¿Que sentimiento nos lleva a querer estar ahí? ¿Querer subirlas? ¿Aventurarnos en ese ambiente imponente y majestuoso?
- Por Guillermo Martin, Director del CCAM y Guillermo Tula -
Cuando vemos las montañas sobre el horizonte, recortando un cielo celeste.
¿Que sentimiento nos lleva a querer estar ahí?; ¿Querer subirlas?; ¿Aventurarnos en ese ambiente imponente y majestuoso, muchas veces peligroso, si no se cuenta con los conocimientos y materiales necesarios?
La belleza, el silencio, el esfuerzo físico. Nos sentimos atraídos por la exaltación de la vida; es probable que esto se deba a una corriente emocional que fluye en nuestro interior, difícil de expresar en palabras. Es el sentimiento de cercanía con nuestra propia mortalidad.
Según la tradición Tibetana.
“Debes familiarizarte con la muerte si quieres vivir una vida plena y satisfactoria”
La recompensa emocional que nos lleva a practicar actividades que se relacionan con la montaña – sea trepando una pared de piedra de 100 metros de altura, esquiando en una pendiente casi vertical o remando en aguas blancas – es el hecho de que todos compartimos un destino ineludible.
“Habitamos en un cuerpo que algún día deberá morir.”
Cuando en una expedición evaluamos sobre que tan lejos deberíamos llegar, experimentamos la tensión de la aventura, entran en juego sentimientos que por una parte nos empujan a seguir. Y por la otra, nos atemorizan.
Emilio Gonzalez Turu escalando en la pared sur del Chañi
Libro del Nevado de Chañi, Emilio González Turu y Christian Vitry
Parte de esa tensión proviene de la incertidumbre, y la incertidumbre es algo que a uno le da miedo. Cada vez que iniciamos una aventura no tenemos una respuesta definitiva sobre lo que va a suceder, podemos evaluar, calcular y sacar conclusiones, probabilidades.
Todos nos sentimos odiosamente frustrados cuando tenemos que dar la vuelta y perdernos la oportunidad de hacer cumbre, de seguir más allá. En esos momentos debemos ser coherentes con lo que sentimos, las percepciones exteriores y confiar plenamente en nuestro juicio o el de nuestros compañeros.
Durante una ascensión difícil o una escalada arriesgada, los sentimientos de confianza en si mismo, la concentración. Producen una toma de conciencia cristalina del mundo que nos rodea y de las limitaciones del yo.
“En momentos como esos nos sentimos vivos de manera realmente intensa."
“Como amantes de las montañas, debemos desarrollar nuestra capacidad de interpretar lo que sentimos instintivamente en cada momento.”
En la práctica del montañismo, es inherente atravesar situaciones de gran trabajo mental, exigencia física y carga emocional. Resulta conveniente – para el buen montañista – comprender y considerar que las diferentes emociones sentidas en la práctica son opciones, que hay que aceptar pero nunca son una condición inevitable.
Analicémoslo del siguiente modo:
El sentimiento de miedo es un reflejo de auto conservación que protege al hombre. En caso de sentirlo, lo primero es aceptarlo y manifestarlo al compañero de cordada o grupo; lo segundo es trabajar entrenando y aprendiendo sobre aquello que nos genera el miedo para lograr la adquisición de auto confianza. De esta manera estaremos aceptando el miedo, integrándonos a él sin que nos limite.
En ocasiones de peligro o ante un accidente, deberíamos optar por colocar los procesos mentales al servicio de nuestro instinto, así podremos – a partir de lo que sentimos en ese determinado momento – razonar las opciones y actuar en consecuencia.
Claro que para poder realizar acciones con aplomo, firmeza y seguridad hemos de practicar y automatizar la mayor cantidad de maniobras y bajo las más diversas condiciones.
Durante la estadía en la montaña – sea que emprendamos un verdadero desafió o una excursión que no posea ni gran dificultad técnica o de altura – siempre tendremos que mantener las emociones bajo control. Un miedo excesivo ante alguna eventualidad inesperada puede ser igual de peligroso que una temeridad desmedida, lo que comúnmente definimos como “mantener la cabeza fría” no es otra cosa que mantenernos atentos a lo que sentimos instintivamente (en nuestro interior y al presagio de lo que nos rodea); todo bajo el estricto y minucioso razonamiento de nuestro gran arma “la mente.”
Como montañista, encuentro que el proceso mental corre en paralelo con el sentir de las emociones, dependientes del instinto. Mente y espíritu deben ser puestos a jugar en cada instante.
Las civilizaciones antiguas siempre han venerado las montañas, conviviendo en armonía con sus elementos y delicado equilibrio. En incontables relatos se relaciona a las montañas con dioses o lugares sagrados. Estas etnias o civilizaciones se consideraban, cada cual a su manera, “Hijos de la Tierra.”, dándole a esta un alma que era sentida y respetada.
Actualmente, llamarnos a notros mismos: “Montañistas,” simboliza estar en contacto con el espíritu de la madre Tierra, como lo hicieron aquellas civilizaciones. Como montañistas somos seres privilegiados, por contar con la capacidad de movernos casi sin limitaciones
“Las montañas parecieran ser lo que la naturaleza hizo para sí.”
Esta capacidad nos vuelve realmente afortunados, en dedicarnos a esta maravillosa actividad. El ambiente de montaña tan imponente, es sin embargo, muy delicado y sensible. Sus especies viven al filo de lo posible, con poca o ninguna posibilidad de regeneración.
Esto lo sabían bien las antiguas civilizaciones y debemos comprenderlo hoy, nosotros los aventureros.
La responsabilidad que conllevas en tu paso por una montaña debes sentirla en lo profundo de tu ser, como sientes cada bocanada de aire que inhalas o ese paisaje que llevaras con tigo por siempre.
…“El montañismo se basa en hacer que nuestro cuerpo lleve por sus propios medios,
a nuestra alma donde esta quiera ir”…
Darío, Bracali.
Sobre la base de esta frase podemos elaborar la siguiente reflexión: Viajar a la montaña es de alguna manera, viajar hacia nuestro interior para encontrarnos con nosotros mismos y poder integrar el ser espiritual con el ser corporal.
Centro cultural Argentino de Montaña 2023