Esta es la historia de la peculiar expedición organizada por Walter Bonatti y Carlo Mauri del Club Alpino Italiano, y el ingeniero Folco Doro Altan de la comunidad argentina - italiana
La apertura de la primera vía en el Fitz Roy de los franceses en 1952, habían despertado un gran interés por la Patagonia de la comunidad italiana. Por esto a fines de 1957, Walter Bonatti y Carlo Mauri planearon la escalada al Cerro Torre, casualmente en la misma temporada el grupo de las Dolomitas (del cual formaba parte Cesare Maestri), y el grupo "Ragni di Lecco" (Bonatti, Mauri), si bien eran de la misma región, había rivalidad entre ambos. La expedición de Bonatti fue sponsoreada económicamente por el Club Alpino Italiano y por el ingeniero Folco Doro Altan, un adinerado italiano que vivía en Buenos Aires, en esta publicación tenemos la oportunidad de compartir la historia de tres de sus protagonistas, Bonatti, el gran montañista, Doro Altan el organizador y Rene Eggmann el guía de montaña, cada uno desde su perspectiva nos comparten la historia de este gran desafío de su época...
Cordada: Walter Bonatti, Cario Mauri, Folco Doro Altan y Rene Eggmann - 1958
Otros integrantes: Vittorio Doro Altan, Horacio Solari, Héctor Forte, Eberhard Heinrich, Miguel Ángel García, José Losada
Cuando se me propuso intentar el asalto al Cerro Torre, como se le llama en el ambiente montañero internacional, sentí asombro y un cierto escepticismo. EI Cerro Torre no es una montaña mas, sino una montana "tabú", juzgada por muchos imposible de escalar. Repetidas veces los vencedores del Fitz Roy, vecino del Cerro Torre, han dicho que este era demasiado difícil para intentar su escalamiento; hablo de Guido Magnone y de Lionel Terray, dos ases del alpinismo francés.
Por consiguiente, la propuesta me hizo pensar con suma prudencia antes de resolverme a dar una respuesta definitiva. Recibí la carta el 18 de octubre, lo pensé detenidamente y consulte el caso con mi amigo. Carlo Mauri. Juntos estudiamos las fotografías recibidas y el mapa; se trataba indiscutiblemente de un coloso, cuya vista provoca escalofríos. Leímos y releímos la carta tratando de estudiar también la personalidad del que la escribiera, y por fin decidimos que "si", siempre que la propuesta fuese realizable, en efecto. Respondí en ese tono y aguarde. La segunda carta llego a vuelta de correo y no quedo otro remedio que iniciar los preparativos.
Así fue como llegamos a Buenos Aires, y desde ahí, en un avión, nos trasladamos a Santa Cruz, donde se hallaban ya Carlo Mauri y el ingeniero Victor Doro Altan, hermano del organizador Folco. Con ellos a bordo de un Cessna 170 y de un Piper de tres asientos volamos hasta la zona del Toro (distante de Santa Cruz unos 350 km) el 6 de enero. El resto de la expedición, dirigido por Folco Doro Altan, partiría unos días después en un avión especial ofrecido por la Aeronáutica Militar Argentina y se reuniría con nosotros en el lugar.
El Torre es una montana magnifica, por cierto. Nunca vi nada más audaz: una inmensa mole de granito que parece tallada con buril. recubierta por una incrustación de hielo perenne que culmina con un verdadero trono helado; una torre inmanente que se eleva verticalmente desde los 1.000 metros de altura del glaciar subyacente hasta los 3.128 metros "He su cima; una montaña que parece un grito petrificado, un lamento dirigido al cielo y convertido en piedra y hielo.
La cordillera patagónica es verdaderamente espectacular, diferente. nueva. Un conjunto de paisaje himalayo con montañas de forma alpina y en ciertos casos dolomita. La provincia de Santa Cruz, la más meridional de las provincias argentinas, dentro de los límites del continente americano, tiene tal vez las montañas más hermosas. Citare entre las más importantes al Torre, al Fitz Roy, al Pier Giorgio, el Murallon, y otras diez más. La pared este del Adela, que une al Torre por el lado sur, constituye un problema digno de los mejores trepadores. Lo más extraordinario es que las montañas surgen de improviso del altiplano, cosa que acentúa su majestad.
Trazando una línea transversal desde la provincia de Santa Cruz a la altura del Torre y del Fitz Roy, a partir del Océano Pacifico, hallaremos primero un intrincado archipiélago de islotes montañosos cubiertos por un tupido boscaje y seguidos por un meandro de canales de aguas agitadas por los vientos que soplan con impresionante constancia y cubiertos por lo general por un cielo plomizo, por un manto de nubes cargadas de lluvia que chocan contra la espina dorsal de la Cordillera. Esta retiene la mayor parte del agua, haciendo que las precipitaciones continuas de nieve alimenten una inmensa meseta de hielo llamada Hielo Continental, desde donde descienden al valle, sea del lado del Pacifico, sea del lado de las pampas argentinas, grandes glaciares que forman espejos de agua conocidos con los nombres de Lago Argentino, Lago Viedma, Lago San Martin, Lago Pueyrredon, Lago Buenos Aires y otros.
Despojadas de su carga de humedad, las nubes prosiguen su carrera al otro lado de la Cordillera, hacia el Atlántico, pero las precipitaciones disminuyen considerablemente, cosa que convierte a la pampa patagonica en un ondulado altiplano árido, recorrido solamente por algunos ríos como el Santa Cruz, Chalia, Chico, etc., cuyo caudal de aguas permitiría, sin embargo, irrigar grandísimas extensiones de tierras aptas para la agricultura. La frontera chileno argentina recorre una línea sinuosa en el centro del cordón cordillerano. El lado chileno está casi deshabitado por la inclemencia del tiempo, excepto más al norte y más al sur. El territorio occidental se caracteriza por los tupidos bosques muy húmedos y por las grandes masas de hielo que descienden hacia los canales del Pacifico, invadidos por numerosos icebergs. Se encuentran allí algunas estancias dedicadas a la cría de ovejas o algunos individuos aislados de la tribu indígena de los "Alcalufes", indios que viven en piraguas.
La Cordillera está recubierta de un inmenso manto de hielo, cuyo espesor alcanza algunas veces a 600 metros en los aludes. Montañas de estructuras diferentes se yerguen orgullosas sobre la meseta y dominan la pampa patagónica. caracterizada por sus valles risueños de tipo alpino, junto a la Cordillera, a la que sigue el altiplano y por fin la costa, tallada a pico sobre el mar, cuyas mareas alcanzan desniveles impresionantes de 9 metros aproximadamente.
También del lado argentino prevalece la cría de ovejas. La población argentina se distribuye principalmente sobre la costa, aunque sea más lógico habitar los valles de la precordillera, teniendo en cuenta el clima más favorable. Los habitantes (entre 2.000 y 3.000) se dedican al comercio y sirven como "base a los estancieros cuyas propiedades ocupan todo el territorio comprendido entre las montañas y el océano. La provincia de Santa Cruz tiene como capital a Rio Gallegos (12.800 habitantes) y su población alcanza apenas a 60.000 almas, aunque su extensión es mayor que la de Italia. Es una provincia de reserva, apta para la agricultura, para la industria maderera y para la cría de ganados, pero necesita irrigación y plantaciones forestales.
Hay en ella mucho petróleo, y las montañas son ricas en minerales. Uno de sus mayores recursos seria el turismo, por la extraordinaria belleza de sus montañas, sus lagos y sus valles; por la majestuosidad de los centenares de glaciares que caen desde alturas de 200 metros, a menudo en medio de una corona de bosques exuberantes. Desde Buenos Aires se llega a Santa Cruz especialmente por avión, aunque no falten carreteras relativamente buenas. Falta, no obstante, una industria hotelera; en caso de existir esta, progresaría rápidamente debido al interés que la Republica Argentina y la Cordillera despiertan en todo el mundo.
Por consiguiente, a esta zona austral, a una distancia de 2.200 km. aproximadamente de Buenos Aires, llego nuestra expedición, organizada como ya dije por Folco Doro Altan. Doro Altan tiene 27 años y hace 10 que reside en la Argentina; es un profundo conocedor de la Patagonia en general y especialmente de la zona comprendida entre los lagos Argentino y San Martin. En 1954, hizo la primera tentativa para promover una expedición italiana al Torre. La tentativa fracaso, pero el material reunido entonces y las continuas exploraciones realizadas por el para estudiar la montaña lo condujeron a la preparación de esta expedición, que por razones especiales fue adelantada un año, habiendo sido prevista para 1959.
En tiempo record; es decir. en 60 días, debió proveerse de todo, sin reducir por ello el programa de organización. Se adoptaron amplias medidas para llevar un ataque masivo a la montaña, previendo el uso de aviones para cada puesto y el empleo de gran cantidad de viveres y de materiales. En efecto, se prepararon 15 carpas de diversos modelos y medidas para ser escalonadas a lo largo de la subida y en el "camino" del Torre, 1.500 metros de cuerda, abundante cantidad de clavos, cuerdas, mosquetones, etc.
El costo de la expedición oscila alrededor de los 8.000.000 de liras y esta cifra considerable debió ser reunida en poco tiempo. contando con la ayuda italiana y argentina; debo decir que ambas fueron favorables a pesar de las dificultades coincidentes de las fiestas de fin de ano. Carlo Mauri y yo salimos de Roma el 31 de diciembre y llegamos a Buenos Aires, donde nos aguardaban Folco y Victor Doro Altan y un grupo de amigos. Recorrimos la larga y bella ruta que nos condujo desde el aeropuerto de Ezeiza hasta el hotel Continental.
Durante el almuerzo, en un ambiente fresco gracias al aire acondicionado que nos hacia olvidar el calor húmedo que nos recibiera en Rio y en Buenos Aires, se nos puso al corriente de la organización del grupo italoargentino de ayuda, del itinerario y de otras cuestiones importantes. Hablamos del Torre, para nosotros un misterio sin aclarar aun.
El Torre se halla a 5 km. al sudoeste del Fitz Roy y en el centro de una cadena en forma de herradura que termina al norte en los montes Pier Giorgio y Pollone y al sur en los montes Adela, Doblado, Grande y el Solo. Frente a este inmanente anfiteatro de espectacular belleza, verdadero paraíso para los más avezados montañeses de todo el mundo. se yergue el macizo del Fitz Roy que cierra la cadena hacia el este, convirtiendo al valle del Torre en un rincón casi escondido y, por lo tanto, casi ignorado. En cambio, detrás del Torre se extiende el altiplano helado del Hielo Continental de aspecto polar, con verdadero contraste.
En este ambiente a la vez austero, grandioso y salvaje, estamos preparando nuestro campamento base. Atacaremos por el oeste. el lado más expuesto a los terribles vientos patagónicos que alcanzan allí velocidades de más de 200 km. por hora. Esto se debe a que desde el corredor situado del lado occidental del monte Adela, se puede alcanzar un cerro de 2.400 metros de altura, desde. donde esperamos trazar un camino vertical de roca, y de hielo. para llegar hasta el fin de la veta. En cambio, del lado oriental tendríamos que vernos con una pared a pico de 1500 metros, totalmente impracticable.
En línea general contamos con instalar un campamento en el cerro Adela, a 700 metros de la cima. Este campamento estaría atendido continuamente por el grupo de ayuda que tendría su base en la meseta a 1400 metros de altura. No puedo decir más porque el resto es misterio. 700 metros de incógnita, expuestos continuamente al peligro de una o de varias tormentas furibundas de nieve o de viento.
Por eso he pensado, con mi ya amigo Folco 'Doro Altan, equipar abundantemente a la montaña tratando de establecer el mayor número posible de refugios. El grupo de ayuda estará formado por Folco Doro Altan. el ingeniero Víctor Doro Altan. H. Eggmann, Horacio Solari. Hector Forte, Miguel Ángel García y Eberharf Heinrich.
Estábamos aun al pie de la Cordillera Patagónica, cuando llego la noticia de que por imprevistas dificultades no vendría el material aéreo, sin el cual el fracaso de la expedición era inevitable. En esta región hay dificultades increíbles para el transporte, y tal contratiempo podría bastar para comprometer una expedición como la nuestra. Hubo una inevitable crisis general que solo pudo ser superada gracias a la fortaleza de ánimo de los componentes de la expedición. Luego todo lo que siguió fue extraordinario.
El ingeniero Víctor Doro Altan, hermano de Folco, el organizador de la expedición. Carlo Mauri y yo habíamos partido algunos días antes para estudiar la posibilidad de un ataque al Torre por el lado este, el de mas fácil acceso. Pero solo el 9 de enero la montaña surgio de su manto borrascoso y se ofreció a nuestras miradas en toda su amenazadora potencia.
El Torre es un macizo verdaderamente impresionante, como no he visto otro en mi vida, tanto por la audacia de su forma como por sus dimensiones. Además, las condiciones generales de su acceso son siempre prohibitivas; sus glaciares descienden hasta 200 metros sobre el nivel del mar y la atmosfera meteorológicas de sus dos mil metros es comparable a la de los Alpes, a una altura de 3.000 metros. El fenómeno se debe a que el Torre está situado en el límite meridional de los Andes, aproximadamente a 49° de latitud sur, en la región austral antártica. y por lo tanto en el centro de la sutil espina dorsal de la cordillera Patagónica expuesta a los fortísimos vientos de los océanos Atlántico y Pacifico.
Visto desde el este, la blanca cumbre del Torre aparece flanqueada por laderas de casi dos mil metros de altura. de un granito rojizo, tan compacto que parece insuperable. Decidimos entonces visitar el otro lado. aun inexplorado, el occidental, esperando hallar menos dificultades.
La ladera occidental del Torre se hallaba a 60 kilómetros de distancia, aproximadamente del lugar donde estábamos y para superarlos fueron muchas las dificultades encontradas. El material debió ser transportado casi siempre en hombros; el mal tiempo nos persiguió constantemente, y por consiguiente las jomadas utilizables fueron escasas. Para este desplazamiento fue necesario recorrer el largo valle del Túnel, después de vadear a caballo el rio impetuoso establecimos nuestro campamento en el fondo del magnífico y salvaje valle, a 580 metros de altura. Luego alcanzamos "El paso del viento", a 1.530 metros de altura. donde instalamos nuestro campamento con una pequeña carpa. El segundo campamento, dos carpas, lo instalamos a 1530 metros de altura, al margen del gran Hielo Continental (extension glacial extraordinariamente grande, la mayor del globo después de las regiones polares; mide aproximadamente 7.000 kilómetros de largo y de 15 a 50 kilómetros de anchura).
Por fin, el 23 de enero, instalamos el tercer campamento constituido por dos carpas a 1.700 metros de altura sobre un espolón rocoso que forma el basamento occidental del Torre. Ese mismo día logramos por vez primera ver la ladera occidental de nuestra montaña. Por este lado la cuesta, es perfectamente vertical, es menos alta que por el lado oriental, aunque completamente helado y barrido por los fortísimos vientos del Pacifico. No conozco tormentas de viento como las del Torre.
Como lo habíamos previsto, la única posibilidad de escalamiento parecía ser la de alcanzar la ultima cuesta del Torre después de trepar el collado que divide este cerro del Adela, empresa que por sí misma constituye un serio problema con sus 1.000 metros de abruptas paredes de hielo y de roca, pero no había otra alternativa.
No obstante el continuo mal tiempo, Mauri y yo trepamos dos veces hasta los 2.300 metros y preparamos el camino con 500 metros de cuerda sujeta a los clavos. El buen tiempo llego el primero de febrero y pudimos comenzar el asalto decisivo. Éramos cuatro los de la partida: Mauro, Folco Doro, Rene Eggmann y yo, tratábamos de subir lo más alto posible A las tres de la madrugada de una esplendida noche con luna llena y alta que iluminaba nuestra ruta emprendimos la marcha. Las pesadas mochilas nos obligaban a subir lentamente; los garfios mordían abruptas pendientes de nieve helada.
A las 12 y30 alcanzamos el cerro. Éramos los primeros hombres del mundo que podíamos contemplar al Torre desde ese lado y nos dimos cuenta al instante de que no podríamos alcanzar la cima. El aspecto de la montana se nos revelaba totalmente diferente al que presentaba de perfil; resultaba obvio que las dificultades eran insuperables en un solo dia y que reclamaban varias tentativas teniendo como base el cerro. Nos domino tal profunda emoción que todavía conservo su recuerdo. En pocas horas pasamos de la sensación de la próxima victoria a la de la derrota. La reacción nuestra fue tan curiosa que aun ahora me resulta incomprensible.
Casi automáticamente, sin decir una sola palabra, nos atamos a la cuerda de 120 metros y comenzamos a trepar hacia la cumbre. El hielo era durísimo y tan abrupto que en algunos sitios superaba la vertical; recurrimos entonces a la técnica de los clavos y continuamos subiendo. Doro y Eggmann, remotos y minúsculos en el collado, cavaban una gruta en el hielo para instalar la carpa al abrigo de los vientos. Creo que ninguno de nosotros se preguntaba el porque de lo que estaba haciendo, pero todos nos dedicábamos con ahínco a la labor. Solo a las 16.30, cuando una voz nos grito desde el collado que habíamos gastado los 120 metros de cuerda disponible. enfrentamos la realidad.
Nos soltamos entonces. sujetamos el extremo de la cuerda a un clavo fijado en el hielo y descendiendo rápidamente nos reunimos los cuatro, para decirnos lo que debimos admitir cuatro horas antes. Después nos sentimos mejor porque nos habíamos prometido regresar otra vez con todo lo necesario. La experiencia realizada nos permitía conocer las particularidades del Torre, y ya nuestra imaginación nos llevaba al Cerro de la Esperanza, así bautizado por nosotros, a las cuerdas que nos guiarían hacia la mítica cumbre.
Abandonado el sueño del Torre en la noche del 2 de febrero, el 3 por la noche partimos al asalto del Cerro Moreno. En la Cordillera Patagónica el Cerro Mariano Moreno con sus 3.500 metros de altura ocupa el tercer lugar y es el macizo más alto que queda por conquistar. El problema de su escalamiento no reside en las dificultades técnicas, sino en Ia extraordinaria extensión de los glaciares que impiden el ascenso.
Aquella mañana del 3 de febrero, en tanto que tendidos al cálido sol del tercer campamento reposábamos de las fatigas soportadas el día anterior en el Cerro Torre, tuvimos una inspiración común. Basto una consideración hecha por uno de nosotros sobre el estado del tiempo para que descubriéramos que cada uno de nosotros, en su fuero intimo, pensaba en escalar el Cerro Moreno.
A las 22 en punto, cuando salía la luna, comenzamos a descender las escarpadas rocas que llevan al glaciar. La temperatura no era rígida y la nieve cedía bajo nuestros pasos. Decididamente nos dirigimos hacia el Cerro Moreno y comenzamos la gran travesía del Hielo Continental Al alba, poco después de las 5, llegamos al pie del Moreno. Su lejana cumbre estaba oculta por un espolón helado, pero se sentían sus 2.000 metros de altura que caían sobre nosotros. Decidimos escalar el escarpado espolón helado que nos llevaría a una zona desbastada por los aludes y accidentada.
Partimos atados por una cuerda, Carlo iba con Eggmann y yo con Doro, a las 6.15 estábamos detenidos nuevamente sobre una delgada cresta de nieve, dominados por una gran preocupacion. Hacia un par de horas que se formaba en el cielo una ligera niebla que se desplazaba lentamente de sur a norte, y a lo lejos, sobre la cima del Murallón, se delineaba ya una amenazadora nube en forma de pez. Decidimos acelerar y a las 7.20 alcanzamos la meseta que coronaba el espolón helado. Aligerados de las mochilas, partimos casi a la carrera y alrededor de las 8 la cumbre del Moreno empezó a ocultarse. Indudablemente nos perseguía la desgracia, pero no podíamos aceptar otro renunciamiento en menos de dos días.
El tiempo pasaba velozmente, y a medida que ascendíamos se acrecentaba la preocupación por el regreso. Finalmente, a las 11 y 30 sucedió algo nuevo: de improviso nos arrollo un viento fortísimo que soplaba desde la izquierda, y comprendimos qua llegábamos al tramo final de la cima. Cegados por la tormenta y tambaleándonos por efecto de la fatiga, pero sintiendo la proximidad de la meta, hallamos aun fuerzas suficientes para continuar después de corregir la dirección de nuestro camino hacia la derecha. A las 12 y 30 la niebla se disipo y la cumbre nevada del Cerro Moreno apareció ante nuestros ojos. Poco después estábamos allí arriba, enteramente rodeados por el vacio.
De regreso del Cerro Moreno a las 3.30 del 5 de febrero caímos en un sueño profundo. Cuando despertamos a horas avanzadas de la tarde, nadie había venido con víveres del campamento. La situación era inquietante porque debilitados como estábamos, constituía un problema grave llegar hasta el campamento base. Nos resignábamos a partir otra vez, cuando llegaron inesperadamente los cuatro compañeros con su carga de bienes de Dios. Finalmente, un placer imprevisto mudaba favorablemente la suerte de nuestra expedición. Ahora las provisiones eran tan abundantes que nos permitían prolongar nuestra estancia en el campamento número 2 durante cuatro días mas. Si queríamos disfrutar de estas Preciosas jornadas debíamos intentar sin más tramites la conquista del vecino Cerro Adela. Y así lo decidimos.
El cordón Adela es una magnifica cadena de montanas heladas al sur del Torre que separa la región glacial del Hielo Continental de la árida pampa patagónica del Lago Viedma. La cumbre más alta es el inexplorado Cerro Adela, cuya altura alcanza a 2.960 metros.
El día 7, una noche borrascosa seguida una bellísima aurora. Sin vacilar decidimos partir con Mauro los dos solos. Era preciso ser muy veloces y ganar altura antes del deshielo, de modo que trepamos directamente por el abrupto canalón O.S.O. Todo estaba quieto y helado al principio, pero una hora después los primeros ventisqueros comenzaron a precipitarse a nuestro alrededor. Dos horas después de la partida el difícil canalón de 900 metros quedaba a nuestros pies con sus numerosos aludes.
A las 10.50 nuestros banderines flameaban al viento fuerte y helado de la cima frente al Torre y al Fitz Roy. Estábamos enmudecidos ante tanta belleza y permanecimos media hora allí arriba, soñando. Luego se nos ocurrió aprovechar el tiempo de que disponíamos para alcanzar alguna otra cima del cordón Adela. Iniciamos la travesía al instante. Pasamos la antecima del Adela a pocos metros debajo de su cresta, luego nos dirigimos hacia el monte inferior que separa esta cumbre del Cerro Ñato. A la mitad del camino nos encontramos con dos andinistas que trepaban en la misma dirección que nosotros.
Eran los trentinos Maestri y Eccher que, procedían de la vertiente opuesta y se disponían a escalar el Adela. Aprovechamos la ocasión para cambiar impresiones y charlar al reparo del viento. A las 12 y 30 nos despedimos y cada uno siguió su camino. Media hora más tarde, casi inesperadamente, nos hallábamos en la cima del Cerro Ñato (2.808 metros) y en seguida comenzamos el descenso por la ladera opuesta, verdaderamente aérea en ciertos trechos. Llegamos al collado y seguimos la travesía por las pendientes del Cerro Doblado. A las 15 habíamos llegado a la meta y descendíamos por el lado opuesto. Ante nosotros solo se erguían las dos magnificas cimas del Cerro Grande.
Sabíamos que su cumbre principal había sido conquistada pocos días antes por la expedición trentina, pero como disponíamos de tiempo nos dominaba La idea de llegar también allí. Poco después de las 16 horas sujetos a las piquetas para no ser arrastrados por el viento, llegábamos a la primera cumbre del Cerro Grande (2304 metros). No perdimos tiempo. Aprovechando los breves intervalos entre la niebla descendimos hasta el collado entre ambos cerros y luego superamos a un escarpado tabique de hielo casi vertical, algunos torrentes helados, paredes y crestas, y por fin, en medio del infernal viento ya familiar, alcanzamos la segunda cumbre del Cerro Grande (2.790 metros) que llamamos Cerro Luca en honor del hijo de Mauri.
Regresamos aproximadamente a las 21 horas, mientras caía la noche, cubiertos de nieve y azotados por el viento. Nos lanzamos a descansar al abrigo de la carpa, para revivir en el recuerdo el largo camino recorrido.
"No te empeñes, Walter -le dije- no hay nada que hacer ahora. Volveremos el año que viene y de alguna forma vas a subir...".
Estábamos todos decepcionados ante esa pared infernal de la montaña, una pared vertical y hasta sobrependiente de puro hielo, alta, de 600 metros.
Bonatti, asombrado, continuaba recorriendo con la mirada la masa blanca de hielo que se perdía en el cielo.
Eggmann y yo, sentados sobre un montón de clavos que nos hacían de asiento sobre la nieve del Col, nos mirábamos de cuando en cuando como para subrayar lo que acababa de decir.
Mauri, muy tranquilo por lo general, trataba de explicamos a todos y a sí mismo que era una locura seguir en ese momento. Estaba excitado; la amargura de la derrota le apretaba el corazón y la barba rubia, abundante, no lograba disimular la tristeza de su semblante. Casi cegados por el reflejo de la nieve, cerrábamos los ojos y tratábamos de secar el sudor que hacia empañar los lentes ahumados.
Estábamos a 2.550 metros de altura, sobre una delgada cuchilla de hielo, entre dos abismos, dominados por la imponente pared sur del Cerro Torre, mientras el sol nos castigaba con violencia. Mauri y yo nos habíamos puesto un pañuelo lleno de nieve sobre la cabeza, mientras Eggmann trataba de defenderse con su rompevientos, Bonatti jugaba con un clavo de hielo sobre la nieve. Quería decir algo pero no podía, y volvía a mirar hacia arriba. Los cuatro, puntos infinitamente pequeños ante la inmensidad de ese mundo de hielo que nos circundaba, resumíamos el esfuerzo continuado de veinte días de lucha con la Naturaleza para dar el asalto al cerro más difícil del mundo, a la "montaña imposible".
Entre todas las montañas del mundo, el Cerro Torre es, sin duda, uno de los más hermosos fenómenos geológicos. Es un inmenso obelisco de granito, de 3.128 metros de altura, delgado y elegante, que parece casi perderse en el cielo. Sus verticales paredes parecen defenderlo de toda posibilidad de ataque. La montaña, cual si fuera una explosión de la Naturaleza, parece lanzarse hacia lo alto. Domina imponente el valle homónimo, emerge de las nubes que hierven a su alrededor o se esconde por días y días tras una impenetrable cortina que sólo deja ver sus contrafuertes, es una montaña embrujada, encerrada en su propio mundo, semiescondida por el Fitz Roy.
Planear la conquista de su cumbre implicaba muchas cosas. Ante todo, conocer el macizo, conocer las montañas patagónicas y todos los problemas que puedan presentarse a una expedición. En el caso del Cerro Torre, puesto que se encuentra en el medio de un cordón que divide los bosques orientales de las masas glaciales del Hielo Continental, se presentaban dos posibilidades: atacar la montaña por el lado oriental - el único conocido - o por el lado opuesto, el occidental, aún desconocido. Habiendo participado en 1952 en la travesía del Hielo Continental y, posteriormente, realizado varios sobrevuelos sobre el Hielo Continental con un Pioer, el lado oeste del Torre me había parecido relativamente más ventajoso, de modo que nuestra expedición planeó buscar la ruta hacia la cumbre sobre los lados oeste y sur de la montaña.
En cuanto a los hombres, se habían establecido tres grupos: el grupo de asalto, el grupo de apoyo y el grupo de reaprovisionamiento. Walter Bonatti y Carlo Mauri, dos alpinistas de extraordinaria capacidad, formaban el primer grupo, siendo secundados por Rene Eggmann, guía suizoargentino de Esquel, y por mí, que integrábamos el segundo grupo, en tanto que mi hermano Vittorio, Horacio Solari, Héctor Forte, Heberard Heinrich, Miguel Ángel García y José Losada componían el sacrificadísimo grupo de reaprovisionamiento.
El Col del Adela, nuestra primera meta, es un collado, silla, portezuelo o brecha, que separa el Cerro Torre del Cordón Adela (2.900 metros aproximadamente).
Desde nuestro campamento numero tres no podíamos verlo, pero Bonatti y Mauri habían instalado ya unos 400 metros de sogas fijas que nos facilitarían la ascensión al Col, ubicado unos 850 metros más arriba, con las pesadas cargas que debían alimentar con materiales y víveres el asalto final sobre la pared sur del Cerro Torre.
El 2 de febrero - exactamente seis años después que los franceses salían para encarar la pared sudeste del Fitz Roy - Bonatti, Mauri, Eggmann y yo salimos de nuestra carpa "Upsala", eran las 2, la luna llena iluminaba claramente el escenario, tuve la impresión de que las montañas del Hielo Continental que estaban a la vista, retuviesen la respiración y en el silencio más absoluto nos observaban. La cumbre del Torre, 1.400 metros más arriba, resplandecía bajo los rayos de la luna.
Lentamente, con nuestras mochilas que pesaban unos 25 kilogramos, atacamos la empinada ladera de nieve dura, en silencio. El Torre, orgullosos, terriblemente alto, nos miraba. Parecía interesado. Superadas las grietas, alcanzamos las sogas fijas y ganamos altura, alternando entre rocas verticales y empinadas laderas de nieve. Hacia las 5.30 alcanzamos el punto tope de las sogas fijas. Sobre la pared de granito a nuestra derecha unos clavos sostenían otras cargas de equipo y víveres dejadas anteriormente. Pusimos todo en nuestras mochilas y su peso subió a unos 35 kilogramos. Empezamos a subir nuevamente.
¡Ahora las cargas resultaban realmente muy pesadas!
Superamos una pared de nieve sumamente empinada hasta alcanzar un filo nevado, que nos separaba de dos abismos.
Nos dividimos en dos cordadas: Bonatti y yo, adelante; Mauri y Eggmann, atrás. Sobre nuestras cabezas apareció finalmente el Col del Adela, parecía cercano, pero, para alcanzarlo, debíamos superar una empinada ladera de nieve hasta alcanzar una verticalísima pared de roca incrustada de hielo sobre la cual descollaban unos inmensos hongos helados, el más grande de los cuales sobresalía unos 30 metros, desde allí debíamos subir por otra pared de hielo, hacer una travesía, superar unos saltos de hielo verdoso hasta alcanzar el perfil del collado. Mientras tanto, las primeras luces hacían su ingreso sobre el Hielo Continental.
Finalmente, luego de cinco horas de trabajo, alcanzamos el Col, superando los últimos 300 metros, eran las 12.30 hs. y habíamos empleado diez horas para efectuar esa ascensión, cuando yo llegué vi a Bonatti inmóvil, mirando hacia el lado opuesto del Col, un abismo de 1.200 metros nos cerraba el paso.
Ya todos reunidos sobre esa delgada cuchilla de hielo, observamos la pared sur del Torre, una sucesión de sobrependientes de hielo no nos permitían ver la parte final. A nuestras espaldas, una pared de hielo de 40 metros dominada por un respetable hongo, nos cerraba la vista hacia el cordón Adela, mientras que frente y detrás nuestro se abrían dos abismos. Nuestro campo de acción sobre el Col era, pues, muy pequeño. Comprendimos en seguida que nuestra ruta debía sufrir una importante variante, muy expuesta a los cataclismos de los aludes, lo cual significaba cambiar toda la táctica de asalto y el empleo de una cantidad muy superior de material, además del abundadísimo que ya poseía la expedición.
Comimos entre todos una lata de conservas, no había agua y el sol golpeaba fuerte, Bonatti se ató alrededor de la cintura una soga de nylon de 120 metros y, tratando de establecer una ruta diagonal, atacó la empinada pared de una "espalda" del cerro, Mauri lo secundaba. Eggmann y yo, entretanto, empezamos a cavar una gruta en el hielo. Luego de cinco horas ellos estaban unos 140 metros más altos.
Cuando se acabó la soga, Bonatti descendió, nos reunimos todos y nos sentamos sobre la nieve. "No vale la pena que te mates, Walter -le dije-. Ya sabemos ahora cuál es el camino, y esto es lo que nos interesa, haremos bien nuestros planes".
Satisfechos ahora, comimos una tableta de chocolate y emprendimos el descenso, dejamos atrás, sobre nuestras cabezas, el Col del Adela. Decidimos bautizarlo Col de la Esperanza, pues, dentro de unos meses, comenzará allá mismo nuestra nueva aventura.
Fuente: Fragmentos de la Revista Mundo Argentino, Nº 2480, 10 de septiembre de 1958.
Cuando René Eggman llego a Esquel donde vivía, el diario de la ciudad le realizo el siguiente reportaje que fue publicado en el mismo, leamos su impresión de recién llegado de la aventura:
Diario de Esquel, Provincia de Neuquén, Domingo, Marzo de 1958
Sano, dichoso y expansivo, nuevamente se halla en Esquel el señor René Eggman, tras varias semanas de ausencia, pasadas en la zona santacruceña de Lago Argentino, formando parte de la expedición encabezada por el andinista italiano Folco Doro Altán, de fama internacional por sus ascensiones.
Esta expedición, como es notorio, fue planeada en Italia para efectuar el escalamiento del Cerro Torre, cumbre enhiesta, considerada inaccesible y vista como una fantasía de la naturaleza por los expedicionarios del asalto al Fitz Roy, otra de las cumbres empinadas de esos grandes cordones orográficos.
- Vengo impresionado por la belleza y la majestad de esa zona cordillerana, exclama el señor Eggmann, en cuanto lo saludamos.
- Aún estoy viendo la sucesión de cumbres, la masa de hielo continental, los ventisqueros, el bosque, los lagos; en fin, cuanto constituye ese Andes extraordinario e inolvidable. He tomado algunos apuntes y me agradaría poder dar un resumen de mis impresiones.
Lo instamos a que nos adelante algo.
Así lo hace, una vez que se han retirado las amistades que han ido a saludarlo.
LA EXPEDICION DESISTE DE SU OBJETIVO PRINCIPAL
- Instalamos el campamento básico, refiere el señor Eggmann, sobre el Río de Las Vueltas, corriente caudalosa, donde pocos días después se ahogó un carrero que transportaba lana; y el 15 de enero iniciábamos la expedición que nos había de separar del mundo hasta el 17 de febrero.
Entramos al hielo continental por el Valle Túnel, cruzando el paso Los Vientos, sito a 1.500 metros de altura, y así el grupo se acercó al mismo Cerro Torre por el lado Sudeste, tras una marcha de 15 kilómetros sobre ese hielo donde establecimos dos campamentos.
El grupo se componía de siete personas, entre ellos los señores Mauri y Bonatti andinistas de primera categoría. Había demás cuatro mujeres, pero no participaron de la ascensión.
El objetivo principal, alcanzar la cima del Cerro Torre, no pudo cumplirse. Pronto comprendió el grupo que le faltaba preparación para esta empresa. Sobre La Adela, punto a unos 500 metros más abajo de la cumbre del Cerro Torre, se vieron dificultades apreciadas como el límite de lo posible. No se hizo, por lo tanto, ningún intento de continuar la ascensión.
Desde el plano de La Adela, el panorama del Andes es realmente fantástico.
ASCENSION A LA CIMA DEL CERRO MORENO
- No nos amilanamos por no haber podido cumplir lo que nos propusimos, continúa el andinista.
Al no poder escalar el Cerro Torre, de 3,128 metros de altura, según las cartas, intentamos el ascenso a la cumbre Norte del cordón Moreno, que tiene, según el cómputo de la expedición, 3.500 metros, o sea una altura superior a la de los Cerros Fitz Roy y Paine.
En este empeño tuvimos éxito. Bonatti, Mauri y yo llegamos a la cumbre del cerro; pero para esto tuvimos que empeñarnos a fondo, haciendo un trayecto de veinte kilómetros por el hielo continental, marchando de noche, a la luz de la luna, para aprovechar la nieve dura, pues así se avanza mejor. Treinta horas tardamos para esta conquista, a marcha forzada, sin dormir, comiendo levemente y sin portar otro equipo que aquello considerado estrictamente indispensable. Comprendíamos que cualquier detención podía malograr nuestro propósito, y acaso resultarnos fatal.
No es posible detenerse mucho en esas cumbres, careciendo de campamento.
La cumbre del Cerro Moreno queda así reconocida por primera vez.
JORNADA EXTRAORDINARIA POR ALTA MONTAÑA
- Mauri y Bonatti, hicieron algo más, agrega nuestro informante. Ya he dicho que se trata de escaladores de primera categoría, jóvenes de rara escuela y de ánimo extraordinario para estas empresas de conquistar montañas, como que pertenecen a instituciones alpinistas donde sólo se admite a quienes han probado fehacientemente su valor.
Aunque parezca increíble, estos hombres recorrieron la cordillera en una sola jornada, desde Cerro Adela hasta Cerro Grande, pasando por los cerros Ñato y Doblado, moles todas que se alzan hasta casi tres mil metros sobre el nivel del mar.
Uno de ellos manifestó que esta travesía ha sido la más hermosa de su vida.
Los cerros Ñato y Adela nunca habían sido hollados hasta ahora; y así se tendrá que hacer constar en la historia de las ascensiones a las mayores cumbres del Andes.
LA AGUJA DEL CERRO TORRE SIGUE INVENCIBLE
El señor René Eggmann termina manifestándonos que el jefe de la expedición no decidió si la repetirá o no, pues tiene en trámite otros viajes semejantes; pero su opinión personal es que eso es posible, pues todos sus componentes han quedado seducidos por la belleza e imponencia de aquella región.
El mismo sería capaz de aprontarse otra vez para ir hasta allí e intervenir en lo que fuere preciso. El oleaje de los cerros, la magnificencia de las cordilleras y esas masas de hielo que se extienden a ambos lados del Andes, algunas de ellas para quebrarse en los grandes lagos, le han hablado con mucha elocuencia a su mente y a su corazón.
Entre tanto, el Cerro Torre mantiene su fama de inaccesible. Pero, naturalmente, como se han tomado numerosas vistas y apuntes, lo mismo que varias películas, unas de ellas en colores, se sobreentiende que queda reunido un precioso material informativo para aquellos que repitan el intento de dominarlo.
El grupo expedicionario fue recogido en el Lago Argentino por un avión militar; y luego de dejar en Comodoro al señor Eggmann, siguió hasta Buenos Aires.
Esquema del recorrido proyectado | Diagrama que hizo Carlo Mauri señalando la posible ruta cumbre del Torre, según se puede ver, comparado con la ilustración de la ruta Ferrari hecha 15 años mas tarde, es casi la misma que supuso Carlo. |
RELATO DE WALTER BONATTI:
- La Gran Aventura del Cerro Torre
- Revista Leoplán, junio de 1958
RELATO DE FOLCO DORO ALTAN:
- Primera expedición al Cerro Torre de 1958
- Libro del 50 Aniversario del Club Andino Esquel 1952- 2002
Centro cultural Argentino de Montaña 2023