un poco de orden en el lugar. Luego, Lothar y yo, queríamos explorar la continuación de la ruta para el día siguiente, o sea, hasta el descanso Link. Yo siempre solía decir, uno duerme más tranquilo, cuando conoce, la continuación del camino para el próximo día.
A los cinco minutos de marcha encontramos una pequeña laguna con agua, que ahora estaba helada, pero era bueno tenerla en cuenta para suministrarnos de este líquido. Pronto llegamos a una planicie cubierta de nieve, que era la división de aguas, del Valle Horcones Superior y el Valle de Vacas, la que nos conducía al lado Norte del Aconcagua.
Aquí encontramos un bastón. Nos acercamos y vimos un sendero apenas visible. El comienzo de nuestra ruta para mañana estaba asegurada.
Con la piqueta al hombro fui a la lagunita y rompí el hielo de la superficie y saqué un poco agua. El agua no era buena para el consumo, pero luego de cocinarla se podía utilizar. Calentados por el chocolate que habíamos encontrados, le pusimos algo de pan. Nos gustó, pero no era para tanto!
El 7 de enero de 1946. A la mañana siguiente, al abrir la carpa, se nos presentó un cuadro prometedor, estaba bastante bueno: el Aconcagua, a pleno sol.
Iniciamos la marcha, desde el lugar donde encontramos el bastón ayer, seguimos en zig-zag hacia arriba. El Valle de Vacas, se veía abajo, asimismo, el valle de los Penitentes y el Valle del río Volcán y a lo lejos se observaba el cerro Mercedario.
Después de 4 horas de marcha, llegamos al Descanso Link; esparcidas había algunas maderas que pertenecían al refugio Link, restos que habían quedado esparcidos de este malogrado refugio que duró muy poco tiempo parado en el año 1944. Hoy, estaban sus restos desparramados a 100 metros a la redonda, como testimonio de su corta presencia. Nos hallábamos a 6.400 metros. El nombre de Descanso Link, lo había propuesto Sekelj, cuando escribió su libro Tempestad en el Aconcagua.
El nombre quedó mientras que el refugio dejó de existir a los cuatro días de ser armado. Un viento terrible lo destruyó.
También aquí encontramos muchas cosas: mermelada, café molido, un termo, etc. Enseguida nos pusimos a trabajar. Lothar, preparó algo de comer, Emil y yo, armamos la carpa, lo cual nos costó bastante a causa del viento fuerte que corría, resultando bastante difícil realizarlo.
Después de comer, reconocí el terreno para día siguiente. Me dirigí hacia el Noroeste y choque con algunas rocas grandes. Exploré con la mirada la ladera y por este lado no vi posibilidad para el ascenso. Cambié de dirección, volviéndome hacia el Norte.
Estuve de repente en una plataforma, a unos 200 metros del Descanso Link, aproximadamente a 6.600 metros. También aquí encontré vestigios humanos: dos latas de leche, una caja con azúcar, un calentador a querosén, una piqueta.Nuestra ruta para mañana estaba clara.En mi ausencia mis dos compañeros habían asegurado la carpa, poniendo piedras alrededor de ella. Después de una ligera cena, nos preparamos para el otro día.
El 8 de enero de 1946. Dormimos hasta el amanecer. Desayunamos en la carpa. Afuera hacia 10 grados bajo cero. Partimos a las 07,20 horas. Mi vestimenta consistía en un par de medias gruesas, como los que usan los pastores de los Alpes, dos pares de guantes y sobre éstos un par de medias de lana, un pasamontaña, dos pares de calzoncillos cortos y uno largo, sobre la camisa dos pulloveres y una campera rompeviento y sobre la mochila había atado mi tapado.
Cuando partimos ya brillaba el sol sobre algunas montañas. Pasamos el punto reconocido el día anterior por mí, donde Lothar, dejó clavada su piqueta, porque le resultaba bastante pesada. Caminábamos más fácil apoyándonos en las cañas de bambú que habíamos traído de Misiones.
Ahora nos dirigimos hacia el Norte; la dirección correspondía al plan que habíamos realizado en la preparación del ascenso: al principio subir por el lado Norte, porque solamente de allí sería posible la subida final a la cumbre.Salimos a un campo de nieve, que se encontraba helada en la superficie. Todo iba bien hasta que de pronto Lothar, empezó a resbalar y se fue unos trescientos metros para abajo. Por suerte no le pasó nada, salvo que su pantalón tenía un agujero.
Después de haber atravesado esta zona peligrosa, subimos a una pequeña planicie, teniendo antes nosotros la pirámide de la cumbre. Pero nos engañamos con la distancia, en la altura y en las posibilidades para el ascenso. Nos paramos unos minutos para comer un poco de chocolate y continuamos con la marcha.
En un momento dado vimos el Gran Acarreo. Ahora nos sentimos seguros de estar en el camino correcto. Pero reconocimos que del lado Norte, era imposible subir directamente. Por eso nos trasladamos hacia el Suroeste.
A las 12,30 horas, descansamos un rato. Comimos chocolate, galletitas, nueces, pasas de uva y glucosa.
Continuamos con la marcha a lo largo de las paredes rocosas, preguntándonos siempre donde estaría la entrada. Tres veces tratamos de subir en línea recta hacia la cima, pero nos dimos cuenta que era poco prbable. Entonces, estaba claro que teníamos que continuar al otro lado, al campo de nieve que era la prolongación del Gran Acarreo.
Finalmente, llegamos a una canaleta entre las paredes de roca, de 100 a 200 metros de ancho que parecía llegar hasta la cumbre. Esta canaleta tenía una inclinación de 60 a 75 grados (indudablemente, no sé en qué se basó pero es mucho menos la inclinación), y consistía en una gran cantidad de rocas sueltas, puestas unas sobre otras, sobre las podíamos trepar como escalera.
Seguimos subiendo y subiendo. Después de 15 pasos pausa, dos o tres minutos, para recuperar aliento.
¡Estábamos a los 6.900 metros!
Seguimos y de pronto Emil, me gritó: “delante de ti hay algo en el suelo”.
Quedé helado. Ahí yacía muerto, Link, desde hacía dos años, que se hallaba en la ladera, a su lado el pasamontañas. Un hombre que fue vencido en su lucha por el Aconcagua.El muerto estaba completamente conservado. Aquí no existían gusanos y los cóndores no llegaban a esta altura, de muerte y frío.
Media hora más tarde encontramos a su mujer, su cara estaba tapada con el pasamontañas, que llevaba las iniciales A. L.
A pesar del trágico momento, teníamos que subir. Con nuestras últimas fuerzas fuimos hacia arriba. La cumbre estaba cerca. Miramos hacia abajo: una pared de 3.000 metros caía al Valle de Horcones Inferior. Seguimos la cresta, cerca estaba clavado un bastón y supimos que habíamos vencidos.
Allí estábamos parados los tres en silencio, y formando un círculo nos estrechamos las manos. Contemplamos el paisaje desde esta altura: Toda la Cordillera Andina y en la lejanía una franja horizontal, el Océano Pacífico.
Sacamos el libro de cumbre, donado por el diario alemán del Rio de la Plata, en el año 1940 y llevado por Link.
En idioma español decía:
Libro de Cumbre del Aconcagua
El Diario Alemán del Río de la Plata desea a los científicos de la expedición, bajo la dirección de H. G. Link, mucho éxito en la ascensión del Aconcagua. 3 de febrero de 1940.
A continuación escribió Link:
“Comenzamos esta página con la promesa de dedicarnos al deporte en la montaña, para estimularlo. Tenemos la esperanza que este libro se llene de firmas de todos los argentinos, que se sientan obligados de ejercer este deporte sano.
Inauguración, el 3 de febrero de 1940.
H. G. Link
Walter Schiller (el doctor Schiller, nunca llegó nunca a la cima, lo anotó Link, quizás por su apoyo)
La página 12 testimonios que el matrimonio Link y Kneidl, alcanzaron la cumbre y que murieron al bajar.
Dice así:
Gracias a Link, me encuentro hoy en la cumbre. Kneidl, H. G. Link, Adrianne B. de Link. 18.2.44
En la página 13, se inscribió un grupo de soldados, que en el año 1945, encontraron a Link y señora.
En la página 14, nos inscribimos nosotros:
“8 de enero de 1946, partimos del Descanso Link, a las 07,20 Horas. Llegada a las 16,20 horas a la cumbre. En el camino hacia arriba encontramos los cadáveres del matrimonio Link.
Por la mañana buen tiempo, por la tarde ligera nevada.”
Como testimonio de nuestra ascensión dejamos tres tablitas de madera con nuestros nombres, traídas de la Selva de Misiones.
Nos quedamos en la cumbre, una hora con cuarenta minutos. La bajada la hicimos en tres horas y media, incluyendo media hora de descanso. Llegamos al Descanso Link, a las 21,30 horas.
Al día siguiente, empezó a nevar. Llegamos a Nido de Cóndores y descasamos media hora. Seguimos la bajada a Plaza de Mulas, donde estuvimos a las 18,30 horas.Después d cinco días de ausencia, encontramos todo tal cual lo habíamos dejado!
Festejamos nuestra victoria con el siguiente menú: sopa de avena, arvejas con cebolla frita, café y pan.
Al día siguiente de volver de la cima, descubrimos que los víveres que nos quedaban era suficientes para dos semanas más de estadía. Por eso decidimos quedarnos unos cuantos días más aquí.
El 15 de enero, anoté en mi diario: “Desde hace más de tres semanas que estamos en estos parajes. Habría alguien en el mundo que se preocupara por nosotros, preguntándose: ¿Dónde habrán quedado estos tres andinistas?
Hubo. Alguien sí. Al partir nuestra marcha de Puente del Inca, entregamos a nuestro amigo Franz, nuestras tres valijas diciéndole, que nos quedaríamos en la zona del Aconcagua, entre dos y tres semanas. Como después de la tercera semana, no nos habíamos presentados todavía, empezaron los rumores, los que llegaron a oídos de la policía, inclusive hasta la policía de Uspallata. El Jefe de policía del lugar, llegó personalmente y ordenó la búsqueda de estos tres andinistas perdidos.
Un agente de policía fue enviado para buscarnos, pero como la zona le era desconocida fue acompañado por el arriero y guía Mariano Pastén Castro.
Salieron a las 02 horas, del 15 de enero y los vimos acercarse a nuestro campamento a las 18 horas. Estuvieron asombrados de vernos sanos y salvos.
Las primeras preguntas de Pastén, fueron:
¿Llegaron a la cumbre?
¿Han encontrado a los Link?
¿Son Uds alemanes?
Entonces el policía, dijo: “Me han ordenado lo siguiente: buscar a los perdidos y llevarlos a Puente del Inca.”
Con estas palabras terminó el parte oficial del asunto y cambiamos de conversación, mientras que, Lothar, preparó un café para todos.
Nos habían creído muertos de hambre y de frío, pero estábamos vivos y contentos y esto había que festejar.
Los dos hombres nos habían traído carne en abundancia, pan fresco y leña. También sacaron de sus maletas dos botellas de un buen vino, seguramente mendocino.
Pastén, el baqueano, preparó en un santiamén, un sabroso asado y comimos todos con buen apetito.
Como ya era tarde, invitamos a los señores pernoctar en nuestra segunda carpa. El policía aceptó gustosamente, mientras que Pastén, prefirió dormir al aire libre con la excusa de que tenía que vigilar las mulas (era una norma para Pastén, dormir siempre afuera de la carpa y solo, ya había tenido la mala experiencia con Bent).Al día siguiente, partieron el policía y su guía, con parte de nuestras cargas. Nosotros desarmamos nuestras carpas y preparamos todo para el repliegue definitivo, al menos por ese año.
Salimos de Plaza de Mulas, esa misma mañana. Al llegar al río Horcones Superior, vimos que llevaba mucha más agua que al venir. A pesar de ello, tuvimos que cruzarlo. Esta vez salté mal y me llevó la corriente un buen trecho. Salí mojado hasta los huesos y tiritando de frío. Por suerte llevaba en la mochila un pantalón de repuesto. Mis compañeros tuvieron más suerte.
Un poco antes del anochecer llegamos al primer cruce del Horcones. Esta vez le tocó a Lothar, caer al agua. Ya de noche y a la luz de la luna llena, pasamos por la Laguna de Horcones y miramos hacia atrás. Saludamos al Rey de los Andes, por última vez y admiramos sus dos cumbres cubiertas con eternas nieves, que brillaban en la noche. Nos despedimos: ¡Hasta la vista, Aconcagua!
Aquel día inolvidable, del 8 de enero de 1946, cuando subimos la última cresta que une las dos cumbres, nació en mí el deseo de vencer también la cumbre Sur del Coloso. Sobre ésta, no había estado hasta ahora ningún ser humano. La ascensión sería en memoria del alemán Paul Güssfeldt, que fue el primero que intentó subir el Aconcagua, alcanzando una altura de 6.560 metros.
Así empezó otro año de preparación con el objetivo de intentar la cumbre Sur.
Finalizado los trámites en Puente del Inca, con la policía y antes de partir hacia sus destinos los tres andinistas, se comprometieron volver al año siguiente, en busca de la otra cumbre, la Sur, hasta ese momento inviolada.
Dándole nuevamente paso al relato de Thomás Kopp, que nos decía: El 30 de diciembre de 1946, nos encontramos Lothar Herold, Karl Schade y yo, en el reino del Aconcagua. Como habíamos conseguido el permiso del Ejército Argentino de permanecer en la zona del Aconcagua, nos permitieron también, alojarnos en el edificio militar de Puente del Inca, denominado Refugio Militar San Martín. Este edificio fue construido con rocas de la zona y se realizó teniendo en cuenta y utilizando materiales de la región, como las rocas del lugar. El último día del año, partimos del lugar.
Después de pasar la Laguna de Horcones, donde el Aconcagua se muestra en toda su belleza y cuando estábamos vadeando el río Horcones, llegaron del otro lado, tres andinistas, los primeros de ese año que habían subido el cerro. Ellos eran H. Perone, R. Ponce y Alfredo Magnani.
La noche de fin de año la festejamos en Piedra Grande. Mientras que el comienzo del Año Nuevo empezó con el entrenamiento, subiendo hasta los 5.000 metros. Al tercer día llegamos a Nido de Cóndores, a donde subimos una parte del equipo necesario, llevando cada uno de nosotros 20 kilos sobre la espalda. La subida definitiva se inició el 5 de enero de 1947.
En el Descanso Link, encontramos el refugio Plantamura, montado el 15 de febrero de 1946, donde pasamos la noche.
A las 07 del próximo día, partimos con el cielo radiante y sin nubes. Durante la subida notamos que Karl Schade, tenía dificultades por causa de la altura. Con 47 años, no era lo mismo que nosotros que teníamos 41 yo y 35 años, Lothar. Resolvimos los tres, en común acuerdo, que Schade, volviera al refugio Plantamura, donde esperaría nuestro regreso. Lothar y yo, nos despedimos de él, con un apretón de manos y le deseamos una buena bajada.
Él a su vez nos dijo: “Que triunféis y que volváis sanos y salvo, los aguardaré en el refugio.”
Entonces cada uno siguió su camino.A las 14 horas, entramos en la Canaleta y a las 15,30 horas, estuvimos en la cresta o filo. Descansamos media hora. Con la mirada explorando todas las dificultades y peligros que pudiésemos tener en el camino, explorando desde lejos el camino hacia la cumbre Sur. A pesar de la hora, algo avanzada, decidimos seguir. A la vista teníamos la pared Sur, que bajaba 3.000 metros al abismo. Sin embargo seguimos, era las 16 horas. A esa hora fue cuando descubrieron el esqueleto del guanaco en el filo. El 7 de enero de 1947, Thomas Kopp y Lothar Herold, realizaron por primera vez la cumbre Sur del Aconcagua, llegando a la cima de 6.930 metros SNM., a las 19 horas y dejando en la misma, la piqueta que había encontrado Lothar Herold y que fue bajada posteriormente por la cordada compuesta por Ibáñez, Grajales y el matrimonio Marmillod.
Este triunfo, lo motivó a Thomas Kopp, a escribir el libro Das lied von Braven Mann en 50 Jahre Kampf um dem Aconcagua, que es castellano se traduce como, Medio siglo de lucha en el Aconcagua, ayudado por sus compañeros de montaña. Su segunda edición tuvo otro nombre Nosotros fuimos los primeros en conquistar la cumbre Sur.
La coronación por primera vez la cima Sur del Aconcagua, yendo por la cresta que une ambas cumbres, fue realizada con motivo a los 50to Aniversario de la primera ascensión al cerro. A partir de esa expedición se empezó a llamar el Filo o cresta del Guanaco, por encontrarse en la misma un esqueleto momificado de guanaco.
Decía Thomas Kopp: De repente, descubrimos un esqueleto, era de un guanaco. Aún se veían los restos de la piel vellosa en la parte de la barriga; todo lo demás, eran huesos blanqueados por la acción del tiempo, por la intemperie.
¿Qué hacía este animal a esta altura de casi 7.000 metros? ¿Qué le había animado a subir? No teníamos tiempo para reflexionar. El camino no se prestaba para pensar en otras cosas, pues se tornaba más y más peligroso, con un terreno de hielo y roca, por momentos inestables, con sus pendientes llenas de obstáculos, la altura y la falta de oxígeno. Era toda una locura ponerse a pensar sobre el tema
Seguimos con una obstinación sin igual, ya que la cumbre estaba cerca. Un trecho más y la vencimos, alcanzamos la cima. Medio siglo había pasado desde la primera ascensión a la cumbre Norte, por el suizo Matthias Zurbriggen. Hoy nos encontrábamos nosotros dos sobre la cumbre Sur, sobre un pedazo de tierra, donde nadie había pisado o estado antes.
Mientras Lothar, sacó el libro de cumbre, que habíamos traído, exploré el terreno para cerciorarme bien que alguien hubiese estado antes, y ver si había alguna huella o indicio de presencia humana, pero no encontré ninguna. Esto nos dio la seguridad que éramos los primeros en pisarla.
Firmamos el siguiente texto:
Cumbre Sur del Aconcagua,
Primera ascensión,
7.1.1947
Miembros de la expedición:
Thomas Kopp
Lothar Herold
Karl Schade (hasta 6.800 metros)
Salimos del descanso Link, a las 7 horas. Llegamos a la cresta a las 15,30 y estuvimos en la cumbre a las 19 horas. Estamos llenos de satisfacción de haber hecho esta cumbre, para conmemorar los 50to Aniversario de la ascensión de la cumbre Norte.
Lothar Herold y Thomas Kopp.
Metimos el libro de cumbre en una caja de lata y sobre ella hicimos un montículo de piedras. Allí mismo, también clavamos una piqueta, que habíamos encontrado a los 6.850 metros.
En su mango grabamos nuestras iniciales y nos preguntamos: ¿Quién se llevará para abajo y cuándo? Mientras nos hallábamos sobre la cumbre, el termómetro marcaba un grado sobre cero.
Pero pronto bajo la temperatura y en pocos minutos, mientras sacaba algunas fotos, se me congeló la punta de los dedos. Pero este sacrificio valió la pena, tratándose de fotos que nadie había sacado antes desde ese lugar.
A las 20 horas y después de haber metido algunas piedras en la mochila, comenzamos el descenso. Había pasado una hora y media, cuando nos vimos frente a una garganta. Debido que queríamos llegar lo más pronto al Gran Acarreo, donde el terreno era muy conocido por nosotros. Pero de repente se hizo de noche y se me nubló mi vista, no podía distinguir nada.
¿Qué había pasado? Mi cerebro no andaba bien, eran turbaciones? Este efecto, se los puede leer en algunos libros de andinistas que por efecto de la altura y el esfuerzo, se produce el mal de altura. Tal vez estoy flojo a causa del gran esfuerzo llevado a cabo, me dije para mis adentro, ya pasará. Pero no pasó.
Le llamé a mi compañero y éste, al oír lo que me había sucedido, me tomó del brazo y me condujo ladera abajo.
¡Esto era camaradería! Después de una hora, a las 22,30 horas, alcanzamos el Gran Acarreo, el que tuvimos que atravesar. Desde la media noche hasta las 2 de la madrugada, erramos por el terreno, buscando el refugio sin encontrarlo.
Para ir seguros, decidimos bajar hasta Nido de Cóndores y de allí, subir por la senda bien marcada y conocida, al Descanso Link, ahora con un refugio nuevo el Refugio Plantamura, nombre dado en honor del primer argentino que coronó este cerro; esto significó un desplazamiento de 6.400 a 5.800 metros y de nuevo a 6.400 metros.
Así empezó la bajada sobre hielo, tierra helada, acarreos y rocas. Finalmente, a las 5 de la mañana, estuvimos delante del refugio.
¿Estará Karl, todavía? ¿No le sucedió nada al bajar?
La puerta del refugio Plantamura, se abrió con algo de dificultad, por el cansancio mismo que llevábamos y hallamos a nuestro compañero y nos recibió con una mirada que expresaba su alivio, preocupación y alegría, de todo un poco.
La espera durante la noche se hizo interminable, las horas parecían que se alargaban; pero recién ahora al abrigo del refugio, sentimos nuestro inmenso cansancio. Durante 23 horas, no habíamos comido nada y bebido solamente unos tragos de té.
Karl, se puso enseguida a hacernos un buen café, el que realizó un verdadero milagro en nosotros. Dormimos gran parte del día, mientras tanto, cada vez que hacía un poco de agua y preparaba café, nos despertaba para que pudiésemos recuperar el líquido perdido. Más tarde nos ofreció un excelente almuerzo.
Lo que me preocupó mucho eran mis ojos, estaban muy inflamados. Pero después de haberlos lavado con té de menta, mejoraron bastante.
La causa de mi ceguera fue la tierra que se había levantado por el viento, al atravesar los acarreos.
A fines de 1947, y en vista de carecer trabajo, compró con sus ahorros una pequeña imprenta en Eldorado. Se asoció con el señor Ernesto Seyfried, logrando con este emprendimiento, los dos amigos fundar la Casa Kopp y Seyfried, establecimiento que llegó a ser la imprenta más importante y moderna en toda la provincia de Misiones.
Recordaba Kopp: Nuestra primera ascensión al cerro, fue modestamente divulgada por periódicos locales de la República Argentina y Chile; en cuanto a nuestra ascensión a la cumbre Sur, sobrepasó los límites de estos dos países y alcanzó a los medios periodísticos de Europa y Estados Unidos de Norteamérica. Fuimos abrumados por reportajes, invitaciones y festejos. Cuando descubrieron a los triunfadores de la cumbre Sur del Aconcagua, llegó a hastiarme tanto que ya no soportaba más. Debimos ubicarnos en la realidad para no perder el sentido de lo que había sido la ascensión de nuestro Rey de los Andes. Deseando volver pronto a mi Selva, a mis cosas cotidianas.
En enero de 1948, Thomas Kopp y Lothar Herold, habían planificado realizar nuevos reconocimientos en la zona aledaña al Aconcagua, pero el 8 de diciembre de 1947, Herold, recibió una correspondencia de Kopp, que le decía: Creo que la carta más dolorosa que he redactado en mi vida. ¡No puedo acompañarte a nuestro Monte! Me caí de la bicicleta y me fracturé estúpidamente la rodilla. Hoy día me enyesaron la pierna por 4 semanas. ¡Estoy desesperado! ¡Si tú partieras solo, te deseo suerte de todo corazón!
También es justo recordar que además, realizó otros cerros tales como, el Manso de 5.557 metros SNM., el 6 de enero de 1947, conformando la cordada junto a su compatriota Lothar Herold; el cerro Almacenes de 5.102 metros SNM., por la ladera Norte, con Herold, el 21 de enero de 1947, y en enero de 1950, el cerro Dedos, de 4.960 metros, junto al andinista ítalo-argentino Rosario Alejandro Cassis Bresciani.
Todas sus incursiones a la montaña, solían durar varias semanas, lo cual, permitía tomar contacto con otros andinistas de otros lugares del mundo, como así también, con los integrantes del Ejército Argentino, con los cuales compartió la amistad e información de la montaña; lo mismo hizo con los arrieros y baqueanos que lo acompañaron, todo esto le permitió recoger experiencias y costumbres de los lugareños, que lo enriquecieron y que valoró en sus escritos.
Normalmente, se dividían los trabajos: Kopp, se ocupaba de botánica, Karl Schade, de dibujos y descripciones y Herold, de mineralogía y los fenómenos glaciológicos, este grupo de complementaban unos con otros en forma eficiente.
En julio de 1948, se casó con su ex-alumna, Gerlinde Gundel, 17 años menor que él; Gerlinde, había nacido en el año 1923, en Oñate, España radicándose con su familia, a raíz de la guerra civil española en Argentina, en la Provincia de Río Negro, primero y luego en Buenos Aires: Cuando se casaron se establecieron en la localidad del Eldorado,allí transcurrieron los primeros años el matrimonio y allí también nacieron sus dos hijos Ana Dagmar, en el año 1949 y Norbert, en el año 1951.
Gerlinde Kopp, en su libro Memoiren, editado en el año 1996, que me fuera enviado el mismo año por la autora, hace una descripción de lo que fue su vida tanto en su familia, como así también cuando contrajo matrimonio y su vida compartida con Thomas Kopp, y gracias al ayuda del doctor Peter Thomas, de la Universidad Nacional de Cuyo, quien tradujo varios datos del libro de Gerlinde, podemos transcribir algunos datos interesantes de esos años: Gerlinde, era una niña tierna y esta cualidad la traslado a su descripción del libro. Ella, recordaba los años felices a pesar de las necesidades que tenían en Oñate, lugar donde nació. Recordemos también, que luego de la Primera Guerra Mundial, la vida en Alemania, era muy difícil por las carencias de todo tipo que tenía toda la población, fue el motivo por el cual, sus padres emigraron a Oñate, España.
Nos decía Gerlinde: Mi padre tenía como profesión el oficio de tornero de madera, era de carácter fuerte, malhumorado, colérico y explosivo, se enfadaba por cualquier cosa, y normalmente, si estaba en familia, ésta recibía las descargas de sus malos modales. Mi madre era lo contrario, se dedicaba a los hijos, los educaba y los protegía.
Ante la falta de buenas perspectivas para su futuro mi padre viajo, el 3 de octubre de 1932, a la República Argentina, contagiado con las noticias de este joven país, en cuanto a la recepción de inmigrantes y de las posibilidades que brindaban de trabajo.
No bien llegó a Buenos Aires, se trasladó a Departamento General Roca, en el Norte de la provincia de Río Negro, había tenido noticias de paisanos suyos quienes le habían recomendado instalarse en esa provincia. Allí realizó todo tipo de trabajo, que le permitió junto a algo de dinero que portaba, comprar un terreno de 18 hectáreas, de las cuales, 12 hectáreas fueron plantadas con frutales, en ellas plantó 700 manzanos, 200 ciruelos, 100 plantas de peras y unas 6 hectáreas de vid.
Durante un período de cuatro años, hizo esta pequeña finca, e instaló un galpón en la misma, que le sirvió de alojamiento. En estos años, fueron pocos los viajes que realizó a ver a su familia, para su esposa, fue un descanso y a pesar de las carencias, llevaban una vida tranquila sin soportar el mal carácter de su padre, según manifiesta la propia Gerlinde, su madre estuvo feliz.
El 18 de julio de 1936, el padre les comunicó que debían trasladarse fuera de España, dado que había comenzado la cruenta guerra civil y la persecución por parte de los republicanos, era bastante cruel, los que llegaron asesinar durante la misma, más de 150.000 personas, de las cuales, según un estudio realizado por monseñor Antonio Montero Moreno, sacerdote católico y periodista, obispo de Badajoz y arzobispo de Mérida-Badajoz, la cifra de a un total de 6.832 víctimas religiosas asesinadas en el territorio republicano, de las cuales 13 eran obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas; el 3 de agosto de 1936, dejaron Oñate, se trasladaron a Bilbao; de allí, tomaron un barco que los llevó a Bayona, Francia y en tren se trasladaron a Paris; allí recibieron de la embajada alemana, cada uno su pasaporte, para regresar a Alemania, ubicándose en la casa de un tía, durante un corto período.
Fue en ese lugar que conocieron un duque de Wedel, quien les ayudó por un cierto tiempo a ubicarse, hasta cuando desde Argentina, llegó un joven de 25 años de edad, que trabajaba con el padre de Gerlinde, quien traía la buena noticia de los pasajes para el traslado y dinero en efectivo para las necesidades previas al viaje; normalmente, en la Argentina, y en esa época, el gobierno de este país, había puesto en práctica una política de migración europea, que permitía el traslado y algo más, para viajar e instalarse en el país del Sur, con las familias que deseaban venir a probar suerte, por otro lado, se comenzaba a poblar el extenso territorio.
Describía Gerlinde: El 25 de septiembre de 1936, salimos de Hamburgo, en el barco KAP Norte, cuyo traslado duró treinta días, arribamos al puerto de Buenos Aires, donde nos estaba esperando nuestro padre, al cual no veíamos desde hacía un año y medio. No bien llegamos, comenzaron las reprimendas, dado que a mi padre todo le parecía feo, todo era malo.
En febrero de 1939, me trasladé hacia la localidad de Crespo, tenía 15 años, durante algo más de dos años curse allí mis estudios, con el compromiso que al término del mismo y ya siendo docente, debía devolver con mi trabajo durante cinco años en un colegio alemán la capacitación que había recibido.
En noviembre de 1939, con el cambio de autoridades gubernamentales, el nuevo gobernador cerró el colegio albergue donde trabajaba mi padre y debieron volver a la finca, a principio de marzo del año siguiente, es decir, en el año 1940.
En ese año, viaje a Crespo, donde había una colonia de alemanes rusos, un lugar bastante abrumador, pero era para mí, iniciar una nueva etapa de mi vida.
El colegio tenía tres salones para alojarnos, con veinte camas cada uno; estudiamos el idioma alemán, pedagogía, ética, entre otras materias, hacíamos gimnasia y aprendíamos música; nuestro profesor era Thomás Kopp, de quien me enamoré. Había creado un coro para cantar folclore de Alemania.
De vez en cuando seguía en contacto con mi profesor, el señor Kopp, por medio de alguna misiva y ese verano, que iba camino a una montaña del Sur, pasó a visitarme; lo lleve a conocer y recorrer el Río Negro, estaba a unos tres kilómetros, estuvimos paseando a la orilla del río, escoltado en su trayecto por una arboleda de sauces, pero el tiempo pasó rápido y debimos volver. Al día siguiente, se marchó en el tren y se fue a Los Andes; finalizando el año 1943, sin destacar cosas interesantes que hubiesen sucedido.
En el año 1946, Thomas Kopp, junto a dos compañeros subió la cumbre Norte del cerro Aconcagua, siempre seguía sus pasos por los datos que en cada carta me enviaba. Para el año siguiente, planificaron algo grande, subir la cima Sur del cerro, aún inviolada; con la conquista de la misma, en el año 1947, escribió un libro que tituló “50 años de lucha en el Aconcagua”, el cual le propuse traducirlo, pero nunca lo hice. Este compromiso, que describe en su libro “Memoiren” (que traducido al castellano, significa: Memoria), no lo llegó a ver Thomás, pero sí yo, que en su oportunidad le pedí que lo tradujera, luego de algunas misivas cursadas, me dijo que lo haría y así fue, lo realizó y me hizo llegar sus copias por carta.
Sigue con su relato del libro Gerlinde, traducido en las partes más interesantes por el doctor Peter Thomas: Para el año 1948, estaba previsto realizar una nueva ascensión al Coloso junto a su compañero Lothar Herold, pero lamentablemente se accidentó y no pudo llegar a la cita, lo cual, hizo que su compañero, ascendiera solo el cerro, teniendo algunas complicaciones en el mismo al coronarlo.
El 15 de febrero de 1948, me puse de novio con Thomas Kopp y muy pronto, el 12 de julio del mismo año, nos casamos y nos trasladamos a nuestra patria nueva, El Dorado.
Nos trasladamos en tren hacia Buenos Aires y luego, por el Río Paraná llegamos en barco, al Dorado. El viaje duró 5 días; cuando llegamos me parecía todo el paisaje, una sinfonía de verde, con el contraste de un suelo rojo, su tierra. Thomas, me compró una máquina de coser para hacer las cortinas de la casa, una casa de madera que la había hecho construir con un vecino, la misma carecía de agua corriente y de luz eléctrica, pero era muy acogedora.
Thomás, fue siempre una persona cordial y amable. El martes 5 de abril de 1949, nació Dagmar; cuando tenía tres meses, fuimos a conocer las Cataratas del Iguazú, quedaba aproximadamente 100 kilómetros de donde vivíamos, la verdad me impresionó mucho, todo una belleza natural.
Los veranos era muy cálido y húmedos; Thomas, me propuso que nos entrenáramos juntos para intentar el Aconcagua, lo cual accedí; hacíamos caminatas y trotes de 10 kilómetros en un estadio del lugar, llegamos estar muy bien, especialmente yo que era novata en este deporte, pero bajo el control y asesoramiento de Thomas, todo se hacía fácil.
Nos trasladamos en diciembre de 1950, a la casa de mis padres para dejar a Dagmar, y desde allí, nos dirigimos a Mendoza, fueron 3.700 kilómetros de agotador viaje, pero interesante también, pues estaba recorriendo lugares nuevos para mí.
Mi madre me regaló un pantalón de esquí, el cual me permitió moverme con mayor soltura en la montaña; por mi parte, había confeccionado una bolsa de dormir doble, donde entrabamos los dos.
Cuando llegamos a Puente del Inca, tomamos una habitación en el hotel y coordinamos el traslado de las cargas hacia Plaza de Mulas; dos mulas cargueras, llevaban todas nuestras pertenencias, en enero de 1951, llegamos a realizar algunas ascensiones entre ellas, el Catedral, donde me convertí en la primera mujer en realizarlo.
En ese entonces los militares habían instalado tres nuevos refugios permanentes en distintas alturas del Aconcagua, el grupo estaba a cargo de un conocido de Thomas, el entonces mayor Ugarte; el último refugio se llamado Presidente Perón, cercano a los 6.500 metros fuimos los primeros en utilizarlos, cuando intentábamos llegar a la cima, pero fue solo por una noche, luego, el tiempo empeoró y decidimos el regreso.
Fue en las alturas de las estribaciones de este cerro, donde concebimos nuestro segundo hijo, Norbert, que nació el 9 de octubre de 1951, a pesar de haber sido concebido en la montaña, nunca le gusto realizar actividades en ellas. En este viaje, nos hizo pensar un poco en el futuro de nuestros hijos y en la lejana Alemania, que intentaba repatriar a sus docentes dispersos por el mundo y en vista de la reconstrucción del país decidimos volver allá.
El 8 de enero de 1952, viajamos a Buenos Aires, con el propósito de realizar los trámites de nuestro viaje y el 2 de abril del mismo año, regresamos a nuestro país. De todos modos, junto a Thomas, regresamos en varias oportunidades a América y más precisamente, a la Argentina y por supuesto a contemplar nuestras montañas de los Andes.
El matrimonio Kopp, visitó varias veces la zona del Coloso de América, el Aconcagua. La primera oportunidad fue en enero de 1951, cuando coronaron el cerro Catedral, de 5.335 metros SNM., satélite del Aconcagua, fue la séptima ascensión y la primera mujer que lo hacía.
Para esa fecha, la comisión militar al mando del entonces mayor Valentín Ugarte, había instalado los refugios permanentes más altos del mundo en el Aconcagua. En Plaza de Mulas, el refugio Primera Sección de Exploradores - Baqueanos de Cuyo, también llamado Plaza de Mulas Superior, el refugio Eva Perón, cercano al Plantamura y el refugio Presidente Perón, este último, el refugio permanente más alto del mundo, que si bien se encuentra algo deteriorado permanece aún en pie. En este último, el matrimonio Kopp, fueron los primeros en usarlo, cuando intentaron coronar la cima del cerro, lamentablemente, las condiciones meteorológicas adversas, no les permitió conquistar la cima y debieron bajar sin conseguirlo.
Para el año 1951, el Ministerio de Relaciones exteriores de Alemania, convocó a los profesores y docentes que estaban dispersos por el mundo y esta convocatoria le llegó a Kopp. Regresó a su país con su familia, para no perder su jubilación como docente, en el año 1952, radicándose en la Selva Negra, Alemania.
Thomas, siguió como docente en la escuela agrícola vocacional de Schiltach, a la cual, llegaba con una bicicleta, primero y luego, en una motocicleta; acostumbrado a un clima más benigno en Argentina, tuvo que aclimatarse a los fríos intensos invernales de sus pagos, de los cuales expreso en una oportunidad, que: En mis desplazamientos invernales a mi lugar de trabajo, he pasado más frío, que en el Aconcagua.
En el año 1954, pudo asentarse en Zell, ciudad de su juventud, que lo vio crecer, donde fue profesor de una escuela rural, allí pudo construir su casa de madera, no sin dejar de tener inconvenientes legales por el tipo de material empleado en la misma, dado que por lo general se hacían de material; pudo solucionar este inconveniente, argumentando: Creo que puedo construirme una casa a mi gusto en mi región natal, tal como se acostumbraba decenas años atrás.
Ésta la habitó hasta su muerte. Se jubiló en el año 1969, a los 63 años. Se jubiló luego de 40 años de trabajo como docente y se permitió recorrer, con su esposa, nuevamente América del Sur (Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil), el Caribe, España, etc., y llegó a contemplar al pie del cerro Aconcagua, su majestuosidad junto a su esposa, Gerlinde, en los años 1983 y 1987.
A sus setenta y cinco años, expresaba: Si sumara todos los kilómetros caminados en mi vida, seguro que superaría el doble de la circunferencia de la tierra.
En este nuevo período, Thomas, se dedicó a la investigación y estudio de las costumbres, historia y geografía de su lugar natal en la Selva Negra, publicando valiosas crónicas y libros.
Fue presidente del Historischen Verein de Zell, hasta 1988, en que se le otorgó el título de presidente honorario y participó de otras instituciones culturales del lugar, siendo condecorado tanto por la ciudad de Zell, como por el estado federal de Baden-Württemberg.
El 31 de julio de 1993, su alma realizó su última ascensión por los senderos de la vida eterna, falleció en Alemania, en su Selva Negra, pero su nombre no morirá jamás, mientras este en pie, el Coloso de América, el Techo de América, el Aconcagua y su historia.
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