Montañismo

Libro: Patagonia Eterna

60 años de escaladas y exploraciones




AUTOR: Carlos Comesaña

EDITORIAL: Caleuche (Primera edición)

AÑO: 2018

FORMATO: 22 x 15 cm.

PÁGINAS:224

IDIOMA: Castellano

COMPILADOR: Toncek Arko

Tapa del Libro Patagonia Eterna. Autor: Carlos Comesaña


Carlos Comesaña lleva 60 años relevando, escalando, investigando y difundiendo las actividades de montaña en Patagonia. Visitó por primera vez la región del Fitz Roy en 1958, con apenas 18 años, y quedó fascinado con esta particular región cordillerana.

Pese a no vivir nunca en la región patagónica y siempre en grandes ciudades a lo largo y ancho del mundo, Carlos conoce estas montañas y la historia de sus escaladas y expediciones como muy pocos.

En estas seis décadas Comesaña visitó Patagonia en innumerables oportunidades, como escalador, jefe de expediciones, organizador de relevamientos y sobre todo como explorador y hombre de montaña.

Integró las expediciones del Centro Andino Buenos Aires (CABA) al Pierre Giorgio en 1962 y Fitz Roy en 1963. Escaló por primera vez la aguja Guillaumet y la supercanaleta del Fitz Roy en 1965. También recorrió el Hielo Patagónico Sur, escaló la aguja T48 en el valle del rio Túnel y subió por primera vez el cerro Rincón en 1971. Escaló en la cordillera Huayhuash de Perú y fue el jefe en montaña de la 3º Expedición Argentina al Himalaya, monte Everest, en 1971.
 

Comesaña organizó la expedición argentina a la Antártida de 1969, que escaló el monte Francés, y a partir de los años 80 fue un gran promotor para nuevas exploraciones en la Patagonia sureña. Promovió la región del Cerro Riso Patrón y Buracchio, el cordón Dos Hermanos y la zona de Aysen. Afirma que en el sur hay muchas rutas nuevas importantes por escalar y subir.

Contratapa del Libro Patagonia Eterna. Autor: Carlos Comesaña

Carlos Comesaña en Patagonia, 1962


Presentación

La presente publicación se inició en 2017, después de innumerables correos electrónicos y la visita de Carlos a San Carlos de Bariloche, donde tuvimos tiempo para repasar su vida, en particular la que es objeto de este libro.

De la misma forma en que me asombré de todo lo que recorrió e investigó, y de lo que recuerda de sus viajes, no pude creer que nunca tuvo una cámara fotográfica en sus manos. “Las imágenes las guardo en el corazón”, me dijo. La falta de fotografías constituyó el principal obstáculo a superar para poder compaginar la publicación. Pese a entregarme todos sus archivos, con negativos, diapositivas y fotos digitalizadas de terceros, el material apenas lucía discreto. De esta manera, apelé a los archivos históricos y en particular al de Rolando Garibotti, otro referente del andinismo en Patagonia. Las fotos de Rolo son un gran aporte y permiten mostrar las montañas de Patagonia en todo su esplendor.

El presente libro partió de un extenso texto escrito en 2014 por Jorge González, quien le realizó una valiosa entrevista. A ello le agregué información extraída de la bibliografía consultada y en particular de lo que conversamos con Carlos, durante su estadía en Bariloche.

Carlos me solicitó expresamente que no destaque ni adjetive en exceso sobre sus escaladas, expediciones y relevamientos. Siempre mantuvo un perfil bajo y no quiso que ello sea modificado en este libro. Su único objetivo es dejar por escrito sus experiencias, vivencias y pensamientos.

Durante la redacción del texto pude reencontrarme con mi amigo y jefe en el diario Tiempo Argentino entre 1982 y 1985, “Chacho” Rodriguez Muñoz, quien propuso hacer esta publicación. Es un honor poder llevarla a cabo y siento que Chacho me acompañó desde el más allá durante el trabajo.

“Carlos Comesaña, Patagonia Eterna” es una reseña de su vida en montaña y de cómo es posible compatibilizar el trabajo profesional en una gran ciudad, la familia, las urgencias y demandas propias de la sociedad moderna, con las actividades en la naturaleza.

Toncek Arko, Septiembre 2018                                        

Carlos Comesaña en la cumbre del Fitz Roy, Supercanaleta, 1965


Parte del Capítulo II: Ser montañés y vivir en una gran ciudad

Al residir en una gran ciudad, lejos de la cordillera, la vinculación de Carlos Comesaña con la montaña fue esporádica e indirecta. Comenzó durante sus vacaciones de verano y se repitió durante los inviernos, cuando iba a esquiar a Catedral. Por ello, su relación con las montañas nunca logró el encanto que despierta en algunos escaladores, que aseguran estar “enamorados de la montaña” y que pasan muchísimos meses viviendo en ellas. Carlos disfrutó de sus actividades en la montaña de la misma manera que lo hacía en los ríos y en el mar.

“Yo no amo las montañas, yo amo las experiencias y vivencias que uno puede hacer en una montaña. Tampoco amo un río o el mar, disfruto de las vivencias que allí pueden suceder. Pero siempre fui consciente de los peligros que estas actividades tienen y traté de actuar con la prudencia necesaria para que todo salga bien. Por ello, guardo muy buenas experiencias. También alguna mala”, señaló.

Su vinculación con la naturaleza comenzó con el Grupo Scout San Martín de Tours, de la homónima parroquia del barrio Parque, en Palermo Chico. Los primeros campamentos con los scout fueron en una estancia de la localidad de Arroyo Dulce, en Buenos Aires. Posteriormente viajaron a La Cumbre, Cordoba. También a Bariloche, donde acamparon en Colonia Suiza y desde allí subieron el cerro Goye. Siguieron con la picada del cerro Lopez al refugio, a la Hoya y al pico Turista. Carlos recuerda muy bien los juegos del zorro, por equipos. Luego realizaron la travesía por Paso de Las Nubes, desde lago Frías a Pampa Linda. Fue su primera excursión de montaña, en la que cada chico llevaba equipo y comida para dos días. Como anécdota, detalla que durante la primera jornada de marcha el guía del grupo se perdió, no encontraba el sendero. Era un muchacho de Buenos Aires, quien aseguraba haber hecho la travesía. De todas maneras lograron cruzar a Pampa Linda en una nueva tentativa al año siguiente, continuando hasta el refugio Tronador.

Después conocieron a Carlos Sonntag, guía de montaña, con quien realizaron varias excursiones y las primeras escaladas en el cerro López. La primera vez que se ató a una cuerda de escalada fue en la aguja Lührs, donde subieron por su ruta normal. La ascensión la realizaron varios jóvenes, con Sonntag como primero de cuerda. Nunca olvidará que Sonntag lo felicitó: “Vos escalás bien”, le dijo. Continuando con Sonntag hicieron el Dedo, el Filo y la Torre Norte del Lopez.

Carlos Comesaña en la Supercanaleta del Fitz Roy, 1965


También realizaron campamentos en la zona de Villa La Angostura donde ascendieron el cerro Dormilón y el Belvedere. Visitaron el cerro Catedral hasta el refugio Emilio Frey avistando las grandes agujas de granito. También visitaron El Bolsón y luego Esquel, hacia donde viajaron en un camión.

Conoció la región del Parque Nacional Los Alerces. Realizaron una travesía por los lagos Menéndez, Verde y Rivadavia, oportunidad en la que subieron el cerro Alto Petiso y divisaron el Torrecillas, una montaña que le impactó por sus cumbres nevadas. Más tarde le contó sobre el Torrecillas a Martín Donovan y Alejandro Di Paola, que se entusiasmaron, fueron y lo subieron.

Entre las anécdotas de estos viajes relata que una noche, por falta de transporte, se quedaron varados en Bariloche y durmieron sobre los bancos en la Iglesia Catedral. Los viajes se hacían con bajo presupuesto y todos sabían que había que ahorrar.

Un dato muy curioso en la historia de Carlos es que nunca hizo un curso serio de escalada. Aprendió algo con Carlos Sonntag y con ocasionales compañeros de cuerda, pero nunca asistió a un curso como el que hizo Fonrouge en Francia y otros escaladores argentinos, que participaron en cursos del Centro Andino Buenos Aires (CABA), Club Andino Bariloche (CAB) y otros clubes andinos.

“En montaña fui autodidacta y seguí el ejemplo de lo que veía en los logros de Jorge Peterek o Gerardo Watzl. Nunca asistí a un curso, porque en aquella época prácticamente no existían. Frecuenté por poco tiempo la chimenea de Escobar porque la Policía nos echaba y el entusiasmo juvenil me llevó a rapelar con Oscar Reali la chimenea de la Facultad de Ciencias Económicas en la avenida Córdoba, donde estudiábamos, y también a escalar y rapelar la pared de la Facultad de Arquitectura en la avenida Las Heras con Beto Cardini y Héctor Hermida, donde si mal no recuerdo creo que también estaban los hermanos José y Adrián Landi. Fueron mis compañeros iniciales de escalada. Asimismo frecuentamos la palestra frente a la Phillips y una chimenea de ladrillos a la vista, abandonada sobre el río Luján, muy cerca de la isla del CABA en el Tigre”, explicó.

El equipo usado fue bastante rudimentario. Clavos y mosquetones Dediol o Fiala, zapatos Marasco o Mastrosanto, mochilas y carpas Cacique, sogas Armellín. Entrados los años ’60 con la llegada de algunas expediciones extranjeras pudieron comprar material usado como zapatos italianos, clavos y mosquetones Cassin y Pierre Allain, crampones 12 puntas Eckenstein y sogas bicoloras Edelrid.

“Mis primeros inspiradores fueron guías como Carlos Sonntag y Otto Meiling. También Gerardo Watzl siempre estuvo presente con sus juicios de valor”, indicó.

Jose Luis Fonrouge y Carlos Comesaña en Piedra del Fraile, 1965


Leía muchos sobre alpinismo. Durante las décadas del ’50 y del ’60 se hicieron en Europa las últimas escaladas directísimas famosas y todas las invernales de las paredes norte más importantes de los Alpes. Esas lecturas fueron referencias importantes. Su primer libro leído fue “El asalto del Fitz Roy”.

A Comesaña lo entusiasmó la escalada más técnica. “De entrada, con mucha prudencia, me interesé por las vías de escalada a mi nivel de principiante autodidacta y fuí aumentando poco a poco las dificultades, incluso las muy técnicas. Repetí las clásicas de Sierra de la Ventana, Córdoba y Bariloche, e intenté con éxito algunas vías irresueltas como el Gran Techo de Sierra y otras en Bariloche. A fines de la década del ’50 hice un par de temporadas invernales en Catedral para aprender a esquiar y aproveché para abrir invernales como una vía muy corta pero complicada en el frente de la Piedra del Cóndor y una ruta larga en la pared norte del cerro López”, sostuvo.

En Buenos Aires continuó leyendo libros sobre escalada y practicar en la chimenea abandonada de Escobar. También en las paredes frente a la Facultad de Arquitectura. Eran prácticas de “toque y fuga” pues cada tanto venía la Policía y tenían que bajar. No era bien visto que la gente escale por esos lugares. También había un foso de una obra en construcción abandonado, cerca de Pueyrredón y Las Heras, con muros de ladrillo a la vista, de cinco o seis metros. Había riesgo de caída, pero servía para escalar. Se ataban con el as de guía doble. Carlos había aprendido muy bien el manejo de la cuerda y los nudos con los scouts. Eso le sirvió toda la vida.

Finalizada su etapa scout en el San Martin de Tours, Janos Terfi, un scout húngaro que se había mudado a Bahía Blanca, lo invitó a emprender la travesía de todo el cordón de Sierra de la Ventana. “Acepté y nos encontramos en la villa, donde pasamos la noche en el hotel restaurante del Sibarita, quién siempre nos alojó. Al otro día subimos al inicio del cordón y seguimos dos días más por los filos de las cumbres hasta bajar a Torquinst. Fue algo muy interesante”, explicó.

Integrantes de la expedición de 1965 al Fitz Roy: Fonrouge, Misson, Luque, Donovan y Comesaña


No obstante, la zona de escalada, como la pared de Gran Techo y las Paredes Rosas, la conoció más tarde, cuando participó de una salida del CABA al lugar. “Ahí practiqué en la Piedra Cúbica, repetí la ruta de las Lajas Invertidas de primero y luego me metí en El Techo, que ya tenía varios clavos”, indicó.

En 1958 emprendió el primer viaje hacia la Patagonia Austral, a dedo, con destino a El Calafate. En Comodoro Rivadavia se contactó con el cura párroco, quien lo alojó en dependencias de la parroquia. Los scout de San Martín de Tours tenían una fuerte vinculación con la iglesia Católica y así los viajes se apoyaban en los curas de los pueblos o ciudades visitadas. En esta ocasión el padre de la parroquia lo llevo a conocer el Bosque Petrificado.

Al llegar al río de Las Vueltas unos paisanos le informaron que “adentro” había dos expediciones italianas que intentaban ascender el cerro Torre. Se trataba de una expedición trentina comandada por Bruno Detassis e integrada entre otros destacados alpinistas por Cesare Maestri, y otra expedicion lombarda, que contaba con la famosa cordada formada por Walter Bonatti y Carlo Mauri, esta última organizada por el alpinista italoargentino Folco Doro Altán.

“Cuando vi por primera vez el cordón Fitz Roy y Torre quedé impactado. Las montañas se veían imponentes, majestuosas. Con mi poca experiencia comprendí que serían muy difíciles de subir”, recordó. Con el correr de los años Carlos tuvo el gusto de conocer y vincularse con Maestri y Bonatti.

“Con Cesare nos conocimos en 1969, cuando nos invitó con Fonrouge a su hotel en Buenos Aires donde se hospedaba con su esposa Fernanda y otros alpinistas de su grupo. Estaba interesado en detalles de la cresta sudeste del cerro Torre. Con Fonrouge nos parecía que esta cresta se presentaba más apropiada para intentar el cerro. José Luis había intentado esa ruta en 1968, con los británicos Haston, Burke y Boysen, quienes previamente habían escalado en las torres del Paine. Llegaron hasta unos 300 o 400 metros de la cumbre. A Maestri le preguntamos por qué no repetía su ruta del 1959 y nos contestó que quería subirlo por esta otra ruta también. No nos comentó del uso de un compresor ni le preocupaba intentarlo en invierno, a pesar de las pocas horas de luz.

Carlos Comesaña en el gran diedro, via en la Aguja Guiillaumet, 1964

Carlos Comesaña en la cima de la Aguja Guiillaumet


En 1969 viajé a Grecia para asistir a la Academia Olímpica Internacional, enviado por la FASA y el Comité Olímpico Argentino. En Europa también visité Italia para entrevistar bancos corresponsales y en la ocasión acepté su invitación para visitarlo en su casa y para conocer Madonna de Campiglio donde reside. Fueron unos pocos días en las Dolomitas, que yo no conocía. Me llevó en su auto hasta Montebelluna donde compré unos zapatos de montaña para José Luis Fonrouge. Al despedirnos le agradecí las atenciones recibidas. Fue la última vez que nos vimos.

Durante mi residencia profesional en Italia entre 1973 y 1978 conocí a Walter Bonatti en las conferencias sobre escaladas que se hacían en Lecco y otras localidades de montaña vecinas. También en esas charlas me presentaron a Reinhold Messner, quien ya estaba comenzando su serie de cumbres de más de 8.000 metros.

Con Walter nos hicimos amigos. Me expresó una frase peculiar sobre la escalada deportiva que me quedó grabada de por vida. Me dijo que para él los escaladores deportivos se interesan solo en el “gesto” del alpinismo. Y Ricardo Cassin, en otra oportunidad, me dijo que a los escaladores deportivos les falta la “ambición” de los alpinistas. Con Bonatti nos volvimos a ver en Lecco en 2004 cuando me concedieron el título de Ragno Honorario y me colocaron el maglione rosso del grupo entre él y Cassin”.

Al regreso de su visita al Rio de las Vueltas en 1958, visito Sierra de La Ventana, ya con intenciones de escalar. “Teníamos soga de cáñamo, mosquetones de acero y algunos clavos, ese era todo nuestro equipo”, afirmó. Usaban zapatos de cuero. “Yo tenía un par que una amiga le había prestado a mi madre. Los había usado en Italia para esquiar. Eran de cuero, con punta cuadrada y clavos en la suela. Con ellos comencé a trepar en roca. Subimos la Laja Invertida, el Techito de La Cueva, El Cubo y otras rutas”, señaló.

Carlos y la ruta en la pared sur del Yerupaja, Perú

Carlos Comesaña haciendo vivac en Perú


Allí aprendió lo que es la escalada artificial, usada para superar determinados extraplomos en las paredes. También se enteró de que el Techo más grande de Sierra nunca había sido superado.

Al lugar concurrían escaladores del CABA, varios de ellos muy conocidos, que participaron en expediciones a Patagonia. Entre ellos estaba Juan José Quintas, quien fue jefe de dos expediciones al Pier Giorgio.

Comenzó a escalar en Sierra de la Ventana, Los Gigantes y Bariloche. En febrero de 1961 escaló junto a Pedro Skvarca la aguja Frey y la torre Principal del Catedral.

Posteriormente con Pedro Skvarca, R. Cardini, J. Berthet, H. Hermida, L.F. Bustelo y Néstor Apraiz participaría en un curso de hielo dictado por Otto Meiling en el monte Tronador. No obstante, por un desencuentro, Carlos no pudo participar.

“Yo estaba encargado de comprar los víveres y quedamos en encontrarnos en Pampa Linda. Pero cuando llegué, no estaban. Los busqué sin éxito y ante ello me volví a Bariloche y los esperé en el restaurante Gambrinus, en Mitre y Quaglia. Cuando llegaron me gritaron: “Carlos ¿Qué pasó? ¿Y la comida?” Yo les contesté: “Anduve porteando la comida por los alrededores del Tronador y no los encontré. Toda la comida está en la mochila. ¡Ahí la tienen!” afirmé señalando mi mochilón. Por ello, no hice el curso con Meiling. Posiblemente él me habría enseñado a hacer diez puntas. Pero yo ya sabía que estaba la técnica de las doce puntas, que rápidamente ganó espacio en la escalada en hielo.

Recuerdos de la Supercanaleta. Carlos realizó la primera absoluta y Sebastián de la Cruz la primera invernal

 

Comenzó a frecuentar la zona de Sierra de La Ventana y en 1961 abrió la ruta en El Techo Grande. En general viajaban el día viernes, escalaban todo el sábado y regresaban el domingo.

“En Sierra me inicié de primero de cordada en repeticiones de rutas ya abiertas en las paredes cercanas a la Gruta, en las de la zona del Gran Techo y en las Lajas Invertidas. Luego abrí alguna vía nueva en Los Departamentos cerca de la Gruta, en la pared del Gran Techo y en la pared Rosa. Después de lograr una primera en un techo menor en la zona de la Gruta me decidí a enfrentar lo que era el mayor problema de la zona en aquella época: el Gran Techo, donde hasta las mayores estrellas del momento (incluso mi futuro compañero de cordada José Luis Fonrouge) no habían podido pasar. Fue en dos fines de semana largos, en otoño de 1961 que me metí de primero en aquel artificial súper aéreo. Me aseguraron turnándose alternativamente (pues era muy cansador pasar horas asegurando) bien encastrados en la fisura horizontal ancha al pie del Techo, colegas andinistas como Quintas, Reali, Apraiz, Capra y alguno más que no recuerdo. Fueron varias horas sobre estribos, hasta que llegué al último punto alcanzado por anteriores intentos a unos dos metros del borde del Techo. Allí pude enfilar un as de corazón “para pasar” y coloque un poco más adelante un clavo como “para colgar un piano”. Desde allí, superé el borde exterior del Techo y entre en el diedro de salida. Como se hizo de noche y no pude continuar pues la cuerda doble se trababa por el ángulo, el remedio fue que me tiraran una cuerda desde arriba y salir por allí, ya que no me era posible destrepar en la oscuridad. Pocas semanas más tarde hice el segundo intento, pues para mí el Gran Techo aún no estaba hecho. Con los mismos compañeros y algún otro nuevo, volví a enfrentar el artificial y esta vez completé la salida por mis propios medios. Luego me siguieron Bruno Capra y Néstor Apraiz, que también pasaron con éxito”.

Con sus escaladas en Catedral y la apertura de la ruta del Gran Techo logró prestigio como escalador técnico en roca. No obstante, en su casa, aún no sabían que escalaba. “Yo decía que me iba a Sierra de la Ventana, pero no aclaraba que iba a escalar”, explicó.

Durante los inviernos concurría a Bariloche, donde aprendió a esquiar. También probó hacer esquí nórdico y hasta participó en alguna competencia, corriendo en la misma categoría que Juan Barrientos. Recuerda haber comprado un par de esquís bastante cortos y con pieles de foca, que lo acompañaron en numerosas salidas de esquí de travesía por la Patagonia. “Fueron mis colegas futuros andinistas como Mariano Lynch, Martín Donovan, Alejandro y Fernando Di Paola, Jorge Ruiz Luque. También Néstor Apraiz, Fernando Bosch e Ismael Palma”, señaló.

El primer par de crampones se los calzó en Ventisquero Negro del Tronador. Practicó un poco y la primera experiencia con ellos la tuvo en la expedición al Pier Giorgio en 1962. Carlos cree haber sido un muy buen escalador en hielo, mejor que en roca. El equipo se lo compraban en Buenos Aires a las expediciones que volvían de Patagonia.

Comesaña volvió a escalar en Catedral durante el verano de 1963, después de participar en la expedición al diedro noreste del Fitz Roy. Allí escaló con José Luis una vía nueva en la pared noroeste de la Torre Principal.

Carlos escaló el Campanile Esloveno, encordado con Enrique Triep y acompañado por las cordadas de José Luis Fonrouge con Jorge Insúa, y Carlos Giacomuzzi con Hugo Bella. También hizo la segunda ascensión a La Lechuza y La Monja, con Triep como compañero de cuerda.

“Entre 1959 y 1967 conjugué bastante bien estudios (U.B.A.-Económicas), trabajo (profesor de Matemáticas) y deportes (andinismo y esquí), lo que me permitió salir bastante seguido a la montaña. Después, mi profesión me llevó por el mundo y la creciente familia no me permitió seguir con ese ritmo, y me dediqué más a la vela de competición, un deporte de fin de semana, muy a mano”, indicó Comesaña.

Presentación del Libro Patagonia Eterna en Buenos Aires


Índice
 

Capitulo I: Carlos Comesaña

Capitulo II: Ser montañés en una gran ciudad

Capitulo III: Patagonia

Capitulo IV: Supercanaleta al Fitz Roy

Capitulo V: Escalando en Perú

Capitulo VI: Cerro Rincón

Capitulo VII: Monte Everest

Capitulo VIII: Velas y riversurfing

Capitulo IX: Patagonia inexplorada

Capitulo X: El montañismo argentino
 

 

Presentación del Libro Patagonia Eterna en Bariloche

Presentación del Libro Patagonia Eterna en Calafate







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