Esta expedición científica argentina realizo trabajos de investigación y experimentación en el estudio fisiológico de la altura en los seres vivos organizada por la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador
En los días 24 y 28 de enero de 1965, los integrantes de una expedición científica a los Andes centrales alcanzaron sus objetivos en alturas de alrededor de 6.300 mts., precisamente en el pico más alto de América: el Aconcagua, Éste, con sus 6.959 mts., sólo es superado, como sabemos, por algunas cumbres del Himalaya.
No tenemos conocimiento de que se haya efectuado una investigación similar en otras partes del mundo. Esta originalidad también comprende algunos de los trabajos desarrollados exhaustivamente en el laboratorio.
El plan de trabajo de la expedición fue el resultado de un largo proceso de maduración en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador, en Buenos Aires.
En efecto; hace años, iniciamos trabajos de investigación sobre las condiciones de vida y procesos metabólicos generales en animales a los que se daba a respirar mezclas gaseosas con un porcentaje de oxígeno menor que el del aire atmosférico (21 %). Para ello, se eligió una mezcla con oxígeno 6 % y nitrógeno 94%. Los perros que se utilizaron como animales de experimentación debieron respirar en esas condiciones durante una hora, Al finalizar este lapso se efectuaron biopsias de miocardio, las que fueron procesadas para estudiar la ultraestructura por medio del microscopio electrónico. En esta segunda parte del estudio, el grupo del Instituto de Fisiología se asoció con el doctor Rubén P. Laguens, jefe del Departamento de Investigaciones Microscópicas de la Comisión de Investigación Científica de la Provincia de Buenos Aires, en la ciudad de La Plata. También fueron estudiados otros parámetros, tales como electrocardiograma, volumen minuto y saturación de oxígeno arterial, pero, en definitiva, nos pareció que las alteraciones de la estructura celular reflejaban más fielmente lo sucedido.
Pronto se descubrieron alteraciones bastante características de la célula donde tienen lugar principalmente los procesos oxidativos; también se comprobó que el cuadro podía repetirse experimentalmente a voluntad. Fue fácil, entonces, verificar si algunas drogas, expuestas previamente a la experiencia de hipoxia provocada, podían tener algún efecto protector sobre estas alteraciones de la ultraestructura. Dicho efecto se produjo con el RAS (Persantín), de uso corriente en la terapéutica de la angina de pecho.
1º) Se sometieron dos lotes de perros a una atmósfera con oxígeno al 6 %, en lugar del 21 % del aire atmosférico normal. Por lo tanto, ambos grupos de animales tenían un déficit de oxígeno en el aire inspirado, prolongándose dicha situación por espacio de una hora. El lote "B" recibió la droga en estudio, en tanto que el lote "A" actuó como testigo, sin la droga.
2º) Al cabo de una hora se tomaron biopsias, pequeños trocitos del músculo cardíaco de 1 a 2 mm. de diámetro, que fueron estudiados con el microscopio electrónico.
3º) En el lote "A", en que solamente hubo hipoxia y no se dio la droga protectora, se apreciaron distintos cambios en la estructura de las células musculares del corazón. Dichos cambios fueron particularmente manifiestos en las mitocondrias, pequeños organoides de las células, cuya función normal es la de recibir las sustancias nutricias que allí llegan y transformarlas en energía a utilizarse en la contracción. Este proceso se cumple mediante el fenómeno químico conocido con el nombre de oxidación, es decir, la combinación de esas sustancias con el oxígeno.
Los animales del lote "B", que recibieron el RA 8, mostraron una acción protectora de la droga sobre las estructuras mitocondriales que se habían observado dañadas en el otro grupo.
4º) Las posibles explicaciones ensayadas en aquella época siguen actualmente en pie. Una de ellas exponía la posibilidad de que el RAS actuara como oxidante, relevando en parte la tarea mitocondrial y permitiendo mantener la estructura de los organoides. La otra presentaba al RA 8 directamente como protector de la cohesión molecular, impidiendo así la fragmentación observada en el grupo "A". Aparentemente, y por razones en las que no nos detendremos acá, esta última hipótesis resulta más verosímil, pero, desde luego, no puede aceptarse aún como definitiva.
Como se ve, la hipoxia producida en el laboratorio, en condiciones experimentales, equivale a la que se obtendría con una presión parcial de oxígeno similar a la de los 7.000 m de altura, es decir, aproximadamente igual a la de la cumbre del Aconcagua. Por ello fue que siempre tuvimos en nuestra mente dicha montaña, como un medio de objetivar las condiciones experimentales cuando deseábamos explicar el experimento. Decíamos: ¡Es como si hubiéramos llevado los perros al Aconcagua!.
Luego surgió la idea de estudiar la ultraestructura muscular cardiaca y esquelética después de un ejercicio exhaustivo, ya que se consideró que en esas condiciones también había un estado de hipoxia muscular, esta, vez provocada por un aumento del consumo (ejercicio), en lugar de provenir - como en el anterior experimento - de una deficiencia en el aporte (respirar mezcla de oxígeno al 6 %).
Las experiencias se llevaron a efecto con la colaboración del doctor Antonio Ruiz Beramendi, en una pequeña piscina, construida con fines experimentales en la azotea del Instituto de Fisiología. Los perros nadaron con un collar especial, en el que podían colocarse pesas en la cantidad deseada, con el objeto de que el ejercicio fuera exigente, aunque no tanto como para que llegara a provocar un estado angustioso en el animal.
Los resultados de las biopsias - estudiadas con el microscopio electrónico - en el músculo cardíaco fueron muy parecidos a los de la hipoxia provocada respirando oxígeno al 6 %.
Debemos destacar que no hemos encontrado ninguna mención de estudios similares con microscopía electrónica, efectuados en esta condición tan fisiológica como es la del ejercicio muscular. Por contraste, el músculo esquelético - que también estudiamos -, a pesar de su extremo estado de extenuación después de los ejercicios natatorios, que duraron entre 60 y 90 minutos, nos mostró siempre una estructura normal.
Como vemos, esto produce una verdadera inversión del concepto sustentado hasta ahora, el cual presupone que el cansancio de los órganos para cumplir su función en especial, el del músculo esqueletice es más bien el resultado de acciones primarias en los mismos. Si así fuera, esto, en cierto modo, preservaría al corazón de los esfuerzos desmedidos. Con nuestros resultados, ya podemos afirmar lo inverso, vale decir que el músculo esquelético sólo puede trabajar mientras la circulación lo provea de los elementos necesarios.
Si ello no ocurre en la medida de sus necesidades, cesa progresivamente su trabajo, pero sin alterar la estructura, en tanto que en el musculo cardíaco se producen alteraciones que parecen depender de la hipoxia periférica y del aumento del trabajo del corazón.
Después de todos estos trabajos experimentales, el grupo del Instituto de Fisiología que yo dirigía en aquella época ya estaba en condiciones de decidir sobre la posibilidad de efectuar un estudio experimental en alturas reales, con el plan de complementar otra faceta del problema. Es sabido que las condiciones no son allí exactamente las mismas que las del experimento del laboratorio, ya que al factor disminución de la presión parcial de oxígeno es necesario agregar las oscilaciones bruscas de ésta, originadas en las variantes barométricas y. claramente vinculadas, por cierto, con las condiciones climáticas rigurosas de la alta montaña.
Destaquemos, asimismo, la fama del "padre de los Andes", que, al decir de los que le conocen, en su seno acoge con benevolencia a quienes le caen bien, y se indigna y sacude cuando atisba el menor signo de irrespetuosidad por parte de los hombres que pretenden conquistarlo.
Estas razones también influyeron en la elección del Aconcagua para llevar adelante la investigación. Nuestra expedición, con un sentido mucho más práctico que el arriba mencionado aunque, por cierto, sin faltarle en lo más mínimo el respeto a la montaña, que se ha cobrado casi un centenar de víctimas entre los andinistas, estudió detalladamente las posibilidades de acceso, teniendo en cuenta el hecho de que la mayoría de sus integrantes no eran personas singularmente prácticas en el terreno deportivo, así como también la necesidad de transportar materiales, equipos y animales para estos estudios a alturas muy importantes, que, de por sí, implican un riesgo notable.
Como buenos novicios, tuvimos que descubrir a través de nuetro colaborador, el doctor Antonio Ruiz Beramendi, destacado deportista de montaña que ya estuvo en la cumbre del Aconcagua en 1945 y escaló el Himalaya, en 1954, con la expedición del malogrado teniente Francisco Ibáñez que nuestra montaña tenía dos flancos perfectamente definidos, inclusive con climas propios: el norte y el sur.
Este último, permanentemente cubierto de hielo, fue desechado por sus dificultades de escalamiento, cosa que ocurre habitualmente entre los andinistas. Se recuerda que fue ascendido sólo una vez por una expedición deportiva francesa, en 1953.
En cambio, el flanco norte sin nieve y casi sin hielo hasta los 5.000 mts. en época de verano se nos presentaba con los caracteres ideales para nuestra tentativa. Además, para colmo de posibilidades en favor de nuestro experimento, la pared conocida con el nombre de Gran Acarreo permite el ascenso con mulas hasta alturas de casi 6.000 mts. o más, lo cual parecía ser una solución para el transporte de los animales de experimentación.
En cuanto a éstos, siempre se pensó que debían ser perros, por las similitudes de su adaptación circulatoria con la del hombre; también pesaba el acabado conocimiento que tenemos de su comportamiento fisiológico, a través de una larga práctica en el laboratorio experimental.
Se pensó y en definitiva fue lo realizado en llevar 20 perros a una altura de 6.300 m, más o menos. La mitad de ellos estaría sometida al tratamiento con RA 8 inyectable y la otra mitad iría como testigo, para estudiar en los animales el hecho fisiológico puro de la adaptación.
Grupo "A": constaría de 12 perros, que irían por etapas hasta la altura prefijada, de tal modo que se cumpliera progresivamente un período de aclimatación de una duración similar a la proyectada para los miembros de la expedición. Seis perros irían caminando y los otros seis en reposo, colocados en unos canastos especiales, a lomo de mula. Tanto los animales en reposo como los que fueran caminando se subdividirían, a su vez, en dos grupos: a uno de estos se le aplicaría el RA 8; al otro, no.
El grupo "B": de 8 animales - subdivididos en 4 que caminarían y 4 que irían en canastos -, también recibiría el RA 8 por mitades. Pero mientras que el anterior, como ya dijimos, iría lentamente, adaptándose a la altura igual que los expedicionarios, este segundo grupo, por el contrario, sería llevado en el menor tiempo posible desde Mendoza hasta el Aconcagua, vale decir, en condiciones que llamaríamos de adaptación aguda.
Se advertirá que no sólo se planeaba un estudio de las adaptaciones rápida y lenta, sino que surgía también la posibilidad de conocer, extendiendo los resultados, algunos aspectos prácticos que se podrían tener en cuenta en el caso de reemplazar un soldado aclimatado por un soldado de llanura, no aclimatado aún, factor importante en un país que no cuenta con población montañesa autóctona.
En cuanto al método de estudio, se optó por el de la biopsia, muy simple. Entre tanto, el personal era eficientemente adiestrado en todos los detalles de fijación para microscopía electrónica, pues estábamos seguros de que así tendríamos respuestas más profundas.
El plan incluyó la realización de biopsias de riñón, glándula suprarrenal, hígado, bazo, pulmón, músculo cardíaco y músculo esquelético, como punto de partida para analizar la adaptación fisiológica. Como las biopsias y los líquidos fijados deben ser mantenidos a temperaturas entre 0º y 4°, debimos estudiar previamente la posibilidad de ensayar recipientes plásticos metidos dentro de otros mayores, ambos llenos de hielo, que los preservarían tanto de las altas como de las bajas temperaturas.
Esto último, por paradójico que parezca, es más importante en el Aconcagua, donde el termómetro permanece bajo cero la mayor parte del día, cuando no durante las 24 horas.
En definitiva, se resolvió que fuéramos el doctor Antonio Ruiz Beramendi, médico que participó en las otras investigaciones; el estudiante de veterinaria José Vasena Marengo, que, por estar encargado del vivero de animales de experimentación en el instituto, resultaría muy útil, dada su práctica para el manejo de los perros, y, completando el grupo, como director científico, el autor de esta nota. Quedaron en Buenos Aires los doctores Rodolfo Franco y Rubén Laguens, para recibir el material de las biopsias tomadas en la altura y continuar con el estudio previsto a medida que se fueran preparando para el microscopio electrónico.
Además, el doctor Néstor Barrio y los señores Marcelo Gianelli y Máximo González nos acompañaron y colaboraron activamente con la expedición hasta Puente del Inca, donde permanecieron para actuar como enlace.
Por último, en dicha localidad se sumaron el teniente Abel Balda y los sargentos ayudantes J. C. Darwich y A. T. Elgueta, quienes, como conocedores y baqueanos de la zona, no escatimaron nunca su apoyo y comprensión para esta empresa, Seguramente, para ellos debió resultar muy extraño llevar 20 perros hasta la cumbre del Aconcagua.
El 18 de enero, el grupo de expedicionarios se encontraba ya en Mendoza. Los perros elegidos habían estado en observación durante 30 días, en el Instituto Pasteur de esa ciudad.
Los animales fueron cargados en un camión. La expedición Repartió sus hombres y enseres en dos camionetas, que partieron de la ciudad de Mendoza, rumbo a Puente del Inca, el mismo día 18 de enero de 1965, en horas del mediodía.
Salvo algunas paradas para revisar las condiciones en que viajaban nuestros animales, los casi 200 km. que separan la ciudad de Mendoza de la localidad de Puente del Inca fueron cubiertos sin dificultades.
Así, pasamos por Cacheuta, Potrerillos, Uspallata, Picheuta, Polvareda, Punta Vacas, etc., todos mojones en la carretera internacional que lleva a Chile, A las 18, la expedición fue recibida con alborozo y extrañeza por el personal de la Compañía de Esquiadores de Alta Montaña 8, en Puente del Inca.
Pero no todo debía ser optimismo y exaltación ante tan seria empresa. Comprendiéndolo así, la expedición en pleno concurrió al pequeño cementerio de Puente del Inca, donde rindió homenaje a varios deportistas que habían perecido. Las tumbas de Hans Link y su mujer, Adrienne Bance, se destacaban del resto.
Con la impresión que - como es de imaginar -, puede producir una visita así en neófitos de las cumbres como nosotros, retornamos a nuestros alojamientos y nos aprestamos a pasar allí los 2 ó 3 días necesarios para la aclimatación inicial.
Al preguntar por el comandante de la Compañía de Esquiadores de Alta Montaña, capitán Gastón Driollet, nos enteramos de que se hallaba en el Aconcagua junto con el teniente Balda y otros miembros de una comisión militar que había ido en busca del personal de dos expediciones deportivas en dificultades.
Las noticias sobre lo sucedido se precipitaron con la llegada, desde Plaza de Mulas, de un joven deportista alemán, identificado como Rudolf. Este relató que, cuatro días atrás, un sacerdote católico mexicano, el padre Fernando de la Mora, y su compañero alemán, Dieter Raab, habían quedado, sin conocimiento ya, a 6.700 m, en pleno temporal, con temperaturas de 20° a 30° bajo cero. Rudolf se había salvado caminando hacia abajo casi por instinto, pero, como lo hizo sin botas, pues no las encontró en la bolsa de dormir, por la confusión del temporal (y también, pensábamos nosotros, de la hipoxia), el terrible frío le produjo importantes lesiones de congelamiento en ambos pies y manos.
Esa misma noche, las noticias fueron definitivas: el sacerdote mexicano y el deportista alemán habían muerto por el intenso frío. Sus cuerpos, rescatados por la patrulla militar, serían traídos a Puente del Inca.
El día siguiente se nos mostró más alegre, pero en nuestro fuero interno coincidíamos en que esa sensación era sólo un espejismo provocado por el sol.
Durante el desayuno conocimos al doctor Hans Albrecht y a su esposa, berlineses que unían su vocación de andinistas a un plan de investigación clínica.
Por la tarde nos acercamos a la laguna de los Horcones. Mientras la contemplábamos, vimos la llegada de la triste caravana de rescate. El médico forense revisó los cadáveres; el examen puso inmediatamente en evidencia la reducción de las medidas corporales de los muertos. Este fenómeno es atribuible a la intensa deshidratación debida al frío y al clima seco de las alturas.
Para nosotros, el espectáculo de la caravana multicolor, ante la grandiosidad del paisaje, se tornaba irreal; por momentos, deseábamos volver a Puente del Inca para resolver pequeños problemas de la expedición, con la esperanza de que ello nos hiciera recuperar nuestra dimensión humana. Habíamos aprendido que el Aconcagua no perdona los errores.
Tuvimos el placer de conocer al general Nicolás Plantamura, un nombre que nos era familiar relacionado con el Aconcagua. Efectivamente, en éste, a 6.800 mts. de altura hay un pequeño refugio para dos personas, bautizado "Teniente Plantamura", como homenaje a la hazaña del actual general.
En 1934, a los 31 años de edad, éste fue el primer argentino que llegó a la cumbre. Por sus anécdotas, aprendimos cientos de pequeños detalles.
Finalmente, llegó el momento de partida Se resolvió que iría sólo un grupo; los demás actuarían como enlace desde Puente del Inca.
La columna se puso en marcha el día 21. Delante nuestro marchaban los esposos Albrecht con sus cargas de aparatos, tubos de ensayo, etc. Luego íbamos nosotros, en insólito conjunto: mulas cargadas con provisiones y enseres, y perros que subirían la montaña dentro de canastos. En cambio, los perros que debían adaptarse en ejercicio fueron atados a lo largo de una soga de unos 8 mts. de longitud y distanciados entre sí 1,50 m, aproximadamente; los dos extremos, más o menos tirantes, estaban en manos de soldados voluntarios. Posteriormente, el extremo anterior de la soga fue atado al arzón de una mula, y de ese modo fueron "cuarteados" los animales de experimentación, que, sin embargo, se mostraron dispuestos a colaborar.
Sin habérnoslo propuesto, de pronto nos encontramos admirando la conducta de nuestra mula frente a las dificultades del terreno. Casi nos prometíamos conducirnos con la misma prudencia y buen sentido. Comenzamos a soltar algunos de los perros, que se mostraban más dispuestos en su traílla, para aliviar así a los soldados.
A las 4 de la tarde, después de una cabalgata de 8 horas, estábamos a la vista de Plaza de Mulas. Sólo faltaba recorrer la Cuesta Brava para comenzar nuestra instalación del campamento. Sin embargo, luego supimos que, de ninguna manera, significaba haber llegado. Si bien la Cuesta Brava no es muy larga, ya que apenas sube unos 300 mts., transcurre a lo largo de un camino de cornisa que zigzaguea cada 20 ó 30 mts. y ofrece problemas interesantes para un conocimiento inicial de las dificultades de alta montaña. El sargento ayudante Elgueta nos recomendó mantenernos a unos 15 ó 20 mts. de distancia entre mula y mula. Con elocuente gesto, nos mostró una cantidad de osamentas blanqueándose al sol, restos de mulas que resbalaron por tan escarpado lugar.
La ascensión se hizo cuidadosamente. Una hora después estábamos descargando nuestros elementos y organizando la ubicación de los perros de experimentación.
Los 4.200 mts. de altura se hacían sentir en la respiración y en el corazón. Había que caminar suave y pausadamente, a un ritmo que surgía casi en forma espontánea. Acostumbrados al ajetreo de la vida en la ciudad, si por momentos olvidábamos las precauciones y nos apresurábamos en la ejecución de un quehacer, notábamos de inmediato el aceleramiento cardíaco y también el respiratorio.
Antes de dormir inyectamos RA 8 a los seis animales correspondientes y colocamos en una piedra un termómetro de máxima y mínima, que ya a las 21hs. marcaba 1° bajo cero.
Plaza de Mulas, al pie mismo de la pared norte del Aconcagua, es una planicie de unos 500 mts. de diámetro, con un pequeño refugio construido por el ejército. Prefabricado en Mendoza, sus partes habían sido llevadas a lomo de mula. Este refugio tiene, más o menos, 6 mts. de largo por 3 de ancho; es de madera, con techo a dos aguas, y está recubierto por un material asfáltico aislador. A su lado, entre unas rocas enormes y completadas con pirca de piedra, hay un pequeño recinto que sirve de cocina y despensa al aire libre, para regocijo de las innumerables lauchas que la pueblan y que resisten misteriosamente durante los inviernos.
Detrás del refugio hay un pequeño montículo con un nivómetro, entre cuyos tirantes de hierro el teniente Balda había mandado colocar una pequeña bandera argentina. Ante la abrumadora inmensidad de la naturaleza, las tocantes ceremonias del izado y. del arriado de la enseña nos recordaban dos veces por día nuestra condición de hombres con ideales.
Más allá del montículo con el nivómetro y la bandera, la ladera desciende hacia el oeste y termina en la parte más ancha del glaciar. Dos pequeños arroyos han tallado en la cuesta altas barrancas de hielo y el mismo glaciar presenta figuras que parecen obeliscos. Éstos miden unos 5 mts. de alto y 2 mts. de ancho y están separados de tal modo que adquieren el extraño aspecto de una procesión de monjas con blancas túnicas; son los llamados penitentes.
El día 22 despertamos a las 8 de la mañana, con gran sensación de bienestar.
Habíamos descansado muy bien durante toda la noche y nuestro organismo parecía adaptarse a la altura mucho mejor que el día anterior. El aire estaba fresco y el sol iluminaba las montañas de enfrente, hacia el oeste, aunque todavía no llegaba a Plaza de Mulas, cubierta por la sombra del Aconcagua. La primera sorpresa nos fue deparada por el termómetro: 5° bajo cero y la columna seguía bajando. A las 10 de la mañana llegaba a 9° bajo cero, pero ya el sol se extendía por la zona y comenzaba a revertir rápidamente estas marcas. A las 12 producía un calor respetable a través del limpio cielo cordillerano, lo que nos permitió aligerarnos de ropas hasta que, por fin, decidimos colocarnos un traje de baño para tomar sol.
Estamos en "Plaza de Mulas Beach", decía alborozado el doctor Albrecht.
Los perros habían recibido su cuota matutina de RA 8, habían comido y bebido agua, y ahora caminaban un poco por los alrededores. Contemplábamos una pequeña laguna helada de unos 15 mts. de diámetro y también veíamos con asombro que, a pesar del calor que sentíamos al sol, el termómetro sólo marcaba 4°sobre cero en la sombra.
A las 10 de la mañana y a las 4 de la tarde, el equipo radio móvil del sargento Robles estableció contactos regulares con Puente del Inca y el comando de Mendoza.
Por la tarde, el tiempo comenzó a mostrar algunas señales que presagiaban tormenta. Una hora después nevaba copiosamente en Plaza de Mulas. Por el contrario, la temperatura tendía a subir y, como el viento amainara, resultaba un cuadro apacible el de los copos cayendo suavemente. Cuando fuimos a dormir, cada vez mejor adaptados a la altura, el termómetro marcaba 2° bajo cero.
El día 23 amaneció espléndido y así permaneció. Revisamos cuidadosamente nuestras heladeras, y en doce frasquitos de unos 20 cm3 cada uno colocamos el fijador para las biopsias. Para evitar confusiones, pusimos dentro de cada frasco un papelito con la numeración correspondiente a cada perro, desde el 1 al 12; los animales tenían escrito su respectivo número en la piel del lomo, previamente afeitada. Para extraer las biopsias llevábamos dos pinzas sacabocados de 1 y 3 mm. de diámetro, respectivamente.
Por último, en un frasco plástico preparamos 250 cm3 de una solución barbitúrica, para inyectar en el animal como anestesia general. De este frasco, que se colgaría del cuello del experimentador, el líquido llegaba, por medio de una tubuladura plástica, hasta una jeringa con una llave de tres vías, que permitía cargarlo e inyectarlo a continuación, sin que fuera necesario desconectar el sistema.
En horas de la tarde, el grupo se completó con la llegada, desde Puente del Inca, del arquitecto Jorge Iñarra, con su cámara fumadora.
A las 6 de la mañana del día 24, en el campamento todo era movimiento febril.
A las 6.45, la caravana se puso en marcha. Enfilando hacia el noroeste, en una hora de marcha llegamos al Gran Acarreo, abrupta ladera de unos 45° o más, que parece alargarse a medida que sube. El caminito formado por el paso de las muías marca un rumbo zigzagueante, interrumpido de tanto en tanto por pequeñas hondonadas de hielo, que durante el día tiende a derretirse por el calor del sol, dando lugar, así, a los innumerables arroyos que bajan del Aconcagua. El trabajoso ascenso continuó lentamente. La sabiduría (en esos momentos no se nos ocurría llamarla de otro modo) de las muías las llevaba a regular su marcha, descansando oportunamente, para luego reanudarla por propia decisión. A las 10.30hs. estábamos orillando los 5.000 metros y atravesábamos las primeras zonas enteramente nevadas. La mayor parte de las cumbres vecinas estaba a nuestra mima altura, y algunas aun algo más bajas, mientras que en el Aconcagua había cientos y cientos de metros por arriba nuestro.
A las 11.30 hs. decidimos detenernos para comer algo. Por mi parte, siguiendo mi táctica anterior, sólo tomé un poco de té, porque había notado que la acción de comer y digerir disminuía la aptitud para el ejercicio, y, como es fácil de comprender, era necesario estar en la plenitud de nuestras fuerzas para cuando llegáramos al lugar elegido. El realizar las biopsias quirúrgicas así lo exigía.
A las 13 hs. nos encontrábamos a unos 6.200 mts. de altura, en una pequeña bandeja o balcón excavado en la roca. El teniente Balda sugirió que ese podría ser el lugar adecuado para nuestras experimentaciones.
Bajamos los canastos que contenían los perros en reposo y luego el cajón con la heladera, en la que estaban los frascos llenos del líquido fijador. Mientras, Ruiz Beramendi tendía, sobre unas rocas, un paño de carpa, que haría de improvisada mesa de operaciones.
Yo procedía a inyectar a los perros la solución de Embutal por vía intraperitoneal, ayudado por el sargento Elgueta.
El procedimiento que adoptamos fue el siguiente: por una incisión lumbar izquierda se lograba el acceso al riñon, a la glándula suprarrenal, al bazo y al hígado, procediendo a efectuar una doble biopsia de cada órgano, para lo cual se usaron alternativamente las pinzas sacabocados grande y chica. Luego, por una abertura en el tórax, se procedió a efectuar las biopsias del corazón y del pulmón, y, por último, también del músculo esquelético pectoral. El control de los números pintados en los perros y en los frascos lo efectuábamos por duplicado, al tiempo que la cámara filmadora tomaba vistas de nuestro trabajo.
A las 15.30 hs. habíamos concluido la tarea. Embalamos nuestra heladera, previamente rellena con hielo del Aconcagua, para iniciar el descenso 15 minutos más tarde. Dábamos gracias a Dios por el excepcional tiempo que habíamos tenido y por haber podido efectuar todo nuestro trabajo sin mayores inconvenientes.
Sabíamos que en esta zona es difícil que pase un día completo sin que se produzcan nevadas y tormentas con notables descensos de Temperatura. Nosotros tuvimos la suerte de no tener que luchar con esas condiciones tan adversas. La primera parte de la experiencia estaba cumplida.
El deseo de cantar y de gritar no era acá un mero giro poético, sino una sensación real, que pugnaba por salir de nuestros pechos, después de tantos días de desvelos y preparativos, con el experimento ya coronado por el éxito. Pero los 6.200 mts. son una altura que se hace respetar por la baja presión parcial de oxígeno. Esto, desde luego, representa una desventaja para toda clase de esfuerzos excesivos.
El propio teniente Balda nos aconsejaba caminar, y, dando el ejemplo, lo hacía llevando él su mula de tiro.
Aun cuando el Gran Acarreo parecía interminable, lo recorrimos en mucho menor tiempo que en la subida, insumiéndonos tres horas en vez de seis. Recordaba los peligros de bajar demasiado rápido, pues se conocen cuadros clínicos de lesiones neurológicas presumiblemente vinculadas con las variantes bruscas de presión parcial de los gases, producidas por el descenso. ¡Pronto comprendí que, para hacerlo lentamente, ningún freno es mejor que nuestras pobres piernas!
Cuando llegamos a Plaza de Mulas, sólo después de beber reiteradamente nos sentimos recuperados. Esta comprobación resultaba lógica, por cuanto, en la altura, la sequedad de la atmósfera y la hiperventilación pulmonar se habían cobrado su cuota hídrica.
Un breve descanso sería el de esa noche, porque ya debíamos prepararnos para realizar la segunda parte del programa, la de los perros del grupo "B".
El 25 de enero aprestábamos desde temprano los preparativos con el teniente Balda y el arquitecto Iñarra, para el regreso a Puente del Inca con nuestras primeras biopsias.
Ensilladas nuestras mulas, cargamos las canastas para los perros en reposo; ahora estaban vacías, pero pronto serían llenadas con los integrantes del grupo "B", que, como se recordará, debían ser llevados a la altura en el menor tiempo posible, con el fin de estudiar la influencia de los fenómenos de adaptación aguda.
A las 9 de la mañana, la columna se ponía en marcha hacia la Cuesta Brava; minutos después iniciaba su descenso.
En Plaza de Mulas quedaban esperando el envío de los perros del grupo "B", para llevarlos en seguida al Aconcagua. Vasena iría el martes 26 a Puente del Inca, para recibirlos. También nos despedimos cordialmente de Hans Albrecht y su esposa, augurándoles el mejor de los éxitos.
Pronto nos encontramos cabalgando sobre nuestras mulas; en descenso paulatino, regresábamos hacia Puente del Inca.
Ahora, el viaje hacia abajo nos parecía un juego de niños, comparado con los anteriores en sentido inverso. A las 4 de la tarde ya estábamos en la laguna de los Horcones, a pocos kilómetros de la ruta internacional. A la distancia, divisamos nuestra camioneta verde y blanca, que se había aproximado a encontrarnos, luego de comunicar por radio nuestro regreso.
El martes 26 de enero por la mañana fueron seleccionados los ocho perros que constituirían este grupo.
A último momento, decidimos llevar todos los animales en reposo. Así, sucedió que, mientras González y yo retornábamos a Mendoza, el día 27, la cordillera recibía a nuestro grupo "B". El día 28, mientras estos eran llevados arriba, yo regresaba a Buenos Aires en avión, poco menos que abrazando nuestra heladera con las primeras biopsias.
El mismo día 28, cuando las biopsias del grupo "A" 'llegaban a La Plata, los ocho perros del grupo "B" eran colocados en canastas y emprendían la segunda ascensión. Al igual que en la anterior, los expedicionarios se encontraron a 6.400 metros alrededor de las 2 de la tarde. Acotemos que esta ascensión tuvo, como hechos favorables, la circunstancia de que los perros fueron en canastos y que la experiencia recogida por la primera permitía conocer todos los pasos con sus problemas, sin las incógnitas que se nos presentaron días atrás.
Lo desfavorable fue el tiempo reinante, ya que el cielo se encapotó. Las operaciones se ejecutaron con viento, nieve y temperatura de unos 10° bajo cero.
El orden seguido fue similar las biopsias llenaron sucesivamente los frasquitos destinados para ello.
Felizmente, el buen equipo de vestimenta y la experiencia de los hombres permitió llevar a buen término el operativo. A las 4 de la tarde ya descendían de Plaza de Mulas, y al día siguiente hacían otro tanto hacia Puente del Inca y Mendoza.
Esto fue, sucintamente, lo realizado durante la Expedición Científica Argentina al Aconcagua. Contemplando retrospectivamente los hechos, no puedo menos que pensar en los riesgos que se corrieron, o se pudieron haber corrido, y en la intensidad emocional de los momentos vividos. Un hombre puede reconocer en pocas ocasiones que ha vivido "horas de verdad", y no me queda duda alguna de que la inmensidad del coloso andino me permitió apurar uno de esos escasos momentos, donde las decisiones sólo se pueden tomar una vez.
Nº 1: Fibras musculares del corazón, con un aumento aproximado de 20.000 veces, entre las fibras se advierten las mitocondrias.
Nº 2: Una fibra y una mitocondria vistas a 50.000 aumentos. La estructura oscura esta esta constituida por minúsculos canales, por donde circulan las nutricias.
Nº 3: Fibras musculares alteradas disociadas por el enorme aumento de la masa mitocondrial, después de un ejercicio exhaustivo en la altura. Las mitocondrias están como vaciadas y contienen mucho menos cantidad de canaliculos, como en los observados en las ilustraciones 1 y 2.
Nº 4: Imagen de una biopsia tomada con un aumento de unos 20.000 diámetros, después del ejercicio en un perro protegido con inyección previa de dipìredamol. Sus estructuras conservadas son similares a las de las ilustraciones 1 y 2.
Revista "Georama" N°3 1965
Centro cultural Argentino de Montaña 2023