En este peculiar y valioso artículo descubriremos qué vestimenta y logística usaban los Incas para subir a las altas cumbres andinas, en el período prehispánico hace 600 años
Hace unos 600 años, durante las primeras décadas del siglo XV, los Incas se encontraban en plena expansión en el área andina, anexando poblados a su proyecto político conocido como Tawantinsuyu. Esta conquista territorial no solo se expandió por una vasta superficie sumando miles de personas, sino que tuvo un componente vertical. Ascendieron a las altas montañas y con ellas sumaron, desde un aspecto simbólico, a las deidades de cada región, ya que los cerros eran considerados sagrados por los habitantes andinos desde sus más remotos ancestros. En la actualidad, la arqueología dio cuenta de más de doscientas montañas que fueron ascendidas por los incas con fines ceremoniales, treinta y cuatro de las cuales superan los 6.000 metros de altura. Por la cantidad de montañas, la enorme altitud y la época en la cual se ascendieron, este hecho se constituye en un caso único en el mundo, en tanto sociedades prehispánicas (prehistóricas, preindustriales, premodernas, etc.) realizaron una proeza humana sin precedentes, adelantándose unos 350 años a lo que normalmente se considera el origen del montañismo.
Como montañistas y conocedores de las inclemencias climáticas de los ambientes de altura, la primera pregunta que uno se hace es ¿qué equipo o indumentaria usaron para enfrentar las situaciones ambientales extremas de la cordillera? Los incas eran humanos como nosotros, quizás más acostumbrados a los rigores ambientales como cualquier campesino actual, pero cuando la temperatura desciende o el viento helado de la montaña sopla fuertemente, existe un umbral de tolerancia relacionado con la fisiología de nuestra especie, independientemente del acostumbramiento que puedan tener determinadas personas. Es ese el punto el que siempre me intrigó y que durante años he investigado tratando de encontrar una respuesta. De los ascensos prehispánicos, sabemos bastante acerca de los cuándo, los dónde y los por qué, pero muy poco conocemos sobre los cómo. En las siguientes líneas y en base a las evidencias arqueológicas conocidas hasta ahora, intentaré aproximarme a algunas respuestas que se relacionan con esa última y crucial pregunta, que no solamente indaga sobre la vestimenta y el calzado, sino también sobre la comida, el agua, el fuego, los campamentos, el acercamiento, la dificultad de la altura, la elección de la ruta de ascenso, las mochilas, los aislantes y las mantas para dormir, entre los principales y básicos elementos que hacen a la logística de cualquier ascenso a una montaña. Aunque las respuestas sean parciales y muchas veces demasiado superficiales, considero que este primer intento vale la pena.
Para saber cómo se vestían los incas, recurrimos en primer lugar a las evidencias arqueológicas, es decir, a los cuerpos que fueron hallados en diferentes lugares y que conservaban aún la ropa. Los mejores ejemplos los podemos encontrar en los cuerpos momificados que fueron hallados en las altas cumbres, donde la baja temperatura obró a favor de la conservación, incluyendo la de los textiles. Ejemplos de este tipo lo tenemos en las momias chilenas del cerro Plomo y Esmeralda; en Argentina, las del Aconcagua, Chuscha, Toro, Quewar y Llullaillaco. Finalmente, en el Perú, el ejemplo más conocido y mejor conservado es el de la momia conocida como Juanita.
Desde la arqueología también podemos conocer sobre las vestimentas a través de las representaciones antropomorfas que formaban parte de algunas ofrendas, tal es el caso de las figurillas humanas a pequeña escala que acompañaban a los enterratorios incas en las altas montañas, habiendo encontrado sobrados ejemplos en numerosas montañas como el Galán, Incahuasi, Llullaillaco, Quewar, Aconcagua, Mercedario, Plomo, Puntiudos, Tórtolas, Licancabur, Misti, Pichu Pichu, Ampato, etc. Todas muy similares, como confeccionadas en serie, pero ninguna idéntica a la otra.
Finalmente, otra fuente de información, en este caso indirecta, son los dibujos realizados por los cronistas de la época colonial, quienes plasmaron en sus dibujos con bastante detalle la manera de vestir de los incas.
Sobre la base de estas tres fuentes principales de información, se puede inferir con bastante exactitud la manera de vestir en tiempos prehispánicos. Observando los detalles, podemos notar que dentro de la concepción de la vestimenta andina-inca no se usaban pantalones ni mangas largas, ambas extremidades no se solían cubrir, salvo con ponchos y parcialmente las piernas con unas rodilleras y tobilleras llamadas “saccsa”. La ropa interior, en el caso de los hombres, se denominaba “wara” y era un taparrabo de forma más o menos triangular confeccionado mayormente de algodón, aunque hay casos en los Andes hechos con fibras de camélidos. Las medias eran un elemento que existía, pero su uso era limitado y estaba destinado exclusivamente a los días muy fríos o bien, como veremos, cuando se ascendía a una montaña. Los calzados eran muy variados -ampliaremos el tema más adelante-; al respecto se puede consultar un artículo completo en esta misma revista (NOTA - Qué calzado usaban los incas en la montaña - culturademontania.org.ar).
Resumiendo lo anterior, en el caso de los hombres, luego del taparrabo o wara, se cubrían el cuerpo con una especie de camiseta que llegaba hasta las rodillas (unku) con cuello en “V” y sin mangas. Por encima usaban un manto o llacolla que era usado como capa o poncho y se anudaba a la altura del pecho. Para la cabeza había gorros de lana de diferentes formas, siendo la variedad más conocida la de los “chullos” o gorros con orejeras. Las prendas de vestir femeninas estaban formadas, además de la trusa o ropa interior similar a la wara, por un vestido o “acsu” que en algunos casos llegaba hasta los tobillos, siempre por debajo de las rodillas.
En la cintura, usaban una larga faja tejida que daba varias vueltas por la cintura y, como manta de abrigo, la “lliclla”, que se prendía con un alfiler metálico o “tupu” a la altura del pecho. No existen evidencias de guantes, por lo que es de suponer que se cubrían las manos con la misma manta o quizás con medias o algún fragmento de textil abrigado.
La imagen muestra los elementos fundamentales de la vestimenta incaica masculina y femenina, cabe aclarar que se trata de ropas de la elite, pero sus componentes básicos no difieren de la común. Fuente: www.arqueologiadelperu.com/la-vestimenta-inca/
Teniendo en claro las diferentes prendas que usaban, en el caso de transitar por lugares con fríos extremos, lo que básicamente se modificaba era el grosor y entramado de las mantas, no existiendo hasta donde se conoce ninguna otra ropa especial para la ocasión. Lo que sí variaba eran el calzado, los gorros y las tobilleras-rodilleras (saccsa), estas últimas podían ser de lana o de piel de animal con pelaje, tal como se observó en los tobillos del niño del Llullaillaco.
El tema del vestuario para ascender los “seismiles” andinos lo retomaremos al final, antes quisiera que hagamos un recorrido por algunos temas relacionados con la logística del ascenso.
Como montañistas, sabemos que antes de ir a cualquier cordillera debemos tener un conocimiento básico del lugar, incluso si no existen antecedentes acerca de la montaña o cordón en cuestión. Este hecho que parece tan obvio, nos sirve para ubicarnos en una época donde no solamente se carecía de información, sino también que las montañas eran consideradas dioses (apus) o el lugar donde vivían los espíritus de los ancestros; es decir, un lugar prohibido para los humanos. Antes de la expansión incaica, ocurrida a principios del siglo XV, los pobladores andinos de diferentes etnias adoraban a las montañas y le entregaban ofrendas, pero nunca más allá de la base. Los incas, que, como parte de su política expansionista, se consideraban dioses, se permitieron cruzar ciertos límites culturales a favor de su poderío que no solamente era bélico y político, sino también simbólico. Es así como empezaron a conquistar las altas cumbres, demostrando de esta manera que gozaban del beneplácito de las deidades o apus; llegaron a esos lugares prohibidos y no fueron castigados; lo que sin dudas repercutió en los moradores locales de cada rincón, quienes, por temor, respeto o resignación, pasaron a integrarse al proyecto político del Tawantinsuyu.
Ahora bien, sabemos el motivo por el cual hace casi seis siglos se ascendieron centenares de montañas en los Andes y cordilleras sudamericanas, nos resta adentrarnos un poco en los aspectos humanos que se requieren para llevar el cuerpo a un lugar con condiciones extremas.
La elección de la montaña posiblemente se relacionaba con el valor simbólico que tenía para los pobladores locales, sin embargo, las investigaciones aportaron otros datos que pudieron haber tenido en cuenta, tales como la forma, color, altura, visibilidad, disponibilidad de minerales y de agua, entre otros. De todas maneras, la elección terminaba en las manos de la élite dominante y revestía un carácter político-religioso.
A través de las crónicas, podemos saber que los incas no dejaron nada librado al azar. Tenían un sistema de control de todas las actividades que se realizaban, con lo cual, desde ya podemos inferir que antes de ir con una peregrinación ritual a la montaña, ésta ya había sido estudiada y ascendida varias veces para poder localizar los “campamentos” en las bases y laderas, e incluso haber construido, en algunos casos, las plataformas ceremoniales donde se depositarían las ofrendas e incluso los caminos de ascenso.
Cuando uno estudia los adoratorios de altura, se aprecia que el acceso a la cima de la montaña se hizo por la ladera más lógica, es decir, donde hay una equilibrada interacción entre pendientes, vientos, disponibilidad de agua, zonas de derrumbes o avalanchas, horas de sol por día y otros detalles pragmáticos referidos a la supervivencia. Por ejemplo, la mayoría de los accesos a las montañas se hicieron por el Este, esto se debe a que ni bien amanece se recibe la luz del sol y compensa las frías noches que debieron soportar en las alturas.
En las primeras incursiones “exploratorias” debieron tener campamentos expeditivos, parecidos a nuestros vivacs, pasando la noche cubiertos con mantas de lana, hasta que, luego de haber estudiado la mejor ruta de ascenso, se empezaron a construir sólidos refugios con rocas del lugar. Por lo general, se trata de habitaciones muy pequeñas y de poca altura, con una sola y estrecha puerta, sin ventanas y el techo confeccionado con tirantes de madera, paja, tierra y piedras planas. En la mayoría de los casos, hubo nivelación del terreno, llegando en algunas circunstancias a construir grandes plataformas con muchos metros cúbicos removidos. Los techos requieren un comentario extra, ya que, en los lugares donde se los instalaba no había madera, ni siquiera en la base, debiendo en algunos casos realizar recorridos de más de 200 kilómetros para proveerse de ellas. La paja, si bien estaba más cerca que los árboles, también debió ser transportada desde largas distancias y en grandes cantidades, pues no solamente servían para los techos sino también como aislante para el piso de las habitaciones o refugios situados a más de 5.000 metros. En el volcán Llullaillaco, pudimos identificar que los tirantes de la techumbre eran de madera de chañar y los tablones perpendiculares de madera de cardón.
El transporte de fardos de paja, madera y guano para ser usados como combustible, vasijas para cocinar, botellones para el agua, abrigos y comida, debieron ser transportados por llamas cargueras, las cuales pueden soportar hasta 40 kilos en sus lomos. Pero las mismas seguramente llegaron hasta las bases de las montañas, ubicadas a una altura de entre 4.000 y 5.000 metros. Posiblemente hayan ascendido unos centenares de metros más, pero luego, todos estos elementos eran transportados por las personas en sus espaldas sujetados por los aguayos.
El piso de los refugios, además de tener paja, seguramente tenía mantas gruesas de lana de llama. En el volcán Llullaillaco se encontraron dos esterillas de paja enrolladas, las cuales seguramente fueron utilizadas como aislantes del suelo. Para dormir, usaban frazadas de lana de llama y las puertas de las viviendas, que eran muy estrechas (30 a 50 cm), debieron ser tapadas con costales u otros textiles o bu.
Si bien no existe ningún registro que relate estos aspectos de la historia, pienso que la logística de la comida debió ser muy interesante y, contrariamente a lo que podemos suponer de una posible carencia o complicación por el abastecimiento tras muchos días en la montaña en zonas remotas, es totalmente factible que el alimento no haya sido un problema. Los incas llegaron a expandirse desde el Sur de Colombia hasta el Norte de Mendoza y Sur de Santiago de Chile, una densa red de caminos era empleada diariamente para llevar y traer mensajes y productos de una gran variedad de pisos ecológicos. Las personas que tenían la misión de “humanizar” la montaña, construyendo caminos, refugios y plataformas, para que en ella se realizara una de las ceremonias más importantes del Tawantinsuyu, la Capacocha, debieron tener un permanente abastecimiento ordenado por la elite incaica a las poblaciones más cercanas. Por tratarse de un lugar tan especial desde la perspectiva religiosa-política, las comitivas de abastecimiento debieron llegar a la base o un punto anterior a ella. Uno puede imaginarse las recuas de llamas cargadas con una gran variedad de productos provenientes de diversas geografías; costales de papas, mandiocas, zapallos, ajíes, porotos, maní, choclos, quinua, quiwicha, yacón, paltas, ananá, nueces, chañar, algarroba, miel, carne, sal, entre muchos otros productos que formaban parte de la dieta cotidiana en esos tiempos.
Pese a la posibilidad de que pudieron haber estado abastecidos de alimentos frescos, debemos pensar también en aquellos productos que, por su naturaleza o porque fueron sometidos a técnicas de conservación, se podían consumir en cualquier momento. Ejemplos de este tipo lo tenemos en el charqui y la chalona, es decir, carne salada y deshidratada al sol, pudiendo ser de camélido o cualquier otro mamífero e incluso peces; el maíz tostado era muy consumido además de ser muy liviano; el chuño, o papa deshidratada que en ese estado podía durar años; los panes hechos con harina de maíz y otros productos duraderos como el maní, ajíes, frutos del chañar, vainas de algarroba, miel, etc. Un elemento que nunca debía faltar eran las hojas de coca, no solo por su carácter sagrado, sino por la costumbre de su consumo que se mantiene vigente hasta la actualidad y sus cualidades que son muy conocidas. Para más información de este tema puede consultar en esta revista: Cultura de Montaña - Cultura de Montaña (culturademontania.org.ar) y también: NOTA - Los invitamos a conocer las propiedades curativas de la planta de la coca (culturademontania.org.ar).
Al atardecer, seguramente se preparaba un guiso en las cazuelas de cerámica que persisten hasta la actualidad, y, para el fuego, utilizaron maderas altiplánicas como la tola y particularmente la yareta que posee un gran poder calorífico, también bosta de llama. La experiencia nos indica que a mayor altitud el agua hierve a menor temperatura, razón por la cual los alimentos tardan más en cocinarse, por ello, tanto hoy como en el pasado, se debieron elegir productos que requirieran poca cocción.
El agua siempre es un problema en la montaña, ya sea por su ausencia, en lugares extremadamente secos, como por su congelamiento, que es lo natural en las alturas. La tarea que nos damos los montañistas de derretir hielo o nieve para obtener agua debió ser también parte de las actividades cotidianas de los montañistas prehispánicos. El transporte de los líquidos se realizaba en unos botellones globulares con un cuello largo y un tapón de fibras, los cuales son conocidos como aríbalos, aunque el nombre original era maka o puyñun. Los mismos eran transportados en la espalda con un cordel que se sujetaba a la altura del pecho.
En términos generales, ya hemos descripto cuáles son los elementos que constituyen el atuendo de montaña. Sin embargo, la evidencia arqueológica nos aportó información precisa sobre el tema en particular, justamente en contextos de alta montaña, por lo que dirigiremos nuestra atención a ellas.
En el año 1964, el pionero de la arqueología de alta montaña y gran amigo Antonio Beorchia Nigris, descubría en el cerro Toro, a 6.300 metros, el cuerpo de un joven prehispánico allí ofrendado en épocas incaicas. El individuo, cuya edad se estimó entre 18 y 20 años, se encontraba vestido solamente con su wara o ropa interior, pero, entre los objetos que lo acompañaban, había un par de gorros de lana con una novedosa confección. Ni antes ni después de ese hallazgo ocurrido en la cordillera de San Juan (Argentina) se volvió a encontrar un gorro de tales características.
Se trata de una pieza que, desde el casquete superior, se desprenden tres segmentos rectangulares de lana que sirvieron para cubrir la nuca y ambos laterales de la cara. Al ser largos protegían el cuello, tal como se observa en las imágenes. Otro elemento interesante de este gorro es una banda de flecos que rodea toda la cabeza, brindando de este modo mayor protección por la capa de aire que crea y, además, su forma y movimiento disiparía la nieve que se suele acumular en la cabeza cuando cae nieve.
La ropa masculina consistía en una especie de camiseta larga hasta las rodillas y sin mangas llamada unku, por lo general poseen un entramado bien apretado que no deja pasar el viento y conserva el calor corporal. Sobre esta prenda iba la llacolla o manto, que era la prenda de abrigo, confeccionada con lana de llama con un entramado muy estrecho. Es de suponer que algunas circunstancias debieron haber usado más de uno de estos mantos, especialmente cuando no estaban en movimiento. Hay otro elemento que, además de servir de mochila, también servía de abrigo, me refiero a los aguayos, que son unos textiles cuadrangulares donde se pone la carga que va en la espalda, luego se cruzan los extremos entre la cintura y el hombro para atarlos a la altura del pecho. En el ámbito andino todavía son muy usados por las mujeres que llevan a los bebés, niños y otros enseres en la espalda.
Podemos simplificar diciendo que los calzados utilizados en tiempos prehispánicos eran de dos tipos: abiertos y cerrados, siendo los más utilizados los primeros y ocasionalmente, los segundos.
Sobre todos estos calzados ya nos referimos en otro artículo que sugiero consulten (NOTA - Que calzado usaban los incas en la montaña (culturademontania.org.ar). Solo quisiera recordar que la variedad más utilizada por los incas era la variedad conocida como llanke y ocasionalmente el chápito. En el año 2011 hicimos un importante hallazgo durante un ascenso al Llullaillaco, habiendo encontrado en el hueco de una roca con forma de cabeza de cóndor un bulto de lana que resultó contener cinco calzados de abrigo. Por primera vez en la historia aparecían las tan buscadas “botas” de montaña prehispánicas, a las que denominamos “orco kawkachun”, donde orco es montaña y kawkachu calzado rústico que suelen usar los caravaneros o llameros. Los estudios revelaron la técnica de su confección y otros elementos de carácter simbólico muy interesantes y descriptos en el artículo anteriormente citado.
En esta ocasión, describiré de qué manera se usaba ese calzado en conjunción con otros elementos para protegerse las extremidades inferiores. Al pie desnudo se lo cubría con un calcetín o media, luego se colocaba la sandalia tipo llanke que era la más utilizada en la cotidianeidad; seguidamente se colocaba el “orco kawkachun” o calzado de montaña, que estaba formado por unas seis a ocho capas de lana, para finalmente colocar otra sandalia más grande de la variedad chápito, que podía ser de cuero o de fibras vegetales. En el volcán Llullaillaco se encontraron sandalias de este último tipo confeccionadas con fibras vegetales. Un complemento para el abrigo y protección de los tobillos era la saccsa, o fragmento de piel o textil abrigado colocado en los tobillos y/o rodillas.
A la fecha de esta publicación, llevamos registradas 226 montañas que los incas ascendieron en los Andes y sabemos que son muchas más, pues en nuestra vasta cordillera todavía quedan muchos lugares por explorar en este sentido. Por ejemplo, Bolivia está muy poco investigado, recién en los últimos años el arqueólogo argentino Pablo Cruz ha realizado importantes investigaciones de los adoratorios de altura de la zona de Uyuni y también de Lípez, al Sur del país. Argentina y Chile son los países pioneros en las pesquisas y donde más se trabajó, no obstante, quedan todavía grandes vacíos que no fueron investigados. Perú arrojó impresionantes resultados en la zona de Arequipa, donde los arqueólogos locales dirigidos por José Antonio Chávez y Johan Reinhard ascendieron gran cantidad de montañas y realizaron excavaciones que sacaron a la luz más de una decena de momias. Las montañas de Ecuador todavía no fueron investigadas en este sentido, pese a la existencia de instalaciones arqueológicas en algunas de las bases.
La siguiente tabla muestra un listado de 34 montañas superiores a 6.000 metros en las cuales se han encontrado evidencias arqueológicas prehispánicas.
Esta arbitraria selección es solo a título ilustrativo. A cualquier montañista del mundo le gustaría tener en su historial de ascensiones estas montañas o sumatoria de alturas; sin embargo, estos ascensos prehispánicos nunca fueron considerados en la historia del montañismo mundial ¿por qué?
Hace más de 20 años, Evelio Echevarría, un querido amigo y gran montañista chileno, escribía en su libro “Chile andinista: su historia” una dura crítica y protesta al montañismo mundial. El primer capítulo se titula “Antes que los primeros”, donde realiza un recorrido por los orígenes de nuestro deporte, empezando claramente por el primer ascenso al Mont Blanc en 1786, para luego argumentar los motivos por los cuales considera que los primeros capítulos de la historia del montañismo mundial se escribieron en tierras sudamericanas. Conceptos y fundamentos a los cuales adherimos y seguiremos postulando con sólidas bases y evidencias, como por ejemplo ese listado de 34 montañas que forman parte de otro mayor con dos centenares de cerros, la mayoría superiores al Mont Blanc.
¿Por qué decidió subir una montaña como el Mont Blanc Horacio Benedicto de Saussure?, esta montaña como la mayoría del mundo, también tenía un halo de misterio y supersticiones que en cierta forma la humanizaban. Echevarría dice que, dada la época, circunscripta en las postrimerías de la Edad Media, había nuevos aires y augurios de modernidad, echando luz a las tinieblas, estaban comenzando los tiempos de la Ilustración y con ella las exploraciones por todo el mundo, el fortalecimiento de las sociedades o instituciones geográficas y los egos de las personas que se convertían en héroes por sus hazañas. En ese contexto, las conquistas verticales dieron origen al alpinismo, debiendo transcurrir casi un siglo para que los alpinistas comenzaran a ascender montañas más altas que el Mont Blanc de 4.807 metros.
Ahora bien, deberíamos preguntarnos ¿qué es el montañismo? Y al respecto se podrían escribir cientos de líneas, pero a los fines prácticos podemos resumirlo en la acción de ascender montañas. Dentro de ese hecho se abre un tremendo abanico que se relaciona con las características propias de cada geografía, la geología de los cerros y la afinidad personal de abordarlos.
Las motivaciones humanas para ascender a las montañas siempre fueron y serán diversas, lo que no es tan diverso, es el factor fisiológico de nuestra especie respecto a las condiciones climáticas extremas y a la altura. Ese es el denominador común que tenemos los seres humanos que intentamos realizar ascensiones.
Lo cierto es que hubo humanos que hace 600 años se dieron a la tarea de explorar las alturas, conocer los ciclos naturales, confeccionar prendas especiales que serían usadas solamente para esa ocasión, de construir refugios y abastecerlos con productos desde largas distancias, de hacer caminos que llegaban hasta las cimas, de armar plataformas y otros recintos especiales para la concreción de uno de los rituales más importantes de esa cultura, donde las vidas de niños eran ofrendadas a los dioses.
En ocasiones muy especiales, desde el Cusco, partía una peregrinación conformada por sacerdotes y algunos miembros de la elite que llevaban niños para ser ofrendados en alguna montaña ubicada a cientos o miles de kilómetros. Luego de varias semanas o meses llegaban al destino final, que ya no era un lugar indómito, sino que estaba totalmente preparado y acondicionado con las comodidades para la ceremonia. Finalmente, se realizaba el ritual y casi todos regresaban a sus lugares de origen. Algunos se quedaron arriba con los dioses, mientras que otros permanecían un tiempo más, acomodando el lugar que sería abandonado hasta un posible próximo ritual algunos años después.
En el mundo inca las personas especializadas en alguna actividad concreta se los llamaba “camayoc”, por ejemplo, los quipu camayoc (especialistas en quipus), quilca camayoc (en arte rupestre), ñan camayoc (en caminos), chacra camayoc (cultivos), etc. No existen registros escritos de la época colonial que se refieran a estas personas especializadas en el arte de subir las montañas, pero no dudo que existieron con ese rango de camayoc, quizás los ¿orco camayoc?
El contacto entre los seres humanos y la montaña que ascienden, o sea el montañismo, genera en muchas personas una necesidad de regresar a esos lugares, necesidad que se transforma en una pasión irrefrenable que marca la vida de mujeres y hombres que nos apasionamos al punto de dedicar y en muchos casos entregar nuestra vida a esa pasión. Lionel Terray tituló su libro irónicamente como “Los conquistadores de lo inútil”, pero eso inútil es el norte de la vida de muchas personas y no me caben dudas que esto también debió ocurrir en los Andes prehispánicos con aquellos que ascendían y exploraban las sagradas alturas.
Es por este motivo que me gusta considerar los ascensos en estos dos esquemas planteados, por un lado, la elite y los sacerdotes que ascendían para oficiar un ritual, cuya principal motivación estaba radicada en la religión y el poder político; por otra parte, se encontraban los especialistas, aquellos camayoc, que se encargaron de acondicionar la montaña para un peregrinaje seguro, sugiriendo que la motivación pudo ser la propia labor de buscar la mejor vía de ascenso y condiciones de seguridad para la elite incaica.
Llegamos al final de este artículo y la intención no es confrontar con el alpinismo europeo sobre los orígenes de la actividad. En lo personal, es un tema que no amerita discusión alguna, pues las evidencias son contundentes y cada vez mayores respecto del origen sudamericano y prehispánico del montañismo. La intención última, es rendir un homenaje a todos esos montañistas anónimos, tratando de visibilizar a estos pioneros que hace seis siglos subieron centenares de picos en condiciones precarias de indumentaria y calzado. Este apasionante tema nos motivó a la realización de un proyecto fílmico documental donde replicaremos estas ascensiones en las mismas condiciones que hace seis siglos, pero ese será tema para otra nota.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023