Primero fue destino de escaladores, después punto estratégico militar y hasta locación para un film de Werner Herzog
Primero fue destino secreto de escaladores profesionales, después punto estratégico militar en el conflicto con Chile y hasta locación para un film de Werner Herzog: El Chaltén -el pueblo más joven de Argentina- acaba de cumplir treinta años. Pioneros, rescates y dilemas frente al turismo. Historia oral de un lugar que pasó de la nada a ser la capital mundial del trekking de montaña.
Nota de fecha - 03/03/2016 -
Anabel Machiñena (chocolatera, 53 años): Nada.
Isolina Ogrisek (jubilada administrativa, 79 años): En esa época, cuando llegué, acá no había nada. Roxana Arbilla (dueña de un complejo turístico, 41 años): El 6 de noviembre de 1965, un empleado de mi abuelo salió a recorrer el campo y vio que, en un puesto donde siempre estaba la bandera argentina, a unos diez kilómetros del casco de la estancia, había aparecido una bandera chilena.
Anabel Machiñena (chocolatera): Todo esto era la nada de la nada.
Roxana Arbilla (dueña de un complejo turístico): El empleado volvió a avisar. La estancia no llegaba hasta el Lago del Desierto, pero era cerca del límite con Chile. Mi abuelo fue a caballo, porque no había rutas en ese entonces. Habló con los carabineros, instalados en el puesto de la estancia. Tomaron mate. Tuvieron una charla amena. Él les dijo que esto era Argentina. Se tenían que ir. Ellos le ofrecieron la misma cantidad de hectáreas en Chile. No iba a pagar impuestos, ni nada. Mi abuelo le dijo que esto no se negociaba. Fue a la estancia de Domenech, a unos quince kilómetros, y llamó por radio a las autoridades, para informarlas. Después vino el ejército, gendarmería, y ahí se armó el tiroteo donde mataron al carabinero. Hernán Merino Correa tenía 29 años.
Dicen que a algunos carabineros los metieron prisioneros. Dicen que otros pudieron escapar: volvieron a Villa O'Higgins. Dicen que empezaron discutiendo. Que eran cuatro chilenos. Que eran cuarenta argentinos. Que eran noventa argentinos. Que se amenazaron. Hasta que uno sacó un arma y luego otra. Y empezó el tiroteo. Dicen que tanto argentinos como chilenos estaban bebidos. Quizás borrachos, tratando de superar la angustia del viento sobre la soledad inmensa. Pero quién sabe si es verdad. Ya pasó tanto tiempo.
Alejandro Caparrós (guardaparques, 54 años): Me dijeron que me iban a mandar a un lugar al que nadie quería entrar y del que nadie podía salir.
Anabel Machiñena: Un lugar inhóspito.
Roxana Arbilla: La historia la sé por mi papá Alberto y mi abuela Esther. Es una de esas historias que se cuentan de a muchos porque uno solo no alcanza. Que se van completando con las voces y las miradas de cada uno que estuvo ahí o escuchó porque se la contaron otros.
Anabel Machiñena: Nunca pensé que este pueblo podría estar como está hoy. Jamás.
Isolina Ogrisek (jubilada administrativa): En 1974 vine de paseo. Llegar hasta acá se hacía largo: se cruzaba el río Fitz Roy y el De las Vueltas a caballo, horas a caballo. Justo había unos escaladores, un cordobés con unos ingleses que después murieron en un accidente.
Carolina Codo (médica y rescatista, 46 años): Un error mínimo te cuesta la vida. Te descuidás y ya está. Eso lo tenemos claro todos. Si ahora vas al cerro Fitz Roy hay un par de cuerpos que están ahí todavía. Sacarlos es muy complicado. Convivís con eso. Te puede pasar a vos. Le puede pasar a tu compañero. Los accidentes ocurren en la bajada, cuando uno se relaja.
Rodolfo Guerra (gaucho, 74 años): En abril de 1983 empecé a trabajar como transportista de los escaladores. Llevaba a los alpinistas a los campos base. Venía mucha gente de Europa. Yo había hecho un depósito. Les guardaba las cosas con llave para que nadie tocara nada. Y cuando ellos bajaban les abría la puerta principal y ellos entraban con su llave. A través de la confianza, se empezó a correr la bolilla. La gente decía que ya en ese entonces era famoso, pero para mí no. Yo seguí siendo el mismo Guerra de siempre.
Isolina Ogrisek: Era administrativa en una empresa en Rosario, pero después de 1985 ya me quedaba todo el verano, a acarrear agua y a echar leña. Pasaba seis meses acá y seis meses allá. Hasta que conocí a Don Guerra, que nos ayudaba a cruzar las cosas, y ya me quedé con él. Llevamos juntos más de treinta años. Pero esa historia es nuestra. Prefiero guardarla.
Rodolfo Guerra (gaucho): Los primeros años yo sabía estar solo. Viendo los caballos, dónde estaban, cómo estaban. Arreglando algún apero. Haciendo las cosas de uno: lavarse la ropa, buscar leña, hacerse la comida, el pan. Y así iban pasando los días. Por ahí llegaba alguien y había para conversar algo. Cuando quedaba solo, me agarraba dos caballos y me llevaba las herramientas, una pala, una barreta, sogas y limpiaba todos los senderos: estaba dos o tres noches arriba. Mi cama era la montura. Dormía en el piso. No miraba las estrellas. Apenas acostarme, me quedaba dormido.
Aunque casi desconocido en Argentina, por su dificultad técnica, el cerro Torres era famoso en el mundo: muchos practicaban aquí antes de viajar al Himalaya. Los escaladores pasaban por la casa de Guerra, le dejaban las cosas a él y le compraban el pan casero a Isolina. Dicen que duraba una semana. Dicen, también, que traía buena suerte en el ascenso.
Carolina Codo (médica y rescatista): El Chaltén tiene las montañas más increíbles del mundo. Estéticamente son preciosas: la aguja del Torres con ese tipo de hielo, un hielo de calidad que no se rompe. Clavás la piqueta y queda. Y no hay gente. Porque en Europa está lleno de montañas lindas, pero donde mirás hay alguien caminando, yendo a un refugio. Acá, como hay tanto mal clima, escalarlas no es fácil. Vos podés estar preparado, ser un muy fuerte escalador, pero si hiciste mal la estrategia para llegar, la montaña te baja. En Europa nadie sabe dónde está El Chaltén, ni Santa Cruz, pero al cerro Torre lo conocen todos.
Alejandro Carrizo (emprendedor, 45 años): El pueblo se fundó el 12 de octubre de 1985 con un fin geopolítico por el conflicto de límites con Chile. Durante la presidencia de Raúl Alfonsín. En ese momento, Parques Nacionales cedió a la provincia 135 hectáreas. Es el pueblo más joven de Argentina.
Carolina Codo: A nivel técnico, tenés paredes muy duras como la Maestri del Torre, que le sacaron los clavos: antes se subía medio en artificial. Ahora quedaron rutas de grado siete, en roca y a esa altura. Tenés cosas muy duras y otras más simples. Pero hay que contemplar la aproximación, que es larga (dos horas al campamento base y seis horas más a cualquier base de la pared), así que llegás medio cansado. Y el viento, que puede cambiar de un momento a otro.
Isolina Ogrisek: Para inaugurar el pueblo, trajeron un grupo electrógeno. Prendieron dos luces en la calle, hicieron la foto y después se llevaron el grupo electrógeno. Habían puesto cartelitos: aquí va a estar el Registro Civil, aquí va a estar la escuela, pero no había nada. Ni Registro Civil, ni escuela. Un espacio vacío en el medio del monte. Cartelitos posibles, conjeturales: no había nadie. Las trece casas se empezaron a construir en marzo de 1987. Pero como Arturo Puricelli (el entonces gobernador) terminaba su mandato ese año, las llaves se entregaron en noviembre. Sin embargo, los primeros llegaron en enero y febrero de 1988. Eran empleados públicos de Río Gallegos que venían con dos cargos y dos sueldos: la jefa del Registro Civil, por ejemplo, también era maestra jardinera.
Roxana Arbilla: Cuando llegué en 1988 tenía 14 años. Dejé el secundario para venir acá. No había nada. Solo esas trece casas alpinas con techo a dos aguas que llegaba al piso, la usina y nada más. Ni supermercado, ni venta de combustible: nada.
Isolina Ogrisek: En mayo empezaron las clases. Su idea era que las personas que viniesen a trabajar tuvieran muchos hijos.
Anabel Machiñena: El que en ese momento era mi marido escalaba y llegamos con una pareja amiga que también escalaba. Nos habíamos enterado de que acá te daban el terreno por el equivalente a cien litros de gasoil. Decían que te daban una tenencia precaria, y cuando Parques y la provincia se organizaran con estas 135 hectáreas, uno pagaba el terreno. Salimos con un jeep cargado con todas nuestras cosas. Dejamos todo atrás, pensando en construir una vida nueva. Pero en Río Gallegos, al pedir los papeles del terreno, nos dijeron que ya no había más.
Roxana Arbilla: En la casa de los maestros funcionaba la escuela. En la casa de un gendarme funcionaba el correo. En la casa de una maestra jardinera, el Registro Civil. La casa del enfermero era el hospital del pueblo. La ambulancia, un Unimog.
Anabel Machiñena: Cuando el hombre vio que teníamos toda la casa cargada, hasta la escoba, nos dio un terreno. Nos dijo que contáramos 97 metros de un poste de luz que Dios sabe dónde estaba. Llegamos: contamos 97 pasos, pusimos el jeep y una carpa con las cosas. A los pocos días la carpa se voló. Vivimos un par de meses dentro del jeep.
Isolina Ogrisek: Vino Paperotti, que tenía ocho hijos. Vino Sorrentino, con sus cuatro nenes. Necesitaban gente para justificar la escuela, aunque un tiempo después se fueron todos.
Anabel Machiñena: En la entrada del pueblo había un puesto de Gendarmería. Al llegar, nos preguntaron: "¿Cuánto tiempo se quedan?". "Vinimos a vivir acá", dijimos. "Sí, sí, ¿pero más o menos cuánto tiempo se van a quedar?". La gente sufría en este pueblo: odiaba este pueblo. A nadie le gustaba este lugar. A todos los habían traído con muy buenos sueldos, pero ninguno tenía funciones en su trabajo. Vos podías venir como director de algo, pero ese algo no existía. Así que no hacías nada.
En el medio del monte, una puesta en escena cotidiana y absurda. Hombres y mujeres que se tomaban a pecho una obra teatral, representada todas las horas de sus días y de sus noches. Actuando de sí mismos. Simulando ser ellos.
Alejandro Carrizo (emprendedor): Las primeras concesiones en venta de esos terrenos fiscales recién se dieron en 1990. En esa época, para venir del Calafate al Chaltén había que hacer más de seis horas por una ruta de ripio.
Anabel Machiñena: Conseguí trabajo en una hostería y en cuanto pude largué con los chocolates, aunque no sabía demasiado. Fui a Buenos Aires y me contacté con un maestro chocolatero para entender de qué iba eso. Nunca había trabajado con el chocolate, pero lo había comido descontroladamente. De eso quería vivir.
Roxana Arbilla: Vimos a un hombre morirse de un ataque de asma. La medicación había quedado dentro del puesto sanitario y como el enfermero justo no estaba no teníamos la llave. El médico de Tres Lagos recorrió 120 kilómetros para venir a salvarlo, pero no llegó. El fallecido se llamaba García. Era peón de una estancia. Murió en la cocina de mi casa. No recuerdo el nombre, le decían "Mulita".
Carolina Codo: Yo había venido a escalar dos años seguidos y como el pueblo no tenía médico se me ocurrió que era una buena idea quedarse. Pensaba volver a terminar la residencia a Córdoba. Vine por un año, pero ya llevo acá más de veintitrés.
Anabel Machiñena: Por día, teníamos diez horas de luz eléctrica. De las nueve de la mañana a la una de la tarde. A las seis, el encargado la volvía a prender y a las doce de la noche la apagaba. Un día llegó la televisión: Canal 9 de Río Gallegos. Los sábados daban Función privada. Las películas terminaban doce y cuarto, doce y veinte. A las doce, la luz se cortaba. Vimos cientos de películas sin final. No tenías a quién preguntarle. Nadie en el pueblo sabía cómo había terminado.
Carolina Codo: Los primeros años no fueron fáciles porque no había nada. Nos dieron una de las casitas oficiales. De las primeras, las alpinas. Apenas llegar, armé un lugar donde atender, fui a buscar medicamentos y algunas cosas a Río Gallegos. De alguna manera, me tiraron acá.
Roxana Arbilla: En invierno no venía nadie, pero en verano ya llegaban las líneas de colectivo. Así, muy de a poco, se fue armando el pueblo. Uno puso un almacén, otro construyó una confitería. En 1989, vino Werner Herzog a filmar Grito de piedra. Había más gente afectada a la película que habitantes. Aunque no salimos en los créditos, acá todos trabajamos. Yo les cocinaba guiso, estofado, milanesas. Al único que no vi fue a Donald Sutherland; pero los demás, Gunilla Karlzen ponele, venían a casa porque teníamos el único equipo de radio teléfono que había en el pueblo. Me acuerdo de Vittorio Mezzogiorno tomando mate en la cocina. La misma cocina donde había fallecido el "Mulita".
Anabel Machiñena: El que cortaba la luz lo disfrutaba un montón porque al día siguiente siempre nos preguntaba: ¿Y? ¿Se llegó a saber quién era el asesino?
Carolina Codo: Tuve que armar un sistema de batería y una instalación de doce voltios porque en cualquier momento podía surgir una emergencia. Aunque más no fuera tener un nebulizador. Tampoco había teléfono.
Roxana Arbilla: Estuvieron unos meses filmando. Luego se fueron y después volvieron. Herzog trajo una máquina para hacer viento. Lo que necesitaba era una para frenarlo: hubo días en los que no pudieron hacer tomas aéreas porque los helicópteros se volaban.
Anabel Machiñena: Pero todos los sábados, masoquistas, nos juntábamos a ver nuestro cine inconcluso.
Carolina Codo: Tratabas con gente con la que no compartías nada. La mayoría eran empleados públicos. Algunos, los menos, venían a quedarse porque les gustaba la montaña.
Alejandro Caparrós: De todo lo que vi en América, el único lugar que se le arrima es el Parque Nacional de Yosemite, en California, cerca de Los Ángeles. Un valle al que se le retiró el glaciar y se formó el paisaje, pero no tiene la magia de nuestro campo del hielo. Tendrías que irte a Alaska para encontrar algo similar, pero es muy difícil llegar. Acá lo tenés a mano.
Isolina Ogrisek: De 1982 a 1989 no había nadie: éramos cincuenta y siempre los mismos cincuenta. Recién en los 90 empezaron a venir algunos. En 1993, nos reunimos los que éramos y coincidimos en que queríamos un pueblo para escaladores. Nada más. Un pueblo de montaña. Pero empezaron a dar permisos para hoteles y así de a poco empezó a cambiar. Todos eran muy idealistas y querían mantener su decisión, pero cuando vieron la plata que dejaba el turismo se acabó todo. Ahí se acabó todo.
Alejandro Carrizo: Nosotros lo llamamos Lago del Desierto; los chilenos, Laguna. No es menor porque según la divisoria de aguas, de una forma correspondería a un país y de otra forma a otro. No, no es menor: casi empieza una guerra.
Roxana Arbilla: Se llegó a un arbitraje internacional. En octubre de 1994 se conoció el fallo, pero no teníamos comunicaciones. Un día, el dueño de un campo que vivía en Río Gallegos y veía los medios nacionales llamó por radio a Defensa Civil y nos avisó que había sido favorable a la Argentina.
Roxana Arbilla: Salimos corriendo. Fuimos avisando y nos juntamos en el mástil central del pueblo. Los 46 habitantes. Izamos la bandera y cantamos el himno. Nos abrazamos. Lloramos. Por fin, después de tantos años, se había hecho Justicia.
Carolina Codo: Cuando había un accidente en la montaña, todo el mundo iba por separado: nosotros, los de Parques, los amigos del escalador. Eso no solo dificultaba el rescate sino que lo entorpecía. Así que en 1995 fundamos el club andino. Y un año después nos empezamos a organizar. Ese año, en el Torre, murió un escalador italiano: Fabio Stedil. Rescatamos el cuerpo, lo repatriamos a Italia. Y a los meses el padre viajó para agradecernos y al ver que no teníamos equipo nos ofreció su ayuda porque el hijo era del Corpo Soccorso de Trento. Empezamos una relación de hermandad que continúa: nos dan capacitación, herramientas y hasta cursos en Italia.
Carolina Codo: Uno de los rescates más difíciles fue el de un guía que estaba con un asistente y un cliente mexicano. Estaban en el Nunatak del Hielo Continental, a tres días de caminata en medio de una tormenta. El grupo de rescate salió con un tiempo horrible. Todos los medios nacionales, los diarios, las agencias, los canales de televisión se nos venían encima. Para poder dedicarme de lleno al rescate tuve que poner una secretaria que se encargara de atenderlos. El guía me llamaba por teléfono satelital y me decía: "Caro, nos estamos muriendo. Nos estamos quedando sin aire". Fue horrible. Se le había tapado la cueva que había hecho. Empezaron a asfixiarse: los chicos ya habían salido, pero llegar adonde estaba era muy complicado. "Tranquilo. Tratá de hacer un hueco para salir de la cueva. Tratá de encontrar la mochila. Hacé una sopa caliente. Abríguense. Tienen que aguantar: el grupo de rescate ya llega". Por otro lado, organizaba los grupos que iban saliendo cada seis horas. Y buscaba un helicóptero, que iba a ser la opción más rápida. Llegó el de Gendarmería, pero por el viento no pudo salir. Fueron tres días sin dormir, lidiando con la histeria colectiva: todo el mundo quería salir a lo loco. Finalmente, cuando el grupo de rescate llegó, el cliente había muerto de hipotermia hacía dos horas. El guía y su asistente estaban con hipotermia leve, pero los chicos les calentaron la ropa, les dieron de tomar cosas calientes y los recuperaron rápido. Yo imagino que el mexicano no pensó que podríamos llegar a buscarlo y se relajó.
Alejandro Caparrós: Los senderos estaban hechos por los caballos y las vacas, pero no servían para el turismo: si no están a menos de diez grados la gente no puede subir. Arriba del caballo, el gaucho va sin problemas. Así que hubo que cambiar los caminos. En los últimos siete años armamos el único equipo de sendas de toda Argentina. Porque si no hay sendas, no se le puede llamar Capital Nacional del Trekking. La economía del lugar está apoyada en estos senderos, pero del Municipio no recibo ninguna ayuda. Al contrario, el Municipio de Calafate se queda con el 3% de lo que se consigue de recursos. Y si los caminos están mal, la gente no sube. Horas y horas poniendo los carteles de cabecera, los tachos de basura, los troncos en la piedra, los escalones y el armado de los miradores. Meta barreta y pala, sin ningún tipo de máquina. Todo a pulmón.
Isolina Ogrisek: Me levanto a las ocho, tomo mate con Don Guerra al lado de la cocina. Tejo un poco. Medias, pulóveres, de todo, pero por gusto porque ya nadie usa lo que yo tejo. Los pulóveres de lana no los quieren. En el lavarropas es preferible meter los de polar.
Carolina Codo: Estamos preparados, pero no tenemos helicóptero. En los accidentes graves nunca llegás antes de la primera hora, así que no vale la pena ni arriesgarse. Tratamos de salvar a los que se puede. Me quedo tranquila porque sé que lo damos todo. Ahora sumamos un perro de rescate. Lo estoy entrenando para que busque gente (viva) después de una avalancha.
Roxana Arbilla: El boom fue a partir del 2000. Ese año se inauguró el aeropuerto del Calafate y se asfaltó la ruta. Turistas hubo siempre, pero al principio eran menos de doscientos y ahora, por temporada, son más de 100.000.
Carolina Codo: Un día que estaba trabajando en el puesto viene un canadiense y me dice: "Estaba en la Saint Exupery con mi compañera. A ella le cayó una piedra y se murió". Yo me quedé helada. "¿Cómo? ¿Estás seguro de que estaba muerta?". "Y sí porque la piedra le cayó en la cabeza. Y no contestaba". Estaban a trescientos metros de la cumbre. El pibe había quedado en shock. Incluso al bajar se cruzó con un guardaparques que tenía radio, con otros turistas, y no dijo nada. Pasó un día entero. Fue a comerse un sándwich y recién después, a eso de las seis de la tarde, vino al puesto a contarme lo que había pasado. Justo en esa época estaba el helicóptero de Red Bull haciendo una película de David Lama en el Torre. Llamé al conductor del helicóptero y le conté lo que el canadiense me había dicho. Que la chica había quedado en una repisa bastante grande dentro de una bolsa de dormir. Armamos el rescate: salió el helicóptero con dos escaladores con la idea de dejarlos en la repisa o en la base para que subieran escalando. En la parte de adelante tenía una megacámara que filmaba todo el tiempo. A las tres horas volvió el que lo piloteaba y me dijo: "Vimos la repisa, el bulto, pero no se movía. La chica está muerta. Y por el viento que había no pude bajar a los chicos en la base. Tengo todo filmado, el único problema es que no me queda batería para verlo". Así que nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente, estaba trabajando en el puesto cuando veo venir al camarógrafo corriendo desesperado. Había conseguido una batería. En la filmación, al hacer zoom, descubrieron que el bulto que habían visto era la mochila. La chica estaba en una repisa más abajo acostada sin las zapatillas y, cuando ellos pasaron, ella movió la mano de un lado al otro. Me fui a buscar a los mejores escaladores para armar una línea de cuerda fija. El helicóptero los llevó a la base, pero justo cambió el clima. Intentaron subir, pero me llamó el encargado desde el teléfono satelital: "Esto es la demencia. No vamos a poder llegar": le dije que bajaran. Habían pasado dos días. Fui a buscar al canadiense y volví a hablar con él. Me contó que después de que le cayó la piedra en la cabeza, él la acostó en la bolsa de dormir y le sacó las zapatillas porque le pareció que le apretaban. Que empezó a bajar en rapel, se le enganchó la cuerda y la cortó. Dejó el chicote y siguió bajando. O sea que ella bajó y en un momento se encontró con que la cuerda estaba cortada. El clima mejoró. Así que mandé el helicóptero de nuevo para que fuera a buscarla, pero en la repisa ya no había nadie. Cuando uno entra en hipotermia empieza a sentir calor, a no poder razonar. La encontramos en una grieta abajo. Toda rota. Los padres y el novio de Canadá vinieron a buscarla.
Isolina Ogrisek: En 2000, empezaron a construir hoteles. Pero el boom fue en 2010. Si hasta empezaron a poner barcos de turismo en los lagos. Cuando desde Parques dicen que no pongamos lupinas y retamas yo digo: saquen los barcos de los lagos. Eso es lo que contamina.
Carolina Codo: Hubo otro caso parecido. Un argentino y un esloveno estaban bajando cuando los agarró una tormenta. El argentino iba desabrigado y como estaba cansado el otro le hacía las maniobras de descenso. Grave error. Tendría que haberle dicho que recogiera la cuerda así se mantenía en calor. Se ve que cuando llegó a la base no daba más. Se tiró al piso y el compañero lo dejó ahí. Ni siquiera lo arrastró hasta Paso Superior y lo puso en una bolsa de dormir. Bajó sin decirle nada a nadie. Llegó acá y en una conversación casual lo comentó como un detalle menor. Salimos corriendo. Les dije que lo bajaran, mandé a pedir una ambulancia a Calafate. Lo encontramos, lo bajamos. Vinieron la madre y el padre. La madre me decía: "Por favor, Carolina, que no se muera". "Por favor, Carolina, por favor". El chico tenía trece o dieciséis grados de temperatura central. Si el compañero lo hubiera arrastrado media hora o hubiera buscado ayuda. Pero parece que el shock emocional es tan fuerte que se tildan. A la mayoría les pasa eso. En los veintitrés años que estuve acá, el escalador italiano Elio Orlandi fue el único que después de una avalancha buscó a su compañero durante un día entero. Lo encontró muerto y lo llevó a una cueva de hielo porque sabía que si bajaba sin llevarlo el cuerpo no se iba a encontrar nunca más.
Rodolfo Guerra: Yo me quedo en casa durante tres o cuatro días y capaz cuando salgo hay cinco casas nuevas. Los barrios crecen como hongos después de la lluvia. Son cosas que uno va viendo a través del tiempo. Es novedoso. Antes todo esto era libre. Puro campo.
Anabel Machiñena: No estuve a favor del asfalto porque me parece que cambió demasiado el aspecto del pueblo, pero tampoco soy una persona que va a poner el palo en la rueda a lo que la mayoría de la gente dice. Cuando empezaron a venir las cuatro por cuatro, empezaron a llegar los reclamos porque nosotros no estábamos listos para ese tipo de turismo masivo. Una mujer con tacos altos fue a mi negocio, que imita un refugio de montaña, y me preguntó por qué tenía ese piso. Mi respuesta podría haber sido cómo se le ocurría a ella venir a un pueblo de escaladores con ese tipo de zapatos.
Alejandro Caparrós: Yo estoy a favor del desarrollo, pero tiene que estar balanceado con la conservación. Porque muchos lugares se han desmadrado, como Bariloche. O Calafate, donde todas las cloacas van a parar a la bahía. Estamos a tiempo de decir: esta es la personalidad del Chaltén. No construyamos más. Construyamos otros pueblos cercanos, armemos un corredor turístico que incluya la Florida, la entrada al Río de las Vueltas. Porque si no, va a colapsar el pueblo. Nadie se hace cargo de la basura, de los desechos cloacales. Muchos no se dan cuenta de que cada ladrillo está respaldado por Parques Nacionales. Lo compran a dos pesos y cuando lo ponen, solamente por estar dentro del parque, vale veinte. Por eso, cuando termina la temporada se van de vacaciones a Centroamérica, a Europa. El parque depende del turismo, pero muchos no se dan cuenta. Actúan como si fueran dueños de una fábrica de autos. No se dan cuenta de que lentamente pueden envenenar a la gallina que da huevos de oro.
Roxana Arbilla: Ahora hay primaria, secundaria, jardín de infantes y secundario de adultos. Hay supermercado, comunicaciones y una oferta cultural enorme. Hay ruta asfaltada, médicos y puesto sanitario. Estamos trabajando para la municipalización. Después de treinta años vamos a elegir intendente por primera vez. No extraño el viejo Chaltén. Fui adaptándome a los cambios. Es parte del crecimiento. Tengo un complejo turístico en el campo. Y acá vamos a hacer una galería: arriba departamentos y abajo locales.
Alejandro Caparrós: En El Chaltén viven 1.600 personas, pero por temporada vienen más de 120.000. No sabemos cuánto exactamente porque por una decisión de la comunidad no se cobra entrada al parque. Es algo absurdo. Se está perdiendo una gran oportunidad porque en el pueblo hay gente egoísta. El argumento es "van a frenar el turismo", pero no tiene sentido porque se paga en todos los parques del país y nadie va a dejar de venir porque se le cobre una pequeña entrada. Una parte de eso podría ir a un hospital, otra al pueblo y un porcentaje para comprar un helicóptero o contratar gente para los salvatajes.
Anabel Machiñena: Yo tengo mucha fe porque dado que este pueblo está acotado por una cuestión geográfica tampoco puede hacerse mucho más de lo que hay. No obstante, creo que con las cuatro por cuatro y los buitres vinieron varios que quieren tirar abajo este proyecto. El problema es que los inversores vengan a arrasar con otras cosas. Yo hago mi propio chocolate, pero podría contratar tres empleados, poner mi foto y decir que la receta es original. Pero no es lo que me importa. Quiero un pueblo con esencia de montaña.
Alejandro Caparrós: El Chaltén se hizo muy popular. El año pasado salió nombrado por la revista Lonely Planet como la segunda mejor ciudad del mundo por conocer, después de Washington. Y todos los que hacen trekking la leen.
Anabel Machiñena: Yo creo que se puede compartir el progreso de una comunidad sin perder la integridad, la coherencia, lo genuino. Yo agradezco a la cantidad de gente que viene a mi chocolatería porque desde hace unos años puedo tener personal, pagarles como dios manda y tenerlos en blanco. Antes vivía de moratoria en moratoria con la AFIP porque nunca podía pasar los tres meses de temporada. Se me venía todo abajo. El progreso capitalista trae muchas cosas. Pero si cada uno se mantiene en la postura inicial de que vino a cambiar de vida, vamos bien. El tema es si esa gente recula y decide que lo que más le importa es ganar plata. Porque incluso era más marketinero decirle a alguien que no había café expreso ni luz y entonces le ibas a hacer un café con una Volturno.
Isolina Ogrisek: Acá no hay cementerio. Iban a hacerlo cerca del basural pero empezaron a decir que no, que se iba a contaminar el río. Fuimos a averiguar con Guerra a un juzgado. Se supone que ahora solo se puede si te creman, pero yo no quiero cenizas. Aunque sea, que donde me pongan nazca un árbol. Ya dejamos escrito como testamento que nos tienen que enterrar en nuestra estancia: así que tienen que acatar la ley y hacerlo sí o sí. ¿Cómo? No sé. Que se las arreglen.
Fuente: Revista Brando S.A. LA NACION, www.conexionbrando.com
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