Dos jóvenes cordobeses realizan una extenuante travesía buscando los seis miles de la alta puna y sobreviven de la falta de agua gracias a su esfuerzo, intuición y experiencia, haciendo cumbre en el cerro Morocho y en el ansiado Volcán Incauhasi
Integrantes: Gerónimo Gubler y Javier Sánchez Ramírez
Luego de pasar un año sin poder concurrir a la montaña, por pandemia y diversos motivos, organizamos una travesía en una zona icónica para el montañismo. El escenario de nuestra aventura iba a ser la zona de los seismiles, en la queridísima puna catamarqueña.
Nuestra meta era hacer una travesía de características alpinas (cargar todo el equipo, comida y agua en la mochila siendo autosuficientes) de aproximadamente 10 días e intentar, entre otros cerros, la cumbre del volcán Incahuasi. Y así fue, luego de reunir información de este lugar, desconocido para nosotros, llego el día de partir.
El día miércoles 3 de marzo de 2021, luego de un día y medio de combinaciones de colectivos, transfer y hasta un hisopado (requerido para ingresar a Fiambala), llegamos a las 9:00 AM al paraje “Las Peladas” a 3750 msnm, sobre la ruta 60.
Cargamos agua en el río Las Peladas y comenzamos la travesía.
Empezamos a ganar altitud llegando hasta los 4000 msnm, en la base oeste del cerro Morocho. En ese lugar montamos el primer campamento, pero como el día era joven (eran las 13:30 hs) y nuestras sensaciones buenas, decidimos intentar la cumbre del cerro Morocho (5.048 msnm).
Un sendero que de a poco se hacía infinito, o eso parecía, y una altitud que ya comenzaba a manifestarse en el cuerpo con algunos síntomas ya un poco más molestos. Pero la decisión fue unánime, apretamos los dientes y seguimos.
Luego de un par de cumbres falsas, llegamos al ansiado mojón cumbrero. El cuerpo nos comunicaba que era demasiado por ser el primer día, así que decidimos festejar abajo. Tomamos un par de fotos y sin mucha charla comenzamos el descenso rápido por la ladera Oeste del cerro.
El “Morocho” nos dio una bienvenida bastante fuerte, terminamos el día recordando los dolores lindos de la montaña y, sobre todo, recalculando como íbamos a proseguir en adelante.
El día jueves 4 (día 2), luego de despertarnos con mucho dolor de cabeza, desayunamos y levantamos campamento.
La idea era aprovechar el día para llegar al primer campamento de altura del Volcán Incahuasi (4900 msnm aprox.), y así fue. A las 18 hs llegamos a nuestro segundo campamento.
Un tema a resolver era el agua, ya que contábamos con pocos litros, no había nieve y la próxima fuente se ubicaba aparentemente a 5700 msnm (de manera segura). Sabíamos que, si esa noche no nevaba, al otro día íbamos a tener que salir a buscar.
El día viernes 5 (día 3), nos despertamos temprano pensando en el agua. La salvadora nevada nunca existió así que no quedaba otra opción, bien livianos salimos en dirección al segundo campamento de altura. Teníamos ese dato, y era agua segura.
Llegando a los 5400 msnm encontramos un arroyo de deshielo, que más abajo se escondía entre el acarreo. Llenamos los recipientes y volvimos al campamento, almorzamos y a eso de las 16 hs decidimos aprovechar las últimas horas para levantar el campamento, haciendo más corto el trayecto del día siguiente. Llegamos a una zona de reparo a los 5200 msnm y armamos el tercer campamento de la travesía.
El día sábado 6 (día 4), nuevamente nos levantamos con dolor de cabeza, pero los ánimos eran otros. Era el día de subir al segundo campamento de altura y posicionarnos en una altitud considerable (5700 msnm) desde donde atacaríamos la cumbre, de echo este iba a ser el campamento más alto dentro de nuestra experiencia anterior.
Llegamos a dicho campamento a las 13 hs, sintiendo bastante la altura en la que nos encontrábamos sumado al desgaste físico.
Armamos el cuarto campamento, a partir de ese momento la actividad principal fue sentarse a derretir nieve y tomar mates, varios litros de mates, y de esa forma olvidarse de las molestias físicas y sin querer sobre-hidratarse.
La intención era intentar la cumbre el día siguiente, pero todo dependía de cómo nos encontráramos. Sabíamos que el domingo era el último día de buen clima, asique el margen era estrecho.
El día domingo 7 (día 5), nos despertamos a las 6 am luego de una noche de mucho frío y varias molestias propias de la altura mezcladas con malas posturas y nervios de la ansiedad que teníamos. Desayunamos con calma, mientras evaluábamos como evolucionaba nuestro estado general. A las 9 horas tomamos la decisión de intentar la cumbre, siempre evaluando nuestra condición.
Nos motivamos y arrancamos. Nos tomamos muy tranquilo el acarreo, con un paso muy lento, manejando la respiración e hidratando de manera constante.
Superamos la cota 6mil, un objetivo cumplido, sumado a que el día estaba soleado y con nada de viento.
La cumbre comenzaba a ser un sueño más tangible y parecía que el clima acompañaba. A los 6300 msnm, de un segundo para el otro, el cielo se nublo a nuestro alrededor, bajo la temperatura y comenzó a nevar. Entonces el cerro fue completamente otro.
Luego de un descanso continuamos con un ritmo muy lento, el GPS marcaba menos de 1 km hasta la cumbre. Pero la tormenta cada vez era más fuerte, y ya estábamos adentro.
En el último tramo del ascenso, la marcha fue interrumpida por un grito: ¡rayo Gero, rayo!, en ese momento la reacción fue automática, nos sacamos las mochilas y nos tiramos al suelo. La tormenta se convirtió en eléctrica de repente, y lo único que podíamos hacer era quedarnos pegados al suelo para no atraer los rayos.
Pasados 5 minutos, nos sorprendió un nuevo rayo que hizo su descarga muy cerca de la cumbre. En ese momento, sinceramente, teníamos miedo. Estábamos a 6500 msnm, y la energía estática se sentía en todo el cuerpo (de hecho sentimos la corriente varias veces).
Seguimos en el suelo otros 20 minutos, hasta que vimos que la tormenta eléctrica se había dispersado con la misma rapidez que se generó. Nos levantamos, y a pesar de la hora decidimos completar la cumbre.
A las 17:30 horas llegamos a la cumbre, sacamos apenas dos fotos y comenzamos a bajar, sabíamos que íbamos a tener que completar el descenso de noche y con otra tormenta a nuestra espalda.
Buscamos las mochilas, abandonadas por los rayos y tapadas en nieve, y apuramos el paso. El tema a resolver era por donde bajar, necesitábamos un descenso rápido porque los síntomas de altura ya comenzaban a ser moderados, todo eso sumado al cansancio físico que era grande.
Tomamos la decisión de bajar por una canaleta cargada de nieve que desde arriba se veía mucho más corta de lo que terminó siendo. Aprovechamos un nevé, que comenzaba en la parte superior de la cuesta y llegaba hasta la mitad, y nos tiramos con piqueta en mano haciendo auto detención cuando agarrábamos velocidad. La segunda mitad fue mucho más trabada con mucho desprendimiento de rocas a medida que bajábamos.
Miramos hacia adelante y se veía el primer campamento de altura (día 2), o sea bajamos mucho antes del campamento en el que estábamos y ahora teníamos que recuperar altura hasta los 5700 msnm. Durante las últimas horas el cansancio fue muy grande, llevando al cuerpo prácticamente al límite.
Llegamos a la carpa a las 00:30 hs con una tormenta nueva encima nuestro. La energía nos alcanzó apenas para calentar agua, tomar un poco de mate cocido y comer unas galletas, tanto así que recién al otro día nos íbamos a dar cuenta de la cumbre que logramos.
El lunes 8 (día 6), luego de dormir muchísimas horas sin interrupción pese a la tormenta que parecía que nos volaba la carpa, nos despertamos y no podíamos creer lo que habíamos hecho: ¡nuestro primer +6500!
Luego de un largo desayuno, a las 11 horas decidimos bajar al primer campamento a 4900 msnm (día 2) para continuar la travesía y poder descansar mejor esa noche.
En el medio del descenso cargamos 8 litros de agua cada uno en el arroyo de deshielo, porque realmente no teníamos certeza de cuál iba a ser nuestra próxima fuente de agua. Llegamos al campamento, cenamos una buena polenta y descansamos mejor que nunca.
El día martes 9 (día 7), nos levantamos con las energías renovadas, pero el día iba a ser largo y el cansancio acumulado se iba a sentir. Salimos del campamento en sentido Este para luego dirigirnos sentido Sur, básicamente rodeamos el Incahuasi por su ladera Este, terminando exactamente del otro lado del cerro (estábamos en la ladera Norte y terminamos en la Sur).
El día estaba soleado, hacía mucho calor, y debido al agua nuestras mochilas superaban los 30 kg. Pasamos el “paso de las Losas”, de casi 5000 msnm, para lograr llegar a el valle de las Losas. Ese día recorrimos unos 20 km, con algunas tormentas eléctricas que de nuevo nos advertían que no nos podíamos relajar.
El día miércoles 10 (día 8), teníamos planeado ir al Volcán Negro (5300 msnm) que se encontraba a pocos kilómetros del campamento. Supuestamente en la base del mismo había un arroyo, llegamos y lo único que se encontraba era arena.
Cambiamos el plan y fuimos en dirección al Volcán Rojo (4900 msnm), también a pocos kilómetros de distancia, con la información de un cauce de agua en su base. El resultado fue similar al anterior, los cauces de agua estaban secos, al menos en su superficie. Ya que estábamos en su base visitamos la cumbre, completando la misma a las 14 horas, y disfrutando de la hermosa vista de 360º.
Volviendo a nuestra realidad, era momento de tomar una decisión: teníamos 2 litros de agua en total, lo justo para pasar una noche y caminar toda una mañana para llegar al otro día al inicio de la quebrada. Sabíamos que en ese lugar había agua, pero nos esperaban otros 15 km, y por ahora con poca agua.
Regresamos al campamento pensando mil formas de racionalizar el agua.
El día jueves 11 (día 9), nos despertamos a las 7 horas, comimos galletitas y cereales, pero no tomamos nada caliente. Era momento de racionar el agua que nos quedaba, porque no teníamos certeza de cuánto nos iba a llevar encontrar un cauce.
Comenzó la odisea, bajamos nuevamente al volcán rojo, para luego comenzar a descender la quebrada de Las Losas de forma paralela al cauce seco del rio. Pasadas unas horas ya no teníamos más agua y el sol estaba en su altura máxima. Entonces comenzamos a recordar lo valioso que es tener una cerveza fría en la mesa.
Cuando más lo necesitábamos, desde una loma pudimos ver un pequeño cause de agua a 1 kilómetro aproximadamente. No sabíamos distinguir si era agua estancada o no, pero de todas formas nos sacaba del apuro.
Eran las 14 horas, y el olor característico del agua comenzaba a sentirse, acompañado de una mayor actividad de vicuñas, guanacos y fauna en general en esa zona, hasta que encontramos lo que buscábamos. Propio de una película, encontramos nuestro oasis. Una pequeña quebrada a 4000 msnm en donde surgían dos vertientes con mucho caudal y de donde se abastecía todo ser vivo en la zona. La alegría fue inmensa, y el agradecimiento mayor. Obviamente montamos campamento, comimos todo lo que nos entraba en el estómago y mateamos a mas no poder. En ese momento sabíamos que la travesía estaba llegando a su fin y que ese era el premio por el esfuerzo.
El día viernes 12 (día 10), luego de una noche de mucho descanso tomamos la decisión de no hacer más cerros, el objetivo estaba completado y ya era hora de bajar. Nuestro físico nos pedía descanso, ya que la acumulación de fatiga era notable, y nuestra cabeza quería una cerveza fría.
Para bajar hasta la ruta teníamos otros 15 km, pero la inmensa belleza de la quebrada “Ojo de Las losas”, nos distrajo de tal manera que hasta un par de kilómetros más hubieran venido bien. Rodeados contantemente de dos paredes de unos 40 metros, fuimos costeando el cauce del rio “Guanchin” teniendo que meter los pies en varias oportunidades cuando la quebrada se estrechaba.
A las 16:30 horas llegamos a la ruta 60, momento en que se nublo y la temperatura bajo.
Armamos la carpa a la orilla de la ruta y obviamente el mate, mientras veíamos ya desde lejos la vistosa cumbre del Incahuasi con un cierto aire de nostalgia. El próximo día era momento de regresar a Fiambalá.
El día sábado 13 (día 11), era momento de despedirse, a la 9 horas esperábamos el transfer que nos iba a bajar a Fiambalá. Mientras desarmábamos la carpa y acomodábamos la mochila por última vez, se nos cruzaban por la cabeza todos los momentos que nos regaló esta travesía, y sobre todo nos motivó a pensar en el próximo objetivo como si lo realizado no hubiera sido suficiente.
Al medio día ya nos encontrábamos en un camping comiendo algo a la parrilla y tomando unas cuantas cervezas frías para dar por finalizada la travesía desarrollada a lo largo de 11 días y recorriendo poco más de 110 km, y obviamente a la tarde visitamos las aguas termales, disfrazándonos de turistas por un par de horas. Esa misma noche emprendimos viaje de vuelta a casa sabiendo que tarde o temprano íbamos a volver por más.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023