Además de montañero y escalador, fue uno de los escritores y periodista más prolíficos de temas de montañismo de habla hispana con más de 40 libros publicados en su larga vida
Nació el 30 de abril de 1926, en Barcelona, España, hijo de andorranos y con mente y corazón inquieto, Agustín, repartió su vida entre Barcelona, Madrid, el Pirineo Aragonés y Zaragoza.
Nos relataba un conocido suyo: Con antecedentes familiares pirenaicos y de otras partes montuosas de Cataluña: siempre ha dicho que por sus venas corre sangre de montaña y algo del vino que se cría en las zonas montañosas. Le tocó vivir el espanto de la guerra civil viendo aquella serie de desastres con los ojos ya abiertos de un niño de diez, doce y trece años. Y más tarde le llegó a él, como a muchos chicos de su edad, la dureza de la postguerra.
Se enamoró muy temprano de la escalada, siendo sus primeros pasos sus escapadas a Montserrat, desde la casa paterna en Barcelona y a las montañas de alrededor, o donde se podía… y como lo manifestaba el propio Agustín: Si no podías más lejos, ibas al Tibidabo, y el día que tenías tres pesetas más cogías tren hasta Terrasa y escalabas en Sant Llorenç de Munt. Los coches sólo eran para los muy ricos. También en una entrevista recordaba que: La primera vez que me ate a una cuerda, fue en el año 1943, durante un cursillo de escalada en Sot del Bac, con Jaume Reñé y María Antonia Simó como instructores. Otros cursillos en Montserrat y Sant Llorenç le hicieron conocer gente y comenzar a escalar, por ejemplo, la Norte del Pedraforca.
Sus primeras excursiones fueron a Montseny y Monserrat y algunas salidas al Pirineo catalán primero y luego al septentrional. Siendo sus primeras incursiones en el esquí en La Molina y Nuria.
Este montañero vivió la dureza de la posguerra, aunque en los años 1941 y 1942, pudo hacer escaladas y vivaquear en el Montseny, obligado algunas veces a viajar sin billete en el tren, por estrictas razones de economía, o mejor dicho por su estreches económica, hasta escamotearse cuando aparecían los que pedían el salvoconducto necesario para poder viajar; o haciendo largos viajes al Pallars en camiones destartalados o efectuando mil trasbordos para llegar a Benasque, donde haría muy buena amistad con la familia Abadías, los seguidores del histórico guía José Sayó, vivaqueando en la montaña, bastante liviano de equipo, mal protegido, con una manta vieja cosida en forma de saco de dormir, aunque su espíritu sensible también le hizo aprender, además de la escueta técnica de la escalada en roca de la época, bastantes más cosas de las montañas.
No está muy divulgada al gran mundo la afición artístico-musical de Agustín Faus. Sin haber estudiado jamás una sola nota de música, supo aprender de niño por sí solo, a sacar bellos sonidos a una simple flauta de madera, asimismo, a convertir en agradable y humano el sonido, a veces demasiado metálico, de una armónica.
En las severas noches guadarrameñas y de La Pedriza de los años cincuenta y sesenta, se hizo famosa la flauta de Faus, que sonaba en algún rincón desconocido pero agradable a todos, delatando su presencia en el lugar.
En el año 1945, estuvo por primera vez en la cresta del Diablo y Costerillou, (realizándola en total cinco veces), con los madrileños Antonio Moreno y Ramón Somoza, con quienes hizo una profunda amistad más tarde, cuando se trasladó a Madrid, llevado por su trabajo en una editorial.
Además, de los ya citados, en aquella época, realizó su actividad conformando cordadas con Ernest Mallafré, Antonio Moreno, Josep Piqué, Carlos Soria y Emilio Torrico.
Uno de los episodios de montaña que más le impactaron a Agustín, en sus primeros tiempos fue cuando le requirieron de urgencia para colaborar en la búsqueda y rescate de Ernest Mallafré, llevado por una avalancha en el pico de Monastero, en el actual Parque Nacional de Aigüestortes y Sant Maurici, el día de fin de año de 1946, más precisamente el 31 de diciembre.
La enorme cantidad de nieve existente, la dificultad de acceso al refugio, y después la dureza que significó el llegar al lugar de la avalancha; la penosa búsqueda, el emotivo rescate del cadáver congelado, y su posterior traslado sobre sus propios esquís convertidos en trineo-camilla, y el definitivo entierro en el cementerio de Espot, junto al propio muro de la iglesia, completó la dura prueba que, dada la categoría de la víctima, posiblemente el número uno de entre todos los montañeros españoles de la época, representó un duro mazazo para aquel muchacho que estaba descubriendo la montaña con los ojos maravillados y con los sentimientos a flor de piel.
Años más tarde dejó muy emotivamente reflejadas aquellas jornadas impactantes en un capítulo de Huellas profundas.
Impartió numerosas conferencias y coloquios sobre montañismo. En el año 1947, ganó tres concursos literarios patrocinados por el CEC.
Hizo el Couloir de Gaube, en el año 1948, en donde sufrió algunas congelaciones de los pies por causa de las deficientes botas de escalada, propias de aquella época; pero luego se desquitó de estos problemas, haciendo la invernal de la Cresta de Salencas (en total realizó cuatro veces) e innumerables invernales a varios picos europeos.
Escaló con los mejores de la época, y estuvo en los primeros cursos de alpinismo que se impartieron en España, en una época muy activa, en la que el libro de Mallafré, considerado el primer tratado de escalada que se publicó en España, tuvo mucho que ver Agustín, editándose en el año 1948, dos años después de la desaparición del autor, sepultado por un alud cuando descendía del Monasterio, en Aigüestortes.
En el año 1949, se mudó a Madrid, con solo 23 años, y frecuentando el Guadarrama, La Pedriza y Gredos, además de Picos de Europa y otros macizos entonces poco conocidos. Estos años fueron decisivos para unir sus dos grandes cualidades: la de alpinista y la de escritor.
Invernales en Gredos, Picos y Pirineos, que daban inspiración para su papel como periodista de montaña, y cronista de toda una época. De esta época recordaba, Agustín: En Madrid enseguida me publicaron cosas en la revista del Club Peñalara, porque hacía montaña y no era perezos.
Su espíritu activo y aventurero le animó a aceptar una oferta de trabajo nada menos que en una editorial de revistas de moda.
A los tres días ya estaba en la Pedriza, colgado de las cuerdas, y escalando esas rocas de formas curiosas. Un buen carácter, sentido del humor, facilidad de trato y el apoyo de buenos amigos como Antonio Moreno, a quien conocía de haber hecho juntos la Cresta del Diablo del Balaitous, un año antes, le ayudó a que pronto fuera uno más en la capital, donde se quedó 38 años más.
El trabajo fue evolucionando, hasta llegar a ser uno de los primeros representantes y distribuidores de material de montaña para tiendas de deporte de Madrid y alrededores: insignias, clavos de botas, cuerdas y piolets, y sobre todo las míticas chirucas. Todas las Chirucas que hemos llevado todos durante 30 años en Madrid y alrededores, han pasado por mis manos, comentaba en una oportunidad, sonriente.
Con frecuencia elevaba sus alabanzas y agradecimiento a Dios. Y, como buen catalán, no se olvidaba nunca de la Madre de Dios, de aquella advocación de la Virgen Morena de Montserrat, lugar, donde no sólo aprendió a escalar sino también a amar a las montañas y a valorar con enorme peso humano, la amistad de sus compañeros que ofrecía la montaña.
Es cierto que el escalador, aunque a veces sin pretenderlo, deja elevar su corazón hacia lo alto y expresa una oración y según el propio Agustín decía: Unas veces ella será de alabanza por la belleza de lo que uno contempla, o por haber alcanzado una meta difícil. Otras eran para pedir ayuda en una situación comprometida. Agustín Faus, lo dejaba ver bien claro en sus escritos, y siempre con una sorprendente naturalidad. No pretendía adoctrinar ni dar lecciones a nadie.
Tan sólo dejaba plasmados por escrito sus pensamientos, agradeciendo lo que ha aprendido y lo que estaba viviendo, tanto en sus escaladas a grandes montañas como en el más plácido paseo por un valle bonito o por un delicioso bosque. Una vez regresado a su casa sabía recordar lo visto, revivirlo y escribirlo… aunque algunas veces ya lo había escrito en breves notas durante su experiencia antes de llegar a su casa.
Así, con Teógenes Díaz abrió la Teógenes, al Tercer Hermanito (Gredos) en el año 1951 y, dos años después, en la primera integral del Circo de Gredos con Acuña, Pedro Gómez y Salvador Rivas.
Conversar con Faus era agradable, pero cuando estaba inspirado surgían infinidad de anécdotas interesantes, especialmente de las épocas heroicas, cuando no era tan fácil moverse por las montañas como los tiempos actuales. Ha vivido momentos duros, algunos de los cuales no habrá dejado escritos y, si los ha escrito, no han visto la luz.
Aquellas épocas eran ricas en acontecimientos que no tenían mucho que ver con la escalada y el montañismo: los Pirineos, por ser zona fronteriza, eran campo abonado para que surgieran problemas. En uno de los capítulos de Cara a la Montaña, describió con el corazón contrito, y contagiando la angustia al lector, la triste historia que le hizo imaginar el hallazgo, en el año cincuenta y uno, de un cadáver ya momificado, mal caído sobre las piedras entre el lago de Barrancs y el collado de Salencas. Su fantasía le ayudó a imaginar el angustioso episodio de una huida por las montañas protagonizado por un hombre de tierras bajas acuciado por el miedo, el cansancio, el frío y el hambre, marchando por un territorio que ya no era el suyo, en busca de una frontera salvadora… a la cual no llegaría nunca porque la niebla y la nevada y el desconocimiento le habían equivocado el rumbo. Cuando le mencionan dicho relato al autor, él siempre se lamentaba no haber podido salvar literariamente a aquel desgraciado (una víctima más de los malos tiempos y de los acontecimientos políticos de su país), porque su cadáver resecado por los muchos inviernos bajo la nieve y los veranos al sol de los casi tres mil metros, era la dura evidencia que la triste aventura no había tendido un final feliz.
Hizo diversas ascensiones en Chamonix con María Antonia Simó, invitado por la ENSA en los años 50, habían sido seleccionados por la Federación, conociendo allí las glorias del verdadero alpinismo de la época, descubriendo ambos las maravillas de los Alpes.
Hizo allí algunas de las montañas más clásicas de los Alpes y, algo que valía mucho más todavía, trabó buena amistad con las glorias del alpinismo francés del momento, Rebufat, Terray, Armand Charlet, entre otros.
Llegado el verano de 1952, repitió en los Alpes, aunque esta vez en el Valais ejerciendo como guía de montaña, siempre por motivos económicos, en el Cervino cargado con nieve, en el Monte Rosa, el Zinalrothorn y el Breithorn, en aquel entonces esta última montaña era larga y difícil, pues todavía no existían los teleféricos actuales que la ponen al alcance de todo el mundo.
También escaló las crestas de Salenques al Margalide con Antonio Romero, en condiciones invernales, en el año 1952.
En el año 1953, repitió algunos lugares en los Alpes, está vez Valais y haciendo de guía, siempre por motivos económicos, en el Matterhorn, Zinalrothorn, el Breithorn clásico, Cástor y Pollux y el Monte Rosa.
En Huellas profundas, uno de sus ya añejos libros muy cargado de sentimientos desde sus primeras líneas, expresaba un deseo que formuló después de haber vivido una importante jornada en el verano de 1954, en el macizo del Balaitous: había vencido en un solo día “les tríos aètes”, la Cresta-Nordocidental, la Arista de Costerillou en descenso y la Cresta del Diablo, y confesaba entonces durante el retorno bajo la niebla, que mi alegría es inmensa, rememorando aquellos días de mi casi niñez escaladora, cuando yo danzaba de cumbre en cumbre y de cresta en cresta como un sarrio loco, con los ojos muy abiertos para ver tanta montaña, con las manos muy abiertas para acariciar tanta roca, con el corazón muy abierto para recibir íntegro el mensaje mágico de las montaña. Entonces pedía a Dios que me concediera una larga vida montañera.
Y su petición ha sido cumplida ¡a Dios Gracias! porque logró vivir y disfrutar muchos años de montaña, exaltando la montaña, y trasmitiendo sus vivencias.
En el año 1954, participó en un intento invernal al Naranjo junto a Antonio Moreno y otros dos compañeros.
Fueron estos años, ricos de experiencias y vivencias los que sacaron definitivamente el escritor que llevaba dentro, y salió a la luz, Cara a la montaña, publicado en el año 1954, su primer libro y el más especial publicado por él.
Un escritor apasionado, fiel reflejo de su forma de vivir la montaña. Los años sesenta fueron el inicio de su carrera como periodista de montaña, el primero del país español.
Tomando las propias palabras de esta sección de los datos de Agustín en sus páginas de internet, no puedo dejar de introducir a sus amores, Sita, Ana y Ellen; en esas páginas nos relatan varios datos de ellas, que, si no la introdujéramos en su biografía de Agustín, ésta estaría incompleta: Se dice que detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer. En el caso de Faus, una ENORME mujer, pese a ser de tamaño pequeña.
Sita Gallejones Prieto, cántabra afincada en Madrid con sus padres, era, como no podía ser de otro modo, también montañera y amante de las cumbres, de la naturaleza, del aire fresco. Una mujer de rompe y rasga, que fue capaz de hacer cosas que no eran habituales para las chicas de la época, que iba a la obligada Misa con la familia con sus pantalones bombachos debajo de las faldas, para, en cuanto el cura decía “Podéis ir en paz” salía corriendo, se quitaba la falda y ya iba equipada para ir a la Sierra.
Criada a los pies de Picos de Europa tenía pasión por las montañas, a las que dedicaba todo el tiempo que podía, aunque por sus venas corría un absoluto amor por el Mar, que siempre añoró no poder tener más cerca.
La primera vez que los presentaron fue en el ascensor que llevaba a ambos al club de Montaña Peñalara al que pertenecían.
Faus no habló nunca de ese encuentro, para él no fue “cuando se conocieron”, pero sí lo fue para Sita siempre decía con esa media sonrisa suya, que no le impresionó el “tan famoso Faus…”
Sin embargo, poco después, ya en pleno ambiente de montaña, nada menos en la ascensión al Naranjo de Bulnes, en el año 1954, fue cuando sus vidas conectaron y con ello el comienzo de una larga historia juntos.
Se casaron en la sierra de Madrid, en la ermita del Monasterio del Paular en Rascafría, un 1 de agosto de 1958, en una boda bastante poco convencional, tal como eran ellos.
Los que conocemos a ambos sabemos bien que, sin Sita, Faus no hubiera sido ese Faus, y queda perfectamente reflejado en el escrito que le dedicó y se publicó en distintas revistas de Montaña, tras su muerte, repentina, el 10 de enero de 2008, a tan solo unos meses de que hubieran celebrado sus Bodas de Plata.
Muchos la recordaran bien, una gran mujer, guapa, elegante, prudente, discreta y divertida en las distancias cortas… más reservada, a la que no le gustaban las fotos, ni ser protagonista. Con gran carácter y las ideas muy claras fue el puntal de la familia Faus; quien supo encontrar el equilibrio necesario en una casa donde es la pasión por una afición la que mueve todo… pero nadie vive solo de pasiones, y como ella lo sabía, supo poner los pies en el suelo, aunque los corazones de ambos siempre estuvieran en las cimas.
Curiosamente la familia de Faus estaba formada por mujeres: Ana y Hellen las hijas; Henar, la nieta. Tan así era la cosa que hasta eran hembras los perros que en los últimos años han acompañado a la familia… Kiva, Rita, Laska y Sol.
Faus era un hombre que sabía rodearse bien, y sin duda, tiene mucho que agradecer a todas “sus chicas”.
En honor y agradecimiento a su amada esposa y como recuerdo de ella, bautizó una montaña de la región del volcán Tupungato con su nombre, cerro Sita.
Vivió en Zaragoza durante algunos años, como lo manifestaba él, arrastrado por mis mujeres. Y era que Faus siempre había estado rodeado de ellas.
Durante la estancia de selección, en el año 1960, de miembros para la expedición de los Andes de Perú, realizó la primera nacional a la Brenva del Monte Blanco.
Desde que apareció el primer Ventanal Serrano en el diario Madrid, en el año 1960, Agustín, publicó esta columna semanal hasta la desaparición del periódico.
Un siglo después, en el 2009, se está preparando una “reedición” de estos escritos, que marcaron toda una época y son un clarísimo reflejo de la situación de entonces en el ambiente montañero, y general de Madrid y sus alrededores.
En el año 1968, participó en la Expedición Española del Cáucaso, no sólo como miembro activo de la expedición, sino también como enviado especial del Diario As. Toda una aventura por delante..., nos decía, Agustín: Mi hija pequeña tenía unos meses nada más, nació en enero de ese año… Recuerdo que cuando me fui, me despedí de ese bebé con un beso, con el pensamiento de no saber si llegaría a verla crecer... Fue todo muy bien, pero nada tenía que ver la situación en la Rusia de entonces y todo el componente político que había, eso sin tener en cuenta que nos enfrentábamos a una cordillera muy dura, donde los españoles nunca habían estado antes.
Fue socio de honorario de distintos clubes de montaña. Miembro de la ENAM desde su fundación, perteneció al Cuerpo de Guías de Montaña desde el año 1971.
Desde el Cáucaso, su primera serie en el diario madrileño AS, llegaron muchos más destinos como reportero: Alaska (expedición McKinley 1971), Aconcagua (expedición valenciana a la cara Sur de 72, primera nacional), Alpes, Cordillera Blanca, Cordillera Real, Himalaya o Pamir, donde visitó solo el Pico Lenin, en el año 1975.
En el año 1972, se retiró a escasos treinta metros de la cumbre de Aconcagua, alarmado ante el horario de los valencianos que estaban haciendo la primera nacional de la clásica de la Sur.
En el año 1986, se estableció en Villanúa, valle de Canfranc, donde poseía un establecimiento hotelero.
En ese lugar de residencia, atendió a clientes y amigos en su hotel llevándolos a la montaña y luego, ya jubilado, siguió en Jaca, contemplando la montaña y no cansándose de escribir lo que sentía, intentando que lo que el sentía también lo sintieran sus lectores y amigos.
El alpinista catalán contaba tras de sí con una amplísima experiencia en lo que prefiere llamar, montañismo de verdad, que no es ese en el que hay que gastarse una millonada para hacer cumbre, sino disfrutar de verdad de la montaña. Porque ése es un sentimiento que se lleva dentro y no se paga, según Agustín.
De toda su trayectoria, Agustín, se queda, sobre todo, con la manera en que, ha ido evolucionando el material, así como la afición a la montaña. Al principio éramos cuatro locos, y ahora esta vocación, que no es deporte, ha calado hondo gracias a la televisión.
En el año 1987, fue al Himalaya, invitado por la expedición del programa de Televisión Al filo de lo imposible, en su primer intento al Everest.
Aquel año fue muy malo, pues el pésimo tiempo impidió que nadie lograra ninguna cumbre importante en toda la cordillera.
Pero el viaje fue muy productivo para Agustín pues, además de escribir sus artículos, su relativa independencia del equipo de asalto, le permitió asistir a excepcionales ritos litúrgicos en el antiguo monasterio de Thyangboché; fue recibido allí por el Gran Rimponché, el segundo después del Dalai Lama.
Todas estas experiencias le permitieron escribir poco después, de un tirón, El amigo del lama, libro donde describe de primera mano lo que vio en el monasterio, lo que pudo imaginar del mundo de los lamas y lo que ya sabía de la historia de las primeras expediciones británicas al Everest.
Toda una vida ligada a la montaña, en la que no ha dejado vivir por ella y para ella. Los años no importan, y aunque las grandes expediciones actuales son manifiestamente apoyadas y ligeras, él nunca se opuso al avance de esta modernidad y apoyo, es más, expresaba respecto a esto: Nuestras épocas fueron sin sponsors, ni patrocinios, ni parches en nuestros anoraks… Los montañeros de entonces sí que lo hacíamos por amor al arte y no teníamos más ayuda que la que nuestro propio trabajo nos pudiera dar. Me alegro que ahora la Montaña tenga otro papel y puedan financiarse y hasta vivir de ella… Para nosotros, desde luego, era impensable y las escaladas con una cuerda atada a la cintura era ya parte del pasado, Agustín, nunca dejó de buscar cumbres, pisar senderos con sus botas, respirar el aire fresco de la altitud, contemplar los paisajes siempre cambiantes… a su ritmo, sin prisa, pero sin pausa.
La edad no fue nunca un impedimento, la forma física acumulada de los años dio este valor añadido, con 60 años fue al Himalaya con la expedición Aragonesa al Everest (que no llegó a cima), quedando en el campamento base; como periodista, a los 78 años, fue a la Patagonia y a los 83, realizó el Camino de Santiago, una de las cosas que tenía pendientes y que dejaba para cuando ya no pudiera subir ningún cuatromil, otra muestra más de su fe católica.
Si algo tuvo claro fue el respeto por la montaña y todo lo que eso implicaba. A la montaña había que quererla, pero siempre, siempre, respetarla.
Y al igual que el montañero no detiene su andar por las montañas, el escritor, con la mente activa y sana, no paraba de crear y trasmitir, expresando en palabras lo que le dice el corazón, el alma y el espíritu, sobre sus adoradas, amadas y respetadas montañas...
Además de diversas traducciones de libros de montaña, es autor, entre otras obras, de Cara a la montaña, en el año 1954, Cuentos de la montaña, en el año 1955, Escalada en roca, en el año 1956, Material y elementos de alta montaña y Técnica de alta montaña, en el año 1957, Diccionario de la montaña, en el año 1963, Espíritu y técnica de la montaña con Agustí Jolis y María Antonia Simó, en el año 1970, Montañas pirenaicas, en el año 1976, una traducción ampliada de J. L. Pérés y J. Ubiergo; Las primeras montañas, en el año 1984, Huellas profundas, en el año 1985, Mis primeras montañas, en el año 1991, Andar por Andorra, en el año 1992, Ansó y Echo, guía de los valles, en el año 1997, Andar por las montañas, conocimientos básicos, en el año 1999, además, de El Pirineo, con Kim Castells y Luis Racionero, Guía del valle de Aragón, etc., y otras divulgaciones y recuerdos, los cuales suman un total de unos cuarenta libros, sin contar las traducciones y arreglos de traducciones. Escribió continuamente sobre las montañas en su Ventanal Serrano, columna casi diaria, en el diario Madrid, de la capital, y después en el AS, divulgando siempre las montañas desde lo más próximo y sencillo a lo más lejano e importantísimo.
Personaje polifacético, cuenta además entre sus aficiones con las de guía, pintor, periodista y escritor, faceta esta última, que nunca la abandonó; su ultimo escritos son dos tomos de la Historia del alpinismo, en el que hace un recorrido desde los inicios de este deporte, allá por el 1700, hasta la actualidad.
Para el recuerdo quedó su segunda ascensión clásica al Urriellu o Naranjo de Bulnes realizada el 11 de julio 2012. A Faus le acompañaron Bernabé Aguirre, César Pérez de Tudela, Lucía Balbona y Andrés de la Torre, que tuvieron parte de “culpa” de su escalada. Fue un día muy emocionante para el montañero catalán. Después de 58 años de su primera ascensión, en el año 1954, regresó al Naranjo de Bulnes. A sus 86 años se convirtió en la persona de mayor edad en hacer cumbre. No fue fácil, no iba sobrado de fuerzas, y necesitó trece horas en la ascensión.
Tres zonas han marcado su vida en la montaña: Cataluña, Madrid y los Pirineos, aunque también conoció bien los Picos de Europa. Y en especial, el Picu Urriello, donde pasé varias noches y luego me inspiró un libro. Eran los buenos tiempos de Picos, cuando podías no cruzarte con nadie en nueve días, según manifestaba él.
La mayoría de los recuerdos de Agustín no se van a desvanecer. Sus numerosos escritos son una muestra de su permanencia en la historia y se puede afirmar que actualmente ha sido uno de los escritores más prolíficos de la lengua castellana, en temática de montaña.
Todos sus escritos, por muy técnicos que fuesen, están impregnados de humanidad: no sólo se limita a exponer unos objetos o unos lugares, indicando su empleo o marcando unas rutas o dando otras indicaciones: Faus sabe explicar cómo le gustaba a él la vida en sus fenomenales experiencias en cumbres y valles, y lo hizo empleando un lenguaje sencillo, a la vez que extraordinariamente gráfico que penetra de manera profunda en la retina y en los sentimientos del lector, es decir que trasluce sus vivencias. Sus escritos no ocultan jamás lo que estaba sintiendo, lo que gozaba, lo que admiraba en una naturaleza llena de encanto. Y hasta se traslucía y lo explica llanamente, lo que podía haber llorado cuando las cosas no han salido bien.
El Preámbulo que solía tener Agustín Faus, sobre la vida y la montaña, ambas corrían en forma paralelas, nos decía: A la más larga excursión que realizamos todos en la propia vida, podrá ser una excursión más o menos bonita y más o menos dura, más o menos alegre o más o menos entorpecida. Como cualquier salida de montaña, esta excursión que es la vida entera puede estar cargada de valores positivos: amistad, suerte, belleza, salud, honradez… Aunque, desgraciadamente, pueden surgir contravalores como acciones desafortunadas, causas imprevistas, incomprensiones, tensiones, envidias. O, sencillamente, mala suerte. En una excursión clásica podemos disfrutar de buen tiempo o sufrir un clima francamente detestable. Y la jornada puede presentarse facilona o resultar complicada. Y la mochila puede parecernos muy ligera y humanamente transportable, o terriblemente pesada. Y hasta los compañeros se presentan de maneras muy distintas.
La cumbre de una montaña o lo que pueda parecernos la cumbre de un ideal, o lo que podemos empezar a pensar que es ya la cumbre de la vida, no debemos olvidar que todavía resta el descenso, el retorno: es ésta una última etapa que no debe ser menospreciada. Puede que exija un menor esfuerzo y puede prometernos momentos y visiones maravillosas. Pero también hay que pensar que en ella es posible que aceche el peligro o la fatalidad. Paralelamente a esta idea, cuando un montañero o alpinista llega a mayor y tiene la suerte de poder seguir haciendo montaña, reconocerá que durante la larga excursión que ha ido siendo su vida han surgido momentos de todas clases. Y, a partir de la cumbre simbólica que son los años y la experiencia, él sabrá mejor que nadie cuánto le habrá costado alcanzar esa meta. Si es optimista, puede haber olvidado los momentos malos vividos. Y, además, si piensas o sientes como yo, querrá y sabrá dar gracias a Dios por haber alcanzado una meta. Más no dejará de pensar en el descenso, durante el cual, si bien como ya he dicho antes, se le puede ofrecer una hermosa puesta de sol, tiene que vigilar la posible llegada de una tormenta, la sacudida de un brusco tropezón o la aparición de una espesa niebla que le engañe o que le enturbie la belleza o la seguridad del itinerario de vuelta. Todo ello nos enseña a ser agradecidos y también prudentes. A sentirnos felices si comprobamos que hemos llegado a lograr lo que al principio de la excursión o de la vida, nos habíamos planteado. Y a no olvidar en ningún momento, durante este camino de retorno, que la prudencia y la modestia que rigieron nuestros primeros pasos deberán persistir. Y a saber mantener siempre el espíritu bien alto. Tan alto como el espíritu que nos iluminaba en aquella primera excursión que, aunque sea muy lejana, jamás la podremos olvidar.
En su ultima ascensión del año 2013, cuando cargaba todavía 86 años, refiriéndose a esta actividad escribió Agustín: Superados ahora, con creces ya, los ochenta y seis años, puedo seguir escribiendo y explicando sobre todo cuanto se ha ido sedimentando en mi memoria y en mi corazón, gracias al legado pirenaico que me dejaron mis abuelos de Andorra y del Valle de Castellbó, lo que yo llamo “mi sangre de montaña”, que sigue y seguirá corriendo por mis venas mientras me quede un hálito de vida”.
Su condición de gran conocedor de la historia de las montañas y sus protagonistas y su facilidad con la pluma, le sirvieron para ser un cronista de lujo para diversos medios de comunicación.
Agustín Faus i Costa, falleció en Santander, el 22 de febrero de 2020, a la edad de 93 años, luego de recibir los sagrados sacramentos y la bendición apostólica; después de una vida plena dedicada a la montaña, tanto en su vertiente deportiva como divulgativa. Periodista decano de la prensa especializada de montaña.
Se marchó para siempre el hombre y el montañero, pero permanecerán sus libros. Agustín Faus i Costa, vivió de la montaña y para la montaña y sus libros serán el recuerdo y el testimonio de cuanto nos dejó y su figura perdurará para siempre!
El explorador de montañas y académico de la Real Academia de Doctores de España César Pérez de Tudela, despedía con estas palabras a su amigo, Agustín: Rendimos por ello, sin siquiera aproximarnos a sus verdaderos méritos, un cálido homenaje de gratitud a este maestro de la montaña, reconociendo así sus obras y, sobre todo, por encima de sus libros, artículos, escaladas o hechos gloriosos… Decimos que Faus, con su sabiduría, se ha acercado a la bondad, esa meta indiscutible de una vida grande. Faus hace años que alcanzo la esencia de su existencia. ¡Gracias Faus!
El montañista Chema Tapia, lo despedía con estas palabras: Esa “larga excursión” ha llegado a su fin, Agustín. Has alcanzado tu última cima. Adiós, amigo, tu corazón, ese que bombeaba la “sangre de montaña” ha dejado de latir, pero nos has dejado tu inmenso legado y tu entrañable recuerdo. Seguro que donde estás sigues teniendo muchas montañas que subir.
Palabras sentidas de despedida por parte del montañista español Antonio Gómez Bohórquez: Gracias Agustín por tu hospitalidad, por tus confidencias, por tu regalo de libros, documentos y conocimientos y por tus llamadas telefónicas cada Navidad. Descansa en paz admirado amigo.
Su hija Hellen Faus Gallejones, expresaba estas palabras: El sábado 22 de febrero de 2020 fue un día triste para la historia del Montañismo español. Agustín Faus coronó la última cumbre y dio el salto hacia el cielo para quedarse allí arriba.
Una vida vivida con mayúsculas, larga y llena de vitalidad, coraje, energía, mucha generosidad y sobre todo, un profundo amor y pasión por las montañas, que era tan grande que no sólo lo quería para él, si no que no hizo más que divulgarlo y transmitirlo sin medida.
A tan solo dos meses de cumplir los 94 años, en Santander, se apagó el luminoso brillo de sus vivaces ojos azules, pero nunca se apagará todo el legado que ha dejado aquí para los que nos quedamos.
Bernabé Aguirre López, lo despedía con estas palabras: Hoy es un día triste, nos dejó Agustín Faus, Montañeru Escritor y sobre todo mi amigo, le conocí personalmente, mucho antes su literatura, en el principio del año noventa en su hotelito de Villanía, en aquellos momentos hacia una columna de Montaña en el periódico el Pirineo de Jaca, nos caímos bien, y desde ese momento mantuvimos emocionantes charlas de montaña, evidentemente con nuestros encuentros y desencuentros, pero eso sí, con muchísimo respeto y por mi parte con una inmensa admiración hacia su persona y todo lo que representaba en el mundo común de la montaña, la última vez que estuve con El, fue en la residencia donde se encontraba en Santander ya que le fui a entregar un premio que le había concedido los premios literarios Cuentamontes y que me pidió su amigo Manolo Maestre se lo llevase, su hija ya me dijo que la memoria le fallaba algo, pero mi alegría fue enorme cuando después de unos segundos me reconoció y charlamos como siempre de nuestras montañas y amigos, como bien dice esa canción, la muerte no es el final, hoy te siento más cerca que nunca y en mi recuerdo quedará para siempre esas horas días y años en los que convivimos en las montañas y fuera de ellas un beso enorme de tu amigo donde estés que seguro me seguirás cuidando D.E.P
Este es el resumen sacado de una gran cantidad de escritos de mucha gente que lo conoció personalmente o por medio de sus escritos, y en agradecimiento por todos los aportes que nos brindó y dejó, han expresado su sentir… Por último, ¡querido amigo, que has recorrido la geografía del mundo por el camino hacia las cimas, deseo que sigas escalando las sublimes montañas de la paz y de Dios!
Área Restauración Fotográfica del CCAM: Natalia Fernández Juárez
Centro cultural Argentino de Montaña 2023