Un relato de un viaje al pasado, en busca de un asentamiento inca descubierto en 1948, ubicado a 4.200 metros de altura, en la zona central de los Nevados del Aconquija, realizado por un nueva ruta desde la ciudad de Tucumán
Este desafío fue cumplir un sueño, un sueño lleno de dudas y lleno de ilusiones. Lleno de dudas porque el desafío iba a ser importante desde el punto de vista del esfuerzo, y también tenía que tener en cuenta que mi desempeño no podía afectar a la expedición, ni frustrar a la misma, pero sí tenía todas las ganas y la convicción de que quería hacerla, y me había preparado para ello.
Las ilusiones eran muchísimas porque por primera vez podríamos realizar este viaje que hacía unos 3 años que lo veníamos gestionando con las autoridades del Parque, incluso hasta casi se realiza en septiembre de 2019 en un encuentro entre Parque Aconquija, la Asociación y la gente del Qhapac Ñan, en La Ciudacita, que también se frustró. Hay que tener en cuenta que desde que se cayó el puente cuando fue la inundación del 2015, no hay ascensos por la ladera oriental, o sea por Tucumán a las ruinas.
Lo habíamos hablado varias veces con Nicolás y en especial con Ulises, que en todo momento estaba interesado en realizarla.
Pasó un año, pasó otro, vino la pandemia y se complicaron más las cosas. Cada vez quedaban más lejos las posibilidades de realizar este viaje.
Pero si algo tenemos en el Club, es que una vez que planteamos un objetivo, no lo abandonamos hasta lograrlo, se buscará una forma, se buscará otra, pero en algún momento lo vamos a lograr.
Y comenzó el proceso intangible donde se empezaron a ubicar las piezas en este rompecabezas, de cosas que parecían difíciles que se ordenaran.
Y eso fue el Aríbalo, si, el Aríbalo de La Ciudacita, ese que encontró la expedición que lideró Raúl González Aguirre en el año 2002.
Paso a explicar un poco por qué esa conexión que parece extraña.
[Nota: Aríbalo de la Ciudacita (2002) --> El aríbalo incaico o urpu es la forma más representativa de la cerámica incaica, de finalidad utilitaria. Es un cántaro de boca abocinada, cuello largo, cuerpo voluminoso y base cónica. Lo había en diversos tamaños, desde pequeños hasta los que tenían la altura de una persona. Los antiguos peruanos lo llamaban maka o puyñun; el nombre de aríbalo lo impusieron los españoles, por su ligero parecido con las antiguas ánforas griegas elaboradas desde el siglo VIII a. C. (aryballos)].
Cuando empezamos a tirar de la cuerda, de los detalles de cómo fue el rescate y los detalles del encuentro de la cerámica, el Intendente del Parque en ese momento, Daniel Vega, me deriva a una de las personas que participó en el rescate, estamos hablando de mayo del año pasado.
Esa persona era Javier López, que a partir de ese momento comienza con la AAM [Asociación Argentina de Montaña], una relación especial y muy fructífera que va a derivar en consecuencias impensadas y positivas. Una de las tantas es la incorporación de nuestra compañera Rossana Linares a nuestro Club, ya que ella había participado del rescate del Aríbalo, tenía material que nos lo compartió y en esos contactos con nosotros, encontró en la AAM, la posibilidad de retomar su pasión con la montaña.
Pero para no abundar en detalles, voy a resumirlo, comentando que Javier López cuenta con un puesto, antes de que se creara el Parque Nacional Aconquija, en una de las mesadas aluviales que tienen las sierras del Aconquija. Pero aparte de tener ese puesto, Javier es un enamorado de nuestras montañas y en especial de toda la zona que incluyen las Sierras del Aconquija, fue guía de montaña y hemos encontrado en innumerables conversaciones coincidencias y descubrimientos de una misma pasión.
Cuando le comentamos que estábamos en el proyecto de ir a La Ciudacita por Tucumán, comenzó a insistirnos que lo mejor era ir por Cochuna, pasar por su puesto en Paja Amarilla y continuar hacia el Jaya, para de allí ir hacia las Ruinas Incas. Pero cuál era una de las razones en la que sostenía esta insistencia.
Haber hecho una senda que va de los 2.350 metros a los 3.300 metros. No lo podíamos creer. Los compañeros conocieron esa senda cuando intentaron ir al circo del Cochuna y desde ese momento pasó a ser parte de nuestra posibilidad.
Otra de las intervenciones del Aríbalo, para que estas piezas encajaran, fue que cuando asumió la nueva Intendenta del Parque, la Ingeniera Érika Zain el Din, a través de Carlos Giobellina, nos hizo llegar la invitación para un evento en la Intendencia, porque quería conocernos a partir de haber leído sobre nuestra investigación sobre la cerámica. Allí estuvimos con Nicolás y conversamos sobre nuestro interés de ir a La Ciudacita por Tucumán.
De esas sucesivas conversaciones comienza a tomar forma a partir de los primeros días de mayo, la posibilidad de ir. Pero pandemia va, pandemia viene, se iba corriendo la fecha, hasta que ya se fija la fecha definitiva para el martes 8 de junio, como comienzo de la misma.
Esta vez el objetivo se había ampliado, no solo era hacer la ruta por Tucumán a La Ciudacita, si no, junto con gente del Parque y con Javier López, evaluar la posibilidad de uso público de esta nueva ruta a las Ruinas.
La zona que iba a abarcar la expedición, está ubicada en el área media de los Nevados del Aconquija, entre las cuencas de los ríos Cochuna y Jaya, abarcando en su recorrido la Selva Montana, el Bosque Montano, los Pastizales de neblina y el ambiente Altoandino.
La expedición iba a estar compuesta por 3 grupos. El Parque con su Jefe de Guradaparques, Ramiro Aráoz, a la cabeza, Ulises como Jefe de la nuestra y Javier López con su capataz, Mariano Romano, ejecutor de la senda y baqueano del cerro.
Comenzamos los preparativos, coordinamos los ajustes finos, y lamentablemente el viernes 4, Javier López se hace un hisopado de control, y se tiene que bajar al dar positivo de Covid. Lamentable baja, pero reorganiza sus cosas y deja todas las instrucciones para contar con el apoyo de su capataz, Mariano, y no solo eso, sino que gentilmente nos va a recibir ese día en el Puesto de Paja Amarilla, con un asado,para la noche del martes, para todos los participantes.
Nosotros cumplimentamos todos los preparativos y el martes 8, en un ambiente de optimismo, partimos a Concepción.
Mientras íbamos en el auto, como si no tuviera peso que llevar en mi cabeza, Fernando me tira uno más, y me dice
-“Rubén, tengo un pedido especial de la Cris (Cristina, su esposa), me pide que le hagas un video de saludo, en La Ciudacita”.
Cuando Fernando vio mi cara de desconcierto, me tiene piedad y me dice:
-Tampoco te hagas problema, son esas cosas que a veces se le ocurren a las personas.
Por supuesto que esto para mí, aparte de sentir que no era merecedor de esa consideración, también era una gentileza que sentía que le debía corresponder y por lo tanto pasó a ser otro de los motivos por los que tenía que hacer bien las cosas para llegar.
Ya en Concepción,donde aparte de tomar un café, y reorganizarse, empezamos con las divertidas anécdotas y bromas, que pasaron a ser parte de todo nuestro recorrido, ya que ninguno quedó a salvo de ser motivo de risas y chanzas de todo el grupo y a ser nuestra fuerza interior que nos aglutinaba, para que esta experiencia de seis días en nuestras montañas, deje una marca indeleble en nuestras vidas.
El clima anunciaba días ideales para nuestra propuesta. Dejamos los vehículos en el Puesto de Cochuna, donde intercambiamos conversación con el guardaparques Luis Mora, y emprendimos la senda, hacia la Laguna del Tesoro, en medio del paisaje típico de nuestras yungas, cruzamos 12 veces el arroyo Sonador, hasta que llegamos a nuestra primera parada, la Laguna del Tesoro.
La sensación que me embargaba, de poder volver a la Laguna del Tesoro, después de prácticamente 7 años, era muy profunda. Había entrado a la Asociación, en el mes de agosto de 2014, hacía un mes, ya llevaba tres salidas y esa pasó a ser la cuarta y nunca había regresado. Los recuerdos de ese viaje venían unos detrás de otros, por supuesto llegando último al destino, con la compañía de Ulises y hoy volvía, también con Ulises y otros compañeros, también al último, pero unas condiciones ampliamente distintas, mi destino ya no era solo la Laguna, era mucho más ambicioso.
En esta parada no pude dejar pasar la oportunidad de desplegar mis banderas, mis símbolos, esos valores inmanentes, pero que son los que me empujan, como una fuerza interior caliente y vigorosa, que me hacen llegar a mi destino.
Por supuesto que esto solo lo interpretaba yo, a mis compañeros les parecía pura bijouterí de un veterano lleno de tonteras en su cabeza, pero qué se le iba a hacer y aceptaban con afecto mi puesta en escena.
Después de un descanso, encaramos la senda hacia el oeste que nos llevaría al puesto de Javier López, en la mesada aluvial de Paja Amarilla, luego de cruzar esta vez, unas 10 veces el río Cochuna. Como a esta mesada que es bastante extensa se va entrando en forma progresiva, nos fuimos deleitando con las primeras queñoas que alegraban nuestro paisaje, donde se mezclaban con el bosque de alisos, con sus formas tan caprichosas de sus ramas.
Entrando en la parte final de nuestro camino, después de 15 kilómetros, superando 1.300 metros de desnivel en los que empleamos 8 horas y 15 minutos, a mi ritmo, ocurrió una coincidencia impensada. Si bien con el Jefe de Guardaparques Ramiro Aráoz, habíamos coordinado en que nuestro primer encuentro era en el puesto de Javier López, nunca quedamos en un horario, ya que cada uno llegaba por un camino diferente.
Pero justamente aquí se produjo esa coincidencia, que pre anunciaba el buen ambiente que nos acompañaría y que hizo que me remitíera a mis épocas de estudiante de secundario, en el Técnico y que aquí se aplicaba perfectamente. En la materia Estática nos enseñaban que “Para que un cuerpo esté en equilibrio y pueda soportar una carga, es necesario tres puntos de apoyo” Y eso se estaba produciendo en ese instante, que la fortuna quiso que ocurriera, estábamos juntos las tres fuerzas, los tres apoyos de este proyecto, el Parque, Javier López y la Asociación, en equilibrio y uniendo esfuerzo para soportar el peso de la responsabilidad de este proyecto, lo que va a garantizar el éxito del mismo.
Cuando vi a la delegación del Parque cruzando la planicie con siete caballos y mulas y cuatro más que iban montados (aparte de Ramiro Aráoz, iban los brigadistas David Argañaraz, José Mazzucco y Salvador Máquez), o sea once cabalgaduras y cuatro personas, sentí una emoción interior de saber de la importancia que tenía todo esto, que al día siguiente se hizo más importante aún, cuando se sumó Mariano con su cabalgadura y dos animales más. Ver catorce animales, cinco personas cabalgando arriba de ellos y nosotros seis caminando, para un mismo objetivo, nunca nos había ocurrido o por lo menos a mí, en ninguna expedición. Sinceramente era vibrante.
Después de los saludos, presentaciones y correspondientes llamados telefónicos desde el “banquito” donde está la señal, y previo a unos mates acompañados por pan casero que tenía nuestro anfitrión, Mariano, disfrutamos a la noche de una tertulia muy enriquecedora y divertida, acompañada del asado previsto, acompañado de tamales, donde se destacaron las historias y anécdotas contadas por David (brigadista del Parque) y nuestro gran Marcos (Chapulín).
A la mañana siguiente a las ocho, mientras el resto ya se alistaba con sus animales y los de relevo, emprendimos lo que sería el dÍa más duro de la expedición.
Salimos de los 2.350 metros de Paja Amarilla, para una vez bordeado el Cochuna, sin cruzarlo, encaramos en un giro de noventa grados la senda construida por Javier López, ejecutada por Mariano con la ayuda de tres personas, con una maestría increíble de este “Ingeniero de sendas”.
Primero atravesamos un bosque de Alisos, con todas sus hojas caídas y era un gusto caminar por la senda, acompañados por el “crunch, crunch” que hacían las hojas secas de los Alisos, mientras crujían a nuestro paso, luego, cerca de los 3.000 metros comenzaron a aparecer las queñoas, ese árbol tan pintoresco y único que aparece en estas altitudes de nuestros cerros, acompañados con innumerables renovales de los mismos.
Llegamos a los 3.300 metros, donde termina la pendiente más importante, luego de atravesar unos portezuelos que nos permitieron tener una vista increíble de las montañas que nos rodeaban, con vistas a Las Estancias, la ruta 65, la Banderita, el bloque montañoso de El Ambato, con la cumbre de El Manchao de 4.550 metros, hasta el Embalse de Río Hondo.
En ese punto, nos volvimos a encontrar con la gente del Parque y Mariano. Allí coordinamos el plan para el dia, a las 17 horas, nos volveríamos a comunicar por radio, para saber dónde nos dejarían el bolso con parte de nuestra carga, que llevaba Mariano.
Hasta aquí, las cosas para mi iban bien, y me parecía que podría llegar hasta el campamento de los 4.000 metros. Como la senda desde que dejamos la que hizo construir Javier López, se terminó, las cosas se complicaron un poco, ya que teníamos que bajar y subir en un terreno inclinado y sorteando las piedras, o caminando sobre ellas, mientras íbamos ascendiendo.
A medida que el tiempo transcurría, se nos iba acercando el límite del horario para llegar con luz a donde queríamos acampar. Como con mi ritmo no teníamos posibilidades de lograrlo, Ulises tomó la decisión que íbamos a parar a los 3.700, cerca de donde tendríamos acceso al agua.
Y allí se nos presentó el inconveniente de que, como Mariano nos llevaba la carpa y no respondía por la radio, a las 17, Ulises a los gritos logró que nos escucharan, y detuvieran su marcha. Él tomó la decisión de dejar mi mochila que ya se la había subido al hombro para darme una mano, y se fue con su mochila a cuesta a buscar el bolso con las carpas y otros elementos, mientras el resto lo esperábamos en donde iba a ser el campamento.
Cuando regresó se montaron las carpas y pasamos la noche en este lugar, habían transcurrido 9 horas de jornada, 1.400 metros de desnivel y 9.5 kilómetros de recorrido.
La gente del Parque y Mariano, se fueron a los 4.000 metros para llegar a orillas del Jaya, donde iban a armar su campamento, para el día siguiente partir hacia las lagunas en el circo glaciar del Jaya.
El jueves 10 salimos a las ocho en dirección de nuestro tercer campamento a los 4.000 metros donde nos volveríamos a juntar todos. Arranqué primero, y como era de suponer al rato me alcanzaron Benjamín y Ulises, más atrás quedaron Fernando, Marcos y Adrián. Luego que me superaran un trecho, me fui quedando solo, ya que Ulises se empezó a alejar más y más, hasta que luego de unas dos horas de caminata, ya lo encontré a Benjamín, solo, que me estaba esperando y al rato apareció el otro grupo de los tres compañeros.
Cuando llegamos al campamento 3, a los 4.050 metros, después de tres horas y media y unos 400 metros de desnivel, aunque después tuvimos que bajar unos 100 metros para ubicar las carpas, Ulises ya había dejado el bolso con las carpas, parte de mi carga que llevaba y había partido junto con los Guardaparques y Mariano a observar unas lagunas a los 4.700 metros.
Nosotros con Fernando, armamos la carpa donde dormíamos con Ulises y los otros compañeros armaron la suya y al rato partieron los cuatro hacia el circo del Jaya. Al rato regresó Adrián, porque prefirió priorizar lo que nos quedaba para mañana.
Ulises regresó como a las 16 y 30, después de llegar hasta cerca de los 5.000 metros, como si hubiese ido de shopping. Impresionante. Luego regresó la gente del Parque y más tarde los compañeros nuestros.
Mañana era el día fundamental, ese día que tanto había soñado, que tanto había esperado y en el que tantas expectativas había puesto. Ya había llegado hasta aquí y ahora quedaba hacer las cosas bien, y estar muy atento a cada paso que daba.
Nos levantamos tranquilos, nos despedimos con mucho afecto de la gente del Parque y de Mariano, foto de por medio y quedamos en encontrarnos con Mariano el sábado.
Salimos cerca de las nueve y media, encontramos el lugar para saltar con precaución el río Jaya, que estaba helado en gran parte y con piedras resbalosas y emprendimos nuestro recorrido, con Ulises y Benjamín a la cabeza.
La marcha siempre amenizada por Marcos que es un entretenedor serial de la senda, se fue haciendo llevadera, hasta que empezamos a subir entre acarreos y pequeños pasos con pendiente que nos requerían atención y buena observación.
En gran parte de estos lugares había que encontrar el hueco por donde poner los pies y clavar los bastones. El destino, cada vez estaba más cerca, pero no había que equivocarse, una desconcentración y el tema se iba a complicar.
El sol daba de vez en vez y no permitía desabrigarse. Ulises y Benjamín y Adrián también, ya se habían adelantado, y llegaron fácilmente entre media hora y una hora antes. Nosotros hicimos una pequeña pausa en un balcón donde nos deleitamos con unas vistas maravillosas y ya palpitábamos el final.
Esto se produjo como a las 13 horas, después de 3 horas y media de caminata superando unos 400 metros de desnivel, ya que desde el campamento hubo que bajar casi unos 100 metros y volver a subir hasta alcanzar los 4.350 donde está la Plaza Ceremonial de La Ciudacita.
Emoción a flor de piel en ese momento. Para mí era la segunda vez, hacía un poco más de 5 años que en el 2016, lo había hecho con el Club, por el lado de Catamarca. Esto era otra cosa, no por el grado de dificultad, ya que arrancando desde El Tesoro hay que subir hasta los 4.800 metros y luego bajar. Si no por todo lo que había costado organizarlo y que nuestra propuesta sea aceptada.
En cuanto a la dificultad o a las posibilidades, como siempre digo, si yo lo pude hacer, entrenado y bien organizado cualquier montañista lo va a poder realizar.
Por supuesto que cuando llegué no pude dejar de soltar esa descarga emocional que llevan todas mis dudas contenidas que se me vienen a la cabeza, cuando tengo que enfrentar estos desafíos. A esas dudas y condicionantes los insulto y les quiero mostrar que sí, puedo, y que por ahora les voy ganando y que sepan que les voy a seguir dando pelea. Lo voy a seguir intentando.
Después de los abrazos y llantos de alegría y hecha la pausa correspondiente, despliego mis banderas, la de la Asociación, con mis compañeros, a quienes les agradezco y luego las banderas y símbolos personales, que son las de mi familia en primer lugar, a quienes tengo presente a cada paso, la del Instituto Técnico, mi colegio del secundario, y que lleva la firma de mis compañeros y que afectivamente me siento ligado a ellos y la cortapluma que me regaló mi Hermano del alma, Iñaki, que tengo en Pamplona.
Luego de dos horas, empleadas para almorzar, recorrer las Ruinas, ir hasta el Pueblo Viejo de Arriba, realizar las fotografías y observaciones, emprendimos el regreso por una senda más marcada que encontró Ulises y que nos sacó un poco de presión que teníamos algunos con relación a la bajada, sumado a ello que en lo personal Ulises me bajó mi mochila, lo cual me facilitó mucho más mi descenso.
Bajamos en 2 horas 40 minutos hasta el campamento, donde recuperamos fuerzas, descansamos, cenamos y nos preparamos para el dia siguiente que iba a ser una jornada más larga, que había que tratar de realizarla con la luz del sol.
Salimos a las 7 y media y todo anduvo muy bien, llegando a Paja Amarilla, pasadas las 5 de la tarde junto con Adrián y Marcos, ya que un buen rato antes que nosotros, lo habían hecho Ulises, Benjamín y Fernando.
Qué decir de la generosidad de Mariano, que nos esperó con la estufa prendida y con agua caliente, para merendar, pero aparte de eso, ya tenía hecho un guiso de fideos con agregados, del que a la noche dimos cuenta y que sabía a gloria.
El domingo emprendimos el regreso, un poco después de las ocho y terminamos nuestra expedición a las catorce, donde la habíamos comenzado en el Puesto de Cochuna el día martes.
Como los compañeros tuvieron la gentileza de permitirme ser el encargado de este relato, primero les quiero agradecer no solo por eso, sino fundamentalmente por su generosidad de llevar parte de mi carga, lo que me permitió cumplir el plan programado, y en especial quiero agradecerle a Ulises y a Fernando, porque se llevaron la parte más importante de mi peso, y a los demás compañeros, por toda la atención que tuvieron para conmigo en la expedición.
Los integrantes de la misma fuimos Ulises Kusnezov (27 años, Jefe de la Expedición), Marcos Villa Kenning (45 años), Fernando Augusto Carrizo (49 años), Jorge Adrián Domínguez (42 años), Benjamín Palacio (47 años) y Rubén Eugenio Goñi (73 años).
Celebramos en Concepción con un almuerzo pantagruélico, felices de haber alcanzado el objetivo.
ACLARACIÓN FINAL: Esta ruta está a consideración de las autoridades del Parque, para su aprobación para el uso público.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023