Relato de la controvertida expedición de Cesare Maestri del compresor "Campiglio 70" al Cerro Torre por su cara sudeste
AUTORES: Fernanda y Cesare Maestri
TRADUCCIÓN DEL LIBRO: Eduardo Vivaldi EN ITALIANO: Duemila metri della nostra vita
EDITORIAL: Dalla Aldo Garzanti Editore s.p.a. Milano, Italia
41 FOTOGRAFÍAS A COLOR: Cesare Maestri y Carlo Claus
ASESOR EDITORIAL: Aldo Garzanti
AÑO: Primera Edición, mayo de 1972
FORMATO: 16 x 23 cm.
PÁGINAS: 172
IDIOMA: Italiano
Hacia 1959, es decir desde aquel lejano enero, cuando Toni Egger y yo habíamos conquistado la cumbre, muchas expediciones han intentado de subir el Torre y de repetir el emprendimiento. Japoneses, argentinos, españoles, ingleses han asumido la responsabilidad de su derrota, sin tratar de encontrar una justificación.
Ahora Mauri y Rho, no convencidos de mi victoria, desean ver las pruebas fotográficas, aquellas que Toni tenía consigo cuando fue sorprendido y aniquilado por la furia de una avalancha.
Pero si el testimonio de toda empresa alpinística debiese ser la foto sacada en la cumbre, cuantos centenares de emprendimientos deberíamos eliminar del registro de las victorias! Victorias famosas como el Fitz Roy, el Nanga Parbat no han tenido suficientes pruebas fotográficas. Pero el valor de los hombres que la han realizado es tan grande que dudar sería dudar de todo el alpinismo. Sería como negar los valores humanos que tiene el alpinismo como una dura escuela de vida.
Pero Mauri se aferra a aquellas pruebas fotográficas, porque si yo pudiese demostrar en forma inequívoca nuestra victoria, el debería admitir que el Torre no es imposible. Para no a aceptar su derrota, me acusa de un crimen que ofende a toda mi vida de alpinista. En ese sentido no piensa, no cree que al defenderse a sí mismo ha pisoteado mi honor, sofocándolo con la misma violencia que con la que el viento hace añicos cualquier cosa en el Torre. Aquel Torre ¨maldito, absurdo, imposible, tan imposible que solo pensar de escalarlo es una cosa sin sentido y ridícula.¨
Bueno señor alpinista, bueno señor periodista. Bueno señores con dudas. ¿Desean guerra? Yo la haré, a mi modo. Volveré al Torre. Atacaré la pared más difícil en la temporada más difícil.
Mi habitación gira ahora vertiginosamente y la cama se transforma en una barra de hielo como aquella que alberga el cuerpo de Toni, y dentro de mí me asalta el miedo al Torre, a sus acantilados de hielo, a sus paredes lisas, a sus alucinantes vivacs.
Tengo miedo del Torre.
Pero volveré.
Maldito Torre, Maldita la oportunidad que he ido a la Patagonia. Basta, estoy cansado, tengo las pelotas llenas de este alpinismo de mierda.
Hoy resolveremos el problema de las torretas y llegaremos finalmente al pie de la pared terminal. Para llegar a ella debemos atravesar una canaleta sumamente inclinada, que forma una especie de delgada repisa de hielo. Cuando me encuentro en la mitad de ella, maniobro la piqueta para hacer algunas muescas para apoyar los pies. En un punto la delgada repisa de hielo que tengo delante de mi nariz cede, y yo quedo con el cuerpo asomado fuera de esta repisa, en esta inhumana pared, que se fuga debajo de mis pies con una caída de casi dos mil metros debajo de mí. Por unos segundos sufro de un ligero vértigo.
He decidido que en la cumbre no sacaremos ni una sola foto que testimonie nuestra victoria. Que aquellos que dudan que salgan a sincerarse, no seré yo quien les lleve las pruebas a sus cálidas habitaciones. Que vayan a buscar las pruebas, las dejaremos en la cumbre y serán tan pesadas que el viento no podrá destruirlas.
Al anochecer llego al final del extra plomo de hielo. Ezio, una vez que completo el largo de cuerda, sale de su sopor forzado y, de espaldas a la pared, tira del cordín de acero y el guinche para izar la carga. La recuperación de la carga se realiza mediante la acción de bombeo ejercida sobre una leva. Cada movimiento alza la carga unos diez centímetros y debido a la multiplicación del guinche, el esfuerzo físico es siempre importante y no hacemos más de treinta bombeos por vez.
Por su parte Carlo ayuda con el proceso de recuperación sosteniendo la caga separada de la pared por medio de una cuerda atada al compresor.
Y una vez más volvemos a nuestras hamacas, y después de haber comido algo nos ponemos a descansar.
El tiempo continúa siempre bueno.
Partimos de noche y al alba ataco la pared final. A nuestra derecha las cumbres del Adela se encuentran a nuestra altura, signo que estamos llegando a los tres mil metros de altura y que entonces restan poco más de cien metros para llegar a la cumbre. Me alzo en escalada libre, esto es sin usar clavos de seguridad. Hago una veintena de metros y en esos momentos me asalta el remordimiento. Y si cayese? No debo hacer más estas locuras. Si cayese pondría a mis compañeros en condiciones de tener que elegir si tratar de salvarme o dejarme morir en donde me encontrare. No puedo, no debo.
Tengo sed. Siempre tengo tanta sed. Carlo y Ezio continúan descongelando recipientes de nieve al calor del tubo de drenaje del compresor. Con la cuerda de servicio alzo hacia mí esa agua insípida que tiene olor a nafta, aceite, que está llena de plumas y pelos de barba. Bebo esta agua fétida con placer pero es como tirarla sobre una plancha caliente.
Llega Ezio, juntos recuperamos el compresor, sube también Carlo. Parto nuevamente, uso suma precaución. Subo otros cuarenta metros y hago subir a Ezio quien viéndome exhausto por el esfuerzo y la tensión, afectuosamente me dice:
Ti triga Cesare, tiro su mi da sol
Y yo le presto atención. Apoyo mi cabeza contra la pared y descanso. Ver a mi compañero fatigarse me da una gran pena, pero tengo necesidad de descansar y este deseo me hace egoísta y entonces reposando me preparo para el próximo largo de cuerda.
La carga se traba y la forma de la pared es tal que no permite ver donde se ha trabado el compresor. Pregunto sin embargo a Carlo: ¨Carlo, donde se ha trabado el compresor?¨
En ninguna parte, simplemente tira. A pesar de cuanto esfuerzo hagamos, el peso no se mueve ni un milímetro.
¨¿Carlo, donde se ha trabado el compresor?¨
¨En ninguna parte, jala.¨
Probamos, pero no hay forma de hacerlo subir.
¨Carlo, no se mueve debe estar trabado en algún lado¨.
¨Pero que mierda, yo lo vería si estuviere trabado, tire y basta¨.
Coordinamos nuestros esfuerzos y accionamos la leva con todas nuestras fuerzas. El compresor comienza a subir. Logramos como máximo dar unos diez bombeos, después caemos exhaustos sobre el aparato, pero continuamos izando la carga. Luego de un tramo el compresor sale del extra plomo.
Con razón nos fatigaba tanto, Carlo. Y él se aferraba a la salida del extra plomo con las piernas abiertas apoyadas sobre el marco del compresor, teniéndose con la mano del cordín metálico y con una sonrisa embarazosa como aquella de un niño sorprendido mientras está tratando de meter el gato en la pecera de peces rojos.
A las 21 horas estamos a unos cincuenta metros de la cumbre. Más abajo como a la distancia del largo de un ómnibus, Daniele ha hecho un sendero y se ha ubicado a lo largo de la cresta para seguirnos mejor. Hizo un agujero en la nieve y como si fuera un palco, nos observa con los larga vistas.
Debemos decidir, permanecer en la pared esta noche o descendemos al vivac?. Si bajaremos perderíamos tiempo en subir mañana por la mañana.
La noche parece buena, el mal tiempo parece lejano. No tenemos los sacos de plumas, ni los sacos de vivac que quedaran con las hamacas. Tenemos poco de comer, pero decidimos de proseguir hasta que la luz del día se desvanezca; luego vivaquearemos en la pared. En las Dolomitas ya lo habíamos hecho tantas veces, podíamos hacerlo aquí también.
Avanzo hasta que de improviso cae la noche. En la distancia, la interminable llanura, se encienden las luces de las estancias. En el fondo del glaciar, brilla una pequeña y solitaria luz. Esa luz somos nosotros. Al calor de aquella luz, nuestros tres compañeros estarán diciendo a Fernanda que pronto regresaremos. Que pronto su pena habrá terminado.
No pronto, Mañana.
Nos preparamos para pasar la noche, dejando transcurrir las pocas horas que nos separan del próximo amanecer. Mis compañeros se han acomodado en el compresor, yo me encuentro unos metros más arriba de ellos me he construido una especie de jaula con los equipos. Me parece estar cómodo, pero sé por experiencia que en cualquier momento comenzarán los primeros calambres, los primeros chuchos de frío y ahora los minutos se hacen eternos y de nada servirá moverse, o tratar de cambiar de posición. Solo el inicio de una nueva jornada pondrá fin a esta prueba de resistencia.
Escucho a mis compañeros moverse continuamente. La noche trae un gélido viento de la Antártida y comenzamos a temblar. Es un temblor convulsivo que recorre todo el cuerpo de la cabeza a los piés, pero esa natural defensa del organismo no puede contra el hielo que hace insensible los músculos y todas las partes del cuerpo. Solo el pensamiento que la cumbre está a pocos metros de nosotros nos da fuerza para superar esas largas horas.
Me parece imposible, ahora unos pocos metros y todo habrá terminado.
Deseo una jornada de sol, deseo de llegar a la cumbre con el calor de un sol resplandeciente. El descenso es largo y peligroso. Después de la victoria nuestros nervios, nuestra tensión nerviosa disminuirá. La muerte puede encontrarnos a pocos metros de la base como ocurrió con Toni. No quiero más muertes. No me arriesgo a liberarme del pensamiento de aquel día lejano. No me arriesgo a liberarme del pensamiento de la muerte. En esta ocasión no deseo morir. Quiero volver a ver a Fernanda, Gian, mi casa, quiero vivir, nadar, correr sobre la arena, escalar. Si quiero escalar en las Dolomitas, con sol, aferrarme a aquella roca cálida y sólida, deseo sentirme maravillado mirando el cielo, quiero sentarme en una pequeña saliente, con el vacio alrededor mío, los cuervos volando. Y dentro mío, el calor, el sol.
Cerro Torre – 2 de Diciembre
En el horizonte nace el día, tímidamente, después irrumpe en todo su esplendor y disipa los fantasmas del miedo, del dolor que tenemos dentro, de los dolorosos calambres. Retorna la vida, el conocimiento que hoy en pocas horas no habremos construido nada. Que está en nosotros la esperanza que esta empresa deportiva sirva como certeza para todos los hombres dispuestos a defender el sendero de la no violencia, en contra de la mezquindad y deslealtad que afligen al ser humano.
El ruido de nuestro motor llena el valle del Torre. Es un desafío a todos los tabú del alpinismo. A algunos podrá parecerles una blasfemia: para mí es un himno contra los perjuicios y las ideas preconcebidas, es el himno del hombre dispuesto a hacerse ayudar en su fatiga por cualquier artificio o máquina, porque es allí mismo donde le corresponde resolver el problema, con conciencia y raciocinio, sin sentirse condicionado o sometido a medios mecánicos.
Nos estamos acercando velozmente al hielo de la canaleta terminal. El hongo está en parte debajo de nosotros. Este enorme extra plomo, visto de lado pierde su aspecto siniestro.
Sobre nuestras cabezas una pequeña cornisa de nieve que deberemos atravesar en diagonal hacia una lengua de hielo, que permitirá subir fácilmente a la cumbre. Pongo el último clavo a presión y ataco el hielo asegurándome con un larguísimo clavo de nuestra fabricación. Tienen más de un metro de largo y cuando entran totalmente, a menos que ceda toda la zona, deberían sostener.
Pero el tiempo cambia, Se alza un fuerte viento del noreste, el que aquí sería semejante a nuestro siroco. La cumbre comienza a descargar gruesos trozos de hielo y ríos de agua corren por la pared.
Hago subir a Ezio porque es el que está mas cercano de manera de asegurarme mejor, Se afirma sobre el último clavo a presión, mientras el sube comienza a nevar. Sube también Carlo y en un instante se desencadena, de improviso, el fin del mundo.
Tengo dentro mío el terror que todo se repita como hace tantos años. Ahora la desgracia ha comenzado. Vuelvo a escalar. Ahora la pendiente es menos inclinada, pero pongo igualmente mis largos clavos. La cuerda se acaba. Miro a mi alrededor.
Es la cumbre.
Grito mi alegría a mis compañeros que no veo, pero no se decir otra cosa que:
¨Ya estamos! Ya estamos!¨
Los repito gritando hasta que la garganta me duele. Luego comienzo a tirar como un loco de la cuerda. Sintiendo los tirones Ezio entenderá que debe subir, aunque no me hubiese oído.
Pero me ha oído. Y ellos también gritan de alegría. Y cuando la cuerda que me une a Ezio se afloja, comprendo que mi compañero está subiendo. Sale de la posición vertical en un torbellino de viento, que con un ruido ensordecedor arroja nieve y hielo. Sube al cabeza, me mira, después la supera y parte como un toro enfurecido. Carga con la potencia de sus veinticinco años, con el orgullo de aquello que ha realizado y se une a mí. Nos abrazamos. Nos apretamos fuertemente sin decir palabras inútiles. Aquí no sirven.
Incansable, Ezio asegura a Carlo que sale también a su turno. El también levanta la cabeza, mira con calma, con calma busca mejores apoyos, le quiere demostrar al Torre que lo está venciendo con su perseverancia y con su obstinada resistencia. Lo demuestra con altivo desprecio, que esta montaña que está haciendo todo lo posible por atemorizar, parece decirle: ¨No me he asustado por cincuenta días, ¿voy a hacerlo ahora? Iluso, hemos vencido.¨
Carlo ya se ha reunido con nosotros. Nos abrazamos y por un momento nos convertimos todos en uno, no somos más sentimientos individuales, sino solo el jubilo común de ser amigos, de haber luchado juntos, de haber vencido juntos. Y en nuestro abrazo incluimos a Claudio, Daniele, Cesarino, Pietro, Renato, Juan Pedro y Fausto. Sin ellos no estaríamos en la cumbre de esta montaña. También a ellos les debemos esta victoria.
Es el dos de diciembre de 1970 y nuestros relojes indican son las catorce y treinta.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023