Reichert, padre del montañismo en la Argentina, protagonizó en 1931 la aventura de explorar por quinta vez al Monte Tronador, el más alto de la Cordillera Patagónica Septentrional
"Tenemos el orgullo de compartir con nuestros lectores este documento histórico del archivo del CCAM, que hemos digitalizado y que contiene fotos inéditas, sobre la quinta expedicion exploratoria de Federico Reichert (conocido como el padre del montañismo en la Argentina) de una de las montañas más hermosas de nuestro país, El Tronador"
Guillermo Martín
Director del CCAM
Se encuentra en medio del parque nacional argentino-chileno, tan rico en paisajes de una belleza incomparable, y de la región del lago Nahuel Huapi, la laguna Frías y los lagos Todos los Santos y Llanquihue, región cada vez más frecuentada por turistas. No puede menos que acrecentarse el interés por ese monte, ya que reúne las agrestes bellezas de las altas montañas en mayor grado que el Puntiagudo y el Osorno, sus dos vecinos más inmediatos.
Cuando el viajero se aproxima en automóvil al lago Nahuel Huapí, ya ve sus cimas cubiertas de nieve que dominan los otros montes. Cuando cruza la laguna Frías, el macizo con sus tres cimas aparece delante de él en todo su agreste abigarramiento, pero no tarda en desaparecer, porque en el lago se yergue una mole oscura. Solamente cerca de Casa Pangue, en territorio chileno, se presenta el Tronador al viajero en toda su grandeza y majestad. Muy pocos aprovechan la oportunidad que se les ofrece para visitar el ventisquero que se les aproxima hasta una distancia de 400 metros. En la Cantera, un valle trasversal del Paulla, se yergue, cual un viejo castillo, sobre un abrupto peñasco. En el lago Todos los Santos muestra el Tronador sus dos principales cimas y un trozo de ventisquero, muy acortado, pero que fascina y seduce al corazón de todo alpinista, y hasta desde el lago Llanquihue se lo ve siempre, dominando los demás montes, solitario y solemne, iluminado por los rayos del sol cuando lo que lo rodea ya está envuelto en tinieblas.
El Tronador fue ascendido por quinta vez en el último verano. Todas las ascensiones fueron iniciadas y realizadas por el doctor Federico Reichert, cuyo nombre, como el del investigador más celoso - y hasta ahora el único - del macizo del Tronador, estará para siempre ligado a la historia de ese monte.
El doctor Reichert emprendió su primera ascensión en el año 1909. Esa ascensión la inició desde Casa Pangue. A causa del mal tiempo tuvo que retroceder cuando ya se encontraba a 2.000 metros de altura.
En 1911 fue emprendida la segunda ascensión partiendo desde Casa Pangue. El doctor Reichert, acompañado solamente de un chilote, alcanzó la base del macizo principal.
La tercera ascensión fue emprendida en 1922 desde Rigi, fue la de mayor duración y sin duda la más peligrosa, y fracasó nuevamente cuando ya se encontraba en los abruptos paredones de la cima principal.
La cuarta ascensión la inició Reichert en 1929 igualmente desde Casa Pangue. En el estudio "El macizo del Tronador", por Federico Reichert (en los Anales de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos "Gaea"), pueden leerse los resultados de las tres primeras ascensiones.
Durante el último verano fue emprendida la quinta ascensión por una nueva ruta. La Cantera fue elegida como punto de partida. El 8 de febrero instalamos nuestro depósito de provisiones a la entrada de la Cantera. Pasamos el día ocupados en los preparativos prácticos de nuestra empresa: asar y cocer diversas provisiones y repartir las frazadas y ropa.
El 9 de ese mes, en las primeras horas de la madrugada, nos pusimos en marcha en número de cinco: el doctor Federico Reichert, el doctor Juan Neumayer, la autora de estas líneas y dos peones chilenos, para iniciar una nueva investigación del gigantesco monte. El camino a través de la Cantera, un claro valle boscoso, nos llevó un día entero debido a nuestro pesado equipaje que no nos permitía una marcha más rápida. A esto debían agregarse las dificultades que ofrecen los claros del bosque abiertos a machetazos.
Son éstas las siguientes: trepar sobre los troncos de árboles derribados; luchar con las quilas, enredaderas que se pegan al cuerpo y traban los brazos y las piernas; hacer ejercicios de equilibrio sobre los peñascos pulidos por el agua y sobre los troncos de árboles cubiertos de moho que surgen de pronto en el vacío. Todo esto pertenece, conjuntamente con las inesperadas caídas causadas por las depresiones invisibles del suelo, a las alegrías y encantos de una excursión a través de los valles boscosos de la Patagonia septentrional. A mediodía descansamos en un claro que nos permitió por fin orientarnos. Pudimos comprobar que nos encontrábamos en la base del monte de granito, pero que en el fondo del valle se manifestaba un cambio evidente en la estructura geológica.
Cuando hacia el anochecer nos internamos en el fondo del valle, el camino que hasta entonces corría llano a lo largo de un arroyo empezó de pronto a marcar una pronunciada subida. Cuando nos encontrábamos a ochocientos metros de altura se presentaron a nuestra vista abruptos peñascos que encerraban el valle por completo como un portón artificial. Estos peñascos conducían a la base misma del Tronador. Desde estos paredones, que se alzan abruptamente hasta alcanzar una altura de 2.000 metros, se precipitan innumerables cascadas, de las cuales la más poderosa arroja su chorro de 400 metros envuelto en agua pulverizada a una gigantesca laguna para precipitarse luego en cascadas hasta el río del valle.
Durante el segundo día nos dedicamos a escalar los abruptos paredones de roca. Al principio habíamos esperado que podríamos avanzar hasta el punto en que nos habíamos propuesto establecer nuestro campamento, pero al cabo de pocas horas debimos abandonar esa idea. Nuestros peones cargados con enormes bolsas - en el bosque diestros y hábiles como gacelas - perdieron la seguridad en el mundo desconocido de las rocas.
La vista del abismo en toda su inmensidad los llenaba de terror, y la pesada bolsa que llevaban sobre los hombros y la espalda y que al oscilar ponía en peligro su equilibrio, acababa de desconcertarlos.
El doctor Reichert se vio obligado a guiar a los peones poniendo en sus manos un cabo de soga para devolverles la confianza y seguridad. Obligados a detenernos durante largo tiempo en los lugares expuestos, por la necesidad de arreglar el equipaje, nos quedaba mucho tiempo para profundizar la estructura, tan digna de interés desde el punto de vista geológico. Es que toda esta cadena que cierra el valle se compone de un conglomerado de tobas que, según me afirma el doctor Reichert, son completamente idénticas a las del valle del Tupungato superior en la cordillera de Mendoza. Digo expresamente esto porque creo que reviste gran interés para los especialistas en geología. Del mismo modo se encuentran en nuestros conglomerados y "breccien" restos de piedras de porfidita con grandes feldespatos e incrustaciones de calcita, que igualmente se encuentran en las altas cordilleras mendocinas y deben considerarse como materias extrañas.
En el curso de nuestros lentos escalamientos llegamos a convencernos de que en nuestra zona se han producido los mismos y complicados fenómenos comprobados en la cordillera mendocina.
No podemos, pues, de ningún modo, hablar del macizo del Tronador como de un volcán en el sentido habitual de la palabra. Me queda aún por decir que el conglomerado de tobas llega hasta la llanura del ventisquero. Mientras que a unos 1.700 metros de altura buscábamos una saliente en los abruptos paredones para apoyar nuestras manos o pies, aparecieron cuatro cóndores, vuelan con una calma majestuosa. En una media hora, apenas batieron una vez sus alas. Describiendo espirales fueron descendiendo hasta llegar a pocos metros de nosotros. Pudimos distinguir claramente la blanca golilla del macho.
¡Qué míseros resultan al lado de estas majestuosas aves nuestros esfuerzos para conquistar la altura!
Al caer la tarde nos encontramos con rocas más llanas, redondeadas por la acción del ventisquero. En los valles se han aclimatado algunas plantas alpinas cuyos claros colores se destacan alegremente de entre las oscuras piedras. Aquí, al pie del ventisquero, los conglomerados de tobas están atravesados por anchas vetas de basalto negro. La frente del ventisquero está llena de innumerables grietas a consecuencia de la repentina inclinación del macizo. Por los cantos muy salientes del ventisquero se ve que los cambios climatéricos lo han acortado.
Nuestros peones marchan, nuevamente sin soga, a lo largo del sendero, que ha vuelto a hacerse llano. La maravilla del mundo de los ventisqueros los recompensa de los sustos pasados. Se acercan, como niños asombrados, a los bloques de hielo amontonados que forman el portón del ventisquero, palpan la nieve, hacen bolas con ella, arrojan piedras al hielo. Nosotros, que ya hemos visto muchos ventisqueros, reconocemos en ellos el asombro del hombre que contempla por primera vez el mundo de los altos montes. "¿Y eso es un ventisquero?" Pasamos la noche a 1.500 metros de altura.
El tercer día, sin nubes y lleno de sol como el segundo, pasa sin ascensiones dificultosas.
Seguimos avanzando siempre en línea ascendente por el lado Este del ventisquero que, al alcanzar nosotros la verdadera base del Tronador a 2.000 metros de altura, se ha vuelto completamente liso.
En el momento en que llegamos a la base llana, libres al fin de los peñascos, vemos inmediatamente delante de nosotros el nevado macizo en su maravilloso resplandor. El primer día nos cautivó el encanto del bosque, el segundo la imponente vista de las inquietantes rocas. Ahora vagamos en medio del aire más tenue de la montaña, henchidos del sentimiento de hallarnos en la cima o iluminados por elevados pensamientos, a través del campo de nieve que asciende suavemente hacia las negras moles de la roca, que en su punto terminal forman una cresta puntiaguda como la de una iglesia que se inclina hacia la cima septentrional.
Ya a mediodía, instalamos nuestro campamento a 2.200 metros de altura, debajo de un abrupto paredón de basalto negro que se destaca en medio de la nieve. Este paredón de basalto es una parte de la cresta que separa el ventisquero de la Casa Pangue del que atravesamos para ascender y que sólo en parte está despejado de nieve. Está compuesto exclusivamente de basalto negro y fonolita llana y clara. Completamente igual a los puntos más elevados del Tupungato, vuelve a asegurarnos el doctor Reichert.
Levantamos nuestra tienda en el ventisquero de casa Pangue, para estar protegidos contra una eventual tormenta del Norte. Este ventisquero, que hasta ahora ha servido como camino de ascenso, se diferencia esencialmente del de la Cantera. Es mucho más abrupto y escarpado que nuestro camino de ascenso y lo hace aún más difícil y peligroso una cantera que se encuentra debajo de la cresta occidental y que no es posible evitar. Si echamos, en cambio, una mirada retrospectiva al camino que hemos recorrido hasta ahora, podemos comprobar que éste es relativamente más fácil, aun tomando en consideración las dificultades de los peñascos que cierran el valle.
Pasamos la tarde libres de preocupaciones, entregados a la contemplación del soberbio panorama de la montaña. Ante nosotros, hacia el Norte, se yergue como el punto visible más elevado del volcán Lanin. Al Oeste surge la cúpula del Osorno, a cuyo pie centellea un pedazo del lago Todos los Santos y el abrupto pico del Puntiagudo. Al Este, pasando la vista sobre la afilada melladura del Catedral, contemplamos el Nahuel Huapí en la nebulosa lejanía de la meseta patagónica. Permanecemos sentados en medio de la silenciosa soledad. Las sombras que suben de los valles cubren, a medida que avanza la noche, la sierra entre los majestuosos picos y luego también éstos se hunden en la oscuridad. Solamente los picos de 3.000 ó 4.000 metros permanecen bajo la fría luz del crepúsculo, manteniendo un diálogo mudo. El espectáculo nos quita todo deseo y nos calma.
Refresca, en seguida nos ponemos nuestros sacos de lana, cerramos la tienda y nos acostamos temprano. La lona de la tienda cruje débilmente movida por el viento del Sur. Silencio. Luego un sordo crujido y retumbo en la profundidad de nuestro ventisquero.
"¡Qué música espléndida!" , dice uno de mis compañeros en la oscuridad.
Prodigiosas son las voces de los altos montes...
Nos levantamos. Son las tres de la madrugada. A las cuatro estamos listos para emprender la ascensión. Cerramos nuestra tienda.
Brillan en el cielo la angosta luna creciente y constelaciones desconocidas. Orión, Aldebarán y Sirio, todas las que admiramos de noche han desaparecido. ¿Y a las constelaciones de la alborada quién las conoce?
Tendemos la soga, cada uno toma su "alpenstock" (piqueta) y luego empieza la larga marcha. Un pálido resplandor se extiende sobre el hielo, una luz suave. La noche es calurosa, demasiado calurosa; sin duda habrá un cambio repentino de tiempo. Sombrías se yerguen las moles de basalto y el oscuro paredón de la cresta a nuestra derecha, que cuanto más avanzamos hacia lo alto tanto más abruptamente se levanta. El ventisquero que nos sirve de camino conserva el carácter suave con que nos ha recibido. Pero la nieve es blanda. De vez en cuando nos caemos y nos hundimos en ella hasta las rodillas.
Después de dos horas la noche aclara, la luna y las estrellas se hacen más plateadas, hasta el momento en que las sombras se disuelven. Cielo, nieve y cima se desvanecen en el verdoso resplandor, la infinita pendiente de nieve parece oscilar; luego, el cielo se enciende hasta el naciente. Contemplamos el reflejo multicolor; a nuestro alrededor se levantan las abruptas pendientes del ventisquero del Sur, en el que desemboca nuestra cantera, y por el cual debemos ascender hasta llegar a la cima.
A cada paso que damos en línea ascendente, las hendiduras del ventisquero se hacen más grandes y difíciles para rodear. Hasta ahora, la oscuridad de la noche nos ocultaba sus abiertos precipicios. Ahora, se extienden ante nosotros, revelando todo el peligro que encierran. Un peligro lleno de una fuerza de atracción encantadora. Uno desearía tenderse al bordé de esa hendidura y embriagarse con esa sinfonía en verde, azul y blanco. Más aún uno desearía deslizarse hacia su fondo, que parece un espejo, y vagar entre las extrañas imágenes que forma el hielo Pero debemos seguir: el camino es largo todavía.
Ahora se yergue a nuestra. derecha, sobre los abruptos paredones, el copete de nieve de la cima meridional. Sobre nosotros, a la izquierda, la cima septentrional. Las crestas que conducen a las cimas y surgen a veces de la nieve, están formadas por rocas eruptivas.
La cima principal queda oculta a nuestra vista por la hendidura que une las tres cimas. Esta hendidura nos oculta también el Sol hasta las 10 hs. En el momento en que éste pasa el vértice del Tronador, una claridad deslumbrante nos envuelve. Inmediatamente debemos ponernos anteojos y máscaras de protección para la cara. Hacia el mediodía alcanzamos el vértice, que tiene casi la misma altura que la cima meridional. Aquí, en la corona del monte, estamos frente a frente de la cima principal cuyo agreste conjunto se impone inmediatamente al espectador. No han trascurrido aún dos horas desde que los rayos del sol han avanzado hacia él lado meridional, y ya cruje el monte en todas sus partes y de todas las cimas se desprenden aludes que se precipitan en los ventisqueros que se extienden en todas direcciones.
Gigantescas masas de nieve cuelgan sobre las melladas crestas, bloques de hielo se amontonan sobre los paredones perpendiculares. Somos testigos de grandes formaciones y desapariciones.
Después de una pequeña merienda, la primera desde la noche, ascendemos a pesar del violentó viento Norte que barre las nubes alrededor de la cima, hacia la base del pico principal. Nuestro barómetro señala 3.460 metros de altura. Tenemos que hundir profundamente nuestros "alpenstocks" (piquetas) en la nieve para conservar el equilibrio, pues el viento nos golpea en los hombros e involuntariamente se piensa que de un momento a otro podemos volar en el vacío del firmamento. Cuando contemplamos la cima septentrional desde nuestra nueva posición, nos damos cuenta de que ahora estamos debajo de su pico principal. Abrupta y dominante, desciende hacia el ventisquero de Pangue su pendiente meridional de nieve, en la que las grietas se abren como gigantescas fauces. La hendidura que conduce de la base a la cima infunde temor ya sólo al verla. Y, sin embargo, cuando se ve surgir la inmaculada forma de la montaña en el profundo azul del cielo deslumbrados por su claridad y pureza, desaparece inmediatamente el sentimiento del destino personal. El alma se expande y se llena con toda la luz y la solemnidad de la alta montaña y siente que ésta es la dicha tan ardientemente anhelada que busca el alpinista.
Más extraña aun es la vista del pico principal, cerca del cual estamos, y que quizás se eleva 100 metros sobre nosotros. Abruptos y escarpados paredones de hielo conducen a una cúpula igualmente agreste y llena de hendiduras. Caen sin interrupción piedras y trozos de hielo mezclados con agua amarilla de rocío delante de nosotros. Corremos rápidamente a través de la lluvia y nos colocamos debajo de un paredón de hielo que sobresale. También ha quedado libre un trozo de peñasco. Podemos comprobar inmediatamente que la roca eruptiva no llega hasta la corona de la cima. En cambio, podemos ver que está reemplazada casi por completo por yeso, el que forma también todo el pico de la cima y sus pendientes. Esta capa de yeso nos parece idéntica al del Oxford o Kimmerdige del grupo Aconcagua -Tolosa, de modo que también aquí se vuelve a reflejar una analogía entre esta estructura y la de aquél. Notamos también que en esta parte del monte no pueden observarse aludes recientes. En cambio, todos notamos un fuerte e intenso olor a ácidos sulfurosos que atribuimos a emanaciones de las hendiduras.
Permanecemos sentados casi dos horas en un pequeño valle de la base y contemplamos y observamos el pico principal. Vemos cómo los aludes se precipitan hacia el abismo por los abruptos canales de hielo y se estrellan en los ventisqueros. ¿Cuándo podrá ascenderse hasta este último pico? El doctor Reichert asegura que las dificultades de este año, en el que hay mucha nieve, le parecen menores comparadas con las condiciones de la nieve en años anteriores. Quizás a principios de la primavera, cuando los canales de hielo están aún llenos de nieve movediza, y en consecuencia, las moles de hielo presentan menos salientes, sea posible pisar el pico de este santuario de hielo.
Después de una marcha de 15 horas, llegamos nuevamente a nuestra tienda. Impresionados por la serena mirada que recogimos del ojo de la eterna belleza de este mundo de las altas montañas, caímos en un sueño profundo y reparador en el regazo retumbante del Tronador.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023