En este hermoso relato Narciso nos regala, con la excusa de describirnos un trekking de altura de aclimatación, sus serenas reflexiones sobre la montaña y su cultura, observando mientras marcha el camino del montañista
Por Narciso de Dios Melero
Este es el texto íntegro de uno de los capítulos del próximo libro : “Crónica de un sueño roto “, de pronta aparición y en primicia para el Centro Cultural Argentino de Montaña.
A Shaligram Bhattarai. Himalaya Treck and Travels
"La paciencia no es la espera pasiva. Es la aceptación activa del proceso necesario para obtener tus metas y sueños"
Ray A. Davis, cantante de The Kniks
Eran las 7:00 horas cuando hemos salido al frío de la mañana, que una vez más, y pese al final de ayer lleno de nubosidad, se presenta azul y luminosa. Javier y Raquel han salido media hora antes de hacerlo Albert y yo. A ella se le han juntado sus problemas estomacales con su aún no adecuada aclimatación. Dudo si la nieve me permitirá llegar al lago. Javier ya nos advirtió que él no quiere forzar nada con ella. A poco de comenzar a andar, Fonsi y María José se nos unen a Albert y a mí. Mohan se fue acompañando a Javier y Raquel, y Prince lo hará con nosotros. Me pongo en cabeza del grupo para no dejarme arrastrar y marcar un ritmo suave pero continuado; hoy es el día que caminaremos a mayor altitud, y aún más se impone mi estrategia del mínimo esfuerzo, de llevar la respiración tranquila y de no permitir al corazón que se acelere en loca carrera.
Mi mirada se dirige alternativamente hacia el suelo que piso, un buen sendero de firme arenoso, y a un punto cercano que me sirva de referencia para hacerme comprobar mi avance. Pero es imposible no alzar la vista hacia la fantástica muralla de hielo y glaciares colgantes que tenemos justo enfrente; vuelvo a pensar que por ahí no sería lógico plantearse una escalada… ¡ni por el más suicida de los alpinistas extremos!: demasiados riesgos objetivos. Son tantos los muros de hielo, las enormes barreras de seracs, las grandes cornisas dominando la muralla toda que, a mi juicio, un intento por esta larga y enorme cara de la montaña es muy improbable que tuviese un final feliz.
El sendero, saliendo de los edificios de Tilicho Base Camp va próximo a un arroyo, luego le cruza para izarse por la ladera de la izquierda, y ahora se empina en fuerte pendiente hasta alcanzar un hombro, un estupendo mirador. Allí hacemos la primera parada, pues el paisaje invita a ello: a nuestros pies, unas morrenas de enorme tamaño -en realidad, aquí todo es enorme en proporciones- con un impetuoso torrente fluyendo entre gigantes rocas caídas de arriba. Un precioso pico, pero inalcanzable desde aquí por lo dicho antes, atrae la mirada con insistencia. Prince no sabe su nombre, pero como le digo a mis compañeros, posiblemente no sea más que una estribación de la verdadera cima de la montaña situada mucho más atrás: el tamaño desvirtúa la visión real del terreno.
El mapa me confirmará esta opinión: sólo aparecen diversos puntos reseñados, todos con altitudes superiores a los 6.500 metros, pero sin nombre alguno. No puedo dejar de pensar en los delirios de Juan Buyse -un montañero belga afincado en España- cuando se empeñó en hacer un listado de los tresmiles del Pirineo, una buena idea que fue emponzoñada en su empecinamiento de poner nombre a todo pedrusco que superara los 3.000 metros de altitud, ignorando un dato transcendente para estos listados: la prominencia de la montaña; así, en su lista aparecen 212 cimas, haciendo la puntualización de 129 principales y 83 secundarias. No se olvidó de reservarse uno de esos pedruscos, discutibles como cima, para ponerle su propio nombre, y quizá así justificar algunas de las designaciones utilizando el nombre de otros montañeros, cuyo prestigio histórico era más que discutible. Su trabajo, muy criticado por algunos estudiosos, elevó en casi un centenar las cumbres reconocidas históricamente.
Pero a la controvertida labor de Juan de Buyse se añade otra mucho mayor y un más grave despropósito: la llamada Lista Soro, que de manera oficial, con rango de ley y con dineros públicos, cambiaron los nombres de buena parte de los tresmiles aragoneses, en un acto que no es más que un atentado a la Historia y la Cultura de esas montañas -algunos de los nombres son puro delirio nacionalista sin base histórica alguna-, pero los políticos modernos, es desgracia de nuestros días, viven a base colocar a sus amiguetes en los distintos chiringuitos que les montan para pagar favores. Y no parece importarles que al ciudadano que representan, quien paga el sueldo de todos, estos chiringuitos sean de dudosa o nula utilidad… o un atentado a la cultura como es el caso referido. Que el Aneto, pico más alto del Pirineo, ahora los niños en la escuela le tengan que aprender como Tuca d´Aneto -Tuca significa montaña secundaria- o Maladeta de Corones -apelativo sin base histórica alguna- es un claro ejemplo de esa falta de respeto a la Historia y a la Cultura de las montañas… y de como el nacionalismo tergiversa esa Historia y esa Cultura al amparo de sus intereses. Ya lo advirtió George Orwell en su novela 1984, cuando hablaba del Departamento de Adecuación de la Historia dentro del Ministerio de la Verdad.
Contemplar esta inmensa muralla, con su infinidad de cumbres sin nombre ni referencia, me hace pensar en hasta dónde puede llegar la soberbia humana, la falta de humildad, el oportunismo… y lo peligrosa que puede ser la ignorancia al amparo del poder; porque la Historia y sus documentos deberían ser una fuente de inexorable consulta antes de mover una coma en estos temas. El respeto, a la Cultura, la Historia y a los habitantes del lugar -a quienes no suele consultarse- debería ser otro pilar antes de intentar cambiar nada, sin embargo, como bien señaló el genial Albert Einstein: “sólo conozco dos cosas infinitas: el Universo… y la estupidez humana”.
Nuestro sendero corta una larga ladera, siempre en ascenso, aunque ahora en una pendiente más suave. A lo lejos veo a Javier marcando el ritmo a Raquel… bueno, no tan lejos como me parece a primera vista. Van muy despacio. Me sorprende haberles casi alcanzado con la media hora de adelanto que salieron, porque mi ritmo, sin variación desde la salida, sigue con su cadencioso paso. Ahora estoy seguro de que les alcanzaremos primero y les sobrepasaremos después. Huyo de la competición, ¡y más aún aquí!, pero no puedo dejar de constatar este dato objetivo: si nosotros vamos a un ritmo suave -el adecuado para aclimatar-, si salieron con 30 minutos de adelanto, si estuvimos parados cerca de 10 minutos en el hombro haciéndonos fotos unos a otros, admirando el paisaje y charlando con Prince, ¿cómo es posible que les vayamos a alcanzar tan pronto? Por un lado, me llena de satisfacción que así sea, pues podría ser una prueba de mi buen estado de forma, más aún teniendo en cuenta la edad de uno. ¡Sin duda que es un impulso positivo!
El último año y medio, con la pandemia, no han sido tantas las veces que pude salir a la montaña, realizando pocas escaladas, y casi siempre, de unas pocas horas y próximas a mi casa; ello no impedía mis paseos diarios con Urus… pero paseos, no excursiones, y eso no parece el mejor aval para venir aquí con garantías. Por eso, desde el principio, me tomé las cosas con la calma y reflexión aconsejadas por la experiencia, con la pausa y el reposo de querer hacerlo bien, sin cometer errores que me impidan un intento serio a la montaña. Hoy es un buen día de toque de atención y ensayo. Por eso sigo empeñado en intentar hacer todo reflexivamente, con el único objetivo de merecer esa cima que me hizo desear, ya desde casa, el momento de alcanzarla… y cumplir así mi sueño del Himalaya, ese sueño tan largamente aplazado. Ahora estamos en la fase de los deberes, y a ello me aplico con paciencia y tesón, y con los cinco sentidos puestos en el objetivo: los 6.091 metros de la cima del Pisang Peak.
En una de las largas rectas del sendero doy alcance a Raquel. Sube con pasos muy cortitos y con un ritmo mucho más lento que el nuestro. Veo como está esforzándose a cada metro que sube. No sería mal método, el ritmo pausado, si tenemos en cuenta su poca aclimatación; aquí los sobresfuerzos de pagan caros, mejor es la prudencia, pero empiezo a preguntarme seriamente si esta chica está en el sitio correcto; hasta hoy, por una u otra causa, no ha demostrado la mínima preparación física como afrontar una escalada como la que pretende. Me acuerdo de José Luis, el profe-atleta del primer treking, a quien la altitud trató tan mal, que le impedía conseguir un mínimo de sus rendimientos físicos habituales. Conozco el fenómeno que impide, incluso a un excelente alpinista, rendir en cotas altas.
Pero el problema de Raquel, por lo visto hasta hoy, es que ni en cotas bajas ha demostrado la preparación física que se le supondría: empezamos a caminar en Lower Pisang, a 3.200 metros, y no parece una altitud excesiva para alguien que adquirió notoriedad por hacer un largo treking en los senderos del Nepal; pero, a estas alturas, ya he aprendido que estas actividades, por mucho que las vendan con pompa y boato, no dejan de ser más que un Camino de Santiago… un poco más alto, pero igual de sencillo técnicamente. Viéndola caminar y esforzarse en un lugar como este, empiezo a tener dudas sobre sus posibilidades para llegar a la cima de una montaña que, sin ser una escalada difícil, sí requiere de un mínimo de técnica para superar sus empinadas pendientes heladas, porque no se sube andando, sino con una escalada, aunque sea de moderada dificultad. Pero, mejor es no adelantar acontecimientos, esperar a que se recupere definitivamente de su estómago, y comprobar si ahí está la causa de su bajo rendimiento. Mi deseo es que todo se encamine de la mejor manera posible.
Javier, marcando el paso y sin dejar de vigilarla constantemente, va un poco más arriba que Raquel, sin permitir separarse mucho de ella. Me solidarizo con su esfuerzo, pues sé perfectamente lo que cansa llevar un ritmo mucho más lento del nuestro en beneficio de la persona o personas que acompañamos. Me ha ocurrido muchas veces guiando y por eso comprendo su esfuerzo y su mérito. Cuando le adelanto, ya me muestra sus dudas de llegar al lago. Mirando hacia arriba se ve nieve, ya no muy lejos. El sendero, justo a la altura de la nieve, se divide en dos ramales: uno es el camino de las mulas, mucho más suave y largo, y el otro en un atajo más recto y vertical para llegar a una caseta. Esta caseta no es otra cosa que dos cabinas con baños, pequeñas, cuadradas y con sendos agujeros en el suelo; ese es todo el equipamiento que tienen, aunque ignoro qué hace en un sendero en mitad de una ladera una construcción así.
Allí nos hemos parado Albert y yo, compartiremos un poco del café con leche que traigo en mi termo -en el desayuno, pedí en el albergue que me lo llenaran- y, ya que estamos, aprovecharemos el edificio y ambos aligeraremos peso de nuestros cuerpos. Y no, no entiendo qué pintan este tipo de construcciones que jalonan los senderos, sobre todo, teniendo en cuenta la basura que se ve tirada por el suelo en todas partes: desde envoltorios de caramelos o barritas energéticas hasta la cosa más extraña que se pueda imaginar. Mal está que lo tiren los nativos, pero es inaceptable que lo hagan los de fuera. Y me parece lamentable ese aspecto sucio en algunos lugares; estoy convencido que tan grave problema tiene una sencilla solución: educación y respeto.
La parada en la caseta es lo suficientemente tranquila como para beber del café con leche de mi termo y hacernos un buen puñado de fotos. Cuando le ofrezco el vasito a Albert, le pregunto: “¿cómo sabe un cafecito a 4.750 metros?”. En un primer momento no parece entender la pregunta, pero cuando se la repito. deja de beber y su respuesta es clara:
- Da cojons de amico… que decimos en mi casa (sic).
Antes de continuar, y después hacernos muchas fotos en medio de este maravilloso paisaje, le pido a Fonsi que me grabe un video. Ni él ni María José han querido café con leche.
- Estamos a 4.756 metros -digo mirando los datos de mi reloj y a la cámara alternativamente-, subiendo hacia el Lago de Tilicho; son las 10:15 de la mañana, llevamos caminando un poco más de dos horas y media para subir 650 metros de desnivel. Hay nieve y no sabemos si vamos a poder llegar o no vamos a poder, pero lo vamos a intentar. Seguimos cumpliendo los deberes para aclimatar. Seguiremos contando (sic).
Fonsi y María José, más jóvenes y fuertes, no han querido parar mucho aquí y han seguido hacia arriba seguidos de Prince. Es admirable, casi insultante, cómo camina este muchacho: sin esfuerzo aparente, con un poderío asombroso… ¡y hasta dándose carreritas! El sendero, por encima de la caseta-váter, remonta la ladera en una sucesión de zetas que llevan a una larga diagonal a la izquierda. Es momento de continuar y volvemos al sendero, intentando reencontrar el mismo ritmo que nos trajo aquí, y buscando un buen apoyo en los bastones. Hay una línea de nieve, como si fuese una hilera, marcando el borde del camino. Al mirar el altímetro de mi reloj compruebo que marca 4.800 metros, y se me ocurre una idea: a cada pocos pasos, le echo una mirada hasta que veo un cifra mágica para mí: 4.810 metros. Me paro, me vuelvo hacia Albert, y enseñándole la marca del altímetro le digo: “estamos a la misma altitud que en la cima del Mont Blanc”. Una exclamación de asombro sale de su boca, al tiempo que se le dibuja una sonrisa.
En realidad, esa cifra no significa nada: en Europa marca la cima de una montaña a la que he tenido el honor de llegar en tres ocasiones, siempre guiando a personas que querían cumplir un sueño; aquí marca un punto en la nada más absoluta, en medio de una ladera; ¿cuántos puntos habrá en la Tierra con esa misma altitud y que, sin embargo, no signifiquen nada? Porque para nosotros, los alpinistas españoles, llegar a la cima del antes considerado el punto más alto de Europa, tenía un valor especial. ¡La magia de los números! Y a este respecto, recuerdo un libro de Messner en el que habla, precisamente, de la magia de los números redondos: tresmiles, cuatromiles, cincomiles… ochomiles; como bien dice, un metro no es más que una distancia aleatoria entre dos puntos; si a su inventor se le hubiese ocurrido ponerle o quitarle un palmo más o menos, estaríamos hablando de otra cosa… y muchas de las montañas más conocidas habrían perdido la magia de los números. Pero somos lo que somos, y no podemos sustraernos a una tradición en la que los números, siempre tuvieron su peso. El momento de pasar por esos 4.810 metros, tal como fue, tuvo su gracia y su hechizo, aunque estuviésemos en mitad de la nada de una perdida ladera. No dejamos de caminar por ello, remontando las zetas del sendero hasta alcanzar la larga diagonal hacia la izquierda, ahora ya con nieve dura como base, en un terreno que me recuerda a las sendas invernales de acceso a los refugios, donde el continuo paso de los montañeros y turistas ha convertido su superficie en algo tan duro como liso.
La ayuda de mis bastones aquí me resulta imprescindible. Hace un rato que voy solo, con Albert por delante y algo lejos de mí. En una de las interminables zetas me paré con la necesidad de comer algo -no lo había hecho durante el café y fue un error-; me acordé que llevaba unas barritas energéticas y las saqué del cabezal de mi mochila. Mi compañero -ya me lo advirtió- es del Club de los Camellos, es decir, de esos montañeros que ni comen ni beben durante la actividad. Pero yo soy justo lo contrario. En consecuencia, con la estrategia que me marqué el primer el día -la de no hacer esfuerzos- he decidido parar, comer algo, y que mi cuerpo no sufra buscando energía en mis reservas; mejor aportársela ahora. Pero la barrita -que está muy buena, y no es poca cosa aquí- me cuesta masticarla y tragarla; después del primer mordisco ya me percato que tardaré en acabar con ella más de lo que me gustaría; por eso le invito a mi compañero a seguir, mejor que no me espere, pues corre el riesgo de quedarse frío. Y mientras mastico y bebo más de mi café con leche, le veo como camina intentando encontrar el mismo ritmo que le trajo hasta aquí detrás de mis pasos.
Cuando acabo mi pequeño ágape, me pongo en camino, y ya en plena nieve, la encuentro dura y resbaladiza en más de un punto. Sí, esto parece una senda invernal de acceso a un refugio: toda la huella sin relieve, lisa, dura y aguardando la primera pisada incauta para hacerte resbalar. A Prince, Fonsi y su mujer no les he vuelto a ver desde que nos separamos en la caseta de los baños. Sin embargo, a Albert, dependiendo de las curvas del sendero en ladera, le veo aparecer y desaparecer bastante por delante de mí. Mirando hacia abajo, compruebo como Javier y Raquel están sentados, llevan un rato largo, en el borde el camino, justo en la bifurcación del mismo. No creo que hayan alcanzado los 4.700 metros de altitud, es decir, 500 metros por encima del albergue. Poco, muy poco de cara a la aclimatación de Raquel, pues Javier ya estuvo a una altitud similar durante el anterior treking. Ignoro cómo piensan completar su aclimatación, si quieren tener una oportunidad en el Pisang. Aparco estos pensamientos y pongo toda mi concentración en afianzar bien mis botas en esta nieve dura; a mi lado izquierdo se abre una fuerte pendiente helada con muchos metros de caída.
Si no tuviera la certeza del paso de mis compañeros, no sé si hubiese continuado con un material tan poco adecuado para este terreno como son mis botas de treking, sin crampones ni piolet. Hecho mano de toda mi experiencia y conocimientos de las nieves para recorrer con sumo cuidado y atención este tramo expuesto del sendero: un resbalón aquí podría tener fatales consecuencias. Pongo una mayor y especial atención cuando me cruzo con otras personas que vienen del lago; no me sorprende que su calzado sea aún menos adecuado que el mío, y su técnica, por sus movimientos, deja bien a las claras que resulta fácilmente mejorable. Su miedo al vacío provocado por la ladera helada les hace pegarse al extremo contrario, el del monte, y ello me deja libre solamente la nieve más lisa y dura, es decir, la que debo evitar pisar con mis botas de treking… y, además, es la más cercana al barranco.
Por eso, cuando veo venir a uno o a varios en fila, como un mal torero busco la protección del burladero: me paro un poco por encima el sendero -lado del monte- afianzando bien mis botas en la nieve y en lugar seguro, buscaré el firme apoyo de mis bastones y no me moveré de esa posición de equilibrio; luego, con claros gestos con la cabeza o con la voz les invito a pasar y a que crucen por debajo de mí, y cuando el último ha pasado, vuelvo con sumo cuidado a pisar la senda. Pero estos momentos, afortunadamente, no son frecuentes. Pronto rodeo una esquina de la ladera y compruebo con satisfacción que la pendiente a remontar en el sendero-huella-en-la—nieve es más suave, y, demás, la ladera pierde toda vertiginosidad, quedando atrás al adentrarse en una cuenca que da acceso a un amplio plató. Un par de chinchetas nevadas me llevan a una amplia collada.
Cuando he doblado esa esquina que me adentrará en la cuenca, veo a Prince hacerme señales desde una de esas chinchetas, y cuando llego junto a él me pregunta si voy bien. Vuelvo a lamentar no poder comunicarnos más allá de unas breves palabras. Me parece un excelente gesto por su parte -lleno de profesionalidad- el que esté ahí pendiente de mí. Luego, cuando me junté con Albert, este me contará que al alcanzar al sherpa le preguntó por mí, y que en su limitado inglés le dijo que me había parado a comer algo, pero venía detrás sin problema alguno.
No puedo evitar un gesto de satisfacción al llegar arriba de la collada y ver el lago unos pocos metros más abajo. Desde 1993 no había vuelto a alcanzar cota tan alta: estamos a 4.990 metros. Aquella vez, la última, fue en las laderas del Aconcagua, pero allí no había nieve; a similar altitud y con nieve me tengo que remontar a 1987, a unos días después de escalar el Corredor Jaeger del Nevado Alpamayo -Cordillera Blanca de Perú-, en un intento exprés frustrado una tormenta de subir al Nevado Chopicalqui: subimos de un tirón desde el punto donde nos dejó el vehículo a motor en la pista de Llanganuco hasta cerca del Collado, ubicación habitual del Campo II; luego la intención, después de pasar noche allí, era subir a la cima y regresar a la pista a tomar otro vehículo que nos bajara a Huaraz en el día; es decir, el Chopi en menos de 48 horas. Una fuerte tormenta nos hizo pasar la noche sujetando la tienda para no salir volando con ella… y esperar al ansiado amanecer para salir corriendo de allí de vuelta al valle y a Huaraz; no teníamos tiempo para otro intento.
Hoy, 34 años después de aquella aventura, me encuentro estupendamente tras haber superado los 900 metros de desnivel que nos separan del lodge, sin dar muestras de fatiga o agotamiento. Veo una pequeña parte del inmenso lago, pero me doy por satisfecho. El Lago de Tilicho es uno de los más altos del mundo y el más alto de Nepal; tiene unos cuatro kilómetros de largo por uno de ancho y se decía que aquí no hay más vida que unos pocos microorganismos, pero en 2003, el Departamento de Hidrología y Meteorología de Nepal hizo un estudio en las aguas del lago y no encontró ser vivo alguno. Un dato curioso es la inmersión de buceo del año 2000 de un equipo ruso formado por Andrei Andryushin, Denis Bakin y Maxim Gresko: lo turbio de sus aguas y el frío no han convertido en muy popular esta actividad.
El lago no escapa a la mitología religiosa. Así, los hindúes creen que este es el antiguo lago Kak Bhusundi, que ya se cita en el Ramayana, ese texto sagrado atribuido a Välmïki y datado en el siglo III a.C. Según la tradición, el sabio Kak Bhusundi le contó al rey de los pájaros, llamado Garuda, los acontecimientos narrados después en el Ramayana, y tomó la forma de cuervo mientras se lo contaba.
Sobre el Lago está el Pico Tilicho, con sus incitadores 7.134 metros de su cima, con la gran muralla que, proveniente del Gangapurna, tiene más de diez kilómetros de larga, y cuyo punto cimero más bajo está por encima de los 6.500 metros: ¡puro Himalaya! Como ya conté más atrás, la primera escalada del Tilicho se debe al francés Emanuel Schmutz, en 1978.
Fonsi y su mujer deciden ir a tocar el agua, un poco más abajo y más allá. Albert y yo, decidimos quedarnos aquí: hemos cumplido el objetivo del día, hemos hecho bien los deberes. Hace frío, no llevamos las botas adecuadas y es el momento de descender. Nos hemos felicitado mutuamente chocando las manos y mientras vemos bajar el corto tramo a nuestros compañeros, a quienes acompañará Prince, nos hacemos fotos y Albert me graba un video explicativo, pensando en mi futuro documental.
- Son las once y media de la mañana y hemos tardado tres horas y tres cuartos en llegar hasta aquí -le digo a la cámara después haber contado dónde estamos y su altitud-; el objetivo está cumplido. Ahora, despacito hacia abajo para terminar de hacer los deberes que nos hagan merecer la cima del Pisang.
Y sin más dilación, iniciamos el descenso. Albert va ahora por delante, y me sirve su paso firme y seguro para extremar las precauciones en el tramo delicado de la huella helada en la nieve. Siento una estupenda sensación de tranquilidad cuando comenzamos a pisar tierra en vez de nieve. Ahora tenemos la caseta-baño justo en nuestra vertical y descendemos a buen ritmo por las zetas que nos llevan a ella. Cuando la alcanzamos, nos sentamos en el escalón de la entrada a las cabinas y saco el termo para acabar de darle los últimos tientos. ¡Qué bueno sabe aquí cualquier bebida caliente! Y en momentos así, siempre evoco una entrañable anécdota, que suelo contar en momentos similares cuando ofrezco el cálido líquido de mi termo a las personas que guío en invierno: era un día de Reyes de tanto sol como frío, estábamos en el Pirineo, cerca del Midi d´Ossau, llegando al Circo d´Aneu después de bajar esquiando el Quilaret, una montaña de iniciación al esquí de montaña, y para mi hija era su primera gran excursión con los esquís de travesía; no tendría la niña más de 9 años.
Con nosotros venía Pedro, un buen amigo. Helena y nuestra hija estaban sentadas al resguardo de unas rocas huyendo del frío y de la brisa; la niña tenía el vaso del termo entre sus manos, al que le daba pequeños sorbos. Con la cámara de video la estaba grabando, y viendo su carita de frío y la satisfacción con la que bebía el líquido caliente le pregunté: “¿qué bebes?” Su respuesta, tan sincera como ingenua, dio pie a esta anécdota que, como dije, he contado mil veces en ocasiones como esta.
- No sé… ¡pero está caliente!
A las 11:45 horas salimos del lago, a las 13:35 estábamos en el lodge. Mi compañero marcó un rápido descenso. Habíamos parado el ratito en la caseta-váter y otro en el hombro donde por la mañana, durante la subida, hicimos la primera parada y muchas fotos. Cuando llegamos al patio del albergue, mi reloj marca 5:45 horas de excursión para un recorrido de casi 10 kilómetros y 900 metros de desnivel: ¡una hermosa jornada montañera! Sin pausa para no enfriarnos, sigue haciendo frío, entramos en el comedor, donde vemos a Javier y a Raquel junto a la estufa. Albert pidió un chocolate antes de comer… y a mí me supo a gloria. Más tarde, en la comida, una sopa de cebolla y un plato de pasta, que no pude acabar y pedí me guardaran para la noche. Nunca me gustó ni tirar comida ni ver como se tiraba: me parece algo poco aceptable.
Una estupenda siesta reparadora me hizo levantarme como nuevo, para pasar la tarde tranquilamente, entre tertulia y chascarrillos junto a la estufa, donde nos acompañan nuestros compañeros nepalís, también entre bromas y risas, y siempre al estupendo calor que despide desde el centro del corro que formamos. No hubo opción de escribir pues se perdía el sitio junto al calorcito… ¡cómo que cenamos con los platos sobre las rodillas! Mañana dejamos este lugar y se da por acabada la fase de aclimatación. Cuando me voy a la cama recuerdo con preocupación el largo trayecto desde aquí hasta Sheree Kharka: aunque el mapa marque un descenso hacia Manang, bien sé que nos toca remontar 450 metros de desnivel en un continuo subibaja, o, como dirían los ciclistas, en un tramo rompepiernas. Me gustaría salir pronto para tomarlo con calma… aún no es hora de hacer esfuerzos.
Correo electrónico: narciddm@gmail.com
Fecha de nacimiento: 11 de Enero de 1956
Empieza a escalar montañas en Febrero de 1973
Entra a formar parte en la plantilla de la Escuela Española de Alta de Montaña en Octubre de 1979.
Es socio de la Asociación Española de Guías de Montaña (A.E.G.M.) con el número 849.
Es miembro de la U.I.M.L.A. Union of International Mountain Leader Associations con el número 849.
En la actualidad, dispone de las siguientes titulaciones:
• Profesor de Iniciación a la Montaña
• Profesor de Escalada en Roca
• Profesor de Alpinismo
• Profesor de Esquí de Montaña
• Árbitro de Esquí de Montaña de Competición (Primera Promoción)
• Guía Acompañante de Montaña
• Guía de Escalada en Roca
• Técnico Deportivo en Alta Montaña 2
Ha ostentado los siguientes cargos deportivos:
• Directivo de varios Clubes de montaña
• Miembro del Comité Castellano de Esquí de Montaña (1980-1981)
• Secretario Técnico de la Escuela Castellana de Alta Montaña (1982-1984)
• Secretario Técnico de la Escuela Madrileña de Alta Montaña (1984-1986)
• Vocal de Esquí de Montaña de la Federación Madrileña de Montañismo en la temporada 1997/1998
ACTIVIDADES DOCENTES
Su clara vocación docente le ha llevado a impartir y dirigir numerosísimos cursos en todas las especialidades de las que tiene titulación. Fruto de esta vocación docente es su empeño en permanecer al día tanto en técnica como materiales y métodos de enseñanza de las distintas disciplinas de las que tiene titulación e imparte cursos.
Preocupado por el incremento del número de accidentes en montaña, lleva años trabajando en la divulgación para conseguir una Cultura de la Seguridad que haga reducir ese número tan dramático.
ACTIVIDADES COMO GUIA DE ALTA MONTAÑA
Lleva más de 40 años de experiencia en este terreno… ¡y sin ningún accidente que reseñar!
Son muchas y muy variadas las ocasiones en las que ha acompañado y/o guiado a personas y grupos en las montañas, haciendo actividades tan dispares como campamentos, rutas de senderismo de uno o varios días, escaladas en roca y alta montaña, montaña invernal, escaladas invernales, travesías de esquí de montaña, etc. tanto dentro como fuera de España.
También ha participado como Guía en actividades especiales, como marchas, escaladas –técnicas elementales y rápeles- y esquí de pista, con personas con discapacidad física, psíquica o en procesos de integración social.
ESCALADAS:
Ha realizado numerosas escaladas en todos los macizos importantes de España y en muchos de los secundarios, tanto en condiciones estivales como invernales, destacando las cerca de mil escaladas en la Sierra de La Cabrera.
Tiene abiertas varias vías de escalada –de varios largos y, por supuesto desde el suelo- en diferentes zonas montañosas, algunas poco conocidas, con dificultades entre el IVº y el 6b (graduación global de la vía). La Sierra del Mugrón en Albacete o la Sierra del Zapatero en Ávila serían claro ejemplo de ello.
También equipó en La Pedriza una zona nueva destinada a la enseñanza de la escalada, se le llamó el Placódromo y está próximo a la Cueva de la Mora. Con el paso de los años, se ha hecho muy popular, por la facilidad del acceso y la bondad de la equipación.
ACTIVIDADES CON ESQUÍS DE MONTAÑA:
Ha subido numerosas cumbres de todos los macizos españoles practicando el esquí de montaña: el invierno pasado coronó el Aneto por vigésimo sexta vez.
Ha participado en la organización y dirección técnica de numerosas pruebas de esquí de montaña, tanto competitivas como no competitivas, desde 1980 hasta hoy.
En su condición de Árbitro de Esquí de Montaña de Competición ha arbitrado numerosas de las pruebas valederas para la Copa y/o el Campeonato de España de Esquí de Montaña de Competición de la F.E.D.M.E.
EXPEDICIONES:
Expedición Alto Atlas 1981 – Marruecos
Expedición Yuraq Janka 1984 – Perú – Cordillera Blanca
Expedición Alpamayo 1987 – Perú – Cordillera Blanca
Expedición Aconcagua 1991 – Argentina
Expedición Aconcagua 1993 – Argentina
OTRAS ACTIVIDADES:
Ha escrito y publicado numerosos artículos y fotografías en varias revistas y periódicos.
Lleva impartiendo conferencias, desde hace 45 años, sobre sus escaladas o sobre diversos temas divulgativos o didácticos sobre la montaña y sus actividades; en estos últimos años se ha centrado más en la problemática de la conservación del medio y la historia de la montaña y sus valores formativos.
Ha promovido y coordinado varios ciclos de conferencias sobre temas relacionados con la montaña en diversos centros.
Ponente en el I Congreso Nacional de Seguridad en Montaña de Panticosa-2016.
Asiduo de las redes sociales donde vuelca su pasión por la Historia de la Montaña y su preocupación por la seguridad.
Creador, director y presentador de 35 programas en Radio Ribagorza de Banasque, donde se vinculaba la Historia de la montaña con la de la música, contando con la participación de importantes montañeros. Obtuvieron un Premio Félix de Azara, en el apartado de Medios de Comunicación, en 2015.
Tiene escritos dos libros ambientados en la montaña: “Fascinados por la montaña”, publicado en febrero de 2020 mediante una autoedición.
Su segundo libro se titula “Crónica de un sueño roto”, que se publicará en breves semanas, una autoedición limitada y numerada
Centro cultural Argentino de Montaña 2023