En invierno del año 1985, tres andinistas realizaron la expedición al Cielo Jujeño, al Nevado del Chañi, que se encuentra entre las provincias de Jujuy y Salta
Un ascenso en pleno invierno jujeño. Con una temperatura que rara vez subió de cero grado, tres andinistas aceptaron el reto del cerro Chañi Chico. El apunamiento, la falta de agua, el frío de la noche y un viento demoledor que nunca cesó. Por fin la cumbre, tan virgen como si nadie hubiera posado un pie sobre ella.
Integrantes: Claudia Arcuri, Francisco Serra y Horacio Rover
El Noroeste es una región caracterizada por vigorosos contrastes, que van desde la puna hasta la selva tucumano-oranense y el cordón de los nevados del Aconquija. Este último reparte hacia el lado tucumano una espesa selva y para Catamarca un terrible desierto. Tal constraste expresa la oposición entre un área oriental húmeda, expuesta a los vientos del Atlántico Sur, y otra occidental árida, de altura mucho mayor.
En esta zona aparecen dos extensos cordones: el oriental y el occidental. Sobre el segundo se alinean, a su vez, los cordones del Chañi, del Castillo y las cumbres del Obispo. Así queda conformado un paisaje ideal para realizar experiencias en geología, arqueología, aladeltismo, supervivencia, etc. Y, por supuesto, montañismo.
El cordón del Chañi eleva dos cumbres que casi tocan el cielo: los 5.896 metros del Chañi Grande y los 5.571 del Chañi Chico. Al margen de la diferencia de altura, ambos cerros oponen múltiples dificultades para el ascenso. Así lo comprobamos, hace un año, cuando hicimos cumbre en el primero de ellos. Y lo mismo sucedería en agosto al trepar el Chañi Chico.
En Jujuy nos recibió, como es lógico para ese mes, un espléndido sol. Horas más tarde partimos - junto a Claudia Arcuri y Francisco Serra, dos excelentes montañistas - hacia León, pequeño pueblo ubicado a 25 kilómetros de San Salvador.
A 1.622 metros sobre el nivel del mar y con apacibles 19º C de temperatura, las perspectivas de mal tiempo eran una fija.
Rápidamente nos pusimos en contacto con un arriero y conseguimos dos mulas. Pronto emprendimos la marcha hacia la fabulosa quebrada del río León. Allí, en su casa, nos esperaba el segundo arriero: nuestro amigo Felipe Santos.
En escasas seis horas ascendimos a los 2.800 metros. Santos y su señora nos recibieron de maravilla. Tras compartir unos mates y ponernos de acuerdo sobre el precio de las cargueras y su trabajo (algo que, aunque amable, no fue fácil), fijamos el horario de partida para el día siguiente.
A la otra mañana se veían bajar nubes de los cerros. Y eso no era bueno, aunque tuviésemos saludables 18º C de temperatura. Luego de detenernos en el oratorio (lugar de paso obligado para todos los andinistas), nos dispusimos a emprender la terrible cuesta de la casa de Santos: 1.000 metros de desnivel, que se deben subir en forma de escalera haciendo zigzag. El ascenso demandó tres horas.
Normalmente, durante esta primera jornada se llega hasta Los Cerrillos (3.800 mts.), y recién en el día siguiente al refugio del Regimiento del Infantería de Montaña Nº 20 (4.600 mts.). Pero las advertencias de Santos sobre un posible empeoramiento del tiempo nos hicieron apurar el paso. Caminando a la par de las mulas llegamos hasta el refugio en el increíble tiempo de nueve horas. Claro, no fue fácil: luchamos contra un sol que a esa altura pega realmente fuerte, contra los empinados faldeos propensos a derrumbes constantes y contra el más terrible enemigo de un montañista: la puna. Y luchamos todos, hombres y animales, Ambos imprescindibles cuando hay que cubrir grandes distancias.
El refugio es bastante cómodo, en especial teniendo en cuenta que estamos en un lugar tan apartado e inhóspito. Pero, aunque parezca mentira, a las seis de la tarde hacía más frío adentro (3ª C bajo cero) que afuera (1º C bajo cero).
La noche ya estaba sobre nosotros. Es emocionante la belleza de la cordillera a esa hora. Me senté fuera del refugio. Reinaba un silencio profundo. Aunque resulte imposible explicarlo, sentía el gozo del cansancio. Los músculos comienzan a aflojar poco a poco después de un prolongado esfuerzo. El pecho respira hondamente una fragancia que viene del desierto serrano.
Claudia me sacó de mi letargo con la noticia de una buena cena, que pronto disfrutamos. Pero no más que nuestro posterior sueño.
A las 8 de la mañana, el termómetro que tenía cerca de mi bolsa de dormir acusaba 5º C bajo cero. Una linda temperatura y un espléndido día. Teóricamente, esta jornada es para adaptación y uno se queda remoloneando, tratando de crear algunos glóbulos rojos más para oxigenar mejor los órganos vitales. Pero nosotros intentamos romper con la costumbre y - abusando de un excelente estado físico - nos pusimos en marcha después del mediodía.
El buen tiempo nos dio una mano y en tres horas llegamos al pie de la impresionante pared del Chañi Chico. Allí decidimos levantar nuestro campamento avanzado. Una hermosa cascada de hielo nos aseguraba la provisión de agua, elemento tan vital como difícil de conseguir en esa zona. Es necesario tomar entre 4 y 5 litros de líquido por día, ya que la deshidratación se acrecienta por la altura (sólo para respirar se consumen 1,5 litros).
Estábamos a una altura aproximada de 5.000 metros. Me dolía un poco la cabeza, pero aquí eso es normal. La temperatura era de 4º C bajo cero, algo que para la época del año y la altura constituía un verdadero veranito. El que se asociaba al invierno era el viento: realmente enloquecedor, con ráfagas que superaban los 80 km/h.
Terminamos de orquestar nuestros provisorios refugios con las últimas horas del espléndido atardecer. La lucha con las lonas y el viento fue encarnizada. Por fin, vencimos. Después, una buena cantidad de caldo y a las bolsas de dormir.
La puna y el viento se encargaron de que tuviéramos una noche pésima. Mi pequeño refugio - nuevo modelo de carpa para una persona - se batía hasta enloquecerme. Todo transcurrió demasiado lentamente.
El día se despertó con 8 grados bajo cero y un fuerte viento que los hacía todavía más crudos. Después de ingerir una importante cantidad de té, partimos hacia el norte en lo que se transformaría en la parte más difícil de nuestra ascensión: el infernal acarreo con una gran inclinacion, el abra que separa la cumbre Nordenskiold del Chañi Chico hacia el filo relativamente facil que lleva hacia la cumbre.
La cumbre parecía cercana, al rato nos dimos cuenta de que sólo parecía. Bien se dice que en la montaña las distancias confunden; habiamos calculado veinte minutos, pero en realidad fue más de una hora. Cuando llegamos, una mezcla de sorpresa y alegría nos invadió a los tres: no había apacheta, ese montículo de piedras que se hace al Inaugurar una cumbre. El viento, entre tanto, no dejaba de castigarnos. Pero a esta altura de nuestra satisfacción era apenas una caricia.
Agradecemos la colaboración de Fugate, equipos de montaña.
Su cumbre principal se alza hasta los 5896 mts, forma parte de una largo cordón montañoso al que da su nombre y que sirve de límite a las provincias de Salta y Jujuy, provincia esta última, de la que constituye su máxima elevación.
Este gran macizo está conformado por tres cordones sucesivos que se extienden de norte a sur y que albergan ocho cumbres de más de 5000 mts. En el “grupo central” que alinea las cumbres más altas, se cuenta la principal o General Belgrano de 5896m, la cumbre central de 5885 mts y la Punta Ibañez de 5800 mts. En el “grupo norte” se ubican el Pico Las Leñas de 5462 mts, Pico Nordenskjold de 5470 mts, Chañi Chico o Alto Lozano de 5571 mts, Aguja Negra de 5110 mts. y por último, el “grupo sur”, abriga la cumbre sur o cumbre Porche de 5750 mts.
En cuanto al significado del nombre, existen variadas interpretaciones que indagan tanto en la lengua aimara como en la quechua, sin embargo, la más aceptada es aquella que lo traduce como “resplandeciente” o “brillante”. La cumbre principal de la montaña cuenta con varias vías de ascenso, entre las que se destaca la ruta normal que discurre por el lado noroeste, y las rutas abiertas por el este, sur y norte, incluidas algunas variantes muy técnicas a través de espolones rocosos de buen granito.
Los primeros ascensos al nevado fueron obra de los incas, para quienes las grandes montañas representaban divinidades con las que se debía negociar el destino de los hombres. En ese contexto, y en el marco de una campaña militar desarrollada durante 1905, se descubrió en las alturas del Chañi un complejo ceremonial de altura incaico, que fuera escenario del sacrificio ritual de un niño. Las ofrendas y sacrificios humanos, denominados capacochas, y realizados hace cinco siglos en distintas cumbres andinas dentro del territorio conquistado por el imperio incaico, constituían una parte fundamental de la vida ceremonial andina, así como uno de los mecanismos más valiosos para la legitimación de la dominación ejercida por el Incanato sobre las etnias locales dominadas.
En dicho centro ceremonial se halló una momia correspondiente a un infante de unos cinco años de edad, vestido con una túnica o uncu, y una vincha de hilos torcidos que ceñía su frente. Integraban además el ajuar, un peine de caña, dos ponchos (uno rojo y otro arena), dos fajas de colores, una bolsa tejida y recubierta con plumas que contenía hojas de coca, dos pares de sandalias u ojotas correspondientes al pie del niño, un estuche de caña pirograbado y un disco de barro cocido que en su centro tiene una prominencia con perforación, para ser sostenido. La momia se encuentra actualmente en el Museo Etnográfico de Buenos Aires.
El primer ascenso moderno se habría producido el 8 de noviembre de 1901, y tuvo lugar en el marco de una expedición sueca de carácter científico, dirigida por Erland Nordenskjold, que realizó numerosos descubrimientos arqueológicos y biológicos. En aquella oportunidad, el científico Eric Von Rosen, habría alcanzado el punto más alto del macizo.
En el año 1904, el químico y geólogo alemán Federico Reichert, siguiendo la ruta de Von Rosen, ascendió por segunda vez el nevado, oportunidad en que no encontró vestigios del sueco en la cumbre, pero si en un punto inferior, donde halló una botella con un mensaje en su interior, en el que se podía leer: “Conde Rosen, 8 de noviembre de 1901. Estocolmo. Alcancé la cumbre que está al sur de estas rocas”. Este antecedente ha servido para que algunos cuestionen el ascenso de Von Rosen, toda vez que al sur de las mencionadas rocas no se emplaza la cumbre verdadera, sino que una antecumbre sobre el filo. El año 1905 se llevó a cabo una expedición militar, que al mando del teniente coronel E. Pérez dio con la momia antes mencionada, convirtiéndose éste, en el primer entierro funerario encontrado en alguna cumbre de una montaña argentina.
Bibliografía:
- Revista "Weekend", Noviembre de 1985, Nº 158
- www.andeshandbook.org
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