Historia · Personajes

Biografía de Jorge Julio Casimiro Mottet

Este andinista y militar mendocino fue el primer argentino en ascender el cerro Tupungato en 1946, además de ser un pionero antártico y co-fundador de la Base General San Martín

José Herminio Hernández. Montañista, Coronel (RE)

Edición: CCAM



Biografía de Jorge Julio Casimiro Mottet

Este andinista y militar mendocino fue el primer argentino en ascender el cerro Tupungato en 1946, además de ser un pionero antártico y co-fundador de la Base General San Martín

Por José Herminio Hernández. Montañista, Coronel (RE)


Restauración Fotográfica: Centro Cultural Argentino de Montaña, Natalia Fernández Juárez y Raul Torres


Militar y doctor en Ciencias Políticas. Nació el 9 de setiembre de 1922, en Godoy Cruz, provincia de Mendoza, República Argentina.

Su padre se llamaba Gastón Mottet, nacido en Paris, en el año 1890 y nacionalizado argentino. Era abogado, recibido en la facultad de abogacía de Buenos Aires. Ejerció su profesión en Mendoza y en Buenos Aires. Cuando dejó su profesión, se dedicó a la vitivinicultura, más específicamente al cultivo de la vid. Vendió sus fincas cuando le diagnosticaron cáncer de garganta y falleció en Mendoza, el 11 de agosto de 1960; peleó en la Primera Guerra Mundial bajo las órdenes del Mariscal Henri Philippe Benoni Omer Josep Pétain y estuvo en la defensa de Verdún, como artillero.

Jorge Julio Casimiro Mottet luego de subir al Aconcagua


Su madre se llamaba Juana Suarez de Mottet, y era auténticamente mendocina, nacida en el departamento Lavalle, el 13 de febrero de 1900, y falleció en Córdoba, el 28 de mayo de 1933. Su familia estaba vinculada a la familia Cuadros, a la que perteneció el folklorista Hilario Cuadros, creador del famoso conjunto Los Trovadores de Cuyo.

Tuvo dos hermanas, una mayor que él, llamada Martha, fallecida, y otra menor que se llamaba Lila, ambas casadas con militares.

Julio, egreso del Colegio Militar de la Nación, con el grado de subteniente del arma de Infantería, el 29 de diciembre de 1943, con la promoción 71, en el orden de mérito 76.

Como oficial de tropas de montaña ascendió dos veces el Aconcagua y dos veces el Tupungato. De este último cerro, fue el primer argentino en llegar a su cumbre, integrando la expedición del entonces teniente primero Emiliano Huerta.

Jorge Casimiro Mottet en la escuela de tropas de Montaña


La expedición de 1946 al Tupungato y al Polleras

Respecto a esta expedición podemos decir que: el 8 de enero de 1946, la comisión militar arribó a Punta de Vacas, a cargo del teniente primero Emiliano Huerta, con la misión de realizar reconocimientos de la zona de los cerros Tupungato, Polleras y aledaños e intentar, además, coronar sus cimas.

La misma estuvo integrada por el mencionado oficial como jefe de la misma, el entonces subteniente Julio Jorge Casimiro Mottet, el sargento Ayudante Miguel Caffaro, los sargentos Omar Girard y Omar Fiori, el cabo primero Felipe Godoy, los cabos Cesar Echegaray, Omildo Vera, Baldomero González, Orlando Araujo, Odilio García, aspirante Antonio Gaune y Eduardo González, soldados clase Antonio Martínez, Cecilio Cortez y Mario Lamilio y los señores Damasio Beiza y José Parra, como arrieros.

Desde el refugio Militar de Punta de Vacas, salió la comisión para realizar el primer alto de la marcha, en el Refugio Las Taguas, de la Dirección General de Irrigación, en la confluencia del río Tupungato con el río Plomo.

En espera del arribo de algunos integrantes retrasados de la comisión; Huerta, decidió realizar la ascensión al cerro Polleras. Al día siguiente, Huerta, partió con el sargento Girard, el cabo primero Felipe Godoy y el arriero Beiza y se internó en la quebrada de Las Toscas, a lomo de mula, alcanzaron a las 16,00 horas, los 4.500 metros, en el Valle Llumbote.

Mientras el arriero Beiza, regresó con los mulares al valle Toscas, los militares, con sus pesadas mochilas, ascendieron al pie del gran ventisquero número 4 del Polleras, en la ladera occidental del cerro donde instalaron el campamento, a los 5.000 metros SNM., aproximadamente.

Dejaron la carga y a las 12,00 horas, habían alcanzado los 5.300 metros; cruzaron todo el glaciar y se dirigieron hacia la cumbre principal. A las 17,00 horas, habían alcanzado los 5.800 metros. Mientras tallaba los escalones sobre el hielo, el hombre de punta, el Cabo Primero Felipe Godoy, que caminaba afirmándose en su piqueta, hizo un mal movimiento y se le quebró el mango de la misma y esto produjo un resbalón, casi 80 metros pendiente abajo, algo golpeado pero con dolores leves, se levantó y Huerta, ante esta situación y viendo que no se encontraba en las mejores condiciones le ordeno regresar siguiendo las huellas de subida trazadas sobre la nieve y la senda, que habían realizado en el ascenso.

Huerta y Girard, prosiguieron el ascenso; una hora después, comenzó a correr un fuerte viento, lo cual, los hizo regresar al campamento instalado a los 5.000 metros. Al arribo, siendo las 23,30 horas, descubrieron que Godoy, no se encontraba en la carpa.

Cerro Tupungato visto desde la cumbre del Cerro Polleras


Salieron del campamento gritando hacia los cuatro vientos, pero no hubo respuesta. Ante esta situación desesperada por la pérdida del compañero de cordada, retomaron el ascenso llegando al lugar donde habían alcanzado durante el día, revisando palmo a palmo el terreno; a las 04.00 horas del 17 de enero, Huerta, descubrió una huella que se apartaba de la senda seguida por ellos. La siguió y descubrió que terminaba en una profunda grieta, tapada en su parte superior, alumbró aquella profunda y oscura grieta y escucho la vos del joven camarada y subalterno, para alegría de los tres. El escenario no podía ser peor, Godoy, se encontraba en un débil puente de hielo, con un profundo abismo que se prolongaba a sus pies; luego de dos horas de titánica lucha, pudieron sacar al camarada. A las 08,00 horas, regresaron al campamento, luego de más de 24 horas seguidas de actividad.

Días posteriores y ya reunida toda la comitiva, que se habían establecido en el Desmochado, recuperadas las fuerzas de los tres andinistas, la comisión partió hacia el Tupungato, en la madrugada del 23 de enero. Ese mismo día arribaron a la quebrada que conduce directo al cerro, estableciendo el campamento Base.

El día sucesivo, amaneció con mal tiempo, lo que permitió realizar actividades de mantenimiento. La nevada siguió por la tarde, lo que hizo necesario que el arriero se trasladara con el ganado a un lugar más reparado y abrigado.

Al día siguiente, por la tarde se calmó el mal tiempo, lo que permitió trasladarse al primer campamento de altura. Ante estas perspectivas, los expedicionarios resolvieron intentar al día siguiente.

El día 26 de enero, muy de madrugada los andinistas se prepararon para la partida, que guiados por el baqueano Beiza, se dirigieron a su objetivo.

Ante las dificultades de la marcha y previendo esto, la columna se fue dividiendo en dos escalones; el primero integrado por Huerta, Mottet, González, Echegaray y Beiza, lograron sortear los pasos difíciles y llegar a los 5.800 metros por la vertiente Norte.

Entretanto Beiza, a las 11,30 horas, regresaba con los mulares; mientras que los cuatro arremetían con pasos seguros llegando a los paredones de piedra que dan hacia el Noroeste.

Luego de alcanzar tres alturas sucesivas, se arribó a la verdadera cumbre a las 20,00 horas, escalonada la cordada, la cual iba precedida por el subteniente Mottet; hallaron la piqueta y la tarjeta del andinista chileno Carlos Piderit y una bandera del país trasandino, a continuación, se estrecharon en un fuerte abrazo, dando vivas a la Patria.

La tarde les dio tiempo suficiente para admirar el panorama hacia todos los paisajes del entorno; luego de firmar el libro de cumbre y recoger algunos otros trofeos, realizaron el descenso, siendo pronto cubierto por el manto nocturno. El regreso fue lento e inseguro por la mezcla que se daba de oscuridad, cansancio y dificultades que presentaba el terreno, pero con la idea fija que cualquier detención por las bajísimas temperaturas estarían presos de un congelamiento seguro.

Jorge Casimiro Mottet en el Tupungato


Con el inicio de las primeras luces y casi extenuados por tan larga y penosa marcha, arribaron al campamento de altura. Desde donde comenzó la marcha esa misma mañana, el segundo escalón, a cargo del sargento ayudante Caffaro, los sargentos Fiori, Girard y el cabo primero Godoy, siguiendo la misma huellas e indicaciones precisas dadas por Huerta, llegaron el día 27 de enero de 1946, a coronar la cima a las 21,00 horas; allí retiraron los comprobantes dejados por la cordada anterior, la piqueta que había dejado el subteniente Jorge Julio Casimiro Mottet, e incluso un banderín de la escuela de Tropas de Montaña, que por equivocación retiró Caffaro, el cual, fuera entregado al jefe de la expedición en una formación especial de despedida por el director de dicha Escuela, el entonces teniente coronel José Alejandro Falconier, con la expresa orden que fuera dejado en la cumbre, pero por error fue traído de vuelta por el segundo escalón.

Esto dio motivo para que hubiese una tercera ascensión integrada por Mottet y los Cabos Vera y Araujo, que partieron días después, para restituir el banderín en la cima así se hizo y Mottet, coronó por segunda vez la cima.

Esta tercera ascensión de la misma comisión se realizó en forma combinada y sincronizada con el ascenso al cerro Polleras.

Esta última, estaba conducida por Huerta, mientras que la tercera al Tupungato, fue conducida por el subteniente mendocino Julio Jorge Casimiro Mottet.

El 5 de febrero de 1946, con solo una hora de diferencia ambas comisiones arribaron a ambas cumbres; Huerta, al cerro Polleras a las 17,00 horas, mientras que Mottet, a las 18,00 horas, nuevamente coronó el volcán Tupungato. Esta vez, Mottet, aprovechando la luz del día, que le permitió registrar y deshaciendo el monolito de la cima, encontró una caja de cartón conteniendo una bandera argentina depositada por la señora Lance, una francesa depositada por Carlos Anselmi y una perteneciente al Club Atlético de Aviación Origone de Villa Mercedes, San Luis, lugar este donde residía Lance Ortiz y junto a un cilindro de aluminio de rollos fotográficos, con las tarjetas de los tres, Williams (o Guillermo) Lance Ortiz, la señora Nydia de la Canal de Lance y Carlos Anselmi, depositados el 21 de febrero de 1937.

Estos trofeos estaban colocados en las piedras del hito, de tal manera que no fueron encontrados por el andinista chileno Piderit, en el año 1938.

Mientras que Huerta, junto con José Parra y el Cabo Baldomero González, hicieron lo propio en el cerro Polleras; esta ascensión fue penosa, porque debieron realizarlo en un terreno de mayores dificultades técnicas de hielo y mixto.

En la cumbre encontraron, el 05 de febrero de 1946, un mojón de piedras, con un tarro cilíndrico fuertemente oxidado, dejado por el doctor Federico Reichert, el 05 de febrero de 1908, es decir, 38 años antes, coincidiendo incluso el horario de arribo a la cumbre de las dos cordadas. Con estos éxitos finaliza la expedición militar a ambos cerros. Pero cabe destacar que este último testimonio fue bajado por otra expedición en la década de los noventa.

Actividades de andinismo en la palestra de Uspallata 1945

Oficiales de la Escuela de Tropas de Montaña 1945, Uspallata


Expedición deportiva y de rescate de cuerpos que merecían una digna sepultura en 1948

En los primeros días del mes de enero de 1948, la expedición integrada por el capitán Julián Eppens, como jefe de expedición, el teniente Jorge Mottet, los sargentos José Mariano Angélico, Nicolás Ávila, los cabos primero César Veliz, Valentín Barrionuevo, José Lezcano, Samuel Esteban, Lucas Serrano, acompañados por Míster King, conformando la expedición deportiva y de rescate de algunos infortunados andinistas que habían quedado en su intento al Cerro Aconcagua.

El 6 de enero de 1948, arribaron a Plaza de Mulas; el 7 de enero, lo tomaron para recuperar energías y descansar.

El 8 de enero, salieron montados hacia los 6.800 metros donde localizaron el cadáver del ingeniero alemán Alberto Kneidl, muerto durante el desarrollo de la expedición de Juan Jorge Link, el 17 de febrero de 1944, mientras que sus tres compañeros ya recuperados, habían sido bajados por otra expedición militar.

El entonces teniente primero Jorge Mottet (primero a la derecha) en la cumbre del Aconcagua,

acompañado por el entonces cabo primero baqueano Lucas Serrano, que sería después entrenador
de perros de la expedición. Febrero 1948


El 9 de enero de 1948, la expedición militar conducida por el entonces capitán Julián Eppens, y, además, integrada por el teniente Jorge Mottet, los sargentos José Mariano Angélico y Nicolás Belindo Ávila y los cabos César Véliz, Valentín Barrionuevo, José Lezcano, Samuel Esteban y Lucas Serrano, salvo estos dos últimos, el resto coronaron la cumbre Norte. Ubicado el cadáver del ingeniero Alberto Kneidl, lo bajaron.

Lo habían encontrado de espalda, sin guantes, ni pasamontañas, ni medias ni calzado, solamente con ropa interior, lo que según manifestaron los integrantes de la expedición, que había tenido alteraciones mentales sufridas por el agotamiento y el mal de altura; el cuerpo lo bajaron hasta los 5.000 metros y luego, a Plaza de Mulas. Durante el descenso y a unos casi 100 metros encontraron el cadáver del sargento Mas, fallecido durante la expedición del andinista mendocino Pepe Colli, en el año 1947; más, estaba boca abajo mirando hacia la pendiente, su piqueta unos doce metros más abajo; se encontraba vestido, presentaba heridas en la frente y en el mentón, producto de su caída. Cuando bajaban el grupo expedicionario la mula del Sargento baqueano Belindo Ávila, se desvía de la senda accidentalmente con su mula y descubrieron el cadáver del andinista chileno Ruperto Freile, que había fallecido en el año 1937.

Fue identificado por la documentación que llevaba consigo; su billetera contenía un prendedor de oro y tijera, algunas monedas chilenas, un pañuelo con sus iniciales y una cuenta pagada en el hotel Continental de Los Andes.

Jorge Mottet junto al cadáver rescatado del andinista chileno Ruperto Freile,

que había fallecido en el año 1937

Teniente Jorge Mottet (al centro) en el rescate del cadáver chileno Ruperto Freile,

que había fallecido en el año 1937


Su cuerpo se encontraba en perfecto estado de conservación y con el equipo completo, además cerca de la cumbre encontraron una mochila que se presumía fuera del andinista chileno Freile, por contener en su interior cigarrillos de marca chilena, un termo destrozado, ropa interior y vendas.

Dos días de penoso trabajo les produjo el traslado de los cuerpos de los andinistas encontrados; de todas formas, se conjugaba la satisfacción de haber logrado la cumbre y el poder bajar estos andinistas que ya llevaban varios años en las laderas del cerro y que merecían su santa sepultura.

Los argentinos fueron bajados y sepultados en Mendoza, Argentina, mientras que el de Freile, fue traslado a Chile.

Recibió por todas estas actividades el teniente Jorge Julio Mottet, el Cóndor de Oro Honoris Causa, entregado por el presidente Perón en el Salón Blanco de la Presidencia de la Nación en un acto especial. BMP 1557 - 2 de marzo de 1947.

A los 6.800 metros localizaron el cadáver del ingeniero alemán Alberto Kneidl,

muerto durante la expedición de Juan Jorge Link, en 1944.
Mas abajo encontraron el cadáver del sargento Mas, fallecido durante la expedición de 1947.
Por ultimo el cadáver del andinista chileno Ruperto Freile, que había fallecido en el año 1937


Segunda ascensión al Aconcagua 1949

En esta oportunidad, Mottet, fue designado por el Ministerio de Ejército, como guía de William D. Hackett, primer norteamericano en llegar a su cumbre.

Durante el año 1948, el entonces teniente del Ejército de los Estados Unidos de Norteamérica, William D. Hackett, era ya un militar muy conocido por sus prestigiosas campañas realizadas en diversas latitudes del mundo, pero sin lugar a dudas era más conocido por los alpinistas, por sus importantes ascensiones e informes realizados; sus acciones con Tropas de Montaña y especialmente por haber escalado el Monte Mc Kinley, en el año 1947, situado en Alaska y que es el más alto de Norteamérica.

En el año 1948, el teniente Hackett, proyectaba escalar el Monte Aconcagua, junto con dos alpinistas europeos Juan Schuckert, de Alemania y Piero Ghiglione, de Italia, estos últimos ya veteranos de las cumbres de América, ya habían coronado el Techo de América, lo habían realizado en el año 1937 y 1934, respectivamente. Al no tener la compañía de estos dos europeos, solicitó al Ejército Argentino, el apoyo para su nueva aventura y para tal efecto; respondiendo afirmativamente la institución argentina, le dio como compañero de cordada al entonces teniente Jorge Julio Casimiro Mottet.

En cuanto a la expedición argentina-norteamericana, realizada durante el año 1949, el entonces teniente norteamericano William D. Hackett, luego de coronar la cima del techo de América, nos relataba: Partí el 29 de enero de 1949, desde el lugar donde estoy estacionado, en Fort Benning, de Georgia, Estados Unidos; lo hice en un avión militar, que me llevó hasta Montevideo y desde allí, en avión de línea hasta Buenos Aires. La próxima jornada, me llevó un tren hasta Mendoza, donde organice la expedición con cinco hombres, asegurando la colaboración del Ejército Argentino, ayuda que me hizo contar con el teniente Jorge Mottet, que sería mi guía por haber alcanzado la cima del Aconcagua, el año anterior, además de soldados arrieros, animales de carga y permiso para ocupar refugios militares.

Instalado en Puente del Inca, donde permanecimos varios días, entrenandonos en subir los cerros Banderita Norte y Sur. Puente del Inca se había convertido en los últimos tiempos en un centro de esquí y turismo invernal.

El 14 de febrero de 1949, fueron cargadas las mulas y nuestra caravana compuesta de 19 personas y numerosos animales se movió por el valle de Horcones hasta Plaza de Mulas. Aquí establecimos el campo base y de aclimatación, quedándonos cuatro días en excursiones cortas, por el glaciar de Horcones y sacando fotografías.

Expedición al Cerro Aconcagua, Escuela de Tropas de Montaña

Expedición al Cerro Aconcagua, Escuela de Tropas de Montaña


El día 18 de febrero, partimos por la ruta normal, del flanco Noroeste de la montaña, alcanzando los 6.400 metros (medida ésta muy popular en ese tiempo, pero errónea), en el refugio Plantamura, que es una pequeña cabaña, para cuatro personas, erigida por el Ejército Argentino.

El 19 de febrero, amaneció sumamente claro y limpio, con temperatura de 27 grados bajo cero, a las 07,30 horas, después de ingerir una taza de ovomaltina caliente, el teniente Mottet y yo partimos a las 10,00 horas, hacia la cumbre. Los otros acompañantes no podían seguir con nosotros porque se encontraban más o menos afectados por la puna. Nosotros notamos también que teníamos molestias regulares producidas por la altura, pues no nos habíamos aclimatado el tiempo necesario. Después de ascender y ascender, alcanzamos la cima a las 18,00 horas. Firmamos el libro de registro y deje un banderín de los Estados Unidos, siendo yo el primer norteamericano que ha alcanzado la cima más alta del continente y la única persona que ha subido hasta ese momento a las cumbres más altas del Norte y Sur de América, el Mc Kinley y Aconcagua.

Hicimos un apurado descenso hasta Plaza de Mulas, donde llegamos a medianoche, siendo saludos por nuestros compañeros que ya habían bajado desde el refugio Plantamura. Mottet y yo, en celebración del éxito, bebimos una botella de cerveza.

Dejamos la montaña al día siguiente, siguiendo con Mottet a Buenos Aires, donde fui presentado al presidente de la República, don Juan Domingo Perón, a quien entregué una bandera grande de los Estados Unidos y que había llevado hasta la cumbre. Por su parte el presidente me condecoró con la Medalla Peronista y me obsequió su propio piolet, que había usado en los Alpes y en los Andes. Por su parte el ministro de Guerra, General Sosa Molina, me colocó en mi pecho, el cóndor de oro, máxima distinción de montaña que se otorga en el Ejército Argentino, la cual es muy anhelada por sus integrantes por su valor y significación.

El 20 de marzo. El avión militar me trajo a casa, donde hice nuevos proyectos.

Así concluía el relato este andinista norteamericano, que fue el primero de esa nacionalidad en coronar la cima del Coloso y sin lugar a dudas, fue quien también lo recibió tiempo después, en los EUA, al propio Mottet, cuando se radicó en aquel país.

Expedición al Cerro Aconcagua, Escuela de Tropas de Montaña


Su relación con la Antártida

Durante el año 1951, el entonces Capitán Julio Jorge Mottet, curso la Escuela Superior de Informaciones del Ejército, egresando de la misma en el mes diciembre de 1951, al tiempo que organizaba con el entonces coronel Hernán Pujato, la Primera Expedición Científica Argentina a la Antártida Continental, de la que fue segundo jefe y co-fundador de la Base General San Martín, la más austral del mundo por entonces. También, con el mismo Hernán Pujato, formaron la primera patrulla polar argentina de exploración del continente antártico.

A su regreso de la Antártida y con la dirección del ya General Pujato, fue el primer secretario del Instituto Antártico Argentino Cnl. Hernán Pujato.

En el mes de mayo de 1952, en acto público presidido por el presidente de la Nación en el teatro Enrique Santos Discépolo, recibió la Medalla Peronista, con los otros siete miembros de la expedición polar.

A su solicitud y aprobado por el presidente de la Nación comenzó la preparación de un programa llamado Caserío San Lorenzo, para establecerse con su señora como pobladores permanentes en la Antártida Argentina para afianzar los derechos argentinos sobre la región. Nos comentaba el propio Jorge Julio Mottet, sobre su viaje a la Antártida, su vida y luego, su exilio: El 21 de marzo de 1951, una expedición conformada por ocho hombres al mando del entonces coronel Hernán Pujato fundó la primera base argentina al Sur del Círculo Polar Antártico, la Base General San Martín. Esta empresa permitió cumplir con el objetivo de conquistar un territorio inexplorado para los argentinos y abrir el camino para el desarrollo de una importante actividad científica que se lleva adelante en la actualidad en las bases permanentes y temporarias de nuestro país en la Antártida.

Yo nací en una provincia andina: Mendoza, y desde muy joven desplegué una incesante actividad montañesa. Dos veces escalé el Aconcagua y otras dos el Tupungato, cerro del que fui el primer argentino en hacer cumbre. Recibí en el Salón Blanco de la casa de gobierno el “Cóndor de Oro – Honoris Causa”, junto a un oficial norteamericano, Primer Teniente William D. Hackett, quien me acompañó en mi segunda ascensión al Aconcagua.

Estas experiencias me permitieron albergar ilusiones más pretenciosas e intentar pasar de vencer una montaña a conquistar un territorio inexplorado, confirmándolo como parte del patrimonio argentino. Cuando debí trasladarme de mi provincia natal a Buenos Aires para continuar mis estudios me fui a vivir al Círculo Militar. Ahí mismo se alojaba el coronel Hernán Pujato, un hombre accesible que –yo lo sabía- tenía el propósito de organizar una expedición antártica. En cuanto pude, le manifesté mi interés por el proyecto y, para mi sorpresa, me invitó a compartir su mesa, hecho que marcó el inicio de una colaboración que terminaría siendo la primera expedición al continente blanco.

Ejercicios de la escuela de tropas de montañaen el curso de Esquí en Puente del Inca, 1945


Hasta ese momento no existía ninguna conciencia antártica. El tema estaba rodeado de una mezcla de ignorancia e indiferencia, al punto que para muchos se trataba de una especie de quijotada inspirada en ambiciones personales. Bajo cuerdas, otros nos tildaban de locos o suicidas, pero nosotros teníamos el convencimiento de que debíamos hacer algo para reafirmar nuestros derechos en el sector antártico. Pese a tener que enfrentar obstáculos realmente desalentadores, Pujato, siguió adelante, contra viento y marea, con su proyecto, hasta lograr la aprobación del entonces presidente de la Nación, general Juan Domingo Perón. Aclaro que no tenía ninguna connotación política la relación entre ambos. A partir de ese momento se desató una carrera frenética contra el tiempo ya que estábamos en octubre de 1950, y la partida no podía posponerse más allá de principios de febrero. Muchos nos aconsejaban que pospusiéramos el proyecto para el año siguiente, pero nosotros estábamos convencidos de que esa era la oportunidad.

Los integrantes se convocaron cursando numerosos radiogramas a las reparticiones militares, pero no tuvimos respuesta, probablemente producto del desgraciado episodio de Los Copahues.

Decidimos entonces llamar a personas conocidas que estuvieran calificadas como para formar parte de la expedición.

Finalmente, con esfuerzo, logramos reunir a dos destacados radiotelegrafistas militares; un entrenador de perros que había ascendido conmigo al Aconcagua; un meteorólogo con experiencia anterior en las Orcadas; un médico que buscaba orientarse en su profesión; un cocinero que poco sabía de cocina, pero mucho de albañilería, además de ser un individuo excepcional; y el inefable teniente farmacéutico Luis Fontana, también montañés.

Cada uno cumplió sus tareas específicas, más allá de lo esperado, gracias a lo cual pudimos hacer todo en tres meses, un tiempo récord. No nos conocíamos, pero forjamos lazos que nos mantuvieron unidos incluso ante las pruebas más severas.

Todos los problemas logísticos tenían una magnitud tremenda, pero el más importante, que hasta hizo peligrar el proyecto, fue la imposibilidad de encontrar un buque que nos transportara desde Buenos Aires hasta Bahía Margarita.

Sin embargo, cuando todas las puertas se habían cerrado ocurrió el milagro. Los doctores Carlos y Jorge Pérez Companc, a quienes fui a ver en persona, después de recorrer innumerables empresas privadas de navegación, nos brindaron uno de sus barcos que servía en la costa patagónica. Se trataba de un buque de desembarco de la Segunda Guerra Mundial, cuyo interior, casco y hélice fueron reforzados para navegar en aguas polares. Recuerdo que me dijeron que “una empresa tan patriótica merece el apoyo de toda la ciudadanía”.

Gracias a su gestión y pese al convencimiento de muchos de que no regresaríamos, el día 12 de febrero, a las 07,30 horas, partimos a bordo del Santa Micaela, al mando de su capitán, Santiago Farrell.

Éramos conscientes del riesgo que corríamos al internarse en un territorio hasta entonces inexplorado; Pujato solía arengarnos diciendo que, si teníamos que morir, moriríamos juntos; y todos nos fortalecíamos en esa idea.

Al conocer la Antártida, sentí que había hecho realidad un sueño. Recuerdo que el mar estaba tranquilo y había varios témpanos flotando a la deriva. Hubiera querido poder decirles a mis padres que había cumplido esa patriótica ambición y que la Patria era aún mucho más grande de lo que sabíamos hasta entonces.

Buscando hielo firme para asentar los cimientos de la casa habitacion, Antártida


Era como si estuviéramos alargando sus fronteras. El blanco de los hielos eternos y el celeste del cielo formaban a mis ojos la bandera más inmensa que pudiera imaginar.

Ese año, fue muy sacrificado, no teníamos ni medios de comunicación ni comodidad alguna. Durante catorce meses fuimos los seres humanos que se encontraban más cercanos al Polo Sur del Planeta.

Convivimos aislados, lejos de los afectos, apoyándonos los unos en los otros. Éramos ocho personas que apenas se conocían, con caracteres disímiles y hasta antagónicos.

Sin embargo, y aunque pasamos situaciones difíciles que a veces parecieron infranqueables, pudimos superar cualquier diferencia. Estoy convencido de que cada uno brindó lo mejor de sí y volvió orgulloso de haber cumplido con su deber.

El día 9 de abril de 1952, volvimos a Buenos Aires. Teníamos una mezcla de sentimientos: ansiedad por volver y cierta incipiente nostalgia por lo que dejábamos atrás. Al llegar, nos recibió un número importante de personas, pero sin la emotividad de la despedida.

Al poco tiempo, el presidente de la Nación decidió premiar nuestro éxito con la Medalla Peronista, que recibimos en el Teatro Enrique Santos Discépolo, hecho que tuvo consecuencias posteriores importantes para nosotros.

En mi caso, sirvió para que me pasaran a retiro obligatorio, cercenando mi carrera militar. De ser considerado un patriota, un visionario y un pionero, pasé a ser un indeseable asociado injustamente a una fracción política a la que nunca pertenecí.

La pregunta obligada es quiénes eran los que me juzgaban o que habían hecho por el país. Ninguno de ellos había acudido a la convocatoria para unirse a nuestra expedición, con seguridad por considerarla demasiado arriesgada o por no estar dispuestos a alejarse de las comodidades.

Aunque yo sí lo había hecho, honrando mi uniforme y mi bandera, debí terminar radicándome en los Estados Unidos, desarrollando en otro país lo que hubiera querido brindar a mi patria y no me dejaron.

Mi retiro obligatorio del Ejército, hizo que aquellos que antes eran mis “amigos” pasaran a ser mis enemigos y ya “no me conocieran”.

Estaba tan raleado que las posibilidades de vivir en la Argentina se me hicieron muy difíciles. Por eso opté por irme a Estados Unidos, donde llegué como simple inmigrante, sin siquiera conocer el idioma, pero con el convencimiento de que saldría adelante.

Obtuve el doctorado en Ciencia Política, graduándome con “Honor”, en una prestigiosa universidad en California “Claremont Graduate University”. Me dediqué a la enseñanza universitaria y he recibido los más altos reconocimientos. Una ciudad de California me declaró: “ciudadano honorario” por mi dedicación a los alumnos. Fui decano de estudios internacionales de Lock Haven University de Pennsylvania, profesor visitante de Marie Curie Sklodowska University de Polonia, que me entregó la medalla Marie Curie, nunca dada antes a un profesor extranjero, entre otros muchos reconocimientos.

Viajé por el mundo como educador de los Estados Unidos, pero pese a todo sigo lamentando no haber podido dedicarle todos esos esfuerzos a mi país.

En el año 2002, publiqué, “Reminiscencias, hace más de medio siglo Antártida Continental Argentina”, libro en el que relataba toda la experiencia antártica. Después de cincuenta largos años, por alguna razón que con seguridad se relacionó con el hecho de la pena generada por el alejamiento de mi patria, mezclado con la dedicación a mis nuevas actividades, fui posponiéndolo sistemáticamente.

Construccion en la base San Martin 1950.

Construcción en la base San Martin 1950


Cuando me decidí, lo hice motivado por el apoyo y la insistencia de mis seres queridos. Por suerte, conservaba mis notas personales de aquella época y también una excelente memoria que me permitieron reconstruir los hechos desde antes de la partida del puerto de Buenos Aires hasta nuestro regreso en el año 1952.

Por un lado, quise honrar la historia hasta entonces nunca contada de los primeros pasos argentinos en materia de exploraciones polares y por otro, rendir homenaje a todos aquellos que hicieron posible la concreción de ese sueño que fue la semilla de una actividad que hoy nos enorgullece.

Para los recordatorios del 60ta Aniversario de aquella expedición al Continente Blanco, se realizó una importante ceremonia en la cual, tuvo la presencia y la alocución del único sobreviviente de aquella gesta Patria, la primera que el país realizó a la Antártida, nos expresaba el propio teniente coronel Julio Jorge Casimiro Mottet: Hace 60 años en un día como hoy en la Antártida Continental Argentina - a 187 kilómetros al sur del Círculo Polar Antártico - el entonces Coronel Hernán Pujato - alma y nervio de una epopéyica patriada - dejaba inaugurada la Base General San Martín. Esa fue la primera base argentina en ese helado continente, también conocido como la última frontera del mundo. Estoy seguro que el eco de las vibrantes y emotivas palabras del estoico coronel, todavía resuenan entre los eternos glaciares que circundan la zona.

Como Segundo Jefe de la expedición me cupo el altísimo e inolvidable honor de izar por primera vez, con carácter de permanencia, el pabellón patrio que se elevó majestuoso en el imponente ámbito de los hielos eternos.

Una escritora argentina, Susana Rigoz aquí presente, autora de la única biografía sobre Pujato, escribió que nada intimidó ni al jefe ni a los participantes, ni lo riesgoso de la empresa, ni la falta de medios, como tampoco la incomprensión de sus conciudadanos; sin claudicar fueron superando uno a uno todos los inconvenientes.

El jefe de la expedición sabía que la acción puede mucho más que las palabras y no se amedrentó ante el cúmulo de objeciones que se le fueron presentando.

Fuimos ocho expedicionarios que invernamos en ese rincón de la patria tan desconocido, pero tan querido.

Además, sabíamos que fundaríamos lo que sería la base más austral del mundo, lo que vale decir que ningún otro ser humano habitaría más cerca del Polo Sur.

El tiempo transcurrido y los progresos científicos y técnicos hacen que lo que digo no refleje la magnitud que tuvo en aquellos lejanos días.

Debo agregar que nuestra comunicación con la familia y el resto del mundo estuvo limitada a la radiotelegrafía, no a la palabra hablada, por medio de telegramas comunes que pagábamos como si viviéramos en una ciudad.

Tampoco dispusimos de comodidades y creo que no las necesitamos.

Como ejemplo diré que nuestros muebles fueron cajones vacíos y la única música disponible provenía de un fonógrafo a cuerda que me pertenecía y con él todos los días, puntualmente, a las 06,30 de la mañana, tocaba diana con la Marcha de San Lorenzo.

Trasladando los materiales para la creación de la Base San Martín 1951, Antártida Argentina.

Foto: www.proyectoantartidaequipoescobar.blogspot.com.ar


Todos los miembros de esa patriada ya han emprendido el viaje sin retorno, menos yo; porque Dios así lo quiso soy el único sobreviviente.

Remarco que la nuestra fue una misión esencialmente patriótica; entre muchas cosas lo prueba el hecho que lo único simbólico que llevamos fue un cofre de bronce con tierra extraída en Yapeyú, del solar natal de nuestro prócer máximo, el General don José de San Martín, el que fue depositado en la Base como una reliquia.

También llevamos una imagen de la Virgen de Luján, donada por los Doctores Carlos y Jorge Pérez Companc, que amparó toda nuestra estadía.

Por razones de tiempo no puedo hacer una reseña cronológica de aquellos días que procedieron a la partida del buque Santa Micaela.

Nuestra Marina de Guerra estaba imposibilitada de asumir el traslado de la dotación y sus pertrechos y eso significaba la postergación por tiempo indefinido del viaje de la expedición; nosotros sabíamos perfectamente bien que eso era el final de la empresa.

Es mi deber, mi obligación, evocar a quienes hicieron posible ese traslado cuando la expedición había sido condenada al fracaso, aun antes de haber dejado el puerto de Buenos Aires.

Ellos fueron los Doctores Carlos y Jorge Pérez Companc, ya fallecidos, quienes en un noble gesto y con un patriotismo y un desinterés que estaba lejos de ser lo común en esos días, proporcionaron el buque Santa Micaela al que adaptaron para el temerario viaje.

Además, lo dotaron con la mejor tripulación posible al mando del más experimentado Capitán de Ultramar, ¡todo ello sin cobrar absolutamente nada!

Nunca olvide ni olvidaré cuando ambos caballeros, luego de escuchar mi pedido que suena como decirles "llévenos al sur del Círculo Polar, a mares donde han fracasado famosos exploradores polares y no sé cómo se les podrá pagar", me contestaron: "Capitán, sus problemas se han terminado. Nosotros los vamos a llevar y no vamos a cobrar nada por eso".

Ambos, como nosotros, tenían fe en Dios e intuían que no fue por simple casualidad que yo llegara a ellos con un pedido tan insólito.

Los preparativos previos fueron frenéticos, la selección del personal no nos ofreció opciones, prácticamente nadie quería ser parte de la empresa.

Los que lo hicieron provenían de orígenes dispares y no se conocían entre sí; sin embargo, el profundo amor a la patria y el desafío de la Antártida nos unió para formar un grupo homogéneo amalgamado por ideales comunes que nos hermanaron.

Los pertrechos de la expedición se acumularon en un depósito de la calle Cerviño, allí trabajaron todos sin distinciones, recibiendo clasificando y encajonando lo que íbamos a llevar.

Ninguno recibió ni pidió compensación alguna ni reembolso de sus gastos en beneficio de la empresa; ¡comíamos en una fonda cercana, no porque la comida fuera buena, que no lo era! sino porque costaba menos.
¡Que orgulloso me siento por haber sido uno de ellos!

A pesar de todos los presagios negativos el Santa Micaela llegó a Bahía Margarita transportando a la expedición, su tripulación colaboró en la instalación de la base y regreso al puerto de Buenos Aires sin haber tenido ningún problema. Creo que fue un milagro y Dios nuestro timonel.

Alferez José María Sobral, el primer argentino que invernó en la Antártida. Expedición sueca al mando del Dr. Nordensjöld.
Foto: www.proyectoantartidaequipoescobar.blogspot.com.ar


En jornadas extenuantes que a veces llegaron hasta quince horas, poco a poco se fueron construyendo las dos casas prefabricadas y se descargaron los pertrechos de la expedición.

Ya instalados en la Base San Martín el coronel Pujato y yo formamos la primera Patrulla Polar Argentina, sin experiencia previa en esas lejanas latitudes, por más que ambos éramos experimentados montañeses, con nuestros esquíes, trineos y perros comenzamos las exploraciones continentales polares y recorrimos lugares nunca antes hollados por seres humanos.

Señoras, señores, camaradas antárticos; por supuesto nosotros no fuimos los mejores porque en la vida siempre hay alguien que es mejor que uno, pero fuimos los primeros y eso nadie nos lo puede disputar.

Esa semilla que se plantó aquel lejano 21 de marzo de 1951, germinó generosamente y ha dado frutos que nos enorgullecen ante el mundo de las ciencias y de las exploraciones polares.

Fuimos ocho vidas argentinas que luchamos con denuedo para establecer esa avanzada en el mayor desierto del planeta y plantar el pabellón nacional en las latitudes más australes por entonces.

Posteriormente otras dos comisiones de patriotas completarían el sueño de todos los argentinos enclavando ese mismo pabellón celeste y blanco en el vértice de la patria: el Polo Sur.

Una fue la "Operación 90", comandada por el entonces coronel Jorge Edgard Leal, ahora General, y la otra por el Teniente Coronel Víctor Figueroa, también ahora General y Comandante Antártico del Ejército Argentino. Este viejo antártico saluda y rinde tributos a ambos y a quienes los acompañaron.

Así voy recordando lo que inspiradamente dijera el General Pujato:
En el sudario blanco de los hielos y en el azul de los cielos antárticos está en gigantesco tamaño nuestro pabellón.

Parecería una visión grandiosa y solemne de la patria perdurando a través de los siglos, con la grandeza de los valientes, la dignidad de los honrados y con la gloria inmaculada del Gran Capitán de los Andes, don José de San Martín. En este acto de hoy he entrecerrados mis ojos y he vivido en un instante aquellos tiempos de duro bregar en la Base San Martín, sirviendo a mi amada Patria.

Como se ahonda el corazón evocando épocas pasadas tan trascendentes; por eso vuelven redivivos los nombres de quienes unidos se sacrificaron para, valga la expresión, engrandecer el territorio nacional.

Aunque ya no estén con nosotros su recuerdo si lo está y quisiera que mis palabras vayan como una medalla evocativa a prendérselas del pecho.

Su proyecto fue construir una base antártica con la presencia de las familias, otro hecho que con el tiempo podría dar sus frutos para el pretendido pedido internacional de nuestra Nación sobre los derechos en el Continente Blanco, esa era la idea de Mottet, de invernar con su familia y para ello fue confeccionando un proyecto que no pudo concretar.

Desfile en honor de los primeros integrantes de la primera base argentina en la Antártida


El retiro y su exilio

Con el cambio de gobierno a consecuencia de la revolución de 1955, el entonces Capitán Julio Jorge Casimiro Mottet, fue pasado a retiro obligatorio y el proyecto quedó sin efecto. Retirado del Ejército, se radicó en los Estados Unidos donde se dedicó a la docencia universitaria. Pasados algunos años, con el conocimiento de la nueva lengua y con algunos años de estudio, el 8 de junio de 1968, se graduó con Honor, equivalente a Suma Cum Laude, en la Universidad de Claremont, California, obteniendo su doctorado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.

Por Resolución 2196, la ciudad de Upland, California, en el mes de febrero de 1969, lo proclamó Ciudadano Honorario, por su dedicación a los estudiantes de esa ciudad. Por similares razones la escuela Upland Junior High School, también lo proclamó Ciudadano Honorario. Fue profesor y director de estudios internacionales de la Universidad Lock Haven, de Pensilvania, donde a su retiro fue distinguido como Profesor Emerito.

Fue profesor visitante de la Universidad Marie Curie Sklodowskiej, de Lublin, Polonia, que lo honró con la Medalla Marie Curie Sklodoskiej, por su contribución a la educación polaca en sus relaciones con los Estados Unidos. Fue consultante del Consejo Internacional para la Preparación de Educadores, de Washington D.C., y miembro de su directorio. También, Consultante de Asociación Americana de Universidades Estatales, de Washington, D.C. Miembro del Directorio del Consorcio para la Educación Internacional de Pensilvania. Coordinador Nacional de Intercambio de educadores argentinos y americanos y de la Asamblea Mundial de Educadores en Mar del Plata.

Boletín publico con el otorgamiento del condor honoris causa oro para Jorge Mottet

Boletín publico con el otorgamiento del condor honoris causa oro para Jorge Mottet


El reconocimiento a su mérito

Entre las distinciones recibidas por el doctor Mottet, podemos mencionar: el Cóndor de Oro Honoris Causa entregado por el Presidente Perón en el Salón Blanco de la Presidencia; la Medalla Peronista, presentada por el Presidente Perón en ceremonia pública con los otros siete miembros de la misión polar en el teatro Enrique Santos Discépolo; becas recibidas de las Fundaciones Earhart y Relm, de Michigan, y de la Fundación Amigos de la Universidad de Lock Haven, pagaron sus estudios doctorales, en ceremonia especial fue proclamado Ciudadano Honorario de la Ciudad de Upland, en California; Medalla y diploma de honor presentados por la Junta de Directores de la Universidad Marie Curie Sklodowkiej, en Lublin, Polonia, por su contribución a la educación universitaria polaca en relación con los Estados Unidos; Espuelas Chilenas presentadas por la Subsecretaría de Educación de Chile, en Seul, Corea, por su contribución al mejor entendimiento entre la educación chilena y americana; diploma y reconocimiento del Estado de Pensilvania por servicios distinguidos prestados a la educación de ese estado;

Diploma de Honor presentado por el Secretario de Educación de Pensilvania, por extraordinarios servicios académicos; Diploma de Honor presentado por la Junta de Regentes del Consejo Internacional para la Preparación de Educadores, en estados Unidos; placa del Indian River State College como Sobresaliente Miembro de su facultad; por invitación, miembro del Comité de Notables de la Fundación Taeda, Buenos Aires, Argentina; Facsímil del Diario de Navegación del barco heroico Santa Micaela (12 de febrero de 1951), presentado por la familia Perez Companc; Estatuilla de explorador polar presentada por el Jefe del Estado Mayor del Ejército, en ceremonia pública, al cumplirse el sexagésimo aniversario del ejército en la Antártida Continental Argentina.

Jorge Mottet en el acto por los 60 años de la primera base en la Antartida


Su obra escrita

Entre sus publicaciones podemos mencionar: La Profecia de Isaias, 1946, Diario Los Andes, Mendoza, Argentina; Tres Ascensiones al Tupungato, 1947. Revista del Círculo Militar Argentino; Cerro Aconcagua, 1949. Revista Círculo Militar Argentino; El Rancho Abandonado, 1950. Revista del Soldado Argentino; Militarismo en Argentina - Un Estudio Histórico-político, 1968, Disertación doctoral calificada con "Honor". Biblioteca del Congreso, Washington D.C. A Latin View; the Peruvian Revolution, 1968 (en inglés) Upland Courier, Upland, California; Las Relaciones entre los Estados Unidos y América Latina, 1968 (en inglés). Claremont Courier, Claremont, California; Evolución o Revolución en América Latina, 1971, (en inglés) The Lock Haven Review, Pensilvania; Evolución y Golpes Militares en América Latina, 1972. Revista Cuadernos Americanos. México, D.F.; El Uruguay y las Guerrillas Urbanas, 1973. The Lock Haven Review, Lock Haven, Pennsylvania; América Latina Hoy y Mañana, 1973. The Lock Haven Review, Lock Haven, Pennsylvania; La Iglesia Católica en América Latina, Un Punto de Vista Político, 1973. Revista Cuadernos Americanos, México, D.F.; El Drama Chileno, 1974. The Lock Haven Review, Lock Haven, Pennsylvania; El Saqueo de América Latina, Segunda Versión de la Leyenda Negra, 1975, Revista Cuadernos Americanos, México, D.F.; La Ciencia del Éxito. Traducción al español, 1985. Fundación Napoleon Hill, Chicago, Illinois; Reminiscencias - Hace Más de Medio Siglo en la Antártida Continental Argentina. Libro, primera edición publicada en Estados Unidos, segunda edición publicada en Argentina por la editorial Edivern.

Entrega de un presente por parte del JEMGE a Jorge Mottet por los 60 años de la primera Base antártica


Su permanente amor por Mendoza

Posteriormente y cerca de sus últimos días escribía, esta poesía a su terruño:

A Mendoza

Dios te salve Mendoza, la mística y guerra,
tierra indomable y humilde del arriero,
tal como antaño a ti volver quisiera
y andar la senda de aquellos granaderos.

Tú fuiste cuna de nuestra independencia,
la historia corre audaz por tus senderos.
Tus héroes siguen con todas sus vivencias
aún más allá de su partir postrero.

Hombres de firme expresión en la mirada,
temples de acero, sensibles corazones,
triunfal pasearon el brillo de su espada
y con su sangre regaron tus terrones.

Tu cordillera y su túnica de vientos
ayer me vieron en mi locura alada
hollar tus cumbres llegando al firmamento
y a tu Aconcagua mi vida consagrada.

Mendoza mía, qué lejos yo te siento,
que el eco de los Andes a ti lleve mi ruego.
He sufrido, he amado y nada yo lamento,
como el cóndor herido mis alas hoy yo pliego.

Pareciera que esta poesía a Mendoza, fue una despedida, también de este mundo, tanto de sus ambientes geográficos donde tuvo el privilegio de ser uno de los pioneros, la montaña y el continente blanco, de la Antártida, como de su Mendoza natal.

Fue así como, el día 14 de septiembre de 2013, falleció el teniente coronel Jorge Julio Casimiro Mottet, a los 91 años de edad, en Vero Beach, Florida, Estados Unidos, donde residía desde hacía varios años.


José Herninio Hernández, Coronel (RE)
 

José Herninio Hernández
Andinista y escritor
jherdez6@gmail.com


Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez


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