Este es el relato de la primera ascensión realizada en noviembre de 2009, un cerro de 5.050 metros ubicado en la zona de los volcanes más altos del mundo en la provincia de Catamarca
21 de Noviembre. Salimos de Buenos Aires con 100% de humedad y una lluvia constante y molesta. Persiste por kilómetros. Hasta casi frustra la posibilidad de parar en una parrilla de camioneros para almorzar, el barro nos jugó una mala pasada.
29 de Noviembre. Regresamos a Buenos Aires con 100% de humedad y una lluvia constante y molesta, otra vez. A kilómetros de llegar, los relámpagos eran infernales y la precipitación copiosa e incluso peligrosa para circular. Debimos resguardarnos en una estación de servicio hasta que la tormenta amainó un poco.
En el medio, la expedición a una de las zonas más secas de Catamarca donde el sol nos cocinó literalmente y la sequedad ambiente se acercaba al 0%. Obviamente allí no llovió.
La zona de La Coipa es alucinante. Muchas veces pasé cerca y en dos ocasiones anteriores había recorrido el camino a sus pies. Una vez durante el Congreso del Pissis donde participé como uno de los fotógrafos oficiales. Es el acceso normal a este volcán, el segundo más alto de la Tierra y el más alto enteramente, en nuestro territorio. Manadas de guanacos y vicuñas pululaban por doquier. Al regresó nos castigó una fuerte tormenta de granizo. Las nubes negras vistas aquí en esta y la posterior ocasión son las más oscuras jamás vistas por mí.
En el siguiente viaje, transitamos con un unimog de Gendarmería Nacional en viaje al lejano Valle Ancho donde ascendimos una cima hasta entonces virgen de casi 4900 msnm. Al regreso, otra vez el día se convirtió en noche y los terribles relámpagos agregaban una cuota tétrica al espectáculo.
Siempre me sentí atraído por el Cerro de la Coipa. Su cima elegante y puntiaguda, piramidal, sobresalía entra tantas cumbres redondeadas de la región. En la carta topográfica del Instituto Geográfico Militar aparece con 5134 msnm. Veremos luego la resolución de un problema geográfico sobre el particular.
La pregunta importante, sin respuesta hasta entonces, es si su cumbre resultaba aun inescalada, sea por modernos andinistas o por antiguos nativos. Debería develar el misterio.
Ya entrados en el norte de Córdoba, el sol y el calor apretaron duro. Dentro del moderno auto con todo computarizado, mi compañero de montaña José Luis Querlico ajustaba la temperatura a valores más agradables. Sin embargo, cuando bajábamos, instantáneamente nos envolvía un vaho seco y ardiente. En la Cébila, fruto de la subida, el calor y la presión del aire acondicionado, el vehículo empezó a fallar. Entre idas y venidas pudimos proseguir hasta estabilizarlo. Claro, dentro era un horno a ruedas. Finalmente llegamos a la bella Fiambalá donde nos esperaba nuestra amiga Magguy Acevedo, a quien ya conocíamos por haber compartido el congreso del Pissis. Ella es una excelente andinista, mejor persona. Ascendió el Pissis, el Ojos del Salado, San Francisco, Bertrand… Además fundó y dirige el Museo de los Seismiles, donde se aprecian importantes objetos de los andinistas, antiguos y modernos que visitaron la zona. Ella, soportando la cancelación por 2 o 3 veces de nuestra visita, nos armó toda la logística. También conocimos a Manuel Carrizo, amigo de Magguy y otra persona conocedora y afable. Maestro, guía de turismo, es otro vecino inquieto de Fiambalá siempre en pos de nuevas aventuras.
La poderosa camioneta de Manuel nos pasó a buscar, junto a su amigo Sergio, después del mediodía por las cabañas donde estábamos parando pues era imperativo armar el campamento ese día antes de una hora muy avanzada y a la vez debíamos subir no tan rápidamente para evitar el brusco desnivel de Fiambalá (apenas por encima de los 1500 msnm) hasta nuestro campo base a 4150 msnm. Aunque estamos acostumbrados a estas subidas “medio a lo bestia” como las denominamos, José Luis tenía alta presión y eso no era muy alentador.
Devoramos kilómetros avanzando por la ruta, la cual corta brutalmente los multicolores estratos del desierto reseco. Paramos en Agua de los Cangrejitos, una vertiente situada al lado del camino llegando a Chaschuil, ya sobre los 3000 msnm. Precisamente, en este paraje con un agua excelente, hay cangrejos de río los cuales retiramos del agua por unos minutos para apreciarlos. Pocos kilómetros después, cerca de una de las casas erigidas por la provincia como refugio, como si fuese una cicatriz el asfalto presenta la marca de la caída de un rayo. Se nota el punto de impacto y varios secundarios. Todo un recordatorio para quienes osamos recorrer esta zona.
Salimos del asfalto y avanzamos por la huella de ripio, la cual es el camino obligado al Pissis y su zona. Ya se destacaba la cumbre puntiaguda de la Coipa, la señalada por los lugareños. Es un detalle importante para entender mi ulterior exposición. Seco estaba el campo, sólo algunas matas verdes. Aprovechamos para juntar Lampayo (buen diurético) y Monte Blanco (bueno para el sistemas digestivo y dice las malas lenguas, para desajustes producidos por el vino y otros elixires). Son igualmente propicios para ayudar a una buena aclimatación. En los cerros rocosos una manada de guanacos ascendía acrobáticamente y cercano a ellos un chinchillón nos observaba para luego desaparecer entre cabriolas.
Comenzamos a subir las curvas cerradas ganando altura hasta que encontramos un lugar a 4150 msnm donde hacer campamento. Era un poco después de las 17 y el sol todavía apretaba. Nos despedimos de nuestros amigos, descansamos algo tratando de sacar el máximo del oxígeno del aire enrarecido y comenzamos a armar el campamento. Los rayos solares del atardecer le daba toques dorados al pasto puna, creaba claroscuros en los cerros y aumentaba la belleza del lugar. Líquidos y no mucho más incorporamos ese día y el siguiente. Las nubes se tiñeron de diversos colores al anochecer, al irse el astro rey la temperatura bajó rápidamente, sufrimos algunas ráfagas de viento, observamos lejanos relámpagos y pasamos una noche entrecortada pero digna dentro de lo esperado para un desnivel tan grande en sólo horas. El cielo, en la parte despejada, estrellado como nos tiene acostumbrada esta zona.
Durante la noche el viento había cargado con energía estática las paredes de la carpa. En una de los tantos desvelos nocturnos debido a la altura, toqué el costado de la carpa. Un fogonazo con rayitos laterales más una patada me hizo pegar un salto y me despertaró por completo. Logré dormir un poco más. La noche se transformó poco a poco en día y los rayos solares comenzaron a pegar en la carpa. Minutos después la temperatura subía. No había nada que nos proyectara algo de sombra. Con pocas ganas pero apurados por la temperaturas salimos al exterior para ser castigados por el sol y la sequedad. Nos hidratamos pero estábamos inapetentes. Ya cerca del mediodía decidimos, aun con calor, empezar a movernos y aclimatarnos. Manuel nos había señalado un antiguo camión minero. Según la historia oral, algún chistoso echó azúcar en el tanque de combustible por una razón desconocida y este vehículo terminó quedando allí desde hacia varios años.
Descendimos por la ladera de La Coipa, en dirección al camión, el cual era un punto en la lejanía. Aún con calor nuestros cuerpos necesitaban moverse o quizás era nuestra mente la que quería distraerse. Caminábamos por ceniza volcánica y arena, sorteando los pocos pasto puna resecos. Pasamos por la carcasa de un caballo, el cual nos recordaba lo hostil del ambiente. Aunque parezca bizarro, cruzamos un antiguo alambrado. Hubo hace un tiempo una explotación de llamas. Por lo comentado, murieron de frío al esquilarlas en una época no muy propicia quebrando la incipiente empresa. El camión es una reliquia, parte del pasado detenido en el tiempo. Esos vehículos los observaba generalmente en la costa y eran utilizados como soderos. En buenas condiciones aun, nos subimos a la cabina la cual tiene el volante del lado izquierdo pues presumiblemente es de origen canadiense.
Un cartelito de un llamativo amarillo reza Gentile Camiones – Maza y C. Rodríguez Peña, la chapa es M100164. Las gomas son un rejunte en diferente grado de utilización, algunas casi sin dibujo. Resultaba llamativa su presencia, más aun cuando La Coipa se recortaba detrás dando un aire exótico. Muchos interrogantes se planteaban. Sirvió en la cercana mina de los Aparejos? O recogía el mineral blanco cercano? Con estas y otras preguntas volvimos al campamento.
Antes de salir de expedición estuve estudiando la zona con Google Earth. Había una diferencia entre la Hoja Topográfica Cazadero Grande 1:100 000 del IGM en cuanto a la ubicación de La Coipa. En una zona con varias cumbres, el IGM señalaba a una cima de 5134 msnm mientras recordaba que la gente del lugar señalaba otra más baja. Recordaba justamente este hecho pues la referida como la Coipa era puntiaguda y bonita contrastando con las de la región, redondeadas.
Escribí en ese entonces en un informe: “Se resolvió un importante tema geográfico pues se ascendió la cima puntiaguda, de unos 5050 msnm, la cual es invariablemente señalada por todos los lugareños y conocedores como el Cerro de la Coipa. El IGM sin embargo señala una cima redondeada y para nada elegante, de unos 80 m más de altura, como el Cerro de la Coipa. Los lugareños desmienten esta afirmación y es lógico pues la cima bella y elegante, visible, es el centro de atracción en la zona de cimas redondeadas”. Manuel confirmaba el nombre transmitido de generación en generación. Intercambiamos impresiones con Guillermo Almaraz quien es un conocedor de la zona. También el en algún momento se sintió interesado en ascender el cerro.
Coincidimos en nuestras apreciaciones y justamente recalca un hecho a destacar, el cual había advertido en el lugar: La cumbre de 5134 msnm no se ve desde la base y cuando uno camina unos kilómetros y aparece, no hay visualmente modo de distinguir cual es la de mayor altitud.
El sol siguió castigándonos, implacable. Pocas veces y por cortos instantes, alguna nube nos lo tapaba. Nuestro campamento no nos ofrecía ni siquiera un poco de alivio salvo estar debajo de una manta aluminizada traída al efecto. Varias veces he estado en la zona pero nunca con tanta radiación solar. Incluso con José Luis tuvimos una expedición dos semanas en la zona del Peinado y del Bertrand. La primera, en el campamento base del Peinado, logramos guarnecernos con al sombra proyectadas por las rocas y en pequeñas oquedades. Al moverse el sol, también lo hacíamos nosotros. La siguiente semana al pié del Bertrand, al estar alto y el clima bastante nublado y luego con tormenta pudimos salir airosos de tan brutal clima. Optamos entonces por tratar de ignorarlo y emprendimos una caminata por los alrededores. El campo se notaba muy seco, con la vegetación falta de agua. Sólo un pequeño hilo de agua quedaba de un otrora arroyuelo. Caminamos entrando en unas pequeñas quebradas.
Zona de pumas, Joselo sentía una molesta sensación de estar siendo observado. Únicamente descubrimos algunas huellas de zorros y nada más. Intercambiamos opiniones sobre la ruta a tomar hacia la cumbre y poco después pudimos apreciar la cumbre más alta, mal llamada La Coipa en el mapa. Regresamos sobre nuestros pasos y en el hilito de agua aprovechamos para enfriar una gaseosa. Al llegar al campamento decidí terminar con la dieta impuesta por la altura y falta de aclimatación y me comí un locro en lata, el cual estaba excelente y me levantó el ánimo. Joselo lo evitó, además de sufrir los males comunes a ambos incluidos la insolación tenía la presión demasiado alta. Con la desaparición del sol pudimos aliviarnos un poco y dio paso a una noche fresca, algo no tan común en estas alturas.
Con la llegada del nuevo día, el anteúltimo de la expedición y con expectativas de subir a la cumbre, me encontré con una desagradable sorpresa la cual abortó cualquier intento. Había desarrollado una tendinitis fuerte y molesta la cual apenas me dejaba mover por el campamento. Lamentablemente los medicamentos adecuados para el tratamiento estaban vencidos y rogando poder zafar de esta lesión desconocida para mí hasta entonces tuve que conformarme con unos analgésicos y un gel. El día siguiente, 27 de noviembre, era el final de la expedición. A la tarde nos vendrían a buscar por lo cual sólo restaba un intento en pos de la cima saliendo temprano a la mañana para tener suficiente tiempo y descender a la hora citada o un poco antes. Rogaba a Dios poder recuperarme sin embargo íntimamente sabía que esto era particularmente difícil de ocurrir. Para colmo Joselo seguía con la presión alta y no podría tampoco intentar la cumbre.
Afortunadamente el milagro ocurrió, poco a poco el dolor comenzó a ceder, los medicamentos hicieron efecto y el ánimo crecía rápidamente proporcionalmente al decrecimiento del malestar. Intentaría llegar a donde pudiese, si era la cúspide del cerro, ¡mejor!
Dormí bien, olvidándome de los momentos en los cuales no podía ni apoyar el talón. Preparé un frugal desayuno, incluso tomé un té de los yuyos de la zona y luego de despedirme de mi compañero enfilé hacia el filo Sur este. Este tenía rocas y polvo volcánico, me hundía pero el terreno por lo menos tenía cierta firmeza. Con el fresco de la mañana, tenía ganas de moverme. Pronto el campamento era un puntito, se distinguía un intrincado dibujo de diferentes trazas de huellas. Algunos pájaros salían de sus refugios en las grandes rocas donde protegidas de la dirección del viento predominante crecían plantas. Los guanacos que siempre observábamos desde el campo base y se movían durante el día se desplazaron a un filo paralelo para observarme ellos a mi. La atracción no les duró mucho, se retiraron luego de unos instantes. El talón no me molestaba y eso era alentador. Un poco más arriba, ya con el cansancio de unas horas de ascenso, el terreno cambió a un agotador acarreo de pequeñas piedras y lajas. Era cerca del mediodía y el sol no calentaba mucho por un persistente viento frío.
El infernal acarreo estaba minando mis fuerzas, cada vez descansaba más tratando de recuperar el ritmo. De a poco iba ganando altura pudiendo observar a lo lejos el Famatina y muchos cerritos multicolores en la zona. Con el cansancio creciente y la presión de la llegada de la camioneta pensé en que quizás no llegaría a la cima. De todos modos proseguí y a las 2 de la tarde conseguí arribar a una zona donde el viento se hizo mucho más fuerte, deduje sería el acarreo final. Efectivamente, minutos después el terreno era plano pero no la cumbre, esta se encontraba no muy lejos en la planicie cumbrera. A las 14:45 finalmente lo logré. Mucho viento, podía observar en las cercanías la cumbre de 5134 msnm separada por un portezuelo y a lo lejos el Bonete y el Peñas Azules ya en territorio riojano. Unos instantes solamente duró la estadía, saqué unas pocas fotos y armé la pirca dejando el documento.
A las 15 emprendí el descenso. Bajé por una línea paralela al ascenso, la cual era menos empinada, hasta que ambas se cruzaron. Habiendo superado la mitad del camino de regreso observé la camioneta, Miguel se adelantó una hora a la hora señalada. Pude observar como rápidamente levantaban las carpas y nuestras cosas. Llegué, me abracé con mis amigos festejando la nueva cumbre y a las 16:20 iniciamos la retirada pues nuestro amigo tenía una importante reunión en Fiambalá. A las 17:30 ya estábamos en la bella localidad, en dos horas y media mi maltrecha humanidad descendió 3550 metros (5050 msnm en la cumbre, 1500 msnm en Fiambalá). Esto sumada a la potabilidad algo dudosa del agua del lugar terminó por hacerme sentir bastante mal. Afortunadamente no duró mucho y luego de una cena decente todo volvió a la normalidad pudiendo iniciar el regreso al día siguiente. Al volver a Buenos Aires nos castigó duramente la tormenta. Ya extrañábamos las montañas y el desierto.
Este ascenso inició el Programa “200 años de Patria, más de 500 de montañismo” el cual busca homenajear el Bicentenario de la Argentina ascendiendo las montañas más altas de nuestro país pero especialmente efectuando primeros ascensos o rutas nuevas a cumbre y explorando zonas poco recorridas de nuestro vasto País. En nuestro próximo Boletín le acercaremos más información y la posibilidad de participar en este evento.
Este ascenso hubiera sido imposible sin la colaboración de Magguy Acevedo y Miguel Carrizo. Ellos guían y/o apoyan con logística a los que quieran aventurarse a las montañas catamarqueñas.
Estos datos están tomados con el Sistema Campo Inchauspe por lo cual pueden ser trasladados a la hoja topográfica del IGM.
Campo Base
S 27º 38´ 08.8” W 68º 15´ 34.8”
Camión abandonado
S 27º 37´ 36.2” W 68º 14´41.2”
Puntos tomados durante el ascenso
S 27º 38´ 05.8” W 68º 15´ 42.7”
S 27º 37´ 57.2” W 68º 16´ 04.2”
S 27º 37´ 48.2” W 68º 16´ 15.6”
S 27º 37´ 36.3” W 68º 16´ 27.0”
Cumbre Cerro La Coipa
S 27º 37´ 21.1” W 68º 16´ 36.2”
Centro cultural Argentino de Montaña 2023