El autor nos comparte varias aventuras de ascensos e intentos de escalamiento , incluyendo el logro del primer ascenso hacia la cumbre , de este monte de origen volcánico de 2748 metros al que se accede desde Los Antiguos por la Ruta 41 , poseedor de una pared de mucha verticalidad en el tramo final de la escalada
En 1997 en Santa Cruz, un amigo mío, Juan Heupel, aficionado a la aventura y a la naturaleza nos habló, junto a su hijo Leonardo Heupel, de un cerro en cercanías de la localidad de los Antiguos. Nos dijo que era alto y bien vertical. Se trataba del Monte Zeballos. Junto con Delio Riesco y Oscar Biott nos motivamos y armamos la expedición para hacer un intento de escalar hasta su cima.
Mis inicios con el montañismo comienzan en 1986. Parte de mi familia fue pionera en Chalten. Tuve la posibilidad de conocer grandes montañistas como Sebastián de La cruz, Salvaterra, el Yuyo Tarditti, Pepe Fonrouge, entre otros, pero el que marcó mi camino desde los siete años fue Casimiro Ferrari, mi mentor y motivador, amigo de la familia.
Volviendo al proyecto de subir el monte Zeballos, partimos por la ruta 41 en camioneta, la cual dejamos en la zona para comenzar la aproximación. Nuestro objetivo era intentar abrir una ruta al estilo alpino.
Comenzamos a pie bordeando la cara Sur y rodeando por el Este para llegar a la faz norte, encontramos placas de aluminio en un mallín que nos llamó la atención. Supusimos que podría ser de una avioneta del correo aéreo que hacía el recorrido desde Argentina a Cochrane, en Chile.
La aproximación nos llevó entre seis y siete horas. Armamos campamento al pie de la pared. Al día siguiente, intentamos la cumbre por la cara norte. No pudimos llegar y nos quedamos a unos cuarenta metros. La razón fue que la línea que encaramos en el sector pre cumbre tenía roca muy descompuesta y no contábamos con mucho equipo para las fisuras. Desde allí arriba y mirando hacia el noreste, vimos hielo sobre la meseta del Lago Buenos Aires. Bajamos y volvimos a Caleta Olivia, encantados con las montañas de la zona. Por ello, prometimos volver.
Un año después de esta tentativa, recorrí solo este sector llamado Comarca Noroeste. Ascendí montañas de 1500 a 2300 msnm, como el cerro Piramidal por su cara este, el Cerro La Frontera y el Colmillo. Hablando con los lugareños me comentaban que ese primer intento que hicimos era del cerro Colorado o Lápiz, creímos nosotros que era el Monte Zeballos.
¿Y dónde estaba el Monte Zeballos? Recopilando información en la oficina de Turismo de los Antiguos, viendo fotos y comparando con cartas topográficas no coincidía lo que habíamos hecho con el cerro Zeballos. En 1997 no existía Google Maps y tener un GPS era como del futuro.
Buscando en una carta topográfica, lo encontré sobre la meseta del lago Buenos Aires en el sector sur oeste.
Intenté una aproximación en solitario. En esa ocasión, no la pasé bien. Me quedé sin agua y no llegué a la única laguna que tiene este monte para hacer campamento. A varios kilómetros de distancia y desmoralizado, regresé a mi casa sabiendo que volvería.
En el año 2004, con mayor logística y mejor equipado, me aventuré a subir la meseta nuevamente pero esta vez por el margen sur de la misma, armando el campo base en la estancia la Esperanza, ubicada a orillas del Lago Columna. La primera jornada fue de pura subida. Fue todo un desgaste por el acarreo de lajas sueltas, esas que haces un paso hacia adelante y un metro para atrás. Llegué arriba de la meseta y a lo lejos de nuevo volví a ver el monte Zeballos. Bajé la mirada y seguí motivado para llegar al hielo. Esta subida me llevó seis horas y otras cuatro hasta llegar a la laguna Deseada ¡Por fin agua!
Por suerte el sol no era muy intenso ya que era junio y el clima venía fresco. Armé la carpa. Me invadía la incertidumbre sobre el tipo de terreno que encontraría al seguir avanzando. Al día siguiente, levanté el campamento y a las diez de la mañana empecé bordeando la laguna por su margen Este. Llegué a un morro de piedra, el Murallón, por su cara Este. Mucha roca suelta y el terreno inestable por la descomposición me hacían preguntar dónde me había metido. Era un lugar desolado. Pero me armé de coraje, confianza de montañista y encaré.
Ya sobre el glaciar Zeballos iba cayendo el día y llegué a un bloque errático donde armé mi carpa en el circo mismo del glaciar. Tenía sesenta metros hasta la cumbre. Me pregunté cómo lo haría mientras los colores propios del atardecer patagónico me llamaban a verlos desde su cumbre. Encaré entre piquetazos y cramponada. Subí esa rampa de hielo con una pendiente de 75° de inclinación. De pronto llegué a la cumbre. Eran las 20:30 horas. Una vista hermosa. El sol ocultándose y a mis espaldas había una luna llena, alzándose donde la sombra de uno se perdía en la inmensidad del paisaje y del cielo patagónico. Mi sombra era parte del paisaje y estaba en la cumbre que tanto me había llamado y que ahora me permitía contemplar el paisaje.
Brindé por el éxito alcanzado con sopa, galletas, salamín y vino, disponiéndome a disfrutar de la vista. Caía el sol y descendí a mi campamento tranquilo y agotado. Pasé la noche con la cabeza fuera de la carpa mirando el resplandor de la luna sobre el hielo. A lo lejos, al sur, estaban las luces de Bajo Caracoles, el reflejo de luces del Lago Posadas y el Perito Moreno. Al día siguiente, al amanecer emprendí mi descenso sobre el glaciar del Zeballos.
Tres años después, encaré de nuevo el proyecto pero esta vez con unos amigos: José Blanco y Juan Carlos Sepúlveda, el flaco Paco, los dos oriundos de Perito Moreno. Al Flaco le gustaba la montaña pero hacía tiempo que no realizaba nada. Con toda la motivación, emprendimos el plan.
El 1 de abril del 2007 comenzó nuestro viaje. Llegamos el mismo día a la estancia con todo el entusiasmo y pasamos a Perito para coordinar con Paco. José venía de Comodoro Rivadavia. A las seis de la mañana, salió Paco a buscarme a Caleta Olivia donde residía. A la mañana siguiente, empezamos ascendiendo la meseta por el acarreo Sur. Paco llegaría un día después así que pasamos la noche en la mitad de la subida de la meseta donde se forma una columna.
Teníamos una noche increíble con un anfiteatro tremendo, con una vista insuperable hacia el lago Columna, el lago Posadas y, de fondo, el gran San Lorenzo. A la mañana siguiente, esperamos nuestro encuentro con el flaco Paco que lo veíamos venir desde abajo. Entre gritos de camaradas, abrazos y una hidratación, salimos a montarnos sobre la meseta con una dura jornada por delante. Teníamos que ir limpiando el camino ya que había muchas rocas sueltas que hacían muy inestable el ascenso a la meseta. Entre charlas y planeando futuras ascensiones, llegamos hasta la laguna Deseada. Armamos el campamento, hidratamos bien y cargamos combustible: unos capeletinis con salsa de queso y vino y de postre, una lata de duraznos, a pleno.
A la mañana siguiente, después de un desayuno de campeones, levantamos campamento y emprendimos el camino hacia la cumbre. Queríamos pasar por la lengua del glaciar Zeballos. El glaciar no nos regaló nada. Por lo que José decidió volverse y Paco también. Así que como “todos para uno y uno para todos”, bajamos, quedándome con las ganas de llegar nuevamente a la cumbre. Descendimos habiendo hecho una jornada de diez horas. Llegamos de noche a la estancia.
En septiembre del mismo año, con el flaco Paco, intentamos nuevamente ir. Con otra motivación y más tiempo, llegamos a la estancia cerca del mediodía. Allí, el paisano amigo nos cocinó un buen puchero campestre, esos que te dan mucha energía. Ese día fue de preparativos. Yo, como siempre, llevaba todo: equipo de radio, bengalas y todas las cosas que se requiere para que te encuentren si te tienen que rescatar. Le dejamos al paisano una radio base. Esa noche hablando con Rodríguez, le preguntó al paisano cuántos caballos. Dijo que tres estaban bien aunque nosotros creíamos que no iban a alcanzar para portear todo el equipo hasta el pie de la meseta. Finalmente, se pudo.
Al otro día, el paisano nos invitó unos mates con caña. Una buena desayunada. Luego armamos las mochilas y cargamos los pilcheros. En eso vino el paisano con una bolsa de tela con unos huevos duros y unas tortas fritas. Una vez bien puestas las alforjas para los pilcheros, salimos súper livianos al pie de la meseta. En un momento, el paisano nos contó que nunca había andado por esos lugares. Nos sorprendió.
Llegamos al pie de la meseta donde empezaba la columna que nos llevaría a su cúspide. Nos despedimos del paisano y cada tanto fuimos hablando por radio. Lo hicimos hasta llegar arriba. Fue un día soleado y con la compañía de un cóndor que volaba a no más de dos metros.
Observándonos mutuamente y con una tremenda sensación de armonía con este entorno, después de un poco de agua, de unos sándwich de mortadela y queso y del postre -unos caramelos y chicles- seguimos caminando. Entre charlas y paradas, fuimos armando pircas para dejar marcado nuestro sendero.
También llevé ochenta metros de cuerda semi estática y unas estacas. Llegamos a la laguna Deseada, armamos campamento y comimos una polenta con salsa y queso. Bien hidratados y comidos, nos fuimos a descansar.
A la mañana siguiente, desayunamos bien. La mañana estaba nublada pero agradable. Levantamos campamento y emprendimos nuestro ascenso. En un descanso, con el cielo bien limpio y sin una nube, nos parecía estar en otro planeta. Había un suelo colorado con predominio de la grava volcánica. A lo lejos, se veían lagunas y el lago Sello. Un par de aves pasaban cerca de nosotros. Contemplamos el paisaje y revalorizamos las cosas básicas de la vida como lo es respirar y sentir esa brisa del viento que refresca un poco el sudor. También pensamos en aquellos que nos llaman “locos” por hacer esto que tanto nos llena: el contacto puro con la montaña. No envidiábamos a los de abajo, peleándose en las góndolas del súper mercado por las ofertas o al caos de la ciudad del cual uno también forma parte. Era más intenso esto de pensar que estamos presos, de manera inconsciente, de un sistema que prioriza el consumo sin dejar nada bueno para nuestras futuras generaciones.
Llegamos hasta el glaciar. Nos calzamos las botas rígidas, los crampones y continuamos camino para llegar bajo la cumbre, en el circo del glaciar. Armamos carpa, cenamos. Empezó a predominar el viento blanco desde el amanecer como hasta las cuatro de la tarde. Pensábamos que hasta allí llegaríamos pero, de golpe hubo una ventana. Era el momento de intentar la cumbre. Los sesenta metros que nos separaban, los hicimos de un toque. No estuvimos más de media hora en la cumbre. Como estábamos mal con las baterías de la cámara de Paco, sólo sacamos unas pocas fotos. Luego, bajamos al campamento, descansamos. Al otro día hubo un amanecer espectacular.
Desayunamos, almorzamos y emprendimos nuestra bajada. Caminamos todo el día. Llegamos a las 22 horas al filo de la meseta. Con las linternas frontales listas, descendimos la meseta. Abajo estaba el paisano haciendo señales de luz con su linterna. Nos indicaba que íbamos bien. Traté de hablarle por radio pero no respondió. Seguimos caminando como hasta la 1 o 2 de la madrugada. Paco siguió y yo me tiré a vivaquear como a unos cinco kilómetros antes de llegar a la estancia. Estaba agotado. Cuando preparaba mi vivac, recordé que en la zona había pumas y tuve un poco de miedo. Durante la madrugada, comenzó a caer aguanieve. No me importó ya que tenía una bolsa de vivac que me había obsequiado un español en Chalten en 2001. A la mañana siguiente, estaba todo blanco y tapado de nieve. Sin embargo, yo estaba seco gracias a la bolsa del gallego.
Miré alrededor de donde me encontraba. Era un cañadón con paredes de unos veinticinco metros y donde había unos veinticuatro nidos de cóndores con sus pichones. Era un fabuloso regalo. Salí de la bolsa y vi mis pies súper hinchados a tal punto que no me entraban las botas. Por suerte, tenía unas ojotas tipo franciscanas con abrojo. Levanté mi equipo y llegué a la estancia con mis medias y pies llenos de barro porque se había empezado a derretir la nieve por el sol.
Al mediodía, no faltó el asado y unos mates, mirando una meseta que estaba toda nevada. En ese momento, nos dimos cuenta que si nos hubiésemos quedado una noche más, no la íbamos a pasar muy bien.
En el año 2009, volví a ir pero esta vez con un amigo de la infancia, Pablo Martínez, el “Loqui”. Fuimos con una luna llena de agosto. Todo el ascenso fue mucho más dinámico ya que subimos la meseta por una cascada de hielo y arriba era prácticamente una pista de ski. Llegamos a la laguna, armamos bloques de hielo para protegernos un poco del viento. A pesar de eso, el viento nos destrozó la carpa. Hicimos noche como pudimos y bajamos al otro día en tiempo récord.
En el 2011, fui con unos alumnos y amigos que querían tener su primer contacto con la montaña. Previamente, hicimos un entrenamiento personalizado con capacitaciones y ciertas recomendaciones. Luego de esto, armamos la expedición con el objetivo de dar a conocer este lugar y repudiar la explotación minera a cielo abierto en Santa Cruz. Logramos la cumbre nuevamente pero, esta vez, abriendo una nueva variante junto a Julio Cofre, Leandro Turra y Oscar Biott.
Luego de esta experiencia y de otras semejantes, me queda una reflexión:
“Recorre esos lugares que llaman tu atención y persiste hasta poder conocerlo y que no te atemorice el saber que nadie pasó por ahí. Recuerda que tus pasos pueden marcar la diferencia para que el resto conozca, por medio tuyo, lugares recónditos y maravillosos que la naturaleza solo quiere que tu conozcas primero, que vivas la vida al aire libre, que vivas la aventura pura, que vivas la Montaña”
Estas exploraciones fueron inspiradas y dedicadas a mi amada hija, Luciana Biott, con el anhelo de que a su mayoría de edad, podamos ir a recorrer juntos esos lugares que he recorrido en su nombre.
Por otra parte es importante destacar que todas las zonas que aquí se describen y a cuyas primeras incursiones nos hemos referido en la nota, forman hoy parte del Parque Nacional Patagonia, ubicado en la Provincia de Santa Cruz.
Cel & Whatsapp +549 2966 652577
https://www.youtube.com/c/GuidoVittonePatagonia47oSUR/videos
Centro cultural Argentino de Montaña 2023