Pionero del Aconcagua y maestro en la montaña, hoy la Escuela Provincial de Guía de Alta Montaña y Trekking de Mendoza lleva su nombre
Nació en la ciudad de Mendoza, el 9 de julio de 1914, sus padres fueron don Valentín Ugarte y doña Aurelia Zabal.
Realizó sus estudios primarios y secundarios en la ciudad de Mendoza. Ingresando posteriormente al Colegio Militar de la Nación, donde egreso como subteniente del arma de Infantería, de la promoción 63, obteniendo el orden mérito 11. Fue destinado al Regimiento de Infantería de Montaña 16; luego lo trasladaron al Regimiento de Infantería de Montaña 10, en Convunco, Neuquén; regresando a Mendoza, cuando se lo traslada al Destacamento de Montaña Cuyo; el siguiente traslado fue el Regimiento 14, en Río Cuarto; posteriormente, volvió a Mendoza, destinado en la Agrupación de Montaña Cuyo; después, estuvo destinado en los regimientos de Infantería de Montaña 16 y 20; de allí fue destinado a la Escuela de Tropas Mecanizadas, a la Escuela de Infantería; regresando a Mendoza, al Liceo Militar General Espejo y finalmente como jefe del Regimiento de Infantería de Montaña 23, en campo de Los Andes, siendo pasado a retiro obligatorio, el 17 de febrero de 1956.
Contrajo matrimonio con la señorita Leonor Moreno (cuyos ancestros la vinculaban con nuestro héroe civil, el perito Francisco Pascasio Moreno), el 19 de agosto de 1947, de cuya unión nacieron, Valentín Francisco, Valentín Eduardo, Patricia Aurelia, María Fernanda de Jesús, Valentín Gerardo y Eleonora Florencia.
Desde muy temprana edad, fue contagiado por el amor por la montaña, realizando sus primeros pasos en la precordillera y cordillera mendocina.
Cuando fue destinado en sus primeros años como oficial subalterno a las unidades de montaña, realizó los cursos de esquí y de montaña, obteniendo la categoría de instructor, de ambas técnicas.
Durante el año 1945, la actividad en el Aconcagua se desarrollaba con inusitado ahínco, más que nada por los acontecimientos ocurridos el año anterior donde se produjo la tragedia andina, más grande de la historia del montañismo hasta ese momento, en el Techo de América, el Aconcagua; con la muerte de 4 integrantes de la expedición de Link. Dos numerosas expediciones se alistaron e ingresaron a la comarca del coloso; una bajo la conducción de Teniente Primero Valentín Ugarte y la otra, con el experimentado Teniente Emiliano Huerta. Con este ingreso al coloso, inició su lucha para conquistar el cerro, que fueron desarrolladas en los años 1945, 1946 y 1951, con los intentos a la cima, la construcción de los refugios y luego, con el acompañamiento a otras importantes expediciones.
El objetivo más importante de la expedición de Ugarte, fue trató de rescatar los cuerpos de los infortunados andinistas Link, Bance y Kneidl, andinistas estos, conocidos y amigos de Ugarte.
A la expedición de Ugarte, se le adelantó la de Teniente Primero Emiliano Huerta, con similares objetivos.
Nos relataba el entonces Mayor Mario Orlando Punzi, amigo y compañero de Ugarte: La montaña guarda bajo siete llaves (distancia, fatiga, altura, frío, nieve y puna), el hondo misterio de la muerte de Link, caído en el silencio blanco, junto a sus tres camaradas. El celoso secreto duerme aún más allá de las intrincadas cuestas, los planchones de hielo, los vértices de roca. ¿En qué maremágnum de ráfagas aullantes; sobre qué pedregal infranqueable; entre qué peñones imponentes yacían todavía, junto al solitario peregrino, la rubia Adriana y el obstinado Kneidl? La solución estaba en la cumbre del Aconcagua, el cerro hostil.
Y hacia allá zarpó la expedición de Huerta, en la mañana del 30 de enero de 1945, hacia Plaza de Mulas. Entre los augurios de la despedida están los del obispo de Mercedes, doctor Anunciado Serafini; del inspector de Tropas de Montaña, coronel Julio A. López Muñiz del Mayor Plantamura, primer argentino que pisó el Techo de América.
Magnifica fuerza, digna de tan levantada empresa. Equipos al completo, alma serena y corazón ardoroso caracterizaban al grupo de andinistas que inauguraba la nueva temporada de alta montaña. Gente bien entrenada, excelente preparación técnica y probadas condiciones constituyeron el fundamento físico de la ardua campaña, aunados a la disciplina militar, la firme camaradería y la profunda confianza en el éxito.
Así salió Huerta, con la primera fracción al encuentro del Aconcagua. Iban con él, Martínez, Maure y dos soldados.
La avanzada que ahora golpeaba las puertas del valle clausurado por el drama se encaraba con las sendas desechas por los deshielos y los aludes. Cortaduras profundas demoraban la progresión del avance que se desplazaba trabajosamente en un terreno sembrado de avalanchas y acarreos. Las mulas bisoñas en esta faena se obstinaban, se negaban en aquel piso de cantos rodados y zanjas. A veces rodaba un carguero, desparramando el material.
El ritmo de la marcha se redujo ostensiblemente en razón de los agobiantes trabajos de pico y pala, que era preciso ejecutar para mejorar la senda. Quince kilómetros, casi la mitad de la etapa prevista, lograron apenas cubrirse en ese difícil primer día, primero de la campaña. Se acampó.
El día 31 de enero, la segunda fracción alcanzó a Huerta, que todavía estaba en su primer vivac. La fuerza en pleno se puso ahora en movimiento a las 13,00 horas, y a las 21,00 horas se arribó a Plaza de Mulas, tras superar una ruta en pésimas condiciones.
La jornada del 1ro de febrero, se utilizó para acondicionar el Campamento Base, para lo cual, se organizaron las labores y se distribuyeron las funciones. Limpieza, ajuste de carpas, apertura de pozo de agua, arreglo del mástil, etc.
Y en tanto que la instalación del vivac adelantó, en medio del ancho escenario que se tendía valle abajo, desde el Sur, una columna de jinetes trepaba, acercándose a la base del cerro, Plaza de Mulas. Era el primer escalón de la expedición de Ugarte, con su jefe al frente de la misma. Venía a preparar su campamento base, para el resto de sus efectivos que arribarían a la siguiente jornada.
La fracción que luego llegó al rincón encantado de Plaza de Mulas era la avanzada de la segunda expedición de 1945: fuerza mixta, organizada por el Ejército Argentino y la Asociación Mendocina de Andinismo y Esquí.
Al pie del coloso las carpas se multiplicaban. Desde su trono inamovible, el centinela de los incas escrutaba los movimientos de los hombres, empequeñecidos ante la terrífica dimensión de los montes cercanos.
El 2 de febrero; segundo día de aclimatación. La gente de Huerta recorrió el glaciar Horcones, al lado de Mulas, en tren de excursión preparatoria. Pronto los ramplones mordían la vítrea superficie de los helados fantasmas. Las aristas brillantes se iban reflejándose con irisados tonos, al tiempo que los manantiales subterráneos deslizaban apagados rumores en el seno de la fría masa. El punzante golpe de las piquetas resquebrajaba la frágil mole, labrando escalones, perdiéndose de los lisos toboganes, ensanchando los estrechos corredores de aquel embrujado castillo de innúmeros torreones.
Por la tarde, el viento surgió de los recovecos de la montaña y acometió con vigoroso impulso las tiendas donde el personal se apretujaba. Miríadas de alfileres glaciales castigaban la gente, las bestias, los objetos. Fina escarchilla se desgranaba en los contornos esfumados, chasqueando en los pedreros y tamborileando en las lonas.
Desde el fondo de la densa bruma que obstruye las nacientes del valle, fluían como duendes las azotadas siluetas del segundo contingente de Ugarte. Habían llegado en brava lucha con el temporal bajo, que azotaba la quebrada del Horcones a todo lo largo del río. Nieve, bruma y viento, hostilizándolos sin tregua, habían esparcido por el amplio corredor hombres, animales y equipos. En el portezuelo anterior a Plaza de Mulas, Cuesta Brava, los mulares anclados, estaban vencidos por el declive que la nieve tapaba. Imposible obstinarse: no daban un paso más. La caravana se paró en medio del corredor al que echaba cerrojo el vendaval.
Premiosamente, Ugarte y Huerta, concurrieron al encuentro de los demorados, cuyo riesgo era evidente. La detención de la columna, a expensas de la tormenta, podía convertirse en trágica peripecias. La niebla entorpeció la orientación, borró los detalles del paisaje y retardó a los dos oficiales en su misión de ayuda. Era de noche cuando dieron con la cabeza del contingente detenido: dos soldados y tres animales paralizados de frio. Huerta, los recogió, los animó, los levantó, y reinició con ellos la interrumpida marcha hacia arriba, que finalizó tres horas después, en Plaza de Mulas, pese a los escasos 800 metros de distancia.
En tanto Ugarte, se internó valle abajo, reunió hombres y bestias dispersas por la violencia del temporal, concurrió a la Cuesta Brava y en vano trató de levantar campamento. El huracán le espantaba los animales, les volaba las tiendas, les heló los hombres. Decidió, empero, resguardar de cualquier manera el valioso material humano que mandaba, para lo cual, remontó con su grupo la subida de la cuesta, trepó, se encaramó, marchó, en medio del recrudecido embate de la nieve.
Y a las 02,00 horas, alcanzó el Campamento Base, con su gente a salvo. Mostraba sus garras el Aconcagua.
Eran las 10,00 horas, del 4 de febrero. La noche había sido cruel, con el personal aglomerado en las tiendas insuficientes, la bajísima presión y el frío que calaba hasta los huesos. Espesos mantos níveos descoloraban el panorama, y en el vivac afloraba aquí y allá, semienterrados los detalles de las tiendas, las rocas, el mástil. El apunamiento se ensañaba con los más débiles y alguien se quejaba lastimosamente de sus agudos dolores.
Ugarte, resolvió retirarse a Puente del Inca. Para ello, comisionó al subteniente Nazar, dándole una estricta orden: Descender por el Horcones, recuperando el ganado disperso y conducirlo a Puente del Inca. En caso de mal tiempo, Nazar, debía liberar los mulares para que regresasen solos, por instinto, a Inca y él, con el personal, retornar a Plaza de Mulas. Se alistaron para la partida de regreso, Saligari, Fellinger y siete soldados, y pronto los colgajos de la nieve se tragaron prácticamente a los hombres que enfilan la senda al valle.
En el campamento, las variaciones climáticas recrudecían. Malísimo día fue este 4 de febrero. Imposible armar nuevas tiendas. Los andinistas se hacinaban bajo los toldos y no había alimentos calientes. Los víveres se habían congelado. Los golpes arranchados de la ventisca rompía los palos de las carpas y la nieve llenaba las bolsas de dormir. Hambre y sufrimiento, en aquella cuarta noche al pie del macizo, huraño como nunca.
El día 5 de febrero, con pocas perspectivas de calma. Los dos jefes de expediciones, entonces acuerdan efectuar la retirada, juntos, aprovechando los primeros síntomas de bonanza. Rasgones en las nubes mostraban fugazmente el límpido cielo cordillerano, pero sería locura forzar la ascensión al monte malhumorado. Convenía regresar, se impuso rehacerse en Puente del Inca, recuperar energías que la mala alimentación y el poco sueño retaceaban en aquel infernal teatro de vendavales persistentes.
La retirada fue durísima, con el Horcones taponado de nieve reciente. Aunque este fuera el último trago amargo y luego el descanso.
A las 10,00 horas se dio la orden de partida. Quedaron las tiendas herméticamente cerradas, y casi todo el equipo. La fila de encapuchados abandonó pesarosamente Plaza de Mulas, con el corazón oprimido. Furiosamente cargó la tempestad sobre la columna que se abrió paso entre la nieve blanda, la cual se hundía, pero empujaba hacia adelante.
Una hora después, desde el umbral de Plaza de Mulas, el valle aparecía en su gran extensión y con él, los estragos que la tempestad había producido en la expedición de Ugarte. En efecto, largas hileras de animales enterrados en la nieve, algunos vivos, atestiguaban las dificultades que habían tenido que pasar Nazar y su pequeño grupo de replegados. Otros cargueros aparecían más adelante, incrustados en el hielo, aún con sus cargas.
Afanosamente, los andinistas liberan las mulas vivas y las arrearon valle abajo. La tropilla crecía en la medida del avance, y aún se la empleaba en transportar a los hombres agotados. Las horas caían en lenta sucesión a lo largo del viaje inacabable, matizado por el castigo intermitente de la tempestad, que empolvaba de blanco los acantilados flanqueantes. El terreno multiplicaba los obstáculos, y las sombras llegaban inexorablemente al escenario donde los incontrolados elementos de la naturaleza se oponían a la humana tenacidad. Extraordinario por su duración e intensidad, el temporal, que era el más violento desde hacía 30 años atrás a la fecha, cubría íntegramente el valle (temporal abajo).
A las 02,00 horas de la madrugada, la luna desbordaba sobre el Tolosa, diseñando lívidos cerros espectrales en el callejón de la marcha torturante. Tramo a tramo ganaban terreno los andinistas. Ya el cielo clareaba, y próxima a la laguna de Horcones, los primeros rayos del sol asaetean el especio, iluminando la retirada, que finalizaba a las 09,00 horas del día 6 de febrero, en el refugio Militar General San Martín, luego de 21 horas consecutivas de marcha, con nieve en todo el recorrido, sobre una distancia que normalmente se cubre en seis horas. Algunos llegaron semicongelados y otros, enceguecidos por el fuerte reflejo lunar sobre el panorama blanco. Al fondo del Horcones, perfilando sobre el firmamento azul, alzaba su talla colosal, coronada de reflejos maravillosos, el monte mayor de la Argentina.
Tuvo como corolario además, de no poder hacer cumbre por las condiciones climáticas y no poder en esa oportunidad, rescatar los cadáveres de la expedición de Link, un dramático accidente, que nos relata en su declaración el entonces, Subteniente Ignacio Rodolfo Adriano Nazar, nos contaba: En “Plaza de Mulas”, el día 4 de febrero de 1945, recibí la orden de salir en busca de una columna de abastecimiento que el día anterior debía haber llegado, pero que a causa de un temporal que se desencadenó, tuvieron sus componentes que abandonar todos los elementos que llevaban y las mulas, para poder salvar sus vidas.
La misión impuesta era: rescatar las mulas que hubieran sobrevivido al temporal y llevarlas por arreo hasta Puente del Inca y luego, regresar con otras que estuvieran en buenas condiciones.
Me acompañaba un suboficial, Saligari, siete soldados y un socio del Club Andinista Mendoza, llamado Félix Fellinger.
Apenas alcanzamos el lugar donde había quedado la columna un furioso temporal se desencadenó, aislándonos completamente.
Fue en ese momento que tratando de reunir a los hombres que iban a mis órdenes, al caminar sobre el glaciar Horcones Superior, se rompió una placa de hielo que pisaba, mojándome la pierna izquierda.
Sentí mucho frío, pero la desesperación por reunir a los hombres que iban conmigo, me hizo olvidar este detalle.
Después de un rato, logré reunirme con dos soldados y con el andinista. Aprecié de inmediato la situación y juzgue como muy posible, que el suboficial hubiera reunido a los otros cinco soldados y emprendido con ellos el regreso a Puente del Inca. Volver a Plaza de Mulas, era imposible, la visibilidad era nula.
El temporal iba en aumento y la nieve caía en forma extraordinaria. Caminamos dificultosamente, pues la nieve blanda recién caída, no aguantaba nuestro peso, hundiéndonos en la marcha hasta casi la cintura.
La noche y el temporal nos obligaron en un momento a detener nuestra marcha. Hicimos una cueva excavando en la nieve, con los platos de los soldados. Providencialmente, el temporal amainó y pudimos continuar la marcha y digo, providencialmente, porque de seguir el temporal con la misma impetuosidad, fácil era que nos hubiese cubierto la nieve.
A esta altura, no sentía la pierna izquierda, solo tenía la sensación de llevar un gran peso. A la mañana siguiente, alrededor de las 11,00 horas, en Confluencia, encontramos a Saligari, que marchaba con los cinco soldados que faltaban.
Continuamos juntos, pero al llegar a la laguna de Horcones, unos cinco o seis kilómetros antes de Puente del Inca, el caminar me era imposible, por lo que llamando al suboficial, le ordené continuar la marcha, mientras que yo permanecía en el lugar alcanzado, y que una vez que hubiera arribado a Puente del Inca, me enviara una mula, para poder reanudar la marcha. El andinista Félix Fellinger, pidió quedarse conmigo y acompañarme, mientras llegaba el auxilio.
Para dar esta orden consideré como muy peligroso, que los soldados que ya daban muestra de agotamiento, y algunos, con principio de congelamiento, marcharan al mi ritmo, con mi pierna insensible.
Había empezado nuevamente a nevar y el viento volvía a castigar nuestros rostros.
En cumplimiento de la orden, el suboficial siguió su camino con los soldados hacia Puente del Inca.
Al poco rato ya no los divisamos más. Una sensación de desolación se apoderó de nosotros dos. Pocas posibilidades habían de que en esa noche pudieran encontrarnos, pues nuestras blancas ropas se confundían con la nieve. Afortunadamente, Dios, a quien tantas veces lo invocáramos en nuestra penosa jornada, no nos olvidó.
Esa noche, alrededor de las 21,00 horas, el entonces Mayor Nicolás Plantamura y dos suboficiales nos encontraron. Yo casi durmiéndonos.
A consecuencia de esta marcha de casi 36 horas, en terreno nevado, sufrí un congelamiento de la pierna izquierda, debiéndoseme amputar los cinco dedos del pie.
Antes de terminar, quiero agregar que el andinista debe ser una perfecta amalgama de corazón y brazo, para que pueda sobrellevar con éxito, una empresa de esta índole, en la que se exige a la par de un gran esfuerzo físico, casi sobrehumano, un corazón que lo aliente y lo ayude a sobrellevar con éxito los diferentes estado psíquicos a que ve expuesto.
Luego, de diez días de recuperación, en el Refugio San Martín, donde reorganizó sus huestes Ugarte, y envío a la ciudad de Mendoza, a los que habían sido afectados en el intento, se alió a la expedición de Huerta, para intentar nuevamente alcanzar algunos de sus objetivos propuestos.
Fue así que el tranquilo valle de Horcones, volvió a tener el ritmo agitado de andinistas que en caravanas se perfilaban a adentrarse al seno del coloso. Fueron recuperadas algunas cargas que en el trayecto se encontraron, muchas mostraban el testimonio de la retirada y del castigo que les había dado el mal tiempo. Su compañía la hizo solo hasta el primer campamento de altura y por razones de que su tiempo finalizaba para estar en el cerro, se replegó hacia el cuartel, con los pocos integrantes que lo acompañaban.
El resto del año 1945, Ugarte, lo dedicó a preparar todo lo necesario para realizar el segundo intento de su ansiada expedición al Aconcagua; no dejando de lado nada de lo que había sido su rica y difícil experiencia en el cerro. Para lo cual, uno de sus objetivos, la instalación de un refugio en el cerro, provocó que realizara los planos y concretara la construcción del mismo en los talleres del Ejército, con madera dura y con todas las previsiones para evitar la destrucción del mismo, por la acción del tiempo y de las tempestades.
Fueron también previstas, la selección del personal necesario y la previsión de un mes de alimentos para cumplir con la misión, previendo el rescate de los muertos de la expedición de Link, que todavía se encontraban en las laderas del cerro.
Respecto a la instalación del refugio, nos decía el propio Presidente de la República, el General Juan Domingo Perón: La construcción de refugios en el Aconcagua, marca, en mi concepto, el principio del fin de los riesgos inútiles. Riesgos existirán siempre, pero deben ser los fortuitos; los que la inteligencia de los hombres y su preocupación y previsión no pueden anular. Esos subsisten todavía. Algunos morirán en la ascensión al Aconcagua, pero será el uno por ciento de los que han muerto por la imprevisión y por la falta de medios adecuados. La construcción de refugios inicia una etapa definitiva: hoy el Aconcagua no es un monstruo difícil de vencer, como cuando quien iniciaba una ascensión tenía el cincuenta por ciento de probabilidades de volver y otro cincuenta por ciento de quedarse en la montaña muerto, como tantos han quedado.
Además, relataba el entonces Mayor Orlando Punzi: El fracaso del primer intento de rescate de Link, en 1945, magna operación de alta montaña, en la que la primera expedición de Ugarte, finalizó su campaña del año anterior, determinó un exhaustivo estudio del problema y una madura reflexión. La cristiana tarea de conducir al valle los despojos puso en evidencia el celo con que el monte máximo guardaba la inviolabilidad de sus secretos, a rigor de desatados vendavales, fríos lacerantes y terreno riscoso. El hermetismo con el Aconcagua cierra al hombre sus rutas empinadas, justifica el ancestral respeto que sugieren al alma humana las cumbres imponentes, a manera de legendarios castillos encantados, morada de extraños dioses, de torreones medievales e imbatibles murallas.
Ugarte, comprendió que el ambicioso plan exigía un profundo análisis y la amarga experiencia de 1945, no cayó en saco roto. Antes bien, la próxima tentativa se fundamentaría en sólidas bases de dura realización pero de exitoso resultado: establecer un Campamento Base, en Plaza de Mulas, cómodo, equipado al completo para un mes de estadía y capacidad suficiente; instalar dos vivaques intermedios, Nido de Cóndores y Campo de los Italianos; ubicar el lugar para armar el refugio superior de madera fuerte, y desde ese punto de apoyo tentar el gran rescate y de ser posible coronar la cima.
La cantidad mínima de hombres, entre 7 y 8, para tal propósito, el prolongado lapso necesario y la exigencia de subir las mulas cargueras hasta las alturas aún no alcanzadas dio a ese momento, la pauta del esfuerzo realizado, que solo pudo culminar en triunfo por la conjunción armónica de difíciles factores: organización minuciosa y personal abnegado, capacidad andinística y firme disciplina, precisión cronométrica e indeclinable voluntad.
También, debemos comentar que para esa fecha, luego de un intento al Aconcagua, la expedición del Club Andinista Mendoza, realizada al inicio del año 1946, regresó a la base del cerro, donde sus integrantes fueron invitados a integrar la expedición cívico-militar de Teniente Primero Valentín Ugarte, de la cual, nos relataba uno de los socios del CAM, Roberto L. Testoni, quien escribía, en una nota publicada luego de la expedición: Nuestro consocio, Mario R. Caretta, con el espíritu organizador que lo caracteriza, había preparado la expedición cuidando hasta el más mínimo detalle.
Habíamos tropezado con muchos inconvenientes. Uno de ellos, el principal, era el precio exageradamente elevado que cobraba Hoteles Sudamericanos, por el alquiler de las mulas. Fue necesario recorrer los puestos de la precordillera y mandar una tropilla de mulares en arreo hasta Puente del Inca. Todo esto demandó tiempo y gestiones, que Caretta y Cardúner, llevaron a feliz término.
Por fin, el 26 de enero, salimos de Inca con siete mulas de silla y cinco cargueras. Siete horas después, llegamos a Plaza de Mulas, donde nos dedicamos a levantar dos carpas grandes para el campamento bajo.
Al día siguiente, emprendimos la marcha. Ya llevábamos el propósito deliberado de no hacer escala en Nido de Cóndores, por considerarlo inútil y apartado de la ruta real. Tampoco deseábamos pasar por el refugio Link.
Nuestro anhelo, de ser posible, era marcar una ruta nueva, por el mismo Gran Acarreo y tratar de localizar a y quizás a Freile.
A una altura aproximada de 6.150 metros instalamos campamento en un lugar donde predomina una larga faja de rocas amarillas y que son visibles desde el Portezuelo del llamado Cerro Manso, a 5.000 metros.
Más adelante nos enteramos que nos habíamos instalado a una distancia de 150 metros, del Refugio Link.
No obstante que estábamos perfectamente entrenados al día siguiente no nos fue posible continuar ascendiendo.
La puna y el frio nos impidieron prácticamente movernos. Era tanta la fatiga que preferíamos pasar sed antes que ir y bajar una caramañola con agua que estaba a veinte metros más arriba.
Finalmente, tres días después, decidimos bajar, abandonando todo en la retirada. Nuestro estado físico había decaído notablemente.
Partimos a las 09,00 horas, del día 20 de enero.
Pacheco, Cardúner y Magnani, arribaron a destino a las 17,00 horas. Caretta y yo, lo hicimos a las 06,30 horas del día 31, después de haber pasado la noche a la intemperie.
De este intento resultaron tres compañeros con congelamiento en pies y mano y cinco mulas muertas.
Todo esto incidió para que nuestra expedición prácticamente, se diera por terminada.
El 1ro de febrero, arribó la expedición militar y el Teniente Primero Ugarte, invitó a que nos plegáramos a ella.
En esta forma finalizó nuestro primer intento al Aconcagua.
Durante el mes de estadía en Plaza de Mulas, se hicieron seis ascensiones, todas superiores a los seis mil metros.
Entre una y otra, nos dedicamos a descansar haciendo la vida en el campamento base. La cocina constituía la principal ocupación y estaba excelentemente atendida por los suboficiales Saligari y De Biasey.
A menudo recibíamos visitas, lo que rompía un tanto la monotonía cotidiana.
El señor Jefe del Regimiento 16. Teniente Coronel don Roberto V. Nazar, acompañado por el Capitán Pedro Lucero y su Ayudante, Teniente Primero Antonio Montell, periódicamente pasaban a informarse de la marcha de la expedición militar.
A la noche, después de comer, se hacían comentarios de sobremesa. Casi siempre recalaban sobre temas de historia militar, geopolítica, abastecimientos, andinismo, esquí, etc., y además, el Teniente Primero Ugarte, designaba las personas que integrarían el grupo que debía realizar las tareas diarias de la expedición, ultimando los detalles de abrigo y alimentos a llevar.
Continuamos con el relato de Mario Orlando Punzi: El grupo lo integraban 15 personas; para tal numerosa fuerza era preciso organizar líneas estables de abastecimiento y comunicación, estudiar la alimentación más propicia, prever el mantenimiento del estado físico del personal, coordinar el normal suministro de víveres frescos, clasificar las cargas a transportar, fijar a cada integrante su tarea particular.
En especial, un delicado trabajo concitaba la atención de los hombres: el sistema de armado del refugio de madera, elemento de vital importancia para el éxito de la peligrosa empresa y su acondicionamiento en cargas de fácil transporte, 60 kilogramos como máximo, para no desgastar prematuramente las energías de los animales.
En el refugio Militar General San Martín, de Puente del Inca, se vivía aquellos últimos días de enero de 1946, la emoción de la partida inminente.
Fuera de la rígida disciplina que presidía los febriles aprestos, imperaba un justo concepto de la camaradería y una acabada comprensión del extraordinario esfuerzo proyectado. La inclusión de andinistas civiles, de la Federación Mendocina de Andinismo y Esquí, caballeros cabales, deportistas destacados y excelentes compañeros, ahondaba el clima de cordialidad.
Antes de la marcha, como una reafirmación del principio cristiano que fundamentaba su principal propósito, los hombres oyeron la divina misa y reclamaron del Señor, amparo constante e indeclinable fuerza espiritual.
El 1ro de febrero de 1946, a las 09,00 horas, al dilatado país del Horcones, parte el primer escalón, diez jinetes, de la expedición, al comando directo del Teniente Primero Ugarte. La completaban los suboficiales Saligari, González, Lezcano, Barrionuevo, Esteban y Serrano, el soldado Guerra y los señores González Nogués y Gómez Castro. Valle arriba, el Aconcagua levantaba su señorial cabeza, dominando el vasto reino cordillerano.
El lento desfile a lo largo de las pirámides petrificadas, prolongó por ocho horas la ansiedad del grupo, que avanzaba, trepaba, vadeaba y tras la Cuesta Brava del fondo, dio con Plaza de Mulas, bajo el sol aún alto de la media tarde.
Al arribo a Plaza de Mulas, la expedición de Ugarte, se encontró con un cuadro inusitado que sacudió a los viajeros, los hombres de la expedición de Caretta, del Club Andinista Mendoza, yacían exhaustos en el lugar, agotados, sin recursos y sin equipos, dado que tuvieron que abandonar gran parte de los mismos en el campamento de altura cuando hicieron el repliegue por el temporal que los azotó; mientras tanto, Ugarte, cooperó en la evacuación de los heridos, planeó la recuperación de los equipos y se dio de lleno a la instalación del Campamento Base. Las carpas que se fueron armando en el campamento, y luego descriptas por sus integrantes, nos dieron una idea de la nueva presencia de los andinistas en ese clima de silencio, de quietud y soledad, en la inmensidad de la montaña y de su situación.
Continuaba con su relato Punzi, nos decía: Prestamente las primeras carpas señalaban la nueva presencia del hombre en el denso clima de la quietud.
El 3 de febrero, había salido de Puente del Inca, el segundo escalón, integrado por los Tenientes Primeros Yansen y Marini, los suboficiales De Biasey, Aparicio, Esteban, Lezcano y Serrano, y el soldado Guerra. Los sufridos animales, balanceando las gachas cabezas, concretaron el esfuerzo que requerían las difíciles cargas; el refugio de madera subdividido y el forraje para la prolongada estadía.
Ráfagas huracanadas rodaban quebrada abajo, en repetidas rachas de glacial persistencia. Olas de areniscas se proyectaban de frente a los jinetes, y a trechos el cielo se oscurecía con la polvareda. Las bestias volvían grupas, los altos menudeaban, y el avance se demoraba. Al cabo, los excursionistas asomaban por la Cuesta Brava, umbral de Plaza de Mulas, y daban con las tiendas del Campamento Base. En dos días, 4 y 5 de febrero, la expedición se alistó, realizando el mantenimiento del lugar y ultimando detalles.
Media mañana, 10,30 horas, del 6 de febrero, en Plaza de Mulas. Al borde del celoso vigía, una fila de jinetes subió las primeras estribaciones, rumbo a la montaña. El sol caía en liviana lluvia dorada por los ásperos faldeos y a través del bosque rocoso de los altos promontorios se adivinaba la máxima cumbre americana. La bulliciosa caravana que conducía el refugio de madera trepaba las cuestas iniciales, cuando un imprevisto accidente paralizó el avance: el mular que transportaba el cajón de herramientas y accesorios (tuercas, tornillos, arandelas, bulones, clavos, etc.), resbaló y se desbarrancó. El envase se destrozó, los materiales se desparramaron y se esparcieron por el piso pedregoso. Pacientemente, se recogieron uno a uno los preciados elementos, se cambió el carguero, y con una hora de retraso la marcha se reanudó sin merma del impulso deseado.
Con el mediodía, la columna se topó con la primera lengua glacial que, a manera de banda plateada, atravesaba las cuestas. Diez metros de hielo cortaba el paso. Al margen de aquel tobogán de 1.000 metros de caída, los hombres labraron a pico y pala, la senda de pasaje, cubriendo después con tierra el estrecho pasadizo. La operación restó dos largas horas más de precioso tiempo, a cuyo término los animales lograron cruzar la cristalina masa.
A lo largo de los combos faldeos, fue la caravana siguiendo las estacas con que Link, jalonara en el año 1944, el camino hacia la cumbre. El campamento de los Italianos apareció delante, más allá del terreno cuyo transito se angostaba como un desfiladero. El pasaje de los mulares obligó a cavar el suelo, ampliando la huella, pero la marcha seguía su curso normal y con un paso sostenido.
Ugarte, localizó el sitio preciso del lugar alto desde donde Link, partió hacia la cima en su trágico intento de 1944.
Allí, resolvió armar el refugio de madera. La elección del terreno fue acertada, por cuanto equidistaba de la cumbre y de Plaza de Mulas, en cuanto a esfuerzo, a una jornada del campamento base, en un punto ideal para el último puesto de avanzada antes de emprender la etapa final del coronamiento. Grande rocas protegían del zarpazo del viento y tendieron una firme barricada contra los aludes de nieve.
De inmediato se descargó los paneles, la tirantería, los hierros. El terreno desparejo, a pura pala y pico, comenzó a nivelarse. Se armaron las cabreadas del refugio. La tarde fue cayendo sobre el occidente, con imperceptible ritmo. Los relojes señalaban la siete. Ugarte, suspendió entonces las tareas, para retomar el descenso. Un vago temor se infiltraba en los ánimos que sobresaltaba la formidable dimensión de la montaña, la colosal arquitectura de las moles. La incertidumbre de lo desconocido daba al imponente escenario jerarquía de inviolable morada de dioses. Involuntariamente, la memoria de los muertos perdidos en las cuestas cercanas traía un sutil desosiego: los ruidos de la marcha profanaban la mansión de los elegidos por el Aconcagua.
En la muda cavilación, Ugarte y su gente, bajaban por los áridos pedreros. De pronto, el viento, que sesgaba los grandes planos del cerro, se puebla de rumores inusitados: largos alaridos se escuchan más allá de los faldeos vecinos. ¿Quién grita en la alucinante soledad? ¿Alguien que vaga perdido? No hay otra expedición en el Aconcagua. ¿Es hecho real o imaginario esa lamentación que todos escuchaban? Llevados por el curioso fenómeno, la expedición se desvía hacia el Norte. El terreno se corta a la vista del glaciar Vacas, y exígese explorar a pie.
Los lamentos, ahora multiplicados, estallan en los recovecos cercanos. Imprevistamente, en una pequeña plataforma suspendida sobre el despeñadero, un arreo de mulas apareció a la vista. La presencia de los expedicionarios despertó en los agotados animales renovados alaridos. Los relinchos, que la desesperación hizo implorantes, perforaban el aire, y distorsionados por las rachas del viento, se alejaban en los valles y cuestas, con sonidos que a la distancia semejan coros extrahumanos. Eran los restos de la tropilla de Caretta, dispersada por el viento blanco en plena ascensión. Las bestias, azotadas por la tempestad, habían pasado ocho días al solo amparo de los paredones rocosos, sin alimentación ni agua, y a la intemperie, a casi 6.000 metros de altura.
Ahora, debilitados al extremo, no atinaban a cruzar el angosto desfiladero que las condujo al refugio elegido por el instinto. Los andinistas ampliaron la senda, y uno a uno, del diestro, sacó los animales de su penosa situación.
En el campamento base, las tertulias nocturnas bajo las tiendas afirmaban los invisibles vínculos espirituales, que la montaña y solo la montaña, crea, con esa especial característica de unión ante la soledad formidable, los cerros gigantescos que empequeñecen al hombre y la latente presencia de Dios.
Fuerzas extraordinarias conmueven el alma: sensaciones desconocidas, la atracción de las cumbres misteriosas, el encantamiento supremo de las alturas vírgenes.
La noche, propicia al estudio de los acontecimientos, operaba en los viajeros un momentáneo cambio de plan. A favor de la escasez de nieve, la pendiente del Gran Acarreo incitaba al empinamiento y se mostraba como ruta óptima para llegar hasta Link y sus desventurados compañeros. Asimismo parecía factible rescatar los equipos de la expedición Caretta, cuya huella, aun fresca, facilitaría la marcha. Y más aún: podría localizarse el cuerpo de Juan Stepanek, caído a 6.600 metros en el propio Gran Acarreo, a juzgar por el croquis de la expedición italiana de 1934, que lo descubrió y fijó en el mapa la ubicación precisa del primer mártir del Aconcagua.
El 8 de febrero, se realizó la segunda salida a la montaña. La expedición se reforzó con la inclusión de los andinistas Magnani y Testoni, a cuyo cargo quedó la recuperación del material por ellos abandonado. Era temprano aún. Tras los inmensos acantilados, atisbase el reflejo solar, abrillantando los bordes de la montaña. Inusitada actividad preside los trabajos previos a la ofensiva general.
Ugarte, entendía que la trepada por la dura cuesta requería imperiosamente encumbrar el cerro antes de las 17,00 horas, a fin de emprender con luz el regreso. Recordemos que su misión, era plantar el refugio y rescatar los cuerpos abandonados, antes que el lucimiento de coronar la cima. Y la consigna era severa: iniciar el descenso a las 17,00 horas, sea cual fuere la situación alcanzada.
Con tal premisa, el grueso de la caravana se dio de lleno al ataque del Portezuelo del Manso por el escabroso camino, ahora familiar. Torció la cabalgata prestamente a la derecha, y arremetió las rampas de los enormes planos de material suelto.
El paso de las cabalgaduras, pausadamente, marcaba un amplio zigzag en el pesaroso declive, de ángulo pronunciado y piso inconsistente. Las mulas se agotaban a cada tranco, pese a sus patas vibrantes y sus remos musculosos.
¡Valioso elemento para el andinista este noble animal de tosco aspecto, organismo resistente y extraordinario espíritu de lucha! La curva solar comenzó la declinación. A las 15,30 horas, apareció el vivac abandonado de Caretta. Carpas rajadas, prendas diseminadas por el temporal, animales muertos, mostraban en su rudo desorden la crueldad del trance soportado por la expedición y el incomprensible milagro de su retirada de aquella trampa mortal.
La marcha era, metro a metro, más despaciosa. Hombres y animales sentían intensamente el rigor de la etapa. Zaldívar, médico de la expedición y algo falto de aclimatación, experimentó los violentos síntomas del apunamiento, y se impuso conducirlo al campo base. El Sargento González era entonces quien sacrificó su lógico anhelo de alcanzar la cumbre y asistió al compañero en su deserción. Cúmplase así el estricto código de la montaña: “no abandonar al andinista caído, aún a precio de la propia victoria”.
La inconsistencia del pavimento anuló el tesón de las bestias. Se ordenó continuar a pie, llevando a tiro a los animales, y la jornada adquirió su máxima intensidad. A poco, un pequeño detalle blanco se destacaba en la cuesta alta. La leve marcha, como agitada por suaves movimientos ondulantes, concentró la curiosa atención de los hombres. El sol reverberaba en los pedriscos, creando vagas deformaciones en los contornos erosionados de la hoya fantástica, por donde se descolgaban los acarreos del material suelto. ¿Aparición o realidad? ¿Fantasmagoría de los cerebros que latían dolorosamente al aguijón de la puna? Alucinación colectiva, acaso. Lo cierto, lo tangible, fue aquel claro punto llameante que señalaba el vértice de todas las miradas. Mudos, atónitos, los andinistas treparon cuarenta interminables minutos antes de concretar la obsesionante idea. ¿Era Juan Stepanek, aquella forma indefinida que el aire rarificado ensanchaba y contraía sucesivamente, dándole aspecto de signo inmaterial?
La cumbre, máxima atracción del montañés, pasó a segundo plano. Trechos más arriba, la confusa imagen se delineó firmemente: era el cadáver de un hombre. Bajo el rompeviento desgarrado, las carnes curtidas por el hielo, endurecidas, apergaminadas, blancuzcas, atestiguaban un tránsito de años sobre el sueño eterno del montañés caído. El rostro afilado por la consunción, los ojos empequeñecidos en las cuencas enormes, los brazos en cruz, las manos en alto, la espeluznante figura semejaba, en el terreno riscoso, brillante de sol, una tocante llamada de prevención y de misterio. ¿Quién será el solitario guardián del cerro? ¿Sería Ruperto Freile, el andinista chileno muerto en la trágica expedición de 1937?
Cercano al toque de los dedos casi, el dintel de la calle final o canal superior que conducía a la cumbre anhelada, se abría a la incitación de la aventura subyugante. Era tarde ya. El día se recostaba premiosamente hacia el campo azul del mar su disco ígneo, y la claridad se densificaba como un óleo púrpura en los rincones de las hondonadas. Poco restaba por intentar. A las 17,00 horas, Ugarte, de acuerdo al plan previo, resolvió retroceder y conducir a Plaza de Mulas el rígido cuerpo.
La penosa misión se cumplió en medio del recogimiento unánime. El cadáver sólidamente envuelto en paños de carpa y liado a una soga, se cargó a lomo de mula y se transportó al valle. En medio del paisaje de líneas enormes, al amparo de los montes de talla colosal, el mortuorio cortejo atravesaba la soledad imponente, en tanto que declinaba el sol y las primeras penumbras colgaban de los filos y los despeñaderos a modo de crespones inmateriales.
Horas después, el cuerpo del andinista incógnito yacía al pie de la cruz cristiana del campamento base, esa cruz que había llevado el padre Kastelic.
La velada del día 8, transcurrió entre conjeturas y extrañas pensamientos. La identidad del excursionista muerto, ubicado exactamente en la posición marcada por el mapa de la expedición italiana, no quedaba todavía desvelada. ¿Stepanek o Freile?
Al rescate del hombre del Gran Acarreo sucedió, en la mortuoria charla de las tiendas, el inevitable comentario en que se mezclaba las historias del andinismo, los recuerdos del bravo deporte, y la latente emoción con que el montañés juega su vida por el solo premio de coronar un cerro.
Stepanek o Freile, el destino lo trajo a su mundo de piedra y hielo, lo condujo al escenario infinitamente grande, inmensamente silencioso, lo paseo por la magnificencia del monte mayor de la cordillera, y lejos del fragor de las ciudades o la opulencia de los campos, los acercó tanto a Dios, que ya no pudo desandar la ruta.
La helada figura del andinista muerto concitó a la meditación y al interrogante. ¿Por qué se escala, porque se asciende, porque se excursiona en el país hostil de la montaña a puro sufrimiento y con permanente riesgo?
La vocación andinista es una tendencia más hacia la perfección que busca el alma. La luz ideal cae de lo alto y es en los cerros mayúsculos donde mejor alumbra. Mejor cuanto más arriba para quien parte en busca de Dios, que si está presente en la flor del valle, en el pájaro del bosque, en el trigal de la pradera, reina con idéntica propiedad en el mundo desolado de la sierra, entre los castillos geológicos que narran antiguos cataclismos, en las dimensiones ciclópeas del país de las nieves eternas, en la zona intermedia, cielo y planeta, como suspendida de su mano maestra. No en vano la piedra se talla a imagen de las catedrales, cuando el viento la gasta; no inútilmente los elevados callejones del Aconcagua gimen como los tubos del órgano eucarístico. Solo en los máximos dolores del cuerpo, cansancio, frio, puna, asfixia, se purifica el alma.
La mañana del día 9, llegó al vivac y levantó de las carpas un inusitado rumor. La gente, solo presta a develar la confusa identidad del cadáver, se reunió al pie del santo símbolo. El hombre petrificado, cabeza, pecho y manos como el mármol, no guardaba entre los jirones de ropa, que se le adhieren al cuerpo momificado, rastros ni marcas de confección. Sin embargo, al quitarle el calzado, un detalle fortuito revela quien era: tiene los pies envueltos, por sobre las medias, con trozos de papel del diario “La Nación”, del 19 de enero de 1926. No había dudas, era Juan Stepanek. Ironía: en las hojas, aun perfectamente legibles, se vía, con grandes caracteres, un sugestivo título que rezaba: “Fatalidad.”
El informe médico producido por el médico de la expedición de Ugarte, el Teniente Primero cirujano Zaldívar, da por tierra con la leyenda del “hombre sentado” descubierto por Juan Jorge Link, la noche de su descenso del Aconcagua, en el año 1936.
Tal informe decía: “El Cadáver se encontró en decúbito dorsal, con la cabeza hacia el monte y los pies en el valle. La posición de la cabeza, las manos y los pies hacía suponer que ha permanecido en cubito ventral hasta largos años después de su muerte. Individuo más bien alto, con una estatura aproximada de 1,80 metros; de pelo rubio.
Cabeza: dolicocéfalo; ha perdido cabello; el cuero cabelludo es de consistencia de pergamino y color blanco; presenta cuatro heridas lineales en la región frontal que dejan al descubierto la calota craneana sin interesar el hueso. Sus orejas están contraídas por el frío y de la misma consistencia del cuero cabelludo.
Orbitas: con ojos atrofiados, de los cuales quedan restos en sus fosas. La nariz está fuertemente aplastada y presenta su hueso propio roto. La boca tiene el labio superior deformado hacia la derecha, posiblemente por el mismo aplastamiento que sufriera su nariz. La boca está entreabierta con un esbozo de mueca horrorosa, la que deja ver sus incisivos y un canino a la izquierda, faltándole piezas dentarias; no se continuó con el examen de la dentadura para no destrozar el resto de la cara.
Dos traveses de dedo por debajo del labio inferior, empieza una barba rubia que se extiende por todo el mentón y costado derecho de la cara, faltando en cambio en el lado izquierdo. Cejas no tiene. Su cuello es de color cobrizo, lo mismo que las otras partes del cuerpo que han permanecido cubiertas. Tronco de constitución normal y de color cobrizo hasta una línea de izquierda a derecha y de arriba abajo que empieza en la axila izquierda y termina en el flanco derecho. Debajo de esta línea presenta color marmóreo, apergaminado, igual que la cabeza. Probable cicatriz de apendicetomía o herida. Cicatriz dos traveses de dedo sobre la espina iliaca anterosuperior derecha.
Miembros superiores: los dos brazos están en ángulo recto con respecto al tronco, y los antebrazos en ángulo recto con respecto al brazo; las manos están en garra con el dorso para afuera.
Miembros inferiores: presenta una cicatriz en la nalga derecha, aparentemente por intervención quirúrgica. Sus muslos están bien conservados y sus piernas de la rodilla para abajo, presentan grandes hematomas de éxtasis.
Probable muerte: por los signos anteriores se desprende la posibilidad de que el sujeto haya muerto por congelamiento en posición decúbito ventral. Las cicatrices de la cabeza son aparentemente posteriores a su muerte.”
La vestimenta con que fue hallado se componía de las siguientes prendas: rompeviento blanco, saco y pantalón, con tobilleras del mismo paño para impedir la entrada de la nieve en los botines. Saco de corderoy verde, desteñido por las inclemencias del tiempo; debajo de esta ropa se distinguía un conjunto de chalecos, de los cuales uno era de punto marrón, otro gris y otro azul; más abajo, uno de casimir gris y para completar su indumentaria, una camisa que ya casi había perdido el color y dos camisetas de algodón, de las cuales una se prendía al costado y era reforzada en su pechera, y la otra al frente.
Debajo del pantalón, rompeviento blanco hecho jirones por los temporales que soportó durante 20 años, mostraba un pantalón de montar, de corderoy color marrón, un calzoncillo largo que todavía estaba nuevo, de algodón de frisa en su interior, y un cinturón de cuero flexible.
Llevaba tres pares de medias de lana y un par de botines de montaña color beige en buen estado de conservación, claveteados con clavos alas de mosca en todo su contorno y redondeados en el centro de la suela y el taco.
Réstanos decir que el cadáver del malogrado Stepanek, fue entregado a la policía de Puente del Inca. A raíz del sumario dispuesto por las autoridades se le efectuó la correspondiente autopsia en el hospital Provincial de Mendoza, hallándose que sus órganos interiores estaban en perfecto estado de conservación.
Las jornadas de los días 9 y 10, se dedicaron al descanso, al arreglo general del campamento y a la atención de los mulares. El intenso trabajo a cargo de los animales obligó a dedicarles preferente atención. A tal fin, se destinaron cuatro suboficiales de la Sección de Exploradores Baqueanos y tres soldados conscriptos que se fueron relevando semanalmente, desde el refugio militar General San Martín, de Puente del Inca. La eficacia del servicio quedó comprobada porque solo dos animales murieron en esta intensa campaña.
La expedición se redujo: regresaron a Puente del Inca, los andinistas Magnani, González Nogués, Gómez Castro y Pacheco. Asimismo, partió el Teniente Coronel Roberto V. Nazar, comandante del Primer Destacamento de Montaña, luego de dos días de permanencia en Plaza de Mulas, observando como superior jerárquico los trabajos de la expedición de Ugarte. Con él se fueron sus acompañantes: el Capitán Pedro León Lucero y el Teniente Primero Antonio Montell. Quedaron ocho personas: Ugarte, Yansen, Zaldívar, De Biasey, Saligari, Aparicio, González y Testoni, con carácter permanente. Esteban, Barrionuevo, Serrano y Lezcano, cumplieron servicio periódico. Sin embargo, el alto espíritu de montaña, no decrecía. Antes bien, las funciones se cumplían normalmente.
El personal iniciaba sus tareas a las 10,30 horas, hora en que el sol sobrepasa la mole del Aconcagua y levantaba la glacial temperatura cuyo mínimo podía alcanzar, en aquella época, los 22°C bajo cero. Entre los cinco y ocho grados bajo cero, solía oscilar la columna termométrica, al comienzo del día, en el vivac. La bolsa de dormir se convertía así, en el elemento principal del campamento, pese a la incomodidad de su tamaño, a los cristales de hielo del aliento congelado, que raspan la cara, y al suelo del siempre imperfecta nivelación, en el que afloraban los guijarros inoportunos en pleno descanso…
La inapetencia propia de la altura se combatía con la ingestión de vitaminas y los alimentos de alto sabor y condimentación fuerte. Lo demás, lo aporta la probada garra andinística de los hombres, en quienes la prolongada estadía reconfortaba el ánimo y templaba el carácter.
Y así, el lento discurso de las horas en blanco desembocaba en la magna jornada del día 11, en que ocurrió la tercera salida.
El grupo de esforzados se lanzó a la montaña, al filo de las 10,00 horas de la mañana. Un maduro plan los impulsaba: conducir el refugio desarmado a los casi 6.000 metros, armarlo y pernoctar en él, y largarse después al rescate de los Link. Por tercera vez, la montaña vio desfilar por su flanco la extraña cabalgata, sobre sus propias huellas del día 6. La atracción del gran cerro apuraba la marcha, que a la altura del Campo de los italianos se desvió ahora rectamente arriba, desplazándose a la derecha de Nido de Cóndores. Algunas estacas, aun clavadas férreamente, señalaban el paso de Link, el viejo peregrino del Aconcagua. Ugarte, acortó camino desde el portezuelo del Manso, directamente al vivac de los italianos, y de allí hacia el emplazamiento del refugio alto.
A las 18,00 horas, la expedición tocó el sitio elegido. De inmediato, la gente se entregó afanosamente al trabajo de afirmar las cabreadas. Con la caída del sol el frío aumentaba. La luz menguaba y era preciso activar la construcción: así lo imponía la necesidad de dormir a cubierto y el riesgo de que la instalación a medio armar sea volada por una eventual tormenta.
El trabajo, en aquella altura brutal, era más y más penoso, y solo la extraordinaria voluntad del personal lo sobrellevaba. Los parantes del armazón exigían para el sostén alzar los brazos, operación que desgastaba considerables energías y los animosos andinistas se echaban de espaldas y los soportaban con los pies en alto. Las manos se endurecían al manejar los duros hierros, los dedos perdían elasticidad, los brazos se aflojaban. Imposible quitarse los guantes. La torpeza de movimientos incrementaba la nerviosidad, al tiempo que moría el día y los restos del resplandor diurno se prendían de los bloques gigantescos en larga agonía. La tarea era fatigaba al extremo. Agacharse, inclinar el busto, bajar la cabeza, que son simples movimientos en el habitual trabajo humano, producían leves reducciones de capacidad torácica y la asfixia momentánea sobrevenía con los mareos, los vómitos y el cruel apunamiento.
Trabajo de titanes resultaba clavar las estacas de hierro de sujeción: a cada golpe de maza, dos kilogramos de peso, sucedía un descanso de minutos.
Al cabo de tres horas, eran las 21, y a tiempo que cayó el sol a la liquida llanura del océano, la última tabla se fijó a la recia armazón.
Respecto al refugio, que se instaló, nos relataba el andinista mendocino Alfredo Eduardo Magnani: Fue el malogrado montañés Juan Jorge Link, muerto en la misma montaña, en el año 1944, quien ideó el primer refugio para estas desoladas alturas; y aunque una vez construido fue en poco tiempo deshecho por los embates de Eolo, asentó en él, los principios fundamentales que debían regir la construcción de un refugio de esa naturaleza. Esa rica experiencia fue aprovechada por el conocido oficial de nuestras tropas de montaña, Teniente Primero Valentín Ugarte, quien contando con la entusiasta colaboración del alto mando de dichas tropas, construyó en los talleres de nuestro ejército, el tan ansiado refugio, que respondía a las siguientes características:
Totalmente desarmable y de fácil construcción, teniendo en cuenta las dificultades de la altura;
Su techo a dos aguas cae directamente al suelo.
Agregamos que las medidas del refugio eran: 2,40 metros de largo; 2 metros de ancho y 1,50 metros de alto. Su tramo más largo era de 0,80 metros; el material: de madera de tipa, de 2 pulgadas de espesor para el revestimiento y de 5 pulgadas para las cabreadas del armazón, las uniones fueron realizadas con bulones.
Seguimos con el relato que de esta expedición realizó Mario Orlando Punzi: La reducida plataforma, tanto más diminuta en el teatro dantesco de muros inmedibles, se ocultaba en los riscos de los altos contrafuertes que a manera de atalaya de un país de gigantes sobrepasaba la panorámica extensión del mar cordillerano acribillado de picos. Colosales peñones al Sur, precipicios al Norte: he ahí el emplazamiento de la minúscula vivienda humana, alzándose más alto que todos los cordones andinos como líneas ondulantes hacia el espejismo de las llanuras Occidentales. En lo alto, el Mercedario, solitario monje de la orografía sanjuanina, con su capa de armiño; y en el valle, deformándose contra el piso erosionado, el infernal hervidero blanco del Cuerno y del Vacas, fabricantes clandestinos de tempestades bajas.
El púrpura imperial del crepúsculo se recogía en señal de homenaje en las criptas del cerro mayúsculo, como saludando a los valientes que acababan de instalar el refugio permanente más alto del mundo. Y luego el premio: sopa de ajo, harina de arvejas y corned beef. El milagro de la suculenta cena, pese al mal funcionamiento de los calentadores y a la ímproba tarea de fundir nieve, preparada por Mario De Biasey, hizo olvidar la inapetencia propia de la altitud formidable. Y entonados los ánimos, la gente pernoctó: cinco en el refugio, Ugarte, Yansen, De Biasey, Saligari y Aparicio y el resto en una carpa, Testoni, González y Esteban.
Entre los peñones cercanos se acollaró el ganado, al reparo natural de las altas rocas. Gruesas mantas, de grandes dimensiones, aseguradas a cuerdas, defendieron al menos por un tiempo de la rigurosa temperatura a los sufridos cuanto valiosos animales. Abundante cantidad de avena y maíz quedó al alcance de las bestias, cuyos cascos suenan extrañamente contra el piso de pedruscos, en la solemne quietud de la noche.
El viento rondaba por el campamento asestando los rudos mazazos de sus ráfagas en la instalación, que soportó airosamente el vertiginoso rodar, cien kilómetros por hora, del incontrolado elemento. Treinta grados bajo cero señalaban los aparatos a la intemperie, en tanto en la cálida atmosfera del refugio apenas se acusaban menos ocho grados. En las tiendas, con la ayuda de los calentadores, alcanzaba a los diez grados bajo cero, y nadie pudo conciliar el sueño. Con el amanecer, el huracán enloquecido iba y venía sesgando de lado a lado el mundo vacío de la infinita soledad. Radiantemente surgió del horizonte pedregoso el astro diurno, pero el golpe eólico impedía la permanencia de los hombres, de pie, en el exterior. Ugarte, resolvió quedarse a la expectativa.
El desayuno, fuente de renovado optimismo, insumió tres largas horas de preparación. Los calentadores se atascaban, la nieve se evaporaba sin licuarse, la leche condensada se solidificaba tenazmente en los envases. Finalmente De Biasey, obró el nuevo milagro, y los jarros de tibio líquido fueron de mano en mano.
A las 11,00 horas el embate cede y se dispuso el regreso a Plaza de Mulas. La carpa se plegó y se dejó en el vivac bajo pesadas piedras, y el personal concurrió a acercar las mulas. Sorpresa: de los abrigos de los animales no quedaban sino rastros; cuerdas raídas y jirones de la tela que indicaban que el frío nocturno, extraño fenómeno orgánico, había despertado la voracidad incontenible de las bestias. Maíz, avena, mantas, lonas, sogas, habían desaparecido devorados febrilmente.
La hostil trilogía del Aconcagua, frío, viento y puna, renovó su pujante ofensiva contra los hombres. La simple faena de ensillar y embastar los cargueros demoró considerablemente. Las rachas glaciales dificultaban la respiración, cortando el aliento con su fuerte castigo. El helado ambiente impidió manipular sin sobreguantes las endurecidas correas, las cinchas, las bridas. De tanto en tanto, alguien abandonaba la tarea y entraba en el refugio a friccionarse las manos, los dedos, los brazos.
A las 15,00 horas, listo el animoso tropel, se izó en el refugio la bandera nacional y pausadamente se toma la senda de bajada. La tenacidad del viento impidió montar: tal era la furia. Con los animales conducidos del tiro y diez mulas cargueras en arreo, la marcha fue más y más embarazosa. A cada recia ráfaga era menester echarse de bruces para poder respirar. A trechos, las bestias volvían grupas al inclemente viento, y así entre arduos inconvenientes y pasajes engorrosos, la caravana fue bajando despaciosamente.
La cabalgadura del Teniente Primero Ugarte, acusaba principios de congelamiento en las patas. El magnífico animal, de seguro andar, certero tacto e instinto montañés, avanzaba dolorosamente. Su jinete desmontó y lo condujo del diestro. De improviso, un golpe de viento tomó a la mula de costado al borde del despeñadero, lo levanto en vilo y la arrojó al vacío, matándola.
Y la travesía continuaba, el aire se arremolinaba, subía en torbellinos, y las bestias huían, se agrupaban, se detenían tras las grandes piedras. Sobre la marcha se resolvió modificar el orden y la disposición del personal: adelante iban los que portaban a pie a los animales, de las riendas; en segundo término el arreo y detrás el jefe, con Saligari y Serrano. La rudeza del esfuerzo, el suelo áspero, los altos, la fatiga, fueron poco a poco desmembrando el grupo. Las tropillas de cargueros, instintivamente, enfilaban por los suaves faldeos, el camino más fácil, de la subida. En cambio, el personal avanzado torcía imperceptiblemente hacia el Campo de los Italianos. Ugarte, en un instante dado, descubrió en su gente adelantada que se movían en los planos superiores, por encima de su cabeza, y observaba con inquietud el escarpado sendero que atravesaban; era el mismo tallado a pico y pala en la lengua helada, en la primera salida a la montaña. Bien comprendió el jefe la temeridad de los hombres, expuestos a las veleidades del viento, en el estrecho pasadizo que puede conducir a la tragedia. Felizmente, con el corazón en suspenso, miraba desfilar sin inconvenientes, uno a uno, a los diestros montañeses, como si el viento mismo detuviera su impulso ante el coraje, cada cual con su mula.
De improviso, el otro animal conducido por Ugarte, se zafa y el montañés rodó, quebrándose los anteojos ahumados. Minutos después, el resplandor solar que iluminaba el cerro y el frío glacial lo enceguecieron, y al reunirse la disgregada caravana en Nidos de Cóndores, alguien notó que el oficial tenía aun clavadas como agujas el vidrio de los anteojos, en las cejas insensibles de frío.
A las 20,00 horas, deshechos por el inmenso trajín, hombres y animales cayeron al vivac de Plaza de Mulas, al cabo de su tercera ofensiva contra el monte, luego de 34 horas de ausencia.
El duro esfuerzo sobrellevado por los animales, cuya conservación era clave del éxito, impuso un paréntesis a la pesada campaña: la mula es para el andinista elemento de vital importancia, en la medida de la carpa, la piqueta o la bolsa de dormir. Por ello, del 13 al 16 de febrero, el vivac retoma su monótono ritmo: descanso, tertulia, lectura… el Teniente Coronel Nazar, visitaba por segunda vez la montaña, en esta campaña, añoranzas acaso de su memorable encuentro, y partió el 15 hacia el refugio alto en compañía de Zaldívar y Montell, donde procedió a la inauguración oficial estampando en el libro de firmas allí existente una emocionada proclama a los andinistas. Nazar, lo bautizó provisionalmente con un nombre simbólico, “Refugio Primer Batallón de Cazadores”, en homenaje a la primera unidad de montaña del Ejército Argentino, así denominada; que cruzara los Andes, en la Expedición Libertadora del General San Martín, formando en las vanguardias comandadas por el General Las Heras. El texto de la proclama asentada por el mencionado jefe en el libro de firmas del refugio, decía:
“Andinistas: Este refugio, emplazado en la cumbre más elevada de América y por lo tanto más cerca de las regiones donde mora el protector, el numen sacrosanto de nuestro Gran Capitán San Martín, rememora la organización de las primeras tropas de montaña en el ejército más venerado del continente. Hoy, 15 de febrero de 1946, el Primer Destacamento de Montaña, por intermedio de su comandante, bajo la advocación de Dios, lo deja inaugurado solitario en esta falda majestuosa que domina los lejanos horizontes, para que tienda su mano piadosa a los valientes que en demanda de gloria para la patria, para sus fuerzas armadas y para la especialidad, se ven enfrentados con el peligro.
“Este refugio, que se debe al esfuerzo y abnegación de la comisión militar presidida por el Teniente Primero don Valentín Julián Ugarte, es el último eslabón que en la jornada puede ofrecerles el humano esfuerzo, ya que desde aquí solo los guiará la firme voluntad de vencer y los supremos designios del Creador. Firmado Roberto V. Nazar, Teniente Coronel, Comandante del Primer Destacamento de Montaña.”
Asimismo, por resolución de su excelencia el señor ministro de Guerra, mediante Boletín Militar Público Nro 725, la denominación definitiva del refugio fue la de “Teniente Nicolás Plantamura”, en reconocimiento al primer argentino que encumbró el Aconcagua, en el año 1934.
El 16 de febrero, activamente se preparó la labor de la jornada siguiente, en que, conforme a lo proyectado, se iba lanzar el cuarto ataque al cerro. No se ignoraba que la labor iba a ser ardua, como ambicioso plan: rescatar a los andinistas muertos a un paso de la cima. El ganado mular acusaba el esfuerzo realizado y denotaba síntomas de cansancio; ello agudizó el problema. Ugarte, escogió los animales en mejor estado, pero su alarmante escasez impidió integrar la expedición con el personal mínimo indispensable para esta campaña. Nadie quería quedarse, en Plaza de Mulas. Los hombres unánimemente, pedían marchar a la montaña, sin excepción. Cuadra sortear, elegir, seleccionar a la gente. Empero, al atardecer arribó al vivac la columna de los víveres frescos, y dio la ansiada solución: se utilizarían esos cargueros, para la expedición.
El domingo 17 de febrero, la caravana, partió del campo base y acometió las faldas del monte vedado; la formaban Ugarte, Yansen, De Biasey, Saligari, González, Aparicio, Esteban, Testoni y Serrano. Esta era la fuerza que restaba para finalizar el vasto proyecto; era todo el efectivo que quedaba frente al macizo; pocos, en verdad, para tamaña empresa; pero con tal ímpetu, se anotarán una extraordinaria victoria sobre el Aconcagua. Eran las 12,00 horas del día.
Cuatro horas después Ugarte, estaba en el refugio alto. Pronto se armó la carpa y se acondicionó los animales. A las 17,00 horas, una densa nevada, sin viento, empolvó el tétrico paisaje de la quietud. El ambiente se enfrió considerablemente. En los alojamientos, 14°C bajo cero. Obligó a encender los calentadores. Arma de doble filo: la combustión consume el oxígeno y la puna se insinuaba con su cuchillada a mansalva. Afuera, 35°C bajo cero, daban la pauta del flagelante clima montañés. Nevaba. Mala noche, mal comienzo.
La mañana llegó al fin con el inusitado espectáculo de la montaña blanca. El cielo despejado predispuso al trabajo; y pese al frío, que había endurecido correas y cinchas, el personal en excelente condiciones físicas, preparó las bestias, a quienes la dura vigilia no melló energías. Consabidas entradas y salidas al refugio para animarse manos y pies matizaban la alegre labor, que concluyó a las 11,00 horas, luego de cuatro de actividad ininterrumpidas: 240 minutos llevó el apresto de los animales, que en el llano normalmente demora 5 o 10 minutos.
Lista la expedición, un mundo extraño se dilataba hacia arriba, sendas desconocidas, recodos ignorados, peñones abruptos alzaban su latente amenaza en los elevados planos que atisbaban los preparativos de los viajeros. Hasta aquí, la ruta, descripta en la bibliografía y amojonada por Link, seguía lineamientos previstos.
Ahora, con solo restos de energía apenas suficientes para sostenerse en pie, la gente partió a la cumbre, impedida de otros esfuerzos que no sean llevar a las mulas de la brida, y a veces montar. Por escabrosas laderas blanqueadas, al borde de precipicios que sobrecogen, rodeando amplios sectores escarpados, como autómatas, se deslizaban, casi diríamos se arrastraban, rumbo a la pirámide última que yergue su capitel a manera de una idea fija contra el firmamento de raras tonalidades añiles. Horas de angustioso sufrimiento duró el cauteloso desplazamiento hasta el borde del Gran Acarreo. El terreno sólido desaparecía y en la costa de enfrente, más allá de las piedras flojas y los guijarros sueltos, aparecía la puerta de la Canaleta final. Fantásticos peñones obligaban a cruzar aquella masa móvil de material de avalancha, que ha modo de mar de légamo resbalaba bajo los pies.
Imposible desviarse. Grandes bloques rocosos interceptaban el camino, y era preciso por imposición del terreno, aventurarse en las rampas de pedruscos que rodaban al mínimo empuje. Rara vista la del Gran Acarreo, contemplado desde lo alto… Cerca, restos de una carpa de Link, botellas y tarros hablaban de otros intrusos al templo del formidable silencio. Breves instantes de vacilación antecedían al arriesgado cruce. Al cabo, hombres y animales arremetían, Dios está cerca, y el pasaje concluyó. Por primera vez se alcanzó con mulares la cota de los 6.700 metros operación considerada imposible.
Las puertas del callejón alto, donde los Link dormían aun su sueño de victoria, absorbían prácticamente a Ugarte y su gente. El primer sillero penetró conducido de su diestro, resbaló en las piedras del piso, se negaba y, jadeando, se resistía encaramarse por la fuerte pendiente. El Cabo Serrano quedó con los animales y la marcha del personal enfiló los tramos superiores. Los ocho esforzados se administraron pastillas contra el sueño y trabajosamente ascendieron la quebrada final. El progreso era mínimo: dos o tres pasos y alto, fue la regla de los últimos metros, hasta normalizar el aliento perdido. Entró el disco solar ya al horizonte cuando el dramático descubrimiento del cuerpo de Link, suspendió los ánimos como paralizando a los hombres. Allí estaba el cóndor caído, en la actitud que revelaban fotografías de Huerta, de rompevientos blanco y pantalón verde claro. Un trecho más, y la heroica Adriana Bance, apareció, aquietada para siempre en su perenne descanso. Ugarte, ordenó la continuación del avance. Las agujas del reloj señalan las 19,30 horas y el tiempo era inmejorable, tal lo decía la extraordinaria temperatura: 5° C., el embrujo de la cumbre atraía con irresistible empuje, y fieles a tal encantamiento los ocho andinistas, palmo a palmo, se aproximaban con desesperante lentitud al pináculo americano.
En la cresta de unión hallaron otro objeto: mochilas, guantes, un termo… El descubrimiento invitaba al descanso, y en tanto que el personal recuperaba un algo de fuerzas, las conjeturas acerca del probable dueño de aquellos efectos poblaban la conversación. Alguien estimaba que eran de Ruperto Freile, por los papeles de los envoltorios, que son chilenos, y se observaban en vano las proximidades, tratando de ubicar al andinista muerto, en el año 1937 y cuyo cuerpo permanecía en la hostil custodia del cerro. Poco tiempo después, se supo que esos elementos pertenecían a los andinistas chilenos, Solari, Freile y Espinoza, los dos primeros fallecidos trágicamente durante su descenso, en el año 1937, luego de hacer cumbre.
Cuerpo a tierra, deslizándose, los viajeros se arrastraban hasta el filo superior, impotentes para resistirse a la tentación de asomarse a la impresionante pared Sur del monte. Un dantesco precipicio de 3.000 metros aparecía, como alzado a compás y escuadra, sobre la costra blanca del helero del Horcones Inferior. La terrífica visión estremecía a los hombres, como sacudidos por la atracción del vacío.
Al cabo, el avance prosiguió abordando los trechos postreros del Aconcagua. Treinta metros restaban todavía, cuando un nuevo hallazgo matizó el monótono desplazamiento: la piqueta de algún ignorado montañés clavada a pocos pasos del soñado vértice. El piso subía abruptamente, con tal inclinación, que exigía trepar. Al costado otra senda rodeaba el borde superior del cerro, aparentemente por suelo fácil. ¿Qué hacer?... El escalamiento por la pared final no era difícil, pero la contingencia del viento, que golpeaba irregularmente, renovaba a cada instante el peligro del resbalamiento. La ruta fácil por el contrario imperio, reclamaría largos minutos, y con ella, la certidumbre latente del fracaso por la carencia de tiempo. Pero ahí estaban cinco andinistas de excepción, que al momento abordaban el cono de piedra por su cresta más ardua. La subida era dura, rodaban piedras flojas: las dificultades aumentaban en progresión geométrica. La vida en un hilo.
Poco tiempo después, un reducido grupo de montañeses, resto de la numerosa expedición que 17 días antes partiera de Puente del Inca, cayó de rodillas en la terraza de América, en muda oración, con los ojos húmedos. En solemne ceremonia se desplegó la bandera azul y blanca, nubes y cielo, y con inenarrable emoción se corea el nombre de la Patria.
Y en tanto rodaban por las barbas de las curtidas mejillas los relucientes granos de las lágrimas, el círculo ígneo del sol penetraba al océano azul: eran las 20,25 horas del 18 de febrero de 1946.
Por el duro pavimento del canal superior descendieron los cinco vencedores. Nueve horas de caminata les insumió la última etapa, un desnivel de 950 metros y lo hicieron en 32 horas desde que salieron del Campamento Base. Poco restaba de luz. Las primeras penumbras rosadas se densificaban en las depresiones, demarcando la irregular topografía del terreno. Se fueron oscureciendo las calles que ondulaban entre los peñones y una opacidad fluida se diluía en la atmósfera.
Pasos más abajo, los cuerpos de los Link, concitaban la atención de los hombres, que se dieron a la labor de preparar el lúgubre rescate. Los cadáveres, rígidos, como tallados en piedra, superaban las mermadas energías de la gente. Imposibles conducirlos a pulso: fue menester arrastrarlos, protegiéndoles con envolturas apropiadas las partes más expuestas. Las mochilas halladas se emplearon para encapuchar la cabeza de Adriana Bance, y con las cuerdas de avalancha se la deslizó, palmo a palmo, exagerando precauciones, por el centro del canaletón.
Los andinistas inverosímilmente agotados, se arrastraron también, mientras forcejeaban de las sogas, en inaudito intento de ganar terreno. Espeluznante escena, en medio de la noche que acompañaba los despojos ya familiares al coloso, fueron dos años justos de su muerte, la de aquel cortejo funerario en la cúspide de la montaña máxima del hemisferio.
A las 22,30 horas, y 22°C bajo cero, Ugarte, comenzó a experimentar síntomas de congelamiento y resolvió suspender la macabra operación. Apareció la luna, convirtiendo en plata líquida la morfología del teatro aconcagüino, cuyas piedras parecían estatuas colosales talladas a buril, de metálicos resplandores. Por una lengua de hielo pasaron fugazmente las sombras de los excursionistas rumbo hacia abajo. El ojo eléctrico de la linterna de Serrano, que aguardaba con el ganado, escrutaba el vacío negro en demanda de los camaradas, que a poco se preparaban afanosamente al pie de la Canaleta para el nuevo pasaje, ahora hacia abajo, de los acarreos. Una maraña de cabestros, riendas y correajes demoró los aprestos. La estoica tropilla, por su parte, habían injerido todo cuanto tenía a su alcance: pellones, sobrepuestos, mantas, en esa rara fiebre, sed o hambre, que indujo a devorar sin medida.
El fuerte tren de descenso, a manera de mecánico resbalamiento con las bestias del diestro, contrarrestaba la temperatura. El paso deslizante favoreció los movimientos involuntarios, el ritmo se entorpecía y las energías se gastaban al extremo. Por el suelo inconsistente la retirada alcanzaba los casi 6.000 metros y recobró la senda marcada el día 8 de febrero, en ese momento se montó…
Amaneció, en Plaza de Mulas un ruido de cascos anunciaba la llegada de la caravana. Eran las 06,30 horas del 19 de febrero. Extenuados pero felices del formidable existo logrado sobre el Aconcagua, los hombres se entregaron a un largo sueño reconfortante.
El día 20 de febrero, se realizó la quinta salida a la montaña. Las semanas transcurrían; la época se adelantaba. El clima, en extremo benigno, comenzó a variar, trayendo del valle los primeros síntomas: nubes, escarchilla. Urgía apresurar el cumplimiento principal de la misión: el magno rescate de Link y su gente. Y pese al agotamiento del personal y animales, el toque de atención de los prolegómenos tormentosos impuso retomar la ofensiva cuanto antes; el 20 si era preciso.
Y así se hizo. A las 10,00 horas, se inició el viaje, el último quizás. El lento desfile entre los habituales acantilados renovaba la sobrecogida sensación de impotencia que el atalaya cordillerano concitaba en los espíritus.
Ya en el refugio de los casi 6.000 metros, la partida se subdividió, en procura de ganarle minutos al día; un numeroso grupo, comandado por el esforzado Saligari, salió con la misión de cargar a lomo los cuerpos de Link y de Adriana Bance; el otro a las órdenes de Ugarte, dio los últimos retoques a la instalación permanente, acondicionando alimentos y ropas para las futuras expediciones y partió a recobrar los últimos equipos abandonados por Caretta y su gente.
Saligari, realizó cronométricamente el avance hasta la Canaleta, cargó en dos mulares los cuerpos de la desdichada pareja y acometió cuesta abajo los pedregales del acarreo.
La ventisca envolviendo la caravana en su frígido azote, demoraba la marcha. En los 6.600 metros, una inusitada aparición paralizó a los montañeses: un hombre yacente, despojado de pasamontaña, guantes y calzado. Era Kneidl, el tercer desventurado, caído en la dramática excursión de 1944. Saligari, comprendió que su rescate era imposible, por cuanto carecía de mulas carguera, y el muerto era corpulento para intentar descenderlo a mano. Penosamente, retomó el camino del valle.
El Aconcagua se despidió de su señor: nevaba pesadamente en las riscosas alturas que vieron cruzar cinco veces su fina silueta. En los 6.400 metros, el animal que lo transporta cayó rendido. Era ya de noche, una noche oscura, espesa como un muro infranqueable. Saligari, descargó el cuerpo de Link y ordenó proseguir la marcha, confiándolo a solo instinto de los animales.
Por los faldeos cerrados de sombras herméticas. Adriana Bance, muerta, va por la montaña de su destino, separada por primera vez de su compañero.
Horas después, duerme su eterna postración al pie de la cruz tutelar de Plaza de Mulas.
En tanto que, Saligari, empeñó a su gente, en la cristiana faena, Ugarte, revisó prolijamente los ámbitos de la alta zona, en procura de los elementos perdidos por la anterior expedición. La cansadora labor, sobrellevada por rincones inexplorados y parajes peligrosos, ocasionó otra sensible baja: un mular se desbarrancó y rodó al vacío. Era ya la tarde, las 15,00 horas, y al influjo de un cielo amenazador se inició el regreso, que pronto recibió la hostil despedida del viento cargado de fríos flechazos.
Al embate de la escarcha se descendió premiosamente. Ugarte, desconocía, en pleno temporal, la suerte corrida por Saligari, y sabía que todo intento de ayuda sería estéril, pero lo reconfortaba la esperanza de encontrarlo a su llegada en el Campamento Base. Empero, su cálculo fracasó. Al alcanzar Plaza de Mulas, el vivac estaba solitario. Una sensación desoladora invadió los ánimos y era preciso aguardar, esperar interminablemente, impotentemente. Eternos minutos de nerviosidad trajo el viento blanco, que rodaba por las laderas empujando puñados de nieve. En los lapsos de calma, la montaña fingía recortar en su piedra la figura de los jinetes espectrales.
Con las 22,00 horas, un grito horada de plano a plano la oscuridad. Era Saligari, que arribaba, sin novedad, al vivac de Mulas. Un estrecho abrazo puso fin a la angustia.
El 21 de febrero, la sexta salida al Aconcagua, madera fuerte la de estos andinistas, en pos de Link y Kneidl. Apremiaba el factor tiempo.
La senda tantas veces recorrida, marcada a fuerza del tránsito, se había borrado bajo la gruesa capa de la nieve. Las bestias fueron tanteando el piso con sus flexibles patas, se iban demorando, luchaban. Grandes trechos requerían el pasaje a pie con los animales llevados de las riendas.
Sin embargo, la oposición del suelo blando se superó, como siempre que lo anda un montañés de firme voluntad y hacia las dos de la tarde, la expedición alcanzó el lugar en donde se encontraba el cadáver de Link. Se echó de ver como la fuerte precipitación nevosa había dificultado la subida y aumentado los tiempos de marcha.
Al costado, sobre la pendiente, yacía Juan Jorge Link. Ugarte, y su gente calcularon cuatro horas más de marcha horizontal para alcanzar el cuerpo. Pero ahí estaba el temporal defendiendo su presa del intento tres veces rechazado. Las nubes del Oeste, aparecidas durante la mañana, concretáronse ahora en la tormenta alta. La orden no hizo esperar: descender. Y seguidos por la vorágine de los copos, las figuras emprendieron la nueva retirada hacia el valle, en tanto que De Biasey y Testoni, sin medios de auxilio ni ganado fresco, atisbaban desde Plaza de Mulas, con creciente congoja, la borrasca que barría furiosamente las pirámides elevadas del celoso guardián andino.
A las 21,30 horas, el castigado grupo entró al vivac, en plena retirada, como corolario de su sexta acometida al macizo y su tercer intento de recobrar a Link.
Se formó el consejo de guerra en el campamento. La situación era crítica. Hombres y mulas se encontraban exhaustos, al límite de sus posibilidades físicas. Empero si el cerro era inconmovible, la moral de la gente no sufrió mella. Las seis audaces excursiones al reino hostil, cruzándolo en todas las direcciones, coronándolo, develándole la leyenda de sus muertos heroicos y quintándole sus trofeos humanos, había calado en las energías y la lucha entró en su faz final, acaso funesta. Algo, sin embargo, restaba hacer: el último intento de bajar el cadáver de Link.
En cuanto a Kneild, permaneció en su túmulo blanco. Siendo rescatado el 8 de enero de 1948, por la expedición comandada por el entonces Capitán Gustavo Eppens, en la misma también participó el entonces Teniente mendocino Jorge Julio Casimiro Mottet; siendo hallado de espaldas, sin pasamontañas, desnudo y descalzo, como si lo hubiese atacado la locura de la montaña.
En plena deliberación arribaron al vivac mulares descansados, de la columna portadora de víveres. Y la decisión fue unánime: forzar la séptima ofensiva.
El 22 de febrero de 1946, memorable día, de victoria final. Ugarte, y tres hombres, Saligari, Aparicio y el Sargento baqueano Belindo Ávila, de la columna de víveres, emprendieron el postrer esfuerzo, a las 09,30 horas.
Mientras, Yansen, batía las carpas y aprontaba el regreso de la expedición a Puente del Inca, con el máximo de implementos. La corta caravana que se hundía en la inhospitalaria montaña, jugaba su última probabilidad. Los andinistas, compenetrados en su ardua misión, trepaban rápidamente las desoladas cuestas a favor del rendimiento de las bestias. A la altura del cadáver, la partida se desplazó horizontalmente, sin rodeos. Desde el mediodía, ligeras ráfagas se descolgaban del espacio, como alfilerazos helados.
A 100 metros del cuerpo, la ventisca arreciaba. Pasos más allá un nuevo obstáculo se interpuso: una formidable barrera de una lengua de glacial, de acentuada pendiente y piso cristalino. La banda resbaladiza quiebra el avance, como un tobogán de drama que conducía a la muerte. El Aconcagua, aprontaba sus máximas defensas al celo cristiano de los excursionistas.
Pero el ataque no demoró. Trozo a trozo, los vidrios opacos del hielo testimoniaban la punzante mordedura de las piquetas, y ya de lado la prudencia cautelosa que es norma del montañés, varios hombres se internaron en la faja especular, la atravesaron, liaron el cadáver y lo deslizaron al helado camino. Momentos después, el rígido cuerpo fue falda abajo sobre el glacial sendero, suavemente sostenido desde las rodillas, por un lazo.
Al cabo, se lo transportó a lomo. La gran talla del andinista muerto venció las fuerzas de la mula que lo cargaba y fue menester turnar los animales. En ese momento la tormenta amainó, como aceptando la derrota. Horas más tarde, Ugarte, alcanzó Plaza de Mulas que la soledad ensombrecía. Y casi sin solución de continuidad, el descenso prosiguió rumbo a Puente del Inca.
Por el dantesco escenario, iba Juan Jorge Link, el cóndor solitario del Aconcagua. Era la noche del 22 de febrero de 1946. A lomo de mula, rígido, desandaba el valle de su vieja obsesión, que lo viera por primera vez diez años antes con paso de vencedor marchar hacia la cumbre.
El Coloso lo había devuelto de sus fauces…y su amigo, Ugarte y su grupo, fueron los que lo habían rescatado…
La expedición de Ugarte de 1946, alcanzó cumplidamente sus objetivos, lo comprueban los hechos:
Coronó la cumbre del Aconcagua, con un nutrido grupo de andinistas militares y civiles.
Socorrió de su angustioso trance a los miembros de la expedición de Caretta. Recuperó los equipos perdidos en la montaña.
Recuperó los mulares dispersos por la tormenta de la expedición del CAM.
Rescató los cuerpos de Hans Stepanek, Juan Jorge Link y Adriana Bance.
Instaló el refugio permanente, más alto del mundo denominado en un principio Batallón de Cazadores, luego rebautizado con el nombre del primer escalador argentino que coronó el Aconcagua, Nicolás Plantamura.
Nos decía Roberto Testoni, perteneciente al CAM e integrante de la expedición: Ahora, por fin yacían esos cuerpos inanimados en la capilla preparada en el Refugio Militar General San Martín, en Puente del Inca. Toda la población pasó a verlos. Algunos por curiosidad. Muchos porque los conocían personalmente. Otros habían recibidos favores de Link, quien fue sumamente generoso en su vida. Los cadáveres perdían poco a poco su rigidez y la dureza que les había proporcionado los grandes fríos de la altura. De algunas heridas que tenía Madame, en la cabeza comenzó a manar sangre, como si recién se hubiese producido.
Además, algunos mechones de cabellos que el día anterior eran de un rubio hermoso, ahora se fueron poniendo de color blancos. Estos hechos recrudecían la pena en todos los observadores y amigos. Las flores rojas que aparecían en la sábana blanca que estaba bajo su cuerpo renovaba el sentimiento de dolor de los presentes. Parecía que la montaña aún había dejado un halo de vida, en que ahora se escapaba definitivamente. El Padre Ennis, ofició un responso y bendijo los cadáveres. Un grupo de jóvenes entró en silencio teniendo en sus manos ramos de flores silvestres recogidas en los montes cercanos. No ofrecían su presente quizás porque les pareciera muy modesto. Animados que fueron a hacerlo expresaron satisfacción en sus semblantes. ¡Qué mejor regalo podía hacérseles a Adriana y a Link, que ese! Flores de las montañas que amaban tanto…
Ya iniciado el cortejo fúnebre marchaba adelante el camión con los restos mortales y una escolta de soldados de montaña. Atrás otro, en el que subieron los integrantes de la expedición y muchos que solicitaron hacerlo durante el camino. Todos hablaban afectuosamente de los fallecidos. Luego marchaban varios automóviles con amigos personales y turistas del hotel.
Llegamos al pequeño cementerio donde descansan entre otros, los restos mortales de Bent, Marden, Kastelic y Reising, todos fallecidos en el Centinela de Piedra. Cerca de este último estaba abierta la fosa donde se introdujeron los féretros. Pronunciaron oraciones fúnebres el señor Miguel Gómez Echea, en representación del señor interventor Federal, que había dispuesto el sepelio en Inca y el Teniente Primero Ugarte. Luego, a requerimiento de este último, cada uno de los integrantes de la expedición echó un puñado de tierra en la fosa. Era la postrera despedida. Durante el retorno nos volvimos. Una cruz blanca marcaba la fosa. Nosotros, con un nudo en la garganta, les enviamos un saludo.
Además, Ugarte, realizó un informe de los resultados de la expedición y en ella, del desempeño de sus integrantes, dando como resultados la entrega de premios y diplomas y distinciones a los integrantes de la misma.
Meses después, de acuerdo a una resolución del Ministro de Guerra, tuvo lugar en el cuartel del Regimiento de Infantería de Montaña 16, en la ciudad de Mendoza, asiento de paz de la unidad, el 16 de mayo de 1946, el acto de entrega de los premios a los componentes de la expedición militar-civil, que había escalado el cerro Aconcagua, en el mes de febrero del corriente.
Ante un cordón de piquetas y cordadas, se encontraba el palco oficial, donde estuvo presente el Interventor Federal en la Provincia y Comandante de la Agrupación de Montaña Cuyo, General de Brigada Aristóbulo Vargas Belmonte, el señor gobernador electo de la provincia de Mendoza, Faustino Picallo, el señor ministro de Finanzas doctor Alfredo M. Egusquiza, de Economía, Obras Públicas y Riego, Marcelo Pieretti, de Gobierno y Asistencia Social, doctor Manuel J. Berga, Jefe de la Policía de la Provincia, Teniente Coronel Fernando Raúl Navarro, un Mayor del Ejército Boliviano y otras tantas autoridades civiles y militares, como así también, casi todos los integrantes de la Expedición conducida por el Teniente Primero Ugarte.
Participaron de la formación de la tarde, las tropas del citado regimiento y delegaciones de las demás unidades de la guarnición militar Mendoza, personal superior de la Base Aérea Militar El Plumerillo y numeroso público, participando además, delegaciones de clubes de montaña de la provincia.
El capitán Roberto Santiago Botta, dio lectura del Boletín Militar Publico Nro 725, en el cual, expresaba por parte de la conducción del Ejército, las felicitaciones a los integrantes de la expedición y el otorgamiento de distinciones, de acuerdo a como sigue:
Al Teniente Primero Valentín Julián Ugarte, Teniente primero Orlando Hugo Yansen y Sargento Ayudante Antonio Ángel Saligari, se les otorgó el Cóndor Dorado; al Sargento Ayudante Felipe Aparicio, Sargento enfermero Osvaldo Oscar González y el Cabo Baqueano Samuel Esteban, el Cóndor Plateado; al señor Roberto Luis Testoni, la medalla de oro, con el cóndor grabado en el anverso.
A continuación, en un elocuente discurso, el Comandante de la Agrupación de Montaña Cuyo, puso de relieve el alto espíritu patriótico y deportivo de los componentes de la expedición Ugarte, quien con acabo conocimiento de la montaña y excelente organización supo llevar hacia la cumbre más alta de América, el hasta ahora, más numeroso conjunto de andinistas, destacando además, este ejemplo, para todos los integrantes de las Tropas de Montaña, además, de recuperar los cadáveres de Adriana Bance, Juan Jorge Link y Gustavo Moller, más la instalación del Refugio Militar Plantamura.
La expediciones de 1945 y 1946, le permitieron a Ugarte, a pesar de la dura experiencia, tener la suficiente capacidad para planificar las necesidades que tenía el cerro Aconcagua, en cuanto a la instalación de nuevos refugios, con qué material fabricarlos, cómo debían ser su estructura y la mejor ubicación para que prestaran un mayor servicio a los deportistas.
Fue así que, durante algunos años y con la autorización y el pedido a las distintas autoridades militares, se abocó a realizarlos en las unidades militares correspondientes; para ello también seleccionó el personal que debía acompañarlo para sus instalaciones.
Cuando se inició la ejecución de la expedición al Aconcagua para la instalación de los nuevos refugios, el entonces Mayor Valentín Julián Ugarte, se desempeñaba como Jefe del Batallón de cadetes del Liceo Militar General Espejo.
El primer refugio que se fabricó fue el que denominó Refugio Primera Sección de Exploradores - Baqueanos de Cuyo, también llamado Plaza de Mulas Superior. Fue ubicado a cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar, se trataba de una construcción de madera, realizado su construcción en los antiguos Talleres de Reparaciones del Ejército próximo al Parque San Martín. Al igual se realizó con los otros dos refugios, también construidos en los tallares del Ejército, de menor porte e instalados en la ruta normal, a los 5.930 metros, el Eva Perón y a los 6.370 metros SNM., mediciones actuales, el denominado entonces, Presidente Juan Domingo Perón.
La expedición estuvo organizada con los siguientes integrantes: Jefe de expedición, Mayor Valentín Julián Ugarte, auxiliares: Suboficial Auxiliar (antiguo grado dentro de las jerarquías del Ejército, equivalente a Sargento Ayudante) Mario Luis De Biassey, y los integrantes de la Primera Sección Exploradores Baqueanos, cuyo jefe era el Teniente Rubén Virgilio Calcagno, además integrada por el Suboficial Auxiliar Nicolás Belindo Ávila, Suboficial Auxiliar Pablo Gabriel Lescano, Cabo Mayor (antiguo grado dentro de las jerarquías del Ejército, equivalente a Cabo Primero) Basilio Tello, Cabo Mayor enfermero José Mariño, Cabo Ayudante (antiguo grado dentro de las jerarquías del Ejército, equivalente a Cabo) José Arnoldo Núñez, Cabo Ayudante Tomás Adolfo Giménez, Cabo Ayudante Oscar Isidoro Ahumada, Cabo Ayudante Marcelino Julián Jofré, Cabo Ayudante Wencelado del Rosario Olivera, Cabo Ayudante Antonio Albino Calderón, Cabo Ayudante Modesto Francisco Ávila, Cabo Ayudante Juan Crisóstomo Sosa, Soldado clase 1929 Ricardo Amadeo Agüero, Soldado clase 1929, Hugo Segundo Arriagada, Soldado clase 1929, Cesar Ignacio Busto, Soldado clase 1929, Estanislao González, Soldado clase 1929, Ramón Guglielmi, Soldado clase 1929 Cesar Fabián García, Soldado clase 1929, Berlohin López, Soldado clase 1929, Luis Hipólito Percia, Soldado clase 1929, José Dámaso Pérez, Soldado clase 1929, Antonio Ramos, Operador cinematográfico de la Dirección General de Propaganda don Ítalo C. Sani y Topógrafo del Instituto Geográfico Militar don Enrique Bonetti.
En cumplimiento de la orden impartida por el Ministro del Ejército, el día 12 de enero de 1951, se concentró todos los integrantes de la expedición en la Compañía de Esquiadores de Alta Montaña, más precisamente alojándose en el antiguo Refugio Militar General San Martín, de Puente del Inca.
Los integrantes de la Primera Sección de Exploradores Baqueanos Cuyo, se trasladaron desde Uspallata, el personal en camión y el ganado en arreo.
En lo referente a víveres frescos y forraje, fueron trasladados y puestos a disposición de la expedición, por la Compañía de Esquiadores de Alta Montaña 8.
Se inició su construcción en enero de 1951 y se concretó la tarea de la construcción de los tres refugios el primero de febrero de 1951, su responsable fue el entonces mayor de Ejército don Valentín Julián Ugarte, destacado pionero del andinismo en nuestro país, para entonces vicepresidente de la Federación Argentina de Ski y Andinismo; esta institución le había encomendado la misión de construir los tres refugios que la entidad, desde tiempo atrás había planeado erigir en las estribaciones del cerro Aconcagua, asesorados por Ugarte, y el apoyo del Presidente de la Nación, que les permitió llevar a cabo, tan importante esta noble tarea.
Con el apoyo concreto del Ministerio del Ejército, personal, equipos y materiales, se comenzaron a preparar para su traslado y posterior armado. Pasamos ahora a transcribir parte del informe que realizó con motivo a la finalización de las tareas, por parte del entonces mayor Valentín Julián Ugarte:
Concordante con la orden impartida por S. E. El señor Ministro del Ejército, la misión a cumplir era:
Instalar a la mayor altura posible, un refugio similar al refugio “Teniente Nicolás Plantamura”. Se suponía que podía ser, entre los 6.600 y 6.700 metros. (recordemos que durante mucho tiempo se creyó que el refugio Plantamura y el Independencia, entonces Presidente Perón estaban a 6.400 y 6.700 metros, respectivamente, altura incorrecta, de acuerdo a medidas realizadas por GPS dan 5.930 y 6.370 respectivamente).
Instalar otro refugio a los 6.400 metros (5.930 metros), próximo al refugio Plantamura, denominado Eva Duarte de Perón.
Instalar un tercer refugio a 4.200 metros en Plaza de Mulas.
Marcación de la ruta, entre Plantamura y Presidente Perón, mediante señales especialmente construida al efecto (cabe señalar que estas señales todavía se pueden encontrar en la ruta normal entre estos dos refugios, son estacas de hierro, con un triángulo de chapa pequeño en el extremo).
Se dispuso para estos trabajos con personal y ganado de la Primera Sección Exploradores Baqueanos “Cuyo” y personal agregado de otras dependencias del Ejército Argentino, tanto civiles como militares.
Los tres refugios fueron financiados por la Federación Argentina de Ski y Andinismo (F.A.S.A.), entidad que por su intermedio solicitó al Ministros del Ejército, General de Brigada Don Franklin Lucero; subvención ésta que fue acordada especialmente por el Presidente de la Nación, General del Ejército Juan Domingo Perón. La partida fue de cuarenta mil pesos, colaboración necesaria para la construcción e instalación de los refugios; refugios que pasaron a ser custodiados, mantenidos y de responsabilidad del Ejército Argentino.
Todo estaba previsto, luego de que los carpinteros realizaron su trabajo; los futuros campamentos, la alimentación excelente y especialmente los espíritus de los participantes, con un optimismo ilimitado, lo que posteriormente fueron trasladarlos a los distintos campamentos en la zona del “Coloso de América”, solo el acérrimo enemigo de los andinistas, el clima, podía hacer fracasar todos nuestros planes”, nos comentaba el Suboficial Auxiliar Mario Luis De Biassey.
Estaba construido como un rompecabezas de madera, pintado las partes de distintos colores (amarillo y rojo) y en forma de tablero de ajedrez, por ser estos los colores que más resaltaban y eran difíciles de confundir y numerados para evitar la confusión y la pérdida de tiempo, permitiendo un armado más ágil y rápido.
Todo el material, tanto de este refugio, como los otros de mayor altura, llamados Presidente General Juan Domingo Perón y Eva Perón, estaban fraccionados en trozos no mayores de ochenta centímetros, lo cual permitió el traslado a lomo de mula, por un terreno sumamente accidentado.
De todos modos el material, especialmente las maderas del refugio de Plaza de Mulas Superior, se realizó, con maderas mucho más largas.
Sus dimensiones eran: tres metros de ancho, por cuatro de largo y dos metros treinta centímetros de alto; su techo era a dos aguas. Además estaban fijados por cables y tensores de acero, tomados por grampas a cada cabreada y en los otros extremos enterrados en el suelo. Su capacidad era para seis a ocho personas.
Nos decía además en su informe el entonces Mayor Valentín Ugarte:“a todos los refugios será necesario en la primera oportunidad, revestirlos con ruber-oil o un material similar, de esta manera se asegurará su conservación y se evitara posibles filtraciones de nieve y viento”.Desgraciadamente con el paso del tiempo, se fueron deteriorando, más el mal uso que le dieron algunos andinistas, que la desesperación o mala intención usó parte de ellos para hacer fuego; de todas maneras, creo en la posibilidad de reparación de los mismo, con materiales modernos especialmente a los de altura, que le darían un mayor abrigo a los usuarios y continuar prestando servicio.
Las horas de trabajo de mano de obra, que demandó el refugio de Plaza de Mulas, en los Talleres de Reparación del Ejército fueron: 550 horas de trabajo de carpintería, 50 horas de herrería y 60 horas de pintura.
Pese a no tener buen tiempo, este refugio, fue el último de los tres en instalarse, su ubicación lamentablemente se realizó sobre una morena, que a lo largo del tiempo, después de varios años, y con el movimiento propio del terreno, produjo que cada día que pasa, este más próximo a desarmarse, pese a los esfuerzos y al cuidado de los integrantes de la Compañía de Cazadores de Montaña 8 “Teniente Primero Francisco Gerónimo Ibáñez”, (Ex Compañía de Esquiadores de Montaña 8), que desde su instalación y en forma permanente, todas las temporadas estivales, han permanecido como custodios y apoyo de andinistas nacionales y extranjeros, con el mismo espíritu de servicio de aquellos pioneros que lo construyeron, para protección en la Alta Montaña Mendocina.
Creo oportuno realizar la transcripción del informe, efectuada por el entonces Mayor Valentín Julián Ugarte, que elevó al Ministro del Ejército, General de Brigada don Franklin Lucero:
En cumplimiento de la orden impartida por S. E. El señor ministro del Ejército, el día 12 de enero de 1951, se concentró todo el personal integrante de la expedición en el Refugio Militar “General San Martín”, en la localidad de Puente del Inca. Ya para esa fecha se había creado con el nombre de Compañía de Esquiadores de Alta Montaña 8.
La Primera Sección Exploradores Baqueanos “Cuyo”, se trasladó desde Uspallata, el personal en camión y el ganado por arreo.
En lo referente a víveres frescos y forraje, fueron provistos por la Compañía de Esquiadores de Alta Montaña, con guarnición en el Refugio Militar “General San Martín” y desde allí a cargo de la expedición.
Durante los días 12 y 13 de enero, se dedicó a la tarea de acondicionar las distintas cargas y pasar revista de equipos.
Para el refugio Eva Duarte de Perón, se realizaron fardos de 30 kilogramos, cada uno, con un peso total por mula de 60 kilogramos; resultando un total necesario de 14 cargueras, con un kilaje aproximado de 840 kilos.
Para el refugio Presidente Juan Domingo Perón, a razón de 25 kilogramos por fardos o sea 50 kilogramos por mula, siendo necesario la cantidad de 17 mulas, para trasladar un kilaje aproximado de 840 kilos.
Las cargas de víveres y elementos de vivac, a razón de 60 kilogramos por cargueras, para trasladar hacia el campamento base, en Plaza de Mulas; también se tuvo en cuenta, el desnivel, 1.400 metros, la distancia aproximadamente 38 kilómetros y el tiempo de marcha, entre 7 a 8 horas.
Se dispusieron de 60 mulas entre cargueras y silleras; las que tendrían que trabajar entre Puente del Inca y Plaza de Mulas y desde allí hasta los 6.700 metros.
El día 14 de enero, a las 08,30 horas, salió el primer escalón, a órdenes del Mayor Valentín Julián Ugarte y parte del personal; también los acompañó el Mayor Orlando Punzi. Se transportó la mayor parte de las cargas, víveres, leña y forraje. Alrededor de las 15,30 horas, se alcanzó Plaza de Mulas; de inmediato se procedió a instalar el vivac. El estado del tiempo era muy bueno a la salida, tornándose nublado y con fuerte viento cerca de las 12,00 horas, y a las 14,00 horas, comenzó a caer una ligera escarchilla, que continuó durante el resto del día. Mientras que el segundo escalón, retrasó su salida hasta las 10,30 horas, a órdenes del Teniente Calcagno, el cual tuvo que improvisar un vivac en Confluencia, debido al mal tiempo reinante (temporal de nieve).
El día 15 de enero, partió a las 09,30 horas, desde Confluencia, el segundo escalón; al alcanzar la Cuesta Brava, se desbarrancaron tres cargueras, destrozándose los elementos que transportaban y sufriendo heridas el ganado, lo que determinó su evacuación hacia Puente del Inca, terminando de llegar los últimos, cerca de las 16,00 horas; el resto del personal continuó con la instalación del vivac, el que quedó definitivamente constituido por: 4 carpas tipo detall, de doce paños, las que fueron destinadas, 2 para alojamiento del personal, una para cocina y la otra para comedor. Dos carpas más se armaron para alojamiento y una para depósito de víveres, todas fueron reforzadas con alambre, piedras y tierra, para evitar se filtrara el viento y para que fueran más abrigada en caso de temporal. También se construyó una pirca de piedras para cocinar. A nuestra llegada a Plaza de Mulas, se encontraban otras expediciones; los andinistas Helmud y Nicolás Cabjolsky, de la provincia de Córdoba y Tomás Kopp y su señora, Gerlinde Gunther de Kopp, de El Dorado, Misiones; asimismo se supo, que días anteriores habían estado otros andinistas, entre ellos los holandeses Rhodius, los argentinos Ridois, Paco Ibáñez, Flores, Pérez y la señora Severino, a quienes los había regresado la inestabilidad del tiempo y la gran cantidad de nieve caída y acumulada; al respecto se puede asegurar que desde Plaza de Mulas hasta la cima, había más de ochenta centímetros de nieve en el camino.
También, había una expedición boliviana integrada por tres andinistas, los cuales hacía varios días que habían iniciado el ascenso y nada se sabía al respecto, temiéndose por sus vidas, dado los fuertes temporales que habían azotado la zona.
Ante esta situación, se adelantó una patrulla de auxilio, integrada por el Mayor Orlando Punzi y el Suboficial Auxiliar Belindo Ávila, comisión que no pudo llegar al portezuelo del Manso, debido a la gran cantidad de nieve acumulada, aproximadamente un metro, en su recorrido.
El día 16 de enero, se continuó con los trabajos de arreglo del vivac; regresaron a Puente del Inca, el Mayor Orlando Punzi y los hermanos Helmud y Nicolás Cabjolsky.
El día 17 de enero, dado el excelente estado del tiempo, y la mejora en la temperatura reinante, parte una patrulla en auxilio de los andinistas bolivianos, integrada por el Mayor Ugarte, el Teniente C. V. Calcagno, el Suboficial Auxiliar Belindo Ávila y el Cabo Ayudante Olivera.
Después de varias horas de marcha y a la altura del refugio Teniente Plantamura, se encontró a los andinistas bolivianos, Douglas Moore Ichazo y Guillermo Sangines Rojas, que habían iniciado el descenso desde el refugio mencionado hacia Plaza de Mulas. Douglas Moore, presentaba congelamientos en ambas manos, mientras que Guillermo Sangines Rojas, congelamientos en las manos y pies y un grave estado neumónico. Completamente debilitados y agotados por el gran esfuerzo realizado, notificándonos de la lamentable desgracia ocurrida, al tercer integrante de la expedición, Gustavo Hurtado Moller Hergt, había fallecido hacía dos días y se encontraba aproximadamente a 6.700 metros. Montados todo el personal, regreso al campamento base. Una vez instalados en el vivac, después de alimentarlos, se les sometió a un tratamiento consistente en inyecciones de penicilina y arterocoline, el que se continuó durante toda la noche y al día siguiente.
El día 18 de enero, se envió telegrama al S. E. Señor Ministro de Ejército y al Director del Hospital Militar Mendoza, para informarles sobre el estado de los bolivianos. Se adoptaron las medidas para la evacuación de los mismos, los que fueron acompañados por los suboficiales baqueanos Cabo Ayudante Olivera, Sosa y Mariño, éste último, con la orden de aplicar durante todo el trayecto inyecciones de penicilina. El personal llegó a las 23 horas a Puente del Inca, en donde los esperaba el cirujano del Primer Destacamento de Montaña “Cuyo”, evacuándolos de inmediato a Uspallata y al día siguiente, al Hospital Militar Mendoza, en donde quedaron internados para su tratamiento.
El día 19 de enero, por razones de mal tiempo se continuó las tareas de acondicionamiento y preparación de cargas. Se observó que alrededor de las 12,00 horas el tiempo se descomponía y entre las 14 y 15 horas, se desencadenaba el temporal de escarchilla. De todos modos, por los reconocimientos realizados se pudo constatar que la ruta estaba en condiciones para que las mulas y el personal pudiera desplazarse sin inconvenientes, lo que permitió, programar un régimen de trabajo, el que consistió en lo siguiente:
Se dividió el personal, destinándose para, trabajo de altura, en el vivac y conformando la columna de abastecimiento; este último, trabajando desde Puente del Inca y Plaza de Mulas.
Para la columna de abastecimiento se determinó, que la hora de salida desde Puente del Inca sería a las 06,00 horas; más tarde no debía hacerse, por los temporales que se desataban luego del medio día. En caso que durante el trayecto se precipitara una tormenta, debían de inmediato hacerse alto y vivaquear, es decir, no exponerse inútilmente.
Para los trabajos de altura, estarían a órdenes directas del suscrito, y se actuaría de acuerdo al estado del tiempo y a las órdenes que se impartieran para el caso.
El día 20 de enero, llegaron alrededor de las 16,00 horas dos andinistas, estudiantes de la Universidad de Córdoba, que formaban parte de una expedición de siete personas, que intentarían la ascensión a la cumbre, ellos eran: Teófilo Fanin, Benjamín Otero, Carlos Falconi, Jorge Castillo, Luis Tejeiro, Guillermo Castilla y Ricardo Weiss.
A su llegada informa el jefe de la columna de abastecimiento, que habían encontrado a los andinistas cordobeses, en Confluencia y algunos de ellos se encontraban bastante agotados.
Ante esta situación se envía en auxilio al Suboficial Auxiliar Belindo Ávila, y el Cabo Ayudante Ahumada, con cabalgaduras suficientes, para su traslado a Plaza de Mulas.
El día 21 de enero, se inició a las 10,00 horas la ascensión, a las tres horas de marcha y en proximidades de Nido de Cóndores, se regresó por el mal tiempo; una liviana escarchilla y una gran cantidad de nubes desde la dirección del cerro sin Nombre, indicaron que se iba desencadenar pronto un temporal.
El día 22 de enero, amaneció con ligeras nubes y viento arrastrado, a las 09,30 horas, se inició la marcha hacia el primer refugio que se instalaría, el Refugio Presidente Perón. La columna era numerosa, la integraban: Mayor Valentín Ugarte, Teniente Calcagno y los suboficiales De Biassey, Belindo Ávila, Lescano, Tello, Jofré, Modesto Ávila, Núñez y Olivera y los soldados conscriptos González, Arriaga y Ramos y el operador cinematográfico Sani; durante todo el trayecto los acompañó el viento, y las nubes fueron en aumento.
Se debieron abrir nuevas huellas, por la acumulación nívea, lo cual, hacía muy penosa la marcha; a las 14,00 horas, se llegó a los 6.400 metros, pero se descargó una tormenta, obligándonos a bajar todo el material, el frío se hizo más intenso, el repliegue se inició de inmediato, llegando a las 16,30 horas al vivac.
El día 23 de enero, nos alistamos para ascender nuevamente, pero el mal estado del tiempo nos hizo desistir la salida. Desde Puente del Inca, llegaron los esposos Antinucci y Martínez y el andinista Santiago Lehner, facilitándole por nuestra parte alojamiento y comida.
El día 24 de enero, en virtud del mal tiempo que azotaba la zona desde antes que nosotros llegáramos, y en vistade que no mejoraría el tiempo, según los pronósticos del andinista alemán Tomás Kopp, nos decidimos a iniciar los trabajos, a pesar de todo, dado que de otro modo no se cumpliría con el cronograma de la misión encomendada.A las 13,05 horas, partió la columna, transportando el refugio de 6.400 metros (recordemos que esa altura es de 5.930 metros de acuerdo a las últimas mediciones realizadas), alcanzándose dicha altura a las 18,45 horas, la misma estaba integrada por el Mayor Ugarte, el Teniente Calcagno, los suboficiales De Biassey, Belindo Ávila, Lescano, Tello, Jofré, Modesto Ávila y Olivera, los soldados Arriagada, Ramos y el operador cinematográfico el señor Sani. Ante la presencia del pronto desencadenamiento del temporal, se descargó y se inició el descenso, a los treinta minutos, fuertes vientos que arrastraban nieve de las laderas y muy baja temperatura, azotaba al personal en su retirada hasta el campamento base.
El día 25 de enero, partió la columna a las 09,30 horas, con la misma gente que el día anterior, pero ahora se tenía la intención transportar los materiales, que se encontraban depositados próximo al refugio “Plantamura”, para armar el refugio “Presidente Perón”. El estado del tiempo poco promisor, con fuertes vientos y helado, las nubes que iban cubriendo el cielo, anunciaban el temporal, no obstante a las 13,00 horas, se llegó al refugio “Plantamura” (5.930 metros). En esta oportunidad, se encontró el equipo del andinista boliviano fallecido (Moller), dejado por sus compañeros. En vista del intenso y fuerte viento, nos obligó a hacer un alto, y al no disminuir, se desistió de continuar hacia el lugar en donde se pensaba instalar el refugio más alto, y se inició con el armado del refugio “Eva Duarte de Perón”. Aproximadamente a las 18,45 horas, fue necesario suspender los trabajos, la temperatura había bajado sensiblemente, veinte grados bajo cero. Y en vista de que algunos hombres comenzaban a sentir los efectos del frío, se inició el descenso, alcanzándose el vivac a las 19,00 horas. Mientras tanto, en Plaza de Mulas, fue necesario evacuar al andinista cordobés Carlos Falconi, que presentaba un estado enfermizo con características de neumonía (seguro, principio de edema).
El día 26 de enero, todo el día se tomó descanso, para recuperarse.
El día 27 de enero, salió la columna a las 09,00 horas, con la idea de llevar los materiales desde el refugio “Plantamura” hacia el emplazamiento del futuro refugio “Presidente Perón”, mientras el estado del tiempo era, nublado con viento del Sur; se alcanzó el primer refugio y luego de cargar el material, se continuó la marcha; a la hora, se agudizó el temporal, siendo necesario detenerse y esperar por espacio de un cuarto de hora, para ver si mejoraba, tiempo en que después se abrió el cielo y salió el sol; pero el mal tiempo nos acompañaba, siguió la escarchilla cayendo, eso nos hizo detener, bajar el material y cuando nos íbamos a regresar, se mejoró nuevamente, permitiéndonos llegar, aproximadamente, donde íbamos a ubicar el refugio. Luego de un reconocimiento, se bajó el material, dejándolo en el lugar próximo a la senda de subida, lugar adecuado que respondía ampliamente a las exigencias, encontrándose en la mejor ruta de ascensión, a una muy buena altura y a cinco horas de la cumbre. Aquí se inició el armado, a las dos horas de trabajo, cuando se tenía la base instalada, fue necesario abandonar la tarea y regresar de inmediato, en razón de que se desencadenó un fuerte temporal de viento blanco.
Si bien el temporal se había presentado desde la mañana, éste se desató más copiosamente y en forma repentina, al cambiar la orientación del viento, del Sur primero, y luego empezó a correr desde el Norte. También la baja temperatura (veinticinco grados bajo cero), había causado dolorosos enfriamientos en pies y manos de algunos hombres; ante esta situación, se inició el descenso, azotados en todo el trayecto por el viento blanco y llegando al campamento a las 20,30 horas.
Procedente de Puente del Inca, llegó el andinista norteamericano Alberto Heine, agregado diplomático en la embajada de Chile, acompañado por el Teniente Atilio Ramazzi, oficial del Refugio Militar “General San Martín”, que ya se había transformado en Compañía de Esquiadores. También llegó el topógrafo Bonetti, perteneciente al Instituto Geográfico Militar, todos fueron alojados en nuestras carpas dormitorio. Tenían intensiones de ascender en forma inmediata a la cima, luego de conversar, se les aconsejó que no era prudente, pues necesitaban unos días de aclimatación y además el tiempo estaba muy inestable.
El día 28 de enero, amaneció nublado y con viento. La noche había sido agotadora para el andinista Heine, quien resolvió regresar a Puente del Inca, luego de una noche de insomnio, dolores de cabeza y apunamiento. El resto de la gente, descanso todo el día.
El día 29 de enero, llegaron desde Puente del Inca, las primeras cargas con el material del refugio que iba a ser instalado en este lugar, Plaza de Mulas; se procedió a nivelar el piso y preparar los elementos.
El día 30 de enero: partió el personal destinado a continuar armando el refugio más alto, ellos fueron: el Mayor Ugarte, Suboficiales Ávila, Ahumada, Jofré y Giménez. El estado del tiempo siguió siendo malo, nublado, con fuerte ráfagas de viento que hizo muy molesta la ascensión, tardando 6 horas para llegar a nuestro destino. De inmediato, se procedió al armado del refugio, el fuerte viento y el frío, contribuyó para que el rendimiento del trabajo fuese escaso.
Se levantó una carpa, para que por turno el personal descansara y se repusiera de los efectos del clima. Faltando aproximadamente cuarenta minutos para finalizar la tarea, hubo que desistir e iniciar el descenso, pues algunos hombres comenzaban a sentir por efecto de las bajas temperaturas, algún enfriamiento en sus miembros, además el viento había aumentado considerablemente su intensidad.
El descenso fue muy penoso y lento, obligó hacerlo prudentemente, reuniendo la gente, evitando la dispersión o alejamiento de la columna de marcha y en algunos casos fue necesario recurrir a enérgicos masajes para reactivar la circulación y para que pudieran entrar en calor.
El día 31 de enero, se dividió el personal en dos partes, una comisión para intentar el rescate del andinista boliviano Moller y otra para darle término a los trabajos del refugio “Presidente Juan Domingo Perón”. Se fijó a las 09,00 horas la partida, pero recién pudo realizarse a las 13,00 horas, cuando disminuyó la intensidad del viento.
La patrulla de rescate estaba integrada por el Mayor Ugarte, Suboficial Auxiliar Belindo Ávila, y el Cabo Ayudante Jofré. Además, debe aclararse que toda vez que se subió, se trató de rescatarlo, lo que no fue posible a causa de los temporales, que no dieron suficiente tiempo para realizar un búsqueda exhaustiva; en vista de la imposibilidad de llegar por la ruta normal, debido a la gran cantidad de acumulación de nieve caída; sobre el glaciar Schiller (ya inexistente), es decir, en el Portezuelo del Viento, por donde debería pasar el ganado, se tentó por la pendiente del Gran Acarreo; de esta manera después de cinco horas y treinta minutos de marcha, se alcanzó aproximadamente los 6.700 metros.
El excelente rendimiento de marcha, se debió especialmente a que el terreno estaba en gran parte, cubierto de nieve, dándole consistencia al material del acarreo. Donde la nieve había desaparecido, la gran humedad había contribuido, para que la baja temperatura le diera solidez. De acuerdo al informe recibido de los andinistas bolivianos, el cuerpo debía encontrase en el estrangulamiento sobre unas piedras negras, pero en uno de los zigzag, y exactamente en el límite derecho del Gran Acarreo, dejando la cumbre a nuestras espaldas, apareció el cadáver sobre unas rocas amarillas. Se supone, que la falta de exactitud de los informes recibidos de sus compañeros, fueron debido al estado en que se encontraban, agotados, con principios de congelamiento y con los efectos de la altura.
El cadáver se encontraba en la siguiente posición: boca arriba, perfectamente acomodado, las manos cruzadas sobre el pecho, el pasamontañas bajo, cubriéndole la cara y atado sobre la cintura de manera que no se desprendiera. Se notaba que sus compañeros habían obrado con toda serenidad y que no habían abandonado a su compañero, sino por el contrario, habían prestado toda la ayuda necesaria y posible.
Para el transporte del infortunado, se lo envolvió en un paño de carpa, y luego, atándolo con un lazo, lo fuimos arrastrando sobre el terreno nevado hasta Nido de Cóndores, lugar éste en donde lo cargamos sobre la mula, no pudiéndose realizar antes, por el peso y el terreno cubierto de nieve, peligrando el desplazamiento del ganado en este zona. De esta manera, a las 20,30 horas, se alcanzó el campamento base, procediéndose a darle sepultura momentánea en el glaciar, para evitar su descomposición.
Minutos más tarde, llegaron desde Puente del Inca, el Presidente del Club Andino Boliviano, señor René Salles y el Presidente de la Asociación Mendocina de Andinismo y Esquí, el señor Ramón Gil, acompañados por el Teniente Vaca, quienes concurrieron a requerir datos sobre el rescate de Moller. Todos se alojaron en nuestro vivac.
Regresó luego, a Puente del Inca, el topógrafo, señor Enrique Bonetti, quien da por terminado su labor.
El día primero de febrero, se procedió a primera hora, a acondicionar el cadáver para transportarlo a Puente del Inca; una vez terminada la tarea, el personal formó en una fila y se le rindió los honores correspondientes; previo a esto el suscrito, pronunció palabras alusivas al caso, que luego fueron respondidas por el señor Salles. Cabe destacar que en el mástil de Plaza de Mulas, debajo de la bandera Argentina, se izó la bandera boliviana, que fuera bajada oportunamente desde el refugio “Plantamura”.
Para acompañamiento se designó, al Teniente Calcagno, dos suboficiales y dos soldados.
Posteriormente, partió la columna para el refugio Presidente “Perón”, para finalizar con la tarea, regresando a las 20,00 horas, dando por concluido las tareas encomendadas.
De esta manera, el 1ro de febrero, quedó prácticamente finalizados los tres refugios, colocándosele en los mismos el libro de refugio y denominándoselos:
1. Refugio de Altura Permanente “General Juan Domingo Perón”, aproximadamente a 6.700 metros, es el refugio permanente más alto del mundo.
2. Refugio de Altura Permanente “Eva Duarte de Perón”, aproximadamente a 6.400 metros, al lado del Refugio “Teniente Nicolás Plantamura”.
3. Refugio Permanente Primera Sección Exploradores Baqueanos “Cuyo”, a 4.200 metros, en Plaza de Mulas.
En cada uno de los refugios se dejaron víveres, y en el refugio más alto, una bolsa de cama reglamentaría. También se completó el señalamiento de la ruta, entre los 6.400 metros a 6.700 metros; y se cursó un telegrama, a S.E. el señor Ministro de Ejército, para informarle la finalización de las tareas.
El día 2 de febrero, se dieron por finalizadas las tareas, replegándose el vivac y la gente en dos escalones, hacia la localidad de Puente del Inca.
El día 3 de febrero, se realizó la desconcentración de todo el personal y se inició con la confección de los informes y novedades, a los distintos niveles de la conducción militar del cual dependían los integrantes de la expedición.
No menos interesantes son las conclusiones que de la misma sacó su jefe de expedición, las cuales traemos en su biografía como trabajo empírico e informativo para futuras expediciones, nos decía Ugarte:
En cuanto a la alimentación se llevó a cabo en el Campamento Base, mediante la confección de comidas con víveres frescos y de acuerdo con un menú establecido. Se logró de esta manera, mantener el organismo en un muy buen estado de energías.
En la recepción de los mismos no hubo problema, ya que los mismos eran traídos desde Puente del Inca y además, favoreció su mantenimiento por las bajas temperaturas, permitiendo ello su acopio.
Solamente se utilizaron los víveres envasados, conservas, tales como mondongo, puchero, etc., cuando se efectuaban las ascensiones, ya que por razones de comodidad y tiempo, era más factible; en todos los demás casos, se desechó este tipo de comida envasada.
Considero que solamente debe recurrirse a las comidas preparadas y envasadas, en aquellos casos que no es factible hacerlas con víveres frescos, pues la asimilación es más deficiente y como consecuencia no es nutritiva.
Durante la ascensión se llevaban caramelos y chocolates. También, se ha comprobado que una vez aclimatado el organismo acepta y digiere cualquier comida y fue así, como el personal se alimentó normalmente a 6.400 y 6.700 metros, con comidas envasadas.
No hubo casos de vómitos, ni apunamiento, atribuyéndoselo esto, al excelente estado de entrenamiento y aclimatación.
Para la confección de las comidas en el Campamento Base, se utilizaron las cocinas térmicas reglamentarias de uso en las unidades de montaña, con muy buenos resultados. Fueron prácticas y resolvieron ampliamente el problema, por su rapidez y tiempo que conservaba el calor.
Como combustible se utilizó la leña, pero además, normalmente se utilizaron dos cocinas de kerosene. Estás fueron muy buenas en su resultado y funcionamiento, facilidad de manejo y manuables. Especialmente, en los días de temporal. También, la cocinas de kerosene, tiene la ventaja que pueden ser utilizadas como estufas. La distribución de la comida en el Campamento Base, se realizaba dentro en la carpa comedor, evitándose así, el enfriamiento de la misma. Como bebidas, se empleó vino mezclado con limonada, muy conveniente el ingerir alcohol, pero en forma moderada. Ninguna otra bebida fuerte se utilizó. (Sabemos que el ingerir bebidas alcohólicas, es contraproducente, ningún tipo de bebida alcohólica es recomendable, por cuanto son vasodilatadores, lo cual, provoca que haya un calor superficial y por la apertura de los vasos capilares, se produzca una mayor pérdida del calor superficial).
La misión establecida para la expedición fue ampliamente cumplida, lográndose la instalación de los tres refugios, se rescató los muertos de la expedición de Link, se prestó ayuda a otras expediciones que se encontraban en el cerro, se auxilió a la expedición boliviana y se recuperó el cadáver de uno de sus integrantes, Gustavo Moller, y se coronó la cima del cerro.
Continuaba con el informe Ugarte, nos decía: Con la instalación de la cadena de los refugios se ha logrado dar protección a los ascensionistas, teniendo en cuenta que se pueden usar escalonadamente los refugios desde Plaza de Mulas hasta el refugio Presidente Perón, pudiéndose ser alcanzados cualquiera de ellos, en caso de temporal. Se ha logrado de esta manera dar seguridad a la zona y muy especialmente para las expediciones de carácter científico, hombres de ciencia que concurren a efectuar sus estudios. En este sentido resulta un campo extraordinario de acción para estudios sobre la energía cósmica. Única en el mundo por la elevada altura, apoyándose en estos refugios. Hasta el momento su actuación, en este cerro, se redujo exclusivamente a la colocación de placas, por andinistas a diversas alturas, retiradas por los mismos y entregadas a la Universidad Nacional de Cuyo, Instituto de altos estudios que daba dichas tareas.
Respecto al personal militar integrante de la expedición, más específicamente la Primera Sección de Exploradores Baqueanos, ha puesto de manifiesto un elevado espíritu militar, abnegación, sacrificio e inquebrantable, voluntad para sobreponerse al cansancio, fatiga y adversidades del tiempo y de los obstáculos que se han presentado. Para lo cual debo destacar:
Se subieron ocho veces a alturas superiores a los 6.400 metros.
Se trabajó normalmente con muy bajas temperaturas, bajo cero y en varias oportunidades se llegó a superar los 25°C bajo cero.
Las tareas se tuvieron que realizar desafiando el temporal y varias veces con viento blanco, demostrando el personal, capacidad y conocimiento para actuar en tales circunstancias.
Se trabajó en tareas pesadas entre los 4.200 y 6.700 metros, carga y descarga de materiales, armado de los refugios, trabajo con pala y pico, etc., lo que puso en evidencia la excelente aptitud para realizar esfuerzos a elevadas alturas. Teniendo en cuenta que cualquier movimiento brusco en las mismas se traduce en apunamiento, cansancio, vómitos, etc., lo cual, ninguno de esas manifestaciones se produjeron.
También, podemos decir, que los temporales pueden ser previstos con una antelación de tres o cuatro horas, por los indicios que el mismo ambiente produce; destruyéndose así el mito de que estos son repentinos, inmediatos o relámpagos, por el contrario se manifiestan con suficiente antelación como para tomar las previsiones del caso.
No hay temporales repentinos, sino que se van preparando mediante la presencia de nubes que van en aumento paulatinamente. Lo inmediato es el desencadenamiento del mismo. Es decir, que una vez formado, puede desencadenar en cualquier momento con toda su intensidad, no en forma gradual, sino por el contrario; a los pocos momentos es ya un vendaval de viento blanco, con velocidad que puede alcanzar hasta los 250 kilómetros por hora y bajando la sensación térmica a varios grados bajo cero; oscureciéndose todo instantáneamente y perdiendo de esta manera toda orientación.
El ganado, dio excelente resultados, con un gran rendimiento de marcha y permitiendo el traslado de las cargas a los lugares previstos para la instalación de los refugios. Habiéndose puesto de manifiesto que las mulas pueden alcanzar las mayores alturas sin inconvenientes; conservando energías y aptitud. Solamente les cierran el paso los accidentes del terreno, de lo contrario, acompaña al hombre durante toda la ascensión.
Conviene efectuar siempre un desdoblamiento en los animales, destinados para los trabajos de altura y otros que se realizan hasta el Campamento Base.
En cuanto a la aclimatación, toda ascensión requiere de un periodo de aclimatación en Plaza de Mulas, debe ser no inferior a cuatro días; esto permite, la adaptación del organismo a la altura y da excelentes resultados antes de tentar la cumbre, efectuando ascensiones a 6.400 y 6.700 metros, aprovechando los refugios, subir y dormir una noche y bajar al campamento base y posteriormente, hacer la ascensión. Esto permite que el organismo acepte la comida a grandes alturas y no se pierda el apetito.
Las ascensiones con nieve como ocurrió en nuestra expedición, son doblemente penosas y los ascensionistas deben calcular un 70 % más de tiempo a emplear en sus recorridos. El desgaste de energías, en muy grande, a la dificultad de la marcha se le debe agregar el frío o en caso de sol las quemaduras, por el reflejo del mismo.
Se ha probado una vez más que con temporal ya sea de nieve o viento o ambos, el cerro Aconcagua es peligroso.
Todo andinista que pase la noche anterior al intento final a la intemperie sin carpa y bolsa de dormir, disminuye en un 80% sus posibilidades de éxito.
Las energías que gasta el organismo para sobreponerse al frío y a la altura son incalculables y se traduce en un gran debilitamiento y posibles congelamientos, con el agravante que este estado se manifiesta mediante el agotamiento total y generalmente, se nota más cuando se inicia el esfuerzo final de la ascensión. No es un decaimiento progresivo sino inmediato.
En caso de tiempo inestable o temporal, lo aconsejable es guarecerse en los refugios y posteriormente, regresar a Plaza de Mulas, en espera de tiempo favorable. De esta manera no se debilita inútilmente el hombre; hay que tener en cuenta que toda energía gastada no se recupera sino en el Campamento Base.
El líder o jefe de expedición debe tener el tino o conocimiento para dar órdenes oportunas al régimen de trabajo, como consecuencia de su experiencia y observación del tiempo y estado de la ruta.
Entre los trabajos efectuados, se cuenta el nuevo trazado de la senda hasta el portezuelo del cerro Manso. Esta corre a la izquierda de la senda vieja, presenta la ventaja de ser menos peligrosa y tener menos pendiente.
También se arregló la subida al portezuelo de Plaza de Mulas. Se señaló la ruta entre los dos refugios altos de 6.400 y 6.700 metros, mediante señales de hierro pintadas de amarillo. Se prestó colaboración en todo momento a las expediciones civiles, transportando cargas y facilitando silleras, también, carpas, alimentos y asistencia médica.
La pendiente del Gran Acarreo, con poca nieve es una buena ruta de ascensión, dado que el material de acarreo se ha solidificado y no se desmorona.
La participación del topógrafo Enrique Bonetti, perteneciente al Instituto Geográfico Militar, permitió que este técnico pudiese medir nuevamente y establecer la cota del cerro, además efectuar estudios y trabajos para determinar las alturas de los cerros circundantes.
Respecto al refugio Plantamura, luego de un estudio de la ubicación del mismo, se llega a la conclusión de que resulta difícil ubicarlo durante el descenso, por las siguientes causas:
Falta de observación de los andinistas, que no observan generalmente con detenimiento la ruta seguida.
El no orientarse por trechos durante la ascensión, ubicando punto característicos.
El refugio debe tener colores llamativos.
Se filmó por primera vez una película, de las actividades desarrolladas (este tema debemos tener en cuenta que es a nivel nacional, dado que los polacos, en el año 1934, hicieron una película de su ascenso, aunque de mala calidad esa es al menos la primera). La misma estuvo a cargo del operador cinematográfico Sani, perteneciente a la Dirección General de Propaganda del Ejército.
Debemos tomar como experiencia el fracaso de la expedición boliviana, cuyos participantes subestimaron la magnitud que adquieren los temporales en este cerro, y como consecuencia del agotamiento y desgate que esto les produjo, tomaron decisiones equivocadas. Una de ellas fue el de creer que en la altura podían sobreponerse a los efectos que a los mismos le habían producido. Cometieron el error de ascender con temporal, en vez de regresar al Campamento Base y dormir sin elementos a la intemperie, ocasionándoles un enorme debilitamiento.
Contribuyó también, un exceso de amor propio por alcanzar la cumbre, magnificado por el hecho de ser la primera expedición boliviana que intentaba el escalamiento y muy especialmente, que fue subvencionada por la Federación de Andinismo Boliviana.
Si bien, al quedarse a dormir a los 6.700 metros, respondía a la doble finalidad de ascender las dos cumbres, Norte y Sur, como lo habían manifestado, prueba esto que no tenían, un conocimiento profundo de los tiempos de marcha y del esfuerzo a realizar.
Por el momento y dado el escaso conocimiento y experiencia que se tenía sobre la ruta a la cumbre Sur, resulta por decirlo así, casi imposible pretender hacer las dos cumbres, en forma continuadas.
Se trata de dos ascensiones distintas, aunque tengan un tramo en común, razón por cual, es indispensable recuperase previamente antes de lanzarse a la otra, influyendo preponderantemente el factor tiempo.
Estos errores costaron una vida. El Aconcagua es invencible con temporal, no se lo puede desafiar y se está al borde del fracaso, aún a un metro de la cumbre.
La tragedia ocurrida no tuvo mayor magnitud, debido a la gran capacidad andinística de sus integrantes, su esmerado y notable entrenamiento, carácter, energía y valor, el que no perdieron en ningún instante.
La muerte de Moller, de acuerdo al informe de los médicos se debió a un problema cardíaco como consecuencia del esfuerzo.
A este personal se le brindó en todo momento toda clase de atenciones, las que se prodigaron desde el rescate de los mismos, hasta su completa atención médica en el Hospital Militar de Mendoza, en donde quedaron internados hasta su total restablecimiento.
Respecto a las prendas del equipo reglamentario, ha dado excelentes resultados. Sin embargo, sería muy conveniente que, la capucha del rompeviento, alrededor de la parte abierta, se le coloque una franja de piel suave, que permita suavizar el rozamiento con la cara, dado que cuando se congela la tela, cargada de humedad, se acartona y produce escoriaciones en el rostro por las bajas temperaturas y el congelamiento de la tela.
Luego de esto, en el informe, Ugarte volcó una serie de proposiciones en cuanto a la actuación de sus integrantes, tanto civiles como militares, incluyendo el otorgamiento de las distinciones de montañas a los que por su labor necesitaban de este tipo de calificación para lograrlo, especialmente a los baqueanos, que tan laboriosamente habían ayudado a concretar los objetivos de la expedición. También solicitó se descargue los elementos con cargos que fueron dejados en los refugios con el propósito de brindar un mejor auxilio para aquellos que lo necesiten.
También considero importante como parte del biografiado, que los detalles de los antecedentes y opiniones de los integrantes de la expedición de los andinistas bolivianos, completen este trabajo, por cuanto vemos la calidad de Ugarte, como montañés y como militar, de las cualidades del jefe de la expedición, del entonces mayor Valentín Julián Ugarte; Douglas Moore Ichazo, en su informe nos decía:
El día 8 de enero de 1951, llegamos a Plaza de Mulas a las 13,00 horas.
El día 9 de enero, partimos a las 10,00 horas, subimos a llevar cargas, trasladando además, de los equipos individuales, una carpa, tres bolsas, tres equipos para hielo y una cuerda de 30 metros, un cinturón sanitario, un calentador con petróleo y víveres para 7 días. Seguimos la senda de las mulas hasta las 16,00 horas en que cambió el tiempo, se cubrió repentinamente el cerro Cuerno, y empezó a caer ventisca y la nieve borró la senda cuando estábamos un poco más alto que Nido de Cóndores.
Sanguines, encontró un antiguo campamento protegido por una gran roca de talco y una pirca pequeña que lo reforzaba. Instalamos la carpa bien tensada, cocinamos, cenamos y pasamos una noche confortable. La temperatura mínima exterior era de 14°C bajo cero.
El día 10 de enero, al clarear observamos que seguía la ventisca; a las 09,00 horas, bajaban dos escaladores del refugio Plantamura, estaban cansados y dijeron que en el refugio había cinco personas más, que no se encontraban bien, tenían vómitos y una se encontraba con los pies helados, y que habían llegado hasta los 6.800 metros; aceptándonos algunos víveres; luego, bajaron.
Quedamos todo el día en la carpa; explorando las cercanías por la tarde. La noche fue regular y la temperatura bajó a los 17°C bajo cero.
El día 11 de enero, siguió el bloqueo. Por la tarde, se calmó; levantamos el campamento y fuimos avanzando 200 metros por hora, entre rachas de nieve y caminando sobre nieve profunda; esto nos provocó que tuviésemos que volver al mismo lugar de donde habíamos salido. La noche fue mala, con un frío intenso, la temperatura bajó a los 30°C bajo cero.
El día 12 de enero, salimos del campamento a las 12,00 horas, con la carga completa y fue una subida muy dura. El tiempo se presentaba muy frío, con grandes nubes hacia el Oeste, que felizmente se detuvieron a la altura del cerro Cuerno. Marchábamos por nieve profunda con el propósito de arribar pronto a al refugio Plantamura, al cual llegamos a las 17,00 horas. Limpiamos y arreglamos el mismo, izamos nuestra enseña patria en el pequeño mástil y nos acostamos a dormir con la idea de realizar un intento al día siguiente; el frío intenso y el viento se colaban en el refugio, llegando la temperatura a los 20°C bajo cero.
El día 13 de enero, a las 10,30 horas, realizamos un reconocimiento de altura, llegando hasta la vasta pirámide final, buscando la ruta de ascenso, regresando al refugio, pasando una noche regular, con temperaturas bajas y con algunas molestias de dolor de cabeza.
El 14 de enero, salimos a las 08,00 horas, con un equipo liviano. Al mediodía llegamos al Peñón Martínez, marchando sobre nieve profunda, descansamos una hora, la Canaleta, se encontraba llena de nieve, muy profunda y por consejo del Subteniente Ibáñez, que lo cruzamos; marchamos muy pegados al borde izquierdo, escalando rocas cubiertas de nieve honda.
A las 16,00 horas estábamos en la mitad de la Canaleta; comenzó a nublarse nuevamente y a caer un granizo liviano. En vista de la temperatura agradable y la poca densidad del nublado, consulté con mis compañeros, si querían seguir el ascenso, a lo que aceptaron y prosiguiendo el mismo, por decisión unánime una hora más; estábamos cerca de la cuchilla y por haberse cubierto y oscurecido más, volví a consultar expresando que era la última oportunidad de volver con seguridad; en repuesta mis compañeros siguieron subiendo, cuando llegamos al filo, nos recibió una fuerte racha de viento, los anteojos se cubrieron de una capa de hielo y las lágrimas se congelaron, impidiendo una buena visión. Sin consultar me di media vuelta y los demás me siguieron en el mismo orden; pero Gustavo, lo hice ir por el medio de la Canaleta, siguiendo por el costado izquierdo, continuando por la nieve profunda. Nos paramos, realizamos una cueva para descansar y arreglar el equipo.
Habíamos notado una vacilación y desconcierto inusitado en Gustavo, tomo el rumbo personalmente sin los anteojos y guiando por los perfiles más salientes llegando al Peñón Martínez, donde al parecer, agotado, pidió detenernos un momento, allí se nos cortaba el viento por completo, dando la falsa impresión de una temperatura más agradable. Descansamos y comimos algo, hasta las 24,00 horas, en que manifiesto que podía guiar hasta el refugio Plantamura o en caso de error llegar a Plaza de Mulas, donde teníamos una carpa con víveres; Gustavo, se negó a seguir y Guillermo, después de probar el viento fuera del lugar, lo apoyó, lo que me decidió a pernoctar en el sitio, introduciendo los pies en las mochilas, después de haber construido dos pequeños muros de nieve; pasamos la noche hasta las 07,00 horas del día siguiente.
El día 15 de enero, fue un día claro con viento intenso, despertamos con el cuerpo entumecido, pese a lo cual, Gustavo, apoyado por Guillermo, pidieron intentar la cumbre, accediendo, inicio la marcha, pero noté que Gustavo, estaba mal y se le trenzaba las piernas al andar. Entonces cambio de idea y propuse un descanso al sol para bajar al Plantamura.
Más o menos a las 11,00 horas, después de habernos soleado en un lugar protegido, comenzamos el descenso hacia el refugio, pronto vimos sin embargo, que el estado de Gustavo, era francamente grave, divagaba y tenía el pulgar de la mano derecha congelado hasta la palma, como no podía caminar, comenzamos a bajarlo con los brazos sobre nuestros hombros, lo que por la profundidad de la nieve, ocasionaba frecuentes caídas. Mientras que él, procuraba ayudar con gran ánimo, pero se desvaneció y quedó semiinconsciente; en la desesperación por bajarlo abandonamos la ruta sobre el filo y tratamos de llegar a Plaza de Mulas, por el Gran Acarreo, profundamente nevado, notando que su vitalidad caía, tratamos de reanimarlo con fricciones enérgicos con la mano, notando entonces que tenía heladas las dos orejas, parte del cuero cabelludo y la nariz, el dedo pulgar derecho que tenía helado desde la noche y la mano izquierda completamente agarrotada, endurecida.
Abandonando mochilas y piquetas, lo bajamos los más rápidamente posible, pero al poco rato cuando paramos para hacerle respiración artificial, a la que respondió por unos momentos, pero nos dimos cuenta que ya no había nada que hacer, no respiraba y acababa de morir en la mitad del recorrido de la primera parte del Gran Acarreo, entre la Canaleta y el primer estrangulamiento entre rocas; para no dejarlo sobre la nieve, seguimos arrastrándolo hasta las primeras rocas, al lado derecho del primer estrangulamiento.
Allí constatamos la defunción por la falta de latidos en el corazón, arteria radial, carótida, falta de aliento en el espejo y rápido enfriamiento y endurecimiento del cuerpo.
En un registro rápido retiramos de su ropa, una billetera conteniendo $104,00 y algunos papeles. Sin tocar nada más, le cubrimos el rostro con el pasamontañas y un pañuelo y realizamos algunas oraciones cristianas ante el cuerpo.
Guillermo Sangines y yo, regresamos sobre la altura del ventisquero para recoger las tres mochilas y piquetas abandonadas, retornando a la parte angosta entre la pirámide final y la montaña y de allí por al acarreo angosto hasta el refugio Plantamura, donde arribamos a las 20,00 horas.
Allí constaté que Guillermo, presentaba un cuadro pulmonar alarmante con mucha fatiga, falta de capacidad respiratoria, debilidad y agotamiento general, administrándole una inyección de penicilina de 300.000 u. comida y líquidos.
El día 16 de enero, después de una noche muy agitada y febril con delirio, Guillermo, despertó débil, por eso decidimos descansar en el refugio Plantamura. Utilicé la última reserva de combustible para derretir nieve y darle agua a Guillermo, el cual estaba muy deshidratado y aprovechamos las últimas reservas de comida disponibles.
El día 17 de enero, la noche pasó en calma. Pasando la mañana entre derretir nieve y arreglar el equipo y el refugio.
Partimos del refugio Plantamura, dejando nuestra enseña en el mástil a las 14,00 horas. Quedando allí una mochila de Moller con los efectos personales, los pares de grampones, una piqueta, una cuerda, un par de anteojos de campaña y varios elementos más, entre ellos una carpa completa, una bolsa de dormir y dos bolsas vacías de caqui.
Íbamos marchando por nieve honda, por la senda hacia Plaza de Mulas, cuando avistamos a lo lejos una caravana de 4 mulas que subían a nuestro encuentro, era una patrulla de auxilio al mando del Mayor Valentín J. Ugarte, con integrantes de la Primera Sección de Exploradores Baqueanos, integrada por el Teniente Rubén Virgilio Calcagno, el Suboficial Auxiliar Nicolás Belindo Ávila y el Cabo Ayudante Olivera, quienes al encontramos y luego de informarles los sucesos, nos transportaron montados a Plaza de Mulas, a la llegado nos brindaron de todo lo disponible, una espléndida hospitalidad del Ejército Argentino, con todas las atenciones médicas y ordinarias.
Replegados a Puente del Inca, luego fueron traslados al Hospital Militar de Mendoza, donde se les prodigaron todas las atenciones necesarias para su recuperación. Pocos días después, el andinista boliviano Douglas Moore, le hacía llegar una carta a Ugarte, desde el Hospital militar de Mendoza, donde estaban siendo curados, que decía:
Distinguido amigo:
Continuando la labor de salvamento iniciada por Ud., en la bajada del refugio Plantamura y proseguida hasta Inca, el Ejército, se hizo cargo de nuestras personas, transportándonos bajo la atención médica a Uspallata y finalmente, a este Hospital Militar de Mendoza, desde el que le dicto, ésta presente carta.
La amabilidad no menos sobresaliente de los civiles argentinos nos permitió comunicarnos con nuestros parientes y amigos en Bolivia, mediante emisoras de red de aficionados. Por este medio hemos sabido que el Comité Nacional de Deportes de nuestro país, proyecta enviar un avión de transporte para recoger los restos de nuestro amigo Gustavo Moller. En su ansiedad, nuestros compañeros querían enviar ese avión de inmediato, pero hemos logrado convencerlos de que deben esperar nuestras noticias cablegráficas dando aviso del momento oportuno. En consecuencia ruego a Ud., que tenga bien informarnos de lo que se haya adelantado al respecto, y si eso fuera posible, de la fecha en que convendría pedir el aterrizaje del transporte en Mendoza.
Por lo referente a nuestras lesiones, estamos mejorando rápidamente, gracias a los cuidados que nos prodigan. El estado de agotamiento ha desaparecido y solo dependemos de las curaciones de las quemaduras. Estas son algo profundas en los talones del amigo Guillermo Sangines, pero tanto el Director del Hospital, doctor Notti, como nosotros mismos, esperamos que la curación sea completa y sin perdidas.
No quiero dejar pasar esta oportunidad sin hacer los más cordiales votos por su buena salud y el éxito de la empresa confiada a su pericia, y quiero agradecer también, otra vez el alto espíritu deportivo, la caballerosidad y el humanitarismo con que nos ha abierto Ud., los medios de regresar salvos de nuestra empresa, gracias a la espléndida ayuda del Ejército Argentino.
Cordialmente.
Douglas Moore
Fueron realizadas las comunicaciones del deceso de Gustavo Moller, a las autoridades consulares de ese país y a los escalones correspondientes de autoridades y funcionarios de Mendoza y Buenos Aires, todas, por parte del Mayor Valentín Ugarte. Con esto finalizaba la expedición del año 1951.
El 26 de enero de 1953, la expedición internacional conformada por los japoneses: el profesor Yoshiro Sekine, jefe de la delegación, químico y profesor de la Universidad de Waseda, Tokio; Hiroshi Usui (casado), y Sadao Assayama, de 27 años de edad (este último soltero), egresados de la Universidad de Waseda, graduados en Ciencias Económicas; Shigeki Tsukamoto, de 24 años, estudiante de Literatura Francesa; Minoru Higeta, de 23 años, estudiaba Ciencias Políticas y Shunsuke Imamura, el más joven de todos, tenía 21 años y estudiaba Ciencias Históricas y Geografía, todos alumnos de la misma universidad; por la Universidad Nacional de Cuyo, estuvo presente Hermann Kark, chileno-alemán y Rodolfo Benvenuti, italo-argentino, quien además de integrarse como deportista, se encargaría de filmar el ascenso, pertenecía a la Universidad de Buenos Aires, como oficiales de enlace por el gobierno y Ejército Argentino, el Mayor Valentín Julián Ugarte, de la Asociación Mendocina de Andinismo y Esquí y el Mayor Orlando Punzi; como delegados de la F.A.S.A.(Federación Argentina de Ski y Andinismo), lo hicieron también, Sergio Domicelj y Mario Luis De Biasey; como interprete y corresponsal Otto Weber; además, como guías de la expedición se agregaron Agustín Montornés, Rolando Mikkam y José Almécigas, y posteriormente, dos brasileros que se integraron fueron los andinistas Ricardo Menescal y Orlando Lacorte. Estos fueron los primeros japoneses en realizar la cima del Techo de América, efectuando su coronación a las 14,30 horas, del 26 de enero del mencionado año, colocaron las banderas de sus respectivos países. Ugarte, no solo fue el enlace de esta expedición, sino que fue quien hizo de guía en Buenos Aires y fue quien los acompañó para saludar y presentarlos antes las autoridades de este país, principalmente, al Presidente de la Nación, quien les dio la bienvenida y les expresó todo el apoyo para llevar adelante la misma.
En el año 1969, Ugarte, integró el grupo de montañeses fundadores de la Asociación Mendocina de Actividades de Montaña, cuyas siglas eran AMAM, organismo cuyo objetivo era además de promover las actividades de montaña, agrupar instituciones de montaña, tales como clubes y otras instituciones en la provincia de Mendoza y promover los deportes en este ambiente.
En el año 1981, la rama de andinismo de la AMAM, proyectó la instalación de un refugio en la zona del Cordón del Plata; el proyecto preveía tener una capacidad para 10 cuchetas, construido con madera de pino, su ubicación en el Salto de Agua, a 4.000 metros SNM. En sesión de la AMAM de fecha 30 de agosto de 1980, en Mendoza, fue denominado por asamblea de la misma, con el nombre de Coronel Valentín Julián Ugarte; se lo bautizó con el nombre del mencionado militar y andinista, presidente honorario de la entidad, por su labor de más de 40 años de trabajo ininterrumpido en pos de los deportes de montaña, tanto como dirigente del deporte, como así también, como deportista profesional.
Valentín Julián Ugarte, fue un experimentado soldado de montaña, de contextura física más bien delgado, de estatura media, aproximadamente, un metro setenta, resistente a la fatiga, muy sociable, fue así que cosecho grandes amigos, tanto nacionales como del extranjero, los cuales, llegaron a ser destacadas figuras en el ambiente de montaña, fue además, promotor de los deportes de montaña, tanto en la provincia como en el resto de país; gran conocedor del Aconcagua, experiencia ésta que le permitió junto a sus camaradas y amigos Coronel Mario Orlando Punzi y el Sargento Ayudante Mario De Biasey, realizar el libro más completo sobre el cerro hasta la década de los cuarenta, inclusive, cuyo título es Historia del Aconcagua, prologado por el Presidente de la Nación, el entonces General Juan Domingo Perón.
En cuanto a su historial deportivo, en resumen, el Coronel Valentín Julián Ugarte, fue jefe de las expediciones militares al cerro Aconcagua, en los años 1945, 1946 y 1951. Fue también, jefe y guía de la primera expedición japonesa al Aconcagua, en el año 1953. Instaló los refugios permanentes más alto del mundo, en el coloso de América: El Primera Sección Exploradores Baqueanos de Cuyo, a 4.200 metros SNM., el Refugio Teniente Plantamura y Eva Perón, aproximadamente a 5.930 metros y el Presidente Teniente General Juan Domingo Perón, a los 6.370 metros SNM. Recibió la medalla de oro peronista por esta labor. Rescató los cuerpos de Juan Stepanek, Juan Jorge Link, Adriana Bance y Walter Schiller. Obtuvo la máxima distinción de las Tropas de Montaña: el Cóndor Dorado. Fue vicepresidente de la Federación Argentina de Esquí y Andinismo. Presidente de la Asociación Mendocina de Andinismo y Esquí.
Jefe del Equipo Olímpico de Esquí, en Oslo y Suiza, en el año 1952. Cruz de Honor del gobierno de Austria, por sus actividades en montaña. Coautor del libro: Historia del Aconcagua. Murió el 10 de diciembre de 1992, en la ciudad de Mendoza y fue enterrado en el cementerio de los Andinistas en Puente del Inca, rindiéndole los honores correspondiente un corneta de la banda militar del Regimiento de Infantería de Montaña 16 y la Compañía de Cazadores de Montaña, Teniente Primero Ibáñez, acompañado el cortejo por un número importante de amigos y camaradas de montaña. Por su labor como montañista, fue bautizada la Escuela Provincial de Guía de Alta Montaña y Trekking, con el nombre de Coronel Valentín Julián Ugarte, en la provincia de Mendoza.
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